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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas v.10 n.2 Mendoza jul./dic. 2008

 

DOSSIER

La impronta de la "transición democrática" en la historiografía sobre la segunda mitad del siglo XX argentino1
The Imprint of "Democratic Transition" in Historiography on the Second Half of the Argentinean XXth Century

María Estela Spinelli*
IEHS-UNCPBA-UNMdP

Resumen
El presente trabajo explora en la historiografía política de los tiempos más recientes, surgida en la década del 80 en la Argentina. Parte del análisis del contexto histórico, que registra cambios importantes en la cultura política y en el peso de tradiciones intelectuales e ideológicas luego de la experiencia de la dictadura militar 1976-83. Se señalan como rasgos distintivos la retracción del nacionalismo en sus distintas vertientes  y el re posicionamiento de la tradición liberal-democrática. Recorre también las transformaciones institucionales de los primeros años de restauración democrática para explicar la creciente influencia adquirida por la corriente iniciada desde fines de los años cincuenta por los introductores de la historia social en el país;  finalmente analiza la producción historiográfica y politológica del período, señalando la influencia de la segunda sobre la primera.
Palabras clave:  Historiografía política; Militares; Civiles; Transición democrática, Peronismo; Radicalismo.

Abstract
During the 1980's, after the experience of the military dictatorship (1976 - 1983), several changes affected argentine political historiography that deals with the recent past. The different variations of nationalism lost ground, and liberal-democratic tradition recovered influence. The present paper seeks to understand these changes in relations to the transformation of argentine political culture and intellectual and ideological traditions.  It traces institutional changes during the early years of the reestablished democracy, in order to explain the growing influence of the historiography that grew under the influence of the social history school that entered the country in the late 1950's. It finally studies the influence of political science on historical literature in the period.
Key words: Political historiography; Military men; Civilians; Democratic transition, Peronism; Radicalism.

Consideraciones iniciales

Los historiadores de la política de los tiempos más cercanos coincidimos en reconocer la influencia que en nuestras aproximaciones y agendas de investigación tuvieron las lecturas de los sociólogos y de los politólogos de la transición democrática. De algún modo ello contribuyó a perfilar la tendencia hacia la centralidad que adquirió la historia política en un contexto en el que la comunidad académico-profesional se realineaba (Romero, L. 1996) y ampliaba, señalando, visto desde la perspectiva de los más de veinte años transcurridos, un nuevo camino en su desarrollo que, con matices y novedades, puede seguirse hasta nuestros días.

La investigación y la reflexión historiográfica tuvieron un fuerte impulso entre los historiadores en los ochenta, lo cual quizás esté ligado a una situación de coyuntura: la necesidad de realizar un balance del conocimiento desde el cual partir2, sea inscribiéndose en una tradición o desde la mirada crítica a la "Historia Tradicional" imperante entonces. Pero fue ya después de un camino recorrido de investigaciones nuevas y de trayectorias de historiadores que comenzaban a consolidarse como nuevos referentes en sus campos de estudio cuando, buscando el punto de partida de esa regeneración profesional, comienzan a desarrollarse nuevas líneas de investigación sobre la historiografía que retoman el análisis del proyecto de la historia social de mediados de la década del cincuenta como punto de partida de la línea renovadora de los ochenta.3
Esta inquietud por la historiografía tuvo productos muy variados: la reflexión sobre el camino recorrido, sobre los problemas de largo plazo en el proceso histórico argentino, la investigación de corrientes interpretativas o trayectorias de historiadores -que dio lugar, incluso, a tesis doctorales como la de Diana Quattrocchi Woisson (1995) sobre el revisionismo y la tradición de la Historia Académica hasta 1955, o los abordajes de largo aliento sobre el mismo tema de Alejandro Cattaruzza4 que en algún momento dialogan con el anterior-; y en otra línea, las investigaciones y los proyectos colectivos promovidos por Fernando Devoto, en los cuales se inscribieron algunos de los aportes de Nora Pagano y Pablo Buchbinder sobre la Nueva Escuela Histórica y sobre Emilio Ravignani. Y tuvo también un nuevo impulso cuando, -para usar una expresión collingwoodiana, en una nueva constelación conceptual-, irrumpió el debate epistemológico originado en la exaltación de la narrativa, que puso en tela de juicio la cientificidad de la Historia5. El objetivo de este trabajo es, tomando como base el conocimiento y la reflexión acumulada sobre la historiografía argentina, historiar, por una parte, el proceso de consolidación historiográfico inscripto en la trayectoria de la historia social -inaugurada por José Luis Romero y Gino Germani y en la que ocupó un importante lugar Tulio Halperín6- desde el análisis del contexto de la restauración democrática en la Argentina; y por otra, revisar las distintas interpretaciones historiográficas, las perspectivas teóricas, y las reflexiones y los debates que se desarrollaron.

Un marco histórico, político y cultural. Los años ochenta como punto de partida de una nueva historia política.

¿Por qué empezar por el contexto histórico para analizar la transformación historiográfica? Porque si bien hacemos referencia centralmente a un cambio en la perspectiva teórica para abordar lo político que la pone a tono con las novedades historiográficas, por lo pronto europeas de los setenta y tempranos ochenta7, ese cambio se halla empapado de una transformación en la cultura política que atraviesa a una parte importante de la comunidad académica y de la sociedad. De ahí que el contexto histórico nos brinda elementos para comprender y hacer inteligibles tanto la agenda de los temas importantes y los sesgos interpretativos de una época, como el punto de vista de los historiadores en relación a los mismos. En la mayor parte de las obras historiográficas y de las ciencias sociales es posible detectar la marca del tiempo, y el caso que nos ocupa no es una excepción.

El triunfo de la Unión Cívica Radical en las elecciones de 1983 y el particular liderazgo civilista del presidente Raúl Alfonsín, con la democracia como idea fuerza, tuvieron fuerte impacto en la emergencia de una nueva hegemonía dentro de la comunidad académica en general y de los historiadores en particular. No sólo significaba la normalización institucional y una promesa de modernización política y social que pusiera al país a tono con el mundo desarrollado y democrático, sino la derrota del peronismo, por primera vez en una elección limpia. Esto último hizo ilusionar no sólo a los dirigentes políticos que participaban del proyecto triunfante, sino a intelectuales, analistas políticos y generadores de opinión con su superación8. Los valores políticos del viejo antiperonismo -la ciudadanía, las libertades políticas, la forma republicana de gobierno, el estado de derecho y un renovado antimilitarismo-, luego del franco retroceso sufrido en la década del setenta, volvieron a aflorar con fuerza y encontraron nuevos adeptos, tanto en las generaciones nuevas, como entre aquella clase media izquierdizada y peronizada en los sesenta y en los setenta, que revisaba sus posiciones9. ¿Qué había pasado? Porque esa transformación y ese resultado no ocurrieron de casualidad, ni de repente.

El clima político preparatorio para la salida electoral se había venido anunciando desde el año 198110, cuando el presidente de facto, general Jorge Rafael Videla, legó la presidencia al general Roberto Eduardo Viola, de efímera gestión, a causa de una relación de fuerzas desfavorable dentro de las fuerzas armadas -donde el tema de la necesidad de esa salida electoral no parece haber sido un elemento menor-11. Luego, el intento y el fracaso en recuperar las islas Malvinas liderado por el gobierno del general Leopoldo Fortunato Galtieri marcó el camino definitivo de la retirada del régimen militar, concretada finalmente por el general Reynaldo Bignone, encargado de realizar el llamado a elecciones.

La experiencia de la última dictadura militar del siglo XX, con su secuela de fracasos económicos y crímenes políticos, revitalizó los principios del liberalismo político en buena parte de la opinión pública (Sidicaro, R. 1993)12 y de la clase media argentina, -después de aquella renuncia a la libertad que vastos sectores de la sociedad hicieron, deliberada o automáticamente en 1976, urgidos por la necesidad de estabilidad y pacificación. Así lo reflejaba, entre otros, la presentación que hacía Carlos Floria de Reflexiones sobre la Argentina Política, ya citado:

Los autores han compartido los años salvajes de la Argentina acechada por el 'estado de naturaleza' según la descripción de Hobbes. Esos tiempos aportaron experiencias conmovedoras, dejaron lecciones nítidas para quien quiera aceptarlas sin distorsiones ideológicas, pues a la derecha y a la izquierda, arriba y abajo, en todos los sectores y fuerzas sociales, hubo complicidades deliberadas o inconcientes, omisiones notorias o defectos graves en el análisis y en los métodos de acción sobre la realidad.

