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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas  no.9 Mendoza Jan./Dec. 2007

 

Apuntes para una crítica feminista de los atolladeros del género

On the notion of gender like a theoretical jam from a feminist view point

Alejandra Ciriza*
UNCuyo - CONICET

Resumen
Este trabajo procura hacerse cargo de algunas controversias en el campo de la teoría feminista a propósito de ciertos usos de la noción de "género" intentando asumir lo que considero algunos atolladeros teóricos. La revisión de los usos actuales de la noción de género se ha realizado bajo el supuesto  de que, lejos de haberse desencadenado el final del patriarcado, éste se ha transformado en un contexto marcado por el consenso neoliberal y la profundización de la dominación capitalista. Las transformaciones en las condiciones materiales de existencia,  a saber: el aumento de las desigualdades,  la creciente dependencia de la política respecto de la economía y  de autonomización del campo intelectual respecto de las prácticas políticas, han reconfigurado el espacio teórico y político de los feminismos. De allí la necesidad de realizar una revisión de nociones teóricas que, como la de género, se  hallan situadas en una serie de encrucijadas tanto políticas como conceptuales a la vez que sujetas a los  muchos riesgos y dificultades  propios de la traducción, una operación cruzada por dificultades tanto lingüísticas como políticas.

Palabras clave:  Género/sexo/sexualidad; Teoría Feminista; Teoría/Praxis; Traducción.

Abstract
This paper aims to analyze some discussions about the notion of gender regarding feminist conceptualizations. It is assumed here that gender is a controversial notion that has driven the feminist theory into a theoretical jam.The uses of gender under the idea that we are in a particular situation facing patriarchal domination will be mapped. The patriarchy is deeply changed in this context, where neoliberal consensus and capitalist domination keep rising. The changes in the material conditions of existence, the increasing inequalities together with the simultaneous subordination of politics to economy plus the gap observed between theory and practice, have sensibly modify the theoretical and political feminist field. From this departure point it becomes necessary to revise and redefine some crucial theoretical notion like the one of gender that at the moment lay in a crossroad of many political and theoretical debates, while at the same time is subject to linguistics difficulties and the risks inherent to translation.

Key words: Gender/Sex /sexuality; Feminist Theory; Theory/Praxis; Translation.

A nosotro(a)s, como a las generaciones que nos precedieron nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado tiene un derecho. Walter Benjamin.

Este trabajo procura hacerse cargo de las condiciones históricas bajo las cuales se producen hoy algunas controversias en el campo de la teoría feminista a propósito de ciertos usos de la noción de "género", procurando asumir lo que considero algunos atolladeros teóricos.

Me interesa señalar que realizo esta revisión bajo un supuesto: el de que, lejos de haberse desencadenado el final del patriarcado, como alguna vez señalara el colectivo Sottosopra, éste se ha transformado en un contexto de antinomias marcadas por el consenso neoliberal y la profundización de la dominación capitalista.

La escena está cubierta por un halo de incertidumbre y temor. Una vez más, a la manera de Benjamin, no podemos sino debatirnos en el terreno de la moda, bajo la amenaza constante de la extorsión económica, la crisis ecológica y la guerra (Benjamin, W., 1982). La incertidumbre y las fuertes transformaciones en las condiciones materiales de existencia, unidas a un proceso de creciente autonomización del campo intelectual respecto de las prácticas políticas y de adelgazamiento de la autonomía de la política respecto de la economía, configura un espacio teórico y político marcado por límites y tensiones que es preciso asumir, tanto respecto de las prácticas y sus horizontes como de las conceptualizaciones.

Acerca de las condiciones materiales de existencia. Las prácticas posibles para las feministas

Considero que el clima ideológico-político establece condiciones para la producción de teoría y límites y presiones para la realización de formas posibles de práctica política, tanto en lo que a las modalidades organizativas como a las demandas se refiere. Por lo que a esta lectura concierne se trata de arrojar iluminaciones parciales y negativas, en el sentido marcado por la tesis marxiana de construir una posición que sea la negación determinada de las condiciones sociales imperantes. Si, como señala Del Barco, una vez producido el estallido del espacio teológico del sujeto, el pensamiento se constituye como la forma concreta de un real descentrado y disperso, de lo que se trata es de intentar alguna orientación en un terreno contradictorio y complejo, en el cual se ha producido un proceso de desmaterialización acelerada de las bases económicas de la existencia que genera la ilusión de existencia virtual y a la vez una desposesión extrema que condena a millones de seres humanos a ver retroceder tanto sus derechos como sus condiciones de vida (Del Barco, O., 1979). Mientras para poc@s y privilegiad@s los horizontes se ensanchan, para las mayorías populares se estrechan. Mientras las mercancías circulan en un espacio sin fronteras, nuevos vallados se levantan fragmentando los espacios de las ciudades en recintos amurallados y ghettos. Mientras las fronteras entre los estados nacionales parecen pulverizarse bajo la presión de los organismos de financiamiento internacional, las formas más extremas del localismo y del nacionalismo retornan.

Las condiciones establecidas por la globalización capitalista han producido el dominio directo de la economía sobre la política en un contexto de volatilización de los sustratos de las prácticas económicas. El predominio del capital financiero no sólo ha producido un mundo abstracto y aparentemente desprovisto de anclajes materiales sino que ha favorecido la percepción fetichizada del nuevo orden como puro efecto de la aceleración de las transformaciones tecnológicas, que operan en los procesos económicos y simbólicos produciendo un borramiento de límites entre economía, política y cultura. Esto es: las condiciones materiales de existencia establecen un conjunto de determinaciones económicas, políticas y culturales que afectan de modo específico a las mujeres (permítaseme el uso general de la categoría, aún cuando soy consciente de las muchas determinaciones de clase, etnia, nacionalidad, orientación sexual, edad, cultura, lengua que este significante encubre)1. Digo brevemente esto porque la ausencia de referencias a los efectos del predominio del capital financiero puede generar la ilusión de la mágica disolución del orden real en un puro mundo de la cultura donde la relevancia de la cuestión de las mujeres se liga a la proliferación de la cuestión de la différance, tan cara a las sensibilidades tardomodernas y deconstruccionistas, así como su reflejo especular y complementario, la ilusión de la disolución de diferencias y desigualdades en el espacio indeterminado de la internacionalización del derecho que "nos iguala" en el terreno abstracto de convenciones y planes de acción monitoreados por organismos internacionales.

Argumentaré brevemente acerca de los vínculos entre triunfo del capital financiero y las antinomias que se presentan para las feministas en el campo de las prácticas políticas.

El triunfo del capital financiero sobre el industrial, que ha volatilizado al máximo la economía desanclándola de sus bases nacionales y sujetando los procesos económicos al segmento más volátil, especulativo y parasitario del capital, incide sobre la actual configuración de los escenarios y las prácticas políticas (Borón, A., 2001). La desmaterialización de la economía se patentiza en la independencia de los flujos de capital respecto de los procesos productivos, los consumos populares y hasta un cierto punto incluso de las bases nacionales, unido a la posibilidad de operar en plazos sumamente cortos. Esta doble ruptura del capital financiero sobre el espacio como distancia y el tiempo como secuencialidad y espera ha impreso su sello sobre las relaciones económicas, sociales y culturales desde finales del siglo XX (Meiksins Wood, E., 2000; Torres López, J., 2000). La penetración de las relaciones capitalistas en los rincones más recónditos del planeta, la desterritorialización de los anclajes de la economía y la globalización han producido, por una parte, una fragmentación cultural al interior de cada formación social, por la otra un espacio global imaginario supuesto como territorio de realización de la ciudadanía global. Si el capitalismo tardío fragmenta la cultura, ello posibilita formas de legitimación que apelan a la dispersión y la diferencia, a la vez que induce la convicción ilusoria de que "todo es cultural". Al posibilitar la constitución de un nuevo derecho como "lengua de madera" que borra imaginariamente las fronteras nacionales (Pêcheux, M., 1986), habilita para la instalación de debates en torno de una cierta forma de ciudadanía global (Vargas, V. 2001)2.

No se trata de decir que la ciudadanía global no acontece simplemente, ni de discutir sobre la proliferación de diferencias como forma de legitimación del capitalismo tardío. Se trata, como alguna vez dijera Marx, de indagar por las relaciones que los procesos de fetichización propios de las sociedades productoras de mercancías inducen. Se trata de dar cuenta de las articulaciones entre economía, política y cultura, de sus ensambles y articulaciones, de sus fusiones y especificidades.

