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Orientación y sociedad

versión On-line ISSN 1851-8893

Orientac. soc. vol.17  La Plata dic. 2017

 

AVANCES DE INVESTIGACION

Adolescencia, desorientación subjetiva y elección vocacional

Martina Fernández Raone Napolitano*

* Doctora en Psicología. Docente e Investigadora de la Facultad de Psicología, UNLP. E-mail: mfernandezraone@psico.unlp.edu.ar


Resumen

Este trabajo propone una lectura crítica respecto a las problemáticas vinculadas a la adolescencia, la desorientación subjetiva y la elección vocacional desde la perspectiva del psicoanálisis freudo-lacaniano. En función de ello, en primer lugar, está destinado a indagar las dificultades que pueden aparecer en la adolescencia, relativas al despertar sexual y a la propia existencia, condicionadas tanto por la historia infantil como por el Otro familiar y social. En segundo lugar, articular estas dificultades con su incidencia sobre la decisión de elegir o continuar una carrera o trabajo, vinculadas estrechamente a un estilo de vida. Nuestro punto partida ha sido la investigación realizada en un centro asistencial especializado en adicciones. En muchos de los casos analizados, prevaleció una desorientación subjetiva, la ausencia de objetivo y dirección que organizara sus vidas a partir de intereses específicos. Esta desorientación afectaba la inserción tanto familiar y social como la escolar y vocacional, reemplazadas por el valor otorgado al consumo de sustancias. A partir de describir y formalizar las principales características de la noción de adolescencia y su vinculación con los conceptos de tiempo, vocación, orientación y desorientación subjetivas en el contexto de la época contemporánea, realizaremos el análisis de un caso clínico de un joven de 19 años que permitirá mostrar de qué manera el abordaje psicoanalítico en el contexto de una institución nos abre la posibilidad de descubrir e incidir en la trama de una historia singular sujeta a transformaciones en el curso de la cura. La metodología utilizada nos permitirá mostrar hallazgos de especial importancia vinculados a la desorientación y a los cambios subjetivos que sólo se presentan después de haberse operado una rectificación subjetiva que posibilita la inscripción del síntoma en transferencia, que entre otras cuestiones, esclarece el dilema de continuación de los estudios.

Palabras clave:
Adolescencia, desorientación subjetiva, elección vocacional, época contemporánea, psicoanálisis.

Introducción

Este trabajo propone una lectura crítica respecto a las problemáticas vinculadas a la adolescencia, la desorientación subjetiva y la elección vocacional desde la perspectiva del psicoanálisis freudo- lacaniano. En función de ello, en primer lugar, está destinado a indagar las dificultades que pueden aparecer en la adolescencia, relativas al despertar sexual y a la propia existencia. Dificultades condicionadas tanto por la historia infantil como por el Otro familiar y social. En segundo lugar, articular estas dificultades con su incidencia sobre la decisión de elegir o continuar una carrera o trabajo, elecciones vinculadas estrechamente con un estilo de vida.

Nuestro punto partida para el abordaje de estas problemáticas ha sido el trabajo de investigación realizado en una institución de salud mental especializada en el consumo problemático de sustancias (Fernández Raone, 2017), que nos ha posibilitado estudiar la población adolescente que asistía al lugar durante el período entre los años 2011 y 2015*. Circunscribimos nuestra exploración a los pacientes de entre 13 y 25 años y realizamos un análisis de ese conjunto poblacional estableciendo una distinción en diversos grupos a partir de categorías emergentes de la investigación. En muchos de los casos analizados, apareció un fenómeno que se destacó en las entrevistas, más allá del recurso a la droga: una desorientación subjetiva, la ausencia de objetivo y dirección que organizara sus vidas en virtud de intereses específicos. Esta desorientación afectaba la inserción tanto familiar y social como la escolar y vocacional, reemplazadas por el valor otorgado al consumo de sustancias.

La elección de una carrera, de un proyecto personal o de un ámbito de desempeño laboral son cuestiones que en la adolescencia cobran un estatuto crucial y que, tanto desde el discurso social como desde la historia singular, exigen modalidades y resoluciones que muchas veces algunos adolescentes no pueden franquear. Esta situación los mantiene en una vacilación subjetiva que está en el origen del malestar que los aqueja. En ocasiones este malestar puede conducirlos a recurrir a diferente tipo de adicciones, como modo de evasión del atolladero que enfrentan. Encrucijada de caminos y rutas donde aparentemente las elecciones y destinos son diversos aunque parecen no siempre estar demarcados definidamente (Deltombe, 2010). Este momento de transición en el que el sujeto debe elegir “condensa una multiplicidad de significaciones enlazadas a vicisitudes de la constitución subjetiva” (Emmanuele& Cappelletti, 2001, p.55).