La empresa política que los argentinos tenemos por delante es muy difícil. Es la experiencia de una transición entre un régimen no competitivo y autoritario como es, naturalmente, un régimen militar, y un régimen competitivo apto para el compromiso entre la libertad, la justicia y el pluralismo inteligente...

Este "espíritu de época" - como hubieran dicho los historicistas- , fue visible después, en el acompañamiento prodigado a la campaña de Raúl Alfonsín y a los primeros tramos de su gestión presidencial, donde no sólo el reclamo por los derechos humanos violados por los militares que dio lugar a las investigaciones de la CONADEP y al juicio a las juntas, sino la reivindicación de los derechos individuales más elementales (el divorcio, la oposición al servicio militar obligatorio, los derechos de las minorías, la libertad de opinión e información) tuvieron un lugar de privilegio en el debate público. Era lo que los teóricos políticos de la "transición democrática", -con un mayor grado de generalidad, pues comprendía a la caída de las últimas dictaduras de derecha de occidente-, concebían como la etapa de liberalización, fase necesaria de la salida del régimen autoritario13.   

El debate sobre la transición a la democracia en la Argentina formó parte de discusiones académicas y políticas, en el país y también en reuniones internacionales, decíamos, desde 1981. Internamente coincidió con el retorno a la escena de los partidos políticos y el creciente debilitamiento de la imagen pública del régimen militar14 que se hizo visible, gradualmente, en los medios de comunicación. De dicho debate originalmente participaron dirigentes partidarios -donde sobresalieron los representantes de las dos grandes tradiciones partidarias, la UCR y el peronismo-, representantes de las corporaciones, también intelectuales de prestigio académico vinculados a la tradición liberal y a la católica. A grandes trazos estos últimos comenzaron especulando sobre las razones de los reiterados fracasos de la democracia, el ámbito de lo público y de lo privado, la tradición republicana, el militarismo, el populismo (Floria, C. 1981); ellos pusieron el problema del sistema político como una de las primeras prioridades. Otros intelectuales, extranjeros en este caso, irrumpieron en el medio académico y en sectores de la clase media ilustrada de las grandes ciudades con un tema crucial: los militares y la política en la Argentina. Eran los libros serenos y densamente documentados del historiador norteamericano Robert Potash (1981) y del sociólogo francés Alain Rouquié (1981 y 1982); ambos estudiaban la política argentina desde hacía más de una década15.

Desde otro lugar menos visible, dadas las condiciones imperantes de proscripción y persecución que sobre ellos pesaban, intelectuales provenientes de diversas corrientes de la izquierda se reunían para volver a pensar el país16; algunos, nutridos de nuevas experiencias, con herramientas teóricas y conceptuales adquiridas de su formación académica y profesional en el exterior, preponderantemente en universidades de Francia e Inglaterra, o también de los Estados Unidos y Alemania; otros, de su interacción en los ámbitos de sociabilidad, estudio y discusión creados en los lugares de exilio, entre los que sobresalieron México y Francia17; y otros, finalmente, vinculados a los centros de investigación histórica y de Ciencias Sociales que, lejos de la Universidad Pública por entonces vedada, elaboraron proyectos y constituyeron centros de estudios e investigación, algunos de los cuales fueron financiados por las Fundaciones que desde los años sesenta habían promovido el desarrollo del Arte y de las Ciencias Sociales en la Argentina18. Una de esas trayectorias de maduración intelectual y política puede seguirse a través de la revista Punto de Vista que apareció tempranamente, en 1978, como revista cultural.

El acontecimiento político más importante e impactante para la sociedad durante los últimos años del "Proceso", crucial para el destino del régimen militar y que logró la adhesión espontánea y efímera de amplios sectores sociales y políticos, fue sin duda el desembarco en Malvinas. Pero el rápido fracaso de la empresa, tanto en las operaciones militares como en el manejo de las relaciones exteriores y las gestiones diplomáticas, constituyó el último capítulo de la dictadura. Para ese entonces, abril de 1982, en un contexto en donde las protestas, movilizaciones y reclamos de diversos sectores habían vuelto a activarse en la Argentina, los políticos y el debate sobre lo político volvieron a los primeros planos de la escena pública y en cierto modo el acontecimiento, a pesar de dividir claramente las posiciones respecto a la legitimidad o no de la decisión, los consolidó en ese lugar19. Conferencias, reuniones, mesas redondas, reportajes, programas de opinión pasaron nuevamente a ser experiencias cotidianas y aquí también los intelectuales tuvieron un espacio importante que ya no cesaría de crecer hasta la campaña electoral de 1983, cuando el debate sobre Malvinas, con toda la secuela de desintegración política dentro del régimen y desprestigio de la fuerzas armadas en la sociedad, cedió lugar a otros debates vinculados a la futura tarea que debería emprender el gobierno constitucional. Allí tuvieron lugar cuestiones como la democracia, la deuda externa, los derechos humanos, los desaparecidos, el sindicalismo, los militares, el crecimiento de la pobreza; políticamente estos estuvieron hegemonizados por el radicalismo, un poco más a la izquierda se ubicaron los intransigentes del Dr. Oscar Alende, pero también fueron sostenidos por los demócratas cristianos y otros partidos menores, que confrontaron exitosamente con el discurso del peronismo en crisis -luego de su fracaso 1973-76-, que realizaba un análisis moderado de la situación y recurría a sus consignas clásicas. De estos rasgos, sus adversarios políticos en la campaña explotaron todo tipo de sospechas, la más difundida de las cuales fue la del "pacto militar-sindical".

Fue a partir de esta nueva agenda política que se establecieron los acuerdos del sector alfonsinista de la UCR -que revitalizaba la mística de la "religión cívica"- y parte de aquellos intelectuales de izquierda o independientes que adquirieron el carácter de "usinas de ideas", en los términos expresados por Nora Pagano que antes mencionamos. Algunos de ellos, los que venían de haber militado en distintas vertientes de la izquierda revolucionaria y del socialismo, fundaron ya durante la gestión presidencial del doctor Raúl Alfonsín el Club de Cultura Socialista, ámbito de discusión política, intelectual y cultural, entre cuyos promotores se encontraban Pancho Aricó, Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo, Hilda Sábato, Juan Carlos Portantiero20 y otros intelectuales que tuvieron un destacado papel en el proceso de dinamización y renovación académica en las Facultades de Filosofía y Letras, Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Pública y en el Consejo Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICET), a partir de la normalización institucional que restituyó la autonomía universitaria.

A pesar de la profunda crisis económica que se abatía sobre el país en 1983, el triunfo del radicalismo generó una cuota importante de optimismo en los sectores que a partir de ahora pasaban a ser reconocidos como progresistas. La restauración de la legalidad política auguraba una etapa de modernización en las formas y en las relaciones institucionales y el reingreso del país al concierto mundial, luego del aislamiento vivido durante el "Proceso"21. Desde el punto de vista de la cultura política y del discurso político, en lo que se refiere al diagnóstico de los problemas económicos, políticos y sociales, también puede señalarse una ruptura con el pasado más cercano, una especie de retracción del nacionalismo, que empezaría a ser negativamente valorado por los sectores triunfantes, asociándolo al militarismo y al peronismo. Las consignas antiimperialistas radicales, la antinomia pueblo-oligarquía y las condenas a la clase media o pequeña burguesía, como las justificaciones de la violencia, sostenidas por los revolucionarios de los setenta, ya no fueron hegemónicas. Estos habían sufrido una triple derrota política y moral, la del peronismo en el gobierno (1973-76), primero; la de la dictadura, después, y por último la del triunfo radical. Todo esto se tradujo, -en los primeros tramos de la gestión del radicalismo, en lo que al ambiente de los historiadores atañe-, en la decadencia de las certezas del revisionismo histórico nacionalista y del marxista, filo peronista en algunas de sus vertientes, que tan buena acogida habían tenido en las décadas anteriores22

En este nuevo contexto, si bien el grupo más comprometido política y militantemente con el proyecto de democratización fue, en cierto modo, protagónico en la renovación del medio académico -aunque, debe señalarse, no todos los historiadores que participaron de la renovación de los estudios históricos pertenecían con el mismo grado de compromiso militante al mismo-, este estuvo acotado a unos pocos centros universitarios, como señalara Tulio Halperín Donghi (1986) en el artículo de celebración de los veinticinco años de la revista Desarrollo Económico. Uno de los más notorios fue el de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde ingresaban o reingresaban, ya formados profesionalmente, algunos de los discípulos o antiguos auxiliares de docencia de José Luis Romero, Tulio Halperín, Reina Pastor o Claudio Sánchez Albornoz, junto a otros que habían completado su formación profesional de postgrado en el exterior en los años de la dictadura, o poco antes. En la Universidad Nacional de Rosario, también herederos de la -para entonces- ya dorada experiencia de la Historia Social que había tenido entre sus más destacados impulsores a Nicolás Sánchez Albornoz (Hourcade, E. 1994, 90-110) se hacían cargo de las cátedras, reincorporando a otros historiadores separados; y el Instituto de Investigaciones Históricas volvía a editar el Anuario de la Escuela de Historia, siguiendo la numeración interrumpida en 196623.

