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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.14 no.1 Mendoza ene./jun. 2012

 

DOSSIER

Aportes del saber de conjetura de un filósofo auroral1

Contributions of the knowledge of conjecture of an auroral philosopher

 

Horacio Cerutti-Guldberg

Universidad Nacional Autónoma de México

 


Resumen

El presente trabajo constituye un homenaje al filósofo mendocino Arturo Andrés Roig. En el mismo se recuperan algunas de las observaciones de Roig respecto del humanismo utópico y mesiánico con sus numerosas variantes y matices, mediante la utilización del recurso al "discurso referido". Se atiende especialmente al caso del jesuita chileno Manuel Lacunza (1731-1801).

Palabras clave: Humanismo utópico; Humanismo mesiánico; Manuel Lacunza.

Abstract

This work is a tribute to the philosopher, Arturo Andrés Roig, born in Mendoza, Argentina. In that one there are recovered some of Roig's observations regarding messianic and utopian humanism with their numerous variants and nuances, by means of the use of the resource to the "referred speech". Special attention is paid to the case of the Chilean Jesuit Manuel Lacunza (1731-1801).

Keywords: Utopian Humanism; Messianic Humanism; Manuel Lacunza.


 

"Bilbao, simple escritor bíblico, a veces ininteligible como Lacunza, era un gran orador..."2.

Arturo Andrés Roig (1922-2012) no descansó examinando y reconstruyendo los antecedentes de la reflexión filosófica en Nuestra América. Esa labor de historiador de las ideas (siempre filosóficas) tuvo en Mendoza y Quito dos de sus espacios más obsesivamente recurridos, aunque no los únicos, ciertamente. Resulta de gran estímulo para ulteriores investigaciones recuperar algunas de sus observaciones respecto del humanismo utópico y mesiánico con sus numerosas variantes y matices. El caso del jesuita chileno Manuel Lacunza (1731-1801) ocupa un lugar relevante en esta labor y es lo que aquí intentaremos mostrar, compartiendo referencias a discursos de Arturo al respecto (o sea, utilizando explícitamente el recurso al "discurso referido", como él lo denominara)3. Por supuesto, la obra de Lacunza no resulta accesible a una primera lectura. Sin instrumentos adecuados no sólo puede resultar "ininteligible", sino -lo que es mucho peor- permanecer así. Por ello, conviene abundar en esos soportes que podrían ayudar a una recepción adecuada de sus reflexiones. La dimensión discursiva apocalíptica, no necesariamente idéntica a la hermenéutica del Apocalipsis, requiere ser tomada en consideración con muchas precauciones4.

La historia de los jesuitas en Nuestra América es tema de por sí inabarcable. La bibliografía es abundantísima y también las fuentes disponibles. En todo caso, en medio de tanta información no pocas veces abrumadora, aunque no por eso menos valiosa y requerida de cuidadosas lecturas, resultan relevantes ciertas pistas que Roig brinda en sus reflexiones. Por ejemplo, a propósito del caso ecuatoriano ya señalaba la impronta de Lacunza:

El pensamiento de la Compañía de Jesús y dentro de ella de algunos de sus misioneros, parecería haberse diferenciado en este aspecto de otras órdenes religiosas menos incorporadas a la tarea misional, por desarrollar un utopismo en relación con las misiones. Lógicamente, el paso al sistema de parroquias hacía entrar violentamente en crisis los planteos utópicos, mostrándolos al desnudo con todas sus contradicciones. Por otra parte, no se puede negar la presencia de una fuerte línea de utopismos que se desarrolla entre los siglos XVI al XVIII. Surgieron casi todos como lo que más tarde llamarán los socialistas románticos, "comunidades experimentales" y las hubo ciertamente célebres. Basta recordar el intento de Fray Bartolomé de las Casas en Guatemala, el del célebre Vasco de Quiroga, lector de Tomás Moro, en Michoacán, las Misiones del Paraguay, de los jesuitas, en donde, según una versión, se habría tratado de realizar un modelo de convivencia semejante a la "Ciudad del Sol" de Tommaso Campanella. Es necesario asimismo, traer a la memoria el vasto y hasta ahora no revelado movimiento milenarista, cuyo máximo representante en Hispanoamérica fue el jesuita chileno Lacunza y que tuvo defensores entre los jesuitas ecuatorianos. Los milenaristas creían que la Nueva Jerusalém [sic], "ciudad de Dios" agustiniana tendría su anticipación aquí en la tierra, tal como surge del texto de San Juan. En todos estos movimientos hay algo común que podríamos señalarlo en una tendencia a la organización de agrupaciones humanas autónomas y autosubsistentes, sobre la base de una explotación en común de los predios agrarios y aproximándose a los ideales de la vida comunitaria de los cristianos de los primeros tiempos.

