SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.13 número2PresentaciónMontaigne y el elogio de los animales índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.13 no.2 Mendoza ago./dic. 2011

 

DOSSIER

La integración alma-cuerpo en Epicuro

Body-Soul Integration in Epicuro

 

Arturo Andrés Roig

Universidad Nacional de Cuyo - CONICET

 


Resumen

Las nociones de alma y cuerpo propuestas por Epicuro deben ser entendidas en relación con su "teoría atómica", en las que se destaca la tesis del "Clinamen", y algunos postulados de su doctrina moral. El Jardín epicúreo abrió sus puertas para el ingreso de la mujer, siguiendo tal vez a los cínicos. Leontion, epicúrea, llegó a ser regente de estudios. Los rasgos comunes que son posibles de señalar entre cinismo y epicureísmo se explican por lo demás por el papel que jugaron ambos en la etapa de la filosofía antigua a la que se denominó "Helenismo", en que jugó importante papel Roma como capital del Imperio. El cristianismo primitivo fue uno de los movimientos religioso-metafísicos que impulsó la disolución del epicureísmo, lo cual no le ha restado valores que traspasan los tiempos.

Palabras clave: Alma; Cuerpo; Epicuro; Teoría atómica; Moral epicúrea.

Abstract

The concepts of body and soul proposed by Epicuro should be understood as related to his "atomic theory", in which the "Clinamen" thesis and some assertions of his moral doctrine stand out. The Epicurean Garden opened its doors to the woman, following the cynics. Leontion, Epicurean herself, reached the position of studies regent. The common features that can be pointed in cynicism and Epicureanism are explained by the role they played in "Hellenism", when Rome became important as the capital of the empire. Primitive Christianity was one of the religious-metaphysical movements that caused the Epicureanism dissolution, though some of its values persist through time.

Keywords: Body-soul; Epicuro; Atomic theory; Epicurean moral.


 

"Que nadie, mientras sea joven,
se muestre remiso en filosofar,
ni al llegar a viejo, de filosofar se canse".

Epicuro, Carta a Meneceo.

En 1953-1954 tuvimos ocasión de asistir a un curso de P. Festugière, en la vieja Sorbona, sobre "Epicuro y sus dioses", que nos impactó sobremanera, en particular por la nobleza y profunda humanidad del filósofo griego a quien el conferencista supo presentárnoslo con magistral habilidad y erudición. Nos enseñó que está mal considerarlo como filosofo, más que esto, fue un práctico de la sabiduría, así como del esfuerzo que ella exige tanto al cuerpo como al alma. Epicuro nos enseñó a bastarnos a nosotros mismos y a vivir la vida "sin amo" (adéspotos), limitando nuestros deseos y denunciando las pretendidas causas de los temores, muy particularmente los que se originaban en el trato con los dioses, tanto los celestes como los infernales. ¿No son todas estas afirmaciones que han vuelto a tomar una escandalosa actualidad en la llamada "sociedad de consumo"? ¿Cómo salvar la "relación alma-cuerpo" frente a los nuevos dioses, tanto celestes como infernales, impuestos por el capitalismo, primero y actualmente por el neo-capitalismo?

Para Festugière, Epicuro "es uno de los antiguos más accesibles a nosotros". Estudiándolo en su profunda humanidad "se realiza -nos decía- el cautivador descubrimiento de un hombre admirable y dulce a la vez, a más de encantador". Y si bien a Epicuro se lo estudia en las "historias de la filosofía" se ha de tener muy presente que no produjo propiamente un "sistema filosófico", y menos aun un "sistema filosófico evolutivo". Simplemente nos ofreció un "camino de vida", que quedó señalado por siglos a partir de las primeras lecciones (siempre de vida), impartidas en el primitivo "Jardín".

Según Diógenes Laercio, Leucipo fue el primero que puso a los átomos por "principio de las cosas", tema que fue retomado por Demócrito y a su vez, a partir de éste adoptado por Epicuro. Es oportuno recordar aquí, a propósito del papel de "fundador" del atomismo atribuido a Leucipo, que dos ilustres historiadores de la filosofía, Fernando Tola y Carmen Dragonetti, han mostrado la presencia de la tesis atómica en la filosofía antigua de la India.