Durante la presidencia de Raúl Alfonsín se produjo la reapertura de la Universidad Nacional de Luján en 1984, que reuniría a un conjunto de historiadores formados en la Historia Social, entre cuyos cultores más antiguos se encontraban José Luis Moreno y Haydée Gorostegui de Torres24; a ellos se sumaba una camada de historiadores más jóvenes que pronto se convertirían en nuevos referentes, Fernando Devoto, Daniel Santamaría, María Inés Barbero, Raúl Frandkin y Andrés Regalski, entre otros, (algunos de ellos inauguraron los Cuadernos de Historia Regional). Por último, en la Universidad Nacional del Centro, en la sede de Tandil, Provincia de Buenos Aires, durante la etapa de normalización se inició la modernización de la carrera de Historia que poco más tarde se completaría con la fundación del Instituto de Estudios Histórico- Sociales, IEHS, en 1985. Allí un grupo de historiadores nuevos, -algunos graduados recientes de la Universidad de La Plata, como Norberto Alvarez y Graciela Malgesini, o el caso de Eduardo Migues, que venía de concluir su doctorado en Inglaterra-, junto a algunos historiadores que volvían del exilio, como Juan Carlos Garavaglia, Zacarías Moutoukias, Juan Carlos Grosso, otros que habían estado excluidos de la Universidad en los años del Proceso y una camada de graduados, actualizaron programas, promovieron la investigación en distintos campos, crearon el Anuario del IEHS, constituyéndose en un nuevo núcleo de referencia de la Historia Social.

Esos nuevos grupos de historiadores y cientistas sociales mantuvieron o construyeron vínculos con los investigadores del Instituto Torcuato Di Tella, uno de los centros innovadores más prestigiosos en Ciencias Sociales, y con la Revista Desarrollo Económico.Estos eran, junto con Tulio Halperín Donghi y con el recuerdo de José Luis Romero25, los nuevos faros de la profesión. Podríamos pensar también en que aquí se conforma una red académica con contactos bastante diversos, aunque todavía acotados a pocos profesionales o estudiantes en distintas universidades, producto de las actividades iniciales de la Asociación Argentina de Historia Económica y de los encuentros en las Jornadas de Historia de la Academia Nacional de la Historia, cuando todavía no había concluido el "Proceso". Fue en este contexto académico y político donde comenzó a operar una transformación importante en el campo de la historia social mayormente cultivada por estos historiadores, que fue un paulatino giro hacia la historia política. Dos ejemplos son característicos de este pasaje: el de Hilda Sábato, hacia la participación política durante el siglo XIX, y el de Samuel Amaral hacia el peronismo26. Una historia política renovada que, desde el recorte de lo político, trababa un fuerte diálogo con la sociología y la ciencia política para su análisis

El debate sobre la transición democrática y su impacto en la historiografía

En el intento de construir un relato explicativo sobre el clima político de la etapa de democratización liderada por el radicalismo, -que nos acerque a la comprensión de los valores y sentimientos políticos prevalecientes entonces-, debe destacarse en primer lugar la trascendencia en el discurso de la reivindicación de la democracia como sistema político. En ésta se cifraron múltiples esperanzas redentoras y constructivas, y en otro lugar, no menor, la advertencia de los peligros que se cernían sobre ella, en suma la denuncia de los enemigos y adversarios autoritarios (militares, sindicalistas peronistas, católicos tradicionales y preconciliares) que atentaban contra el proyecto democratizador y la fortaleza del gobierno. A grandes rasgos, estos fueron los tópicos por donde transitó el discurso político oficial. Eran las cuestiones de "la transición" que discutían y ponderaban los sectores medios politizados de la época apostando a predecir el futuro de la democracia, reflejadas en notas de opinión, reportajes y programas radiales y televisivos, charlas entre amigos o discusiones entre colegas.

Las líneas de discusión sobre la transición a la democracia en la Argentina, con toda la incertidumbre que ella generaba, pueden seguirse a partir de un conjunto de libros de gran impacto en el medio académico, producto de compilaciones de diversas jornadas y encuentros, tanto en Argentina como en otros países, entre ellos: El poder militar en la Argentina (1976-1981), de Peter Waldman y Ernesto Garzón Valdés (1983); Argentina hoy, de Alain Rouquié (1982); ¿Cómo renacen las democracias?, de Alain Rouquié y Jorge Schvartzer (1985); Proceso, crisis y transición democrática, de Oscar Oszlak (1988); Ensayos sobre la crisis argentina, de Julio Pinto (1986); a los que se sumaban los ensayos de Juan Carlos Portantiero, José Nun y Guillermo O'Donnell27.

Esta discusión sobre el presente político, con sus frustraciones y sus desafíos, condujo a una reinterpretación del proceso histórico de la Argentina del siglo XX que tendió a desplazar las explicaciones hasta entonces disponibles. En general, anteriormente, éstas habían puesto mucho más el énfasis en las clases sociales, en los intereses económicos nacionales o extranjeros28, o en tensiones ideológicas para explicar la crisis política29, por no mencionar las que ponían como eje al imperialismo, que circularon más en el ambiente de la militancia que en el académico. A partir de este momento, se colocó como constante del proceso largo, la antinomia autoritarismo-democracia, o civiles-militares. En ese contexto el sociólogo francés Alain Rouquié, que ya había incursionado en la investigación de la política argentina con su Radicales y desarrollistas, editado en español en 1975 por Schapire, lanzaba ahora la hipótesis de la cultura política militarista, inaugurando una nueva periodización: la de "la era militar", iniciada en 1930, y sin final por entonces a la vista30. Un poco más adelante y desde un ángulo que trascendía la cultura de los partidos, los historiadores sociales Luis Alberto Romero y Leandro Gutiérrez aportaban lo suyo, con el estudio de la cultura política de los sectores populares, buscando allí los resquicios de una tradición cultural que los llevaba a revisar las explicaciones antes convincentes de "las masas en disponibilidad" en el apoyo al peronismo31.

Pero más allá de que el debate fue en sí mismo fructífero, lo que nos interesa señalar es que tuvo un impacto fuerte en la práctica y en las preocupaciones de los historiadores, pues al colocar en el centro del diagnóstico de la crisis argentina a la política, operó entre nosotros como una de las causas, si bien no la única, que devolvió centralidad a la historia política32. Por otra parte, los historiadores también se apropiaron del nuevo andamiaje conceptual y teórico de la politología y de la sociología política que les sirvió no sólo para pensar y definir sus propios problemas de investigación, sino también para buscar nuevos parámetros de precisión, objetividad y prescindencia afectiva en la elaboración de sus explicaciones.

La historia política del siglo XX había sido -entre los historiadores y cientistas sociales inscriptos en la tradición de la Historia Social iniciada entre nosotros por José Luis Romero y Gino Germani hacia fines de la década de 1950- el campo problemático por excelencia y terreno de investigación compartido por historiadores, sociólogos y politólogos. Analizando un conjunto de variables económicas, demográficas, ecológicas, sociales y culturales construyeron explicaciones sobre las experiencias políticas del radicalismo, de la década del treinta, del peronismo y de la primera etapa de los gobiernos constitucionales que siguieron a la caída del mismo, en 195533, cuando ya la crisis tendía a convertirse en endémica. Buena parte de los trabajos se inscribió en las teorías de la modernización y la dependencia. En ellos eran visibles también los modelos analíticos de la sociología y la ciencia política, así como la utilización de nuevas técnicas de investigación. En este sentido, es oportuno remarcar que más allá de las adscripciones teóricas, a veces cambiantes, existe una línea de continuidad en la concepción del trabajo profesional que se proyecta en los historiadores, sociólogos y politólogos argentinos de la década de 1980 con aquella generación que inició la actualización de las ciencias sociales hacia fines de la década del cincuenta34. Lo que se incorpora en la coyuntura de democratización como novedad sustantiva es la influencia y proyección del campo académico tanto numérica, como generacional y espacialmente35. Los congresos nacionales anuales que reunieron a los historiadores, a los profesores y a los estudiantes de historia en distintas universidades del país se institucionalizaron, creando nuevos ámbitos de discusión de las investigaciones.