A partir de describir y formalizar las principales características de la noción de adolescencia y su vinculación con los conceptos de tiempo, vocación, orientación y desorientación subjetivas, realizaremos el análisis de un caso clínico que permitirá mostrar de qué manera el abordaje psicoanalítico en el contexto de una institución nos abre la posibilidad de descubrir e incidir en la trama de una historia singular sujeta a transformaciones en el curso de la cura. Hemos elegido el caso de Leonardo, de 19 años, cuyo tratamiento duró dos años y en el que intentaremos delimitar las diversas cuestiones vinculadas con la secuencia del tratamiento: la demanda inicial, la posición subjetiva frente al malestar y la droga, la desorientación que expresa en sus elecciones vocacionales y las modificaciones y desplazamientos en su posición
subjetiva en el curso de las entrevistas.

Marco teórico y antecedentes

La decisión de iniciar un estudio o desempeño laboral suele realizarse en el período de la adolescencia, frecuentemente a partir de demandas institucionales o familiares. Por eso mismo, nos detendremos en este concepto, objeto en la actualidad de debates en el seno de la Psicología, Sociología y Psicoanálisis. A pesar de las perspectivas diversas de estas disciplinas, existe consenso sobre su definición como un momento de transformaciones necesarias por el abandono de la posición de niño y las nuevas exigencias que se plantean en el plano de la sexualidad y de la inclusión en el mundo social y cultural. En psicoanálisis, y a partir de Freud, la pubertad y el carácter sintomático de la adolescencia resultan una coyuntura especial en las que se destaca, por un lado, una búsqueda de diversos tipos de soluciones novedosas respecto a la posición frente al sexo, al goce y al deseo. Por el otro, una reorganización a nivel de las identificaciones, particularmente del Ideal del yo. Respuestas singulares que estarán siempre condicionadas por el Otro familiar y cultural, por lo cual no podemos dejar de lado las particularidades del contexto social en el que se inserta el adolescente y que adquiere relevancia específica en los cambios acaecidos en la época contemporánea.

Asimismo precisaremos los términos de orientación y desorientación subjetiva propias de la adolescencia, en su articulación con los cambios que ha sufrido la familia, así como con las demandas que formula el Otro social.

1. Tiempo, vocación y orientación

Recordemos que el concepto de tiempo es una categoría que alude a una magnitud física (Castells, 1978), a una extensión o duración cronológica al mismo tiempo que es una matriz simbólica fundamental para la constitución subjetiva (Cattaneo, 2008). Puede ser incluido en una dimensión lógica, aludiendo a lo que plantea Lacan (1945/2013), en términos de una estructura dialéctica, como tiempos del sujeto de ver, comprender y concluir. Refiere de este modo a un tiempo intersubjetivo, que se halla entre la espera y la precipitación, sobre el que se estructura la acción humana (Hurtado Díaz, 2015). Esta cuestión es interesante para abordar la problemática vinculada a la adolescencia, la elección de una carrera o trabajo futuros y la orientación subjetiva para realizarla. Los adolescentes en muchas ocasiones se encuentran con dificultades frente a la premura de tomar una decisión vocacional ligada a tiempos de orden social e institucional. Muchas veces el acto de elegir o iniciar una carrera no puede realizarse o se anticipa al momento en que el sujeto puede hacerlo efectivo. En muchos jóvenes este acto queda detenido en la “deliberación eterna” frente a la apertura de las ofertas y opciones posibles (Ferrari, 1999) o en la incertidumbre que, en el fondo, apunta al ser del sujeto y se vincula con la constitución del ideal del yo, como veremos luego.

Estas elucidaciones nos conducen a referirnos a los términos de vocación y orientación, considerando la relevancia que adquieren en la temática estudiada. La vocación es definida como la “inspiración por la cual Dios llama a algún estado, especialmente al de religión. Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera determinados” (Real Academia Española, 1843, p.749). Más allá de su origen lingüístico, hace referencia a “sentirse llamado/a a dedicarse a una tarea […], inclinación o deseo proveniente de la propia subjetividad” (Müller, 1994, p.18). A su vez puede conformarse como la forma de un mito (Emmanuele & Cappelletti, 1999, 2001) en que la verdad adquiere una forma discursiva (Lacan, 1953), es decir, que puede ser articulada en términos significantes. Este carácter mítico nos resulta pertinente si entendemos al mito como un relato cuya veracidad se desconoce, cubierto de un halo enigmático. En este aspecto, la vocación puede ser relacionada con la noción de destino, en el sentido de sino, determinación o hado (Jozami, 2010). Precisamente, son interesantes los señalamientos que realiza Freud (1923/1992a, 1924/1992b, 1927/1979a) al respecto. De este modo afirma que los sujetos que “transfieren la guía del acontecer universal a la Providencia, a Dios […] son sospechosos de sentir a estos poderes […] como si fueran una pareja de progenitores—vale decir, mitológicamente— y de creerse enlazados con ellos por ligazones libidinosas” (1924/1992b, p.174).

Esta dicotomía aparente entre la determinación y la incertidumbre, nos recuerda al mito del Edipo, en donde aparece en primer lugar el destino trágico en el que no hay posibilidades de elección. Esta versión del mito antiguo se opone a lo que plantea Lacan a través del héroe moderno personificado por Hamlet. Personaje que desea y que debe decidir, libre, pero a su vez responsable de su deseo y de sus actos. Él se confronta a “una elección por realizar en la cual el problema de existir se plantea en términos que lo caracterizan, a saber To be or not to be, que sin remedio lo introducen en el ser” (Lacan, 1958-1959/2015, p.272). En este sentido, el deseo y la libertad del sujeto estarán, sin embargo, condicionados (no por eso determinados) por los avatares de su constitución subjetiva y por la orientación que ha posibilitado su inscripción simbólica en su pasaje por el Complejo de Edipo y la castración, cuestión que retomaremos enseguida.

