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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas  n.9 Mendoza ene./dic. 2007

 

La odisea de la modernización en el Ecuador: dos momentos de su desarrollo

Ecuador's modernization odyssey. Two moments of its development

Carlos Paladines*
PUCE

Resumen
A lo largo de los siglos, el proceso de modernización del Ecuador ha estado bajo la mira de políticos, gobernantes, maestros, pensadores e historiadores. El primer paso de esta odisea se dio a mediados  del S. XVIII y se  presentó como ruptura y  enfrentamiento con el pasado, en diversas áreas y tuvo como trasfondos la muerte del sistema colonial y el anuncio de nuevos referentes, fuerzas, actores y formas de organizar la realidad.
De dimensiones de cambio tan colosales como la 'ilustrada' terminó por constituirse la propuesta implantada por la Revolución liberal, a inicios del siglo XX. Este proyecto por construir un mundo moderno requirió desplegar actividades al menos en cinco frentes: el de integración o consolidación de un estado nacional; el de creación de un estado secular o laico; el de constitu­ción de un estado liberal; el de edificación de una sociedad y una educación laica y el de fortalecimiento de un estado burgués.
Hoy como en otras ocasiones diversas áreas  se presentan en aguda crisis y necesitadas de profundas transformaciones. Es posible que la modernización no sea más que una modernización de fachada, una 'modernización tradicionalista'. ¿Cuáles son los problemas que tuvieron los procesos de modernización? ¿Cuáles son  los factores que permitirían superar las limitaciones de siempre? Una vez más, ¿el nuevo proceso de modernización excluirá de sus beneficios a muchos y  alcanzará para muy pocos?.

Palabras clave: Modernización en el Ecuador; Cambios; Exclusión; 'Modernización tradicionalista'.

Abstract
Along the centuries the modernization process of Ecuador has been under scrutiny by politicians, rulers, teachers, intellectuals, and historians. The first step of this odyssey took place about the middle of the XVIII century under the shape of rupture and confrontation with the past in several areas, and with the background of a dying colonial system and the announcement of different patterns, forces, actors, and ways of organizing reality.
The liberal Revolution at the beginning of the XX century resulted in so big a change as the illustrated revolution. This project of a modern world had to deal with at least five fronts: the integration or consolidation of a national state; the creation of a secular state; the creation of a liberal state; the building of a lay society and a lay education; the strengthening of a bourgeois state.
As it was then, today several areas are in crisis and in need of deep changes. It might be that this modernization is only a façade, a "traditional modernization." What problems did the modernization processes have? What factors would help overcome the usual limitations? And again, would the new process benefit a few while excluding many?.

Key words: Ecuador's modernization; Changes; Exclusion; "Traditional modernization".

Introducción

A lo largo de más de dos siglos, en unas ocasiones con más intensidad que en otras, el proceso de modernización de la República del Ecuador ha estado bajo la mira permanente de políticos, gobernantes, maestros, pensadores e historiadores. Dedicaron su atención a ello, con máxima acuciosidad y dedicación digna de encomio, autores de la talla de Juan de Velasco, Calama, Espejo, Simón Rodríguez, Vicente Rocafuerte, Juan León Mera, García Moreno, Teodoro Wolf, Daniel Enrique Proaño, Fernando Pons, Eloy Alfaro, Leonidas García, Napoleón Dilon, Aurelio Espinosa, Emilio Uzcátegui, Hernán Malo, por citar algunas figuras representativas.

Al igual que Sísifo, Rey de Corinto, condenado a empujar eternamente una enorme piedra, desde la falda hasta la cima de una montaña, la cual volvía a caer una vez alcanzada la cumbre, para nuevamente ser levantada, el proceso de modernización del país ha sido, generación tras generación, asumido y vuelto a reformular y reconstruir con igual entusiasmo. Cada etapa histórica ha tenido que reiniciar la construcción de nuevas concepciones y programas de modernización, una vez que los anteriores se habían tornado insuficientes u obsoletos.

 Al haber sido objeto de atención permanente, desde las más diferentes perspectivas, tendencias, exclusiones y autores, el universo de producción sobre la modernización del Ecuador ha terminado por ser considerable, tal vez monumental. Para la muestra de la amplitud de esta producción, baste un botón: la modernización del sistema educativo que se propusieron llevar a cabo los ilustrados a finales de la Colonia e inicios de la República. Sobre la modernización del área educativa, Eugenio Espejo formulo una vasta propuesta que desplegó con lujo de detalles, en tres volúmenes: El Nuevo Luciano de Quito, la Ciencia Blancardina y Marco Pocio Catón, obras que en la edición crítica que realizara Philip L. Astuto cubren alrededor de quinientas treinta páginas. A esto aún habría que añadir la propuesta educativa que consta en Primicias de la Cultura de Quito y en otras obras, como en Informe sobre las viruelas y en la Defensa de los Curas del Chimborazo.

La primera propuesta de modernización

Si de remontarse a los inicios de este fenómeno se tratara, la odisea de la modernización del país podría ubicarse a mediados del siglo XVIII, cuando a través de la obra de Mgnin, los Académicos Franceses, Hospital, la familia Espejo, Rocafuerte y un conjunto de profesores universitarios, se hizo presente el reclamo por modernizar la Audiencia de Quito.

Recurramos a Eugenio Espejo para desplegar la riqueza de tal propuesta. El máximo teórico y crítico de la educación de aquellos tiempos fue uno de los primeros que enfrentó a su medio con la palabra escrita, y así inició la superación de la tradición verbalista de ese entonces, a través de primer periódico de la Audiencia: Primicias de la Cultura de Quito. También fue autor del mayor estudio que sobre el mundo indígena se escribió en esos tiempos y de fórmulas para su posible mejoría. Hay quienes sostienen que es el "padre" de la filosofía en el Ecuador, que con él se dio inicio a una primavera o renacimiento filosófico.

En esta ocasión no intentaré mostrar los desarrollos alcanzados por Espejo en alguna de las áreas en que su obra fue eximia; intentaré más bien abordar un tema transversal que atraviesa a todo lo largo de la vida y de las obras de Espejo, que incluso se podría pensar es parte de su talante, de su modo de ser, pensar y hacer las cosas. Me refiero al carácter de ruptura, a su enfrentamiento con el pasado y su proyección del futuro, al antes y después de Espejo que él estableció en diversas áreas.

Por ejemplo, a la ruptura que estableció entre una filosofía de corte escolástico y otra centrada en la autonomía y libertad humana; entre dos físicas: la aristotélico-tomista y la física moderna iniciada por Galileo, Kepler, Newton, ... ; entre dos morales: una débil y ascética y otra, de corte utilitarista, cuyo norte era la felicidad, contraposiciones o rupturas, todas ellas y otras más, que tenían como trasfondo la muerte del sistema colonial y el anuncio de nuevos referentes y diferentes fuerzas, sujetos y formas de organizar a futuro su país: la Audiencia de Quito.