Hoy, cuando el mundo es efectivamente una mercancía, la mayor parte de los teóricos/as tiende a abandonar la disputa en el terreno del análisis de los procesos económicos y sus articulaciones con la cultura y la política. Considerada como dominio de expertos, la economía pasa casi desapercibida en el análisis de las condiciones de vida o emancipación para determinados colectivos, como es el caso de las mujeres, aun cuando sea un dominio determinante sobre sus vidas cotidianas3. Se procede como si, disueltas en el orden virtual, las relaciones económicas se hubieran desvanecido en el aire, como si la memoria se hubiera licuado al mismo tiempo que las marcas de la historia, como si las culturas, hibridadas y despojadas de toda referencia a un espacio y un tiempo determinados viajaran en imágenes hiperreales a través de las pantallas del televisor rumbo a ningún sitio, como parte de un gigantesco pastiche de consumo veloz (y alucinatorio) para las grandes mayorías desposeídas.

En un mundo, según se dice, de evanescencias generalizadas, en una coyuntura que según Jameson "... está marcada por una indiferenciación de campos, de manera tal que la economía llegó a superponerse con la cultura, que todo, incluidas la producción de mercancías y las altas finanzas especulativas se ha vuelto cultural y la cultura pasó a ser profundamente económica u orientada hacia las mercancías" (Jameson, F., 1999: 105), los debates teóricos se han concentrado en discusiones acerca del lenguaje, lo simbólico, la cultura. Por decirlo a la manera de Marx, si el mundo se ve invertido es porque lo está, y este mundo de pura abstracción, producto del predominio del capital financiero "invierte" la percepción de las relaciones reales de los sujetos entre sí, obtura la mirada hacia los procesos históricos que han producido el mundo en el que vivimos, así como las formas de ejercicio de la dominación y la coacción necesarias para la reproducción del capitalismo. De allí que sea compatible con la fragmentación cultural, étnica, por orientación sexual, minoría lingüística o etaria de la lucha política. Las inferencias son sin dudas problemáticas, tanto más para nosotras, las feministas, pioneras en la crítica al reduccionismo clasista de los partidos de izquierda, avanzadas en la reivindicación de la especificidad de los derechos de la ciudadana ya en los tiempos aurorales de las revoluciones burguesas, críticas de la desarticulación entre lo público y lo privado provocada por siglos de política patriarcal.

Sin embargo la profunda desconfianza hacia la fragmentación de las demandas no es solo un gesto defensivo ligado a la tendencia homogeneizante heredada del reduccionismo de clase, tan arraigado en la tradición marxista, o a alguna forma de substancialismo o esencialismo de cualquier cuño. La dificultad reside en que las democracias conservadoras son profundamente compatibles con una tolerancia débil a la cuestión de la diferencia. El modelo contemporáneo de tolerancia a las diferencias se asemeja a las estrategias de resolución de las diferencias religiosas que se produjo en los albores de la modernidad reenviando a la conciencia individual los asuntos de fe. Convertida en mera desemejanza, en puro asunto de interioridad, privatizada, la religión pudo transformarse en algo a tolerar. Dice Sheldon Wolin: "La diversidad es débilmente democrática: reconoce la mera desemejanza. Se podría decir que su padrino intelectual es John Locke en su Letter on Toleration. Enfrentado a la diversidad de visiones de los grupos religiosos adoptó una táctica que reducía el poder de la religión organizada... la religión era ante todo una cuestión de creencias individuales y no de representaciones colectivas" (Wolin, S., 1996: 154).

La proliferación de demandas fragmentarias ligadas con la esfera caracterizada como "cultural" va acompañada a menudo de una trivialización e individualización extrema de las demandas. La particularización (y a menudo el particularismo) atenta contra las posibilidades de condensar la oposición a las fuerzas cada vez más concentradas del capitalismo, de la misma manera que en el campo social es frecuente una atomización social que tan pronto asume la forma de "contrato" como la de lucha sin cuartel propia del Hobbesiano "todos contra todos" (Ciriza, A., 1999). La percepción no es en modo alguno inexplicable. Disolución e identificación, atomización y búsqueda de anclajes e identidades fuertes no son sino caras de una misma moneda.

La fragmentación real de los espacios de conflicto, la construcción de demandas específicas ligadas a reivindicaciones tan diversas como difíciles de comparar desde el punto de vista político, organizativo, social, está determinada por un proceso histórico de resquebrajamiento de las modalidades de representación propias de la forma clásica de la política. Ligadas a suelos políticos e historias específicas, estas luchas, en el contexto de las débiles democracias existentes, han sido interpretadas las más de las veces como luchas por la identidad o el reconocimiento y señaladas como separadas de los combates anticapitalistas. Sin duda es necesario especificar en cada caso, localizar cada movimiento, pues ellos cubren una gama amplia que puede incluir desde el movimiento indio en el Ecuador o las comunidades homosexuales en los países latinoamericanos (donde es tan dificultosa la lucha por derechos civiles) hasta organizaciones de consumidores que plantean sus peticiones a título de simples desemejanzas tolerables por el mercado y absorbibles en el marco de las democracias actualmente existentes. De allí la insistencia en especificar las condiciones históricas, en determinar la situación y posición de estos sujetos en cada conflicto. La exaltación abstracta de la diferencia es plenamente compatible con la escasamente crítica noción de preferencia, tan arraigada en la tradición utilitarista, una tradición por otra parte despojada hace mucho tiempo de sus arrestos ilustrados y emancipatorios (Kymilicka, W., 1995)4.

La contracara exacta de la fragmentación extrema y de las miradas culturalistas se halla en la expansión de derechos formales. El máximo de abstracción de las determinaciones ligado al predominio del capital financiero es plenamente compatible con la expansión del derecho como lengua de madera (como alguna vez señalara Michel Pêcheux) esta vez universal, (Pêcheux, M., 1986). Las nuevas condiciones de existencia constituyen la base material del orden global a la vez que el capitalismo suprime las diferencias identitarias de los sujetos que explota: es indiferente a la pertenencia étnica, a la diferencia sexual (Meiksins Wood, E., 1992), más aún a la orientación sexual o la elección de objeto. De allí que sea compatible con el logro de una suerte de "ciudadanía" global para el colectivo de mujeres y con la conquista gradual de derechos para las llamadas minorías sexuales. La expansión de derechos, esto es, la igualación formal y abstracta para mujeres y minorías sexuales, así como la contemplación legal de iguales derechos para los diferentes, tiende a la licuación de las especificidades de etnia, cultura, orientación sexual que, despojadas de su capacidad de ofensiva política, pueden ser consideradas como insignificantes bajo condiciones que conllevan el dominio directo de la economía sobre la política. Al mismo tiempo que se expanden e internacionalizan derechos, se restringen de manera brutal las posibilidades de su ejercicio. Es el mercado el que "decide" debido al ahondamiento de la brecha entre ricos y pobres, entre Norte y Sur, así como a la mercadorización de antiguos derechos en sociedades en las cuales el estado operaba como regulador y garante de los derechos económicos y sociales.

Para decirlo brevemente: se puede legislar (aun cuando ello no sea tan sencillo en el contexto latinoamericano) acerca de los derechos reproductivos, la legalización de las uniones entre homosexuales, la multiculturalidad estatal y el bilingüismo en el campo de la educación. Sin embargo ello no basta para transformar la consagración legal en derecho ciudadano5. La posibilidad de una "ciudadanía global", tal como surge de los nuevos escenarios mundiales como la reciente cumbre de Beijing (acompañada del foro realizado en Huairou) parece confirmar la existencia de novedosas situaciones de empoderamiento colectivo, cuyas ambigüedades no dejan de ser en perceptibles (Rosenberg, M., 1997)6.

La contracara del mundo fantasmagórico de la igualdad abstracta es el aumento brutal de la exclusión y la desigualdad, que opera sobre un terreno marcado por la historia y las experiencias previas. La profunda imbricación entre capitalismo y patriarcado, que ha dejado sellos profundos en la experiencia de las mujeres, una experiencia diferencial, construida durante siglos de destino doméstico, una experiencia marcada por la materialidad irreductible de las diferencias entre los sexos que hace que, al mismo tiempo que "indiferente" en el momento de la explotación capitalista como fuerza de trabajo, sea profundamente significativo en la experiencia de las trabajadoras. La tendencia a la realización de análisis abstractos, desanclados de la historia, de las articulaciones y formas de determinaciones diferenciales y específicas que fueron construyéndose en cada formación social entre economía, política y cultura, y el carácter irreductible de esas esferas objetivadas como instancias diferenciales a lo largo de la historia puede conducir a formas de lectura demasiado inclinadas a suponer que, efectivamente, todo lo sólido se ha disuelto en el aire.

