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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.11 no.1 Mendoza Jan./July 2009

 

COMENTARIOS DE LIBROS

La retórica en la estética. Comentario al libro de Laura Quintana Porras: Gusto y Comunicabilidad en la estética de Kant.
Universidad del Aconcagua, Mendoza, 2006. 251 páginas.

Carlos Rojas Osorio
Recinto Universitario de Humacao,
Universidad de Puerto Rico

Laura Quintana Porras escribe: Gusto y comunicabilidad en la estética de Kant. El principal interés de la autora es el tipo de argumentación que puede hacerse a la hora de emitir un juicio con respecto a una obra de arte. Para ello estudia la estética británica del siglo XVIII de la cual Kant va a apropiarse algunas de sus ideas. David Hume establece una pauta de argumentación sobre el gusto estético que no es ni el saber deductivo ni la mera reclusión del individuo en su propio gusto. Es un tipo de argumentación que los antiguos denominaron retórico y que la autora amplía a base del renacimiento de la retórica en el siglo XX. Kant no opta por esta vía, pero es desde la perspectiva de la argumentación retórica que la autora va a enjuiciar el procedimiento kantiano que resulta a todas luces dogmático. La autora procede de modo muy detallado en el desarrollo de los temas enunciados, formulando con claridad cada una de las teorías y ofreciendo las críticas pertinentes. Si podemos comunicar a los demás nuestros juicios de gusto es porque son argumentables, es decir, gozan de una cierta razonabilidad. A la autora le interesa que sobre estas cuestiones que los seres humanos discutimos con tanta frecuencia se pueda argumentar, porque dicha alternativa es también viable en las cuestiones de política.

La estética antigua, desde Platón, giró siempre en torno a la idea de belleza, entendida ésta en forma objetiva. No es hasta Baltasar Gracián y, sobre todo, la estética británica que los problemas de la estética se plantean en forma diferente, como una cuestión de gusto; y esto lo que implica es que pasamos de lo objetivo a lo subjetivo. No es la belleza en sí de las cosas lo que interesa, sino cómo los objetos bellos afectan la sensibilidad del sujeto. La belleza no está en las cosas, no es una propiedad inherente a ellas, sino al juicio que hacemos de ellas. La crítica del gusto implica, pues, esta nueva actitud estética. Ahora bien, este giro subjetivo hacia la crítica del gusto es un rasgo muy moderno que tiene sus raíces en determiandos cambios sociales. "En efecto, podría mostrarse que este giro fundamental que el pensamiento kantiano consuma, pero que se encontraría también, de cierta manera, en otros modernos anteriores a Kant, puede relacionarse con rasgos constitutivos de la mentalidad moderna y con ciertas condiciones sociales que sirvieron de suelo real al desarrollo de esta mentalidad. Más aun, podría decirse que la concepción estética como un campo autónomo y el planteamiento del gusto como problema está relacionado con estas nuevas circunstancias"1. El tipo de relación humana en el mundo antiguo y medieval era comunitario (la Gemeinschaft de que habla Tönnies y Weber), la cual es, en la modernidad, cada vez más sustituida por la ‘sociedad' (Gesellshaft). El gusto estético no supone necesariamente una relación comunitaria, pero sí un tipo de relación interpersonal. Las relaciones fuertes de la comunidad son sustituidas por relaciones mucho más débiles en que el individuo muchas veces se siente desvinculado. Se da así un individuo con una rica interioridad y con un yo fortalecido. Simmel observa que el tipo de estados interiores del hombre moderno no se da en seres aislados y que serían diferentes si distintos fuesen su modo de agruparse. "Solo en la modernidad se habla del yo como un punto de referencia fundamental, solo en esta época la interioridad adquiere un significado constitutivo con respecto a la experiencia del mundo, solo entonces se reconoce una intensa vida individual" (31). La autora reconoce que San Agustín, en la Antigüedad, se refirió amplia y profundamente a esa interioridad humana del yo; pero hay una gran diferencia; para los antiguos y hasta el Renacimiento "el mundo es un cosmos cuyo orden preestablecido debe ser descubierto al ser contemplado. El moderno, en cambio, tiende a abandonar la idea de un orden del que él haría parte y, en general, cualquier marco de referencia anterior" (31-32). El individuo se vuelve sobre sí mismo para fundar sus juicios en lugar de referirse a condiciones objetivas externas. Este fenómeno se advierte en diferentes esferas de la vida humana, y que Charles Taylor enumera: el epistemológico, el moral, el político; y el surgimiento de la esfera estética. Kant denominó a esta nueva actitud ‘revolución copernicana' porque el sujeto no gira entorno a los objetos, sino los objetos en torno al sujeto. Las cosas han de regirse por la capacidad de conocimiento del sujeto. La razón se convierte en su propio fundamento. En la moral se va a hablar del autocontrol racional. La norma moral no viene de una orden exterior, sino de sí mismo, del autogobierno. Para Kant es en la razón que el ser humano encuentra su fundamento tanto para el conocimiento como para la acción moral. En la estética el problema va a ser la posibilidad de garantizar de modo intersubjetivo ciertas apreciaciones del gusto que, sin embargo, provienen de la diversidad individual. "Así, pues, con el problema del gusto, como con el de la política, se pone de manifiesto la misma dificultad: la dificultad de vincular lo individual a una perspectiva general; la dificultad de pensar lo común desde el reconocimiento de la pluralidad humana" (35). El mundo en que vive el hombre moderno tiene un suelo sólo en los hábitos y costumbres. Este nuevo mundo social se configura en las ciudades, es un mundo urbano, y como veremos en Gracián, una sociedad cortesana.