En estas y otras áreas es posible hablar de cómo eran las cosas o los planteamientos antes y después de Espejo. Igual tarea de cierre y superación de concepciones del pasado y de siembra y apertura a los nuevos tiempos se puede apreciar en su concepción y práctica de las ciencias, especialmente de la medicina; en su concepción de la naturaleza humana, del uso y abuso del idioma que hacían los representantes de una retórica pomposa y vana, "blancarda" como él la denominó, y una nueva forma de expresarse, organizada sobre lo directo, lo simple y lo sólido. También él estableció una nueva concepción de la belleza, del "bello espíritu" como él lo bautizó.

En definitiva, como pocas personas, Espejo reunión en él las dos caras de la moneda: por una lado, la crítica o denuncia dura, cual un martillo, terrible y pertinaz contra los atropellos, pobreza, corrupción, ignorancia y más males que aquejaban al sistema colonial; y, por el otro lado apuntó hacia un horizonte inédito, cargado de ilusiones de cambio, de caminos aún no trajinados, de perspectivas novedosas o modernas. En pocas palabras, él anunció la muerte de los principales parámetros propios de la vida colonial y diseñó los cauces por donde transitaría a futuro la Audiencia; reflejó, como en un Espejo, un nuevo mundo, en pleno proceso de gestación, de construcción.

Por supuesto, sería desproporcionado, en pocos minutos, intentar describir tan colosal batalla y el amplio universo de escisiones que impulsó Espejo. Se circunscribirá el análisis a dos áreas.

· El nuevo sistema de comunicación

E. Espejo, con la edición del primer periódico ecuatoriano, dio inicio al descenso del principal medio de comunicación masiva de aquel entonces: el púlpito; pero también jugó un rol importante en la emergencia de otras formas de comunicación como la carta, los informes, los anónimos, los juicios y hasta la utilización de las paredes (graffiti) como medio de comunicación social, formas todas en rebeldía con la legalidad implícita en el modelo anterior.

Otro ejemplo de recreación de las formas de comunicación fue la utilización del género epistolar y el dialogal, que para la época constituían formas alternativas de comunicación y de disputa del poder concentrado en los géneros establecidos: el sermón y el elogio fúnebre. El diálogo, de vieja data desde los tiempos de Sócrates y Platón, pasando por los de Luciano hasta llegar a Bouhours y que Espejo se lisonjeaba de conocer a fondo, tenía la ventaja de permitir la democratización del conocimiento, al no presentar a la población la doctrina o contenidos a través de cansinas disquisiciones y explicaciones tediosas, accesibles solo a públicos «selectos», sino más bien facilitar su comprensión a través de ejemplos, rasgos, anécdotas y deberes de personas de carne y hueso. En definitiva, se trataba de una mediación imaginativa y artística, donde el elemento doctrinal y racional se encarnaba en personajes que representaban antropomórficamente y en forma plástica el juego de intereses de los grupos sociales aludidos.

También en este caso cabe preguntarse por el sentido de dicho cambio, por las razones que respaldaron la utilización proficua de nuevas formas y medios o instrumentos de comunicación. Por una parte, estas nuevas herramientas de trabajo que surgieron de las manos de los fundadores de una futura intelectualidad laica, entre los que E. Espejo ocupa un lugar de significación dentro del marco de la cultura hispanoamericana, expresan la autoafirmación de un nuevo Sujeto histórico, que tomaba conciencia plena de su papel y luchaba por el reconocimiento de su propia «voz». El Nuevo Luciano expresa a los grupos innovadores o emergentes, particularmente a los «criollos», que miraban las cosas ya con franca actitud moderna y habrían de impulsar en adelante un vasto proyecto de reformas. Por otra parte, el grupo emergente al posesionarse de estos medios y ejercer control sobre los mismos asumió mayores niveles de poder, indispensables para los enfrentamientos que a futuro tuvo que correr.

Con justa razón ha señalado Arturo Roig, «que las diversas formas estilísticas se encuentran determinadas por la función de comunicación y sus modalidades"; que la «voluntad de estilo» es al mismo tiempo «voluntad de comunicación» y es muchas veces esta última la que determina plenamente los modos de realización de la primera»1.

· La nueva retórica

En segundo lugar, otra área de rupturas, en estrecha vinculación con la anterior, fue la de la retórica. Recordemos que en las tres primeras conversaciones o capítulos de El Nuevo Luciano, en los primeros diálogos de La Ciencia Blancardina, al igual que en los capítulos décimo a décimo tercero de Marco Porcio Catón y aun en capítulos posteriores y últimos de estas tres obras, E. Espejo concentra el análisis en una serie de elementos referidos a la reforma del hecho literario.

Mas la meta final que confiere sentido a la multiplicidad de denuncias y a las exigencias de reforma en aquella época: reforma de la enseñanza de las humanidades y las ciencia mayores, del latín, de la poesía, del estilo, de la oratoria sagrada, del buen gusto, del hombre de letras, de la crítica literaria,... no eran más que parte de una vasta problemática resumible en la reforma de la retórica vigente, hecho que a su vez estuvo envuelto en otra problemática aún más amplia que el mismo hecho literario, pues hundía raíces en la rica y compleja urdimbre de la vida social, política y cultura de la Audiencia de Quito, que E. Espejo procedió a denunciar, con los nombres y apellidos tanto de las instituciones como de los actores responsables de dicha debacle.

Por ejemplo, en las conversaciones (capítulos) primera y segunda de El Nuevo Luciano, arremete contra el método jesuítico aplicado a la enseñanza de la ortografía, de las humanidades, la gramática latina y en general de todas las ciencias mayores por cuanto no lograban formar al estudiante quiteño en el uso adecuado de la lengua y porque no producía oradores que hablasen sin rodeos, dando su propia significación a cada cosa, sino más bien declamadores llenos de «hinchazón, pompa y fanfarronadas», sin conocimiento ni uso de la propiedad de las voces latinas o de la naturaleza del estilo.

En la conversación tercera del Luciano, segunda de la Ciencia Blancardina y en el capítulo décimo segundo de Marco Porcio Catón se desentraña la enseñanza de la retórica, que de modo similar al de otras ciencias, no había hecho más que producir «agudezas», «hablar al aire hiperbólicamente, sin un átomo de persuasiva, de método o de juicio». En el capítulo quinto se critica a la filosofía imperante que en vez de ser una indagación exacta de la verdad se había vuelto una eterna disputadora de sutilezas despreciables e incomprensibles; a la vez que se censura la falta de interés por las ciencias experimentales, y hasta la teología es puesta entre paréntesis en la conversación sexta, porque los maestros escolásticos juzgaban que ella se hizo para sutilizar sobre las materias más augustas o para inventar y entretener y, en algunos casos, para hacer carrera con el único interés y preocupación de lisonjear los propios apetitos.

