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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas  no.8 Mendoza Jan./Dec. 2006

 

Leopoldo Zea: comprender para comunicar

Leopoldo Zea: Comprehend to Communicate

*María Elena Rodríguez Ozán
Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen
El trabajo constituye un homenaje a Leopoldo Zea, preparado a instancias de su colega y amigo Arturo Roig, con el propósito de resaltar la metodología y hábitos de trabajo de Leopoldo, relacionando su labor intelectual con su vida cotidiana. En este sentido se destacan su memoria prodigiosa y el hecho de que su trabajo estuviera condicionado por su personalidad. Era un intelectual intuitivo, con gran capacidad de síntesis e ingeniosa réplica para contestar en las numerosas polémicas en que participó. A través de sus libros y de una intensa actividad desplegada en numerosísimos viajes, logró que el interés por América Latina se extendiera por todo el mundo. Siguiendo a Gaos y a Ortega y Gasset, consideraba que es a partir de la propia circunstancia que se puede dar la tarea de entender al mundo. Comprender y comunicar son según Zea, las dos acepciones del término logos, que sirven de fundamento a la filosofía.

Palabras clave: Leopoldo Zea; América Latina; Comprender; Comunicar.

Abstract
This work is homage to Leopoldo Zea and was written at the request of his friend and colleague, Arturo Roig, with the purpose of emphasizing Leopoldo's methodology and work habits as an intellectual as well as in his daily life. We can point out his prodigious memory and the consistency of his work with his personality. He was an intuitive intellectual, with a great ability to synthesize and a talent for the witty reply in the numerous debates he took part in. Through his books and travels he extended the interest in Latin America all over the world. Following Gaos and Ortega y Gasset, he believed that understanding one's own circumstances enabled one to understand the world. To understand and to communicate were, according to Zea, the two meanings of logos that serve as a foundation to Philosophy.

Key words: Leopoldo Zea; Latin America; To understand; To communicate.

La invitación a participar en el homenaje a Leopoldo Zea, que me hace la revista Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas, es para mí motivo de gran gusto por varias razones. La primera y quizás la más importante es que esta iniciativa proviene de mi querido amigo de muchos años Arturo Andrés Roig. La segunda, y no por eso menos significativa, es que esta conmemoración se hará en mi lejana provincia, a la que me unen lazos muy fuertes que he tratado de mantener, a pesar de la larga ausencia de 44 años. De hecho he pasado más de la mitad de mi vida en mi país de adopción; sin embargo, Mendoza, la Universidad de Cuyo y los amigos que me quedan de esa época han seguido siempre presentes.

En el tiempo transcurrido desde la muerte de Leopoldo, en junio de 2004, lo han recordado de diferentes maneras en las instituciones de cultura a las cuales estaba ligado. El primer gran homenaje se lo hizo su universidad. El Dr. Juan Ramón de la Fuente, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), presidió estos actos en los que participaron la Facultad de Filosofía y Letras, de la que había sido profesor emérito y director, el Instituto de Investigaciones Filosóficas, en donde fue investigador, la Coordinación de Difusión Cultural, de la que también fue director y especialmente el Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos (CCyDEL) del cual fue fundador y al que siguió ligado hasta el final de su vida.

En abril de 2005, la Fundación Rómulo Gallegos de Caracas, Venezuela, lo recordó con una serie de conferencias y una exposición como el promotor, ante el gobierno de su país, de la creación del Centro de Estudios Latinoamericanos que llevaba el nombre del gran escritor venezolano Rómulo Gallegos. En septiembre, con motivo del XII Congreso de la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y el Caribe (FIEALC), en el Instituto Italo-Latinoamericano (IILA) de Roma, la Comisión Organizadora, presidida por Ricardo Campa, le hizo un emotivo reconocimiento que incluyó conferencias magistrales, ponencias, una publicación: Leopoldo Zea y la Cultura, una exposición fotográfica de su vida y una mesa redonda. Esta última se dedicó a la participación de Zea en la Sociedad Europea de Cultura (SEC) con sede en Venecia, de la cual fue el primer Vicepresidente latinoamericano, y en la que dejaron su testimonio las autoridades de la SEC.

