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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas v.11 n.2 Mendoza ago./dic. 2009

 

DOSSIER

Civilización y barbarie. La función de los intelectuales en la Argentina del Centenario: J. Ingenieros y R. Rojas

Civilization and Barbarism. The role of the intellectuals in the Centenary's Argentina: J. Ingenieros and R. Rojas

Marcos Olalla*
UNCuyo - CONICET

Resumen
El uso de las categorías de civilización y barbarie en el discurso literario y científico latinoamericano pone en juego una particular evaluación del proyecto modernizador de fines del siglo XIX y principios del XX, así como también del rol letrado en el mismo. Analizamos este uso en las obras Sociología argentina de José Ingenieros y La restauración nacionalista de Ricardo Rojas. Comparamos las perspectivas positivista y espiritualista de tales autores con el propósito de señalar rasgos específicos y comunes en la caracterización de la intervención de los intelectuales en la esfera pública.

Palabras clave: Civilización; Barbarie; Proyecto modernizador; Rol letrado; Positivismo; Espiritualismo.

Abstract
The use of civilization and barbarism categories literary and scientific Latin-American speech show a particular examination of the modernizing project at the end of nineteen century and the beginning of twentieth century, as well as the learned role in this. We analize that use in Sociología Argentina by José Ingenieros and La restauración nacionalista by Ricardo Rojas books. We match their positivistic and spiritualistic perspectives so as to point out specific and common features in their characterization of intellectual intervention in public sphere.

Key words: Civilization; Barbarism; Modernizing project; Learned role; Positivism; Spiritualism.

Introducción

as interpretaciones del proceso de modernización capitalista en la primera década del siglo XX en la Argentina ponen de manifiesto, como un tópico recurrente, la necesidad de comprender los reposicionamientos de los intelectuales en función de tal proceso. A pesar de la diversidad de corrientes estéticas e ideológicas en el campo cultural de la Argentina hacia 1910, podemos reconocer lugares comunes. Así, tanto en el registro tradicionalista de la crítica hacia el programa modernizador, como en la caracterización cientificista de su orientación, la prefiguración de sus límites o el señalamiento de sus legítimas expresiones resultan resguardados por el discurso letrado. Guardianes de la tradición o utopistas esclarecidos, los intelectuales del novecientos hacen confluir en su producción literaria y científica la preocupación por la identidad nacional con la necesidad de autoafirmación determinada por el carácter emergente de la autonomía del campo literario. En efecto, la creciente diferenciación de la lógica de dicho campo busca afirmarse en el marco del rediseño del mundo capitalista. C. Altamirano y B. Sarlo describen la articulación de las categorías propias del clima ideológico con las "ideologías de artista" como resultado de la confluencia entre el nacionalismo cultural y la profesionalización del escritor en el marco de un contexto que revela las problemáticas de la inmigración, la urbanización, la emergencia de nuevas clases sociales respecto del orden precapitalista precedente y con ello, de la creciente conflictividad social (Altamirano, C. y Sarlo, B. 1997, 161). En tal sentido, modulaciones diversas del discurso literario como el espiritualismo, el esteticismo, el positivismo o el nacionalismo constituyen un modo eficaz de conferir cierta coherencia programática a la estructura categorial de la descripción social y recursos simbólicos de diferenciación letrada frente a los nuevos sujetos que hallan su configuración en tal contexto. De entre tales categorías tomamos como eje la dicotomía civilización/barbarie, puesto que expresa una multiplicidad de valoraciones al interior de las cuales resulta fuertemente imbricada la evaluación de las proyecciones del proceso modernizador con la concepción acerca del rol letrado en dicha coyuntura. Sobre estas claves releemos dos textos fundamentales de la historia intelectual argentina como Sociología argentina del intelectual positivista José Ingenieros escrita entre 1908 y 1913 y La Restauración nacionalista del espiritualista Ricardo Rojas publicada en 1909.                       

El racismo positivista de José Ingenieros

El esquema categorial civilización/barbarie, si bien adquiere fundamental importancia en el discurso modernizador latinoamericano de la segunda mitad del siglo XIX, promueve ciertas proyecciones que se extienden en el siglo XX. Ya el uso afirmativo de Sarmiento y el crítico de Martí para tales nociones, resulta anticipador. Si Sarmiento cierra el curso desarrollado por su pensamiento, con un texto de 1883 como Conflicto y armonía de las razas en América y Martí concluye el programa humanista de reivindicación continental, en el ensayo Nuestra América -que data de 1891- con su crítica del racismo, no debe extrañar la presencia del registro racista en los discursos de fines del siglo XIX y principios del XX en América Latina, como bien lo señala J. Franco (1979, 51), para la producción literaria del novecientos. El positivismo es la corriente de ideas de la época que con mayor predicamento encausa dicha orientación (Biagini, H. 2000, 338). El pensamiento del argentino José Ingenieros constituye uno de los desarrollos más altos del positivismo en nuestro continente y, sin lugar a dudas, resulta, al decir del historiador de las ideas O. Terán "el discurso positivista más difundido dentro del campo cultural argentino" (2000, 89). Las "múltiples determinaciones" (Ramaglia, D. 2001, 206) que recibe el discurso de Ingenieros hace posible la reconstrucción del citado campo cultural y con ello, la diversidad de fuentes que atraviesan las representaciones del proceso modernizador en Argentina. Si bien podemos atribuir una matriz claramente ligada al cientificismo positivista, la compleja confluencia de orientaciones y sus desplazamientos en el discurso de Ingenieros -muchos de ellos resultado de las posiciones del intelectual argentino dentro del campo cultural- pone de manifiesto las inconsecuencias de una concepción estática de lo ideológico. Por el contrario, para Terán, la construcción de un cierto locus del autor en relación con el poder, incide fuertemente en el modo de resolución de la trama de orientaciones presentes en el pensamiento de Ingenieros (Terán, O. 1986a, 51-52).