Si se examinaran otros capítulos como el referente al «buen gusto», conversación cuarta de El Nuevo Luciano o la conversación novena sobre la «oratoria sagrada» o el diálogo sexto de la Ciencia Blancardina sobre la «oración fúnebre»,... fácil será colegir la importancia asignada, al menos cuantitativamente, al problema de la retórica, ciencia que habría «olvidado» la verdadera realidad hasta terminar prisionera de «hipérboles desmesuradas», distantes de toda «verosimilitud», como también de lo «brillante más que de lo sólido, de lo metafórico más que de lo propio y de la imitación de autores más que del arte mismo». En síntesis, la retórica, cual leit motiv, se atraviesa a todo lo largo de las tres obras que dedicó Espejo a la desconstrución de la educación vigente.

Mas volviendo al punto de partida desde el que se organizó la crítica ilustrada a la educación: la retórica, es hora ya de preguntarnos por su sentido, por las razones y motivos que se «ocultan» detrás de tan acre y abundante polémica, que la historiografía tradicional ha sabido constatar pero solo en contadas ocasiones interpretar.

Para el rescate de tal sentido toca recurrir a la orientación imperante en la producción cultural de la Audiencia, en aquellos tiempos, la misma que ha sido caracterizada como eminentemente «persuasiva» y hasta «apologética», como puede apreciarse en cualquier fachada, retablo, pintura, escultura, pieza de oratoria o poema que no pretendían más que «convencer» sobre un ideal religioso y civil que se había convertido en norma de la vida social; maridaje entre la cruz y la espada que caracterizó a la sociedad de ese entonces y que se trató de implementar en todos los niveles y esferas de la realidad, en algunas ocasiones incluso con medios no tan santos.

En otras palabras, el barroco trató de convencer a su sociedad sobre la justicia del sistema existente y la necesidad de someter toda realidad e institución a los parámetros sacrosantos vigentes. Le inspiraba un estilo de vida, le inspiraba un conjunto de valores cívico-religiosos. «Todo el arte barroco, dice un autor, se lo entenderá como una gran unidad si, tomando en cuenta la relación entre obra de arte y público, se lo mira desde esta perspectiva del convencimiento. El rasgo fundamental del pensamiento barroco es la retórica; su finalidad: convencer, persuadir»2.

Por lo anotado, fácil es de colegir que al apuntar la crítica ilustrada contra la retórica imperante, lo hizo contra el pilar u orientación directriz de la cultura toda vigente, y que al socavar tal cimiento el edificio íntegro hubo de venirse abajo.

Por otra parte, al atentar contra la columna vertebral, el pensamiento ilustrado se vio abocado a esbozar las nuevas líneas de fuerza y a tratar de determinar los parámetros requeridos en el campo literario y artístico, para superar la realidad denunciada. E. Espejo, por ejemplo, al exponer la doctrina del «buen gusto», adscrita a la cual hay que situar la tesis sobre el «buen espíritu», la «crítica literaria»,... especialmente en la cuarta conversación de El Nuevo Luciano y en diferentes diálogos de La Ciencia Blancardina, no hizo más que describir los parámetros sobre los cuales habría de levantarse y distinguirse, en el futuro, la antigua de la moderna realidad cultural, la de un barroco ciertamente pervertido por ampuloso, exagerado y deforme, que nuestro autor denomina «blancardo» y que tenía las mismas limitaciones o vuelos del «gerundianismo» que criticara el maestro Isla y que será motivo de tantas burlas por parte de los ilustrados y la de una retórica moderna, orientada más por la claridad y la razón, sinónimos de una nueva eficacia cognoscitiva, que desde el clasicismo renacentista se venían desarrollando.

Junto a las recomendaciones técnico-metodológicas, también enfrentó problemas de fondo, como aquel de cuestionar el «argumento de autoridad», afincado en la Biblia, la tradición, las bulas papales y columna vertebral de la metodología escolástica, para impulsar más bien el empleo de la «razón científica», elemento dominante de la nueva metodología. En palabras de nuestro autor: «Todos pongan particular esmero y conato en que su discípulos se empapen bien (científicamente) en la doctrina del autor de cada Cátedra. Dije científicamente; porque ha de procurar el catedrático que sus discípulos penetren la razón, y causa del aserto o resolución y doctrina del autor»3.

En definitiva, con el movimiento ilustrado asistimos a uno de los más poderosos procesos de cambio de que se tenga memoria en la historia del país; a la caída de modelos, paradigmas y referentes. Estamos de cara no solo al cambio en múltiples aspectos, especialmente en el campo de la política y de la ciencia, sino frente a una mutación de carácter epocal: el paso a la vida republicana. Además, esta mutación generó un ambiente de crisis, de cuestionamiento a todos y cada uno de los "valores" e "ideales" tradicionales. En síntesis, una trasmutación profunda de valores y percepciones.

En tal escenario, la figura y la obra de los ilustrados se torna interesante, ya que supieron construir parámetros y sueños diferentes a los vigentes y además supieron mantenerlos con una voluntad inquebrantable. Todo ello no significa desconocer las limitaciones de su empresa. La Ilustración se redujo a grupos citadinos y selectos. Más del 70% de la población no participó y si lo hizo no fue más que en calidad de carne de cañón. La masa de la Nación siguió confiada a sus prácticas supersticiosas, a sus ceremonias piadosas y a su tradicional concepción del cristianismo, pese a la crítica de los ilustrados a los eclesiásticos acostumbrados a apacentar un rebaño ingenuo e ignorante de fieles4. Tampoco faltó el recurso al despotismo para expandir sus ideas.

La propuesta liberal de modernización

De dimensiones de cambio tan colosales como la ilustrada terminó por constituirse la propuesta de modernización implantada por la Revolución liberal. El liberalismo se vio abocado, a partir de su triunfo el 5 de junio de 1895, a desplegar una tarea titánica de modernización, a fin de liberar al país de estructuras y valores semi-feudales, por una parte; y, por otra, conformar una sociedad y un estado de carácter moderno, «sueño» acariciado por décadas y por el cual, según Alfaro, se «había sostenido patrióticamente la lucha más cruenta que registran nuestro anales»5.

Este «proyecto histórico» por construir un mundo moderno o «nuevo mundo», requirió desplegar actividades al menos en cinco frentes: el de integración o consolidación de un estado nacional; el de creación de un estado secular o laico; el de constitución de un estado liberal; el de edificación de una sociedad y una educación laica y el de fortalecimiento de un estado burgués.

