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Orientación y sociedad

versão On-line ISSN 1851-8893

Orientac. soc. v.2  La Plata  2000

 

CUERPO CENTRAL

Orientación vocacional: origen, evolución y estado actual

Cristina Di Doménico; Alberto Vilanova

Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina

Resumen

Se relevan las fuentes socioprofesionales de la orientación vocacional, en el mundo y en América Latina. Se resalta que la psicología, como ciencia y como profesión, posee vigorosos lazos en esta práctica que, sin embargo, tiende a su emancipación epistémica y práxica en algunas naciones. Se presentan los problemas contemporáneos de la orientación en sus dimensiones económica, política, cultural y profesional.

Ciencias y profesiones

La creación, por parte de la sociedad, de ciencias y de profesiones es un complejo fenómeno que involucra factores económicos y sociológicos. Las ciencias, originadas en el desgaje que sobre el saber llamado filosófico fue produciendo la modernidad, no pueden separarse de las condiciones materiales que les dieron origen, entre las que deben subrayarse el surgimiento de las tecnologías industriales, la reorganización del capitalismo sobre esa base industrial, la conformación de las nacionalidades en Europa y América y la consolidación de la burguesía en el campo político, con su repercusión en los planos jurídicos, académicos y, por poco que lo parezca, psicológicos. Recuérdese que el conocimiento «desinteresado» como valor, la emergencia del investigador como personaje social a ser imitado y reproducido, o la recusación del "espíritu de autoridad" son fenómenos recientes, inconcebibles hace unos cuatro siglos. La idea de progreso, la ocasión de ascender en el escalafón social por vía de descubrimientos empíricos o la mostración orgullosa de diplomaturas en saberes abstractos son criaturas del capitalismo industrial, de sus filosofías implícitas o explícitas (ateísmo, liberalismo, positivismo, materialismo, evolucionismo) y de la consolidación plena de las clases propietarias.
La relación entre las ciencias y las profesiones es tan compleja como la de los esquemas epistemológicos, jurídicos y académicos que se hallan en la base. Si la medicina, por ejemplo, se apoya en diversas ciencias (biología, química, física, demografía, etcétera), y se presenta a sí misma como un arte, la biología, cuyos capítulos nutren al médico -fisiología, genética, anatomía, etcétera-, surge en el mundo académico con posterioridad, como apéndice teorético e investigativo de las carreras de medicina. Lo mismo puede señalarse sobre las relaciones entre las ingenierías, explícitamente práxicas y las ciencias que las sustentan, como la matemática, la física, la química. Si las ciencias son más estables y más antiguas que las profesiones, es bajo los requerimientos de éstas que han tomado encarnadura académica con notable frecuencia. Son las profesiones, artesanías coyunturales, fluyentes y a menudo improvisadas, las más próximas a la demanda social, a la urgencia económica y política. Alterando un orden lógico y también, frecuentemente, otro hipotéticamente cronológico, las profe­ siones, hijas de las ciencias, las anteceden de hecho con una asiduidad que obliga a considerar esta relación inversa como un tipo de ley que lleva desde la organización socioeconómica hacia la creación de tecnologías sui generis destinadas a paliar necesidades inmediatas (esto es, profesiones), y desde allí a la reflexión serena y a la investigación desinteresada (ciencias). En un sentido ideal, podría concebirse el orden contrario: a los interrogantes humanos ante los fenómenos del mundo obedecería la creación de ciencias, y a la instrumentación práctica de las ciencias responderían las profesiones, sus ramas aplicadas. En esta revisión histórica se partirá de la premisa que postula la prioridad del orden social en la gestación del conocimiento científico y la de los grupos de interés (profesionales) en el proceso de consolidación de las ciencias. En este contexto, las relaciones entre la orientación vocacional-profesional y la psicología se propondrán como una urdimbre en la cual deben resaltarse los orígenes sociales de la psicología y su progresiva transformación en una profesión cultivada por agentes que, en defensa de sus intereses, produce servicios públicos en permanente con­flicto con otros, procedentes de otros grupos de interés.