En consecuencia, en el momento de la adolescencia, tiempo de elecciones, será entonces fundamental considerar la orientación que las posibilita por dos razones. En primer lugar, en el punto en que la orientación subjetiva está condicionada por las circunstancias vivenciadas singulares de cada sujeto, sus referentes identificatorios, los ideales que marcaron su existencia, resignificados en la adolescencia en una dialéctica entre repetición y encuentros. En segundo lugar, a partir de las posibles dificultades que el joven puede hallar en el momento en que debe tomar decisiones que aluden a su futuro, que en parte están delimitadas por el derrotero infantil, de acuerdo a la oferta que ha recibido del medio familiar y social. De este modo contemplaremos las respuestas que pueden producirse en este período y su frecuente insuficiencia que se evidencia frente a nuevas condiciones que en ocasiones pueden resultar insuperables para un sujeto.

2. Adolescencia: tiempo de elecciones

Desde el psicoanálisis, Freud (1905/1978), al referirse a la adolescencia, privilegió el concepto de pubertad como momento específico en el desarrollo de la sexualidad infantil, en el que se producen “metamorfosis” que conllevan cambios de importancia caracterizados por un desarreglo que conmueve la posición del sujeto como niño. Destaca así las dos tareas que el joven debe afrontar en este momento: la elección del objeto sexual y la separación de la autoridad parental. Si bien ciertas elecciones están planteadas desde la infancia, es necesario considerar que son reactualizadas desde la pubertad, en un segundo momento del despertar sexual y necesitan dirigirse a un objeto fuera de ámbito familiar. Freud en este aspecto destaca las diferentes respuestas condicionadas por la atracción de los componentes de la sexualidad infantil, por un lado, y por los modelos propuestos por la sociedad, por otro. Considera así la importancia de los condicionamientos socio-culturales en este momento de transición en el que adquieren fundamental incidencia las demandas y ofertas que se le presentan al joven.

A partir de los señalamientos realizados por Freud (1905/1978, 1910/1991a, 1914/1991b, 1930/1979b), las diferentes corrientes del Psicoanálisis que han abordado el problema específico de la adolescencia en el curso del siglo XX se han situado en una perspectiva evolutiva, considerándola con relación al desarrollo, particularmente vinculada a las diferentes fases de la evolución de la libido.

Lacan (1957-58/2004) cuestiona este criterio evolutivo y realiza una lectura del desarrollo en términos estructurales. Contempla así las relaciones entre el sujeto del inconsciente y la dimensión libidinal en el curso de una temporalidad que obedece a la lógica que organiza las relaciones con el Otro materno, o sea inscripta en una relación social desde el origen. En consecuencia, considera que será fundamental la forma en que el niño haya atravesado el Complejo de Edipo y que haya operado en su estructuración subjetiva la Metáfora Paterna en la infancia para que, en el momento de la pubertad, pueda hacer uso de los “títulos” que el padre en su momento le ha prometido. Esta cuestión se liga estrechamente con la necesaria identificación por parte del niño con las insignias ideales de la figura paterna, que da lugar a la conformación del Ideal del yo. En esta formación lo central es que “el sujeto se reviste con las insignias del Otro” (Miller, 1998, p.96), a partir de la sustitución operada con respecto al deseo de la madre y la producción de un valor nuevo: la significación fálica. Precisamente, vinculada con la importancia de Ideal del yo en la adolescencia, se destaca la jerarquía que posee el significante del Nombre del Padre en la orientación de este Ideal (Mitre, 2014). Recordemos que la salida de la adolescencia implica la posibilidad de “poder constituirse un nuevo Ideal del yo, hacer una nueva elección con el significante: un nombre, una profesión, un ideal, una mujer” (Stevens, 2001, p.18). En este aspecto, Lacadée (2007, p.17) agrega que el objetivo central de la adolescencia es buscar “el lugar y la fórmula”, “ser autentificado, buscar su nombre de goce”.

La importancia del padre cobra de este modo un lugar preponderante en el establecimiento de las coordenadas simbólicas del sujeto, en la orientación de su deseo y de su existencia. En la pubertad, con su tempestuosa oleada pulsional y el cuestionamiento de las figuras parentales, el joven deberá arreglárselas con la desorganización que aquélla implica, a nivel simbólico, imaginario y real. La conmoción del mundo infantil, que progresivamente debe abandonar, dependerá en gran medida de su pasaje por los desfiladeros del Edipo y de la castración y condicionará el derrotero que comenzará a transitar en el momento de la adolescencia.