También en este caso, no se intentará mostrar los desarrollos alcanzados en toda su riqueza y amplitud. Se concentrará la atención tan solo en dos áreas.

· La integración del país o consolidación de un Estado nacional

En el programa de integración nacional que impulsó Alfaro cabe destacar de inicio una de sus mediaciones más queridas: el ferrocarril.

Para romper el aislamiento en que vivían las dos principales regiones y sus respectivas ciudades y pueblos, que no podían comunicarse entre sí y con el exterior por la falta de vías y la oposición que levantaba una agreste geografía, ideó Alfaro la construcción de un ferrocarril trasandino nacional, título con el que lo bautizó y que a su criterio «entrañaba la redención y modernización del País» y la «base eficaz del desarrollo de algunas provincias».

Esta tarea de integración física y creación de un espacio geográfico y económico interdependiente, se «soñó» completar cruzando todo el territorio nacional de ferrocarriles: hacia el sur del callejón internadino y hacia el norte; hacia el oriente a partir de Ambato al Curaray; de Puerto Bolívar hacia Machala y Pasaje e incluso en Manabí, con dos ramales, sueños que no lograron hacerse realidad, pero fueron compensados con un amplio plan de construcción y reparación de caminos como el de Quito a Chone, Ibarra el Pailón, Pilahuín-Guanujo, Machala-Cuenca, Cajabamba-Chimbo-Pallatanga. Alfaro decia que «...los caminos eran las arterias que daban vida a los pueblos y la nación que no tiene ferrocarriles, ni carreteras, ni caminos de herradura, es realmente una nación muerta para el progreso. Mientras más vías de comunicación tenga un Estado, mayor y más pronto es su desarrollo». «Mi idea dominante ha sido, y lo es todavía, el cruzar el país de vías de comunicación fácil y económica».

La construcción de las 290 millas -alrededor de 540 kilómetros- que separaban a Durán de Quito, atravesando los más inhóspitos, insalubres y elevados lugares de la cordillera, llevó varios años, de 1896 a 1908, y requirió incluso traer a más de cuatro mil peones de Jamaica. «Contrariedades y disgustos no faltaron como sucede siempre en toda grande empresa», pero el resultado final se reflejó en «el entusiasmo del Pueblo Quiteño, que rayó en el delirio» el día de su inauguración, el 17 de Junio de 1908, cuando una hija de Don Eloy: América, colocó en la estación de Chimbacalle un clavo de oro en el último de los durmientes y se escucharon los primeros silbidos de la locomotora, que eran «la llamada de resurrección de los pueblos», a decir de Alfaro.

Al otro día comenzó el ferrocarril a retribuir con creces los innumerables sacrificios sufridos en su construcción y a entregar al país los beneficios que se habían ofrecido doce años antes: se redujo drásticamente el tiempo y los costos de circulación de bienes y personas de siete y hasta doce días que se requerían, a lomo de mula, para alcanzar la Capital o el Puerto Principal, a un solo día; se triplicó y cuadruplicó el valor de los terrenos situados junto a la vía; se logró la apropiación de la tecnología de punta existente en el mundo avanzado de aquel entonces; se disminuyeron las incomodidades que suponía viajar y se aumentó considerablemente el monto de mercancías y más bienes en circulación entre las dos regiones e incluso con el exterior.

No se han ponderado con la debida precisión los bienes que trajo el ferrocarril, pero no cabe duda, como lo señalara el mismo Alfaro, que «contribuyó a fomentar eficazmente el desarrollo de la producción agrícola en todas sus variedades, ensanchó el comercio interno y aumentó extraordinariamente el tráfico personal». Por supuesto, el ferrocarril tuvo sus limitaciones y nunca resultó un éxito financiero, habiéndole tocado funcionar con permanente déficit.

Junto a la integración del espacio físico y económico, otra mediación que alimentó la unidad nacional, fue el conflicto con el Perú, pues en la gestación de los estados, la guerra ha sido, en más de una ocasión, la mediación llamada a resolver los conflictos de intereses. En 1910, ante el anuncio de que el Rey de España favorecería la tesis peruana en su dictamen arbitral, Alfaro consiguió unificar a todo el país y aunque el Perú disponía de mayores elementos bélicos, especialmente marítimos, compensó esta desventaja, en sus propias palabras, con «... la superioridad del Ejército Ecuatoriano, consistente principalmente en que el último de nuestros soldados, sabe y está identificado con la justicia que asiste al Ecuador en su cuestión de límites, y que la santidad de la causa que defiende, lo obliga a luchar hasta vencer o morir». El ferrocarril permitió que nuestras fronteras quedasen mejor resguardadas, pues facilitó las medidas de defensa y movilización de tropa, cuando se tuvo la amenaza de invasión por el lado de Túmbez. Desde Pasto y Tulcán, lugares lo más distantes del probable teatro de la guerra y desde Quito, en horas se desplazaron hacia la Costa miles de voluntarios congregados bajo el épico grito de «Túmbez, Marañón o la guerra».

Hasta la liberación del indígena del yugo de las haciendas y de la prisión por deudas, anacrónica medida que continuaba vigente en el país, se vio favorecida por el ferrocarril que facilitó la huida del indígena de la sierra hacia el litoral.

Mas el proyecto de Estado Nacional liderado por el liberalismo no solo conjugó factores territoriales junto a los de orden geográfico sino que además recurrió a elementos culturales, particularmente historiográficos en su afán por terminar con las rivalidades y luchas regionales que lo mantenían desintegrado. La historiografía tradicional, salvo excepciones, le ha negado un puesto a Don Eloy entre los pensadores e historiadores y su faceta de escritor ha permanecido casi oculta; sin embargo, Alfaro dedicó parte de su labor a estudiar la historia de su país, penetrar en sus tendencias de evolución y, lo que es más importante, en un duro y enojoso trabajo, producir obras históricas de gran calidad que sirviesen para construir el futuro. Baste recordar sus Memorias sobre la campaña de Esmeraldas y Manabí; sus escritos militares y sus análisis políticos sobre el Ecuador de tiempos de la Regeneración y la Restauración; su estudio sobre la Deuda Gordiana, su Historia del Ferrocarril de Guayaquil a Quito, sus Aforismo y sus mismos Mensajes Presidenciales y su Epistolario que reflejan a un hombre que supo manejar la pluma con relativa facilidad y comunicarse en forma clara y sencilla con su pueblo.

Debía coronar el proceso de integración nacional soñado por Alfaro, la creación de una confederación latinoamericana entre los pueblos que habitan desde el Orinoco al Macará. El Pacto de Unión de las repúblicas que formaron la Antigua Gran Colombia, no debía ser más que el preludio de una unidad o pacto aún mayor: la Unión Bolivariana, que lastimosamente el Perú rechazó.