Funcionalismo y psicología

La orientación vocacional y profesional, la consejería o asesoramiento psicológico (counseling), la psicología clínica, la de la industria y la de la educa­ ción, con sus respectivos y numerosos subcapítulos, son consecuencia de la creación del grado en psicología, suceso acaecido a fines del XlX en Estados Unidos. (Vilanova, 1990; S. Sexton y J. Hogan, 1992) Si bien es frecuente que se asocie el surgimiento autónomo de la psicología con el laboratorio de W. Wundt en Leipzig (1876) o con el otro, más temprano, de G. Sergi en Roma (1873), la historiografía científica hoy vigente convalida la idea de que ha sido en Estados Unidos donde la psicología logró entrar desde el inicio en el sistema universitario bajo la forma de carrera y de diplomatura de grado y donde, también, logró la organización del primer y poderoso gremio profesional (1892), controlador de las publicaciones, cátedras, congresos, subsidios de investigación y códigos deontológicos. Este apropiamiento de los saberes y de las prácticas no tuvo su réplica en Europa y en América Latina hasta bien entrados los '40, esto es, hasta que el aparato educativo norteamericano, pasada la Guerra, comenzara a ser tomado como modelo fuera de sus fronteras (Buss, 1979).
Es en la universidad estadounidense, entonces, donde el psicólogo co­ mienza a percibirse a sí mismo como un prestador de servicios, un profesional en pie de igualdad con educadores, administradores de empresa, médicos o juristas, e inicia sus a veces muy duras luchas gremiales con posesores de otras disciplinas de servicio. Mientras la universidad europea sólo concibió al psicólo­ go como un investigador puro, abocado al hallazgo laboratoril de sucesos psíquicos universales, la estadounidense montó para él un sistema departamental que permitía, luego de obtenidos el bachillerato en ciencias y la maestría en psicología (títulos de grado, de 4 y 3 años respectivamente), optar por un docto­rado altamente especializado, ya en investigación sobre procesos básicos, ya en una de las numerosas áreas profesionales (Foradori, 1954; Ardila, 1972; Alonso y Eagly, 1999).
Una intelección cabal del surgimiento de la orientación vocacional como quehacer de psicólogos permitirá una breve evocación del funcionalismo, el sistema psicológico inspirado en el evolucionismo darwiniano y en el pragmatismo filosófico de John Dewey y de William James. Según autorizada opinión de James Angell, quien en 1906 presentó ante la American Psychological Association el conjunto de postulados y corolarios que conformaron el ideario funcionalista, éste se distingue de la «vieja psicología» (el introspectismo experimental de Edward Titchener, sobre todo) por algunos énfasis teóricos y metodológicos, entre los que se cuentan:

•  La psicología se basa en los sucesos de la vida real, y es útil para responder a los requerimientos de la educación, el trabajo, la salud mental y la recreación.
•  La psicología no estudia entidades estáticas o átomos sino procesos (pensa­miento, emoción, conducta, memoria, etcétera) gestados filogenéticamente para el cumplimiento de algún fin adaptativo (en sentido darwiniano).
•  La psicología es más ciencia aplicada que ciencia pura; busca la relevancia social de los fenómenos que estudia; no es dogmática (monoparadigmática) y está en contacto íntimo con las ciencias vecinas (biología, sociología) y con la filosofía científica del evolucionismo.
•  Los métodos de la psicología son múltiples, aunque la observación longitudinal de la génesis de un proceso es el recurso más adecuado. El genotipo explica al fenotipo.
•  La psicología es la clave para explicar los sucesos humanos más diversos: patología mental, retardos de aprendizaje, adecuación del hombre al trabajo, mantenimiento de la moral en la guerra, etcétera. Esta utilidad para la vida la convierte en la más relevante entre las ciencias del hombre, siendo el funcionalismo la red de conceptos que articula la producción teórica con el servicio social.

En esta atmósfera en la que se amalgaman el utilitarismo, el materialismo, el eclecticismo metodológico y altos presupuestos de empresarios y de políticos para las cátedras universitarias surge, al comienzo con escasa diferencialidad pero luego con sus propios cánones académicos y gremiales, la orientación vocacional. En el próximo apartado se referirá su periplo universitario y social, para el que disponemos ahora de un sumario contexto.