Los escritos juveniles de Ingenieros, producidos en un período que va aproximadamente de 1895 a 1900, revelan la complexión a pensar críticamente el programa liberal de construcción de la nación activado por la generación del 80. La crisis de 1890 promueve oportunamente la cercanía del joven Ingenieros respecto de discursos contestatarios que, como el socialismo y el anarquismo, constituyen improntas significativas de su obra. Terán da cuenta de las proyecciones generadas por la reflexión referida a aquella crisis, al señalar el carácter moralista que atraviesa los discursos propios del campo cultural en la Argentina (1986b, 11) Tal carácter delinea una cierta tensión entre un registro cientificista y uno eticista, en función de la cual el discurso de Ingenieros, aun cuando sostenga, para entonces, un sesgo evolucionista, pone en juego el concurso de los ideales en una evidente apelación a una función utópica del discurso (Ramaglia, D. 2001, 208). Esta modulación discursiva del pensamiento de juventud de Ingenieros introduce un registro normativo que da cuenta del carácter prescriptivo de los saberes. Así, la representación de la "cuestión social" se convierte en objeto del discurso sociológico en el que confluyen las señaladas influencias evolucionistas con las ideas socialistas, y en virtud de cuya descripción se promueve la supresión de la "diferencia de clases". En tal sentido, esta tematización de la "cuestión social" funciona como índice de desarrollo.

Para Ingenieros, las doctrinas socialistas, en la medida en que permiten concebir, con criterio normativo, las condiciones estructurales inherentes a las formas de alienación provocadas por el sistema capitalista, habilitan la recuperación, para el discurso sociológico, de un sentido emancipatorio vinculado a su matriz cientificista. El carácter liberador con el que es asumido el discurso científico, configura un punto de partida eficaz para una representación precisa de la realidad en el territorio de las prácticas culturales, atribuyendo con ello una dimensión política a los discursos estéticos de la época (Schulman, I. 1987, 343).

Con todo, el tinte cientificista de Ingenieros cristaliza en una sociología biologista, que, aunque mitigado su darwinismo por sus fuentes economicistas y su concepción del hombre como "animal productor" (Terán, O.,2000, 291), da cuenta del predominio de los factores biológicos como determinaciones de la conducta humana. La síntesis particular de las ideas spencerianas y marxistas se hace cargo de la conflictividad social como un aspecto más de la "lucha por la vida", principio que anima todo proceso biológico (Soler, R. 1979, 197). Al propio tiempo, la caracterización biologista de la citada lucha amplía el fenómeno analizado en clave sociológica para incorporar el registro racial en su discurso y, de este modo, renunciar a su filo crítico. Señala en este sentido D. Ramaglia:

Esto se traduce en la aplicación que hace de sus principios sociológicos en el análisis de la conformación de la nación argentina. Las variables que jugarían son fundamentalmente referidas al factor racial y al medio geográfico, contando como antecedente en este sentido a las ideas que habían expuesto Alberdi y Sarmiento. Traducido según el enfoque racial del positivismo el conflicto que atraviesa la historia nacional es entre la "civilización europea" y la "barbarie americana", descriptas […] a partir de las distintas etapas del salvajismo, la barbarie y la civilización que corresponden a formas de organización económicas correlativas a cada estadio evolutivo. Adaptado a la historia de las sociedades americanas este esquema recorre las diferentes alternativas que muestra la confrontación entre las razas, la blanca o europea que se muestra indiscutiblemente a juicio de Ingenieros como superior a la indígena nativa, imponiéndose así la "civilización" en el continente americano (2001, 213-214).

Esta forma de imposición resulta pues naturalizada en el marco de una interpretación organicista de la sociedad que no tiene más alternativas que la comprensión de la cuestión social en los términos de la recurrente metáfora médica. Así, las prescripciones del saber científico posibilitan una apropiación elitista del objeto de estudio por parte de un sector de la "ciudad letrada". Terán interpreta esta inflexión como una herramienta de legitimación letrada en la búsqueda de una forma de "intervención eficaz de los intelectuales sobre la esfera estatal" (Terán, O. 2000, 292). No extraña en tal sentido la dirección que sigue el pensamiento de Ingenieros entre 1900 y 1911. R. Soler asimila tal direccionalidad en un patrón consistente en el despliegue de cierta matriz jurídica del pensamiento sociológico argentino (1979, 196). Terán, por su parte, caracteriza esta modulación de la obra de Ingenieros como una expresión del predicamento conquistado por el discurso psiquiátrico en la interpretación de los fenómenos sociológicos. Señala el crítico argentino al citar a Ingenieros:

[…] en la encrucijada de problemas sociales y perturbaciones mentales es donde "la anomalía psíquica del individuo se convierte en causa determinante de su actividad antisocial". A partir de esta reflexión, la resolución de la cuestión social demandará, de las ciencias sociales, criterios que permitan integrar el disenso negociable y segregar a los estratos sociales incapacitados o renuentes a integrarse al proyecto de la modernidad en el Cono Sur americano (2000, 293).

