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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.10 no.1 Mendoza Jan./June 2008

 

COMENTARIOS DE LIBROS

Horacio Cerutti Guldberg, Democracia e integración en nuestra América (ensayos). 2007. Mendoza, EDIUNC. (182 páginas). ISBN 978-950-39-0220-2

Nicolás Torre*
UNCuyo

Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Karl Marx

Democracia e integración, como indica el título del libro, son los tópicos que desarrolla Horacio Cerutti Guldberg en la serie de ensayos que integran el volumen. Democracia e integración en nuestra América se titula, dejando explicitado desde su misma portada la línea de pensamiento que nutre las reflexiones del autor. Nos referimos, claro está, al andar iniciado a principios del siglo XIX por pensadores y actores políticos de la talla de Bolívar, por ejemplo, y continuado por Martí -entre otros tantos-, quien forjó la expresión "Nuestra América" para cargar semióticamente una realidad político-geográfica con un deseo de unidad latinoamericana y de oposición en la resistencia frente a la otra "América", la imperialista del norte. Apostar por una democratización radical y tender hacia una verdadera integración económica, política y cultural de los pueblos de Nuestra América son las propuestas que desarrolla el autor a través de la serie de ensayos que se incluyen en el libro. Por medio de críticas al pensamiento hegemónico autoerigido como único, y con ideas concretas de orden político y la postulación de tareas de mediano y largo plazo, se acerca Cerutti Guldberg a la realidad local para proponer un cambio social que tienda a eliminar la situación de opresión de toda índole de los sectores más desfavorecidos.

No faltarán esas voces -que por cierto nunca faltan- que pondrán el grito en el cielo denunciando que el libro de Cerutti Guldberg no trata de filosofía, que el pensamiento nuestroamericano no es filosofía y etc., etc. Y traigo esto a colación porque desde que entré a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo no he parado de escuchar tales voces. Creo humildemente que para rebatir los argumentos que esbozan quienes así rebuznan, tendríamos que partir del factum de que filosofía se dice de muchas maneras. En primer lugar, tendríamos la filosofía como construcción histórica que comenzó con los griegos, fue adoptada por los latinos, manipulada a su antojo por el catolicismo medieval e idealizada por el racionalismo alemán. En esa tradición, pasando por los momentos intermedios, habría elementos comunes que nos permitirían hablar, no sin ciertos reparos, de una misma disciplina, métodos similares, objetivos comunes. Otro punto, no menos importante, sería el hecho de que quienes siguieron esos pasos se sintieron herederos de una tradición común y adoptaron y/o aceptaron para sí mismos el nombre de filósofos y el de filosofía para el qué de su reflexión, etiqueta que fue aceptada en general por el campo filosófico e intelectual. Después de ellos, vinieron la "sospecha de la filosofía" y los antifilósofos, los que deconstruyeron y destruyeron el producto de siglos de pensamiento totalizante, pretendidamente suprahistórico, absoluto, etc., etc.: empezando por Marx, Nietzsche y sus epígonos -que no siempre abandonaron los vicios de quienes criticaban-. A estos últimos se los seguiría considerando filósofos no porque la filosofía se haya alimentado de antifilosofía, sino porque en el transcurso mismo de la filosofía, su sentido habría cambiado. Además de que estos autores continúan una misma línea -en actitud de continuidad u oposición y ruptura- que los vincula con una misma tradición, la noción misma de filosofía se acercaba cada vez más a lo que denominamos crítica, entendida de manera radical. En esto Kant tuvo mucho que ver. Fue así que la palabra que durante siglos había designado una determinada manera de pensar -principista, totalizante, sistematizadora, etc.-, habría empezado a utilizarse para denominar al pensamiento radicalmente crítico, al pensamiento cuya esencia residía en la crítica de los supuestos del pensamiento, a la crítica aplicada sobre sí misma, a una especie de meta-crítica. Y esta sería la segunda acepción del término "filosofía".

Y así resulta posible, y aun necesaria, la posibilidad de hacer filosofía contra la filosofía, la primera en el sentido de crítica, la segunda en el de constructo epistemológico propiamente dicho. Para evitar equívocos prefiero decir que, en este último sentido, es menester pensar contra la filosofía, escapando a sus trampas metódicas. Estoy convencido de que pensar abarca a filosofar y que hacer filosofía no es más que una manera de pensar, por cierto muy cuestionada y con razones. Nutrirse de otras disciplinas: sociología, historia, economía, etc. -como hace Cerutti Guldberg- es superar los estrechos márgenes de una disciplina que caprichosamente se autodenominó "ciencia primera" y que se arrogó el derecho de despreciar a otras formas de saberes, para empezar a pensar, ahora sí, con todo el peso de la palabra.