Estos y otros sueños de integración nacional y latinoamericana, se vieron obscurecidos y desvirtuados por la entente de la oligarquía costeña y la aristocracia serrana, que se consumó especialmente en los gobiernos de Plaza y que terminó por reducir la unidad nacional exclusivamente al intercambio comercial. Con el correr de los años y una vez sacrificado Alfaro, el predominio plutocrático en los gobiernos de Alfredo Baquerizo Moreno (1916-1920), José Luís Tamayo (1920-1924) y Gonzalo F. Córdova (1924-1925) logró poner fin a la fase revolucionaria, en medio de profundas divisiones y violentos enfrentamientos que debilitaron al proceso social y no dejaron de repercutir en la modernización del país.

Además, como la ha señalado Adriana Arpini, "Las ideas de modernización que impulsaron en el siglo XIX la construcción y organización política de nuestras naciones, si acaso tuvieron en cuenta la diversidad de culturas, la expresaron en términos de 'barbarie' frente a la cual debía imponerse una "civilización homogénea y homogenizadora"6. Este modelo de integración no estuvo exento de notas de exclusión tanto de personas, grupos étnicos, sujetos históricos y de su correspondiente cultura: lengua, educación, religión y costumbres que debían ser borradas.

· La conformación de un estado secular o laico

El segundo frente de trabajo, condición sine qua non de la empresa de modernización del país, fue la secularización del Estado.

La Iglesia a partir del año 95 fue expulsada de áreas que por décadas había detentado bajo su directo control: se estableció el matrimonio civil y el divorcio; se creó la educación laica; el reconocimiento de la libertad religiosa y se prohibió a los clérigos participar en política. La jerarquía eclesiástica también vio disminuir sus dominios al perder el control de instituciones de beneficencia y salud como hospitales, orfanatos, casas asistenciales y hasta cementerios que pasaron a depender de entidades organizadas por el gobierno. A partir de 1908 la revolución le quitó a la Iglesia la administración de casas y haciendas, escuelas y colegios, diezmos y rentas, cuando se emitió la Ley de Manos Muertas. En palabras de Alfaro: «... los bienes que pasaron del pueblo a los Institutos Religiosos, volverían al pueblo menesteroso, y se invertirían en su exclusivo alivio y beneficio».

Hasta los canales de relación de la Iglesia con el sector artesanal y obrero naciente fueron en alguna medida controlados con la implementación de servicios mutuales, de mortuorias y de organizaciones de tipo más bien sindical. En definitiva, la revolución se esforzó por disminuir el poder, sin lugar a dudas considerable de la Iglesia e incluso aspiró, especialmente en tiempo de Leonidas Plaza, a ponerla bajo su control, y a la larga, en el tráfago de la lucha, en más de una ocasión, transformó a la Iglesia en su principal enemigo, en medio de errores y abusos que desfiguraron la magna obra del liberalismo en el poder.

Todas estas medidas y otras más, al quebrantar la exagerada unidad del «Trono» y el «Altar», característica de los tiempo medievales, no solo coadyuvaron a la secularización de varias instancias, sino que además fungieron como mecanismos de modernización, de apertura ideológica y ejercicio de la libertad intelectual, en una sociedad hasta entonces asfixiada por el dogmatismo y aún anclada a la tradición en sus sistemas jurídicos, educativos y sociales.

Además se hizo necesario un cemento capaz, por una parte, de soldar a los múltiples intereses y elementos que confluyeron en la transformación del 5 de Junio; y por otra, dar carácter laico a la sociedad toda, tarea esta asumida por la prensa y la educación, que al igual que el ferrocarril se constituyeron en otro factor clave del proceso de modernización. El mismo Alfaro comprendió muy bien que también era tarea prioritaria forjar la cultura y desarrollar el espíritu del nuevo estado y sociedad, para lo cual era indispensable educar al pueblo, forjar el nuevo hombre de una nueva y moderna sociedad: el ecuatoriano del futuro.

Coadyuvó mucho a esta tarea la prensa, que en aquel entonces, con marcada orientación liberal, floreció a lo largo y ancho del país. La formación de una opinión pública independiente del púlpito y favorable a la modernización tenía como objetivo convertir en laica no solo a la educación sino penetrar en todos los intersticios de la vida social. Hablamos de alrededor de 90 periódicos entre diarios y publicaciones semanales y mensuales; solo en Quito y Guayaquil se hicieron presente 15 periódicos y 40 publicaciones, respectivamente.

En el lento proceso de transformación del área educativa, particularmente de sus centros de producción y difusión ideológica, no faltaron algunos hitos que condujeron a superar la educación tradicional confesional. Abrió las puertas del proceso, y de allí su trascendencia, la fundación del Instituto Nacional Mejía en junio de 1897, «creado para que se diera en él una enseñanza acorde con las tendencias modernas". Hasta la creación del primer colegio laico no se había contado más que con el colegio San Gabriel de los jesuitas. Posteriormente se dio la erección del Colegio Militar en 1899, de los Institutos Normales «Manuela Cañizares» y «Juan Montalvo» en 1901 y de la Escuela de Bellas Artes en 1904, instituciones con las cuales comenzó a tomar cuerpo la política educacional que había de seguir el régimen liberal.

En el campo jurídico, paso importante fue la Ley de Patronato de 1899, con la cual se puso punto final al Concordato de 1862, mediante el cual el régimen garciano entregó al dominio y dirección de la jerarquía eclesiástica toda el área de educación. Años más tarde, por Decreto ejecutivo de octubre de 1901, se organizó el Ministerio de Instrucción Pública, como organismo independiente de otras carteras a las que generalmente se había mantenido anexo. En enero de 1904, desempeñando la cartera de Instrucción Pública Luis A. Martínez, se expidió el nuevo Plan de Segunda Enseñanza y el primer Reglamento Orgánico de los Normales. También se exoneró a los estudiantes de la obligación de aprobar latín para cursar estudios de francés o inglés, e incluso se concedió libertad de estudios por dos años, resolución esta última que produjo resultados negativos pues desorganizó los planteles y permitió la graduación de bachilleres en forma incontrolada y en más de un caso sin la preparación adecuada.

Con estas y otras medidas el liberalismo terminó por allanar el camino, como para en octubre de 1905 declarar, en la Ley Reformatoria de la Constitución, que «La enseñanza primaria oficial es esencialmente laica», principio sustancial, ratificado por la Constitución de 1906, conocida como la Carta Magna del liberalismo ecuatoriano, y que consignó en forma definitiva que «La enseñanza es libre, sin más restricciones que las señaladas en las leyes respectivas; pero la enseñanza oficial y la costeada por las Municipalidades, son esencialmente seglares y laicas». A finales del mismo año, Eloy Alfaro, expidió la nueva Ley Orgánica de Instrucción Pública, con lo cual la estructura educativa que giraba alrededor de los intereses tradicionales pasó a depender de la dirección estatal y el elemento civil a ser protagonista del desarrollo educativo del país.