Baltasar Gracián marca ese cambio de los viejos estamentos feudales a un mundo citadino y cortesano. La crítica del gusto nace en este nuevo ambiente en el que se constituyen nuevas relaciones sociales bien descritas por le autor de El Criticón con expresiones como, "una cierta sabiduría cortesana", una ciencia que se aprende en el teatro y en el buen gusto y que requiere discreción. Un modo de trato social que se aprende en las cortes y campañas, en la buena sociedad, en los medios bien cultivados. Un mundo nuevo donde las personas no valen por lo que son sino por lo que parecen. "En esta caracterización puede verse que el gusto se concibe como una forma de discernimiento individual, como una distinción que caracteriza a la persona, y a la vez, como un saber representar ‘lo adecuado', lo ‘oportuno', lo que corresponde con la ‘buena sociedad'" (51). El criterio del gusto es lo establecido en las formas cortesanas. El gusto es un arte de la prudencia; barroca y jesuítica estratagema. El gusto es una cuestión de discernimiento individual que pretende cierta generalidad, aunque sea restringida a las maneras de ciertos sectores sociales. Su pretensión es "valer para un auditorio determinado, aquél que se identifica con la buena sociedad" (51).

Adam Smith en Teoría de los sentimientos morales se preocupa de la relación entre los seres humanos sabiendo que somos seres individuales y diversos. La simpatía es el principio de comprensión de los sentimientos del otro ser humano. Mediante la simpatía logramos una cierta armonía entre los seres humanos. El sentimiento es individual, es el modo como cada uno es afectado por las circunstancias; pero ello no impide cierta convergencia en el campo de los sentimientos. Uno puede ponerse en las mismas circunstancias del otro y comprender y asumir la infelicidad que lo afecta. Nos trasladamos a la circunstancia del otro por medio de la imaginación proyectiva. La imaginación se convierte en la fuente de la simpatía. Nos ponemos en una situación hipotética que nos permite emitir juicios imparciales sobre la conducta del otro. El otro ser humano es el espejo que nos sirve para la comprensión de nuestros propios sentimientos. No comenzamos por uno mismo, sino que vamos del otro al sí mismo.

En Gracián la base del gusto es cierta relación social, es decir, todavía hay un suelo objetivo, pero éste se pierde en el siglo XVIII con el claro predominio del subjetivismo moderno. El sujeto está cada vez más desarraigado. Ahora bien, aquí ocurre una paradoja. "A la vez que aparecía que cuanto más se insiste que el placer es un momento indisoluble del gusto y entre más problemática se vuelve la justificación de la validez intersubjetiva de sus juicios, se va afirmando más su especificidad" (73).