No sólo se trata de las afganas perseguidas por el brutal régimen talibán, sino de las niñas abortadas antes de nacer en la India, Bombay. Según un informe de la ONU titulado Planeta Rosa, El informe ONU sobre las mujeres en el mundo "... sobre 8000 interrupciones del embarazo provocadas después de obtenida información sobre el sexo del feto a través de un test de amniocentesis, en 7999 casos el nonato hubiera sido una mujer" (Barina, A., 1992: 64). La traducción es mía). Aun la pobreza es, mucho más, un asunto de mujeres. El apabullante aumento de la jefatura femenina de hogar va unido a la pobreza: "en los países industrializados, en Sudamérica y en África representan hoy el 20% de los núcleos domésticos nacionales... Inevitablemente estos núcleos familiares, sin un varón adulto en casa, es decir, sin un segunda persona en condiciones de trabajar, son más pobres que las familias tradicionales" (Barina, A., 1992: 66). La traducción es mía). Si bien habitantes habituales de la crónica roja, no se duda en señalar con frecuencia asombrosa que las mujeres hemos recorrido un largo camino, que nada queda por conquistar en tiempos de retirada masculina.

Sin lugar a dudas la lógica del capitalismo es compatible con la conquista de derechos formales, pero también es verdad que la tensión entre mercado y derechos, entre procesos de ciudadanización formal y de exclusión real, es una de las marcas del orden establecido desde los años 80. La agudización de las contradicciones entre democracia y capitalismo, desfondadas las condiciones que hicieron posible el breve y excepcional romance de la "edad de oro", ha desembocado en un proceso por el cual parece posible la anulación misma de las fronteras interestatales a la vez que se expanden los derechos para los diferentes en el nivel de la "sociedad civil global". Derechos "sin garantías", debido a las marcas que sobre la historia de cada formación social ha dejado la reorganización conservadora iniciada en la era Tatcher-Reagan.

Incomodidades feministas

Bajo las actuales condiciones, huelga decir, las tensiones inherentes a las políticas feministas se han acrecentado y multiplicado. La novedad es que ahora se trata de reflexionar sobre las antinomias de una tradición suficientemente larga, nacida de las excepcionales condiciones de movilización social y política de fines de los sesenta (Hobsbawm, E., 1995: 290-345)7. Si bajo el signo de la crisis de los sujetos clásicos de la política se abrió un espacio para el ingreso a la escena de las feministas, como parte de la oleada de la llamada nueva izquierda, muchos de los asuntos entonces instalados, reclamados como la marca de excepcionalidad de las feministas respecto de otros sujetos políticos (como los partidos políticos de izquierda, por ejemplo) constituyen hoy puntos problemáticos para nosotras mismas.

Las feministas, si bien ligadas a diferentes tradiciones políticas y organizativas, compartían un cierto suelo común: hicieron visibles las relaciones entre producción y reproducción de la vida humana, entre condiciones estructurales y división sexual del trabajo, entre teoría y práctica, entre cuerpo y política, entre trabajo productivo y reproductivo, entre patriarcado y capitalismo. Los debates setentistas permitieron advertir la imbricación profunda que liga familia y estado, vida cotidiana y reproducción de las relaciones de subordinación, cultura y capitalismo, relaciones de producción y tramas de significación que legitiman el orden establecido y lo naturalizan.

La crítica feminista fue subversiva. Apuntó hacia puntos nodales del sentido común dominante al poner en tela de juicio el lugar asignado a los varones en el orden político, simbólico, familiar. Por añadidura no sólo cuestionó en asuntos ligados con la organización del estado y del trabajo, sino que indagó por las tramas secretas que ligaban estado y familia, producción y reproducción, diferencia sexual y percepción del mundo. Una nueva mirada, la nuestra, lo inauguraba todo. Por entonces se reivindicaba como las marcas específicas del/los feminismos la articulación entre lo personal y lo político, entre teoría y praxis, entre sujeto de la práctica política y sujeto del saber (Ciriza, A., 1995).

Las tensiones inherentes a la relación entre lo personal y lo político

El aporte específico del feminismo ha consistido y consiste en mostrar hasta qué punto lo que un sujeto piensa arraiga en su vida cotidiana, hasta dónde lo personal es político. Si para nosotras es tan decisivo transformar la cotidianidad es porque lo que alguien piensa arraiga en lo que hace cotidianamente, diariamente y es precisamente en la naturalización derivada de la repetición diaria donde reside el ocultamiento de sus dimensiones políticas. Aquello más personal, como las decisiones sobre nuestro cuerpo, la relación con nuestra pareja, nuestra orientación sexual, los asuntos menudos de la vida privada, se sustenta en un sinfín de pequeños gestos cotidianos que sin embargo, y a pesar de las apariencias no son tan privados ni singulares como muchas veces se ha pretendido. También la vida cotidiana y el sentido de la privacía, la intimidad y nuestra propia subjetividad son producto (aunque no sólo) de relaciones sociales y de formas comunes de experiencia.

Sin embargo la articulación entre lo personal y lo político, la revuelta misma en la vida cotidiana no es en modo alguno homogénea, está cortada, fragmentada por diferencias de clase, de posición política, por diferencias culturales, de orientación sexual, etarias. A diferencia de lo que inicialmente muchas de nosotras podríamos haber pensado, deslumbradas por la utopía de la unidad fraterna entre las mujeres, la experiencia de la reclusión doméstica no proporciona una experiencia homogénea, aun cuando contuviera elementos comunes para las mujeres8.

Habitado por una tendencia incesante a la fragmentación, el feminismo no ha sido uno nunca. Menos aún hoy. Posiblemente la tendencia persistente a la división anide en esta suerte de oxímoron contenido en la consigna sesentista, en las oscilaciones y tensiones sobre qué se entienda por aquello personal politizable.

Si por una parte existen dificultades inherentes a la articulación entre lo personal y lo político que conducen a menudo a la fragmentación, el panorama se complejiza si tomamos en cuenta que las perspectivas políticas de lectura del orden real suponen elegir como estratégicos ciertos espacios para la acción política a la vez que simplemente se ignoran o, en el mejor de los casos, se descuidan otros. Soñamos mundos mejores a la medida de nuestros horizontes, de los obstáculos que somos capaces de advertir, de los tropiezos con aquello que desde nuestro punto de vista no funciona en el terreno histórico, no elegido, del orden social existente.

Si la emergencia de la segunda ola se cumplió en un momento de auge de masas, la coyuntura actual nos halla ante el estrechamiento de los horizontes emancipatorios. En los años 80, bajo el impacto de la década de la mujer y la instalación de la democracia como forma dominante de orden político, la cuestión de la ciudadanía y los derechos fue un terreno de debate privilegiado. El impacto de la caída del muro, unida a la explosión multicultural, abrió un panorama de retirada para las miradas herederas de la modernidad, que escindían el campo de la lucha política en proyectos revolucionarios o reformistas, capitalistas o socialistas. Nancy Fraser señala como lo específico de la actual coyuntura la tensión entre políticas de redistribución y políticas de reconocimiento. El clima que ella denomina postsocialismo se caracteriza por la falta de proyectos emancipatorios omniabarcadores. La oscilación de las certezas habría marcado el desplazamiento de los ejes que organizan los discursos emancipatorios, que abandonan los reclamos redistributivos y ponen el acento en las demandas por reconocimiento cultural (Fraser, N., 1997; Fraser, N., 2006). A la tendencia dispersiva ligada a la historia misma del feminismo parece sobreagregarse un factor más: la propensión a la fragmentación de la lucha política inherente a un terreno que no se ha elegido, el de la actual coyuntura del capitalismo global.

No es sólo Fraser quien lo señala. Alguien escasamente interesada en las luchas feministas, como Ellen Meiksins Word, no duda en indicar que la consecuencia política del diagnóstico que ve en la etapa actual del capitalismo el angostamiento de las posibilidades de triunfo del socialismo se liga a la fragmentación de los sujetos políticos y a las luchas por la identidad. Desde la perspectiva de Meiksins Word, las políticas de la identidad implican el abandono de la idea de un enfrentamiento a partir de una fuerza política inclusiva y de amplio alcance capaz de enfrentar al capitalismo de manera más global «... la clase como fuerza política ha desaparecido y con ella el socialismo como objetivo político. Si no podemos organizarnos a escala global todo lo que nos queda es ir al otro extremo. Todo lo que podemos hacer, aparentemente es volvernos hacia adentro, concentrándonos en nuestras propias opresiones locales y particulares» (Meiksins Wood, E., 2000: 115).

Para decirlo en pocas palabras: en orden a nuestras propias políticas, la tensión entre lo personal y lo político se halla hoy de alguna manera remarcada por la dispersión de las luchas políticas tras el oscurecimiento de los horizontes de transformación social. A la tendencia histórica hacia la fragmentación y la discontinuidad exhibida por el feminismo a lo largo de su historia, una historia dispersa y discontinua, se suma la ofensiva conservadora, la pérdida de un horizonte de transformación social y la emergencia de diversidades de distinta índole: étnicas, culturales, por orientación sexual, etc.