Sin embargo, a pesar de la orientación que este anudamiento implica, la asunción del sexo y sus dificultades así como el desasimiento parental serán problemáticas que el adolescente no podrá eludir. Separarse de aquél que fue como niño tomado desde el discurso del Otro pone al descubierto un agujero en la significación (Lacadée, 2007). De este modo, en este momento de la vida se presentan muchas veces expresiones sintomáticas que evidencian una clínica del Ideal del yo. Esta cuestión está en consonancia con la prolongación de la adolescencia, tal como señalan Miller (2015) y Stevens (2013), en tanto consideran los problemas del joven con respecto a la separación de sus padres y su posición subjetiva de irresponsabilidad en relación con las exigencias de la sociedad actual. La Sagna (2009) aborda el problema denominado “adolescencia prolongada” por los psicoanalistas de principios del siglo XX y destaca como uno de los factores que inciden en la adolescencia de nuestra época la ausencia de ruptura de los valores entre las generaciones. De este modo, señala que “La adolescencia se prolonga indefinidamente […], porque en la actualidad se cultiva un inacabamiento de sí, de su formación, de su identidad, de su deseo, hasta de la realidad […]. El sujeto queda suspendido en un futuro líquido” (La Sagna, 2009, p.18), en alusión al sentido que le otorga Bauman (2006, 2008). De acuerdo a estas consideraciones que sitúan el valor ideal del inacabamiento en la cultura actual (Bauman, 2006), La Sagna (2009) concluye que la adolescencia es cada vez más valorada socialmente como prolongación y adolescencia generalizadas. En este contexto nos preguntamos cuál es la apuesta que permitirá la salida de la adolescencia.

3. Adolescencia y época contemporánea

Autores de diversas disciplinas destacan que en las sociedades occidentales contemporáneas no existe un margen claramente delimitado para la transición entre la infancia y las responsabilidades sociales adultas, dando lugar a un período de mayor permanencia (Le Breton, 2014a, 2014b). Por el contrario, en las culturas tradicionales, a través de los ritos de iniciación (Le Breton, 2014a; Unzueta y Zubieta, 2010; Uribe Aramburo, 2011), se producía la separación de los padres, estableciéndose un corte entre la familia y la sociedad (Ruiz Londoño, 2007). Por eso la adolescencia coincidía con un breve tiempo: el tiempo de la ceremonia que sancionaba el pasaje.

En cambio, en nuestras sociedades, a falta de un lazo social o de rituales que orienten al joven (Mendoza & Rodríguez Costa, 2010), éste se encuentra solo para recorrer el camino y decidir el sentido de su existencia, convirtiéndose en su propio “pasador” en el momento del tránsito de la niñez a la edad adulta (Le Breton, 2014a). En este aspecto, si volvemos nuestra mirada en el contexto actual de individualismo democrático sobre los significantes de orientación y vocación, notamos que se presentan de modo diverso al que describía Freud en sus textos. En la era contemporánea las sociedades occidentales exhiben una fragmentación de coordenadas o multiplicación de ideales (Soler, 2000, 2011) y una ausencia de marcas simbólicas a nivel de las instituciones que dificultan la orientación en el papel del adolescente y su posición ante la sociedad (Duschatzky & Corea, 2002). De este modo, la adolescencia constituye un “pasaje sin balizas” en el que, a excepción de la mayoría de edad a los 18 años, no existe ninguna escansión social que promueva una modificación en el estatuto del joven y su consecuente pertenencia definida a la edad adulta, como nos plantea Le Breton (2014a, p.61). Coincidimos con este autor cuando enumera una serie de características en el horizonte del declive institucional vigente: la pérdida de valor simbólico del franqueamiento esencial de un umbral de los diplomas escolares; la sucesión de las relaciones amorosas; la desaparición del servicio militar; el carácter provisorio y escasa remuneración del trabajo asalariado y el abandono o la desestimación de las ceremonias religiosas.

Con respecto a la liberación de la autoridad de los padres, necesario es reconocer que esa autoridad ha sufrido la misma erosión que la de los significantes amos reguladores, acompañando los cambios que han afectado a la familia (Miller, 2005). Institución familiar que a pesar de todo se mantiene como tal, pero en diferentes versiones que favorecen su fragilidad como respaldo o lugar del que desprenderse para iniciar un nuevo camino. Las transformaciones sobrevenidas en los roles familiares promueven las identificaciones horizontales entre generaciones de padres e hijos (Berenguer, 2006), favoreciendo las conductas de desorientación de las jóvenes generaciones en constante necesidad de marcas simbólicas, particularmente en un momento donde se produce el encuentro con un agujero en el saber (Lacadée, 2007).

A su vez, el ámbito de la educación y el rol de los profesores en la sustitución de la función paterna y en la orientación de los jóvenes hoy se ven cuestionados. Las dificultades para consolidar un vínculo de autoridad entre alumno y profesor contribuyen a la necesidad de utilizar otros medios para encontrar una salida a esta situación de indeterminación y angustia concomitante. Freud (1914/1991b) consideraba la relevancia de los maestros y profesores como sustitutos del padre y responsables de la salida del adolescente al mundo. Actualmente el prestigio del cuerpo docente y su autoridad están erosionados, convirtiéndose su discurso en algo banalizado y desacralizado, instalado en el mismo plano que el de los mass media (Lipovetsky, 2007; Müller, 2004).