Hutcheson escribe An inquiry into the original of our ideas of Beauty and Virtue (1725). El autor sostiene que el gusto se vincula con el juicio sobre lo bello y éste con el sentimiento de placer. La belleza no es una propiedad independiente de los sujetos que hacen valoraciones estéticas. Lo que interesa es la capacidad del sujeto para sentir, y no la cualidad objetiva de las cosas bellas o la idea de belleza en sí misma. Estamos, pues, en el salto que va de la metafísica de la belleza antigua a la moderna crítica del juicio sobre lo bello. Pero a Hutcheson le preocupa la validez intersubjetiva de los juicios del gusto. Si los seres humanos logran una convergencia con respecto a los juicios del gusto, esto interesa mucho para reforzar los lazos comunitarios. Esta perspectiva, nos dice Quintana, está presente en el Kant precrítico, pero desaparece en la Crítica de la facultad de juzgar. Para evitar el subjetivismo individual, Hutcheson supone que existe en todo ser humano una disposición natural para el gusto de lo bello.

Kant, como Hutcheson y Burke, reconoce el carácter específico de los juicios del gusto y los diferencia tanto de los juicios cognoscitivos como de los juicios morales. Y, sin embargo, concibe los juicios del gusto en la misma perspectiva y con el mismo aparato conceptual que los juicios cognoscitivos. "Asumiendo que deba basarse en condiciones constitutivas del andamiaje cognoscitivo humano con los que todos tendrían que concordar" (388). Kant, tanto como Burke y Hutcheson, reconoce la posibilidad de juicios de consenso, e incluso de la unanimidad en el modo de sentir. Kant acepta también el principio de Hutcheson de la belleza como ´unidad en la variedad´. Y también está de acuerdo con el británico en la afirmación según la cual dicha unidad en la variedad no se piensa mediante conceptos. Hutcheson debe ahora responder a la cuestión de dónde surge la gran variedad de juicios del gusto diferentes, si suponemos la uniformidad del sentido natural que él postula. Su respuesta es que hay elementos que presentan un obstáculo a esa uniformidad del sentido común, como los prejuicios, las asociaciones arbitrarias de ideas, los recuerdos, las costumbres, etc. "Hutcheson enfatiza, empero, que sin la intervención de estos elementos, el sentido interno podría funcionar perfectamente y se encontraría la unanimidad en las preferencias estéticas, de modo que la patente diversidad de opiniones en materia de gusto tendría que considerarse como meramente aparente" (92).

Hutcheson postula un sentido interno, Burke una regularidad de funcionamiento de la sensibilidad humana y Kant un sentido común. Los dos británicos y el alemán también están de acuerdo en desvincular el juicio del gusto de todo contexto cultural. El interés de todos ellos es la autonomía y universalidad del juicio del gusto. Y a pesar de ello "terminan mostrando que las valoraciones estéticas se encuentran arraigadas en determinadas formas de vida y están fuertemente conectadas con aquellos valores mayores en los que los individuos de una cultura se reconocen" (435). Burke separa el juicio del gusto del juicio moral. En este aspecto se separa de Hutcheson y hace más subjetivo el juicio del gusto. Para Burke lo sublime produce placer porque nos saca de la indiferencia natural; produce un estado anímico y una relajación nerviosa. El placer así producido no tiene relación con la moral ni con el conocimiento.

Burke permite que los desacuerdos sobre juicios del gusto sean resolubles argumentativamente. Kant excluye esta posibilidad. También rechaza Kant la consideración fisiológica que Burke reconoce. Esta base fisiológica de que habla Burke es la regularidad del funcionamiento de nuestra sensibilidad. Kant la repudia porque sería darle una base empírica al juicio del gusto, y su interés es indagar por un principio trascendental o a priori. Burke considera los colores, los sabores, las texturas como componentes o concomitantes de los sentimientos estéticos; Kant los rechaza y se fija sólo en la forma del objeto bello. "Burke concibe justamente el sentimiento de lo bello en los términos en que Kant se refiere al atractivo y el sentimiento de lo sublime en los términos en que alude a la emoción" (324).

