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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.13 no.2 Mendoza Aug./Dec. 2011

 

DOSSIER

Las razones del cuerpo: una ética para asumir la violencia

The Reasons of the Body: an Ethics to Assume Violence

 

Arturo Rico Bovio

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Chihuahua

 


Resumen

Pensadores griegos y orientales, filósofos antiguos, medioevales y modernos, han tocado el tema de lo corporal de manera fragmentaria que reducen lo corpóreo a mero instrumento. Para evitar este tipo de interpretaciones, queda el expediente de acudir a la síntesis holística; a la versión del "cuerpo total" que somos. La economía imperante es la del "cuerpo poseído". Se tasa, vende y desecha en el mercado la fuerza de trabajo. Se ejerce sobre él una violencia que nos rebasa en todos los frentes; es radical, porque atenta contra la integridad y la dignidad de los cuerpos.

Restañar las heridas corporales de nuestros pueblos requiere de la formulación y siembra del conocimiento de la Ética del cuerpo que deberá ir acompañada por un proceso de reconstrucción simbólica de la idea de "cuerpo" en el que todos participemos. Si armonizan necesidades y capacidades corporales propias y ajenas y compaginan nuestras acciones con el respeto al entorno natural, casa del cuerpo, podremos vislumbrar que vamos sobre el camino correcto.

Palabras clave: Cuerpo total; Violencia radical; Ética del cuerpo.

Abstract

The Greek and Eastern thinkers, ancient, medieval and modern philosophers, have dealt with the body only in a fragmentary way that sees it as a mere instrument. To avoid this kind of interpretation we resort to a holistic synthesis-the "total body" version that we really are. The dominant economics is the one of the "possessed body" that can be priced, sold and disposed of as working force. An overpowering violence is applied to it; it is a radical violence as it attempts on bodies' integrity and dignity.

The healing of the wounded bodies of our people requires formulating and planting the seeds of the body's ethics that will accompany the reconstruction of an idea of body to be shared by all of us. If we harmonize our own and others' body's needs and abilities, and our actions are in accordance with our natural surroundings, we will be able to make out the right path.

Key words: Total body; Radical violence; Body's ethics.


 

1. Llamado a retomar la reflexión sobre el ser humano

Vivimos hoy en Nuestra América la ruptura de las precarias condiciones del equilibrio social, agudizadas como están las desigualdades entre los reducidos sectores privilegiados y los mayoritarios desposeídos. Sueltos los corceles apocalípticos de la violencia, carcomidos los cimientos de la confiabilidad política, encaramos una realidad que no sólo nos decepciona, sino que nos arrastra al temor radical sobre el futuro y a muchos a construir murallas físicas y mentales para una presunta autoprotección y supervivencia. A quienes intentamos seguir los senderos críticos de la Filosofía en lugar de apacentarnos en los valles del moralismo sentencioso y descalificador, nos resulta evidente que algo está fallando en los conceptos y teorías que guían a los seres humanos.

Porque somos una especie que se construye históricamente con y a través del lenguaje. Las palabras son lentes y espejos para interpretar al mundo y vernos a nosotros mismos. Su uso puede ser favorable o desfavorable, atinado o erróneo, llevar al diálogo o a la guerra, exaltar nuestro espíritu de lucha o hundirnos en la depresión. Grave responsabilidad dejar el fiat del verbo humano a merced de ideologías que no admiten discusión, el omitir nutrirlo con sólidas investigaciones históricas y científicas y, sobre todo, el dejar de lado el poder transformador que ejercen sobre la lengua la Filosofía y la Literatura.

Si las Buenas Letras ensanchan el territorio de la Lengua, le añaden vocablos y matices, crean perspectivas inéditas por el vuelo de la creatividad y la imaginación, la Filosofía se erige en el tribunal de los usos y formas del lenguaje, en palabra hecha conciencia y en conciencia de la palabra. Mientras más reflexiva y crítica menos pueden escapar de su examen todo tipo de categorías e interpretaciones. Hueco favor le hacen quienes intentan embridar al quehacer filosófico para que marche al ritmo del trabajo científico. Porque aunque ambas áreas disciplinares se complementan, abordan problemas y tareas distintas.