Observamos la ruptura o fragilidad del lazo social (Pujó, 2011) como expresión de una “era del vacío” donde el sexo continúa en la línea del hiperconsumo y la ley de la economía de mercado (Cottet, 2008; Lipovetsky, 2000). Los adolescentes se comportan en consecuencia a partir de imperativos signados por pautas semejantes a las que rigen en el ámbito deportivo y empresarial. La emergencia de esta nueva economía de goce propia de la estructura de discurso del capitalismo se centra en la liberación de los objetos de consumo y su vinculación con un superyó tiránico que exige gozar siempre más. En este contexto hedonista la exigencia de gozar como norma impone su ritmo de modo dominante e intenta desterrar al malestar y al sufrimiento.

En consonancia con estas dilucidaciones, la filiación ya no se presenta ligada a la inscripción en una cadena generacional, conferida por la institución familiar y reconocida jurídicamente (Brousse, 1998; Lacadée, 2011). La ineficacia simbólica del modelo tradicional y sus instituciones (Duschatzky & Corea, 2002) abona el terreno para que el joven, desorientado, busque en el grupo de pares un sentido de pertenencia y de identificación (Stevens, 2001, 2013). Sinatra (2014) hace referencia a estas cuestiones al afirmar la emergencia de nuevo tipo de identificaciones solidarias de la pulverización del Nombre del Padre propia de la época actual. Las llama identificaciones “líquidas”, en contraste con las diversas formas de las adicciones, sólidas.

4. La desorientación subjetiva en la adolescencia

El momento de separación de los significantes amo que sostenían al sujeto hasta entonces, implica para el adolescente la vacilación de lo que constituía su inserción en el mundo y, muchas veces, la desorientación resulta una expresión sintomática de la carencia o fragilidad de modelos identificatorios (Amadeo de Freda, 2015). Coincidimos con Cosenza (2009, p.47) cuando se pregunta cómo se las arreglan los adolescentes, en el contexto actual, con “este encuentro con lo real sin poder contar, en ciertos casos, con la relación estructurante del Nombre del Padre, con la función de orientación del Ideal del Yo y su función de regulación humanizante del goce”. La desorientación subjetiva puede conducir a diversas manifestaciones tales como determinadas formas de violencia (Goldenberg, 2008; Stevens, 2013), consumo de sustancias (Fernández Raone, 2016; Sosa, 2008; Stevens, 2003), anorexia y bulimia (López, 2014), agudas crisis de angustia (Quesada, 2010), intentos de suicidio (Dirección de Salud Mental y Adicciones 2012; Miller, 2015), autolesiones (Le Breton, 2011, 2014b), fugas y errancias (Lacadée, 2007; Le Breton, 2014b; Sauvagnat, 2004) y depresiones (Deltombe, 2010; Ehrenberg, 1998; Skriabine, 2006), entre otras. En el contexto de la hipermodernidad actual (Lipovetsky & Charles, 2006) muchos jóvenes, en vez de lograr hallar un sentido a su existencia, “un lugar y una fórmula” (Lacadée, 2007), se encuentran con “el abismo o la jungla” (Stevens, 2001), la inestabilidad, la incertidumbre o el riesgo (Müller, 2004).

De este modo, el adolescente, desorientado, se vale de los objetos de consumo (entre ellos, la droga), marcas en el cuerpo (López, 2014; Scaricabarozzi, 2013), bandas de adolescentes (Stevens, 2001, 2013), y nuevas formas de familia para sustituir la falta de ideales. Vemos en las mentadas “previas” al encuentro festivo en que los jóvenes toman alcohol, pudiendo llegar a graves cuadros de intoxicación, un intento por disminuir la angustia que produce no la ley de la castración sino la falta de un discurso que la sostenga (López, 2006).

En consecuencia, la problemática de “no saber qué hacer de sí mismo” (Naveau, 2016, p.140) propia de la adolescencia cobra una impronta muchas veces mortífera (Miller, 2015); en otros casos bordea el abismo depresivo o melancólico (Deltombe, 2010) o el desamparo (Cocooz, 2009). En esta coyuntura, la toxicomanía y el alcoholismo aparecen ilusoriamente como soluciones que borran las inquietudes y las manifestaciones de angustia (Fernández Raone, 2016). Recordemos que Freud (1930/1979b, p.78) ya advertía del uso del tóxico y de su función como lenitivo o medio para el logro de “una cuota de independencia, ardientemente anhelada, respecto del mundo exterior”. De este modo, el consumo de sustancias en los adolescentes actuales muchas veces agrava el problema de la marginación que atraviesan, en la medida en que suele acompañarse de efectos de identificaciones recíprocas y de compromiso con el grupo que reivindica una situación valorada ligada a la segregación, a la marginalidad (Deltombe, 2010; Naparstek, 2006; Stevens, 2001, 2013) y al no querer “saber nada” (Deltombe, 2009, p.102).