Posteriormente, con la fundación de los Institutos Normales encargados de forjar los futuros maestros y un nuevo tipo de intelectual que habría de tener destacado papel en años posteriores, se dispuso de las herramientas necesarias para expandir el fuego sagrado laico a lo largo y ancho del país. Los maestros laicos levantaron escuelas y colegios en las cabeceras provinciales y hasta en algunos cantones. A través de la educación el liberalismo fue portador y entusiasta de los grandes valores de la corriente humanista en su etapa clásica, valores que despertaron una profunda simpatía al interior de las fuerzas progresistas.

Bases teóricas para pensar los actuales procesos de modernización

Dibujados algunos momentos históricos claves del proceso de modernización, pretendemos pasar a presentar algunos enfoques actuales básicos.

Por ejemplo, el correspondiente a la teoría de Habermas sobre la "actividad racional por finalidad" -Razón Instrumental- y la "interacción" o relaciones intersubjetivas entre personas e instituciones -Razón Comunicativa- que explica el proceso de modernización como el paulatino despliegue, reforzado por la ciencia y la tecnología, de la actividad racional por finalidad. En otras palabras, sería el triunfo de la razón instrumental sobre las relaciones de interacción de las personas y de las instituciones el elemento clave, el instrumento insoslayable o distintivo de una sociedad en vías de modernización7.

Este triunfo y despliegue puede significar o presupone que mientas en las sociedades tradicionalistas el quehacer individual e institucional descansa en relaciones de interacción marcadas por dimensiones míticas, religiosas, familiares o metafísicas; en las sociedades industrializadas, dado el nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas, domina y se perpetúa la actividad racional por finalidad. En definitiva, el paso hacia el progreso o el desarrollo lo determina, básicamente, la diferenciación y el predominio de las actividades racionales por finalidad sobre las relaciones de interacción.

Mas en nuestro medio la penetración de la razón moderna fue mínima y se podría abundar en ejemplos que dan testimonio de la exigua incursión que ella ha logrado en nuestros marcos institucionales. La ética del trabajo disciplinado, la planificación, la matematización de la realidad y el cálculo, la racionalidad sistemática, la razón económica y la secularidad, parecerían no estar hechas para nosotros; a ratos parecemos un pueblo refractario por "naturaleza" a tal tipo de comportamientos y a cada proyecto o intento de modernización levantamos una sorda resistencia. Es posible que nuestra lógica, la "Lógica Andina", a decir de algunos, no nos permita entender la lógica propia de los circuitos mercantiles, industriales y tecnológicos de Occidente; que nuestro sistema educativo no logre hacer que arraigue, en el espíritu de nuestros estudiantes, los elementos de la racionalidad moderna. Según W. Schmidt "la modernización tiende a formular políticas estériles y estrategias de desarrollo destinadas a fracasar porque corresponden más a una historicidad lineal o de etapas construida bajo las reglas abstractas de la metafísica "del desarrollo" que a las complejas relaciones sociales andinas"8. Hasta nuestras concepciones sobre el tiempo y el espacio, el mundo o el hombre, chocarían con las "Occidentales".

En otros términos, no hemos tenido la habilidad, puesta de manifiesto por algunos países de Asia, de conducir el proceso de modernización sin cortocircuitos entre el complejo de valores y normas modernas y las autóctonas o propias, lo que posibilitó a dichos países que su modernización no haya sido una simple imitación superficial. En Asia se habría logrado entrelazar uno y otro mundo, lo cual dio pie a distintas variantes de modernización; en Asia el proceso de modernización occidental habría sido marcado por una autoestima cultural muy elevada y creciente9.

Bajo tales supuestos, emerge la tesis de que hoy, al igual que en tiempos de la ilustración o del liberalismo, sería necesario darnos un nuevo baño de modernización para poder crear una sociedad y un estado que reemplacen a lo vigente, tarea urgente por cuanto nuestras necesidades han crecido y el escenario internacional ha cambiado significativamente.

Un segundo enfoque señala que en nuestro medio no solo no ha penetrado suficientemente el espíritu modernizador, sino que éste sería reacio a tal tipo de receta. Del país que transformó la ilustración y la revolución liberal al actual Ecuador media una distancia abismal en el tiempo, mas no en muchas estructuras sustantivas que a pesar de las reformulaciones y adaptaciones a que ha obligado el paso de los años son administradas, ayer como hoy, bajo parámetros de corte tradicionalista, sin desconocer que algunas propuestas de modernización siguen siendo promesa más que realidad, otras sobreviven cada vez más débiles y otras fueron traicionadas o abortaron por las tentaciones del poder y las divisiones internas de las que supo aprovechar la aristocracia y la plutocracia, para imponer una "modernización tradicionalista", entendiendo por tal aquella en que se alteran las formas mas no el fondo, se conservaba el poder y se cede en aspectos menores.

Hoy como hace un siglo el sistema político, judicial, electoral, de control, de seguridad, salud,... están obsoletos y se requiere con urgencia su renovación. Igualmente, hoy como hace uno o dos siglos la educación ecuatoriana ha declinado a tal grado que requiere innovaciones en todos sus niveles, si se quiere alcanzar los grados de calidad y desarrollo que exige el mundo actual. Pero también hoy como hace un siglo nuestro sistema productivo ha entrado en fase de agudo estancamiento, pues no logra superar los niveles de producción de hace varias décadas.

A todos estos y otros males aún había que sumar la tremenda inequidad de la sociedad ecuatoriana. Las irracionales desigualdades existentes son realmente insultantes: la acumulación de riqueza en muy pocas manos, la alta desocupación y subocupación de la población económicamente activa y las diferencias entre el sector urbano y el rural se han convertido en elementos de irracionalidad, división y malestar entre los ecuatorianos. ¿Qué país se puede modernizar con los actuales indicadores de pobreza, desempleo e injusta distribución de la riqueza? ¿Qué país puede avanzar con sistemas educativos, de seguridad, de justicia en descomposición?10.

Hay por supuesto otras áreas que igualmente exigen un cambio de rumbo, pues sus actuales sistemas de gestión y administración son ineficaces e ineficientes. Así, por ejemplo: el "centralismo absorbente" sigue siendo un mal endémico; los servicios públicos son víctimas de una voraz burocracia; el medio ambiente urbano se degrada velozmente; la deuda externa se ha tornado en carga insoportable; la baja productividad de la agricultura amenaza la posibilidad de alimentar adecuadamente a la población; nuestra pluralidad cultural y multiétnica no acaba de ser reconocida y respetada, y los cinturones de miseria que rodean a las ciudades se han convertido en sinónimo de inseguridad, desempleo, insalubridad y miseria.