La orientación vocacional

Suele tomarse como fuente histórica confiable la obra de Henry Borow (comp.) Man in a World of Work , editada en 1964 en Boston, puesto que ella compendia puntos de vista expertos para el deslinde entre la orientación vocacional, el counseling y la psicoterapia, empresa ardua en el abigarrado contexto socioprofesional norteamericano (Schertzer y Stone, 1968). Según Borow, un inicio probable del área es la actuación personal del psicólogo Jesse Davis, en 1898, en la Central High School of Detroit, ayudando a estudiantes que deman­ daban asistencia psicopedagógica y orientación profesional. Otro hipotético hito fundante pudo haberlo constituido el discurso que en 1899 pronunciara el primer presidente de la Universidad de Chicago, William Harper, anunciando el advenimiento de los muy necesarios especialistas en orientación educacional a nivel del College. El listado de eventuales sucesos instituyentes propuesto por Borow continúa del modo siguiente:

1906: Eli Weaver publica Choosing a Career, primera revista dedicada a este tópico en el mundo.
1908: Abre sus puertas, con Frank Parsons como director, la Oficina Vocacional de Boston.
1909: William Healy funda el Juvenile Psychopatic Institute en Chicago. Esta entidad tiene por fin la reorientación de jóvenes marginales en términos ocupacionales, más que la práctica de la psicoterapia.
1909: Se publican los escritos póstumos de F. Parsons (Choosing a Vocation), consagrados a las relaciones entre el trabajo motivado y los caminos para su logro.
1910: Se realiza el primer congreso norteamericano en Orientación, único, por eso, a escala planetaria, en la ciudad de Boston.
1911: La Universidad de Harvard organiza el primer curso universitario de orien­tación vocacional, a cargo de Meyer Bloomfleld.
1913: Se funda, en Grand Rapids, la Asociación Nacional de Orientación Vo­ cacional, en la que se pautan las condiciones de formación del orientador. Si se retorna esta cronología en tiempos que precedieron y poscedieron a la Gran Guerra Mundial, se tiene:
1938: La oficina de Educación de Estados Unidos crea, en su interior, el Servicio de lnformación y Orientación Profesional, con Harry Jager como di­rector.
1939: Se edita el novedoso Dictionary of Occupational Titles.
1942: Se edita la primera Historia de la Orientación Vocacional, redactada por el psicólogo John Brewer.
1946: La ley George-Barden autoriza el empleo de fondos federales para la orientación vocacional.
1951: Se funda la Asociación Americana de Asesoramiento y Orientación Estu­diantil.

Si bien, como se indicó, debe apelarse a la historia de la Universidad estadounidense para la localización de los actos pioneros en orientación voca­cional, la creación en Europa, Canadá, Japón y Latinoamérica de los grados en psicología tornan prácticamente imposible una enumeración ecuánime y policéntrica a partir de los años '50. Sin embargo, y continuando la cronología de Borow, debe ser mencionado el informe que Gilber Wrenn escribiera en 1962 a pedido de la Comisión sobre Orientación de las Escuelas Norteamericanas, titulado El orientador en un mundo cambiante , pues en él se proponen los criterios formativos para el orientador vocacional, aprobados por el Congreso en 1964 y también inédito en relación a las demás naciones del mundo.
Los sucesos académicos y profesionales que se han referido podrían ser ampliados con base en fuentes primarias, pero esa labor historiográfica está fue­ ra de los propósitos del presente trabajo. Las complejas relaciones entre el rol del psicólogo educacional -y, con frecuencia, laboral- y la orientación vocacio­ nal pueden ser encaradas desde el primer foco de interés -rol del psicólogo- o desde el segundo -la O. V. en sí misma-, pues las correspondencias no son isomórficas. Debe considerarse, al respecto, que la O. V. nació, en su país de origen, como una actividad profesional ligada a varias disciplinas a un tiempo: educación, psicología, sociología, psiquiatría, counseling (como carrera menor pero autónoma). El lugar de las prácticas de servicio dentro de las carreras de psicología en Estados Unidos en la primera mitad del siglo ha obtenido una atención especial en los escritos de A. Blanco, C. Di Doménico y G. Pineda (1993), destinados a reseñar los congresos estadounidenses sobre formación aca­ démica. La revisión de informes de estos congresos permite advertir los sucesi­ vos cambios de rumbo en la psicología profesional norteamericana e inferir los destinos de la orientación vocacional -como especialidad- en cada etapa. Sin embargo, un sondaje histórico que atienda a nuestros intereses habrá de centrar­ se en el mundo hispanoamericano y, dentro de él, en nuestras propias tradiciones académica y gremial.