En octubre, fue la Universidad Nacional Kapodistríaca de Atenas, en Grecia, que en 1986 le había otorgado el Doctorado Honoris Causa, la que le rindió un emotivo y concurrido homenaje.

En Mendoza han sido la revista Cuyo, del Instituto de Filosofía Argentina y Americana de la Facultad de Filosofía y Letras, y ahora Estudios del CRICYT (Centro Regional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Mendoza) las que lo han recordado.

A todos estos homenajes he sido invitada y he podido participar en ellos; en el caso de otros, como el que le hizo el XIV Seminario de Historia de la Filosofía Española e Iberoamericana, en la Universidad de Salamanca, en septiembre de 2004; el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Academia de Ciencias de China, en Beijing en octubre de 2004; el Consejo Mundial del Proyecto de Solidaridad José Martí en la Conferencia Internacional "Con todos y para el bien de todos" en La Habana, Cuba, en noviembre de 2005 o en la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile noviembre de 2005, lamentablemente no he podido estar presente, a pesar de la enorme satisfacción que me ha producido el que se realizaran.

La diversidad de regiones y foros académicos que tuvieron la iniciativa de hacer estos homenajes es buena muestra de que se cumplió uno de sus mayores sueños: hacer que el interés por América Latina se extendiera por todo el mundo.

En todas las ocasiones en que he participado, expresamente no me he referido a la obra de Zea. Durante muchos años trabajé en ella, además de colaborar en todas las actividades que él realizaba. A partir del comienzo de los años 80, cuando cambió mi relación personal con él, me aparté de la investigación sobre su obra, dedicándome a otros temas de historia de las ideas. No ocurrió lo mismo en mi trabajo académico, tanto en Cuadernos Americanos, la Coordinación de las Asociaciones que fundó, Sociedad Latinoamericana de Estudios sobre América Latina y el Caribe (SOLAR) y la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y el Caribe (FIEALC) o en sus investigaciones personales, en las que colaboré y lo acompañé hasta el final de su vida.

En esta oportunidad Arturo Roig me pide que hable sobre "la metodología y hábitos de trabajo de Leopoldo, relacionando su labor intelectual con su vida cotidiana". Me alegro que ese sea el enfoque. Indudablemente es algo que compartiré con gusto y del que puedo dar un testimonio. En cambio son muchos los investigadores que se han interesado en hacer el análisis de su obra y por supuesto con una perspectiva mucho más objetiva que la mía.

Conocí a Leopoldo en la Asamblea del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) que se celebró en Buenos Aires en agosto de 1961 y a la que asistimos muchos profesores de la Universidad Nacional de Cuyo. En esa época era profesora adjunta de la Cátedra de Historia de España, en la Facultad de Filosofía y Letras. Mi admiración por la obra de Historia Colonial realizada por el destacado historiador mexicano Silvio Zavala me impulsó a presentarme a él y hacerle saber de mi entusiasmo por su trabajo, al que había estudiado en detalle en los cursos de la carrera y que además utilizaba en mis clases del Colegio Universitario Central de la Universidad de Cuyo.

El Dr. Zavala, en ese momento Presidente de la Comisión de Historia del IPGH y Embajador de México en la UNESCO, me demostró inmediatamente su simpatía y se interesó en mi trabajo. Fue así como, con la enorme autoridad y experiencia que tenía, trató de demostrarme que en Historia de España y sobre todo en la época medieval, que era mi área de estudio, poco se podía hacer en la Argentina. Al decirle que también me interesaba la Historia de las Ideas, me presentó a Leopoldo, quien presidía ese comité en la Comisión de Historia y era Director General de Relaciones Culturales en la Cancillería mexicana. De ese modo y gracias a las becas que ellos consiguieron en la OEA, llegué a México en 1962, al Seminario de Historia de las Ideas en América Latina que impartía Zea en el Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Este Seminario era muy importante, por él habían pasado muchos distinguidos académicos de América Latina y de Estados Unidos como el peruano Augusto Salazar Bondy, el panameño Ricaurte Soler o el norteamericano Charles Hale, sólo por nombrar a algunos de ellos. El seminario tenía una veintena de alumnos, Abelardo Villegas era el profesor adjunto y entre mis compañeros me tocó el venezolano Domingo Miliani, Director fundador, muchos años después, del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas.