Finalmente -aunque podrían señalarse algunas acepciones más- el término "filosofía" también adquiere el sentido de cosmovisión o Weltanschauung, haciendo abstracción de las particularidades del suceso histórico-epistemológico occidental que nació con los helenos, y atendiendo sólo a sus analogías generales con otras formas de pensamiento. En este sentido, los orientales tendrían su filosofía, los pueblos originarios la suya propia, como así también los griegos, cuyo único mérito habría sido forjar el término que se impuso finalmente en nuestro lenguaje -hecho que responde a causas socioeconómicas y culturales muy concretas-. Esto sin mencionar que lo que suele o pueda llamarse filosofía griega, china, hindú, inca, etc., en general no es otra cosa que el pensamiento hegemónico de esos pueblos y está en vinculación directa con una dominación política y económica de un sector de esas sociedades frente a otros.

Soy consciente de que el autor prefiere rescatar el término "filosofía" y no abandonarlo a manos de los que reivindican aún hoy el carácter absoluto de la supuesta "madre de las ciencias", que más que a una madre generosa me recuerda a una madrastra de cuento infantil. No propongo lo contrario, sino tan sólo despejar el terreno de discusión de ambigüedades para ganar la pulseada en el plano ideológico -y por ello mismo político- a los detentadores del discurso de los privilegios, de la cultura hegemónica y del mantenimiento del statu quo.

Hay un texto de Salazar Bondy en el que se postula la necesidad de interrogar a los textos filosóficos con una serie de preguntas tendientes a explicitar los presupuestos más o menos ocultos para lograr una comprensión más integral del mismo. Siguiendo este método, podemos afirmar que el "contra quién" de los ensayos de Cerutti Guldberg es el discurso y la política neoliberal-hegemónicos, el discurso que postula dejar librados a los pequeños a los caprichos del libre mercado, pero intervenir con ayuda económica para solucionar las crisis de los gigantes -como quedó más que claro en la última debacle macroeconómica originada por la potencia del norte-. La "libertad" de los pobres consistiría en optar por morirse lisa y llanamente de hambre o inmolarse como víctimas sacrificiales de un capitalismo cada vez más voraz. La de los ricos no sólo estaría asegurada por un buen pasar económico, sino que en caso de crisis podrían acudir a un as bajo la manga: exigir la intervención estatal. El neoliberalismo en la práctica siempre ha funcionado así, porque en definitiva fue diseñado por los poderosos para los poderosos. En esto consiste la llamada "libertad de mercado", donde ni siquiera lo libre es el mercado -cosa que ya sería bastante perversa: un producto de las relaciones humanas dominando las relaciones entre varones y mujeres- sino la mano que lo mueve a su antojo y que, en la práctica, nada tiene de invisible pues en rasgos generales es siempre identificable a qué sector político-económico pertenece.

El "con quién" incluye a la tradición nuestroamericana y también del mundo entero que aboga por un cambio político-económico de los pueblos de la tierra, tendiente a eliminar los privilegios, las dominaciones de todo tipo, y a construir una relación basada en el diálogo y la atención de las necesidades, una unidad no jerarquizante y una igualdad que no cercene las diferencias.

El "qué" que moviliza a la reflexión, como dijimos anteriormente, está dado por una democracia radical y una integración de los pueblos nuestroamericanos más allá de las caprichosas fronteras nacionales.

Quisiera, finalmente, remarcar algunas ideas de Horacio Cerutti Guldberg que creo de una gran fuerza teórico-práctica a la hora de luchar, tanto en el terreno de la práctica política como de la reflexión teórica, por la verdadera emancipación económica, autogestión política e integración sociocultural de los pueblos oprimidos, no sólo de Nuestra América sino del mundo entero.

Ÿ Entender al sujeto-pueblo como al "propio proceso por el cual las mayorías se liberan y al liberarse se constituyen como tal sujeto y lo reafirman" (p. 18). Es decir, a la manera de una relación dinámica entre personas que se configura desde la liberación para la liberación. Pueblo es entendido entonces no como una hipóstasis metafísica, sino como un proceso en permanente desarrollo en el que participan hombres, es decir varones y mujeres, con unas tareas comunes y un fin compartido: la libertad, no sólo como idea sino también como realidad que se impone materialmente -y que incluye las condiciones materiales que la hacen posible-.

Ÿ "Afirmar que "democracia" se dice de muchas maneras y se ejerce según contextos históricos perfectamente determinados" (p. 21)-valga entonces para ella lo que se dijo más arriba sobre el término filosofía-. Además que, en América Latina, "la democracia ha sido parcial y limitadamente practicada"; y la constante ha sido "un régimen democrático donde, por razones del ejercicio formal del voto o por razones más sustanciales de la estructura misma de la distribución de la riqueza, las grandes mayorías quedaban, incluso formalmente, excluidas" (p. 22). Por todo esto el autor aboga por la práctica de una "democracia radical" en la que se haga efectiva la reivindicación de los sujetos sociales emergentes que "exigen una participación efectiva en la programación, en la decisión y en la gestión de aquello que los afecta", lo que entiende como "una demanda incontenible del mundo contemporáneo" (p. 23). Si el poder, como no se cansó de demostrarlo Foucault, atraviesa las relaciones humanas de punta a punta, la radicalización de la democracia se asienta sobre el principio de un "poder gestado entre todos, auditado y controlado por la misma participación" (p. 39).