En función de la problemática de la adolescencia y de la desorientación subjetiva concomitante que puede emerger en muchos jóvenes, presentamos este trabajo. Trabajo destinado a indagar las dificultades relativas al despertar sexual, a la propia existencia vinculada con el Otro familiar y social, en relación con su incidencia sobre la elección de la continuación de los estudios o el ingreso al mundo del trabajo.

Consideraciones metodológicas

A continuación, a partir de un estudio de caso, analizaremos a un paciente que asistió al hospital especializado en donde realizamos la investigación mencionada en la que se enmarca este artículo.

La metodología utilizada nos permitirá mostrar hallazgos de especial importancia vinculados a la desorientación y a los cambios subjetivos que sólo se presentan después de haberse operado una rectificación subjetiva que posibilita la inscripción del síntoma en transferencia (Napolitano, 1999), que permite proporcionar un marco de interpretación, que entre otras cuestiones, esclarece el dilema de continuación de los estudios.

Las técnicas y procedimientos utilizados corresponden, en primer lugar, a las entrevistas preliminares y a aquellas propias del inicio y continuación del tratamiento, seguido durante dos años, propias del enfoque teórico freudo lacaniano, que orienta este trabajo. En segundo lugar a la exégesis de textos de diferentes disciplinas que han examinado el tema, que permitan precisar los resultados obtenidos.

Resultados

Los resultados que se ofrecen han sido considerados de acuerdo a la presentación
inicial y a las modificaciones sucesivas que aparecieron a lo largo del tratamiento,
con vistas a elucidar la articulación posible entre la demanda original y sus
transformaciones, particularmente con respecto a la incidencia de la rectificación subjetiva en la elección de carrera. Para ello se han distinguido diferentes aspectos a ser considerados, emanados del corpus de entrevistas y de textos examinados.

1. Leonardo: fragmentación de la novela familiar y cambios vocacionales

Ordenaremos este apartado en función de las distintas temáticas surgidas del análisis de las entrevistas realizadas, seleccionadas en función de los objetivos de este trabajo.

1.1. El consumo y las preguntas sin respuesta: el encuentro con un agujero en el saber

Leonardo (en adelante L.), de 19 años, consultó espontáneamente al hospital especializado por el uso y abuso de sustancias. En la primera entrevista justificó su consumo excesivo por experiencias que consideraba de fracaso: la separación de su novia de la adolescencia y sus dificultades para aprobar materias en la carrera universitaria que había iniciado. Como dato adicional agregó que su padre había muerto cuando tenía 5 años, por una sobredosis de drogas.

L. consumía marihuana y alcohol desde los 14 años, que relacionaba con “el tiempo en el que uno aprende a ir tomando responsabilidades”. Recordaba que antes de ese momento, a partir de los 10 años, surgieron preguntas vinculadas con la sexualidad, frente a las que no encontraba respuestas. Lo que entonces apareció fue la necesidad de tener presente a su padre, para que pudiera responderle y orientarlo, lo que nos recuerda los planteos esgrimidos por Lacan (1957-58/2004) y Miller (1998) con referencia a la función paterna en este momento de la vida. L. lloraba por no tener a su padre. Todos lo tenían, se rebelaban contra él, “yo quería tener problemas con la figura de la autoridad”, refería en las entrevistas.

Más adelante recordará que durante su infancia vivió sin límites, con su madre y muy apoyado por sus abuelos, para ellos era “un niño perfecto”, agradaba a todos. Las dificultades surgieron cuando se introdujeron ciertos problemas relacionados con el sexo. No pareció haber resultado suficiente cierta ayuda brindada por un tío, necesitaba un padre, es más, hablaba con él “como la gente habla con Dios”. Este período de angustia y silencio llegó a su fin cuando probó la marihuana y el alcohol, que le permitieron olvidar todas las preguntas y todo malestar.

1.2. El temor al fracaso y la droga como recurso

L. mencionaba la significación de haber desaprobado una materia de la facultad, que lo llevó a ingerir grandes cantidades de alcohol. Planteaba su imposibilidad de “soportar el fracaso” ya que toda su vida había sido considerado “perfecto” por sus amigos y su familia. Esgrimía esta razón para no haber hablado de lo que le sucedía, ya que indicar algún problema a otro implicaba “debilidad”. Reiteradas veces señaló su dificultad de “poder hablar” y de “comunicarse con los demás” más allá de sus amigos y su círculo familiar. “Nunca pude hablar de nada, nunca, de nada”, insistía al principio del tratamiento. Coincidimos con lo que Freud (1930/1979b) señaló sobre la función del tóxico: la droga le había servido a L. como modalidad de diversión, recreación, escape, evasión y olvido, aunque ahora reconocía advertir sus efectos negativos. Se manifestaba con culpa por el consumo, tenía “remordimientos”, incluso sueños vinculados a su relación con las sustancias lo hacían sentir culpable. Pero, por otro lado, desde que había dejado de consumir, se sentía inseguro, temeroso, angustiado, le costaba asumir desafíos como dar un examen en la facultad.

Debemos mencionar que, junto con la concurrencia a las entrevistas psicológicas individuales, L. comenzó a asistir a los dos encuentros semanales del grupo de autoayuda del hospital. La transferencia lateral favoreció durante todo el tratamiento el fortalecimiento y posible cristalización de una posición donde la falta de implicación subjetiva denotaba la dificultad para cuestionar y problematizar su presentación sintomática.