Contexto latinoamericano y argentino

El surgimiento de la Orientación Vocacional en Estados Unidos, como el de la misma psicología, obedeció a factores estructurales (económicos, sociales) muy complejos, para la elucidación de los cuales se requiere la participación de expertos de todas las ciencias sociales. En este trabajo importa recordar que la burguesía industrial más poderosa de Occidente es la que se ocupó de convertir en tecnología interventiva el aséptico arsenal de conocimientos oriundos de los "laboratorios de aparatos de bronce», nacidos en Alemania pero en ningún lado expandidos (cuantitativamente y cualitativamente) como en Estados Unidos. Kurt Danziger, en el interior de un libro ya citado, reporta la insuficiencia del sistema universitario norteamericano en relación al europeo a fines del siglo XlX, y el esfuerzo de las clases dirigentes por compensar con creces la ausencia de profesionalización en la educación superior. Harvard, por ejemplo, poseía sólo 19 Ph. D. entre sus 189 miembros facultativos, en tanto Columbia apenas ostentaba 6 sobre 88. En ese contexto, poco costó aceptar la propuesta de Thorndike de crear una ciencia apta para intervenir en "las complejas actividades de la sociedad civilizada, y los motivos que controlan las acciones del trabajo y el capital" (1979). El movimiento de "reforma social», ocurrido en los primeros decenios del siglo y destinado a consolidar un capitalismo con clases sociales "armonizadas", fomentó la creación de instituciones de ayuda pública, estatalmente reguladas, en las que el recientemente concebido psicólogo profe­sional halló espacios laborales. Uno de aquellos espacios, acaso el más impor­tante, fue el de la orientación en los campos educacional y laboral.
El contexto latinoamericano requiere la misma mención a los factores estructurales subyacentes a la aparición de la psicología, y con ella de la orientación vocacional. En opinión de Rubén Ardila (1986), desde comienzos de los años '50, momento de la creación generalizada de carreras de psicólogo en la región, también en América Latina cabe hablar de una segunda revolución industrial y de una consecuente centración en las organizaciones -no en los indivi­duos y sus aptitudes-, en los recursos humanos entendidos como capital y en el trabajo motivado como garante de la productividad. En este sentido, y dejando de lado la honda diferencia de clases que lo tipifica, Brasil ha sido, como ariete de la industrialización capitalista, el iniciador de la orientación profesional. F. Seminerio (1978) fue uno de los historiadores de la especialidad, así como uno de sus pioneros seguido por el polifacético E. Mira y López, fundador del más completo Instituto de Selección y Orientación Profesional del continente. Naci­ do en Santiago de Cuba (1896) y fallecido en Brasil (1964), Mira y López, que había sido jefe del Laboratorio de Psicofisiología del Instituto de Orientación Profesional de Barcelona en 1919, creó en Río de Janeiro el lnstituto de Selec­ ción y Orientación en 1947, y al año siguiente organizó el primer curso latino­ americano de formación de orientadores y psicotécnicos, con fuerte repercusión en todo el subcontinente. Los psicólogos brasileños, los primeros en obtener reconocimiento legal de la profesión (1962) se apropiaron de la herencia intelectual e institucional de Mira y López, sobre todo de la Asociación Brasileña de Psicología Aplicada, nacida en 1949 y de la prestigiosa revista Arquivos Brasileiros de Psicología Aplicada (Ardila, 1971).
Para O. Espin y R. Renner, la orientación vocacional ha sido, como en Estados Unidos, una de las primeras áreas que obtuvo reconocimiento público y apoyo estatal, desarrollándose, por tanto, velozmente (1974). En opinión de Ardila (1986) existen en América Latina dos orientaciones básicas: la centrada en la estrategia clínica, que tiene en R. Bohoslavsky a su más típico exponente (1970) y otra, «moderna y global», procuradora de un enfoque más integrativo que el de Bohoslavsky (basado en el psicoanálisis casi exclusivamente) y bien representa­da en la propuesta de A. Mansilla (1973). Este autor combina elementos clínicos comportamentales, psicometría y estrategias de adaptación del counseling a la atmósfera social sudamericana. También recuerda Ardila que la trascendencia que los organismos estatales otorgan a la orientación (académica, vocacional- ocupacional, profesional y personal) se refleja