Ÿ Una "democracia siempre perfeccionable" que tome como criterio de realización más que un modelo ideal, "la idea de un modelo permanente revisable y racionalmente controlado, que busque no tanto ni exclusivamente la perfección formal, sino que calibre continuamente su capacidad de incidir en la mejora de la calidad de vida de todos y cada uno de los afectados por este poder" (p. 24). Cabe aclarar que el diseño del modelo, siguiendo el punto anterior, sería el resultado de un horizonte utópico configurado en el ejercicio de una "democracia radical", tendiente a evitar cualquier tipo de decisión verticalista, esto es, elucubraciones mentales de intelectuales "iluminados" alejados de la praxis socio-política y de las faenas diarias de la producción económica que incumben a una sociedad. Desde Platón en adelante -por lo menos- la división social del trabajo ha permitido el surgimiento de supuestos iluminados, que desde el trono de sus privilegios han pretendido diseñar las relaciones sociales, tanto en su aspecto político, como económico, y en algunas ocasiones hasta urbanístico, con una total ignorancia del verdadero saber político -y no ya politológico- que sólo puede adquirirse ensuciándose las manos en el polvo de la arena política.

Ÿ Una democracia que además es una "idea histórica", esto es, "una imagen social, permanentemente modificada o acotada en diversos momentos, coyunturas o contextos históricos determinados" (Ibid.). Y en este sentido, como el autor aclara, "la idea de democracia nace en la Grecia clásica sobre la base de una sociedad esclavista (...) y se va modificando para hacerse cada vez más inclusiva y participativa con el transcurrir del tiempo" (Ibid.). Asumir la democracia como idea histórica sería la piedra de toque para postular como objetivo político su radicalización, incluyendo en esta radicalización las condiciones materiales y culturales de su realización efectiva. La democracia representativa e indirecta -con todo lo de contradicción en los términos que hay en estos giros- y su vasallaje con respecto al libre mercado no sería más que una forma histórica afianzada en el mundo contemporáneo, que por su mismo carácter histórico nos permitiría postular una revolución de la democracia, asumiéndonos como sujetos y no ya meros objetos de la historia. Dar realidad, materialidad a la democracia formal que rige en el mundo contemporáneo se impone como la tarea política de corto, mediano y largo plazo. Los actores privilegiados de este cambio -tome la forma histórica concreta que sea- son, como han sido y serán siempre, las víctimas de las desigualdades de todo tipo, que mediante la organización política horizontal lo harán realidad. Y remarco horizontal, pues la horizontalidad, la práctica asamblearia en la toma de decisiones política es condición necesaria, aunque no suficiente, para la realización de la igualdad. Pretender cosechar una sociedad más justa, igualitaria, libre y fraternal por medio de relaciones despóticas es un absurdo.

Por falta de espacio sólo menciono un puñado de las ideas que desarrolla Horacio Cerutti Guldberg en sus ensayos compilados en el volumen "Democracia e integración en nuestra América", ideas que contribuyen a pensar -y pensar para actuar- un cambio social basado en la radicalización de la democracia y la integración de los pueblos. La crítica social tiene una historia de larga data dentro de la filosofía. No sólo podemos remontarnos a la onceava tesis de Marx sobre Feuerbach, sino que yendo aún más lejos, es posible llegar hasta Platón en los textos en los que, a su manera, pensó una sociedad pretendidamente más justa. Más allá de las pretensiones más o menos explícitas de quienes, sabiéndolo o no, defienden el orden de explotación vigente, de desigualdad e injusticia social a través de un pensamiento claramente asociado a ese estado de cosas, y que se arrogan para sí el derecho a enunciar lo que la filosofía debe ser -visión de ideas puras, contemplación de hipóstasis metafísicas, mero regodeo en el pensamiento de la tradición filosófica o actualización anacrónica y autista de saberes obsoletos y de gusto rancio-, más allá de sus ínfulas de superioridad intelectual, el pensamiento crítico seguirá escarbando en los cimientos podridos, tanto de la realidad social como del discurso hegemónico, para sacar a la luz las condiciones de injusticia que sustentan la actual situación socioeconómica de los sectores oprimidos, y la filosofía seguirá haciendo suyo el llamado de Marx a pasar de la interpretación del mundo a su transformación.

El autor
Nicolás Torre es estudiante avanzado de la Licenciatura y Profesorado de Filosofía de la UNCuyo. Se desempeña como Ayudante alumno en la cátedra de Hermenéutica filosófica. Ha participado en Proyectos de investigación: "Conflictividad, participación, diversidad, integración en el pensamiento latinoamericano, argentino y mendocino contemporáneo" (2005 - 2007), SeCTyP - UNCuyo. Directora: Dra. Adriana Arpini; Reconocimiento, diversidad, integración. Aportes a la reflexión acerca de la interculturalidad (2007 - 2009), SeCTyP - UNCuyo. Directora: Dra. Adriana Arpini. Desde 2005 es Miembro del proyecto de investigación promovido por alumnos de la UNCuyo y otros "La hidra de mil cabezas. Historia de los movimientos sociales" en calidad de libretista. El mismo incluye un programa de radio (Radio Universidad 96.5), página web (www.lahidrademilcabezas.com.ar) y revistas de difusión.

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