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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas  no.8 Mendoza Jan./Dec. 2006

 

La democracia ¿necesita razones y ética?1

Comentario al libro de Marcos Roitman: Las razones de la democracia en América Latina

* Horacio Cerutti Guldberg
Universidad Nacional Autónoma de México

"Fenomenología del ladino de mierda [...] La imagen del 'ladino de mierda' me la sugirió un ensayo de Luis Cardoza y Aragón en el que, entre otros puntos, discute la cuestión de la memoria histórica de la sociedad guatemalteca". Helio Gallardo, Fenomenología del mestizo [violencia y resistencia]. San José, Costa Rica, DEI, 1993, (111 y 113).

La lectura del libro de Marcos Roitman no pudo menos que recordarnos el de este texto del epígrafe, muy poco conocido, de otro querido amigo chileno, Helio Gallardo, quien con mucha fuerza y buena argumentación reivindicaba en el lejano '92 las luchas de nuestros pueblos originarios.

El libro que hoy nos convoca tiene, entre otras, una ventaja evidente respecto de diferentes publicaciones actuales dedicadas a (re)pensar la democracia desde esta América. Los lectores quedamos atrapados de entrada por un poderoso anzuelo: el prólogo de Pablo González Casanova. Allí se nos dice, por de pronto: "A lo que con C. Wrigth Mills podríamos llamar su imaginación democrática, Roitman añade una pasión incontenible por alcanzar los más profundos sentidos del término democracia y de sus significados como poder del pueblo y como parte de procesos más amplios como la liberación de las naciones dependientes..." (p. 7). Después de concluir la lectura de un prólogo que así comienza, es muy difícil no morder más fuerte el anzuelo y sumergirnos más todavía en el agua para buscar y rebuscar indicios donde afirmar mejor preguntas que nos son comunes, compartir anhelos, sueños diurnos, pasiones y compromisos.

Las razones de la Democracia en América Latina reúne cinco trabajos elaborados, según advertimos entre líneas, en diferentes momentos, aunque sólo uno tiene mencionado a pie de página su fecha correspondiente: 1991. Es importante no olvidar la referencia de fondo a esos contextos coyunturales aludidos en cada uno, para que podamos valorar adecuadamente en la lectura el esfuerzo del autor.

El primero de estos trabajos, "Pensar la democracia", tiene prácticamente la extensión de los otros cuatro juntos. Sin embargo, como dice González Casanova el "libro se va radicalizando conforme ésta [la democracia en teoría y práctica] se radicaliza" en América Latina (p. 7) y, todavía añade más adelante, "con la profundización teórico-práctica de los movimientos [sociales], el libro se profundiza" (p. 8). Los lectores nos vemos llevados, desde esas primeras y fundamentales cuestiones procedimentales en el tratamiento de la democracia, a un segundo trabajo que examina los modos básicos en que ha sido considerada la cuestión entre nosotros: el porqué y el para qué de la democracia. En un tercero, el autor critica el mito de la superioridad étnico racial y propicia una democracia multiétnica. En un cuarto, en el intento por brindarnos una reconstrucción básica de la lucha por la democracia en la segunda mitad del siglo pasado, casi nos proporciona un sugerente panorama de todo el siglo. Finalmente, en el quinto, contrapone una mera integración económica a la anhelada y nunca acabada construcción de nuestra unidad política.

Marcos Roitman pone en ejercicio diversas estrategias para avanzar en su esfuerzo teórico y nos invita, valientemente, a ser críticos y muy autocríticos respecto de una intelectualidad institucionalizada y servil a las inercias del sistema dominante, esos "ingenieros" de lo que ahora se denomina eufemística y presuntuosamente gobernabilidad, la cual siempre ha sido algo así como lo que, sencillamente expresado, reza: "no se nos salgan del guacal".