Veamos ahora la cuestión que hemos denominado como "integración alma-cuerpo" en Epicuro, en relación con su teoría atómica. Hemos de decir que esta doctrina se aparta en nuestro filósofo del modo como aparece planteada en Demócrito y que los motivos más fuertes que guían en todo momento su atomismo no son exclusivamente físicos, sino que van aparejados íntimamente con lo moral.

Si tuviéramos que enumerar los principios fundamentales de la física que tanto peso tienen en el pensar epicúreo, ateniéndonos a la "Carta a Heródoto" con la que Diógenes Laercio cierra las páginas (Libro X) de sus famosas Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres; deberíamos señalar los siguientes: 1. Eternidad e inmutabilidad de Todo; 2. Los cuerpos y el vacío como únicos componentes de aquel Todo; 3. División de los cuerpos en simples y compuestos; 4. Infinitud del Todo; 5. Número ilimitado de los átomos e innumerable variedad de formas de los mismos; y en fin, 6. La cuestión del movimiento atómico.

Más adelante, en la misma "Carta a Heródoto", Epicuro nos habla de los caracteres de los átomos: su tamaño y movimientos, así como la diferencia que hay entre los átomos del alma y los del cuerpo que integran aquel todo que mencionamos como "alma-cuerpo".

De más está decir que Epicuro fue, tal vez el primero, en excluir explicaciones míticas respecto tanto de la naturaleza, de los seres humanos, así como de los dioses. No admitió las referencias tomadas del complejo mundo de explicaciones míticas, ni siquiera utilizadas en su valor simbólico, e incorporadas en el discurso filosófico como recurso explicativo al servicio de la razón. Es en esto Epicuro se nos presenta como un racionalista riguroso, "…hay que rehuir los mitos -nos dice en su "Carta a Pitocles", y "así lo haremos, si de acuerdo a los fenómenos, inducimos las causas de aquellos otros hechos que son directamente perceptibles por nuestros sentidos". Y, aclaremos de paso, que las sensaciones así como las inducciones a partir de ellas, son los únicos proveedores legítimos de la razón.

Pero vayamos a la relación "alma-cuerpo". No cabe duda que la palabra "alma" (Ψυχή) tiene un acarreo ideológico-religioso en la cultura occidental. Pero si hablamos de "vida psíquica" podría decirse que la mayor parte de los atributos que menciona Epicuro poseen una enorme actualidad. "... alma es, nos dice, un cuerpo sutil y disperso por todo el organismo". Hay por otro lado, niveles de la vida psíquica: "Hay una parte del alma que por la sutileza de sus partículas -es decir el tipo de "atomismo" que posee- es mucho más apropiada para experimentar sensaciones de acuerdo con el resto del cuerpo" y pone como ejemplos, "la capacidad de sentir y de moverse" del ser humano, "así como de pensar". Es, nos dice luego, "la causa principal de las sensaciones" y de seguro, que no las tendrían si de algún modo no estuviera contenida en el organismo". Pero no es el "alma" sola la que actúa: también juega su papel el cuerpo: "(éste) no experimenta sensaciones, ya que por sí mismo no posee esta capacidad, pero las proporciona a algo que se ha formado conjuntamente con él, es decir, al alma". Y por supuesto conforme con su atomismo, el "alma" está compuesta de átomos, si bien se diferencian de los del cuerpo por ser "extraordinariamente lisos y redondos", con lo se intenta explicar la increíble movilidad de la vida psíquica. Como habíamos anticipado no tendría sentido hablar de un ente, el "alma", que se instala en un cuerpo: se trata, como dijimos en un comienzo de un todo, con actividades propias de sus "partes" y al que caracterizamos como "integración alma-cuerpo".

Lógicamente hay tesis de Epicuro que han sido objeto de críticas. Podemos afirmar que el Maestro del Jardín era plenamente consciente de ello. De ahí su modalidad recurrente de proponer una respuesta lo más racional posible y dejar a quienes aceptaban convivir en la Escuela dar otras respuestas o explicaciones aunque contradictorias pero siempre dentro del marco de la racionalidad. En otros casos, como el que ofrece el célebre tema de "clinamen" o desviación de los átomos "libres" en el espacio infinito y en caída, a velocidades impensables, atraídos por una "fuerza de gravedad", se presentan dificultades teóricas, a veces imposibles de resolver, pero no por eso menos fecundas.