En tiempos de confusión colectiva los humanos necesitamos más que nunca un punto de apoyo para mover y reordenar al Mundo. Toda Filosofía comprometida con los retos de la cotidianidad se ocupa de promover una reflexión rigurosa en torno a nosotros y a nuestra realidad circundante y busca hacerla extensiva al mayor número de gentes posible. El filosofar es la única vía que puede salvarnos de caer en la tentación del recurso del dogma.

No es casual que la Modernidad sembrara el escepticismo y fuera disolviendo gradualmente la idea de una naturaleza humana. Su afán de enfatizar la diferencia y superioridad del individuo en el Mundo, de exaltar como su nota exclusiva la libertad de elección y de consolidar al "yo" como principio y fin de la vida social, fue parejo con el desarrollo de la economía capitalista. Hoy desembocamos en el desenlace de la desilusión postmoderna, culminación de un proceso de subjetivación epistemológica de la realidad, anverso de la alienación mercadológica de nuestro tiempo.

A los incrédulos habría que mostrarles el nexo causal que opera entre el desentendimiento de indagar sobre lo humano y los males de la época. Si no sabemos a qué atenernos con nosotros mismos, si no admitimos una condición común como especie, los rumbos que elijamos quedarán al capricho de cada uno o estarán sujetos a la manipulación por parte de los controles sociales. A quienes no se resignan a sufrir esa ausencia de brújula, me permitiré recordarles la sabiduría griega contenida en el imperativo "debemos vivir de acuerdo con nuestra naturaleza". Somos la única especie que pretende vivir al margen de sus impulsos y características originarias so pretexto de que "somos cultura", afirmando que ésta es el resultado de la libre voluntad y que por tanto resultamos ser hechura de nosotros mismos.

Padece el hombre Occidental el complejo de Narciso de clara filiación masculina, autorreproductiva y depredadora. La propuesta moderna del individuo, ser desenraizado de la Naturaleza per causa de un albedrío de obscuro origen espiritual, lo arrastró a dramáticas consecuencias históricas. Entre otras conclusiones apresuradas aprendió a considerar al cuerpo como su propiedad exclusiva. Acomodó a la mujer en roles de subordinación erótico-complaciente. Formuló ideologías justificatorias para estimular la expansión del capitalismo mercantilista, a la par que la conquista de territorios y pueblos descubiertos. Los hallazgos científicos y los avances tecnológicos contribuyeron a formar ese reflejo distorsionado de grandeza que serviría para construir la idea de un ego, una voluntad autocontemplativa deseosa de confirmación en las lides de la guerra, la sexualidad y la ganancia. El pensar competitivo condujo a ignorar la perspectiva taxonómico-filosófica de nuestra especie, a desdibujar una condición humana que acogiera a la par nuestras singularidades y las notas genéricas del homo et fémina sapiens, ubicándonos dentro del sistema general de la Naturaleza. ¿No habría sido esto lo más prudente y lo más deseable?

La filosofía eurocéntrica, arrastrada por el desarrollo económico y político del capitalismo, se dedicó a lo largo de quinientos años a allanar su camino sobre las bases de un creciente escepticismo metafísico, antropológico y ético. Una de sus miras preferentes fue destruir y abandonar el concepto de substancia. Sólo resistió la noción de materia porque servía de cimiento al quehacer de la Ciencia y podía anclarse en el ámbito de los axiomas y de las ideologías. No así las ideas de Dios y del ser humano, que convenía abandonar en beneficio de una cultura basada en el antagonismo y el provecho egoísta, adversa a las riendas ético-morales.

Decía Vico, en el seno de un momento de la Historia atribulado y descreído como el actual, que aquello que mejor podemos conocer es lo que hacemos y producimos1

. Ante la dificultad de retomar la búsqueda de una presunta esencia humana, peligrosa además por su carácter estático, contrario a la observación y al examen crítico ¿no podríamos acudir al expediente de conocernos a través de nuestras obras? A su propuesta habría que añadirle el giro kantiano: para alcanzar el autoconocimiento requerimos de indagar desde dónde y cómo conocemos, hacer la crítica de los fundamentos innatos del conocimiento, que para él fueron los aprioris de la intuición, del entendimiento y la razón.