Es importante tener en cuenta que el proyecto utópico fue en todo momento como ya hemos dicho, contradictorio [...] Frente al misionero pacífico [...] estaba el misionero armado [...] Mas, la contradicción se daba también en el seno mismo de los "misioneros pacíficos" que acababan aceptando como un hecho normal y necesario, el paso del pueblo misional al parroquial y, más aún, colaborando de modo activo para que los indígenas aceptaran un cambio que les resultaba repudiable. La contradicción quedó expresada por Velasco con sus palabras pesimistas, respecto del proceso de colonización: "gloriosos principios y lastimosos fines"5.

Las dificultades para apreciar matices y facetas en estas expresiones culturales encuentran indicios muy fructíferos en ciertos simbolismos. En este caso, el del oro, que Roig indica cuidadosamente, como se puede apreciar a continuación, a propósito de -otra muestra de simbolismo muy intenso- una deseable Nueva Jerusalén:

... resulta evidente la diversidad de interpretación de lo que era la Nueva Jerusalem para los milenaristas con su particular utopismo, y lo que era para los aventureros que invocaban su recuerdo. Para los primeros, el oro de la ciudad santa, era el símbolo de su divinidad, de su belleza en cuanto tal; para los otros, había que encontrar esta especie de Nueva Jerusalem [sic], simplemente para despojarla [en el original, por error, dice desporjarla] de su oro. De esta manera se contraponían dos lecturas del Apocalipsis, una regida por el espíritu religioso y otra, dirigida por la mirada codiciosa. Dentro de este mismo espíritu, Velasco habrá de salir en defensa del uso ornamental del oro, en el caso concreto de la Iglesia de la Compañía en Quito, y llegará a afirmar, curiosamente, que ese empleo noble como simple "adorno", que para otros es "superflua riqueza" o "vano uso", la aprendieron los españoles "de los idólatras gentiles". Los europeos sometieron a las poblaciones indígenas a un saqueo sistemático del oro acumulado por aquéllas y que únicamente tenía valor ornamental, tanto de sus cuerpos, como de sus templos, a más de su uso funerario. De esta manera, en esta línea del pensamiento utópico americano el oro con el que aparecía construida la Nueva Jerusalem [sic] según San Juan, y el oro que empleaban los indígenas, es decir, la tradición del Nuevo Testamento y las costumbres gentílicas americanas, venían a coincidir. La respuesta no es ajena a la que muestra Tomás Moro en su Utopía, en donde, si bien por otro camino, se trataba de reubicar el valor del oro destinándolo al juego de los niños o, inclusive, a bajos menesteres, como el de hacer las cadenas de los presidiarios con ese metal. El oro no era, pues, propiamente riqueza, por lo menos en el interior de una comunidad utópica6.

A estas múltiples narrativas solían anudarse propuestas de soluciones extrahumanas. Quizá cabría decir que ante tantas dificultades, se aspiraba a soluciones finales.

En un "Extracto de carta particular" aparecida en un número de El Iris Argentino del año 1826 [nº 19 del 28 de septiembre], un mendocino preguntaba desde Buenos Aires qué querían los enemigos de las luces y agregaba, con claro sentido de la situación, si "no será mejor, tal vez, para muchos, esperar se cumpla la teoría de Lacunza sobre el reinado del Mesías". Referencia indudable a la aparición del héroe carismático, personificado en el caudillo y que significaba la intromisión de lo irracional en la ordenación de las cosas humanas, a la vez que la aparición de un tipo de héroe romántico7.

Exige mucho examen, por cierto, esta "intromisión de lo irracional", porque, al menos en el caso de Lacunza, está plagada de esfuerzos de justificación racional. Y que, en su desarrollo, como Roig lo indica, articula la acción jesuítica a la del franciscanismo, particularmente, conviene añadir, en su versión espiritualista.