Kant distingue diferentes formas de argumentación. El saber propiamente dicho es el que proporciona conocimiento y sus métodos son la deducción lógica que es demostrativa y el conocimiento empírico al cual él da un fundamento trascendental. El saber como conocimiento es comunicable, es objetivo y es universal y necesario. Reconoce también comunicabilidad a los juicios de la moral, pues éstos pueden ser universales y necesarios. Kant alude también a la convicción, en ésta tenemos una certeza subjetiva pero su certeza objetiva es insuficiente. En la opinión se reclama algo como verdadero sin tener suficiente certeza ni subjetiva ni objetiva. La creencia tiene fuerza subjetiva pero no objetiva. Ni en la creencia ni en la opinión argumentamos con fuerza probatoria, pero se puede discutir argumentativamente para ver si puede llegarse a un consenso. "Se trata concretamente de distintos modos a través de los cuales el sujeto puede tomar validez de sus asunciones o de ‘distintos modos de tener algo por verdadero" (226). Kant opone también convicción y persuasión. La convicción es el saber en cuanto descansa en una verdad que es objetivamente suficiente. En la persuasión (Überredung) el sujeto no se muestra "convencido ni cierto" (227). Al sujeto le basta ser movido por la sola persuasión porque supone como objetivos argumentos que son meramente subjetivos. El punto central aquí es que en el caso de los juicios del gusto la alternativa de ‘tener por verdadero' que Kant le atribuye a la opinión y a la creencia parecería la más razonable y, sin embargo Kant no llega a admitirla. Opina Laura Quintana: "Aunque la opinión y la creencia no pueden pretender la misma validez intersubjetiva del saber, no por eso deben caracterizarse por la incomunicabilidad de la persuasión" (230). En cambio, basándose en la filosofía trascendental, Kant reclama la exigencia de que todo el mundo llegue a estar de acuerdo con mi juicio del gusto; de este modo deja de lado la alternativa de la argumentación discursiva probable. Esta alternativa es la que la autora sugiere. "Así, la investigación crítica podría sugerir otras formas de comunicabilidad que podrían resultar significativas para pensar en la validez intersubjetiva que podrían corresponder a los juicios del gusto" (230). La autora explora en la obra de Hume esta alternativa.

David Hume tiende a reconocer el acuerdo en asuntos estéticos como algo que se puede alcanzar por la vía del diálogo. Puede haber confluencia de opiniones y participación en los sentimientos del otro. Concibe la simpatía como el principio que permite garantizar la comunicabilidad de los sentimientos. Podemos ponernos en el lugar del otro; por ejemplo, en las circunstancias de un momento de infelicidad. Aunque hay mucha diversidad de gustos y valoraciones, apreciamos más ciertos objetos que otros. Reivindicamos el derecho a defender la cualidad superior sobre otras inferiores. Hume presenta una argumentación en la cual pone en claro los cuernos del dilema: subjetivismo y objetivismo. Su pretensión, afirma Quintana, es refrenar un extremo con el otro. "Lo máximo a lo que se puede aspirar es a tomar una decisión que permita confirmar un juicio estético sobre el otro" (127). La discusión queda abierta para una comunidad ideal de críticos de arte que permite el diálogo aun en los asuntos más difíciles.

Un argumento objetivo que trae Hume es que hay obras clásicas, es decir, obras que sobreviven a los caprichos de los cambios de moda; resisten la prueba del tiempo y mantienen viva la admiración y el respeto que se les puede tributar. Kant también alude a esta tradición clásica y le concede mucha importancia en la formación que los jóvenes deben tener antes de que puedan llegar a sus propios juicios. Hume también reconoce otro aspecto objetivo en el juicio del gusto, y es el hecho de que hay cualidades del objeto que permiten juzgarlo como bello. Hay cualidades que hacen bello a un objeto y hay disposiciones del sujeto evaluador. Laura Quintana nos dice que Hume reconoce una uniformidad de la naturaleza humana. Aunque también reconoce que algunas personas se desvían de esa regularidad y sus juicios son defectuosos. Lo más importante para Quintana es el hecho de que para Hume no hay una única perspectiva desde la cual podamos juzgar invariablemente. Hay varias perspectivas posibles. Lo ideal es recoger un punto de vista que reúna las varias perspectivas posibles y aceptables sobre un mismo asunto discutible. La norma humeana parece ser el veredicto conjunto de los ‘jueces del arte'. El juez o crítico de arte puede aproximarse más o menos a ese ideal. Se debe buscar siempre el mejor argumento y tener indulgencia para quienes difieren. Aquí no cabe demostración propiamente dicha y sí la aspiración a un consenso. "Así esta propuesta permite desbrozar el terreno en el que podría moverse una concepción discursiva del gusto, desde la cual el consenso no se asume como algo exigible a partir de posiciones subjetivas, ni tampoco como una realidad que puede hallarse empíricamente en un trasfondo comunitario, sino como una expectativa, como una aspiración, que hace posible y le otorga sentido al discutir. Se trata, a mi modo de ver, de un camino bastante viable para comprender el asunto en la dirección correcta" (150). En adelante, y a lo largo de todo el libro, la autora se beneficiará de esta perspectiva humeana y le servirá de punto de apoyo para la crítica a la intransigencia de Kant con respecto a los juicios del gusto.