La salvedad sería que el filósofo de Könisberg, inscrito en el idealismo imperante en la cultura germánica de fines del siglo XVIII y principios del XIX, no alcanzó a vislumbrar que el único a priori del pensamiento y de la acción es el cuerpo. Fue Nietzsche, otro pensador alemán, dramáticamente consciente de sus limitaciones y urgencias biológicas, quien enmendaría la omisión al postular: "soy absolutamente cuerpo, y nada más" ("Leib bin ich ganz und gar, und nichts ausserdam")2. En su rebeldía en contra de un Dios paterno, se aferró a la única evidencia de su existir: una corporeidad dolorida y anhelante. Con esa y otras tesis afines sembró la inquietud de pensar filosóficamente el cuerpo.

Pero no hay una sino muchas maneras de interpretar al cuerpo. Pensadores griegos y orientales, filósofos antiguos, medioevales y modernos, han tocado el tema de lo corporal, aunque con frecuencia contaminados por lecturas míticas y religiosas que reducen lo corpóreo a mero instrumento, a ser vehículo o prisión, envoltura finita de algo que tiene una naturaleza sutil y que por consecuencia es transitoria. La experiencia cotidiana así parecería acreditarlo, porque ante la contundencia de la muerte todo hace pensar que algo abandona al cuerpo-cadáver. La incertidumbre, el no saber qué, un obscuro deseo de trascender, conducirían a la interpretación dualista de materia y espíritu.

 Entonces el cuerpo, asumiendo el cuestionamiento de Gabriel Marcel, ¿es un problema o un misterio? ¿Podemos descifrarlo de manera confiable, sin las contaminaciones ideológicas que le adosan nuestros miedos y expectativas? ¿Es factible abordarlo filosóficamente, quizá con el auxilio de la ciencia? ¿O escapa de nuestros esquemas de comprensión, por estar involucrados con y en él?

Para Merleau-Ponty el cuerpo en movimiento es el donador de sentido a todas las cosas3. En su propuesta se asoma un nuevo a priori cognoscitivo, pero no el pasivo de la apreciación de un mundo que aparece ante nuestra consciencia como fenómeno. Se trata de un a priori activo, que puede ser empleado de muchas maneras, porque el cuerpo "no es una vieja costumbre", no se encuentra encadenado por los instintos. Pero si el cuerpo en acción hace surgir las cosas y sus interpretaciones, ¿quién o qué da sentido al cuerpo? ¿Cómo y por qué surgen las diversas lecturas corporales y con cuál debemos quedarnos como la más confiable?

La dificultad de responder estas cuestiones no debe conducirnos al despeñadero de la subjetividad o al escepticismo paralizante. Todo conocimiento histórico, científico o filosófico se nos presenta en evolución, está sujeto a mejoras, es perfectible. Claro que para dar el paso requerido necesitamos sortear las trampas del academicismo filosófico que pide dialogar sólo con filósofos, citarlos y cuestionarlos en un abrazo incestuoso, endogámico. La historia de las ideas nos muestra que a intervalos, espasmódicamente, la Filosofía se abre a otras vías del conocer, se nutre y se inspira en ellas. Acude al Arte, a la experiencia cotidiana, a las ciencias naturales y sociales, a los mitos y al pensamiento teológico. ¿Y por qué no? Basta con que las sujetemos al rigor de la reflexión crítica, a la duda metódica y a la disciplina de la argumentación.

2. Bases generales de una Filosofía del Cuerpo

En varios campos del conocimiento se viene imponiendo la hipótesis de que el cuerpo es la totalidad de lo que somos. La Física relativista, la Biología integral, la Psicología humanista, la Medicina holística, entre otras disciplinas, avalan el tratamiento del cuerpo como una unidad compleja. Fuera del cuerpo nada, porque todo se encuentra dentro del sistema corporal. Este incluye tanto lo visible como lo invisible: lo físico, lo biológico, lo social y lo personal. Somos una totalidad dotada de múltiples caras, que conforman una especie de poliedro entitativo. Otorgamos sentido a otros cuerpos porque los interpretamos a partir de las particularidades del cuerpo que somos. Nos equivocamos en las lecturas del mundo porque también erramos en las lecturas de nosotros mismos. Todas las teorías se van ajustando hasta desembocar en las que hoy profesamos como correctas y que seguramente mañana modificaremos.