En nuestro libro La utopía en el Ecuador hemos estudiado las ideas de los jesuitas ecuatorianos José de Valdivieso y Ramón Viescas en quienes encontramos una utopía derivada del lacunzismo [sic], célebre movimiento milenarista que, en la historia sudamericana, es prolongación del milenarismo franciscano al que nos referimos antes8.

Por cierto que en la segunda mitad del siglo XVIII, comienza a tomar cuerpo el "americanismo", donde destaca el caso mexicano, tan pertinentemente estudiado en su oportunidad por María del Carmen Rovira Gaspar y el equipo de investigación que formó y dirige. Al respecto, Roig señalaba:

En 1781, el jesuita mexicano Juan Benito Díaz de Gamarra decía: "Si con tanta veneración recurrimos a los textos europeos, donde hemos aprendido lo que sabemos ¿por qué no hemos de escuchar con igual obsequio la voz de algunos americanos?9

El siglo XVIII se convierte, por tanto, en nodal para estas investigaciones. Los seres americanos se van ubicando en posición de protagonistas de su propia historia de manera explícita, anhelante, atrevida. Roig lo señalaba con marcados matices:

El siglo XVIII se habrá de caracterizar por las primeras manifestaciones de lo que llamamos un utopismo para sí por parte del hombre americano. Tímidamente en las diversas líneas de las utopías reformistas de la clase criolla y abiertamente ya y con toda la fuerza de la subversión, en la primera utopía magna americana, la de Túpac-Amaru. Dentro de las primeras, cabe señalar el milenarismo jesuítico criollo cuyo máximo exponente fue el P. Manuel Lacunza y que generó el lacunzismo [sic], extendido a toda la América del Sur; otra línea reformista, también relacionada con los jesuitas, a las que podemos denominar "utopías del proyecto poblacional", el de las famosas "misiones", que se extendieron con diversa suerte a lo largo del inmenso margen periamazónico y, por último, en las ciudades, las utopías del rigorismo moral o del "jansenismo tardío", muy próximo al erasmismo. Todas ellas, manifestaciones utópicas de la clase criolla emergente y que deben ser juzgadas y valoradas atendiendo a su extracción de clase, como asimismo teniendo en cuenta las manifestaciones utópicas equivalentes visibles en la Península Ibérica, como es el caso del llamado "jansenismo tardío". Son además, todas las indicadas, utopías que surgen dentro de lo que podríamos llamar el seno de la sociedad colonial consolidada, dentro de la cual se mueven sin llegar a poner en crisis el sistema colonial mismo, aun cuando en algún caso llegaran a poner en peligro la estructura del poder dentro de ese sistema10.

La acción de los jesuitas fue descollante y, por supuesto, con fricciones en relación al poder fáctico. Por ello, apuntaba Roig:

La expulsión de la Compañía de Jesús en la segunda mitad del siglo XVIII significó el agotamiento de uno de los más audaces intentos llevados adelante dentro de aquel "proyecto poblacional campesino" que no fue ajeno a las utopías del renacimiento, tal como los mismos jesuitas de entonces lo señalaron, como tampoco al clima general lascasiano y luego neo-lascasiano de entonces. Lewis ha afirmado, en efecto, "que hubo una analogía considerable entre la práctica de los jesuitas y la teoría de Las Casas". El sonado experimento de las Misiones del Paraguay, según el P. Peramás -jesuita expulso que tuvo relaciones muy cercanas con el P. Viescas de quien tendremos que ocuparnos a propósito del milenarismo- había estado inspirado de modo directo en Las Leyes de Platón; a fines del siglo XIX, un estudioso alemán, E. Gottheim, sostuvo que el modelo seguido por los jesuitas fue el de la Ciudad del Sol de Campanella y recientemente, un investigador argentino, Rafael Esteban, ha afirmado que fue a Tomás Moro a quien siguieron los padres de la Compañía. Ese fuerte impulso utópico, dentro de los términos de un neo-lascasismo, se percibe en la obra apologética del P. Juan de Velasco y el modo cómo nos habla de la labor misional de la Compañía de Jesús11.

Todo esto impacta en una lectura de Nuestra América con caracteres propios. Roig, apoyado en el giro lingüístico, semiótico, discursivo, hablístico, palabrero que él mismo había ido configurando con toda pertinencia, lo señalaba sugestivamente:

Las extraordinarias tesis de León Pinelo se apoyan en una interesantísima semiótica. América ofrece signos que deben ser leídos. Nuestro mundo se convierte en un texto que no requiere intérpretes hábiles en la lectura alegórica ya que nos está hablando de modo directo, literal12.