La autora se detiene también en el Kant precrítico y su manera de concebir el gusto estético. Kant, como Hutcheson y Burke, busca condiciones subjetivas que permitan asegurar la comunicabilidad del juicio del gusto. Y encuentra en la armonía del objeto con las condiciones a priori de la sensibilidad la base de esa comunicabilidad. Bellos son los objetos en cuanto se conforman a las formas a priori de la sensibilidad, o sea el espacio y el tiempo. La objeción a esta tesis kantiana es que en este modo de entender el juicio del gusto no se percibe la especificidad estética (bella) del objeto. En el periodo precrítico a Kant le interesa también que las condiciones de intersubjetividad del juicio del gusto nos sirvan para fortalecer el mundo comunitario de los seres humanos. Esta base comunitaria correlativa para el juicio del gusto se pierde luego en el periodo crítico.

Pasemos ahora a la consideración del juicio crítico en la Crítica de la facultad de juzgar. El juicio del gusto Kant lo formula en forma lingüística; ‘este X es bello'. Y Kant se pregunta de donde surge la posibilidad del juicio sobre un objeto bello. El juicio sobre lo bello no es cognoscitivo porque no describe una propiedad del objeto, sino un sentimiento del sujeto que emite el juicio. También vale decir, el juicio del gusto no es un juicio del entendimiento; pues la función del entendimiento está relacionada con juicios cognoscitivos, donde el concepto que hace de predicado es atribuido al sujeto de la proposición. Pero, aunque el juicio del gusto no sea cognoscitivo, Kant reconoce que es comunicable, es decir tiene validez intersubjetiva. Kant se refiere a los juicios meramente subjetivos que son los de la sensación y que se relacionan con lo agradable. Las sensaciones que nos producen agrado pueden ser juicios de percepción y como tales son subjetivos. Los juicios del gusto no pertenecen al dominio subjetivo de lo agradable. Y el problema de Kant, como el de Burke y Hutcheson, es indagar la posibilidad de validez intersubjetiva de los juicios del gusto. En el caso de los juicios del gusto interviene la imaginación y el entendimiento. Aquí surge la sugestiva afirmación kantiana según la cual el juicio sobre los objetos bellos surge del libre juego de la imaginación y el entendimiento. Como en el juicio del gusto el entendimiento no tiene que presionar para someter mediante reglas y conceptos a lo intuido en el gusto, la imaginación queda en franquía para que en el libre entrejuego con el entendimiento formule el juicio sobre lo bello. En el juicio del gusto no nos fijamos tanto en las sensaciones como color, olor, sabor, textura, etc., sino sólo en la forma del objeto bello. Es la forma lo que puede ser comunicable, la sensación como tal es subjetiva.

Kant parece suponer que la relación armónica entre las facultades es una condición general de todo conocimiento, y no sólo de la facultad de juzgar. Quintana nos dice que en este punto hay dos líneas de interpretación. Una interpretación parte de Deleuze, y siguiéndolo, Gasché. "Desde esta postura, se defiende que el uso determinado de las facultades implicaría un uso indeterminado de las mismas" (303). Juzgar bello un objeto depende sólo del uso que se dé a las fuerzas cognoscitivas y de la capacidad de éstas de detenerse en su propia actividad. Gasché asevera que desde esta perspectiva todo lo que conocemos podría ser juzgado bello desde un acto distinto. Quintana piensa que Gasché "se equivoca al afirmar que estos usos de las facultades dependen enteramente del punto de vista que adopte el sujeto". (304) Manfred Baum y Dieter Henrich defienden una segunda interpretación. Baum afirma que el libre juego de las facultades es una condición subjetiva de todo conocimiento, pero no del conocimiento determinado. Baum y Henrich afirman que el libre juego sería una actividad compartible para todos los sujetos del conocimiento. El placer no es un efecto del libre juego de las facultades, como si fuera un efecto causal; mas el placer resulta de la toma de conciencia de la relación de las fuerzas cognoscitivas, la cual resulta propicia para la actividad de ambas facultades. "Concuerdo con Henri Allyson cuando afirma que el placer por lo bello sería una forma en que podría reconocerse que un objeto resulta conforme al libre juego de las facultades" (306).