En el contexto holístico que propongo para descifrar al cuerpo que somos, es pieza clave el tema de la racionalidad. Se trata de una vía con la cual podemos revisar los conceptos y la información que servirán para el autoconocimiento y la orientación en la vida, lo mismo como especie que como personas. Pero tengamos cuidado en su manejo, porque la razón no es una propiedad absoluta inherente a un yo meta-físico, sino nuestra corporalidad en movimiento, la puesta en marcha del sistema corpóreo que somos para obtener resultados en el conocimiento y en la acción. Por lo mismo evoluciona, se incrementa o retrocede según el uso que de ella hagamos.

La cultura occidental confinó la racionalidad bajo alguna de sus tres modalidades: como logos (»Ì³¿Â), nous (½¿ÅÂ) o frónesis (ÆÁ̽·Ã·Â). Por otra parte asumió que la vista es el sentido que nos puede poner mejor en contacto con la realidad y que corresponde al pensamiento jugar el papel de tribunal único e inapelable para distinguir lo verdadero de lo falso. Craso error porque el cuerpo es un sistema dinámico complejo donde se dan cita vivencias, emociones e ideas, en combinaciones que no permiten la exclusividad de una sola de ellas.

La racionalidad corporal se manifiesta a través de las necesidades y capacidades congénitas, susceptibles de satisfacción o insatisfacción, ejercicio o abandono. Las facultades humanas son los recursos operantes que pueden contribuir a satisfacer a aquellas. A la apreciación en conjunto de ambas propiedades del cuerpo que se corresponden mutuamente las he denominado "valencias corporales", por su similitud y parentesco simbólico con las valencias de la Química4.

La racionalidad corporal difiere de la racionalidad del intelecto que se ocupa preferentemente de hacer cálculos y operaciones. Abarca a ésta en una perspectiva más amplia, porque las tareas instrumentales de la mente son inseparables de la memoria convocada, de las experiencias y emociones que acompañan al pensamiento y principalmente de los criterios valorativos y normativos presentes en el discurrir mental. Las "razones" del cuerpo son muchas, pero no se excluyen ni interfieren entre sí, como llegó a proponerlo una visión dualista y maniquea del ser humano.

Hablamos de las "razones del cuerpo" para aludir a los impulsos originales, genéticos aunque desplegables en diverso orden según las condiciones de cada crecimiento humano, que nos llevan a interactuar con otros cuerpos siguiendo los lineamientos que establece una específica hermenéutica corporal. Por eso el hambre, resultado de una pulsión nutricional, puede traducirse en antojo de comer algo, aún cuando no cubra la necesidad que se encuentra insatisfecha.

La racionalidad también puede ser predicada respecto de un pensamiento o de una conducta, cuando se emplea como recurso valorativo que conecta con cierto sistema axiológico material o formal. Me interesa sin embargo destacar el uso que remite al cuerpo que somos para cotejar la congruencia o incongruencia de ideas, actos y objetos con él. Así sucede, por ejemplo, cuando enjuiciamos la irracionalidad de la Conquista de América. No sólo significó el ocultamiento histórico de las corporeidades de las etnias originales de este continente, el éxodo forzado del tráfico de negros, orillados a mimetizarse con una cultura que no era la propia y a medirse conforme a los patrones corporales europeos. También para los conquistadores, en lugar de significar un factor de crecimiento personal, fue motivo de distorsión de su propia autoestima como seres humanos. Existe una relación simétrica del menoscabo corporal entre dominadores y dominados. Unos por imposición y otros por dependencia, pero ambas partes sufren una restricción de su crecimiento como cuerpos totales.

Postular la existencia de un nous, de una inteligencia que no falla en sus juicios, es dar la espalda a la verdad histórica. La razón, así entendida, puede aplicarse a la destrucción o a la salvación de vidas. No hay garantía alguna de que el saber se aplique al desarrollo personal y colectivo mientras no se subordine a la sabiduría corporal. De modo semejante pueden señalarse los límites del logos discursivo. La argumentación no debe su certeza sólo a la coherencia lógica, sino sobre todo a los alcances de los conceptos empleados, a la solidez de los fundamentos donde el cuerpo marca sus pautas. Remitir el discurso histórico, científico o filosófico, al cuerpo que le da soporte, es acudir al nivel más profundo de la racionalidad. Merleau-Ponty sugirió este camino cuando aseveró que el cuerpo dota de sentido a todas las cosas. Pero había que dar un paso más, para establecer la diferencia entre proyectar una falsa ideología del cuerpo (como en el sostener que hay razas superiores e inferiores, que fue aval de la Conquista) y la propuesta crítica, provisional y rectificable en torno a las notas constitutivas del cuerpo que somos.