Aclarado este punto, queda entonces por explicar cuál fue el impacto intelectual y político de la coyuntura de 1980 en la concepción del trabajo y del proceso histórico.

Los temas de la historiografía política en la recuperación democrática

Quizás los dos artículos de revisión de la historiografía política que intentaron un balance de las novedades y de las líneas interpretativas más marcadas fueron los elaborados por Ezequiel Gallo (1988, 327-338) y por Carlos Floria (1988, 339-344) para la reunión del Comité Internacional de Ciencias Históricas, reunido en Paraná en 1988. Allí, el primero -que revisaba la historiografía política sobre fines del siglo XIX- puso marcado acento en las novedades metodológicas y en el uso de las técnicas utilizadas, no sin recordar especialmente que la historia política había quedado relegada a un modesto segundo lugar bajo la hegemonía de la historia económica y social desde la década de 1940 y que ello fue visible también en la producción académica argentina; marcando, por último, hacia fines de los años setenta el retorno a la política. Desde otro ángulo de análisis, Carlos Floria tomaba en su reflexión la producción sobre la política argentina desde 1930 a 1980 en su conjunto y señaló, en cambio, "el peso de las influencias ideológicas a pesar de la complejidad de los cruces disciplinarios", enfatizando en la impronta de las dos tradiciones fuertes, el nacionalismo antiliberal y el liberalismo, dentro de una vasta bibliografía histórico-política.

Desde nuestra perspectiva, transcurridos más de veinte años de aquellos balances críticos de la historiografía política, encontramos que, a partir de la transición democrática (revisada desde la esfera de lo intelectual y político cultural), en las interpretaciones de largo plazo del proceso histórico argentino, el giro consiste en el énfasis puesto en el problema político, formulado en términos de tensión Autoritarismo o Democracia (Cavarozzi, M. 1983), o el péndulo cívico-militar, o civiles y militares. Estos no son explicados ya como epifenómenos de la estructura económica y social, sino que lo que se buscó fue desentrañar sus causas desde la lógica interna de la política y de las racionalidades de la acción política en pos de un objetivo. En esa etapa fueron los teóricos del autoritarismo y poco más adelante, los de la democracia (O'Donnell, G. 2000), los que ejercieron el mayor atractivo intelectual. Aquí, otra vez fueron los sociólogos y politólogos los que avanzaron en el estudio de la política en la segunda mitad del siglo XX, revisando y aplicando modelos interpretativos que volvían a estar en el centro de la discusión académica, como el para entonces ya viejo artículo Un Juego imposible. Competición y coaliciones entre partidos políticos de Argentina, 1955-1966, de Guillermo O'Donnell, fechado en 1972 y centrado precisamente en el problema de la racionalidad de los partidos políticos. En esa discusión se inscribieron las investigaciones de Catalina Smulovitz sobre los gobiernos de Arturo Frondizi (1958-1962) y de Arturo Illia (1963-66), cuyos resultados se publicaron hacia fines de la década de 1980. En otra línea, podemos mencionar también la preocupación por la naturaleza del sistema de partidos en la Argentina, en perspectiva comparada con los países vecinos también azotados por dictaduras militares (Chile, Uruguay y Brasil), donde incursionó Liliana De Riz, que enriquecía la aproximación mucho más general y acotada de Peter Snow, Fuerzas políticas en la Argentina, traducido y publicado en castellano en 1983. Otro libro emblemático de la coyuntura fue el Estado Burocrático Autoritario de Guillermo O'Donnell, que empíricamente recorre los gobiernos de la "Revolución Argentina" ofreciendo nuevas herramientas conceptuales, y contemporáneo de él, Retorno y Derrumbe. El último gobierno peronista, 1973-76, también de De Riz36, completaron un recorrido que iluminó procesos y problemas más circunscriptos.  

En el terreno de la historiografía política, el reflejo de ese presente de la democracia recién conquistada se tradujo en un marcado interés por la historia de los partidos políticos, que se había iniciado, como había ocurrido en otras oportunidades37, ya durante la campaña electoral previa a octubre de 1983. Luego, fue particularmente la historia de la Unión Cívica Radical, desde la escisión de 1956, la que concitó gran interés. En ella se buscaba el acta de nacimiento de nueva identidad política inscripta en la trayectoria de la Unión Cívica Radical del Pueblo, cuyo momento de realización plena había sido la presidencia de Arturo Illia38. También se produjo una nueva mirada sobre el Partido Socialista y un nuevo abordaje del peronismo, tanto del para entonces llamado "histórico", como el de su retorno al poder en 1973.

Desde una perspectiva analítica mucho más próxima a la tradición de historia política clásica, en la construcción del relato y la explicación histórica, investigaciones sobre los distintos gobiernos militares y civiles abrieron un terreno nuevo para entonces en la indagación de los problemas y los hechos; los estudios sobre La Revolución Libertadora y sobre La presidencia de Frondizi, de Daniel Rodríguez Lamas; El Desarrollismo,de Julio E. Nosiglia; El gobierno de Onganía, de Gerardo Bra; La caída de Perón, de Julio Godio, y muchos más compartieron el espacio editorial de las ediciones de la Biblioteca Política Argentina del Centro Editor de América Latina, con otro conjunto de ensayos de tono partidista o de historias de los partidos escritas desde dentro.

Los otros temas que concitaron la atención fueron: la prensa, donde la protagonista fue la revista Primera Plana, leída desde un ángulo particular, su rol en el golpe de Estado que derrocó al presidente Arturo Illia, Que sucedió en 7 días, durante los años de la "Libertadora" y Crisis39;también estudios sobre revistas literarias, Contorno y Sur, enriquecieron el conocimiento del campo político cultural. Otro actor político crucial, la Iglesia Católica, se abordó buscando la explicación de sus vínculos y competencias con el peronismo y se retomaron dos tradiciones de investigación donde ya existía un conocimiento acumulado, los nacionalistas40 y el peronismo.

El radicalismo

El nuevo impulso a las investigaciones y ensayos sobre el Radicalismo fue dado, sin duda, por el retorno del Radicalismo al poder en 1983 y la reconquista de la democracia como idea fuerza. Dos historiadores de reconocida trayectoria académica y política, críticos de las prácticas historiográficas de viejo cuño, como Roberto Etchepareborda y Hebe Clementi, publicaron una biografía de Yrigoyen en dos volúmenes; el primero, El radicalismo: Trayectoria política, y El radicalismo. Nudos gordianos de su economía, la segunda41. Ambos dejan traslucir una corriente de proximidad hacia su objeto42.

En el campo de la nueva historia académica, al trabajo pionero del sociólogo francés Alain Rouquié que investigó la fractura de la U.C.R. de 1956 -producida en su interpretación por el frondizismo, que rompió con la tradición radical para abrazar el desarrollismo-, en Radicales y Desarrollistas, para ese entonces sólo acompañado por el artículo de Alberto J. Pla, incluido en la compilación dirigida por Luis Alberto Romero, El Radicalismo de 197043, siguió una serie de investigaciones y ensayos de naturaleza muy diversa que reflejan los términos y matices del debate político de la coyuntura.

En una clave interpretativa antagónica a la del sociólogo francés, el ensayo del dirigente desarrollista Isidro Odena (1984)44, titulado Libertadores y desarrollistas, ponía el énfasis en las condiciones políticas que condujeron a la alianza con el peronismo durante la Revolución Libertadora, y a la inevitabilidad de la ruptura de la UCR, centrándose mayormente en el programa, en los obstáculos y en las realizaciones del proyecto desarrollista al cual adhería explícitamente.Un estudio específico sobre la interna radical entre 1956 y 1958, de Ricardo Gallo, publicado en 1983, colocó mayor énfasis en los protagonistas de la lucha por el liderazgo, Ricardo Balbín y Arturo Frondizi. La investigación, producto de su tesis doctoral en Sociología dirigida por Félix Luna, siguió los preceptos emanados de la concepción y los métodos de la historia política clásica y se sustentó en un importante acopio de fuentes escritas y orales.