1.3. Cambios en la posición subjetiva: “el consumo es el árbol”

Durante seis meses L. asistió a dos entrevistas semanales y a las del grupo de autoayuda. Transcurrido ese período, planteó su intención de abandonar el tratamiento, “cerrar una etapa”. Entendía que ya no deseaba “consumir más” y que asistir al hospital significaba continuar ligado a una problemática que no consideraba actual. Hacía dos semanas había dejado de concurrir al grupo referido. “El consumo es el árbol” (refiriéndose a la frase que indica “el árbol impide ver el bosque”) repetía, en alusión a la posible función del consumo como un elemento que no le permitía “ver” otras cuestiones. También hacía referencia a su dificultad para hablar en este espacio de ciertas “cosas” que le daban vergüenza. Hacía alusión a un episodio al que denominó “abuso” que no le había comunicado a nadie, sólo a su madre. “Parece a propósito, ahora que digo de no venir más te cuento esto”, dijo sonriendo.

En este punto efectué una intervención planteándole la posibilidad de continuar con el tratamiento pero indicando que no debía estar enmarcado y orientado obligatoriamente por su malestar ligado al consumo de sustancias. Finalmente, L. se presentó en la próxima entrevista sin volver a mencionar el uso de drogas. Ahora su problemática se centraba en su inhibición para poder rendir examen; en su intención de comenzar actividades recreativas que nunca llegaba a realizar; el no poder concentrarse en el estudio y en su dificultad para “ordenarse” con respecto a horarios académicos y laborales. “No es por falta de interés ni porque fracasé, es porque ni siquiera lo intenté”, subrayaba. Relataba que había empezado un curso de cine y que empezaría a cursar en la facultad. Sonriendo, advertía, “vamos a ver, vamos a ver, no quiero anticiparme”, dejando en suspenso este nuevo inicio, donde la droga ya no aparecía en su queja. Mencionaba “En el tiempo de consumo no me importaban las cosas, ahora las cosas me importan más y me da más inseguridad”. Revelaba la posibilidad de estudiar y organizarse sin la sustancia como partenaire y lenitivo en su accionar diario, planes y proyectos que paulatinamente comenzaban a emerger.

Las entrevistas continuaron durante el siguiente año, aunque más cortas que en un inicio. Nuevamente y por primera vez desde que estaba en tratamiento, teniendo en cuenta que ya no consumía, expresaba sus dificultades de presentarse a un examen en la facultad. Exponía las diferentes razones por las cuales experimentaba grandes “expectativas” con el resultado. “La presión” que él mismo se imponía para rendir, los dos años que había “perdido” de estudios, más allá de aprobar una materia, la opción de no presentarse, la posibilidad de fracasar en su intento. Intervine señalando su posición subjetiva frente a cualquier decisión que tomara con respecto a la futura instancia de evaluación. Respondió afirmando que al fin y al cabo era “su” problema, en un intento de implicarse y asumir una responsabilidad sobre aquello que lo aquejaba. En el siguiente encuentro se presentó con un talante alegre: había rendido y aprobado la asignatura con una calificación sobresaliente. La inhibición de acudir a la evaluación había desaparecido, al menos momentáneamente, ya no se “quedaba en blanco” como la última vez que se había presentado al examen.

1.4. La identificación a las insignias paternas

En el curso de las entrevistas retornó el tema de su padre, del que sabía muy pocas cosas, sólo por las palabras de su madre y su abuelo. En ocasiones tenía fantasías de suicidio asociadas al modo en que había muerto su padre y expresaba: “A veces cuando estoy mal pienso que podría darme una sobredosis”. Sólo encontraba retazos de la figura de su padre, de quien le habían dicho que lo “malcriaba, lo “quería mucho y era un vago”. En muchas circunstancias, durante su temprana adolescencia le hablaban de “portación de apellido”, refiriéndose a su parecido con su padre, por ser como él. Había sentido cierto permiso para fumar marihuana, ya que pensaba “si mi padre se drogaba…”. Recordó que insistía en las preguntas sobre él, pero como la familia no le respondía dejó de preguntar. Remarcaba que sólo le había quedado la “portación de apellido”, “el apellido paterno pesa”, como si encontrara una forma de transmisión de rasgos negativos, ya que su abuelo paterno “también era un desastre”.