en publicaciones importantes como La orientación educativa y profesional en Chile, Guatemala, Panamá y Vene­ zuela (1967), por parte de la O. E. A. y en eventos como el Congreso Latinoame­ricano de Orientación, cuyas Memorias han sido publicadas por la Asociación Internacional de Orientación (1971). Como lo consigna G. Marín (1987), las psicoterapias psicodinámicas y la psicometría constituyeron, en la región, los puntos de consolidación de la psicología y de los psicólogos, que se asumieron como psicómetras o como clínicos en sus conflictivos y precarios inicios. La orientación vocacional, que tiene al psicólogo como impulsor y prácticamente único posesor oficioso, ostenta en sus comienzos esta doble vertiente, en algunas naciones disociada en fases de desarrollo (de la terapia a la psicometría, o viceversa), y en otras integradas en estrategias eclécticas. Si se revisan las fuentes de ambos recursos, no cuesta identificar la acción de los pedagogos en el campo psicométrico y la de los médicos en el psicoterapéutico. Pedagogos, médicos y filósofos fueron los formadores de los primeros psicólogos latinoamericanos, en los frágiles departamentos que, alojados en facultades de Filosofía, Humanidades o Artes, gestaron el grado universitario en los '40 y en los '50.
La Argentina, si bien con perfiles propios, comparte la asociación de la orientación profesional con la creación de los grados universitarios, típica de América Latina. Como lo ha indicado H. Klappenbach (1994), desde finales de los '30 y causa de la Segunda Guerra Mundial, se había iniciado un precario desarrollo industrial orientado a la sustitución de importaciones. Este proceso se aceleró a partir del golpe militar de 1943, tanto por la creación del proteccionis­ ta Consejo Nacional de Posguerra como, sobre todo, por los dos planes quinquenales (1947 y 1953) diseñados por el gobierno de Perón. Los propósitos de los planes quinquenales eran el aumento de la productividad industrial y el equilibrio entre las clases sociales. En ese contexto se amplían las bases del sector obrero argentino con migrantes de las zonas rurales y se impone la nece­sidad de reconvertir y modernizar un tipo de mano de obra poco apto para los requerimientos industriales. La traducción jurídica de este estado de cosas puede advertirse, entre otros aspectos, en la inclusión en la Constitución de 1949 de la orientación profesional, presentada como una función social que el Estado ha de amparar con vistas a que los jóvenes canalicen sus naturales aptitudes en actividades profesionales y, de paso impulsen el desarrollo social. En ese marco, recuerda Klappenbach (1996), la psicotecnia y la orientación vocacional con formarán la médula conceptual de los primeros centros de formación de psicólogos: el de Tucumán, liderado por Benjamín Aybar y Oscar Oñativia; el de Mendoza, planificado por Horacio Rimoldi, formado en el exterior, y el de San Luis, liderado y organizado por Plácido Horas.
En este momento, entonces y como lo ha sugerido L. Rossi (1995), rebrotan en un suelo social más apto algunos intentos de comienzos de siglo, como el movimiento de orientación laboral nacido en el Congreso del Trabajo de 1923 y la incipiente psicometría emanada de los laboratorios de Víctor Mercante y de Horacio Piñero.
El clásico diletantismo patologista del positivismo argentino y el filosofismo vitalista al estilo de Coriolano Alberini, que primaban en la enseñanza de la psicología en la Argentina, son sustituidos por la especificidad que imponen los estudios psicométricos, la sociología laboral, la estandarización de tests menta­ les extranjeros y el ingreso progresivo de literatura propiamente psicológica. Estos temas se advierten ya en Congreso de 1954, efectuado en Tucumán, en el que se resuelve la creación del grado en psicología, y constituyen la razón para la aceptación por parte del Estado argentino de la creación de los primeros pla­ nes de estudio, en cuyo diseño siempre participaron expertos en orientación y en psicometría (Roselli, 1983; Rossi, 1994).
Si bien la orientación vocacional argentina se halla en la base de la fundación de carreras de psicólogo en los '50 por las razones socioeconómicas que se mencionaron, existen antecedentes, obtenibles en fuentes diversas, que dan cuen­ ta de la presencia de la especialidad desde comienzos del siglo. Con apoyo en A. Foradori (1944) y en R. Gotthelf (1969), se indican solamente algunos:

•  lnstituto de Psicotécnica y Orientación Profesional. Por impulso del abogado socialista Alfredo Palacios y con la dirección de Carlos Jesinghaus es creado, con apoyo gubernamental, en 1925. Gregorio Fingermann, uno de los inicia­dores de la psicología argentina, sucedió a Jesinghaus, que había sido discí­pulo de W. Wundt, el único en radicarse en América Latina. Jesinghaus había sostenido, en un Congreso del Trabajo realizado en Rosario, que la orienta­ ción vocacional-ocupacional estaba destinada a "mejorar la economía y la salud pública". Como ha observado Dina Edelmuth (1997), el lnstituto de Psicotecnia y Orientación Profesional constituye un antecedente casi desconocido de la creación de la carrera de psicología en Buenos Aires, ya que sus graduados en psicotecnia fueron los primeros profesionales de la psicología que extendieron su actividad fuera de los laboratorios y al margen de la filosofía como disciplina.
•  Laboratorio de Psicología, Facultad de Ciencias Económicas. Ocupado centralmente en orientación profesional, se crea en 1926 por José Alberti en Buenos Aires.
•  Laboratorio del lnstituto del Profesorado de Paraná. También organizado por Jesinghaus, se ocupa de la orientación educativa e inicia esa tradición en el país, desde 1927.
•  Instituto Psicotécnico Dirección de Escuelas de Mendoza. Se crea en 1940, y se ocupa de orientación vocacional; lo dirige lo pedagoga Irma Bigliani, y como se advierte, tiene apoyo provincial.
•  Oficina de Psicotecnia y Orientación Profesional de la Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional. Se consolida en 1940 con una divi­ sión de psicotecnia, a cargo de Gregorio Fingermann. Creada por el ingeniero Gómez Araujo, esta oficina pública habla del apoyo gubernamental a la orientación antes del gobierno de Perón.
•  Sección de Psicotecnia del lnstituto Cultural Joaquín V. González de Rosario. Fundada en 1940, esta entidad cuenta entre sus impulsores a Erminda B. de Lambruschini y a Carlos Lambruschini, inspiradores de la primera carrera de psicología, planeada catorce años después en Rosario

Muchas otras instituciones de similar relieve son mencionables, y entre todas destacan la gravitación que la orientación vocacional y profesional tuvo en el afianzamiento de la psicología argentina. Las más de las veces con respaldo gubernamental, la O. V. fue vislumbrada en el país y en el resto de Latinoamérica como el eslabón de enlace entre el sistema educativo y el mundo del trabajo, dos áreas que ningún gobierno puede desatender. Como se ha dicho, al prestigio que el conocimiento psicológico obtuvo merced a este tipo de actividad, se deben la mayor parte de los apoyos ministeriales obtenidos por los primeros grados universitarios.
Desde el punto de vista del orientador, muchos obstáculos hubieron de ser superados una vez constituidos los grados. El haber tecnológico disponible no excedía los enfoques puramente psicométricos, centrados en principios de la psicología diferencial y factorial, y de la psicografía. Como lo ha observado A. López Bonelli (1989), hubo que ampliar los marcos de referencia incluyendo aportes teóricos provenientes de la psicología evolutiva, la psicología clínica, la de la personalidad y la de la motivación. Quién elige, cómo y por qué, resulta­ ban datos tan relevantes como aquellos aportados por las pruebas de inteligen­ cia, de aptitudes o de intereses.