Este interés por el radicalismo en la segunda mitad del siglo XX y por la ruptura entre una línea democrática y otra proclive al autoritarismo, que reflejaba en parte los valores de la línea política triunfante, se vió reflejado también en la publicación de un libro testimonial, Frondizi, de la oposición al gobierno45 que reabría viejas y nunca saldadas polémicas en la tradición del partido entonces gobernante, sobre la "traición de Frondizi".El otro trabajo que ilustra bien esta línea de discusión, que era en buena medida político-partidaria y que alimentaba como dijéramos los valores políticos dominantes, es el estudio más amplio sobre la historia de la U.C.R. realizado desde la perspectiva de la sociología política por Marcelo Luis Acuña. Publicado en 1984 en dos volúmenes en la Biblioteca Política del Centro Editor de América Latina, analizó también el quiebre que había dado origen al remozado radicalismo que Alfonsín llevó a la victoria electoral en 1983. De Frondizi a Alfonsín: la tradición política del radicalismo postuló que a partir de 1956 surgen dos corrientes, una "eficientista", representada por Arturo Frondizi, y otra "normativa", representada por Balbín46.

Saliendo de la historia estrictamente partidaria, Catalina Smulovitz, tras la búsqueda de una explicación al proceso de inestabilidad política y al peso del peronismo en la misma, analizó desde el marco de la teoría política la dinámica política de los dos gobiernos radicales que sucedieron a la "revolución libertadora", el de Arturo Frondizi y el de Arturo Illia, atendiendo a la relación oposición-gobierno. Mientras, César Tcach (1988) se retrotraía al sabattinismo y a su posterior enfrentamiento con el peronismo.

Breve mención de la nueva atención al Socialismo

El renacimiento del ideal liberal democrático en la coyuntura política abierta por el triunfo del radicalismo y la ubicación de la antinomia autoritarismo o democracia como la tensión que recorría el proceso histórico desde 1930 incidió también en la relectura de la tradición socialista en la Argentina.

El Partido Socialista había recibido una mirada fuertemente condenatoria por parte de la vigorosa corriente de la historiografía militante de izquierda y la peronista47 nacida desde mediados de la década de 1950, entre otras razones por su inclinación al liberalismo y su aversión al peronismo y, más en general, a los sectores populares48. En la hora democrática, algunos de sus antiguos críticos que habían adherido al ideal de la revolución volvían a indagar otro ángulo del Partido Socialista: el progresismo político y social, que llevó a la valoración positiva de sus prácticas políticas y de su trayectoria en lo atinente al cuidado por la formación del ciudadano. Ese giro interpretativo -hijo, en cierto modo, de la coyuntura histórica de los ochenta- aparece iluminado con la biografía de Juan B.Justo, de José Aricó (1999)49; obra en la que se vuelve a analizar el proyecto socialista desde sus fortalezas y sus debilidades, tratando de explicar las razones de su fracaso en el intento de convertirse en la vanguardia de los trabajadores. En ese camino abierto hacia el interés por el socialismo se inscribió más adelante un conjunto de trabajos con relevamientos empíricos originales y enfoques teóricos aggiornados centrados en la cultura política. El libro de referencia entre los estudiosos del socialismo fue el de Richard Walter The Socialist party of Argentina, 1890-1930, editado en 1977.

Retomando dos tradiciones de investigación: nacionalismo y peronismo.

Ese reingreso de la preocupación por lo político que acompañaba a una coyuntura histórica específica de revalorización del sistema democrático, y también a una tendencia historiográfica en expansión dentro de la disciplina desde hacía ya algunos años, fue visible en el interés por el nacionalismo y los nacionalistas50. Dos investigaciones tempranas mostraron acercamientos nuevos, no sólo porque relevaron nuevas fuentes, sino porque analizaron los problemas a partir de la razones de los actores en su contexto. La primera, realizada por María Inés Barbero y Fernando Devoto, empezó a indagar en las raíces del fenómeno ideológico -aproximándolo al conservadurismo y al liberalismo- en un recorrido que abarca desde la década de 1910 hasta 1932 donde, sostienen, los nacionalistas habían logrado en parte su cometido. La segunda, de Cristián Buchrucker, Nacionalismo y peronismo. Argentina en la crisis ideológica mundial 1927-1955, bucea en las distintas líneas y antagonismos, buscando sus puntos de contacto con el peronismo, al que explica como un fenómeno esencialmente distinto51. Ambos resultados se alejaban de la historiografía previa52 sobre el tema al lograr historizarlo, es decir, a partir de la necesaria toma de distancia que no siempre les resultará factible a indagaciones posteriores a éstas. Internadas en las ideas y en los diagnósticos de país realizados por los nacionalistas, las explicaciones continuaron cayendo en posiciones maniqueas porque, irremediablemente, en la nueva tensión autoritarismo-democracia planteada desde la hegemonía de la política, ellos se convierten para la tradición liberal democrática en el "huevo de la serpiente" de las dictaduras militares53. Ello es mucho más visible en el tratamiento del fenómeno durante la segunda mitad del siglo XX, tanto en el estudio de las ideas, como de los grupos nacionalistas y sus interlocutores. Aquí pueden mencionarse los trabajos de David Rock, Richard Walter, Leonardo Senkman, en la década de 1990.

Buena parte de las indagaciones sobre las ideas del nacionalismo y la influencia de sus intelectuales o grupos de activistas y de choque -la Alianza Libertadora Nacionalista, primero, Tacuara, después, avanzando hacia las etapas más recientes del proceso político- estuvieron relacionadas con su influencia sobre otros actores políticos: la iglesia católica, los militares, la prensa o, más en general, sobre el fenómeno peronista.

De todos modos, la producción historiográfica sobre los nacionalistas y las derechas fue bastante más restringida, a partir de los años ochenta, que la volcada a la indagación sobre las izquierdas. Aquí, desde el peso que adquirió la perspectiva analítica de las culturas políticas, ingresó una serie de temas y preocupaciones sobre la segunda mitad del siglo XX que, -como señalaron Hugo Biagini, Hebe Clementi y Marilú Bou en Historiografía Argentina: la década del 80, en su completo y riguroso análisis sobre la producción- fue cultivada por intelectuales venidos del campo de la literatura y de la filosofía. Sus preocupaciones por la cultura los acercaron estrechamente a algunos de los historiadores sociales que comenzaban a pensar sobre esos mismos problemas y que compartían, en parte, modelos de inspiración comunes, E.P. Thompson y Raymond Williams, entre otros54. Preponderantemente se orientaron hacia la historia de las ideas y de los intelectuales de izquierda de los sesenta, durante el surgimiento de una nueva izquierda opuesta a la izquierda tradicional55. Algunos de estos trabajos dejan traslucir cierto sesgo autobiográfico. Otros, en cambio, buscan rastrear el fenómeno de politización de los sectores medios en experiencias político-culturales de fines de los años cincuenta, como la de la revista Contorno, y otras. En este campo que avanzó hacia el conocimiento de las ideas, los intelectuales y la cultura política en las décadas del sesenta y el setenta, el eje principal fue la relación con el peronismo, la confrontación con las distintas vertientes del nacionalismo y el impacto de la revolución cubana.

La segunda tradición de investigación que acaparó sin duda la atención de mayor número de historiadores, ensayistas y cientistas sociales ha sido y sigue siendo el peronismo. Quizás en este tema, más que en otros, pueda verse el cambio de orientación entre una vieja y una nueva historiografía, a partir de la experiencia de la recuperación democrática. Porque las ideas fuerza de los ochenta y el "retorno a la política" como fenómeno historiográfico condujeron a una exploración de aspectos sobre los primeros gobiernos de Perón que habían quedado postergados o, al menos, en un claro segundo lugar durante los años de hegemonía de la historia económica y social, y en no menor medida de las preocupaciones e ideales de la cultura política de los años sesenta y setenta56. Sin embargo, no puede dejar de señalarse que hubo líneas de continuidad con el camino abierto por el proyecto histórico-sociológico sesentista que había seguido avanzando57; entre ellas, la discusión sobre "los orígenes del peronismo" que Juan Carlos Torre cierra de algún modo, al menos hasta ahora, en La vieja guardia sindical y Perón, al final de la década del 80; también los estudios vinculados al sindicalismo, que se completaron en esta etapa con las indagaciones sobre los orígenes del peronismo en algunos lugares del interior del país y en los espacios provinciales, -uno de los ejemplos más exitosos fue la tesis de César Tcach58. En otro renglón debe señalarse que en estos años se abordó la exploración de la "resistencia peronista", uno de cuyos estudios más acabados, que puso el ángulo de observación en las bases sindicales, fue el del historiador inglés Daniel James (1990), primera edición de 198859.