La ofensiva conservadora agita el fantasma del feminismo como amenaza del orden político y sexual por doquier. Nuevas amazonas forzando la eliminación de la diferencia sexual, tal como lo muestra un artículo reciente de Joan Scott, las feministas (en este caso las norteamericanas) son avizoradas como portadoras de principios antagónicos al orden mismo de la cultura, de donde su ingreso al orden público es interpretado como un huracán arrasador de la diferencia misma entre los sexos. Dice Scott: "las feministas norteamericanas retratadas como lesbianas que odian a los hombres, que se atreven a dignificar las relaciones homosexuales entre mujeres como un modelo de placer sin dominación, que ven a todos los hombres como violadores y acosadores y que llevan su condición de víctimas como un traje sagrado" (Scott, J., 2000:21). Decididamente no es necesario ir tan lejos. El eficaz publicista del orden establecido, Gilles Lipovetsky incita, hostiga, azuza: las feministas han (hemos) provocado urbe et orbis una justa repulsa: "a las francesas no les gusta definirse como feministas, un término demasiado cargado a sus ojos de agresividad" (Lipovetsky, G., 1999: 87). Ello se debe a que "Una epidemia de naturaleza y amplitud inéditas se ha adueñado del Nuevo Mundo: la fiebre victimista" (Lipovetsky, G., 1999: 63). La respuesta conservadora es también local y próxima, presente tanto en el sentido común como en la academia.

La amenaza oscura del feminismo, de una política directamente edificada sobre la articulación entre cuerpo y política, es esgrimida como expresión de un poder capaz de transmutar el orden mismo de la cultura desde sus cimientos. El fantasma de las mujeres transformadas en sexo devorador, bacantes desbordantes de lujuria, furias dispuestas a la eliminación de sus víctimas, amazonas vengadoras preparadas para el exterminio, emisarias de la destrucción del orden de la cultura, señoras de la muerte, no es una exclusividad de Termidor, ni tan solo una sombra nacida en la penumbra de la feminidad freudiana9. El nuevo orden conservador sueña con la pacificación de la larga revuelta, con el retorno al hogar, con nuevas virginidades y abstinencias.

Ello podría traducirse en una tesis probablemente enfática a propósito de las críticas al /los feminismo/s. Lo que la recurrente crítica y el señalamiento de su carácter extremo y de sus muchos errores indica (ya sea por llevar hasta sus últimas consecuencias ciertas reivindicaciones igualitaristas hasta amenazar la diferencia sexual misma con la extinción, ya por exaltar un principio nuevo de civilización como lo harían las distintas versiones del "esencialismo diferencialista") es que, como decía Susan Sontag de la utopía feminista, queda aún mucho por realizar. Es decir: más que de la derrota del patriarcado de lo que se trata es de un cierto estrechamiento de sus márgenes reales de tolerancia, de una trasformación en las condiciones de existencia que acepta a las mujeres como trabajadoras mal pagas, pero las rechaza como integrantes de derecho pleno, de una estrategia que tolera las excepciones pero escamotea las posibilidades de universalización, de un estado de cosas que acepta la proliferación de diferencias siempre y cuando no se constituyan en el punto de partida para una crítica radical del orden establecido, que continúa marcado por el dominio capitalista, blanco, patriarcal, homofóbico.

Sin embargo es preciso también señalar que el sexo por sí mismo no es revolucionario. En algún punto marcado por esto que Françoise Collin considera como la tragicidad del sujeto, el/los feminismo/s son proyectos abiertos, ligados a condiciones históricas y sociales que hacen imposible articular lo personal a lo político en forma plena. El intento de ligar lo personal y lo político, la política al deseo, no es posible sin resto. Los límites no sólo son inherentes a las condiciones históricas sino a aquello de irreductible que habita en el orden de lo real: nuestras subjetividades, el deseo, el dolor, no pueden ser plenamente inscriptas en orden político alguno. Aun cuando el límite entre lo político y lo que no lo es se haya ensanchado, no todas nuestras experiencias pueden ser instaladas en el espacio de lo colectivo, politizadas.

Situado ante la roca viva de las diferencias entre los sexos y de la sexuación, ligado a los modos bajo los cuales la diferencia sexual ha constituido un punto de lucha a través de estrategias de politización y despolitización, las feministas no podemos evitar las oscilaciones a las que nos someten los avatares de la política y la historia, la difícil relación con las nuevas tecnologías, que han modificado la relación con los cuerpos alterando de manera significativa lo que antes era concebido, sin más, como "el destino corporal". La biotecnología, la manipulación genética, la posibilidad de clonación, las intervenciones quirúrgicas y hormonales con fines de transformación del cuerpo hacen borrosos límites que antes se consideraban inamovibles e inmodificables. El efecto es la emergencia de identidades erráticas y extrañas (queer, como se suele decir), articuladas sobre distintas combinaciones posibles entre sexo biológico, orientación sexual y construcción social de la identidad de género. Sin embargo es dudoso que ello signifique necesariamente la ampliación de los horizontes políticos para las feministas, o suponga la posibilidad de realizar un salto cualitativo bajo el cielo libre de la historia.

Teoría y praxis

El reclamo de articulación entre teoría y praxis, la pretensión de abolir la distancia entre teóricas y militantes feministas, de constituir una instancia de reflexión de un sujeto político plenamente articulado a la praxis es hoy por lo menos problemática. No sólo porque el hiato entre teoría y praxis es inevitable, asunto que no es, en modo alguno, exclusivo del feminismo. La distancia teoría/praxis está ligada a aquello de lo real que irrumpe en la práctica y no puede ser inscripto en el orden del lenguaje, abstraído y puesto en forma en el orden del concepto. Se trata pues de la distancia entre acontecimiento y discurso, y también del hiato entre el presente y la posibilidad de su teorización, cuando el crepúsculo avanza sobre lo acontecido y el presente transita hacia el pasado. La teoría se construye sobre el terreno de lo dado, en todo caso solo podemos poner palabra a aquello que aconteció, aun cuando ello ocurra a menudo bajo la forma de la negatividad, o bien discurrir en el registro imaginario de la utopía y postular, a la manera de horizontes posibles de acción, al modo de negación y de anticipación imaginaria, otro mundo posible ante un presente de opresión.

Sin embargo la autonomización y profesionalización crecientes de la teoría feminista y los estudios de género, implica algo de orden más preciso: la inscripción de las teóricas en una lógica propia del campo académico cuyas prácticas responden en forma creciente a las reglas de la acumulación y especialización del saber10.

Una serie de elementos impulsan a las teóricas feministas en un sentido de ligazón cada vez mayor con las reglas internas del mundo académico. Las presiones son fuertes dada la relativa novedad de la problemática en el mundo de la universidad y las inserciones precarias de las mujeres en él. No porque estemos ausentes, sino más bien porque los lugares asignados son periféricos en la mayor parte de los casos. La incorporación de los estudios de género en las universidades va unida a un proceso de transnacionalización y academización que impone sin prisa la lógica del campo intelectual a los debates: ello explica la creciente dependencia entre lo que discutimos y "la moda" vigente en la academia norteamericana11.

Si el debate en torno de las relaciones posestructuralismo/feminismo es el signo visible de la incorporación de las feministas en circuitos transnacionalizados de discusión teórica, los cuestionamientos a los saberes establecidos formulados desde perspectivas "excéntricas", como las que Teresa de Lauretis retoma, aun cuando se pretenden formuladas desde la exterioridad y la inmediatez de lo vivido, no pueden evitar la marca de la academia.

Desde mi perspectiva la sensibilidad de los estudios académicos ligados al feminismo a las presiones de "la moda" se debe a sus propios orígenes como teoría constituida en los bordes. Ligado desde sus inicios a las transformaciones del mundo académico, pero también a los campos de batalla políticos, el ingreso al mundo de la academia ha conducido a menudo a una fusión compensatoria que confunde las repercusiones en los debates à la pâge, con cambios revolucionarios. Hoy las conceptualizaciones postcoloniales, e incluso los "estudios culturales" y los feminismos, a pesar de sus orígenes en el campo de la batalla política, corren el riesgo de esta sutil y a menudo inadvertida forma de la domesticación.

Si la crítica feminista del privilegio de la perspectiva sexista y androcéntrica constituyó una vía de socavamiento de la cultura burguesa y patriarcal, hoy los llamados estudios subalternos proponen la supresión de la diferencia entre combates académicos y combates políticos reforzando, contra sus intenciones de repolitizar el espacio académico, un proceso de despolitización, por otra parte ligado a la brutal derrota de los sectores populares en las últimas décadas. Si la crítica realizada por Williams y la nueva izquierda en los 60 y 70 apuntaba contra el corazón de la teoría del reflejo procurando mostrar la especificidad de los procesos culturales, hoy los estudios culturales más bien parecen la legitimación académica adecuada. Del mismo modo que en el orden real se cumple un proceso de concentración y transnacionalización del capital mientras la cultura y las formas de legitimación se fragmentan ad infinitum; los estudios culturales a menudo dejan libres las manos del pensamiento único concentrándose en la exaltación de las diferencias culturales. Si en la década del 60 y del 70 la cuestión de la especificidad del lenguaje deconstruía el privilegio falogocéntrico, hoy el deconstruccionismo se ha conformado como una filosofía hegemónica que lo disuelve todo en posiciones discursivas, interpelaciones y efectos de lenguaje. Olvida con demasiada facilidad los anclajes materiales, lo que no puede ser dicho, la brutalidad del terror, la exclusión, lo que no tiene nombre en un contexto de avance conservador.