La frónesis, a mi juicio, ofrece una perspectiva más recuperable de la racionalidad. Decía el filósofo de Estagira que en el ámbito de la acción la prudencia es virtud principal5. Para la Filosofía del Cuerpo el saber prudencial es aquél que enraiza en nuestro autoconocimiento como cuerpos. A partir de él decide y no en base al capricho de un albedrío sin raíces. Sobrada razón tenía Sócrates al postular que la virtud es conocimiento; el discernimiento de nosotros mismos es condición de la eticidad. Pero es improcedente enarbolar una visión fragmentaria del ser humano que sólo reconoce aquello que presuntamente es exclusivo de nuestra especie corporal. El compromiso racional con el cuerpo que somos nos conducea reconocer y estimar en nosotros valencias que tenemos en común con otras formas corporales de la vida.El reconocimiento de las semejanzas debe preceder al apunte de las diferencias. Así nos ubicaremos en estrecho abrazo con otras especies de cuerpos, tendremos la disposición para aprender de ellos e hilaremos fino con las similitudes y diversidades entre los cuerpos humanos. Además descubriremos los lazos de solidaridad que unen a humanos y no humanos, como deudores y contribuyentes a la causa común del Mundo.

La razón práctica kantiana avanzó un tanto en la dirección señalada. Lástima que quedó entrampada en los vericuetos del idealismo alemán, descarnado y subjetivo. No es factible postular una razón absoluta que legisla desde el mirador de la infalibilidad. La Ley Moral no puede ser el resultado de una aprehensión apriorística. Occidente entero se abrazó sin arrepentimiento alguno a esa soberbia de la razón y ya sabemos cuáles fueron sus resultados. Desde allí se erigió en Juez Supremo de pueblos y culturas, negando su singularidad y atropellando sus decisiones. Frónesis transgredida y violada, la Razón Instrumental hubo de desembocar en la negación de la diferencia, arrastrando nuestra cultura al caos pragmático y autojustificatorio de la postmodernidad.

Si los aprioris del conocimiento no descansan en la razón, ¿existirá algún otro asidero para proponerlos? Kant dio otro paso más hacia el rumbo correcto al postular a la intuición sensible y al entendimiento, auténticas capacidades corporales. Empero su carencia de una noción del cuerpo lo llevó a proponer al espacio, al tiempo y a las categorías como marcos a priori del conocimiento, sin caer en la cuenta de que son constructos culturales, resultado de la aplicación histórica de las valencias del cuerpo: capacidades y necesidades biológicas, sociales y personales. Concluiré que son precisamente dichas valencias los auténticos a priori del conocimiento y de la acción, los pilares para la construcción de las nuevas Epistemología y Ética. No obstante, subrayo, es necesario reconocer que no operan de modo preciso y único, puesto que dependen de las interpretaciones socio-culturales que hagamos de ellas.

3. Para una Ética del Cuerpo

Aprioris corporales cuya eficacia y acierto dependen del autoconocimiento, tal es la opción que nos ofrece la relectura del cuerpo que somos. Una nueva frónesis, una racionalidad anclada en la totalidad de lo que somos. El soporte de una Ética más próxima a nuestra condición concreta bio-socio-personal, responsable de favorecer nuestro desarrollo, hermanada con la naturaleza y solidaria con los otros cuerpos humanos.

Sabemos que nuestro conocimiento del cuerpo que somos desde una perspectiva holística se encuentra incipiens, falta un largo camino para descifrarlo y traducirlo con categorías nuevas que permitan romper con la tradiciónanalítica y mecanicista occidental. Aunque sepamos que el cuerpo no es algo que traemos puesto sino un continuum energético, visible en parte, invisible en su mayoría, la inercia de la costumbre en el habla cotidiana nos atrapa, seguimos refiriéndonos a "nuestro" cuerpo y tratándolo como motivo de disposición y blanco de nuestra arbitrariedad.