Una de las estrategias de Roitman consiste, si bien hemos entendido su esfuerzo, en reconstruir los "relatos" de la dominación. Así, los lectores disfrutamos de su reconstrucción crítica del "lenguaje unívoco" del gattopardismo dominante. Un discurso "cuyo mensaje es la derrota y el fracaso del pensar crítico" (p. 27). Los "robots alegres" (de Wright Mills, p. 19) no pierden el tiempo releyendo a los clásicos (cf. pp. 15, Merton 16 y 24), a lo más pueden ocuparse "jugando" a la democracia, jamás cuestionando y menos modificando las reglas del juego (cf. pp. 54, 65, 66), practicando un "conformismo" sumiso, actuando como "títeres" (p. 29), sin conciencia emancipada, consolidando un colonialismo interno que se expresa en mitos monoétnicos reforzadores del temor a la "indiada" (p. 173), etc. Quizá un momento crucial de esta reconstrucción tenga que ver con la pretensión despolitizadora al máximo de la democracia, denunciada en la ironía del recordado Agustín Cueva, cuando señalaba: "se ha pasado del modo de producción capitalista al modo de producción democrático" (cit. en p. 144). Estas modalidades de elusión, deformación y manipulación constante de los anhelos y las demandas populares e indígenas por democracia aparecen provocativamente resumidas en cinco periodos como sigue.

1. En el régimen oligárquico se niega la viabilidad de la representación democrática;
2. En los regímenes nacional-populistas, el Estado condensa los valores nacionales, buscando regular administrativamente los contenidos de una democracia nacional-estatal;
3. En los regímenes desarrollistas se defiende la democracia como parte del mercado nacional y del desarrollo científico-técnico;
4. En los regímenes militares del decenio de los años setenta se eliminaron los contenidos democráticos, presentándolos como causa directa de la disolución de la nación y de los valores patrios; y,
5. En los actuales regímenes neoliberales, la democracia se concibe como meramente posible a fin de permitir su gobernabilidad, única función que se le asigna como medio para centralizar el poder político (p. 188).

Podríamos prolongar este seguimiento a lo largo de su texto. El saldo que queda es una especie de promesa democrática fuyente, permanentemente evasiva, una especie de continuo "hoy no se fía, mañana sí". Por supuesto, un mañana que nunca llega o, muchísimo peor, que se presenta paradójicamente como si ya hubiera llegado y fuera un presente continuo. Ateniéndonos a esta periodización, expresiones como "retorno" a la democracia -puestas de moda por la transitología- caen por su propio peso. Por lo demás, la crítica al discurso hegemónico se completa con una atinada revaloración de las siempre vigentes siete tesis equivocadas que planteara pioneramente en 1965 Rodolfo Stavenhagen, a las cuales Roitman les añade otras ocho relativa a la coyuntura actual.

Prolongando la estrategia de Roitman y sus propias sugerencias, podría sernos útil intentar aunque más no fuera un bosquejo de su propio relato y también de algunas características de su proceder, para poder avanzar en el aprovechamiento de su aporte reflexivo. Expresamente señala:

La democracia en el socialismo es una relación social que produce y, al mismo tiempo, una acción social cuyo fin es luchar por el bien común y el desarrollo colectivo de la ciudadanía política. Este es el relato político del socialismo. Relato que comparto ya que supone pensar en un hombre cuya naturaleza social está determinada por la existencia de una conciencia crítica que es capaz de actuar por medio del juicio ético.
Con estos requisitos impuestos para la formación del poder y del acto democrático es imposible que la democracia se resuelva en el capitalismo. Sólo en el socialismo es posible su práctica contingente (p. 124).

Hay entonces una revaloración de la historicidad y, con ella, de la contingencia ineludible de lo histórico. Lo cual deja abiertas las puertas para lo novedoso, lo alterativo, lo diverso y, por tanto, para un futuro que no sea más de lo mismo, como se decía en tiempos de la revolución nicaragüense, merecidamente destacada en el relato de Roitman. Por eso añade:

La democracia es una opción de poder cuyo objetivo radica en el acto de producirla continuamente. Es siempre coyuntura, acontecimiento (p. 88).

Y completa esta explicitación de su relato en otro lugar que consideramos clave:

Como práctica política, la democracia es un proyecto social ético, fundado en el bien común. Es un mandar obedeciendo (p. 262).