El tema se mantuvo vivo por siglos, mientras la doctrina atómica epicúrea fue practicada. Una de las acusaciones más fuertes contra la doctrina del clinamen, que parecía dejar al azar las "desviaciones" de los átomos, no tenía por qué ser ajena al método que Epicuro desarrolló en su "Carta a Pitocles". Allí se dan pautas, como es la de enumerar varias causas para cada fenómeno. Se ha eliminado el dogmatismo de atribuir una sola causa para evitar contradicciones y las que se señalan deben ser siempre racionales. La norma parece ser la eliminación de respuestas dogmáticas únicas, repudiando a la vez toda respuesta mítica vulgar.

Pues bien ¿cómo explicar el "clinamen" y el silencio respecto de todas sus posibles causas racionales enunciadas de modo múltiple aún cuando contradictorias? Así parece que entendió Marx el problema en su tesis de doctorado presentada en la Universidad de Jena en 1841. Epicuro había ampliado el uso de la razón más allá del límite sostenido por Aristóteles: el "principio de no contradicción". Hablar del clinamen era simplemente señalar un hecho, luego vendrían las razones que lo explicarían aún cuando fueran contradictorias entre sí. Y esas razones, no enunciadas en el texto en este caso, lo son de una materia que admite lo contradictorio en contra de lo que afirmaría Aristóteles. Con razón Paul Nizan, en su libro en gran parte inspirador de la rebelión juvenil francesa de 1968, Les Chiens de garde, contrapuso violentamente las figuras de Epicuro y Aristóteles (Cfr. p. 87 de la ed. Francesa).

La doctrina según la cual los átomos "caen" en el vacío infinito, de modo paralelo, y hacia "abajo" ya la había señalado Demócrito quien no había superado la tesis de un movimiento desde "arriba" hacia "abajo" según la experiencia terrestre de todos los cuerpos que son lanzados a la atmósfera. Epicuro añadió a esta idea la de la "desviación": ciertos átomos abandonaban la línea recta de "caída" y al chocar con los que caían sin desviación generaban corpúsculos o cuerpos que podían llegar a constituir mundos e intermundos. Así nacieron los mismos, con sus soles y demás cuerpos estelares. Lo curioso fue el rechazo de la declinación y el azar por parte de los seguidores de Demócrito, pero no el de la caída vertical que se mantuvo como dogma. De todos modos, fuera como fuera, estos mundos e intermundos existían y de alguna manera se produjeron los conglomerados atómicos. En defensa de su tesis de la desviación azarosa de los átomos, dijo Epicuro: "Es una desgracia vivir en la necesidad, pero vivir en la necesidad no es ninguna necesidad". Quedaba de este modo abierto el mundo de lo posible y las razones, aún cuando quebraran el principio de no-contradicción, eran tan válidas las unas como las otras. En la "Carta a Pitocles" había dicho "…los fenómenos nos aconsejan decir que estos hechos (y en general todos los hechos, aún los no visibles) nos aconsejan decir que pueden ser debidos a diferentes causas" y un poco más adelante nos propone "…rehuir los mitos (lo irracional), y así lo haremos si, de acuerdo con los fenómenos, inducimos las causas de aquellos otros hechos que no son directamente perceptibles por nuestros sentidos".

La defensa de la razón, así como la invalidez del principio de no-contradicción, lleva al enunciado de razones opuestas, pero sin embargo respetables, que entre amigos abría las puertas a la felicidad, objetivo máximo del Jardín.

"Ofrecer… una única explicación de un hecho, mientras que los fenómenos nos sugieren varias, es cosa de locos y constituye una costumbre reprochable de aquellas personas que dan crédito a las estúpidas doctrinas astrológicas, las cuales ofrecen razones infundadas de los fenómenos, desde el momento en que no consiguen liberar nunca a la naturaleza divina de estos menesteres". Es evidente que la "explicación única" es propia del pensamiento mítico y cuya finalidad no es la convivencia que ha de caracterizar a los amigos en sus conversaciones de paz, ajenas a toda pretensión de embarcar a las masas". No caigamos pues en aquellos que son incapaces de valorar los hechos que nos proporcionan hipótesis racionales varias cuando sostienen que: "las cosas se originan en una sola causa y rehúsan las demás posibles" porque están constreñidos por lo "ilógico".