El programa modernizador que funciona como activador de las transformaciones históricas de la Argentina se halla movilizado por el desarrollo natural de fuerzas al interior del modo de producción capitalista. Este reconocimiento del desarrollo capitalista como punto de partida ineludible de la modernización, respecto del cual cabe establecer una estrategia reformista, se sustenta en el clarividente progresismo de los intelectuales, en virtud del concurso exclusivo en ellos, de los saberes destinados a prescribir la orientación de tal reforma (Terán, O. 1986a, 61). La perspectiva reformista en materia política constituye un correlato del entramado de conceptos activados por la confluencia de categorías provenientes del análisis jurídico-criminológico y del discurso psiquiátrico en el pensamiento sociológico argentino de las primeras décadas del siglo XX.

Ingenieros termina de componer su Sociología Argentina en 1913. En este texto expresa de modo cabal y sistemático la impronta biologista de un discurso que le posibilita incorporar al análisis de la formación de la nacionalidad un esquema racial. Así, las determinaciones del medio geográfico y ambiental promueven el desarrollo de una serie de costumbres que, a su vez, producen formas de representación y sentimientos comunes (Ingenieros, J. 1918, 475). La articulación de estas variables delinea los contornos de una "nacionalidad natural". La asimilación de factores culturales -como los "sentimientos colectivos de solidaridad", surgidos entre los sujetos que participan de cierta comunidad de hábitos determinados por el medio-, a factores de índole física inviste al registro biológico de la determinación natural de origen, un sentido programático aparentemente innecesario en el marco de un discurso de cariz biológico. La singularidad de esta síntesis busca dinamizar el proceso objetivo postulado, sin renunciar a la posibilidad de predecir las orientaciones asignadas por tal dinámica. En la interpretación del intelectual argentino lo que habilita una comprensión de este talante es la condición emergente de la "conciencia moral" respecto de una estructura de "funciones vegetativas y mentales", cuyos modos de resolución, paradójicamente, son incididos por aquella. El sentido de una modulación semejante no es otro que el de promover un fenómeno que de cualquier modo debe desarrollarse por determinación natural (475). Los recursos dinamizadores del ritmo evolutivo, cuyos momentos aparecen previamente fijados, funcionan a nivel discursivo como modos proféticos de determinación de un lugar de enunciación específico. O. Terán explica cómo la introducción de apelativos morales en el discurso positivista de Ingenieros produce cierto efecto disruptivo, sin que por ello constituya una forma de inconsecuencia teórica o ideológica. Por el contrario, la profusión de las diferencias que el mundo biológico hace patente, todavía más si se comprende como expresión del principio de la "lucha por la vida", resulta asegurada por la atribución letrada de su propia distinción, es decir, su capacidad de portar "ideales" que anticipan la orientación progresista del proyecto moderno (Cfr. Terán, O. 2000, 295-296).

La remisión a la noción de "ideal", como un criterio de evaluación política del papel que los diversos grupos sociales desempeñan en el proyecto modernizador, encuentra su validación, para Ingenieros, en su condición simbólica. En efecto, dicha condición desborda "los límites jurídicos de un estado político" y, por lo mismo, exige una categoría cuyo uso sintetice las formas de determinación naturales así como los contenidos representacionales asociados a éstas en la formación de la nacionalidad. La caracterización del pensador positivista del concepto "raza argentina" intenta cumplir aquella función. Afirma Ingenieros:

En este sentido sociológico la formación de una nueva nacionalidad implica una variación homogénea de sus elementos constitutivos; la unidad nacional no depende de la unidad política, sino de la unidad mental y social. Para acentuar esa distinción, damos, expresamente, este significado sociológico a las palabras raza argentina (1918, 475).

Que la "homogeneidad" es una postulación ineludible derivada del despliegue del componente racial del discurso sociológico no es de ningún modo una novedad. Lo significativo del planteo de Ingenieros es la inversión categorial de los registros discursivos. Si la "naturaleza" acoge en su seno la expresión biológica de las diferencias, la "sociedad" viene a consumar el predominio de la identidad. La prescripción identitaria de esta "sociedad homogénea", además de asegurar la incuestionable orientación de su asignación reconoce su especificidad sobre el fondo de una diversidad anterior a ella, pero a cuyo auxilio acude la noción de "civilización". En efecto, la diversidad de razas humanas puede ser analizada en función de la evolución de sus industrias, las que complementariamente con las costumbres por estas determinadas, conforman una "civilización" (Ingenieros, J. 1918, 476). Si bien el uso de tal categoría posee una función meramente descriptiva, es su fondo darwinista el que le confiere un sentido que desborda su original condición analítica. Así, por ejemplo, con el fenómeno de la creciente inmigración en Argentina como objeto de su interpretación, señala Ingenieros:

Ese principio general [el de la lucha por la vida] rige en el caso particular de la especie humana, cuando varias de sus razas coexisten en un mismo territorio. Pueden ocurrir dos cosas: 1º. Si las razas luchan por la vida sin mezclarse, sobrevive la más adaptable al medio y se extinguen las otras; 2º. Si se mezclan, suelen prevalecer en la promiscuación los caracteres de las mejor adaptadas al doble ambiente físico-social. Estas premisas, cuya novedad nos interesa menos que su claridad, son necesarias para comprender el problema que examinamos: la formación de una raza argentina, entendida como una variedad nueva de las razas europeas inmigradas a un territorio propicio para su aclimatación (477-478, énfasis de Ingenieros).