1.5. Inhibición, desorientación subjetiva y (re)elección vocacional

L. continuó con el tratamiento por más de un año, aunque con ausencias reiteradas, hasta que finalmente dejó de concurrir. Luego de seis meses regresó, sin turno previo. Se presentó con su madre y solicitó una consulta. Se encontraba angustiado, se quejaba de sentirse muy mal, se lo notaba deprimido, con un desgano e inhibición general, no quería hacer nada. Se mostraba muy desorientado, ya que había dejado todo lo que había empezado. Planteaba que quería abandonar la carrera y empezar otra, que era la que siempre le había “apasionado”. Deseaba retomar el tratamiento, pero esta vez su inicio ya no estaba delineado por ningún significante vinculado al consumo. Expresó su malestar a la vez que se preguntaba por qué había elegido esa carrera universitaria anteriormente y dudaba si finalmente debía inscribirse en otra abandonando la primera. Intervine recordándole sus dichos del año anterior: su interés en esa carrera por su ligazón con la política a partir de largas charlas con su abuelo materno. “No me acordaba”, indicó, a lo que agregó que luego de haber trabajado en el ámbito de la política durante unos meses, se encontraba “desencantado” de la misma. La caída del ideal vinculado a su elección profesional se vinculaba con un viraje hacia otra carrera. En la segunda entrevista después de los meses de ausencia también precisó que se hallaba “preocupado” por las dificultades para contactarse con su tía y abuela paternas, quienes vivían en un campo que le correspondía legalmente. Era la única “herencia” que le había dejado su padre, “es la ley”, enfatizaba con respecto al valor de la filiación y la sucesión. Enlazando ley, padre, herencia, elección y futuro, L. acudió a la consulta con interrogantes diferentes a los que inauguraron su tratamiento, abriéndose en el horizonte la posibilidad de un inicio de análisis. Por otro lado, estaba decidido a cambiar de carrera, su elección había estado motivada por sus preocupaciones por la legalidad de su filiación, ahora encontraba otros intereses y creía que había logrado una nueva orientación, una vocación que siempre había estado presente, pero que parecía haber olvidado. Más adelante reconocerá que lo que finalmente lo llevó a decidirse acerca de la nueva carrera fue la oferta velada de su madre de elegirla. De este modo, afirmaba “Mi vieja me dio la seguridad, la decisión”. La razón por la que creía que era el otro el que debía tomar la decisión se vinculaba con “la culpa” y la posibilidad futura de “fracaso”.

Conclusiones

El análisis de un caso clínico como el de L., a partir de la orientación teórica seleccionada, nos ha posibilitado dilucidar algunas cuestiones inherentes a la problemática que se presenta en muchos jóvenes hoy. Nos hemos circunscripto especialmente a las dificultades que experimentaba respecto de su elección vocacional, a su desorientación general y a su uso de la droga que suspendía cualquier decisión o la emergencia de un posible interrogante. L. muestra así una respuesta condicionadas por el Otro familiar y cultural, pero también por el derrotero infantil y el lugar singular que ocupó para su madre.

Recordemos que L. era un “niño perfecto”, rodeado y amparado por la familia materna. El encuentro traumático con el sexo a los 10 años de edad, al que consideró “un abuso”, le abrió las preguntas sobre la sexualidad. Como consecuencia surgieron interrogantes sobre su padre ausente e idealizado, sobre el que sabía muy poco a partir del relato materno. Relato que siempre lo presentaba con rasgos negativos con los que L. se identificaba, buscando una brújula para su desorientación.

El recurso a la droga en su adolescencia fue una manera de olvidar los problemas, lo insoportable de una inhibición y una parálisis que lo afectaba tanto en sus elecciones amorosas como vocacionales. Buscaba de diferentes formas las referencias identificatorias que le permitieran encontrar un camino. Pero fracasaba y se hundía en la depresión, especialmente cuando ya no tenía el alcohol o la marihuana que le permitían a la vez tener un sueño tranquilo y sentirse más cerca de su padre, que murió por una sobredosis, como se señalara precedentemente. El ideal materno del “niño perfecto” resultaba en este momento cuestionado cuando se vio enfrentado con un momento de elecciones y decisiones. Esto se traducía en una sensación de fragilidad que lo hacía temer fracasar, de allí su fatalismo, incluso sus fantasías suicidas.

L. parecía encontrarse a la deriva, ya no le servían las referencias que encontraba en los otros, su división era extrema, no había “fórmula” (Lacadée, 2007) que lo ayudase a encontrar soluciones rápidas. La oferta de asistencia a un grupo de autoayuda, que frecuentaba semanalmente, funcionó como transferencia lateral al dispositivo terapéutico. De este modo obstaculizó las posibilidades de rectificación subjetiva.

En el curso del tratamiento, por el contrario, pudo lograr tomar algunas decisiones que le marcaron un nuevo rumbo y despertaron su interés. El duelo por la ausencia del padre no había terminado aún. La búsqueda de insertarse en una filiación a partir de rasgos mortíferos (ser un “adicto, un “vago”, un “desastre”) se fueron modificando, progresivamente, y el camino que se esbozó para él fue de tipo sublimatorio: estudiar una carrera universitaria relacionada con cuestiones que reconocía que estaban estrechamente vinculadas con sus orígenes familiares, pero de otra manera, después de la caída de las identificaciones que lo mantenían fijado a los rasgos mortíferos de los significantes con los que había fabricado un padre a partir de su ausencia, aferrándose al discurso familiar.

Finalmente, deseamos destacar que el caso examinado, nos ha permitido aportar, desde nuestro marco teórico, elementos de juicio que pueden contribuir al esclarecimiento de la problemática de la elección o reelección de carrera y su posible orientación.

Enviado: 25-8-2017
Revisión recibida: 2-10-17
Aceptado: 30-10-17

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