Si bien es verdad que no hay inmediatez alguna entre interpretar el mundo y disponer de las fuerzas políticas para transformarlo en el sentido de nuestros deseos, también lo es que existen urgencias políticas de las que habría que intentar dar cuenta, aun cuando no fuera tan beneficioso en términos de capital simbólico acumulado en la academia.

Los atolladeros del género

Si en los sesenta la proximidad entre teoría y praxis, entre intelectuales y militantes constituía una "evidencia" de la cual las feministas europeas y norteamericanas podían enorgullecerse, y si las prácticas políticas nacidas bajo el signo de la innovación feminista: concienciación y más tarde affidamento, hermandad, separatismo, y final de la representación aseguraban (se pensaba) una conexión "inédita" entre teoría y práctica, las condiciones, según hemos visto, son hoy bastante diferentes.

Si en los '60 europeos e incluso en los tempranos '80 en la Argentina el término feminismo era la forma habitual de referirse a las posiciones teóricas y políticas ligadas a la crítica de la subordinación de las mujeres, una oleada de posfeminismo y diversas versiones del "género" amenazan con arrasar con la vieja terminología. Son muchas las asociaciones posibles con relación a la lenta imposición de la noción de género en el campo intelectual y académico para designar los estudios ligados a un punto de vista que tenga en cuenta las relaciones asimétricas de poder ligadas a los efectos sociales y culturales de la diferencia sexual.

Intentaré, sin embargo, realizar una suerte de seguimiento precisando por una parte los espacios teóricos y políticos en los cuales se generalizó, y por la otra las condiciones bajo las cuales esta traducción fue posible.

Me parece relevante indicar las condiciones de esta traducción dado que ello establece una cierta distancia entre los usos inaugurales y sus modificaciones posteriores, los usos políticos y las especificidades disciplinares. La consideración de la cuestión a la luz de la historia de los feminismos y el movimiento de mujeres puede contribuir a iluminar algunos debates relativamente recientes, vinculados a las innovaciones producidas por el célebre texto de Judith Butler, Gender Trouble.

La idea de los atolladeros del género remite a ciertas inevitables "incomodidades". La noción misma de género es una suerte de "chichón" en el lenguaje de las feministas hispano hablantes, puesto que procede de una tradición teórica y política diferente, la anglosajona y por lo tanto convoca inevitablemente alguna reflexión a propósito de traducciones.

Inicialmente ligado al campo de la psicología, el término género permitió demarcar el sexo, como hecho biológico, del género como conjunto de significaciones atribuidas a las identidades culturalmente construidas a partir de la diferencia sexual, pero no inmediatamente determinadas por ella (Burin, 1996). Noción ambigua, puesto que en algún punto remitía a la identidad psicológica, individual, al proceso de adquisición de los rasgos conductuales masculinos o femeninos (independientemente de cual fuera el sexo biológico) la noción de género apuntaba además a destacar el carácter culturalmente construido de las conductas de los sujetos. La noción de género se convirtió en una eficaz arma crítica contra el determinismo biologicista y el supuesto de la correspondencia natural que condenaba a la perversión y el "desvío" a cualquier alteración de la lógica binaria y especular oculta tras la idea de que la identidad biológica debía hallar su correlato en los comportamientos, las elecciones amorosas y las subjetividades sexuadas.

La ambigüedad del término, esta suerte de doble filo, no tardó en desatar polémicas. Si para Dio Bleichmar el problema de los psicoanalistas con el género es que éste fue rápidamente adoptado por el feminismo militante, y aplicado al campo de las ciencias sociales, Martha Rosenberg y Silvia Tubert no dudan en establecer diferencias entre el género, que se asimila a "un conjunto de significados contingentes que los sexos asumen en el contexto de una sociedad dada" y la sexuación, inscripta en el campo de los procesos psíquicos y los avatares del inconsciente. La escisión entre procesos psíquicos y culturales hace del género una categoría sociológica cuya importancia es menor con relación a los avatares de constitución de la sexualidad y de la elección de objeto. No tendría por lo tanto, desde esta perspectiva, un poder estructurante (Dio Bleichmar, E., 1996: 133).

Rosenberg considera relevante la distinción entre sexo y sexualidad, dado que ésta no se constituye sobre el destino biológico. La anatomía no es destino y la sexualidad es, en términos psicoanalíticos, "la dimensión subjetiva inconsciente tributaria de la diferencia sexual simbólica en la que se instituye el sujeto hablante, que no se confunde con la realidad de lo biológico ni con la realidad social". El género, en cambio refiere a un conjunto de rasgos que el sujeto adquiere en la socialización en función de lo que esa sociedad espera de él, un "conjunto de roles internalizados por los individuos a través de prácticas sociales, que reproducen los valores de la formación social en que son establecidos, como identidad estable y apropiada" (Rosenberg, M., 1996: 268).

Noción de borde entre el proceso de constitución de la subjetividad, la sexualidad individual y los procesos culturales de asignación de roles, la noción de género tuvo, desde el comienzo, a la vez que un valor heurístico y militante como herramienta de crítica y separación del determinismo biológico, una significación ambigua que Rosenberg señaló tempranamente, cuando el género constituía un instrumento a la mano contra las argumentaciones que atribuían la subordinación de las mujeres al útero, las menstruaciones y la posibilidad biológica de reproducir la vida humana.

Si por una parte Rosenberg distingue sexo de sexualidad y de género, por la otra realiza una crítica propiamente política a la diferencia entre género y feminismo. Mientras el concepto de género, a pesar de ser, frecuentemente, una herramienta política del feminismo, no hace referencia necesaria al sujeto político implicado, mientras el término feminismo porta necesariamente connotaciones políticas.

El hecho de que la denominación se haya impuesto en los 80 no es casual; los estudios de género venían a sustituir la parcialidad atribuida a los estudios de mujeres como especialidad en la academia norteamericana a la vez que abrían un panorama ambiguo; por una parte, de la mano del célebre artículo de Scott, ampliaban el espectro a las relaciones en las cuales se construían los vínculos entre los géneros como cruzados por el poder y articulados a la clase y la etnia, por la otra abría perspectivas para incluir otros sujetos: no solo mujeres heterosexuales, sino mujeres lesbianas no feministas, gays, travestis, pero también varones heterosexuales y nuevas masculinidades.

Scott indica:

En su uso más reciente género parece haber aparecido entre las feministas estadounidenses que querían insistir sobre el carácter fundamentalmente social de las distinciones basadas en el sexo. La palabra suponía el rechazo del determinismo biológico implícito en el uso de términos como los de sexo o diferencia sexual. El género enfatizaba también el aspecto relacional de las definiciones normativas de la feminidad. Aquellos que se preocuparon porque los estudios de la mujer focalizaron demasiado estrecha y separadamente a la mujer, usaron el término género para introducir una noción relacional en nuestro vocabulario (Scott, J., 1993: 18).

La noción de género como "forma primaria de significar las relaciones de poder" iluminaba un aspecto central que sociólogos/as y expertos/as ligadas a los programas de desarrollo y a la oleada de políticas de promoción de los derechos de las mujeres impulsadas por los organismos internacionales probablemente estuvieran escasamente dispuestos/as a considerar cuando el término fuera instalando en el campo de las políticas públicas.

Cabe detenerse en algunas consideraciones. Los estudios de la mujer surgieron en los 60, y estaban relacionados con una serie de movimientos emancipatorios, con la visibilidad de los llamados nuevos sujetos sociales: las mujeres, pero también los/las jóvenes protagonistas de las revueltas del 68; las mujeres, pero también el movimiento negro en Estados Unidos; las mujeres, pero también los movimientos insurreccionales en el tercer mundo (Bellucci, M., 1989). El modelo de los estudios de la mujer fueron los Black's Studies, y estaban recorridos por la idea de que era preciso demoler las categorías bajo las cuales las ciencias sociales y la filosofía habían pensado hasta entonces al sujeto humano. La tarea teórica estaba relacionada con la práctica emancipatoria, los conceptos y categorías procuraban adherirse a las prácticas sociales. La dificultad residía entonces en la búsqueda de una relativa autonomía para la teoría, a la vez que se intentaba precisar, en la topología social del conflicto, el espacio que pudiera caber a la especificidad ligada a la etnia y a la diferencia sexual. El color de la piel y el sexo biológico eran la base sobre la cual se construían relaciones de explotación y subordinación que guardaban un cierto parentesco, pero también relativa autonomía respecto de las relaciones de clase.