La afirmación de que el juicio sobre los objetos bellos surge del libre juego de la imaginación y el entendimiento es presentada por Kant como una posibilidad que debe ser luego demostrada como realidad efectiva. Kant debe demostrar que existe una facultad humana para el juicio de lo bello; Quintana nos dice que Kant pasa de la posibilidad a la realidad sin demostrarla. Lo que en un momento era posibilidad se convierte luego en efectiva realidad. Parecería que la mera exposición de la posibilidad de esa facultad del juicio del gusto fuera suficiente para demostrar su realidad y su necesidad. La autora reconoce como único intérprete que ha hecho patente esta crítica a Lisímaco Parra.

Hutcheson había incluido los juicios del gusto dentro de una concepción teleológica del mundo. El Creador es el que ha querido cierto orden del mundo. Kant reconoce la teleología pero no como una concepción de la naturaleza, sino como un juicio regulativo que pueda ayudar al científico en su búsqueda del orden de las cosas. En el caso de la obra de arte bella, Kant la defina por la conformidad a fin pero sin fin. No hay una finalidad objetiva en la obra de arte; no es demostrable. Pero hay un fin subjetivo del genio creador. A diferencia de las cosas que nos son agradables y que son útiles, los objetos bellos motivan nuestra complacencia, pero es un placer desinteresado. Sentimos complacencia en la forma o armonía que ostentan los objetos bellos.

En el caso de los juicios del gusto, Kant reconoce que éstos son subjetivos, pero gozan de universalidad y necesidad. Esta universalidad y necesidad es asunto del sentimiento, no es conceptual. La base de la validez objetiva (universal y necesaria) de los juicios del gusto es lo que Kant reconoce como sentido común estético. En la Analítica de lo bello presenta esta posibilidad y deja la demostración para la parte de la Crítica de la facultad de juzgar que denomina ‘deducción'. Ahora bien, Quintana nos dice que en la deducción lo que Kant hace es repetir la exposición de la analítica de lo bello sin que aporte novedad en la argumentación. La validez objetiva de los juicios del gusto constituye una posibilidad para la analítica de lo bello, pero en la deducción pasa a considerarlos como realidad sin que se aporte la deducción de su efectiva realidad. La conclusión es que Kant no logra demostrar la validez objetiva de los juicios del gusto. Otro aspecto que Quintana resalta es que Kant sigue el mismo procedimiento trascendental que utiliza en los juicios cognoscitivos y los juicios de la moral. Pretende hacer una deducción análoga al procedimiento trascendental y, sin embargo, ha insistido una y otra vez que los juicios del gusto no son cognoscitivos.

La autora piensa que se puede usar como modo de argumentación razonable en los juicios del gusto el sentido común lógico, pero no entendido como principio constitutivo que es lo que hace Kant, sino como principio regulativo. Kant derivaba de la tesis del sentido común constitutivo la consecuencia según la cual la misma validez universal que el filósofo trascendental reconocía habría de ser exigida a todos los demás. Pero al no poder demostrar en la deducción la realidad efectiva de la existencia de ese sentido común estético, entonces se queda sin base para la enorme exigencia de que todo el mundo acepte el juicio del filósofo trascendental. En cambio, al asumir la tesis del sentido común como principio regulativo, no es necesario exigir unanimidad en el juicio del gusto, y es posible una argumentación no demostrativa pero si dialéctica en el sentido aristotélico. Se trata en la argumentación dialéctica de un razonamiento cuyas premisas no son evidentes pero si probables. Como vimos, esta posibilidad de argumentación no demostrativa, la había establecida la estética de David Hume. Y es la posibilidad a la que la autora se acoge.

Laura Quinta considera también la parte de la Critica de la facultad de juzgar que Kant denomina ‘dialéctica'. Al igual que en la primera crítica, en ésta el filósofo entra a considerar las antinomias; en este caso las antinomias del gusto. El propósito de esta parte del libro de Kant es la articulación entre la esfera moral y la esfera del gusto. La  antinomia surge cuando se dan concepciones del gusto opuestas y hasta mutuamente excluyentes. Kant lo denomina conflicto dialéctico.