En ese 1962 mi interés académico fue la Historia de las Ideas, en especial en México, país al que había llegado y pensaba aprovechar al máximo para conocerlo y estudiar su proceso cultural, que me había impactado fuertemente.

A pesar de mis nuevos intereses, en el año 1963 fui invitada por un gran medievalista mexicano, Luis Weckman, a acompañarlo como profesora adjunta en un curso sobre Historia Medieval en El Colegio de México. Así llegué a esta prestigiosa institución de cultura en la que estuve durante 10 años.

En 1964 Leopoldo fue invitado a impartir en El Colegio un curso sobre Historia de las Ideas en Latinoamérica y lo contrataron para hacer un libro sobre América Latina en el Siglo XX, publicado más tarde por Alianza Editorial Mexicana en 1976 con el título de Dialéctica de la conciencia americana. El curso de Medieval ya había terminado y el Dr. Zavala había regresado de París para hacerse cargo de la Presidencia y me designó para colaborar con Zea como profesora adjunta.

En este momento tuve oportunidad, por primera vez, de acompañarlo en una tarea de investigación. No puedo dejar de comentar el desconcierto y las dificultades que esta etapa significó para mí. Yo venía formada en las técnicas de investigación que en esa época utilizábamos en las universidades argentinas. Además había estado un año en los cursos de Doctorado de la Universidad de Madrid, donde la investigación tenía métodos mucho más severos que en mi propia universidad mendocina. De golpe me encuentro con un investigador que ya tenía mucha obra y prestigio y que no seguía ninguno de los procesos que me eran familiares. Zea tenía una memoria prodigiosa, envidiable. Leía el material y hacía una breve lista de las cosas que le iban interesando, y apuntaba algún somero dato bibliográfico. Cuando regresaba sobre el material era capaz de no solo recordar el libro en que lo había leído, sino la página y el lugar en ésta que necesitaba. No cabe duda que los primeros años esta metodología me costó un esfuerzo enorme, y, con los años logré, relativamente, seguirle el ritmo, apoyándome muchas veces en mi vieja metodología. Años después, leyendo un artículo de la esposa de Fernan Braudel en que relataba cómo las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial lo habían obligado a hacer el libro sobre el Mediterráneo sin ningún apoyo bibliográfico y pudiendo utilizar sólo su memoria, recordé mucho la metodología que, afortunadamente y en otras circunstancias, utilizaba Leopoldo.

Con el tiempo entendí que su trabajo estaba condicionado por su personalidad. José Gaos, su maestro, escribió que su investigación se podía comparar con un ovillo de lana del que se iba tirando la hebra sin saber qué iba a salir. Esta idea también la compartía Alfonso Reyes, a quien siendo Presidente de El Colegio de México, Leopoldo le llevó el primer ejemplar de Dos etapas del pensamiento en Hispanoamérica (de 1949). Al día siguiente lo llamó y le dijo que había leído el libro hasta muy noche, que era como una novela y que quería saber cómo acababa.

Era un intelectual intuitivo, muy rápido para captar ideas, que asociaba con gran facilidad las lecturas políticas de las publicaciones. Su labor permanente como editorialista en la prensa le hizo desarrollar una buena capacidad de síntesis. Además tenía una ingeniosa réplica para contestar en las numerosas polémicas en que participó.

Su preocupación cultural lo volvió un incansable promotor editorial. Son numerosas las colecciones que inventó o en las que simplemente participó. Era muy raro que se negara a colaborar en las publicaciones que se lo solicitaban, tanto en México como en el extranjero, lo que constituía una carga de trabajo considerable, que podía realizar, precisamente, por la agilidad que tenía.

Durante toda su vida mantuvo una memoria visual increíble que en los últimos años se convirtió en un enorme sufrimiento. La edad le afectó la vista, una lesión en la retina le empezó a quitar paulatinamente la posibilidad de leer y aunque muchos de los últimos trabajos era yo la que le leía, nunca pudo superar la angustia que le producía no poder leer él como siempre.