En los 80 las preocupaciones estaban dirigidas a superar la "parcialidad de la mirada militante", al reconocimiento de la compleja red de interpelaciones y posiciones de un sujeto, pero también el tránsito del feminismo al género marca la inclusión en el espacio académico y la renuncia a la mención del sujeto político en cuestión. Por añadidura la noción de género pone en debate términos como sexo y diferencia sexual.

El sexo remite a los anclajes biológicos, es verdad, pero también a las distintas experiencias del cuerpo que la diferencia sexual tanto posibilita como niega a los sujetos. Los sujetos, desde esta perspectiva si se quiere trágica, son encarnados, su sexuación no se resuelve en "el conjunto de estrategias discursivas no complementarias que organizan los intercambios socio-sexuales", por parafrasear a Butler (Butler, J., 2001). El sexo se resiste al pansemiotismo, permanece como aquello que no puede ser incluido en un orden discursivo sin residuo, sigue atormentándonos desde lo real, provocando debates sin fin entre psicoanalistas y también entre feministas. El género, tal como ha sido leído desde disciplinas como la filosofía y la filosofía política (haciendo uso a menudo de una retórica provocadora) se corresponde adecuadamente con la transfiguración de las teorías en dispositivos que apuestan a la disputa por la interpretación, a la disolución discursiva de todo fundamento, a la idea de la desmaterialización-discursivización de todo lo que era sólido. El género, como dice Linda Alcoff "... no es un punto de partida en el sentido de ser una cosa determinada, pero en cambio es una postura o una construcción, formalizable en forma no arbitraria por una matriz de hábitos, prácticas y discursos: Más aún es una interpretación de nuestra historia dentro de una particular constelación discursiva, una historia en la que somos sujetos de y sujetos a la construcción social" (Alcoff, L., 1989:13).

Nombrar el sexo no es necesariamente reducir la sexualidad humana a biología, sino aceptar aquello que de irreductible hay en la materialidad de los cuerpos. Los usos filosófico-políticos de la noción de género tienden a eludir la dificultad de la sexualidad humana y sus complejidades tras la apelación a las estrategias discursivas y relacionales de constitución de identidades que se quieren polimorfas.

Los estudios de género incluyen los estudios de la mujer, pero no exclusivamente. No se trata, por lo tanto, sólo de una ampliación o una complejización de la problemática, sino de la inclusión de nuevas perspectivas. Sin embargo sería curioso concluir de ello la complementariedad o continuidad de las miradas teóricas, o tan siquiera la comunidad de intereses y objetivos políticos. En todo caso tales continuidades o discontinuidades dependerán mucho más de la especificidad de las genealogías teóricas y políticas y de las tradiciones disciplinares que de cualquier suerte de afinidad nacida del uso, pretendidamente común, de la noción de género como espacio de comunicación universal y de superación del obstáculo biologicista.

Por añadidura, no necesariamente la apelación al género se sitúa en continuidad con el cuestionamiento de las relaciones de subordinación entre varones y mujeres que los feminismos encarnaran. Es decir: las feministas podemos (o no) resultar interpeladas y convocadas bajo esta ambigua denominación. Lo cual no deja de ser prudente. La mayor parte de las veces el solo nombre de feministas convoca fantasmas del pasado, imágenes de mujeres encendidas y revoltosas, brujas encolumnadas en las calles de Roma, vociferantes nazifeministas reclamando la juridización de las relaciones entre los sexos, exaltadas mujeres demandando por siglos de opresión, voceras de una visión victimista de la historia dividida en justas, bellas y oprimidas mujeres y brutales, injustos y opresores machos. Pobres mujeres incapaces de valorar la ternura, renegadas del destino contenedor de nuestro sexo, privadas de templanza y flexibilidad, cegadas en la dura contienda por nuestras reivindicaciones. Y no se trata sólo de una caricatura irónica.

Un par de palabras más sobre la cuestión sobre si teoría feminista o perspectiva de género. Si la apelación al feminismo y a la diferencia sexual revela con claridad la parcialidad de la perspectiva, la apelación al género implica, en mi modo de ver, limitaciones en la reflexión acerca de las significaciones de la diferencia sexual, en la medida en que acota la referencia al carácter histórico y culturalmente construido de las diferencias procurando desmarcarse de la cuestión de la sexualidad y el sexo. Si todo lo sólido se desvanece en el aire, por qué no pensar que la diferencia sexual se desvanecerá algún día, de la misma manera, por tomar la provocativa metáfora de Foucault, como se desvanecería en los límites del mar un rostro dibujado en la arena.

Probablemente porque las nociones de género en cuestión se construyen en espacios disciplinares ajenos al psicoanálisis pasan demasiado rápido por alto las consecuencias psíquicas de las diferencias entre los sexos12. Literatura y filosofía pueden apostar teóricamente en el borde y la ficción. No se juega allí la vida ni la muerte, la locura ni el dolor. Muchas veces ni siquiera la política, salvo las políticas académicas por "el departamento de lengua", como alguna vez señalara con ironía Jameson.

Fértil en determinados campos, los usos de la noción de género son muchos. En todo caso su fertilidad teórica no supone de suyo, a menos que se establezca específicamente, vinculación con la política y menos aún con las militantes feministas. Probablemente esto del género necesite, en cada instancia de debate, ser determinado. No proporciona de suyo ninguna perspectiva revulsiva, no garantiza referencia a tradición política alguna, no suele implicar hacerse cargo de la tragicidad que la sexuación y la corporalidad tienen para los seres humanos: el habitar/ser cuerpos que envejecerán, enfermarán, morirán, densos, marcados, humanos, demasiado humanos, tan alejados de la performance estética.

Género y políticas

En cuanto al uso de la noción de género en el campo político, las políticas promovidas por los organismos internacionales ya no son políticas hacia las mujeres, sino políticas de género. Ello implica, al menos teóricamente, cierto cuidado por evitar considerar a las mujeres como representantes vicarias de intereses de otros (niños, niñas, ancianos, ancianas y desprotegidos/as de todas índole en virtud de las muy femeninas y extendidas capacidades de cuidado) y reproducir así el ciclo de la subordinación.

En Argentina no pocas feministas estamos dispuestas a aceptar el uso político que se ha hecho de la categoría género debido a las dificultades que la noción de sexo plantea, pues parece remitir automáticamente a connotaciones no sólo biológicas, sino biologicistas y a la idea de que existe un destino ineluctable y natural biológicamente marcado: sólo dos sexos, sólo heterosexualidad obligatoria y maternidad compulsiva. En Argentina algunas recordamos a Monseñor Quarracino, y también uno de los debates más álgidos sobre los contenidos básicos de la educación: el uso de la palabra género, que fue sustituida por sexo a instancias de la cúpula de la Iglesia Católica Argentina. La repulsa al "género" incluyó mención de las teorías evolucionistas de Darwin y Lamarck, además de la sustitución de grupo familiar por familia, la supresión de las referencias a los cambios corporales en la pubertad y las alusiones a la sexualidad en el ítem correspondiente a la formación integral del "hombre". Es decir: la Iglesia Católica apela al sexo para combatir el género, pero lo suprime de la formación integral del hombre, no digamos nada de la mujer, o los seres humanos cuyas orientaciones sexuales jamás bendeciría.

Como he intentado mostrar, la cuestión es polémica, polisémica, sus usos están ligados a momentos históricos y coyunturas políticas demasiado recientes como para no despertar ecos en nuestras subjetividades. El rescate del sexo desde la lectura política conservadora nos coloca entre la Escila del determinismo biológico y la Caribdis de la apelación al género propiciado desde las políticas del Banco Mundial.

La noción de género en su uso filosófico-político apunta a la descorporización, disuelta en redes de simbolización, significación, interpelación, parodización, una propuesta que continúa una larga tradición en Occidente: la de eludir aquello que por sólido no puede desvanecerse en el aire. Se encubre en una red densa de materialidades lingüísticas, la materialidad demasiado material de los cuerpos de las mujeres, de la feminización de la pobreza, la violencia intrafamiliar, el SIDA, disueltos en parodias evanescentes de identidades al parecer seleccionables a la carta. Una carta posible para muy pocas, las/los ¿l@s? que pueden pagar los precios de las tecnologías e ingresar en redes ambiguas en el mejor estilo cyborg.

La noción de género está marcada por procesos de internacionalización e institucionalización, de especialización académica y cruzada por las especificidades de los usos disciplinares. Queda pues formular breves observaciones acerca de los límites relativos al trasiego de las teorías. Límites en un doble, o tal vez en un triple sentido: los bordes y escisiones entre producción teórica y prácticas, entre sexo/género, deseo [¿deseos?] que parecen delimitar la noción misma de género, entre disciplinas, y entre países y lenguas.