Encrucijadas contemporáneas

La orientación vocacional parece abandonar, progresivamente, su anclaje en la profesión de psicólogo para ser ejercida por profesionales y técnicos de linaje muy dispar. Al mismo tiempo, se advierte un distanciamiento con las adscripciones, a veces dogmáticas, a algún sistema omniexplicativo. M. Casullo y A. Cayssials (1994) apoyadas en B. Thompson, F. Borgen y C. Celso, abogan por la adopción de una actitud "posparadigmática", esto es, por un mayor énfa­ sis en la eficacia interventiva que en la adhesión a modelos de la mente apriorísticos. Así y todo, la evaluación de los efectos de la intervención tiende a convalidar o recusar propuestas teóricas, o a reformularlas parcialmente.
Las líneas de despliegue actual de la disciplina están signadas por factores económicos, culturales, profesionales, educativos y políticos. Como ha sido analizado por A. G. Watts (1999 ), el desarrollo de la orientación es desparejo, en el plano internacional, a causa de variados factores. La expansión industrial y "posindustrial", por ejemplo, promueve el desenvolvimiento de esta práctica fomentadora de la elección individual; las comunidades preindustriales, con su escasa división de la mano de obra y su tradición de roles prescriptos suelen permitirse la ausencia del servicio. Los regímenes democráticos, a la vez, y no los totalitarios, conforman el humus donde la orientación vocacional germina y se expande. En ellos también es concebible un tipo de movilidad social que no sólo obedece a factores estructurales sino a valoraciones y creencias, como las que presentan a los actores sociales "construyendo su propio destino". Las corporaciones profesionales inciden también, según Watts, en los destinos de la orientación. Así, la condición de educador, psicólogo o administrador de sus cultores imprime sesgos definidos al quehacer, a veces incorporándolo a los servicios escolares, otras vinculándolo con el mercado laboral o con la autorrealización como persona (p. 208). En todo caso, debe reconocerse que esta disciplina, al contrario de otras como el counseling "personal-social", la asistencia social o el relacionismo laboral (RRHH), posee una pluralidad de ejes de interés, definiciones a menudo antagónicas y expectativas diversas por parte de los Estados.
En relación a lo último, es importante recordar, como lo ha hecho S. Conger (1999 ), que las agencias mundiales de desarrollo social y económico suelen efectuar recomendaciones acerca de la utilidad pública de la orientación. La Organización Internacional para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE), tanto como la UNESCO, ha priorizado los aspectos sociolaborales sob re los psicológicos, aunque sin olvidar estos. En líneas generales, estas entidades aconsejan la unión de responsabilidades entre las autoridades laborales y las educacionales, proponen un currículum básico para la profesión de orientador, prefieren la extensión del servicio a toda la población y no sólo a sujetos con conflictiva decisional, y sugieren a los gobiernos la dotación de infraestructuras amplias –humanas y materiales- para el afianzamiento del servicio. Los organis­mos trasnacionales tipo OCDE o UNESCO definen a la orientación vocacional como un quehacer tan continuo y reactualizable como la educación misma; a la vez, es frecuente que soliciten sistemas de evaluación formal, esto es, estudios sobre la eficacia en los procesos y en los resultados.
La orientación vocacional discute, entonces, su espacio epistémico propio, su lugar en los mundos de la educación y del trabajo, los modos de su inserción institucional y sus vínculos con los intereses ideológicos y políticos. Sin que se discuta su relevancia, siguen en pie problemas detestables ya en los orígenes y nacidos, principalmente, de la heterogeneidad cultural y profesional de su territorio. América Latina alberga también estas problemáticas disciplinarias, que se han visto acentuadas por las disrupciones políticas, por sus sistemas educativos en consolidación, por la precariedad de sus economías y por sus persistentes asimetrías sociales.

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