Esta dimensión de literalidad resulta clave para estas lecturas. Jugando con los términos podríamos decir que habría que cuidarse de interpretar literalmente el término literal. Se trataba de una lectura literal muy cuidadosa y esmerada, en especial la propuesta por Lacunza. Roig destacaba esta dimensión en los siguientes términos:

El siglo XVIII dio sin embargo, la fórmula ilustrada de aquellos dos movimientos [jansenismo y regalismo]. Los reformadores, que provenían tanto del mundo eclesial como laico, partían todos de una exigencia de "purificación" de la vida religiosa, y a la vez de inserción de ésta dentro del proceso de cambios, en relación muy directa con las doctrinas económicas de la época. Las "sociedades de amigos del país", dentro de cuya mentalidad se encuentra plenamente Espejo, jugaron en todo esto importante papel. Aquella "purificación" se apoyaba en una exigencia de "regreso" a la Iglesia cristiana primitiva, en un recurrir a los Padres, en particular muy especialmente a San Agustín, como principal fuente de interpretación de los textos sagrados y en una metodología de lectura tanto del Testamento, como de los mismos Padres, de tipo "literal". El neoclasicismo habrá de influir en este movimiento en su enfrentamiento contra lo barroco, el culteranismo y el conceptismo que habían abusado de lo alegórico13.

Resulta inviable reproducir aquí el núcleo de la argumentación de Roig sobre el milenarismo de Lacunza. En todo caso, hay que remitirse al apartado "La cronía de la ucronía milenarista" en el trabajo a que hemos venido haciendo referencia. Allí lo central es la ubicación de dos ecuatorianos defensores de Lacunza como José de Valdivieso y Ramón Viescas, además de la dimensión ilustrada de Eugenio Espejo14. La cuestión se complica con los rasgos ilustrados que van asumiendo distintas variantes del pensamiento de esta época. El papel de Eugenio Espejo será destacado por Roig:

En contra de los dialécticos de la época que en su pasión por la lógica escolástica caían -como muchos de los positivistas lógicos de nuestros días- en una confusión entre pensar y método de pensar, Espejo afirmará que aquella función de síntesis -sin negar la necesidad de atender al problema del método- es obra del intelecto"15 

Es el mismo Espejo, que haría un registro de "hablas" y, entre ellas, detectaría: "... el "lenguaje de cavilar" propio de la escolástica..."16.

Queda claro en esta aproximación a una porción de sus investigaciones, la fuerza que la dimensión utópica como parte del saber conjetural ocupó en la obra del filósofo auroral Arturo Andrés Roig, justamente porque percibió y destacó que la historia está abierta hacia dimensiones proyectivas, anhelos, deseos, ideales, sueños diurnos. Este esfuerzo ha ido siempre acompañado, en su caso, de una reconstrucción sistemática de la Historia de las Ideas en la región, justamente para asimilarlas, alimentarse de esas tradiciones y poder avanzar de modo serio y pertinente17. En una muestra de lo que él mismo identificó como "discurso breve" -el cual requiere ser ampliamente reivindicado- Arturo sintetizó su posición utopista de manera magistral, condensando los tópicos indispensables de la reflexión actual. Conviene releerlo y retomarlo con todo rigor por su minuciosidad y pertinencia argumental y axiológica, la cual nos convida a compartirla18. Sus palabras atrapan y piden más reflexión, siempre más:

"… sucede que también la utopía puede expresarse en un discurso breve. Puede ser y, de hecho, lo ha sido siempre, más allá de las tentaciones literarias, lo que los griegos llamaron un brajys lógos, un "discurso breve", de corta duración. Muchos han sido los pensadores, filósofos y políticos, que tuvieron confianza en la virtud educadora de los aforismos, que de eso en verdad se trata […] los aforismos son precisamente "nudos semánticos"…"19

Se prolonga así, de modo consecuente, la dimensión conjetural ineludible del saber, del filosofar.

Cuernavaca, Morelos, México, 11 de enero 2013.

Notas

1. Agradezco a Adriana Arpini la gentil invitación para participar en este homenaje.

2. Vicuña Mackenna, B. Los girondinos chilenos, citado como epígrafe en Jalif de Bertranou, C. 2003, Francisco Bilbao y la experiencia libertaria de América. La propuesta de una filosofía americana. Mendoza: EDIUNC, p. 65. Cursivas mías.