La provisionalidad del conocimiento no es nada nuevo en los ámbitos de las ciencias y del quehacer filosófico. Contamos por lo pronto con varias certidumbres básicas que nos permiten diseñar los lineamientos generales de una nueva Ética. Me referiré a ellas como las facetas o caras distintas de una especie de poliedro único corporal, en constante transformación e intercambio con otros cuerpos. Seguiré un orden evolutivo, porque en el proceso de transformación universal que alcanzamos a vislumbrar parece darse una sucesión de los cuerpos simples a los complejos: inorgánicos, orgánicos y humanos. Los tres niveles de complejidad se ven reunidos sistémicamente en el cuerpo que somos. Aunque para su apreciación acudimos a coordenadas corporales diferentes6, situación que a menudo es interpretada para justificar una separación esencial que de ninguna manera se justifica.

Para una "mirada" física, accesible por medio de una tecnología avanzada, el cuerpo que somos es un subsistema energético semicerrado. Antes que se detecte lo más característico del cuerpo humano, su consciencia reflexiva, aparecemos como una estructura energética en gran parte invisible, que rebasa por completo la vieja noción de la materia. Rotos los conceptos tradicionales de espacio y tiempo de la Física Newtoniana, es factible imaginar el constante flujo de energía que entra y sale del campo magnético que nos delimita, se conserva y cambia, el cual permite que tengamos una forma corporal perceptible. Desconocemos todavía mucho acerca de su origen, su comportamiento y su destino. Contamos por lo pronto de manera limitada y provisional con los estudios biológicos, físico-químicos y, sobre todo, con las conjeturas de la Filosofía y la Religión orientales.

Más accesible es la faceta biológica del cuerpo que somos. Pero cuidado con la visión estática, instituida para los fines pragmáticos de la Medicina occidental, que se queda en el inventario de células, tejidos y órganos que aparentemente la conforman, así como en la explicación operativa de su funcionamiento. La invocación misma de los genes que supuestamente coordinan todos los procesos de la vida, es tan solo una teoría más que ha resultado cómoda para nuestro contexto cultural. Pero es costosa la factura que nos pasa en el ámbito de la interpretación de lo humano. Al privilegiar lo visible nos predispone a concebir al cuerpo viviente como un objeto al servicio de una entidad inmaterial o, en su defecto, como una máquina compleja cuyo funcionamiento y desaparición final obedecen a los principios reduccionistas de la termodinámica.

Sin embargo la vida es mucho más que eso. Se trata de la forma perceptible sensorialmente (por lo mismo con sus propios recursos), la punta de un iceberg corporal que recibe y responde al entorno formado por otros cuerpos. La piel, superficie que toca y es tocada, explora la realidad, se desdobla en las restantes vías sensoriales, permite anidar la caricia y el erotismo, integra los sistemas del lenguaje corporal, expresa el deseo y el dolor, hace posible el acceso de los nutrientes y la salida de sus desechos. Cubre a través de sus subsistemas las funciones de la subsistencia y de la procreación y permite el desarrollo de las valencias sociales y personales que arrastra consigo.

Porque llevamos a los otros en nosotros. Nuestro origen, la promoción del lenguaje, el tránsito de los afectos y de la información, los proyectos compartidos, la conformación de los cuerpos sociales y nuestra integración en ellos, son parte de las deudas impagables que tenemos con la diversidad humana. Nos acompaña y conforma la cultura, ese acervo de voces, ideas, normas, objetos, que se modifica al ritmo de las aportaciones personales. El cuerpo social es una especie de océano en el que confluyen la historia y el trabajo de los seres humanos que lo integran, donde finalmente quedará depositado el producto de nuestro esfuerzo personal.

La faceta personalizada del cuerpo, sumatoria y culminación de la singularidad humana, es faena a perseguir a lo largo de todo nuestro crecimiento. En veces se verá coronada con el éxito de la autorrealización, en otras se truncará la meta del florecimiento de nuestra diferencia por obra de la ignorancia o del entorpecimiento colectivo. De cualquier modo el otro es origen y destino. Levinas lo expresó muy bien desde su lectura de la tradición hebrea. Todos los cuerpos existen para otros, reciben y aportan algo de su individualidad. Pero sólo el cuerpo que somos, en la toma de consciencia de nuestra diferencia irrepetible, es capaz de darse voluntariamente sin perderse. Puede aportar su experiencia, su memoria, su sensibilidad, su ímpetu amoroso y creativo, su perspectiva única del Mundo, enriqueciendo el patrimonio corporal de los otros, conocidos o ignorados, presentes o distantes en un tiempo que no ha llegado, que aún falta por construir.