Otra característica de su trabajo era el horario en que lo realizaba. Iniciaba el día muy temprano, de tal manera que cuando llegaba a El Colegio de México, alrededor de las nueve,

ya llevaba muchas horas leyendo. A mitad de la mañana iba a los diferentes cargos que tuvo en la Universidad o en la Cancillería pero para entonces su investigación personal ya estaba bastante adelantada. Este ritmo lo retomaba en las tardes y fue otra de las cosas que con el correr de los años resintió mucho, porque ya no le fue posible seguir trabajando así. Lo que no vi nunca fue que escribiera o leyera por las noches.

El quehacer académico lo compartía con otra de sus grandes pasiones: los viajes. Quería, de ser posible, conocer todo el mundo y de hecho casi lo logró. Hasta el final me reclamaba el que yo no quisiera acompañarlo a Australia y esto era una faltante importante, según decía. Con los años me parecía terrible la cantidad enorme de horas de avión que tarda el viaje desde México. Así lo invitaba a ver Australia en películas.

Afortunadamente había tenido muchísimas oportunidades de recorrer el mundo. En 1961 integró la misión mexicana que dio toda la vuelta al África, después del proceso de descolonización, excepto Sudáfrica, con la cual México no tenía relaciones debido al apartheid. Quizás la región a la cual más iba era a Europa, los últimos veinticinco años me tocó acompañarlo por lo menos todas las primaveras y los otoños. Numerosas instituciones de cultura lo invitaban y para él participar en diferentes foros era un estímulo importante en su vida intelectual. Siempre decía que la visión que los extranjeros tienen de Latinoamérica nos debe interesar, sin que esto signifique que tengamos que adoptar sus puntos de vista.

De los numerosos viajes que hicimos quiero recordar algunos que fueron especialmente originales. Estábamos en la ex Unión Soviética en 1991 cuando se suprimió al Partido Comunista como órgano oficial del Estado. Nos encontrábamos en una reunión de la Sociedad Europea de Cultura de Venecia y el momento fue muy impactante para los numerosos miembros, la mayoría europeos.

Tiempo después, y cuando se independizaron los países bálticos, fuimos a Estonia, allí había un antiguo investigador del Instituto de América Latina de la Academia, de Moscú. Este estoniano, que finalmente había regresado a su país, le organizó un hermoso homenaje que incluyó una cuarta de plana del periódico más importante, porque coincidía nuestra visita con el 30 de junio, fecha del cumpleaños de Leopoldo. Además de ver la maravillosa ciudad medieval, Tallim, que es la capital, tuvimos oportunidad de disfrutar las fiestas nacionales, en las que desde muy antiguo participa todo el pueblo en coros y danzas. Lucen todas sus antiguas ropas y adornos que después guardan para volver a ser estonianos modernos. La fuerza que esta tradición tenía, la reafirmación de su identidad cultural, lo hacía recordar a nuestros pueblos indígenas que, pensaba, podían mantener sus tradiciones sin renunciar a integrarse a la modernidad.

El Congreso de Americanistas en Estocolmo le permitió volver una vez más al Norte y llegar a Finlandia, país que le pareció un magnífico ejemplo de las tesis de su querido amigo Arnold Toynbee. Lo que habían hecho los finlandeses, desafiando el rigor de la naturaleza, también lo podíamos hacer los latinoamericanos, quizás en muchas casos con menos esfuerzos.

En esta visita a Helsinki pudo también satisfacer otra de sus grandes aficiones: seguir aumentando la colección de soldaditos de plomo de los diferentes períodos históricos. Especial interés tenía Leopoldo por los del mundo antiguo, medieval e incluso el renacentista. En los estantes de la abundante biblioteca que tenía, los ponía delante de los libros que correspondían a la época. En el hotel le dijeron que había un artesano, en un mercado callejero, que los hacía. Además de encontrarlos, cosa que representó para él una gran satisfacción, también tuvimos una interesante experiencia en este famoso lugar.

Así como estaba dispuesto a viajar a muchos lugares, lo que siempre le costaba decidir eran la visitas al vecino del Norte. No porque no le interesaran los Estados Unidos: ya en 1945 la beca Rockefeller le había puesto como condición que recorriera el país y estuviera en él por seis meses, período que aprovechó para investigar en la Biblioteca del Congreso. La Fundación Rockefeller respetaba las críticas que hacía a Estados Unidos, pero quería que conociera bien a esa nación. Durante todo el largo período de la Guerra Fría, las entradas en migración eran una verdadera tortura. Figuraba en todas las listas de los críticos del país, pero el que no fuera comunista y no llevara la visa especial que daban en esos casos, les creaba un desconcierto enorme que suponía horas de espera y consultas, incluso cuando llevaba pasaporte diplomático. En una oportunidad, en Colorado, después de dos horas en migración, finalmente el jefe de turno dijo: "Usted escribe y enseña comunismo", al negar Leopoldo esta afirmación, agregó: "bueno, entonces qué es lo que usted quiere". A lo que le respondió: "yo quiero para México lo mismo que usted quiere para Estados Unidos, si eso es comunismo, usted y yo somos comunistas". Ahí terminó la discusión con la pregunta "¿cuántos días se quiere quedar?". Con los años las autoridades mexicanas de consulados o la embajada lo tenían que esperar para evitar este proceso.

Las universidades estadounidenses, que evidentemente manejan otros patrones muy distintos, lo invitaron infinidad de veces e incluso le hicieron homenajes. A pesar de esto, las contradicciones que tienen en los Estados Unidos hacían que lo invitaran a cosas insólitas, como por ejemplo al lanzamiento del cohete con el primer hombre a la luna o a reuniones especiales en Washington, entre otras durante la administración del presidente Carter, de su asesor para relaciones internacionales Zbignew Brizinsky.

Desde comienzos de los años 60 le interesaba especialmente la relación con el Pacífico. Decía que desde la época española la vinculación de México con el oeste era una constante. Las Filipinas fueron colonizadas desde este país, llevando en la famosa Nao Filipina a muchísimos mexicanos a quienes incorporaron para fortalecer la tripulación de los barcos. Como Director de Relaciones Culturales hizo un nutrido programa para enviar a intelectuales mexicanos a Asia recorriendo especialmente Japón, Filipinas, Indonesia y la India. En este último país contaba con el apoyo y entusiasmo de su amigo de muchos años, Octavio Paz, que era el embajador.

En 1995 fue invitado a conocer China. Este viaje fue muy importante para Leopoldo. A fines de los años 50 ya lo habían invitado pero las autoridades del Instituto de Filosofía, donde era investigador, no creyeron conveniente esta visita. Desde entonces, y tras haber viajado por Asia varias veces, tenía un interés muy especial por llegar a China. El Congreso de la Federación en Taiwán, hizo posible este anhelo. El Instituto de Estudios Latinoamericanos de la academia china en Beijing lo invitó a visitarlos y a conocer el país. Los primeros días veía con mucha atención todo hasta que, a la mitad del viaje, me expresó que estaba muy contento. Ya no le eran ajenos los chinos ni su país, creía entender lo que querían y también sentía haber asimilado el cambio cultural.

La historia estuvo muy presente en la obra de Zea. Su quehacer filosófico no lo entendía sin el contexto histórico para él fundamental en toda reflexión. Siguiendo a Gaos y por supuesto a Ortega y Gasset, es a partir de la propia circunstancia que se puede dar la tarea de entender al mundo. Comprender y comunicar son, según Zea, las dos acepciones del término logos, que sirven de fundamento a la filosofía.

Este interés lo llevó a aficionarse a las novelas históricas. Son innumerables las obras que leyó y siempre las disfrutaba mucho.

Otra de las expresiones de la cultura por la que tenía una verdadera pasión era la música. Con una formación musical muy sólida ha dejado una enorme discoteca que quiero donar en su nombre a Radio Educación, para que se divulgue. Este era otro de los grandes atractivos que encontraba en Europa. A pesar de su poca paciencia era capaz de pasar muchísimo tiempo para conseguir entradas a los teatros de ópera, ballet o conciertos.

Desde niño le había gustado muchísimo el cine y veía las películas más variadas. Los adelantos tecnológicos, en los últimos años, le ayudaron a compensar, en parte, la frustración de no poder leer mucho tiempo. Grababa películas y sobre todo podía tener los clásicos del cine que más le gustaban y repetirlos las veces que quería. Siempre me decía que cuando me quedara sola podía poner un video-centro.