3. Recupero a continuación citas y apuntes, elaborados hace ya algunos años, sobre algunos de los aportes de Arturo Andrés Roig a propósito de la interminable y apasionante investigación sobre la obra del jesuita chileno Manuel Lacunza a la que él me impulsara y en la que sigo todavía y seguiré quizá sin fin. "Y aquí debemos pedir que se nos permita entrar en un terreno en el que inevitablemente deberemos tocar historias personales compartidas. Y lo decimos así, porque la cuestión de la utopía es asunto que tanto a Horacio Cerutti como a mí nos viene acompañando desde hace ya mucho tiempo. En efecto, desde aquellos años ya lejanos, en que con asombro me topé en la vieja Biblioteca Pública de Mendoza, la Biblioteca San Martín, con un depósito notable de primeras ediciones de la célebre obra del Padre Lacunza y que pertenecieron, sin duda, a milenaristas mendocinos de los inicios del siglo XIX, sobre los cuales Horacio hizo su trabajo final de licenciatura [como ya creo haberlo señalado en alguna otra ocasión, no fue de licenciatura, sino posteriormente, lo que se denominaba como pretesis de doctorado]" (Arturo Andrés Roig, "Condición humana, derechos humanos y utopía" en: Horacio Cerutti-Guldberg y Rodrigo Páez Montalbán (coordinadores), América Latina: democracia, pensamiento y acción. Reflexiones de utopía. México, UNAM / Plaza y Valdés, 2003, p. 113). El mejor homenaje sería, como pretendemos con estas líneas, entusiasmar a jóvenes para continuar estas tareas. Lo que he podido adelantar figura en los siguientes trabajos: Ensayos de utopía (I y II). Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1989, 150 págs.; "Otros aportes teóricos para una relectura de la obra de Lacunza" en: Presagio y tópica del descubrimiento. México, UNAM, 1991, pp. 51-61.

4. Con mucha perspicacia lo señalaba oportunamente Adriana María Arpini: "... así como es posible hablar de una función utópica del discurso, es posible también, considerar una función apocalíptica" (Adriana María Arpini, Eugenio María de Hostos, un hacedor de libertad. Mendoza, EDIUNC, 2002, p. 121). "Todo discurso, considerado como sistema semántico, contiene o remite a una interpretación de la realidad. Cuando ésta es poco crítica tiende a nivelar las diferencias, choques y conflictos que se dan en el orden social y provee una visión unificada y concorde, incluso idílica de la realidad. La irrupción de hechos o situaciones históricas no previstas, pone en crisis esa interpretación y los códigos que la organizan. En tales casos surgen, con frecuencia, respuestas apocalípticas: su especificidad consiste en señalar los riesgos de la situación límite y presentar sólo una vía de "salvación" sobre la base de un razonamiento que, sin reconocer la parcialidad de sus premisas, presenta sus conclusiones como únicas verdaderas. Cualquier otra posibilidad es rechazada como caótica" (Ibidem, nota 17).

5. Arturo Andrés Roig, El humanismo ecuatoriano de la segunda mitad del siglo XVIII. Quito, Banco Central del Ecuador / Corporación Editora Nacional, 1984, T. I, pp. 207-208. Cabría examinar si estamos en presencia de milenarismo mesiánico en el siguiente caso mexicano: "En un pequeño poblado sonorense, Cabora, floreció hacia la década de los ochenta del siglo XIX una jovencita, Teresa Urrea, la que al sobrepasar la crisis de un ataque epiléptico fue tenida por resucitada. Ello le confirió un grado de santidad y la colocó al frente de un movimiento mesiánico que fue rápidamente seguido por muchos de los indios y blancos que vivían en los pueblos de las sierras que atraviesan Sonora y Chihuahua. El culto a la Santa de Cabora prendió por esos ámbitos norteños y se relacionó con Tomóchic cuando, después de una peregrinación de tomochitecos a Cabora, ella le dijo a uno de los barbones habitantes del pequeño poblado que "era igual a San José"" (p. XVI tomado del "Prólogo" de Álvaro Matute a Heriberto Frías, Tomóchic. México, Promexa Editores, 1979, pp. VII-XXVIII y 194 págs.-).