En el discurso del intelectual argentino conviven dos usos del concepto de civilización, uno etnográfico por el cual la civilización es atribuible a cualquier sujeto social y uno valorativo en virtud del cual ésta se convierte en el índice preciso de adaptabilidad al medio de una raza determinada y, con ello, de las capacidades para imponerse a otras, en el marco de la dinámica establecida por el principio de la lucha por la vida. El escenario configurado por tal principio parece habilitar la constatación de la superioridad de la raza blanca por parte de Ingenieros (1918, 478). La "conquista" de América constituye un expediente de la "lucha natural por la ocupación del territorio americano" (479) al mismo tiempo que un reflejo de la superioridad postulada. No extraña pues la convicción del pensador positivista acerca de la eficacia con la que cualquier teólogo del siglo XVI podría haber predicho el resultado de aquella lucha si hubiera contado con las herramientas ofrecidas por las ciencias naturales, por cuanto la eficacia de la raza blanca, "más civilizada", para imponerse sobre las "razas cobrizas indígenas, menos civilizadas" asigna una cierta "sencillez" a la interpretación del fenómeno. Tanto que, con significativa suficiencia, cierto dinamismo previsto en la noción de lucha es disuelto en la descripción de aquel proceso como lisa y llana "sustitución de las razas indígenas de color por la primera inmigración blanca" (479), con lo que los grupos indígenas dejan de constituir un problema para el proyecto de la modernidad puesto que:

En los países templados [dice Ingenieros], habitables por las razas blancas su protección [de los indios] sólo es admisible para asegurarles una extinción dulce; a menos que responda a inclinaciones filantrópicas semejantes a las que inspiran a las sociedades protectoras de animales (tomado de Terán, O. 2000, 296).

Esta impresionante afirmación da cuenta de que los recursos ideológicos presentes en el discurso pueden renunciar a toda sutileza cuando la naturaleza hace su trabajo. Y si tal labor no es realizada por esta última, las transformaciones económicas encarnan oportunamente una variable definitiva, cuya determinación asegura la incapacidad del gaucho para incorporarse al proceso modernizador del país, hecho que contribuye al "refinamiento étnico de la nacionalidad" (Ingenieros, J. 1918, 504). Entre los elementos que Ingenieros percibe como reflejo de cierta progresión civilizatoria movilizada por "una nueva sociedad argentina" se encuentra, en un movimiento que resulta relativamente contradictorio, la composición predominantemente blanca del ejército y la ampliación en igual sentido del padrón electoral. En el último de los casos, como horizonte de posibilidad de un cambio político que previsiblemente termine con la hegemonía del fraudulento y oligárquico Partido Autonomista Nacional. En relación a la composición del ejército, el racismo de Ingenieros adopta resonancias intensamente mistificadoras (503). De este modo configurado el escenario de los cambios económicos y políticos, la atención es puesta en la inmigración, aunque no como agente civilizador, sino como sujeto capaz de ser fijado a los dispositivos disciplinadores desplegados por el saber científico y sus correspondientes expresiones institucionales. "Es la muchedumbre urbana la que demanda la mirada positivista destinada a discriminar los límites entre lo normal y lo patológico" (Terán, O. 2000, 296).

El discurso científico constituye el registro propicio para incorporar, al proyecto modernizador en América Latina, la demanda de reformas sociales orientadas por una concepción positivista del socialismo. Con tal acervo ideológico juzga Ingenieros el proyecto de Ley Nacional del Trabajo movilizado por el también positivista ministro del interior Joaquín V. González. El proyecto de código es redactado en 1904 por J. V. González, pero para ello requiere informes a destacados intelectuales vinculados al socialismo entre los que destacan Enrique del Valle Iberlucea, Manuel Ugarte, Augusto Bunge, Juan Bialet Massé y el propio José Ingenieros. El proyecto reconoce derechos fundamentales del trabajo pero limita la capacidad de movilización obrera. Esta tensión provoca su rechazo tanto de los legisladores conservadores y la Unión Industrial Argentina como de los sectores más radicalizados de la clase obrera. En efecto, excepto por el caso de José Ingenieros, los demás colaboradores rechazan la redacción definitiva que acentúa la política represiva del Estado oligárquico argentino (Godio, J. 2000, 151-159; Zimmermann, E. 1995, 178-187; Ramaglia, D. 2001, 115-126). El recrudecimiento de los conflictos sociales en los primeros años del siglo XX en la Argentina expresa la necesidad de añadir la cuestión social al desarrollo del proyecto modernizador en el país. Así, a la par de la eficacia "civilizatoria" de la enunciación encarnada en "el ministro Joaquín V. González, cuya tradición de intelectual y de estudioso explica su actuación política" (Ingenieros, J. 1918, 243), se delinean los bordes de la tensión entre el reconocimiento de la legitimidad de las demandas obreras y su orientación normativa. Señala Ingenieros:

Dos causas han cooperado a la presentación de este proyecto. En primer término la necesidad de conformarse a ciertas exigencias de la civilización moderna, que impone prestar oído a las justas reclamaciones obreras -consecuencia natural del desenvolvimiento económico capitalista,- satisfaciéndolas mediante una completa y avanzada legislación social. En segundo lugar la necesidad de prevenir ciertos conflictos obreros, que recientemente habían asumido formas tumultuarias y causado perjuicios graves a los intereses generales del país, sin distinción de clases, perjudicando al mismo tiempo a los capitalistas y a los proletarios (244).

La discriminación de los intereses que atraviesan la condición de clase es una facultad, al parecer, atribuible al arbitraje civilizador que impone como criterio de corrección el discurso científico, al mismo tiempo que prescribe la inserción de la "raza argentina" en sus acogedoras direcciones. En tal sentido, la apelación al "porvenir" es un expediente posterior a la función normalizadora de la civilización. La determinación del contenido específico del par categorial normal/patológico en el discurso sociológico, se consuma gracias a la acción desapasionada de los intelectuales, cuya renuncia a una caracterización menos comprometida con futuras orientaciones, despoja de honores al letrado para consagrar, de una buena vez, a los "profetas". Aunque, si el límite entre unos y otros es una cuestión de análisis más o menos "detallado", su difuso relieve constituye un tentador objeto de transgresión. Afirma Ingenieros

Precisar más detalladamente los caracteres mentales de nuestra raza en formación es obra de profetas y escapa a los hombres de estudio. Sabemos, sí, con firme certidumbre, que el trabajo desarrolla la energía y que la cultura robustece la dignidad. Y afirmamos que una raza de hombres trabajadores y cultos, podrá realizar la Justicia dentro de la nación y sabrá respetar la Paz de las naciones contiguas (1918, 506).

La civilización en el discurso espiritualista de Ricardo Rojas

Entre las diversas representaciones del proceso modernizador en la Argentina producidas al interior del campo intelectual hacia principios del siglo XX, se halla la crítica nacionalista del programa liberal de modernización. Si en la tematización positivista de la cuestión social en tiempos del centenario, las consecuencias de la modernización reclaman un fundamento cientificista para la creación de dispositivos disciplinarios, el enfoque contrario, conduce hacia una crítica, de matriz espiritualista, de la atribución de agencia modernizadora para la inmigración europea. Los mismos conflictos que Ingenieros interpreta como excesos del citado proyecto son comprendidos por esta forma radicalmente antipositivista de nacionalismo, representada por el escritor tucumano Ricardo Rojas (1882-1957),como fenómenos esencialmente adscriptos a semejante programa. Es necesario distinguir que el carácter nacionalista de la crítica del proyecto modernizador funciona como recurso espiritualista de afirmación de aquellos valores que dicho proyecto pone en cuestión. En tal sentido, la defensa de la nacionalidad en clave tradicionalista de este discurso no se plasma aún con la vocación político-doctrinaria de cariz antidemocrática que adquiriría hacia 1930 (Ramaglia, D. 2001, 177-178).

El espiritualismo nacionalista constituye una corriente ideológica que despliega, en virtud de su concepción estetizante de la cultura, un sesgo legitimador del discurso letrado. Manuel Gálvez y Ricardo Rojas resultan los principales exponentes de dicha corriente. A las reservas que los intelectuales novecentistas comparten respecto del avance de la lógica mercantil del progreso comprendido en términos económicos, aún desde diversos registros ideológicos, tales autores, por su parte, la fundan en la defensa de las tradiciones que hacen posible la cohesión de la nacionalidad. Con todo, Rojas entronca su nacionalismo en una concepción universalista de la civilización en la que esta categoría asume la impronta formal de la dicotomía sarmientina pero en el marco de una resemantización que distingue los conceptos de civilización y progreso material.

Para el escritor tucumano, la defensa de los valores tradicionales de la nación constituye un aporte a la "civilización universal", asediada por las bárbaras proyecciones del desarrollo material capitalista, recuperando con ello el tópico arielista de una redención estética del "mercantilismo", e incorporando su crítica idealista de la hibridación social suscitada por el fenómeno de la inmigración. La determinación de los modos como la nación trasciende las condiciones históricas de su configuración para consumar dicho aporte a la cultura de Occidente, asegura el locus de enunciación del discurso letrado espiritualista. La especificidad atribuida a tal enunciación se inscribe, por tanto, en el territorio del discurso estético y promueve representaciones de la identidad nacional destinadas a asegurar en el plano simbólico la hegemonía de la élite criolla, en el marco de los cambios sociales suscitados por el proceso de modernización. Con este fin, la selección de símbolos que expresan la nacionalidad opera como una forma de reordenamiento categorial del imaginario liberal que nutre el discurso civilizatorio de la Argentina moderna y que se expresa de modo programático en la obra La restauración nacionalista (1909) de R. Rojas.

Este texto constituye una propuesta de programa para el desarrollo integral del sistema educativo argentino cuyo criterio articulador es el delineamiento de los ideales considerados patrióticos. La promoción de tales ideales debe asegurar el sentimiento de pertenencia a la nación, en la escuela pública argentina amenazada por el cosmopolitismo inducido por la inmigración extranjera. Para Rojas, en sintonía con la matriz idealista de su discurso, el pasado constituye el objeto de una simbología de lo nacional que confiere a la historia la función de eje de la reconstrucción programática de las humanidades y de disciplinas afines (Rojas, R. 1909, 15).

Para el escritor, el carácter integral que adquiere la historia en los siglos XVIII y XIX expresa, en sentido organicista, el conjunto de las producciones culturales de una nación. La pérdida de la condición épica de aquella disciplina, en beneficio de la historicidad de las manifestaciones de la comunidad como totalidad, alienta la configuración de bordes ideales que representan verdaderas "síntesis de complejas civilizaciones" (16). Con todo, la historia de la civilización, fundada sobre el fondo de la incorporación de fenómenos que incluyen al pueblo y amplían el sentido histórico respecto de un registro meramente dinástico, es incapaz de determinar una ley que rija su desarrollo. A este último fenómeno es atribuida la imposibilidad de concebir dicho discurso en función de las claves del cientificismo positivista. La historia, por el contrario, en vez de cumplir una función "instructiva" al modo de las ciencias naturales, revela una finalidad "educativa". Ella constituye el material con el que cuentan las disciplinas prácticas para determinar los "principios permanentes de la conducta", los que no pueden derivarse directamente de los hechos. Al mismo tiempo que constituye una cierta base empírica para la moral, hecho que Rojas considera suficiente para rebatir las reservas de H. Spencer sobre la historia, para el escritor argentino esta última, se afirma como un modo de provocar el sentimiento patriótico. El desafío de atribuir tal finalidad a la reconstrucción del pasado consiste en reconocer dinámicamente los límites interpuestos por el deseo de verdad respecto de un discurso que debe provocar el sentimiento de "amor a la Patria". Así, la prescripción del escritor de desarrollar un sentimiento patriótico razonado, como superación del señalado límite, es una cualidad atribuible a la complejización en la fuente de símbolos asociada al proceso de modernización. La concepción idealista de dicho proceso, postulada en términos de un conjunto de valoraciones que conforman los bordes espirituales de la nacionalidad, no resulta impugnada en bloque, sino en función de sus proyecciones mercantiles y cosmopolitas. La categoría de "civilización" adquiere de este modo tintes patrióticos. Rojas, atento al nivel de las representaciones de la modernidad, no duda en afirmar el carácter "generoso" de la idea moderna de nación, en función del cual la obra de la civilización homogeneiza y, por lo mismo, fortalece el desarrollo de la nacionalidad. No es de extrañar en tanto que, sobre el fondo del pretendido espíritu civilizador del nacionalismo, la posición del interlocutor se desplace del positivismo al anarquismo. Afirma Rojas:

[La] historia de los continentes nuevos será la formación de nuevas nacionalidades; y que la unidad del espíritu humano y la obra solidaria de la civilización aconsejan, precisamente, no destruirlas, sino crearlas y fortalecerlas. Una literatura plebeya y una filosofía egoísta, que disimulaba bajo manto de filantropía su regresión hacia los instintos más obscuros, ha causado algún daño, en estos últimos tiempos, a la idea de patriotismo. El innoble veneno, profusamente difundido en los libros baratos por ávidos editores, ha contaminado a las turbas ignaras y a la adolescencia impresionable. Y ha sido una de las aberraciones democráticas de nuestro tiempo y de nuestro país, que la obra de alta y peligrosa filosofía circulase en volúmenes económicos, más asequible que el libro nacional o que los manuales de escuela. Por eso se hace necesario proclamar de nuevo la afirmación de los viejos ideales románticos, y decir que, en las condiciones actuales de la vida, esa fórmula contraria a la patria, implica substituir el grupo humano concreto por una humanidad en abstracto que no se sabría como servir. En su doble carácter de esperanza y de irrealidad esa patria futura se parece tanto a la patria celestial de los místicos, que permite como ella eludir la acción realmente filantrópica y efectiva, cargando todas las ventajas a favor del egoísta, que ni siquiera tiene, como los secuaces de la otra, la corona angustiosa del ascetismo (1909, 38-39).

Esta extensa cita condensa diversas direcciones del discurso nacionalista de Rojas. Por lo pronto promueve la incorporación de claves nacionales en el proyecto civilizatorio acometido por las élites políticas de la Argentina. En efecto, las proyecciones de la civilización adquieren indefectiblemente la forma de lo nacional. De este modo, las categorías de civilización y barbarie resultan resemantizadas en clave idealista y, por lo mismo, son concebidas como formas de caracterización de la alta y la baja cultura. Si Rojas no impugna, en bloque, el proyecto modernizador es porque reconoce, en virtud de su ineludible materialidad, la inconsecuencia de ofrecerse en una lucha que previamente ha decidido dar en el terreno de los símbolos. Así, no extraña que sea una "literatura plebeya" la producción cultural que represente el extremo bárbaro del par categorial antedicho. En tal sentido reproduce el tópico modernista de la crítica de la literatura considerada edificante y popular. En este contexto continuamente se pone en juego la dinámica de una autoridad literaria ganada por su ostensible apropiación de la simbólica universal de las civilizaciones. También por la profesionalización que exige una cierta popularidad, como condición económica de su práctica, hecho que configura una tensión entre el deseo de sostenimiento de su eficacia enunciativa original y la viabilidad de los vínculos con los aparatos ideológicos del campo cultural. Por otra parte, desarrolla una caracterización negativa de la democracia como obstáculo respecto de las proyecciones espirituales de la civilización. Además, es significativo el movimiento operado por la denuncia del carácter abstracto de la idea de "humanidad" puesto que la atribución de sentido histórico recae sobre la nación. La función elusiva que adquiere de este modo el recurso discursivo destinado a deshistorizar la representación social de la humanidad, resulta evidente en la dirección de una afirmación paternalista de lo nacional que desconoce el componente clasista del postulado nacionalista.

La impugnación de matriz cognitiva respecto de las manifestaciones plebeyas de la cultura, configura el límite preciso de lo bárbaro y le permite a Rojas determinar un criterio para establecer momentos del desarrollo evolutivo del patriotismo. Esta atribución, consiste en la integración del elemento original de la defensa instintiva de la tierra en el sistema de las representaciones culturales y en la incorporación de las tradiciones consideradas orgánicas a los intereses colectivos fijados por el Estado. Si por su modo de caracterización aparenta hallarse sustentada en un eje historizador de los discursos sobre la identidad nacional, significativamente rehuye la conflictividad social. Así, la configuración de las formas menos evolucionadas de patriotismo, vale decir, la "instintiva" y la "religiosa", son aseguradas por la existencia de la guerra. Por lo mismo, paradójicamente, la condición "política" del patriotismo se constituye en un expediente de civilización en virtud de la posibilidad de reconocimiento racional de los valores portadores de la nacionalidad en tiempos de paz (Rojas, R. 1909, 40-41). A partir de la complexión a explicar en términos evolucionistas dicho proceso se puede vislumbrar, no obstante, una concepción idealista de la historia que caracteriza la contemporaneidad como una forma de superación de aquellos momentos, cuyos modelos son el "indio" o los "antiguos", por parte de lo "nuevo". Al mismo tiempo, se articula un modo particular de disolución del carácter dinamizador de los conflictos sociales que restituye el atributo de la creación a una forma determinada de normatividad asegurada por el Estado. Así, el "egoísmo primitivo" deviene "egoaltruísmo" en función de una singular experiencia de la historicidad. La condición existencial, de este modo asignada al momento inicial del proceso de comprensión de la nacionalidad, establece un cuestionamiento de las manifestaciones universalistas de lo político en cuyo horizonte la excepcionalidad "heroica" de aquellos sujetos invocados por la civilización en su conjunto revela el carácter normalizador de la nacionalidad. La nitidez con la que Rojas describe las dos modulaciones de lo "mismo", en un caso como atributo de la norma, de contornos claramente nacionales; y en el otro, como lenguaje del arte, la ciencia y el pensamiento, de alcances universales, posibilita una particular reinterpretación de la categoría de civilización en la que su referente contrario no es explicitado en la forma de una determinada positivación, sino en un modo de inconsecuencia formal que se juega al nivel de la relación entre los discursos y las formas de subjetividad. Así, el problema no es tanto la pretensión universalizadora presente en la idea abstracta de humanidad, sino que sus portadores sean la burguesía mercantil, el obrero, el inmigrante o el "pobre gañán de los campos".

El desplazamiento del discurso, del terreno material al plano simbólico, ofrece de este modo, una estrategia que permite una huida hacia adelante respecto del escenario que comprende una conflictividad social creciente, mientras enfoca un tipo de proyección común al tópico modernista del rechazo de lo burgués. A medio camino en su crítica de la condición abstracta de humanidad la determinación del carácter concreto de la misma en un modo nacional de cristalización cultural resulta reconocida, no en la pluralidad misma de los sujetos productores de cultura, sino en la forma de su fijación en una determinada tradición capaz de cohesionar la naturaleza múltiple de sus productos. La caracterización de aquella deficiente condición como expresión del "egoísmo" es un recurso idealista que, si bien aparece como integrador de un registro particular ausente en los discursos positivistas, resulta incapaz de incorporar en su seno las diferencias. No extraña, por tanto, en el desarrollo de esta concepción de la historia, la impugnación espiritualista del cosmopolitismo, convicción compartida en este caso por Miguel de Unamuno:

¿Cómo no he de aplaudir [dice el español] estas predicaciones idealistas de Rojas yo, que apenas hago aquí otra cosa que predicar idealismos? ¿Y cómo no he de aplaudir su nacionalismo yo, que, como él he hecho cien veces notar todo lo que de egoísta hay en el humanitarismo? (Unamuno, M., 1957, 48).

Así, "esa concepción moderna del patriotismo, que tiene por base territorial y política la nación es lo que llamo el nacionalismo" (Rojas, R., 1909, 42). El registro en el que se enuncia esta afirmación concibe la singularidad que reclama en clave formalista, aspecto que no escapa a Rojas en su apelación historicista de la conciencia. Puesto que el delineamiento de los bordes nacionales de la cultura es remitido al nivel de la significación, despojándolo de la impronta biologista del positivismo de la época, se torna evidente que la conciencia es el espacio en el que se juega el proceso de desarrollo de la civilización. En efecto, el desplazamiento del plano material al simbólico propugnado por el escritor argentino permite diferenciar los conceptos de "progreso" y "civilización" en una modulación que configura una concepción de "trascendencia ética y estética". Sostiene Rojas:

La reacción contra tan funesta enseñanza servirá para que los futuros ciudadanos comprendan que de una época a otra cambian las formas externas de las sociedades, buscando moldes más bellos, más cómodos o más fuertes, y que en eso consiste el progreso. Pero servirá, a la vez, para que sepan que el espíritu del pueblo pasa de unas formas a otras, que de cada época se transmite a la siguiente el legado de una creación espiritual, cuyo acrecentamiento constante constituye la obra difícil de la civilización. El progreso se realiza en un plano físico y visible, y lo constituyen los medios de producción, de intercambio, de consumo, de gobierno. La civilización se realiza en un plano invisible y metafísico, y finca en la conciencia de la justicia, las concepciones de la belleza, las especulaciones por la verdad. El progreso crea la riqueza material y la fuerza política, pero éstas no son el fin de la vida, ni para el individuo ni para la especie. Ellas son solamente la envoltura protectora para que la obra de la civilización pueda realizarse (1909, 63).