El vuelco hacia el interés por el análisis del régimen político peronista operó desde que comenzó a instalarse la discusión de la transición democrática60. Interés que, en etapas anteriores, -desde la caída del peronismo en 1955, cuando sobresalieron las caracterizaciones como régimen totalitario y corrupto por la mayor parte de sus opositores (Spinelli, M. E. 1997)-, había sido paulatinamente desplazado por visiones totalizadoras del peronismo que dejaron en un cono de sombras las prácticas políticas del mismo.

Un investigador extranjero, el sociólogo alemán Peter Waldmann, publicó en 1981 su tesis doctoral sobre el peronismo, El peronismo 1943-1955, iniciada más de diez años antes, en plena convulsión y reinvención del peronismo por parte de los nuevos sectores que ingresaban a la política. Perplejo por las valoraciones antagónicas y la falta de evidencia empírica para cualquiera de ellas, apostó a un enfoque integral que incluyó el plano de las ideas, de la organización política y las formas de dominación. En sintonía con esa nueva mirada, en 1982 fue editado El Régimen peronista 1943-1955, de Ricardo del Barco, una tesis doctoral en sociología de la Universidad Nacional de Córdoba. Su eje era la estructura política. Y por último, para marcar la relevancia del giro hacia el análisis de la política en el enfoque del fenómeno, en 1983 apareció el libro de Alberto Ciria, Política y cultura popular. La Argentina peronista 1946-1955. Con un enfoque mucho más anclado en el método de reflexión histórica, el texto atendía centralmente a las formas de la política, de la cultura popular y a las prácticas y conflictos. La preocupación por el peronismo no era nueva en Alberto Ciria. Había incursionado en sus antecedentes ideológico-políticos en su Partidos y poder en la Argentina Moderna (1930-1946), un libro cuya primera edición fue de 1963, y había investigado también el enfrentamiento peronismo-antiperonismo, en la década del '70. Además de centrarse en el funcionamiento concreto de la política, el rasgo común de los tres estudios sobre los dos gobiernos peronistas es que partieron de un balance de las interpretaciones sobre el peronismo.

La hegemonía de lo político en las investigaciones sobre el peronismo, como así también el peso del enfoque cultural que revelaba la influencia de los cambios operados en la práctica historiográfica pueden seguirse también en el análisis de los temas, problemas y recortes temáticos abordados, que versaron sobre las distintas políticas, la educación, las mujeres peronistas, el peronismo y la Iglesia, la arquitectura, las movilizaciones, la propaganda, el culto a la personalidad.

El campo de estudio sobre el enfrentamiento del peronismo con la Iglesia, o viceversa, -que era otra muestra del retorno a la preocupación por la política-, dio lugar a varias investigaciones iniciadas en los años ochenta, que partían de la necesidad de explicar la caída del peronismo en 1955. En el renovado ámbito académico de la universidad post 83, comenzaron a desarrollarse y debatirse las líneas de trabajo de Lila Caimari (1995), que constituyeron su tesis doctoral defendida en Francia y que se inscribe en los cánones de la historia política y la larga investigación que fue iluminando temas y problemas parciales, desde una perspectiva analítica más cercana a la historia social, de Susana Bianchi (2000). Frente a éstas, una investigación realizada desde la concepción y el método de la vieja historia política, la de José Oscar Frigerio (1990), que interpretaba el conflicto desde un ángulo diametralmente opuesto.

El otro renglón de interrogantes sobre el peronismo incitaba a la reflexión sobre el pasado más reciente y traumático, cuyo centro de preocupaciones fue el tercer gobierno peronista y la trayectoria de su ala izquierda, que involucraba las experiencias de no pocos intelectuales. Aquí la producción fue variada y realizada desde distintas perspectivas disciplinares y analíticas, donde sobresalió la sociología histórica, el ensayo político61.

Ya hicimos alusión al Retorno y derrumbe... de Liliana de Riz, basado en el análisis de las relaciones de fuerza entre las clases y fracciones de clase en el contexto del "capitalismo dependiente". En su interpretación, la "intención de fondo que subyacía al proyecto con que regresó Perón era la de crear un orden político legítimo y estable, capaz de constituirse en el espacio en que las clases dirimieran sus enfrentamientos de intereses; un orden de arbitraje que trascendiera su formidable carisma personal..." (1982, 12-14). En otra línea, Juan Carlos Torre ofreció una perspectiva analítica del tercer gobierno peronista, siguiendo la línea de la tradición sindical, en Los sindicatos en el gobierno 1973-19766262.

Una mención aparte corresponde a las investigaciones sobre el discurso peronista, también editadas en forma de libro en estos años de la transición democrática. En ellas había una influencia directa de las lecturas y discusiones de la historiografía francesa en esos años, los diálogos con la lingüística y. las técnicas del análisis del discurso. Estos modelos analíticos sirvieron a los investigadores sociales para indagar en una preocupación que había cruzado su propia experiencia política; ellos fueron Ideología y discurso populista, de Emilio De Ippola (1983), y Perón o muerte, de Silvia Sigal y Eliseo Verón (1988), con primera edición de 198563; libro, este último, que pretendía explicar la explosión de violencia que siguió al triunfo del peronismo en 1973. Por último, el libro de Richard Guillespie, Montoneros. Soldados de Perón, ensayaba el primer acercamiento histórico a la organización armada, desde un amplio rastreo de fuentes que incluyó entrevistas a los protagonistas.

Este inventario -necesariamente incompleto- de la producción de los primeros años de la restauración democrática, que dejó mayormente fuera la consideración de la historiografía militante emparentada con la vieja tradición revisionista y de la mayor parte de la orientada a la divulgación, intentó brindar un perfil de las interpretaciones históricas que volvían a colocar en un lugar relevante de investigación y reflexión a la política.

Reflexiones finales

El ejercicio de revisar una parte de la producción historiográfica en el contexto histórico del tránsito hacia la restauración democrática y sus primeros años de experiencia que hemos intentado, nos pone en contacto con las transformaciones operadas en la cultura política de un sector de la sociedad que se esforzaba en sacudirse el estigma autoritario, y que fue exitoso en la coyuntura. Esta transformación que marcó una reconciliación con la tradición liberal democrática se vio reflejada, en la producción de los historiadores y cientistas sociales, en el giro hacia la exploración de lo político, aún cuando este giro no pueda explicarse de manera unicausal por el peso de ese presente.

El tránsito hacia el interés por la política, y su concepción como campo legítimo y autónomo de conocimiento en la historia concebida como ciencia social, tenía ya antecedentes importantes en la disciplina histórica hacia los años setenta64, -a los que hacía alusión Ezequiel Gallo en su intervención de 1988 en el Congreso sobre Historiografía reunido en Paraná-. Por otra parte, en una exploración anterior, cuando revisamos la renovación de los estudios históricos en la Argentina desde fines de los años cincuenta durante el auge de la historia económica y social, detectamos que la política tuvo un lugar de privilegio en el planteo de los problemas, sólo que las variables utilizadas para su análisis la ubicaban como epifenómeno de las fuerzas económicas y sociales, apartando al fenómeno político de la lógica acotada de la lucha por el poder entre individuos, terreno que concebían como propio de la Historia de viejo molde historicista (Spinelli, M. E. 1993, 30-49). Sin embargo, es en una marcada línea de continuidad con esta corriente renovadora -visible en los principales referentes historiográficos- donde comenzó a emerger vigorosa en los años ochenta una nueva historia política analítica, construida en un diálogo estrecho con las teorías del autoritarismo y de la democracia en su primer momento, incluyendo en ella el campo de las ideas, de los partidos, de las instituciones, de los intelectuales, de la prensa, de las corporaciones y de la cultura política, que comenzó a mirar con más detalle a los individuos.