Consideraciones acerca de los riesgos, límites y estrategias de la traducción

Como bien ha señalado Niranjana (1992) la traducción no es un simple traslado de una lengua a otra, sino un proceso de interpretación, diseminación de visiones del mundo entretejido en las relaciones asimétricas de poder entre pueblos y lenguas. La expansión de la noción de género se ha producido de la mano del predominio de perspectivas deconstruccionistas, posmodernas, poscoloniales a partir de una innegable relación jerárquica: la que la academia norteamericana mantiene con las producciones teóricas de los países del sur. También se halla ligada a la preponderancia de debates de índole epistemológica tendientes a legitimar las producciones teóricas sobre las consecuencias psíquicas, históricas, sociales y políticas de las diferencias anatómicas entre los sexos, de los desajustes entre biología y sexualidad, entre destino y elección de objeto. Finalmente el tráfico de conceptos se halla ligado a la transnacionalización del feminismo en un contexto de universalización de los escenarios del poder, pero también de aumento de las desigualdades y de mayor desarticulación entre las pocas invitadas al debate internacional y las muchas cuyas vidas discurren por otros rumbos no solo diversos, sino desiguales, ajenas a los avatares de la academia, incluidas solo en los circuitos de feminización de la supervivencia (Sassen, S., 2002).

La incorporación de esta noción viajera, en el caso de las teorías feministas, se complica porque sus conceptos son producidos en el (des)encuentro de formaciones teóricas heterogéneas y atravesadas por diferencias de raza, clase, orientación sexual, nación, etnia, lengua, tradición entre otras.

Si el concepto de género ofrece las ventajas de la inclusividad, es innegable que está marcado por las dificultades de su raigambre teórica y de su ubicación territorial en el corazón de la academia norteamericana. No se trata pues de una noción neutral, sino de un concepto que procura desanclar al género de sus ataduras al cuerpo de las mujeres, a las tradiciones de militancia locales, ligado como está a lo que Spivak llama «capacidad geopolítica transnacional de leer y escribir « (Spivak, G., 1992). La capacidad de incluir lo diverso lo es también de diluir determinaciones históricas y antagonismos. En todo caso es claro que la generalización de la cuestión del género ha contribuido a la producción de un discurso ¿posfeminista? que tiende a proclamar la emergencia de un feminismo sin mujeres, un escenario de cuerpos volátiles, categorías fusionales e identidades evasivas, reducidas a performances paródicas.

Fuertemente inestable, la noción de género permite la inclusión de las demandas de las llamadas "diversidades sexuales" y por ello se perfila como amenaza para la concepción tradicional de la familia e incluso puede situarla en una genealogía contestataria y subvertora; pero también es innegable su vínculo con los lobbies tanto locales como globales ligados a los procesos neoliberales de "modernización" de los estado del sur.

Como señala Da Lima Costa "en su trayecto del norte rumbo al sur entra en el dominio de las lenguas romances. Teniendo en cuenta que, en la academia brasileña, tanto la palabra feminismo como el término teoría feminista remitía a una cierta posición radical, muchas feministas académicas brasileñas adoptaron la noción de género para describir sus actividades de investigación, en el intento de conservar algún tipo de credibilidad ante la comunidad científica. En el terreno de los estudios de género se podía estudiar la opresión de las mujeres o las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres sin estar necesariamente comprometida con un proyecto político feminista de transformación social. En el supuesto terreno neutro del género no había necesidad de politizar la teoría o de teorizar la política" (Da Lima Costa, C., 2000, la traducción es mía).

El intento de poner distancia con la estridencia imaginada de las políticas feministas es visible en el retorno a los estudios que toman como unidad de análisis la familia, para contrarrestar, se dice, el incurable individualismo feminista; a la vez que se produce un creciente interés académico por la masculinidad. En muchos estudios sobre violencia se trabaja sobre la violencia padecida por varones a la vez que se destacan los casos en que varones adultos heterosexuales son víctimas y no perpetradores de violencia. Tal vez no sea desatinado recordar que, esencialismos al margen, las mujeres continúan siendo tratadas como botines de guerra, violadas, asesinadas. Dice el informe de la ONU: "La violencia doméstica en perjuicio de la mujer, un aspecto oscuro de la vida familiar, está presente en todos los países, clases y culturas del mundo. Significa maltratos físicos, torturas psicológicas, privaciones, acoso sexual. A menudo hasta la muerte: en Estados Unidos el 20% de las mujeres muertas en el '84 fueron asesinadas por sus maridos" (Barina, A., 1990: 66). Obviamente no se trata de estar en contra de todo estudio sobre masculinidad, sino de señalar que no siempre tales preocupaciones por las relaciones entre los géneros, que incluyen nuevos campos y han renovado el interés por las formas de familia, son compatibles con perspectivas feministas críticas.

Unas palabras para concluir provisoriamente

Al parecer la noción de género no deja de ser útil en orden a algunas intervenciones prácticas, pero soslaya la cuestión del sujeto político y la articulación entre teoría y política feminista, entre pertenencia, prácticas, anclajes ideológico-políticos y subjetivos que la apelación al feminismo convoca.

Si bien es cierto que su uso no es necesariamente equivalente a despolitización, aun cuando a menudo (en los últimos años y en la academia) se asocie a la búsqueda de una cierta distancia respecto de la política y el feminismo, también lo es que está demasiado ligada a las estrategias de transnacionalización de la academia norteamericana y a los avatares de traducciones dificultosas en su tránsito hacia el sur. Se trata de una de esas nociones que, de alguna manera, ponen en acto la bifurcación entre eficacia y compromiso: a la vez que permite construir herramientas de intervención que, al establecer una distancia respecto de mandatos "biológicos", ilumina los procesos sociales de subordinación, constituye al mismo tiempo un espacio de neutralización que promete despejar las amenazas de radicalización procedentes de las presuntas estridencias de las feministas.

Si es una herramienta útil y a menudo necesaria, lo es porque la apelación de los conservadores al sexo se hace en procura de un argumento que produzca la ilusión de naturalización y eternidad: la Naturaleza ha escrito en el cuerpo de las mujeres un destino de maternidad y domesticidad. El sexo es, dicen, claro y distinto, no admite "desviados" ni "perversos", menos aún travestis o transexuales. Sin embargo su uso como herramienta para la construcción de políticas gerenciadas desde el Banco Mundial no deja de ser un factor a tener en cuenta. Aún más: la descorporización, incluso la disolución extrema que la propuesta de Butler expresa conlleva una suerte de idealismo semioticista de nuevo cuño que continúa una larga tradición occidental de renegación de la materialidad y el cuerpo. Por cierto una paradoja.

Si es verdad que el feminismo no implica necesariamente una posición anticapitalista (del mismo modo que las tradiciones políticas de izquierda han estado y están aún atravesadas por elementos patriarcales), el feminismo como posición teórica y política permite ligar la subordinación en razón de la diferencia sexual a las tradiciones, las historias, determinaciones y contradicciones de los sujetos. Permite conservar una opción capaz de ligar las tradiciones de izquierda y el feminismo, de advertir que no todo lo sólido se ha disuelto, o que en todo caso si esto ha ocurrido ello se debe a condiciones históricas y sociales determinadas en las que la lucha de clases ha adquirido una ferocidad homicida. La asunción de una posición feminista es una apelación a la primacía de la política sobre la teoría, una apuesta a la rearticulación entre teoría y praxis. La posibilidad de articulación entre feministas y otros sujetos políticos no se advierte sin apelar al análisis determinado de las articulaciones entre desigualdad y diferencia, a la historia, a la memoria fragmentaria de aquellas y aquellos que no han elegido las condiciones para hacer la historia, pero la hacen, sometidos/as a las determinaciones del cuerpo, del sexo, a las enfermedades, la muerte y también expuestos a las posibilidades no siempre emancipatorias que abren las nuevas tecnologías.

La celebración de la diversidad, la parodia, la deconstrucción, los nuevos florilegios de un lenguaje académico casi neobarroco no nos eximen de advertir que, bajo la expansión del capitalismo salvaje l@s diferentes a menudo devienen desiguales a menos, claro, que se trate de excepciones para las y los cuales siempre ha habido un lugar en el orden establecido y dominante. Para ellos y ellas, incluso ell@s, no es necesario tomar el cielo por asalto.

La posición sostenida por Butler en el contexto del debate sexo/género acerca de la disolución del sexo en pura posición jugada en interpelaciones y parodias permite imaginar un juego abierto a infinitas posibilidades. La seducción del postestructuralismo consiste en que disuelve hasta el paroxismo las determinaciones reales en eventos contingentes de posicionamiento y escenificación. Permite, es verdad, ahuyentar el horror al esencialismo y a las identificaciones masivas y fusionales: mujeres como equivalentes a feministas, los fantasmas de los mandatos de cuidado inculcados generación tras generación operando como discurso político digerible para conservadores felices de hallar mujeres capaces de hacerse cargo de la vida humana fragilizada por el neoliberalismo. Pero lo hace al precio de obturar la percepción de la determinación y de lo ya dado, de los cadáveres de las generaciones muertas que pesan como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos, al precio de la volatilización de los escenarios, de la abstracción de las posiciones, de la discursivización, cuando no de la academización y "culturalización" de contiendas13.

Precisamente por ello, porque hacer referencia al feminismo evoca nuestras genealogías, nombra nuestras ancestras, recuerda las formas determinadas, fragmentarias, precisas de las contiendas pasadas, acepta la corporalidad, la carne, la historia, el sexo, las objetivaciones y alienaciones, la lucha de clases, las derrotas, es que abogo por sostener la inscripción de mis preocupaciones en una tradición que apela a la primacía de la política y al análisis de las condiciones materiales de vida como determinantes de la lucha política.

Notas

1 Utilizo determinación en un sentido técnico. Pienso en "las mujeres" de la misma manera que Marx pensaba la "población" como una categoría inespecífica, una primera aproximación, un punto de partida concreto-abstracto que remite a un vivido pero no sabido que ha de ser sometido a procesos de destotalización analítica a los fines de ir especificando las determinaciones históricas y sociales. Parafraseándolo y reemplazando podríamos decir que (las mujeres) "... es una abstracción si dejo de lado, por ejemplo, las clases y estas clases son una palabra huera si desconozco los elementos sobre los cuales reposan, por ejemplo el trabajo asalariado, el capital..." (Cfr. Marx; K., [1857] 1971: 21). La forma de argumentación esgrimida, aun cuando señala en el sentido de la imposibilidad de hablar de "las mujeres", no implica en modo alguno una disolución de la categoría. A la manera de Spivak, se trata de utilizar el término como herramienta política sin atribuirle integridad ontológica (Butler, J., 1992).

2 En lo referido a la pretendida "ciudadanía global" el meollo de la cuestión se halla en el debate sobre la función de los estados en orden a la garantía de los derechos establecidos por las Convenciones Internacionales, como por ejemplo la CEDAW.

3 Según datos de Clarín en el año 2002 en la Argentina el 10 % más rico de la población recibía el 37.3% de los ingresos, mientras el 10% más pobre sólo el 1.3 %. El desempleo había trepado al 23.8%, mientras los ricos ganaban 45 veces más que los pobres. (Clarín, 31/3/2002).

4 El utilitarismo contemporáneo, despojado del halo progresista que lo ligara a la lucha contra los prejuicios en el siglo XVIII y XIX, considera que las preferencias racistas o sexistas pueden ser perfectamente racionales y obedecer a preferencias informadas.

5 El asunto de la inscripción de los derechos de las mujeres y subalternos/as en el orden de la ley es arduo y por demás complejo. Sin embargo, en las sociedades modernas, la sujeción al orden de la ley opera como un principio regulatorio de las relaciones de los sujetos entre sí a la vez que estatuye los límites de ejercicio de la autoridad legítima (Ciriza, A., 1997). Orden insuficiente, el derecho contiene la arbitrariedad y el ejercicio directo de la fuerza por parte de aquellos que efectivamente ejercen el poder a la vez que ofrece un espacio ambiguo para el reclamo de igualdad a desiguales y diferentes. La conquista de derechos pone en crisis las legitimaciones establecidas, de allí la resistencia a la inscripción de ciertos derechos en el orden de la ley. La punición del aborto, de las mujeres en prostitución y las travestis son ejemplos de los límites de la legalidad existente.

6 Martha Rosenberg indica las ambivalencias de Beijing como escenario del empoderamiento de las mujeres, pero también sus límites, en cuanto la magnitud de los cambios discursivos se muestra compatible con la fijeza de la subordinación de las mujeres.

7 Desde la perspectiva de este historiador, alrededor de los años 60 una peculiar situación facilitó tanto las revueltas estudiantiles y la emergencia del feminismo como la transformación en la conciencia de la clase obrera. Durante el siglo XX, de muerte del campesinado y acelerada urbanización, de transformaciones tecnológicas y auge de las profesiones, mucho cambió en la vida de las mujeres.

8 Sheila Rowbotam (1976) señala que los efectos de la reclusión doméstica, si bien es un suelo común, ligado a la experiencia colectiva de exclusión respecto del saber, el poder, el espacio público, no proporciona una experiencia común a las mujeres. La fragmentación de la sociedad capitalista en clases supone consecuencias diversas para las mujeres: reclusión y fragilidad para las unas (blancas y burguesas), explotación brutal, en el trabajo y el sexo para las otras (todas las trabajadoras y las mujeres negras y de color). Es decir: el capitalismo tendió más a la diferenciación de intereses y aspectos que a unificar la conciencia feminista (Rowbotham, S., 1996: 32).

9 Se ha de decir, en descargo de Freud, que sus afirmaciones son mucho más matizadas que las de los modernos conservadores. Si bien señala el carácter deficitario del superyo femenino no titubea en indicar que "la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto" (Freud, S., [1925] 2003:276). Sobre el superyo femenino dice: "Uno titubea en decirlo, pero no es posible defenderse de la idea de que el nivel de lo éticamente normal es otro en el caso de la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el caso del varón... la mujer -que muestra un sentimiento de justicia menos acendrado que el varón, y menor inclinación a someterse a las grandes necesidades de la vida; que con mayor frecuencia se deja guiar en sus decisiones por sentimientos tiernos u hostiles- estarían ampliamente fundamentados en la modificación de la formación-superyó" (Freud, S., [1925] 2003:276).

10 La lógica que rige es la de la constitución de los campos. Tal como ha señalado Bourdieu ello supone un desafío específico: "el monopolio de la autoridad científica, inseparablemente definida como capacidad técnica y como poder social" (Bourdieu, P., 1994: 131). A la vez que se produce una forma específica del interés (la illusio) el campo se autonomiza de manera relativa respecto de los conflictos político-sociales, a los que no puede reducirse. Ello, desde ya, no supone que los debates adquieran un cariz puramente científico o académico.

11 Utilizo la idea de "moda" a la manera de W. Benjamin, para hacer referencia a la recurrencia circular de lo "siempre igual" a través de la cual se produce el sofocamiento de toda dialéctica emancipatoria (Cfr. Benjamin, W., 1982).

12 Es interesante señalar que aquellas corrientes que reivindican el uso de la noción de género destacando su pertinencia como herramienta analítica ante la recurrencia de los debates a propósito de la biología y las diversas formas del esencialismo, suelen avanzar demasiado rápidamente desde lo políticamente correcto a lo subjetivamente posible y deseable, del territorio de la política al de las identidades, de la demanda de derechos a la obturación de los avatares de la subjetividad, que no pueden inscribirse inmediatamente y sin resto en el espacio del debate político o la retórica estetizante.

13 No puedo dejar de hacer referencia, a la posición que muchas feministas europeas y norteamericanas experimentan ante las demandas de las otras, las que ellas llaman "las marujas". Enfrascadas en sus debates académicos, seguramente para muchas las diferencias de clase constituyen una novedad. Es interesante remitir a una nota aparecida en el diario barcelonés La Vanguardia, titulada, precisamente "El feminismo de las marujas": "Entre sus compañeras de congreso se encontraba la norteamericana Judith Butler, la feminista más citada internacionalmente, que se declaró 'profundamente conmocionada y transformada' por lo vivido en estos encuentros de Barcelona, que han dado voz a mujeres de la limpieza, amas de casa, gitanas, emigrantes (musulmanas y latinoamericanas) o recién alfabetizadas -las denominadas 'otras mujeres'-, lo que las ha situado por vez primera al mismo nivel que las grandes teóricas internacionales del movimiento. Para Butler, 'es la conferencia más exitosa de todas a las que he asistido; marca un hito' " (La Vanguardia, 25/10/2001).

La autora
Alejandra Ciriza es Doctora en Filosofía. Vive desde hace años en Mendoza donde trabaja actualmente como Investigadora Independiente del CONICET y como Profesora regular en la Cátedra de Epistemología de las Ciencias Sociales, en la UNCuyo. Ha sido invitada por la Maison de Sciences de l'Homme, Paris, Francia para trabajar sobre sus temas de interés: los debates teóricos y políticos ligados a la cuestión de la ciudadanía de las mujeres y la elucidación de conceptos en el campo de la filosofía política feminista. Ha escrito numerosos trabajos sobre teoría feminista y filosofía política desde un punto de vista atento a la dimensión histórica.

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