En definitiva, más allá de la aceptación parcial o del rechazo total a la modernización, como de los éxitos y conquistas logrados, unos con mayor intensidad y cobertura que otros, ayer como hoy cabe destacar la insuficiencia de tales transformaciones, el desfase entre lo que se propusieron o postularon y lo que alcanzaron, el débil grado de ruptura que llevaron a cabo con el régimen anterior, lo cual no implicó ni la puesta en crisis, de modo radical, de paradigmas y realidades ancestrales, duras de vencer, ni la penetración en profundidad del espíritu modernizador.

Los obstáculos a la modernización

Hemos tratado de mostrar que la modernización, llámese "progreso" (S. XIX) o "desarrollo" (S. XX), fue asumida predominantemente de modo parcial y hasta superficial; que la supervivencia de obsoletas estructuras del pasado en el presente dan testimonio de un tipo ecléctico de "modernización-tradicionalista"11 en que el eje transversal de la modernización: la razón instrumental, no logra penetrar. La sabiduría popular, en tiempos de la Independencia, lo expresó lapidariamente: "Último día de despotismo y primero de lo mismo".

Esta reiterada insuficiencia y hasta resistencia a la modernización, entendida como la falta de vigencia en las instituciones y en las personas de la actividad racional por finalidad, seguramente se debe a obstáculos y barreras de diversa índole.

En primer lugar, es posible que no hayamos sabido apropiarnos del instrumento de fondo: la razón instrumental, porque fuimos víctimas del deslumbramiento no tanto de dicho instrumento cuanto de quienes lo portaban y eran sus principales usufructuarios. Permanentemente nos ha ofuscado el brillo de los países "desarrollados", nos ha enceguecido lo superficial y hemos cerrado nuestros oídos a lo de fondo, y hasta hemos sobrevalorado sus logros al mismo tiempo que minusvalorábamos lo nuestro.

Leopoldo Zea lo expresó en estos términos: "Y así como los conquistadores y colonizadores íberos, trataron de soterrar las viejas culturas indígenas, yuxtaponiendo las propias; los 'civilizadores' latinoamericanos tratarán de enterrar el pasado colonial, la cultura hispánica y la indígena, así como el mestizaje a que dio origen la Colonia. Se intentaba una nueva yuxtaposición, imitándose ahora los modelos culturales de la Europa occidental, tanto las instituciones políticas sajonas, como las expresiones de la literatura y filosofía de la cultura de Francia. (...). Ser como Inglaterra, Francia y los Estados Unidos serán las metas del proyecto 'civilizador' y, como consecuencia anular el propio pasado, considerándolo impropio"12.

En segundo lugar, la débil penetración de la modernización tiene que ver con el hecho de que los países llamados industrializados son dueños y señores casi absolutos de la investigación científica y tecnológica de punta y saben ejercer el control y ubicar las debidas barreras hacia su acceso. Existen informes que muestran que el desfase en este campo más que reducirse se agranda día a día. Además, en las últimas décadas, la abundante crítica a la razón moderna que se ha desatado en dichos países, parecería esconder el interés de los mismos por negarnos el acceso a ella. El descrédito y hasta la "muerte" de la razón postulada por las corrientes posmodernas podría interpretarse como una propuesta de renuncia o prescindencia de un instrumento que no por el abuso de que ha sido objeto en los países industrializados debe ser soslayado en el Tercer Mundo. Se escondería tras la negación de la razón instrumental, sea por la atrofia que realiza de otras dimensiones humanas o por el hiperdesarrollo que ha logrado, una velada forma de obstruirnos el acceso a su dominio, del cual requerimos también para oponernos y superar la permanente imposición de que somos víctimas.

En tercer lugar, no hemos sabido, especialmente por acción de los grupos herodianos, hacer de la modernización un instrumento orientado hacia nuestro proyecto de vida o cultura, hacia nuestros fines más propios y por regla general transformamos al instrumento en la meta final y absoluta de todos nuestros afanes. Las recetas de turno, por ejemplo, el neoliberalismo, con todo su amplio abanico de propuestas: privatizaciones, globalización de la economía y las finanzas, mundialización de la información, mercados abiertos, informática,... se vende como receta de efecto positivo, automático e independiente del contexto social y político en que le toca desenvolverse, como la panacea que resolvería todos nuestros males.

La modernización bajo tal perspectiva se ofrece como una especie de milagro o "religión" del progreso, como meta última y única posible, al grado de transformarla en un fetiche o Molok al cual se ha ofrendado y sacrificado ingentes esfuerzos y hasta nuestros bienes culturales más preciados. Los altos costos sociales generados por la implementación de la receta neo-liberal, los niveles de corrupción que ha desencadenado, de destrucción del medio ambiente, de expansión del desempleo y subempleo, son un buen ejemplo de un fracaso que aún no ha sido suficientemente ponderado y contrastado con sus aportes y los beneficiarios que son cada vez más selectas minorías.

En cuarto lugar, es posible que la resistencia nuestra al uso de la razón moderna, tenga que ver con el temor a caer en procesos de estandarización y uniformación cultural que alienten barrer los valores, la autoestima y la especificidad de nuestro mundo específico. Entonces nuestra sorda resistencia a la modernización puede ser vista como un mecanismo de defensa gracias al cual nuestra cultura y sus expresiones logran sobrevivir ante la fuerza de procesos como la ilustración, el liberalismo o la globalización. La resistencia ha sido el recurso último para no quedar sometidos y en más de un caso hasta avasallados por el hiperdesarrollo de la razón instrumental. Si aún sobreviven algunos bienes culturales, si la lógica de la ganancia y la acumulación de capital aún no dominan por completo en todas nuestras actividades e instituciones sería gracias a la firmeza en la defensa de nuestro legado histórico.

En quinto lugar, también entra en juego la misma dinámica de las sociedades capitalistas que terminan por sacrificar todo al triunfo del dinero. Sobre la fuerza irreversible del capital, hace ya muchas décadas levantó su voz Marx en términos contundentes: "El dios de la necesidad práctica y del egoísmo es el dinero. El dinero es el celoso dios de Israel, ante el que no puede legítimamente prevalecer ningún otro. El Dios de los judíos se ha secularizado, se ha convertido en Dios universal"13. Dada la dinámica del capital, el saber emancipatorio y el disfrute de otro tipo de bienes quedan relegados y hasta depreciados.