Notas
1 Un primer acercamiento a esta temática en Spinelli, M. E. (2007). El presente trabajo es producto también de las lecturas y discusiones del seminario "La historiografía política argentina de la segunda mitad del siglo XX. Un análisis a la luz del problema de la comprensión o de la responsabilidad de los actores", del Programa de Doctorado en Historia de la UNCPBA, que dictara en 2008 en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, y posteriormente en Tandil. Agradezco la participación de los estudiantes de doctorado. Sus lecturas, comentarios, preguntas y reflexiones ayudaron a la maduración y orientaron en la indagación de numerosas cuestiones.
2  Aquí caben ser citados: Historiografía argentina 1958-1988. Una evaluación crítica de la producción histórica nacional, del Comité Internacional de Ciencias Históricas. Comité Argentino, de 1988, que reproducía los aportes presentados en el congreso; y el artículo mucho más panorámico de Halperín, T. (1986).
3  Aquí cabe hacer referencia a dos obras: Devoto, F., 1993-1994 y Biagini, H. et al. (1996).
4  En la compilación antes citada de Fernando Devoto, volumen I, págs 113 a 139, y profundizado y ampliado en Cattaruzza, A., y Eujanián, E. (2003).
5  Un balance de este debate y sus consecuencias en la historiografía, en Carrizo de Muñoz, N. (2003). Sobre el impacto de ese debate y la respuesta entre los historiadores argentinos, Oscar Cornblit (1992).
6  Evidencia de ello es el artículo La Historiografía en la hora de la libertad -publicado en el número 237 de la revista Sur dedicado al balance del peronismo, luego de su caída en 1955-, que curiosamente constituía una proclama en favor de la actualización de los estudios históricos en el país, denunciando a una historia acontecimiental y perimida. Este artículo inicia la reedición del volumen Argentina en el callejón, Buenos Aires, Ariel, 1994.
7  Son perceptibles las influencias y los contactos con las corrientes de Annales y de la historiografía británica.
8  Buena parte de los editoriales políticos de La Razón de la mañana, dirigido por Jacobo Timmerman, que comenzó a editarse en los primeros tramos de la gestión de Raúl Alfonsín, da cuenta de esta línea de opinión en sus ataques, fundamentalmente, al sindicalismo peronista.
9  Dentro de los que permanecieron en el peronismo derrotado, la reacción fue rápida prueba de ello. En la revista Unidos, por ejemplo, que comienza a editarse en 1983, puede seguirse el debate sobre las razones de la derrota, que reeditaba la división entre un peronismo ortodoxo, o tradicional, y un peronismo renovador, más próximo a las posiciones de los sectores de la izquierda peronista de los setenta; y refleja la influencia del clima político modernizador y democratizador triunfante con el alfonsinismo, en el sentido de que ellos intentarán bregar por la superación del modelo de liderazgo encarnado por Perón, ya para entonces muerto, y suplirlo por un partido de ideas, programático.
10 De 1981 es precisamente el ensayo que compiló Carlos Floria: Reflexiones sobre la Argentina política, editado por la Editorial de Belgrano (fuente que sirve como prueba de lo afirmado) del que participaron Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo, Manuel Mora y Araujo, Natalio Botana, Carlos Floria, Enrique Zuleta Puceiro, Jorge Enrique Cermesoni, Félix Peña y Carlos E. Pérez Llana.
11 Sobre este proceso cfr. Novaro, M. y Palermo, V. 2003.
12 Particularmente los capítulos XV y XVI. En la misma línea, aunque para otros grupos, más acotados, de intelectuales de izquierda que comienzan a revalorizar el estado de derecho, puede verse Lesgart, C. (2002 y 2004.
13 Un primer balance de esa producción en Scott Mainwaring (1984). Diez años más tarde apareció un segundo balance crítico de José Alvaro Moisés (1995).
14 Un análisis sobre los partidos políticos durante la última dictadura militar , César Tcach (1996).
15 El tema de los militares y la política, que para bien y/o para mal atravesaba la experiencia de varias generaciones de argentinos, no era nuevo en la historiografía y en las Ciencias Sociales; además de los estudios de la historiografía clásica surgida del impulso de la Nueva Escuela Histórica que relataron las acciones de ejércitos heroicos y de guerras fratricidas, desde la historiografía militante había incursionado en él, entre otros, Jorge Abelardo Ramos con Ejército y semicolonia; desde la sociología germaniana Darío Cantón publicaba, en 1966, Notas sobre las fuerzas armadas argentinas; y en 1967 José Nun publicaba América Latina: la crisis hegemónica y el golpe militar; también el análisis de este actor político tuvo un importante lugar en Los que mandan, el libro de José Luis de Imaz, cuya primera edición es de 1964.
16 Sobre ellos particularmente han investigado, entre otros, Cecilia Lesgart y Nora Pagano centrada, esta última, en los historiadores. Ambos estudios constituyen dos de los capítulos de la compilación que coordinaran Fernando Devoto y Nora Pagano: La historiografía académica y la historiografía militante, ya citado.
17 Sobre los exiliados argentinos en Francia durante la dictadura militar 1976-83, cfr. Marina Franco (2008).
18 Véase Silvia Sigal (1991) y John King (2007). Al respecto detalla Nora Pagano (2004) en Las ciencias sociales durante la dictadura argentina (1976-1981): "Dentro del terreno concreto de los centros privados el pionero fue el Instituto Di Tella (...) Entre sus principales financistas, además del grupo de Torcuato Di Tella (padre), estuvieron las Fundaciones Ford y Rockefeller. De allí partieron muchas experiencias entre las que se cuentan las siguientes: CICSO, CLACSO, IDES, CENEP, CISEA, CEDES, CEMA, IERAL, FIEL, FIDE, entre otras", y a continuación rastrea su fundación y particularmente su trayectoria durante los "años de plomo", destacando su carácter de "usinas de ideas".
19 Recientes investigaciones y ensayos de tono testimonial revelan que la división de posiciones respecto del acontecimiento Malvinas no sólo operó internamente entre los partidos y dentro mismo de ellos, sino también entre los exilados políticos.
20 Sobre la trayectoria intelectual y política de algunos de los más destacados promotores de esta experiencia, Pancho Aricó, Juan Carlos Portantiero y otros, ver Raúl Burgos (2004).
21 Parte de ese optimismo por las posibilidades democráticas se refleja, desde el pesimismo que los invade en los años noventa, en las introducciones de las obras de Luis Alberto Romero (1994, 9-13), y de Hilda Sábato (1998, 23-25).
22 Tulio Halperín Donghi había publicado en 1973 un análisis de tono crítico a esas interpretaciones del pasado del país, que tituló: El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional. El mismo fue reeditado en 1996 junto a otros artículos del autor en Ensayos de historiografía, de Ediciones El cielo por asalto.
23 Ello fue evocado en la conferencia central de las Jornadas de la Asociación de Historia Económica, realizadas en 1985 en la Universidad Nacional de Rosario, a cargo de quien había sido decano de la Facultad de Humanidades y Arte, Tulio Halperín Donghi.
24 Evidencia de ello son los volúmenes de la colección de Historia Argentina de Paidós que dirigió Tulio Halperín Donghi, La democracia constitucional y su crisis, volumen en que participaron Alberto Ciria, José Luis Moreno y Darío Cantón, claramente estructurado en los niveles de análisis de economía, sociedad, política; y La Organización Nacional, de Haydée Gorostegui de Torres.
25 Cuya memoria fue evocada en el homenaje de 1988 -que dio lugar a un recordado Congreso de Historia- realizado en el Teatro General San Martín de Buenos Aires, y anteriormente en el libro De historia e historiadores, homenaje a José Luis Romero, editado en México, en 1982, por Siglo XXI, en el que intervinieron Sergio Bagú, Gregorio Weimberg, Leopoldo Zea, Rafael Gutiérrez Girardot, Luis González, Tulio Halperín Donghi, Arturo Ardao, Malcom Deas, Juan Marichal, Alberto Tenenti, Jorge Hardoy, Richard M. Morse, Nicolás Sánchez Albornoz, Juan Oddone, John Lynch, Roberto Cortés Conde , James Scoobie, Ezequiel Gallo, Alberto Ciria y Leandro Gutiérrez.
26 Hilda Sábato, en la ya citada obra de 1998, La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880, véase Introducción, págs. 9 a 29; y Samuel Amaral, entre otros, Perón, del exilio al poder, de 1993.
27 (Ver: Nun, J. y Portantiero, J. C. 1987. Portantiero, J. C. 1986. O'Donnell, G. 1982 y 1984).
28 Por ejemplo la "teoría del empate" de Juan Carlos Portantiero, o la de "los choques entre sectores", utilizada por Gilbert W. Merk, (1972, 136-167) para explicar los conflictos políticos de la Argentina post-peronista.