Empero la distribución de las oportunidades de crecimiento personal no es pareja. Pueblos completos, etnias, clases sociales, individuos y géneros padecen "lesiones corporales": dolores físicos y anímicos no resueltos, rencores acumulados, miedos paralizantes, desconocimiento de que pueden y deben aspirar a metas personales. La desigualdad social y económica, producto generacional de la ignorancia de nuestra condición de cuerpos solidarios, de sus necesidades y procesos en donde todos estamos hermanados, favorece dinámicas colectivas alienantes de las facultades corporales, responsables de generar multitudes de discapacitados del crecimiento integral.

Existe por tanto una eticidad que emerge del reconocimiento de ser cuerpos totales, opuesta a la moralidad pragmática plasmada en el terco afán de la posesión de los cuerpos. Si soy un cuerpo en movimiento, una realidad porosa que va siempre acompañada por otros cuerpos, que requiere del otro para más ser, los valores son la expresión de mis valencias corporales. Comprenderlo y vivirlo me lleva indefectiblemente al compromiso de contribuir a la construcción de un mundo justo para todos.

Si las necesidades ínsitas en el cuerpo que somos hacia la subsistencia y la salud, la convivencia y la comunicación, así como la expresión creativa de nuestra singularidad, son ímpetus naturales que nos llevan a la acción, su satisfacción adecuada, para todos, es la medida y el soporte radical del valor. Se articulan entre sí con una vinculación fundatoria, porque la vida es condición necesaria para la sociabilidad y ésta es la matriz donde se incuban y crecen las semillas de nuestra singularidad. Así que procede dar un paso más allá de Nietzsche, para postular un teleologismo ético evolutivo, cuya meta más alta sería que cada ser humano alcanzara la plenitud personal. Ética de la Utopía, nos impulsa a pensar y promover nuevos cuerpos colectivos con estructuras sociales, económicas, políticas y culturales holísticas, favorables para la integración y el desarrollo armónicos de todos los integrantes del cuerpo social.

4. Algunas tesis ético-corporales sobre la violencia

Vivimos una época de emergencia. La violencia nos rebasa en todos los frentes. Nos acompaña desde el amanecer hasta la noche a bordo de los noticieros, las películas, en la calle, en el trabajo, en la vida doméstica. Es la violencia radical, porque atenta contra la integridad y la dignidad de los cuerpos. Amenaza con destruirnos, acabar con la especie humana, pero también incide en agredir a corporeidades no humanas que integran con nosotros los ecosistemas corporales.

Urge revertir el linchamiento socio-cultural de los cuerpos en el que nos encontramos atrapados. Una lectura errónea del cuerpo reducido a función instrumental se adueñó de nuestras prácticas sociales. La economía imperante es la del "cuerpo poseído". Se tasa, vende y desecha en el mercado la fuerza de trabajo. Se alquilan la piel y los genitales para satisfacer el anhelo de otros cuerpos. Se alteran las formas y los ritmos corporales conforme a modelos de control para ganar atención, atractivo sexual, empleo. Se dispone de "partes" del cuerpo para fines estéticos o médicos, como si se tratara de un repertorio de bienes consumibles, sin contemplar el conjunto corporal y sus implicaciones sistémicas. Se abandonan cuerpos humanos en los guetos de la miseria o se les inmola impunemente en guerras internas y externas. La mercadotecnia juega con su imagen equívoca para promover el consumo compulsivo de bienes y servicios. Los cuerpos humanos se convierten en marionetas incondicionales, piezas manejables por el ajedrez del poder7, números en estadísticas económicas o políticas, votos potenciales a seducir. Se vive así la negación del cuerpo como totalidad, el estrechamiento de su concepto hasta los reductos mínimos de la desintegración. Y la globalización amenaza con exportar este modelo a todos los confines del Planeta.