En la "Carta a Meneceo" la cuestión se nos presenta en relación con los dioses. "Estos existen: el conocimiento que tenemos de ellos es evidente, pero no son como la mayoría de la gente cree, que les achacan atributos discordantes con la noción que de ellos se ha de tener. Para la gente vulgar, la multitud supersticiosa, los dioses son la causa de los mayores bienes, así como de los mayores males. No saben que los dioses no se mezclan con las miserias humanas, ni aún tienen que ver con su felicidad".

Epicuro y sus amigos no desconocen, pues, a los dioses, pero tan sólo les rinden homenajes, sin fin alguno respecto de la felicidad o infelicidad de los seres humanos.

Otro motivo de temores es el de la muerte. Es en relación con ella que las masas ignorantes les hacen sacrificios a los dioses y les piden ayuda. Frente a esto Epicuro nos dice que la muerte para los seres humanos no es nada. De ahí la famosísima afirmación de Epicuro: "El peor de los males, la muerte, nada significa para nosotros, porque mientras vivimos no existe y cuando está presente nosotros no existimos", de donde concluye que la muerte "no es real ni para los vivos ni para los muertos".

El nombre de Epicuro dio nacimiento al "epicureísmo", tendencia filosófico-práctica que tuvo diversas manifestaciones, de las cuales la más notable ha sido sin duda alguna la sostenida en el ámbito del Jardín, en Atenas. Pues bien, para Epicuro y sus amigos, según nos lo dice en la "Carta a Meneceo", "es el placer el principio y el fin de una vida feliz". De él hemos de partir para determinar lo que es necesario elegir y lo que es necesario evitar, y es a él finalmente que debemos recurrir cuando nos servimos de la sensación como una regla para apreciar todo bien que se ofrece. Cada placer, por su naturaleza, es un bien, pero no hay que "gozar" de todos. El dolor, por su parte, es un mal, pero no siempre hay que rehuirlo. Dolor y placer, son mudables, ya que en ocasiones el bien se torna en mal y en otras, el mal es un bien. "El estómago -dice en las Exhortaciones Vaticanas- no es insaciable como dicen muchos, sino que es la falsa opinión acerca de la insaciabilidad del estómago"; y en sus Cartas dice "Me siento henchido de orgullo por el placer de mi cuerpo cuando me alimento de pan y agua", y "escupo sobre los placeres que acompañan al lujo, no por ellos mismos, sino por las inconveniencias que les siguen". De todos modos todas estas limitaciones no suponen el desprecio de la corporeidad, así como de las alusiones placenteras que la acompañan: "…por lo que a mí concierne, no me es posible pensar el bien, si excluyo los placeres del gusto, los del amor, los del oído y los movimientos agradables a la vista por su belleza". El lema "Todo en su medida y armoniosamente" hace de la corporeidad una fuente de felicidad, compartida siempre con amigos y amigas integrantes asimismo de la vida común. De ahí que diga que "El hombre noble (se refiere a la nobleza espiritual) se dedica sobre todo a la sabiduría y a la amistad. De aquellas cosas una, la sabiduría, es un bien mortal, mientras que la otra es inmortal" (Exhortaciones Vaticanas).

Si bien el Jardín era el lugar donde se cultivaba el alto valor de la amistad y se dejaba a la razón emitir explicaciones, sin preocuparse por las posibles contradicciones -lo que hacía de la racionalidad un ejercicio hipotético que dejaba a salvo la amistad- se debían tener en cuenta actividades más allá del Jardín, tales como las celebraciones populares de homenaje a los dioses -lo que no suponía pedirles ni acusarles de nada. El sabio epicúreo participaba del culto, pero no compartía supersticiones, ya fueran las de los mitos o la de las relaciones "personales", esperanzadas o enconadas con los dioses y las diosas.