La distinción de estos dos planos estatuye una distancia crítica respecto de las direcciones del proceso modernizador que Rojas comparte con los modernistas de Hispanoamérica. La reinterpretación del nacionalismo y la civilización en clave espiritualista es proclive a enfatizar aquellas expresiones de la producción humana encarnados en la cultura letrada. "Conciencia", "concepciones", "especulaciones", funcionan como estructuras históricamente encarnadas en determinadas producciones culturales. De tal modo, si Rojas promueve un deslinde con una carga ontológica precisa entre progreso material y civilización espiritual, previamente ha señalado los límites internos previstos en la categoría de civilización en términos de una literatura culta y una plebeya, entre una literatura nacional y una cosmopolita.

A la conocida impugnación de R. Giusti realizada en un artículo publicado por la revista Nosotros en 1917, que considera a La restauración nacionalista como una expresión cultural de los intereses de los "criollos de pura cepa", inducida, además, por la percepción de la amenaza que enfrentan los privilegios de un sector de la sociedad en un contexto de conflictividad social y política creciente, Rojas opone un discurso que se asume democrático, remitiendo la discusión al plano de los símbolos (Altamirano, C. y Sarlo, B., 1997, 189-191; Castillo, H., 1999, 114; Viñas, D., 1996, 83). No obstante, en este registro de la discusión precedente, aun los intelectuales que realizan una recepción crítica de la solución en clave nacionalista planteada por Rojas asumen la pertinencia de la reflexión acerca de la "fisonomía cultural propia" (Ramaglia, D., 2001, 191).

El intento del intelectual argentino de dotar a la conciencia nacional de bordes delineados con la precisión que exige un escenario atravesado por el riesgo de disolución cultural motivan su esfuerzo de reinterpretación de la historia de la configuración de la nación argentina. La publicación en 1910 de Blasón de Plata se encuentra signada por tal propósito. La representación de Rojas de dicho desarrollo se esgrime como caracterización del devenir de las formas históricas de la conciencia nacional determinadas por la fuerza anímica del territorio. "Indianismo" es el nombre que designa este sentimiento de lo propio que resulta históricamente articulado. Es ostensible, en tal sentido, el hecho de que Rojas apela a recursos teóricos provenientes de una tradición eminentemente antipositivista para cuestionar ciertas proyecciones del proceso de modernización capitalista en la Argentina. La virtual identificación entre el peligro de disolución de la identidad nacional, fruto del avance de la inmigración, y la atribución para este proceso de una lógica fundada en el progreso material, permite recuperar, sobre el fondo de claves mistificadoras del proceso histórico, la figura de un sujeto que, como el indio, al mismo tiempo que resulta victimizado por la modernización es capaz de expresar la forma más elemental de "patriotismo". Es evidente también que esta reinterpretación introduce una modulación novedosa dentro del registro positivista del concepto de "raza", al remitir este fenómeno a la incidencia particular del territorio en la configuración de una determinada "psicología colectiva". Con esta impronta Rojas desplaza el eje de la discusión referida a las proyecciones presentes en la historia argentina de la dicotomía sarmientina civilización-barbarie a la oposición "indianismo-exotismo". Afirma el escritor:

[...] "el Exotismo y el Indianismo", porque esta síntesis que designa la pugna o el acuerdo entre lo importado y lo raizal me explican la lucha del indio con el conquistador por la tierra, del criollo con el realista por la libertad, del federal con el unitario por la constitución y hasta del nacionalismo con el cosmopolitismo por la autonomía espiritual. Indianismo y exotismo cifran la totalidad de nuestra historia, incluso la que no se ha realizado todavía. (Rojas, R., 1922, 174)

De este modo el conflicto suscitado en cada una de estas fases del desarrollo resulta oportunamente asimilado en un corpus de representaciones que aseguran la integración de tales elementos bajo el tamiz de la identidad nacional. Con todo, la apelación a la síntesis cultural en términos de una interpretación espiritualista de la nacionalidad instaura un registro de lectura transhistórico. Resulta evidente el matiz que Altamirano y Sarlo atribuyen al intento de Rojas respecto de otros discursos nacionalistas que, como los de Gálvez y Lugones, conciben el presente como una forma de degradación histórica. Sin embargo, su esfuerzo no puede evitar delinear un sujeto que encarna de modo exclusivo la posibilidad de integración de las diferencias en el tronco de un linaje aristocratizante. Aunque este discurso no resulta explícitamente orgánico a la oligarquía del 80, sí funciona como una forma de intervención en el campo del poder desde un locus que no es ajeno al interés de las élites, puesto que constituye un discurso cuya función ideológica consiste en sostener la atribución de una capacidad ciertamente exclusiva de inducir la síntesis buscada.

*Marcos Olalla
Es Profesor de Filosofía por la Universidad Nacional de Cuyo, donde se desempeña como Profesor Adjunto de Introducción a la Filosofía en la Carrera de Derecho. Obtuvo su doctorado en 2009 con un trabajo sobre la izquierda modernista argentina de las primeras décadas del siglo XX. En ese mismo año ingresó como Investigador Asistente en CONICET. Ha publicado numerosos artículos en revistas nacionales y extranjeras, capítulos de libros y notas de divulgación; todos sobre temas de Historia de las Ideas argentinas y latinoamericanas.

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