Si se me pidiera formular una hipótesis sobre la etiología de la violencia, diría que, proviene directa o indirectamente del desconocimiento del cuerpo. El ser humano incurre en la agresión también cuando siente en peligro su existencia, cuando se le obstruye el crecimiento, si ve cerrados los caminos sociales para su desarrollo corporal, cuando se atropella su dignidad corporal, al experimentar su negación por el otro, el rechazo de su singularidad, el hostigamiento. Porque la violencia es siempre escuela de violencia. Cuando la coexistencia social se empantana en las cuestiones biológicas de la supervivencia, nunca resueltas del todo y no se alcanza a vislumbrar el horizonte de una realización personalmente satisfactoria, germinan el coraje, la envidia, la destructividad hacia el otro y hacia sí mismo. La educación termina por doblegarse a la ideología del mercado. Del ideario inconcluso de la justicia social se pasó a fomentar el entrenamiento para la competencia. Aunque se encubre de alta capacitación para la productividad, se trata de ganar o perder, de ascender socialmente en demérito de los demás, de eliminar institucionalmente al otro: al artista, al inadaptado, al soñador, porque es cada uno una interpelación silenciosa de nuestra inautenticidad.

Restañar las heridas corporales de nuestros pueblos, que son simétricas entre las personas en lo particular y los cuerpos sociales en su conjunto, requiere de la formulación y siembra del conocimiento de la Ética del cuerpo, como un espejo que refleje críticamente nuestra realidad. Para no incurrir en los ineficaces discursos moralistas, deberá ir acompañada por un proceso de reconstrucción simbólica de la idea de "cuerpo" en el que todos participemos.

Un punto de partida sería estimular el despliegue de la experiencia personal intransferible del "cuerpo vivido", reducto de nuestra heterogeneidad. Vivir el cuerpo es siempre una danza, un descubrirnos y sentirnos en el movimiento, un percibir interiormente los llamados y las potencialidades del cuerpo que somos. Este nivel de la eticidad no formula deberes, pero permite descubrir y apreciar nuestras propias singularidades.

Un segundo momento remite al "cuerpo pensado", producto de un largo camino de compaginación de datos provenientes de la experiencia propia y ajena, para tomarlos como motivo de la reflexión en torno al cuerpo. Imagino un proceso de comunicación dialógica, donde cada quien podría participar compartiendo los hitos de su desarrollo corporal. Es aquí donde se inscriben las múltiples lecturas del cuerpo, resultados de la aplicación de distintas y en veces contradictorias coordenadas corporales. La escucha respetuosa de la diversidad corporal que el otro me expresa, puede servirme para prevenir la fácil tentación de generalizar a partir de la experiencia y del propio pensamiento.

Para evitar caer en interpretaciones fragmentarias, como sucedió con el énfasis occidental en la mirada, vuelta instrumento de dominación y de conquista, queda el expediente de acudir a la síntesis holística, a la versión del "cuerpo total" que somos. Si armonizan necesidades y capacidades corporales propias y ajenas y compaginan nuestras acciones con el respeto al entorno natural, casa del cuerpo, podremos vislumbrar que vamos sobre el camino correcto.

Como diría seguramente Horacio Cerutti, ante una geografía de injusticia y violencia en que vivimos, nos queda el recurso de enarbolar la utopía como estrategia de lucha política y cultural8. Y a esta tarea, me permito añadir, bien vendría invitar a una Ética del Cuerpo.

Notas

1. Principios de una ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones, p. 27, entre otras.

2. Cita tomada de la Edición Crítica de Also Sprach Zaratustra, p. 39.

3. Phénoménologie de la perception, p. 171.

4. Las fronteras del cuerpo. Crítica de la corporeidad, p. 52 y sigs.

5. Aristóteles 1967. Moral a Nicómaco.Tomo I, p. 169.

6. Cfr. mi ensayo: Las coordenadas corporales. Ideas para repensar al ser humano.

7. Recordemos a Foucault y sus ensayos sobre la política del control de los cuerpos. Cfr. Los anormales, pp. 85 y sigs., donde aborda los mecanismos del poder en la represión corporal de la criminalidad.

8. Tesis propuesta desde diversos ángulos en varios de sus libros. Consúltese como ejemplo: Utopía es compromiso y tarea responsable, pp. 115-121.

Bibliografía

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3. Foucault, Michel. 2000. Los anormales. Curso en el College de France (1974-1975). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

4. Merleau-Ponty, Maurice. 1945. Phénoménologie de la perception. París: Librairie Gallimard.         [ Links ]

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6. Rico Bovio, Arturo. 1990. Las fronteras del cuerpo. Crítica de la corporeidad. Cuadernos de Joaquín Mortiz. México: Editorial Joaquín Mortiz.         [ Links ]

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