Si a estas consideraciones les añadimos su preocupación por no perder de vista los avatares del proceso histórico, la relectura serena y cuidadosa de los clásicos abrumándolos a preguntas desde el presente nuestroamericano -sin olvidarnos que es un latinoamericano en Madrid y eso le permite añadir interesantes énfasis a su reflexión (cf., por ejemplo, pp. 22, 45, 84, 95)-, su esfuerzo de recuperación del propio pensamiento e, incluso, de nociones de larga prosapia como "bien común" y "guerra justa" (cf. pp. 197, 209), su visibilización y recuperación de la satanizada noción de violencia estructural (p. 221), las capitales consideraciones de que el Estado produce "estatalmente la nación" entre nosotros (p. 187), la acción de su mano bien visible por cierto (p. 97), el que el conflicto de clase no sea suficiente para explicar la complejidad de lo real y haya que añadirle la cuestión étnica y de masas (cf. pp. 50, 132, 175, 176, 181, 184, 185), el que la gobernabilidad esté, finalmente, en función de la seguridad del Estado respecto de la sociedad a la que debería servir(cf. pp. 44 y 84), tenemos atrapados algunos de los ejes claves de ese relato.

Quedamos así en condiciones de intentar avanzar un paso más en nuestra lectura. Para ello es menester recordar dos importantes enseñanzas. Una de Pablo González Casanova y otra de Immanuel Wallerstein. El primero, no se ha cansado nunca de reiterarnos la relevancia del ejercicio teórica y prácticamente muy fecundo de la dialéctica. El segundo nos ha instigado a (im)pensar las ciencias sociales, en contra de divisiones disciplinarias administrativas con pretensiones presuntuosas de justificación epistemológica.

En cuanto a la enseñanza de González Casanova, queremos decir que si colocamos exclusivamente la dimensión ética y axiológica de nuestro lado, sin advertir las dimensiones valorativas que se juegan también en el campo contrario, nos perdemos en un ejercicio maniqueo que puede actuar peligrosamente como un boomerang. El deber ser no es sólo válido para nosotros. También los sectores hegemónicos tienen su deber ser y lo son, hegemónicos, justamente por su capacidad de imponer su deber ser al conjunto de la sociedad. En este sentido, es sumamente importante recuperar el aporte de Arturo Andrés Roig, cuando repensando desde nosotros a Kant y Hegel, reconceptualizó las nociones de eticidad y moralidad, para permitirnos herramientas de trabajo más sutiles. Nos enseñó así que la eticidad remite a la conjunción de valores del poder, a los deber ser impuestos por los sectores dominantes. La moralidad es, por su parte, expresión de los valores de la protesta, de la emergencia popular que procura la satisfacción de sus demandas, la realización de sus anhelos de justicia social y el reconocimiento de su dignidad humana. La cuestión entonces no es entre quienes tenemos valores y quienes no los tienen, entre quienes actuamos éticamente y quienes no, sino que la lucha se da también entre valores, entre eticidad y moralidad. Lo cual complejiza el acceso a lo real, pero impide que el conflicto ideológico se pretenda resolver en términos escuetos de: realismo por un lado y utopismo por el otro, para decirnos, en suma, lo que nos repiten los medios y, sobre todo, la caja imbécil a cada instante sin descanso ni tregua: no te separes de lo que no tiene ideología, de la realidad como tal, naturalizada. Y, mucho menos, intentes lo imposible: transformarla, porque pretender lo mejor conduce a lo peor o, en palabras de Popper, pretender el paraíso en la tierra conduce indefectiblemente al infierno. No es este el lugar de detenernos en ello, pero esto remite a las muy complejas y sutiles relaciones entre mito y utopía, tiempo y espacio y, por supuesto, a revisar las propuestas de George Sorel (cf. pp. 98, 99, 108, 168, 172, 76, 120, 215, 222). Es cuestión entonces de mantener con firmeza la propuesta llamémosle lingüística de Roitman y de reforzarla dialécticamente para percibir que las dimensiones éticas y morales, axiológicas, ideológicas y utópicas se manifiestan discursivamente y sólo pueden hacerse accesibles por esa vía, aunque, obviamente, sus consecuencias sean extradiscursivas y sus soportes prediscursivos. Lo cual exige un mayor esfuerzo dialéctico de nuestra parte para escudriñar las complejidades de la realidad sociohistórica. La emergencia social es la única que quiebra las totalidades opresivas vigentes y nos permite colectivamente colarnos por las grietas o fisuras de la dominación para abrir espacios de auténtica liberación. Así, los rejuegos panalescos (sin alusión a ningún partido político) de Bernard de Mandeville pueden ser efectivamente evidenciados en todos sus supuestos dialécticos (cf. p. 86).