29 El peso de las derechas en la tradición política de América Latina, en Juan Francisco Marsal (1972), y José Luis Romero (1970).
30 Los rasgos de esa cultura política militarista los resumía en tres puntos: el primero, que las fuerzas armadas constituían un actor político legítimo; el segundo, que los partidos buscaban el apoyo de los militares para sus propios fines; el tercero, que el militarismo estaba presente en todos los partidos, el "sueño del coronel propio -decía- es la fórmula de salvación política" (Rouquié, A. 1983, 68). El artículo forma parte de la ya citada obra de Peter Waldman y Ernesto Garzón Valdés El poder militar en la Argentina (1976-1981), que reproduce las ponencias presentadas en el coloquio organizado por la Asociación Alemana de Investigación sobre América Latina, entre el 29 y el 31 de octubre de 1981.
31 Buena parte de los artículos producidos en aquella etapa fueron reunidos en el libro de Luis Alberto Romero y Leandro Gutiérrez: Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, editado por Sudamericana en 1995, que partía de la preocupación por explicar "las razones del fuerte e inclaudicable apoyo popular a Perón desde el comienzo mismo de su acción política".
32 Una aggiornada historia política estaba presente tiempo antes en un libro emblemático, El orden conservador, de Natalio Botana, editado en 1976; para entonces ya habían tenido impacto los debates de la Escuela de los Annales sobre el retorno del acontecimiento y de la política.
33 Esta etapa de la historiografía la analicé en La renovación historiográfica en la Argentina y el análisis de la política del siglo XX, en la ya citada obra compilada por Fernando Devoto (1993, 30-49).
34 El tono del artículo de Tulio Halperín Donghi Veinticinco años de historiografía argentina, ya citado, revela ese sentido de pertenencia a una comunidad académica, antes acotada, y señala los cambios ideológicos operados en algunos de los entonces jóvenes colegas.
35 No hemos elaborado datos que nos permitan cuantificar esta ampliación, pero la multiplicación de Congresos y Jornadas nacionales de historiadores, con asistencias y participaciones cada vez más numerosas, la aparición de las nuevas revistas académicas, el crecimiento del número de becas y de cargos docentes en las universidades nacionales, hablan a las claras de una expansión.
36 La primera edición de este libro es de Folios,1982, fue reeditado por Hyspamérica en 1986.
37 Entre 1972 y 1973 en el clima de creciente participación y movilización de los sectores medios que caracterizó la retirada del gobierno militar, también hubo un boom de literatura histórico-política, entre los más exitosos merece recordarse el Argentina. De Perón a Lanusse 1943/1973, de Félix Luna, que tuvo alrededor de una decena de reediciones; también cabe recordar la vigorosa historiografía de combate de la izquierda peronista y de las otras vertientes de la izquierda.
38 En la advertencia a la reedición de 1984 del arriba citado libro de Félix Luna, donde explica por qué mantiene el texto de 1972 sin modificaciones, dice que "algunos detalles sí: hubiera podido corregir algún juicio injusto sobre el gobierno contitucional de 1963/66 y atenuado algunos entusiasmos (se refiere, seguramente, al suyo entonces por el frondizismo) que, pese a mi intención de imparcialidad, no dejaron de colarse...".
39 Tres estudios fueron publicados un poco más adelante en Historias de Revistas Argentinas, editado en Buenos Aires por la Asociación Argentina de Editores de Revistas, en 1995.
40 Cuyos precursores habían sido Marisa Navarro Gerassi, en 1968, e Ignacio Zuleta Alvarez, en 1975.
41 Ambos editados por Siglo XXI, en 1983.
42 Agradezco a Leonardo Fuentes sus comentarios sobre la historiografía del radicalismo y particularmente la discusión sobre estos trabajos.
43 El análisis de Alberto J. Pla realizado en clave marxista destacó las contradicciones de los partidos políticos en relación al fenómeno peronista.
44 En la colección Memorial de la patria, dirigida por Félix Luna.
45 " ... la imagen de su protagonista refleja mi admiración inicial y la desilusión y el desconcierto que la siguieron..." Nicolás Babini (1984, 7).
46 Esta hipótesis de las dos líneas radicales en la etapa de inestabilidad política fue retomada más tarde por Catalina Smulovitz (1993) en el artículo La eficacia como crítica y utopía. Notas sobre la caída de Illia.
47 La misma es analizada en parte por Maristela Svampa (1996). En tiempos más recientes han recibido atención algunos de los historiadores y publicistas de esta tradición, véase por ejemplo la compilación ya citada de Fernando Devoto y Nora Pagano (2004), y la minuciosa indagación de Omar Acha (2006) sobre la vida y la producción de Rodolfo Puiggrós.
48 Algunos de los ensayos críticos más conocidos fueron los de Jorge Abelardo Ramos, Jorge Enea Spilimbergo, José Vazeilles.
49 "La hipótesis de Justo fue escrito en 1981 y obtuvo una mención especial en el Premio Internacional de Historia José Luis Romero, en Nota inicial a la edición de Sudamericana, de 1999.
50 Ana María Barletta y María Dolores Béjar (1988) presentan una revisión amplia de la bibliografía sobre el tema.
51 Poco más tarde vuelve sobre la cuestión, desde otro ángulo analítico, Loris Zanatta (1996).
52 Las dos obras clásicas y antagónicas en sus líneas interpretativas y en su construcción metodológica previas fueron las de Enrique Zuleta Alvarez y Marisa Navarro Gerassi, los cuales -en la particular lectura que realiza Carlos Floria en el citado artículo de 1988- constituyen, la primera un testimonio histórico, mientras la segunda denuncia posiciones ideológicas.
53 Debe señalarse que, sin apartarse nunca de "la vieja tradición de la profesión" en la expresión de Ezequiel Gallo, la producción historiográfica de los nacionalistas mantiene también miradas maniqueas y un excesivo peso ideológico. En ese sentido, lo planteado por Carlos Floria para las obras de los sesenta y setenta mantiene cierta permanencia en esta línea de investigación.
54 Reflejo de esa sociabilidad intelectual es la proximidad que quiso darles Luis Alberto Romero al bautizarlos como "historiadores por adopción".
55 Los autores más prolíficos en esta línea fueron Oscar Terán, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo.
56 Un ilustrativo panorama de ambos tópicos en Oscar Terán (1991), y Silvia Sigal (1991).
57 En 1980 se editó un trabajo crucial en esa línea de investigación, El voto peronista. Ensayos de sociología electoral en la Argentina, que compilaron Manuel Mora y Araujo e Ignacio Llorente.
58 Ver: Sandra Gayol, Julio Melón, Mabel Roig (1988). La tesis de Tcach fue publicada en 1991 bajo el título: Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba 1943-1955.
59 Daniel James. 1990 (1988). Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976, Buenos Aires, Sudamericana.
60 Un libro en colaboración de varios autores, 1943-1982 Historia política argentina, Ricardo del Barco, Roberto Etchepareborda, Carlos Floria, "Criterio", Félix Luna, Guido Di Tella, Luis González Esteves, Marcelo Monserrat y Roberto Russell, editado en Buenos Aires por la Editorial de Belgrano, puso en evidencia la preocupación por la política que invadía a sectores intelectuales y políticos diversos.
61 Los que más impacto intelectual tuvieron en el medio académico, construidos desde experiencias y perspectivas interpretativas bien diversas, fueron el de Guido Di Tella (1983), y el de León Rozitchner (1984).
62 Editado en la Biblioteca Política Argentina del Centro Editor de América Latina, en 1983.
63 Sobre este último puede verse: Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista, de Tulio Halperín Donghi, publicado en 1987 en Vuelta Sudamericana y reeditado en Ensayos de Historiografía (1996).

La autora

María Estela Spinelli es Doctora en Historia en la Universidad Nacional del Córdoba. Profesora de Historia Argentina Contemporánea e Historiografía en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Ha publicado Actores, ideas y proyectos políticos en la Argentina contemporánea, con Susana Bianchi (1997. Tandil: IEHS1997), La conformación de las identidades políticas en la Argentina del siglo XX, con Alicia Servetto, Marcela Ferrari y Gabriela Closa (2000. Córdoba: Ferreyra) y Los vencedores vencidos. El antiperonismo y la «revolución libertadora» (2005. Buenos Aires: Biblos), así como numerosos artículos en libros y revistas académicas nacionales y extranjeras.

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