6. Roig, 1984, p. 211.

7. Arturo Andrés Roig, "Las "luces" en la ciudad agrícola" en: Mendoza en sus Letras y sus Ideas. Mendoza, Ediciones Culturales, 1996, pp. 45-46. Versión original en: La filosofía de las luces en la Ciudad Agrícola. Páginas para la Historia de las Ideas argentinas. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1968, p. 25.

8. Arturo Andrés Roig, "Etapas y desarrollo del pensamiento utópico sudamericano (1492-1880)" en: El pensamiento latinoamericano y su aventura. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1994, T. II, p. 179. Conviene acudir aquí al pertinente estudio de Elsa Cecilia Frost (1929-2005) y a una nota sugestiva: "Debo advertir que […] no estoy ya de acuerdo con el uso del término "milenarismo" para caracterizar la visión franciscana de la historia" (La historia de Dios en las Indias. Visión franciscana del Nuevo Mundo. México, Tusquets editores, 2002, p. 264, nota 458).

9. Roig, 1994,  p. 53. Es sugerente, para el caso mexicano, la novela de Pablo Soler Frost, 1767. México, Joaquín Mortiz, 2004, 204 págs.

10. Arturo Andrés Roig, "La experiencia iberoamericana de lo utópico y las primeras formulaciones de una "utopía para sí"" en: Revista de Historia de las Ideas. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana y PUCE, segunda época, nº 3, 1982, pp. 64-65, énfasis en el original. Conviene consultar el texto referido en nota a pie de página por el mismo Roig de Ma. Giovanna Tomsich, El jansenismo en España. Estudio sobre ideas religiosas en la segunda mitad del siglo XVIII. Madrid, Siglo XXI, 1972, 207 págs.-

11. Arturo Andrés Roig, "El discurso utópico y sus formas en la historia intelectual ecuatoriana", estudio introductorio a Arturo Andrés Roig (Estudio Introductorio y Selección), La utopía en el Ecuador. (Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, XXVI). Quito, Banco Central del Ecuador / Corporación Editora Nacional, 1987, p. 63.

12. Ibidem, p. 66. Sobre Antonio de León Pinelo, cf. el excelente estudio de Alan Pisconte Quispe, "El tópico providencialista en la construcción de discursos sobre identidad y nación El Paraíso en el Nuevo Mundo (1650)" en: José Carlos Ballón Vargas (editor y coordinador), La complicada historia del pensamiento filosófico peruano Siglos XVII y XVIII (selección de textos, notas y estudios). Lima, Perú, Universidad Científica del Sur / UNMSM, 2011, T. II, pp. 491-546.

13. Ibidem, p. 69.

14. Ibidem, pp. 75-78 y referencias en notas. Roig incluye en La Utopía en el Ecuador… la "Carta apologética de defensa de la obra de Juan Josafat Ben-Ezra (fines del siglo XVIII)", pp. 253-291. Éste era, por cierto, el pseudónimo de Lacunza.

15. Roig, 1984, T. II, p. 161. Cf. también Arturo Andrés Roig, La "Sociedad Patriótica de Amigos del País" de Quito. Ecuador, Universidad Estatal de Bolívar, 1996, 80 págs. y "La Filosofía de la Ilustración en argentina. Etapas y corrientes", Sobretiro de Numen. Puebla, México, año I, n° 5, mayo-junio 1969, pp. 93.

16. Roig, 1984, T. II, p. 180.

17. Muy sugerente resulta la forma en que ha examinado algunas de estas dimensiones Gerardo Oviedo, "Acerca de "lo-no-necesariamente-imposible" y el "lugar" de su "no-lugar". La temporalidad abierta de la función antropológico-trascendental del discurso utópico en la filosofía de Arturo Andrés Roig", 2011, 22 págs., gentileza del autor.

18. "¿Cuál es la integración que queremos? A propósito de la utopía de la integración regional y sus perspectivas" (Discurso pronunciado en el acto inaugural del IV Seminario argentino-chileno de historia y de relaciones internacionales. Mendoza, 5 de octubre del 2000) en: Revista de Estudios Trasandinos. Santiago de Chile, Revista de la Asociación Argentino Chilena de Estudios Históricos e Integración Cultural, UNCuyo / Universidad del Comahue / Universidad Nacional de San Juan / Universidad del Congreso / Convenio Andrés Bello, ler. semestre 2001, n° 5, pp. 429-434.

19. Ibídem, pp. 431-432, cursivas en el original.

Bibliografía

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