La antinomia opone la tesis según la cual cada uno tiene su propio juicio del gusto a la antítesis según la cual sobre el gusto no es posible disputar pero sí discutir. En el primer caso se trataría solo de una validez privada, en el segundo de una validez fundada en una discusión pública, aunque no es demostrativa por no fundarse en conceptos. La autora señala que Kant asume que tanto el disputar como el discutir buscan la unanimidad. Su objetivo es el mismo. "Al discutir pretendo que todos los demás estén necesariamente de acuerdo conmigo, esto es, exijo su asentimiento, si bien no pueda alegar fundamentos determinados para sustentar mi propio juicio" (398). Kant infringe aquí su idea del método trascendental según la cual discutir exige la adhesión de todos sólo si puedo aducir los fundamentos objetivos para ello. Pero con ello "se pierde de vista que si tiene sentido discutir […] es porque espero que mi juicio sea aceptado por el otro, porque albergo una pretensión de validez intersubjetiva, pero también porque estoy dispuesto a reconocer que la validez del juicio no es definitiva, y porque acepto que el otro podría llegar, incluso, a hacerme desistir de él" (398). La autora distingue entre validez universal que significaría que el juicio del gusto tiene pretensión de que todos puedan coincidir conmigo; y validez necesaria que significa que dicha pretensión implica que todos deban estar de acuerdo conmigo. Aunque Kant hace dicha diferencia, la autora afirma que él llega a identificarlas.

La razón en su significado trascendental es una idea suprasensible. El juicio del gusto supone un concepto indeterminado e indeterminable de lo suprasensible. Su base sería la conformidad a fin subjetiva propia de la facultad de juzgar. La tesis principal de Kant bajo este respecto es que lo bello es símbolo del bien ético. La conformidad entre las facultades (la imaginación y el entendimiento) que hacen posible el juicio sobre lo bello testimonia la armonía entre lo sensible y lo inteligible. Esto es muy significativo para la razón. Sólo a quien muestra interés o receptividad para el bien moral puede interesarle también la existencia de lo bello. "Solo a aquel que posee una disposición moral le concerniría el que ciertas formas den ocasión a una complacencia desinteresada e inmediata" (409). El interés moral pone su mirada en el mundo suprasensible. Y por ello el interés intelectual por lo bello tiene un interés moral. "El planteamiento de lo bello como símbolo ético es el paso definitivo a través del cual Kant intenta interpretar y justificar, en términos de un deber, de un requerimiento moral, la exigencia de asentimiento que el juicio gusto exhibirá" (412). Lo bueno como lo bello placen desinteresadamente. Lo bello es el puente posible entre el mundo sensible y el suprasensible; puente entre naturaleza y libertad. "Desde el punto de vista kantiano, la sensibilidad con respecto a un símbolo de la moralidad, aunque pueda considerarse como conducente al sentimiento moral, no es algo que se requiera para el actuar moral, de modo que no es algo que pueda exigirse como parte de aquello que resulta imprescindible para el actuar" (415).

Gadamer considera que la debilidad de la Crítica de la facultad de juzgar es que desconoce la base comunitaria del juicio del gusto. La autora piensa más bien que esta debilidad radica en "asumir que la única alternativa frente a esto es que se funda únicamente en su capacidad constitutiva del ánimo humano, exigible a todos los sujetos y en virtud de la cual la interacción discursiva se considere prescindible" (433).

Desde Aristóteles se considera que existe una argumentación retórica, diferente de la demostrativa, y que parte de bases probables y se endereza a la persuasión. La retórica, como bien sabían los sofistas y rétores antiguos, tenía muy en cuenta el auditorio al que se dirige el discurso. Laura Quintana muestra que Kant fracasa al exigirnos unanimidad en el juicio estético que no puede probarse mediante razones objetivas. La autora recurre, entonces, al modelo de la argumentación retórica reactivada por Hume y por pensadores recientes como Perelman para desde ahí hacer viable la argumentación en la esfera de los juicios del gusto.

El autor
Carlos Rojas Osorio es Doctor en Filosofía. Colombiano de nacimiento, se desempeña como profesor del Recinto Humancao de la Universidad de Puerto Rico. Como filósofo se ubica en la discusión contemporánea de la filosofía y del pensamiento filosófico latinoamericano y puertorriqueño. Autor de numerosos artículos y libros. Entre estos últimos: Filosofía Moderna en el Caribe Hispano, Apreciación filosófica de Hostos (1988), Foucault y el pensamiento contemporáneo (1995), Foucault y el posmodernismo (2001).

Nota
1  Laura Quintana Porras. 2008. Gusto y comunicabilidad en la estética de Kant, 28.Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.         [ Links ]

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