En definitiva, nos ha faltado la habilidad suficiente para someter al control de nuestra riqueza cultural la riqueza de la razón moderna; al valor del hombre y su dignidad los valores de la eficiencia y la eficacia de que da muestras la razón instrumental; al beneficio de la mayoría de nuestra población bienes que solo llegan a pocas manos. No se trata de anular el pasado, considerándolo impropio o de renegar de nuestra cultura, tampoco se trata de ver la modernización exclusivamente como un proceso estándar, de uniformación global ni de buscar una síntesis que reconcilie a polos opuestos, en una especie de mestizaje, sino de servirse de ella precisamente para desarrollar lo que nos es más específico y propio. Permanece aún pendiente el descomunal reto de modernizar nuestros países sin que los grupos populares queden rezagados para que las clases dirigentes puedan ascender, y sin sacralizar o absolutizar al instrumento y más bien someterlo al marco y los valores propios o específicos de nuestra cultura.

En definitiva, a quien logre penetrar en la entraña de lo que está sucediendo de cara al nuevo milenio y desprejuiciadamente interprete el sentido de macro tendencias y fenómenos de alcance mundial, tanto en lo positivo como en lo negativo que ellas portan, no le parecerá extraño aceptar que toca enfrentar una nueva fase de neo-modernización, pero exenta de las limitaciones pasadas y las barreras políticas con que se trata de impulsarla, tarea para la cual nos puede dar aliento uno de los bellísimos y esperanzadores aforismos que nos legó el padre de la modernización de inicios del siglo XX: Eloy Alfaro, el Viejo Luchador, quien en carta que dirigiera a Roberto Andrade, cuando la prisión de este en Lima, esculpió el siguiente aforismo: «La hora más oscura es la más próxima a la aurora».

Notas

1 Cfr. Arturo Roig, "El humanismo en la segunda mitad..." Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, Quito, Ed. Banco Central del Ecuador-Corporación Editora Nacional, 1988. p. 125.        [ Links ]

2 Cfr. Carlos Paladines "Pensamiento Pedagógico Ecuatoriano", Vol. 33, Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, Quito, Ed. Banco Central del Ecuador-Corporación Editora Nacional, 1988. p. 30.        [ Links ]

3 Idem, pp. 38-39.

4 Carlos Paladines, Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano, Quito, Banco Central del Ecuador, 1986, p. 92        [ Links ]

5 Eloy Alfaro, Narraciones Históricas, Corporación Editora Nacional, Quito, 1992, p. 302.        [ Links ]

6 Adriana Arpini (Compiladora), Otros Discursos, Estudios de Historia de las Ideas Latinoamericanas, Argentina, Ed. Universidad Nacional de Cuyo, 2003, p. 227.        [ Links ]

7 Habermas "Entiende por 'trabajo', o actividad racional por finalidad, ya sea una actividad instrumental o una elección racional, o una combinación de las dos. La actividad instrumental obedece a reglas técnicas basadas en un saber empírico. (...) La actividad racional por finalidad realiza metas definidas en condiciones dadas. (...) Por actividad comunicativa entiendo, una interacción mediatizada por símbolos. (...) El valor de las normas sociales se basa exclusivamente en la intersubjetividad de la comprensión de las intenciones y está asegurado por el reconocimiento general de las obligaciones". Jürgen Habermas, "La técnica y la Ciencia como Ideología", Trabajo e interacción, Bogotá Ed. Librería Bucholz, 1970, pp. 2-3.         [ Links ]

8 Cfr. Wolfgang Schmidt, "La ambigüedad de la modernidad en América Latina, En: Debates sobre Modernidad y Postmodernidad, Quito, Ed. Nariz del Diablo, 1991, pp. 60 - ss.        [ Links ]

9 Andrea Boeckh, "La modernidad importada: experiencias históricas con importaciones de conceptos de desarrollo en América Latina, En: Rev. Diálogo Científico, Alemania, Centro de Comunicación Científica con Ibero América (CCC), Tübinga, Vol. 14. No. 1/2, 2005, pp. 37-ss.        [ Links ]

10 El 71,4% de la población no alcanza a cubrir el valor de la canasta básica familiar, que es de 151,7 dólares; la fuerza laboral desempleada llegó al 16% y la subempleada al 49,8%, afectando a cerca de tres millones de activos. Igualmente alarmante es la distribución de la riqueza que, en relación a finales de la década de los setenta, se ha concentrado aún más en pocas manos. En 1990 el estrato de ingresos más elevados comprendía solo el 3,3% de la PEA y lograba captar casi la mitad, el 43,6%, del ingreso total generado. Los estratos medios -desde los bajos a los altos- que comprendían el 44,2% de la PEA, captaron el 32,5% y el 63,5% de la población tiene que sobrevivir con el 24%.

11 Cfr. Fernando de Trazegnies, Las tribulaciones de la idea, En; Rev,. De Historia de las Ideas, Quito, No. 7, Segunda Época, 1986, p.121.        [ Links ]

12 Leopoldo Zea, «América Latina: Largo viaje hacia sí misma», En: Cuadernos de Cultura Latinoamericana, N° 18, Universidad Nacional Autónoma de México, 1987, p. 14.        [ Links ]

13 Citado por Enrique Dussel, Praxis Latinoamericana y Filosofía de la Liberación, Colombia, Ed. Nueva América, 1994, p. 204.        [ Links ]

El autor
Carlos Paladines: Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1975. Estudios de especialización en la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza Argentina, 1973 y en la Universidad Fiedrich - Alexander von Humboldt de Erlangen - Nümberg, Alemania 1979 - 1981. Ha publicado sobre educación, capacitación, filosofía e historia de las ideas, cerca de cien artículos, prólogos y ponencias en libros y revistas nacionales y extranjeras; algunos de ellos publicados en México, Argentina, Venezuela, Colombia, Perú, Uruguay, ... varios traducidos al inglés, al alemán y al francés. Es autor del Estudio Introductorio al Pensamiento pedagógico de los grandes educadores de los países del Convenio Andrés Bello (1995), y ha dirigido la edición de la colección, en diez volúmenes, sobre la Historia de la Educación y el Pensamiento Pedagógico Ecuatorianos (1995 - 1998) y la colección, en diez volúmenes, de Manuales de Capacitación Municipal (1998 - 2000). Entre sus principales obras sobresalen Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano, 1979; Pensamiento Positivista Ecuatoriano, 1981; Pensamiento Pedagógico Ecuatoriano, 1988; Sentido y Trayectoria del Pensamiento Ecuatoriano, México, 1991; Rutas al siglo XXI (Aproximaciones a la Historia de la Educación en el Ecuador), 1998. Erophilia: Biografía de Manuela Espejo, 1ra. Edc: 2001; 2da. Edc: 2004. ¿Cómo construir y gobernar la ciudades?, 2001. Figuras y símbolos de la educación en el Ecuador, 2002. Historia de la Educación y el Pensamiento Pedagógico Ecuatorianos (2005). Eugenio Espejo y la lectura (2006), Juicio a Espejo (2007), Eugenio Espejo: Pensamiento (2007).

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