Por el otro lado, si pensamos la integración poniendo de un lado la dimensión económica y del otro la política, concedemos demasiado. A la Wallerstein, convendría pensarla siempre de manera compleja y completa, porque la imposición de un cierto mercado común, excluyente de las mayorías, no es sólo una decisión económica. Es política, cultural, ética, ideológica, militar, etc., etc. y en todos sus multiformes frentes debe ser enfrentada. La construcción de la anhelada unidad de nuestra América es política y económica y educativa y científico tecnológica, etc., etc. Sólo se hará posible esa anhelada integración o unidad de diversidades por la acción coordinada desde abajo, desde las bases de nuestras sociedades en resistencia, en avance, en plena construcción de presentes y futuros otros, a partir de la recuperación crítica y fecundante de la propia historia.

Por eso, incluso, nos convendría afinar la terminología y hablar quizá de intelectuales sistémicos, más que de intelectuales institucionales, porque pocos nos salvamos de ejercer labores intelectuales sin apoyos institucionales y, en el proceso de transformación de la sociedad, no podremos prescindir de instituciones. No podremos evadir ni la lucha integral ni la construcción también integral de otra realidad, otros mundos, donde quepamos todos y todas.

En fin, repensar junto con Marcos Roitman las cuestiones que nos propone resulta así una tarea fecunda, urgente y renovadora. Su ejercicio de releer a los clásicos y también a parte de los nuestros, a los que hemos denominado en otros lugares 'nuestros maestros inmediatos': los recordados Agustín Cueva (ecuatoriano), Manuel Maldonado Denis (puertorriqueño), Ricaurte Soler (panameño), Sergio Bagú (argentino), etc., se verá enriquecido con la de quienes nos acompañaron y acompañan en intentos convergentes, sin menguar esfuerzos ni bajar los brazos durante los años duros. Ellas y ellos nos aportan también valiosos elementos en estos momentos esperanzadores de redespertar de las luchas emancipadoras en la región. Por recordar algunos otros nombres aparte de los ya mencionados, el uruguayo Yamandú Acosta, el nicaragüense Alejandro Serrano Caldera, la venezolana Carmen Bohórquez, el cubano Enrique Ubieta, el mexicano Rubén García Clarck, el yugoeslavo serbio Dejan Mihailovic, la argentina Estela Fernández, el boliviano Luis Tapia, el peruano Carlos Franco, la panameña Urania Ungo o el tico Eduardo Saxe Fernández.

Coincidimos con Pablo González Casanova cuando nos dice que "Marcos Roitman parece recordarnos, con Pascal, que la democracia, como valor, entraña razones que la razón [dominante] no comprende" (p. 7). Y también, plenamente con Marcos Roitman en su convocatoria implícita a continuar con vigor y energía renovados el esfuerzo racionalmente apasionado para acrecentar el acervo del pensamiento crítico de nuestra América, desde la praxis crítica (moral), emergente, de una resistencia cada vez más organizada y propositiva. Será corriendo esos riesgos, formando parte y haciendo nuestro modesto y riguroso aporte, que la aventura liberadora -antiimperialista y anticolonialismo interno- seguirá valiendo la pena.

* El autor
Horacio Cerutti Guldberg, desde 1982 a la fecha es Catedrático de la UNAM (Investigador en el Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos y Profesor en la Facultad de Filosofía y Letras). Entre 1996-1998 fue Presidente de la Asociación Filosófica de México, A.C. En 2006 recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad "Ricardo Palma", Lima, Perú, "por sus contribuciones para el desarrollo de una filosofía humanista latinoamericana". Entre sus publicaciones más recientes se cuentan: Configuraciones de un filosofar sureador. Orizaba, H. Ayuntamiento de Orizaba, Veracruz, México, 1ª reimpresión corregida (1ª ed. de 2005), 2006; Filosofía de la liberación latinoamericana. México, FCE, 3ª ed. corregida y ampliada (1ª ed. de 1983), 2006. Su obra ha sido analizada en el libro de Rubén García Clarck, Luis Rangel y Kande Mutsaku (coordinadores), Filosofía, utopía y política. En torno al pensamiento y a la obra de Horacio Cerutti Guldberg. México, UNAM, 2001.

Notas

1  Palabras en la presentación del libro en la librería "Octavio Paz" del Fondo de Cultura Económica el 23 de febrero de 2006, en la que participaron el Dr. Pablo González Casanova, el Dr. Isidoro Álvarez y el Dr. Miguel Ángel Velásquez.

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