Antes de cerrar esta breve semblanza me gustaría comentar cuál era su relación con mi querida provincia. A la Argentina había viajado desde 1945, especialmente a Buenos Aires, en donde estuvo varios meses con la beca Rockefeller, para investigar el romanticismo y el positivismo. En cambio a Mendoza llegó en 1956, invitado por la Universidad Nacional de Cuyo. El momento no pudo ser peor, los profesores nos encontrábamos embarcados en una de las tantas huelgas a que nos obligaban los vaivenes de la política. Después fue varias veces más con invitaciones que generalmente le hacía la Universidad.

Desde comienzos de los años 80 me acompañó todos los años. Los vínculos familiares se hicieron cada vez más sólidos y además yo no concibo ir a la Argentina sin llegar, aunque sea muy brevemente, a mi ciudad. En el último año de su vida me hizo hacerle una promesa que me pareció factible cumplir y que después me ha costado muchísimo. Quería que lo cremaran. Esta práctica muy divulgada en México se estila poco en Argentina. Aquí contribuyó mucho a implantarla la Iglesia Católica, cuando suprimió la prohibición de incinerar a los muertos y comenzaron a hacer nichos en las iglesias, en donde por supuesto sólo se pueden poner cenizas.

Leopoldo quería que sus cenizas las dejara en varios lugares de América Latina. Recuerdo que en el Congreso de la Federación en Osaka Japón, unos meses antes de su muerte, a los amigos a quienes se los comentaba, le hacían la broma de que me dejara un pasaje de avión abierto para que pudiera cumplir. Así es como he dejado cenizas en Buenos Aires, en la Plaza Francia, en Mendoza en la plaza Independencia, en Chile, en el Valle del Elqui, en la tumba de Gabriela Mistral, pensando que en 1987 él ganó este premio de cultura en la OEA. Una de sus nietas ganó un concurso de ecología y la llevaron al nacimiento del río Amazonas en Perú, ahí dejó también cenizas y resolvió que como a su abuelo le gustaba mucho Machu Pichu, también llevó. El Congreso de SOLAR, en Río de Janeiro, me permitió llevar unas y dejarlas en la playa de Copacabana, frente a la casa de su querido amigo, su hermano, como decía siempre, Darcy Ribeiro. Cuando el homenaje que le hicieron, en abril de 2005, en Caracas, en el Rómulo Gallegos, llevé unas cenizas que dejé en la Plaza Simón Bolívar, frente a su monumento y recordando lo mucho que admiró al Libertador.

En noviembre de este año será el X Congreso de SOLAR, en la Habana, Cuba. Con las cenizas que llevaré y las que dejaré en la UNAM voy a terminar con este, que me ha resultado penosísimo encargo, y al que accedí como un homenaje a los muchos años felices que me brindó.

*La autora
María Elena Rodríguez Ozán es docente en la Universidad Nacional Autónoma de México del Seminario de Historia de las Ideas Iberoamericanas, Facultad de Filosofía y Letras (posgrado), desde febrero de 1964 hasta la fecha, de Historia de las Ideas en Latinoamérica, Facultad de Filosofía y Letras, desde marzo de 1965 hasta la fecha y de Historia de Latinoamérica siglo XX, desde febrero de 1970 hasta la fecha. Ha dirigido numerosas tesis de posgrado sobre temas de Historia de las Ideas Americanas. Se desempeña como Jefe de Asuntos Internacionales del Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, UNAM desde enero de 1980 y Editor académico de la revista Cuadernos Americanos, publicación bimensual de la UNAM desde julio de 2004. Entre sus publicaciones recientes se cuentan: Visión de América Latina, Homenaje a Leopoldo Zea, Fondo de Cultura Económica, IPGH, CONACULTA, INAH, México, 2003; El cambio del viejo mundo empieza en el nuevo mundo, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2004; Globalización y Tercer Milenio, Instituto Panamericano de Geografía e Historia y Fondo de Cultura Económica. Texto resultado del proyecto PAPIIT IN400300, México, 2002. "Resistencia de los marginados", (En prensa); tuvo a su cargo la Coordinación del libro de Leopoldo Zea, El nuevo mundo en los retos del nuevo milenio, Editorial Monte Ávila, Caracas, Venezuela, 2004. Ha publicado numerosos artículos en revistas de su especialidad y ha participado en numerosos congresos y reuniones científicas en México, Argentina, Perú, Ecuador, Japón y otros países.

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