Veamos ahora la cuestión de la justicia. Indudablemente que este tema supone un sistema de relaciones que excedía los límites del Jardín. Hablar de la justicia, desde cualquier perspectiva, implicaba la polis. Mas he aquí que en los textos conocidos de Epicuro, la cuestión de la ciudad no tiene presencia. Tal vez el concepto está contenido en el tema que hemos anticipado: la justicia, así como en el de "pueblos". En el n° XXXI de las Máximas Capitales, define "Lo justo según la naturaleza es símbolo de lo conveniente para no causar ni recibir mutuamente daño" y en el número siguiente nos dice que "Los animales que no pudieron hacer pactos para no agredirse recíprocamente, no tienen ningún sentido de lo justo y de lo injusto" y agrega que lo mismo ocurre con los "pueblos" que "no pudieron o no quisieron establecer pactos para no agredir, ni ser agredidos". El planteo lleva a una relativización de lo "justo" y de lo "injusto", así como implica un desconocimiento de lo que ahora entendemos como "derechos humanos"; se queda en el nivel de una justicia positiva, fruto de los intereses que marcan los límites y sentido de lo que llama "relación recíproca".

De todos modos significa salirse del sistema de clausura que suponía el Jardín, en donde el principio de la "amistad" consolidaba un pacto que implicaba necesariamente la justicia.

Interesante es sin duda conocer lo que fue la vida en la ciudad de Atenas, en la época en la que Epicuro resolvió la creación del Jardín, en el año 306 a.C. Festugière nos ha mostrado la tragedia de lo que bien podemos llamar el fin de la ciudad clásica, la Atenas de Platón y de Aristóteles, la de Pericles y el nacimiento de una edad: la helenística. Desde la fundación del Jardín y durante un largo lapso de 45 años, Atenas cambió de manos siete veces; se sublevó otras tres y las tres rebeliones fueron ahogadas en sangre; soportó cinco asedios y fue tomada cinco veces; finalmente durante esos 45 años, guarniciones macedonias dominaron el Pireo y los puertos del Ática y durante cinco años incluso la colina de las Musas en Atenas.

Es verdaderamente una de aquellas épocas en las que se tiene el sentimiento del absurdo y en las que se diría que sólo lo absurdo gobierna el mundo. Y es en esa época justamente que la noción de absurdo aparece por primera vez en la filosofía de la vida, con el nombre de Tyche, la fortuna o el azar, que la época helenística convierte en divinidad y aún en única divinidad poderosa. El sistema de moral epicúreo -y otro tanto se puede decir del estoico-, se formaron, pues, en épocas de miseria y de pérdida de aquellos referentes que fueron sostén de las ciudades, las mismas en que al iniciarse el helenismo no fueron ya de encuentro ciudadano. Perdió todo sentido el ejemplo de Sócrates y su modo de ejercer la libertad en el marco de la ciudad aún con el costo de la vida.

¿No estaremos entrando con el neocapitalismo manejado desde un grupo de países imperialistas, cuya razón de vida es la guerra y las nuevas formas de neocolonialismo que la acompañan, en un mundo en el que sólo lo absurdo gobierna el mundo?

Bibliografía

1. Epicuro. 1994. Obras. Estudio preliminar y traducción por Montserrat Jufresa. Barcelona: Altaya.         [ Links ]

2. Epicuro. 1975. Letras. Traducido al catalán y editado del texto griego por Monserrat Jufresa. Barcelona: Fundació Bernat Metge.         [ Links ]

3. Epicure. 1938. Doctrines et Maximes. Traducido y acompañado de una nota sobre el "Clinamen", por Maurice Solovine. París: Herman.         [ Links ]

4. Diógenes Laercio. 1945. Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, tomo II, libro 10º. Traducido por José Ortiz y Sanz; Prólogo de Leopoldo Marechal. Buenos Aires: Emecé         [ Links ].

5. Epicuro. 1997. Sobre el placer y la felicidad. Traducción, análisis y notas de Marcelo Boeri. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.         [ Links ]

6. Festugière, A . J. 1953. La libertad en la Grecia Antigua. Barcelona: Seix Barral.         [ Links ]

7. Festugière, A. J. 1960. Epicuro y sus dioses. Buenos Aires: Editorial Universitaria.         [ Links ]

8. Marx, Karl. 1988. Escritos sobre Epicuro. Traducción, presentación y notas de Miguel Candel. Barcelona: Grijalbo.         [ Links ]

9. Tola, Fernando y Dragonetti, Carmen. 2008. Filosofía de la India. Del Veda al Vedanta. El sistema Samkhya. Buenos Aires: Kairós.         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons