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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.14 no.2 Mendoza Dec. 2012

 

ARTÍCULOS

El cuerpo como lugar de la utopía1

The body as a place of utopia

 

Mariela Cecilia Avila

CONICYT/ PUCV/ Paris VIII /UPLA

 


Resumen

A partir de la consideración de la utopía como un ejercicio crítico de la realidad instituida, nos preguntamos por una posible relación entre el cuerpo y la utopía. Para llevar a cabo esta reflexión, hacemos uso de los trabajos de Arturo Andrés Roig en torno a la utopía y a sus funciones, lo que nos permitirá ver el rendimiento político que esta categoría tiene en Latinoamérica. Así, desde el análisis del discurso utópico que desarrolla Roig, buscamos mostrar el papel de la dimensión corporal como portavoz de las demandas y de las reivindicaciones en un acontecimiento particular: las protestas Mapuche que tuvieron lugar en el territorio chileno en el año 2011.

Palabras clave: Utopía; Cuerpo; Arturo Andrés Roig; Comunidad Mapuche; Filosofía práctica.

Abstract

From the consideration of utopia as a critical exercise on instituted reality, we wonder about the possible relationship between the body and utopia. To carry out this analysis, we make use of Arturo Andrés Roig's works concerning to utopia and its functions, allowing us to see the political performance that this category has in Latin America. Thereby, from the analysis of the utopical discourse that Roig develops, we seek to show the role of the corporal dimension as an expression of the claims and demands in a particular event: the Mapuche's protest in Chile in 2011.

Key words: Utopia; Body; Arturo Andrés Roig; Mapuche community; Practic Philosophy.


 

Introducción

En principio, creemos que es importante abordar la categoría de utopía en el pensamiento latinoamericano no sólo desde una perspectiva histórica, sino también a partir del evidente rendimiento político que actualmente tiene esta noción en nuestras tierras. Creemos a su vez, que la utopía sigue siendo una categoría que interpela al pensar, siempre en relación a una praxis que se encuentra arraigada en nuestras condiciones históricas de existencia. La utopía es entonces, un espacio en el que se ponen en juego pensamiento, política, acción y contingencia. Desde esta perspectiva encaramos un posible análisis de la relación que se establece entre el cuerpo y la utopía, entre un cuerpo que se abre y pone en evidencia los rastros del ejercicio de un pensar que cuestiona el presente, y una praxis utópica que muestra que la realidad siempre puede ser distinta.

Así, la idea inicial es la de vislumbrar el cuerpo como un espacio, es decir, como un lugar transido y atravesado por prácticas y discursos, lo que nos permite a su vez, pensarlo como el ámbito en el que anida una función crítica. Sin embargo, nuestra intención no es la de indagar sobre la mera crítica, sino sobre una crítica que se hace cuerpo y que trata de construir una realidad distinta. Es en este sentido, justamente, que hablamos del cuerpo como un lugar para la utopía.

Desde esta perspectiva, centramos nuestra atención en un acontecimiento particular: las protestas Mapuche que tuvieron lugar en el territorio chileno durante la primera mitad del año 2011. De este modo, a partir del caso Mapuche, es posible vislumbrar una utopía que se hace carne y que habita en un cuerpo que se expone para evidenciar una realidad conflictiva, que busca ser cambiada.

I-

El filósofo mendocino Arturo Andrés Roig es uno de los pensadores que ha abordado con mayor profundidad el problema de la utopía en nuestra América. Nos atrevemos a hablar de la utopía como un problema, ya que la función que ella desempeña se encuentra latente en nuestras tierras desde sus inicios hasta nuestros días, y sigue generando un evidente rendimiento político.

En efecto, y haciendo un breve recorrido histórico, podemos decir que desde el descubrimiento de América, la utopía ha jugado un papel clave en el imaginario y en la imagen de este nuevo continente: bien conocidas son las utopías de la conquista, que catalogan a América como el paraíso en la tierra. Con el correr de los años y a partir de las modificaciones sociales, políticas y económicas, las utopías han ido cambiando, pues abordan la realidad desde las diversas necesidades teóricas y prácticas que van emergiendo. De esta manera, el ejercicio utópico no cumple ya una función sólo para quien ve en América, desde fuera, la posibilidad de otro-lugar, sino que es el sujeto de estas tierras inserto en una compleja trama histórico-política, el que encarna el derecho de una utopía para sí.

El pensador uruguayo Fernando Aínsa, en su trabajo Necesidad de la Utopía (Aínsa, F. 1989), determina ciertas etapas para poder analizar el devenir histórico de la utopía en Latinoamérica. En su trabajo habla de pulsaciones de utopías en el encuentro y el descubrimiento, de las sociedades ideales perseguidas en la conquista y colonización, del comienzo de las utopías para sí que surgen en el periodo de la Independencia, de los nuevos espacios a conquistar que se impregnan de utopía en el periodo de consolidación de los Estados-nación y, finalmente, del derecho de nuestra utopía de la época contemporánea.

Ahora bien, a fin de comprender el modo en que la utopía se ha arraigado en América Latina, es necesario analizar su función, es decir, el papel que la utopía desempeña en el discurso y su rendimiento práctico. Para llevar a cabo esta tarea, como hemos indicado, acudimos al pensamiento de Arturo Andrés Roig, quien prefiere hablar de función utópica en vez de utopía, y explica esto de la siguiente manera:

"Debemos partir siempre, es cierto, de aquel desplazamiento según el cual posee mayor significación y peso la función utópica que las utopías, y de que hay un sujeto cultural al que, atendiendo a grados y modos, se le puede atribuir el ejercicio de dicha función" (Roig, A. 1987, 23).

Es posible ver entonces que Roig habla de función utópica a partir del análisis de la utopía como un hecho del lenguaje. Esto lleva a considerar la utopía como un discurso inserto en un universo discursivo más amplio, que abarca la totalidad de los discursos de una comunidad determinada, y que hace patente el nivel de complejidad presente en la trama de las relaciones humanas de dicha comunidad. Según Cerutti Guldberg, es posible afirmar sin reservas que el lugar de la utopía en la obra de Roig está ubicado en el giro lingüístico (Cerutti Guldberg, H. 2009, 120).

Este análisis de la función utópica como discurso, nos conduce a considerar el papel que juega el individuo que lleva a cabo dicha función: se trata de un sujeto de cultura, situado histórica, social y axiológicamente, y con capacidad de análisis crítico. Este sujeto está inserto en un mundo de lenguaje, al que Roig caracteriza como un elemento no sólo analizable desde sus estructuras formales, sino que engloba una realidad espiritual y material: "De esta manera, es el lenguaje (...) un "reflejo" que contiene de manera mediatizada la realidad social misma" (Roig, A. 1987, 25).

Sin embargo, este universo discursivo no puede ni debe ser analizado desde una totalidad, puesto que representa una realidad social conflictiva que no es unívoca, sino que por el contrario, es expresión de discursos diversos e incluso opuestos. En este sentido, el discurso hace patente una dialecticidad reflejo de la realidad, que se mueve en los registros de la teoría o la praxis. Es decir, por un lado estamos en presencia de una dialéctica discursiva que circula en el ámbito del lenguaje, y que selecciona con cierta parcialidad los "universales ideológicos". Mientras que por el otro lado la dialéctica real, que también parte del lenguaje, se centra en los hechos y se ocupa de deconstruir los universales ideológicos cimentados por la dialéctica discursiva, lo que hace entrar a la dialéctica discursiva en el ámbito de la contradicción. De esta manera, la dialéctica real es el plano considerado como la meta a la que el sujeto tiende a acercarse. No obstante, sólo podrá tener dicho acercamiento a partir de la praxis, es decir, a partir de un ejercicio de decodificación que cuestione los discursos vigentes instaurados por la dialéctica discursiva. En este sentido, Roig dice que la función de decodificación es

"Entendida como el desmontaje de códigos que suponen formas de clausura del proceso de irrupción histórica, es un acto espontáneo dado en todos los niveles de la vida social y los niveles técnicos a los cuales puede llegar son posibles gracias a esa espontaneidad, fundamento de posibilidad de todo discurso crítico" (Roig, A. 1987, 29).

Esta dialecticidad textual al interior del universo discursivo que se apoya en la vida cotidiana, puede ser percibida a un nivel axiológico positivo o negativo, es decir, de manera positiva o negativa. De este modo, la percepción de la vida cotidiana como negativa es la que permite poner en ejercicio la función crítica de la utopía. Para llegar a este análisis, Roig explica con detenimiento las diversas funciones posibles al interior del universo discursivo, que sólo serán nombradas en esta ocasión: función de simbolización, de comunicación, de religazón, de fundamentación y de evasión. En esta última centraremos nuestra atención. Con la expresión de "evasión" en vez de aludir a la falta de compromiso, Roig pone el acento en:

"... señalar esa ansia de frontera, periferia, margen o simplemente de más allá respecto de todas las formas opresivas que muestra la cotidianidad de determinados grupos sociales dentro de una comunidad." (Roig, A. 1987, 31)

De este modo, es al interior del universo discursivo -a partir de la decodificación de su juego dialéctico y de la función de evasión-, que se generan los discursos utópicos. En este punto es necesario remarcar que para Roig todas las funciones tienen un papel político, es decir, una dimensión política que se introduce en el universo discursivo y desde allí atraviesa todos los discursos. El discurso utópico no es la excepción, por lo que es un discurso político, que a través de la función de evasión busca ampliar su horizonte con el ejercicio de la función crítica. Por cierto, la función crítica se despliega sobre un discurso mítico, que tiene un cúmulo de valores axiológicos determinados. Ahora bien, el discurso mítico, tal como aclara Cerutti Guldberg, tiene la forma de una temporalidad cerrada al contrario de la utopía, cuya temporalidad es abierta hacia el futuro. En este sentido, cabe aclarar que no sólo el mito puede caer en la deshistorización, ya que hay discursos utópicos, filosóficos y científicos que también presentan una temporalidad cíclica. Sin embargo, para ejercer una función de deshistorización o de historización, es necesario estar dentro de la historicidad.

De esta manera, es posible ver que el discurso utópico es un discurso historizado, que cumple una función misiva, es decir, comunicativa y que como tal, posee intrafunciones. En palabras de Cerutti Guldberg: "La dimensión misiva del discurrir utópico haría posible el examen de lo utópico atendiendo (...) a las funciones del lenguaje. Y, a su vez, el discurso utópico tendría sus intra o sub funciones, también denominadas escuetamente funciones" (Cerutti Guldberg, H. 2009, 123).

En principio, Roig señala tres funciones de la utopía: la función crítico-reguladora, la función liberadora del determinismo legal y la función anticipadora de futuro. Luego añade una cuarta, la función de ruptura de la temporalidad mítica. En este trabajo, analizaremos sólo las dos primeras.

 

II-

Entonces, en la presente investigación nos abocaremos al análisis de dos de las funciones utópicas, a saber: la función crítico-reguladora y la función liberadora del determinismo legal. Aclara Roig que lo crítico -al igual que lo político y lo histórico- se encuentran en la totalidad del universo discursivo, ya que atraviesa cada discurso posible. En este sentido, la función crítica se constituye como la denuncia y la expresión de la compleja conflictividad social.

Si bien no es posible equiparar la crítica filosófica con la crítica utópica, tampoco es posible establecer como elemento de diferencia el rendimiento lógico formal de la crítica filosófica en detrimento de la crítica utópica, lo que restaría a esta última su carácter político o social. Lo lógico de la función utópica se encuentra presente en el a priori antropológico como nivel originario de la crítica. En palabras de Roig:

"Lo crítico que se manifiesta en el discurso utópico (...) corresponde a aquel nivel originario de la criticidad que hemos mencionado y su poder regulador lo es respecto del ejercicio mismo del a priori antropológico." (Roig, A. 1987, 39)

La base de todo discurso crítico es el conflicto social, y sobre todo, la desigualdad social. La función crítica es posible gracias a un sujeto que se considera a sí mismo como digno y valioso, y que desde el presente encarna un proyecto constructivo futuro. La posibilidad de pensarse a sí mismo como diverso y valioso es una capacidad de la condición humana que a su vez, a partir de la categoría de contingencia, hace viable la posibilidad de conflicto.

Por su parte, la función liberadora del determinismo legal se aboca a liberar, justamente, el determinismo. Su lucha es contra una episteme que crea conceptos atravesados por la categoría de verdad. En efecto, el concebir la historia como una temporalidad abierta presenta la posibilidad de pensar otra realidad, que no sea mera repetición ad infinitum de lo establecido.

Al respecto Cerutti Guldberg dice: "En cuanto a la liberadora del determinismo legal, quizá la expresión más clara de su alcance la colocó Roig en palabras de José Martí: La ley mata. ¿Quién mata a la ley?" (Cerutti Guldberg, H. 2009, 128). La función liberadora del determinismo legal, tiene entonces por tarea quebrar esa temporalidad mítica cerrada que encarna el Estado, cuya pretensión es la de continuar en el futuro con las características de un presente determinado desde todos sus ángulos, dejando de lado la emergencia y el conflicto social. En este sentido, para quebrar esa circularidad axiológica que se busca perpetuar, es necesaria la irrupción de la contingencia es decir, la emergencia de lo nuevo. Precisamente, es a partir de la ruptura de las totalidades objetivas, que se da la posibilidad de decodificar el discurso oficial a partir de lo cotidiano. Desde esta perspectiva, es posible pensar junto a Fernando Aínsa (Aínsa, F. 2003) el carácter emancipador de la utopía que pone en cuestión el orden dado, y posibilita imaginar un futuro diferente como real.

Según Eduardo Colombo, el mito es el lenguaje del Estado y la utopía, su enemiga, ya que través de la crítica se opone a lo instituido y presenta la posibilidad de pensar una realidad distinta: "La realidad establecida está toda entera contenida en el espacio de representación del Estado. Y el Estado, en la estructura de lo político, es vivido como la actualización constante del origen legítimo e intangible de la dominación: el mito es su lenguaje" (Colombo, E. 1989, 185).

La utopía presenta entonces otra posibilidad, una alternativa al orden legitimado, a partir de la crítica radical de sus valores y estructura. De esta manera, la posibilidad de protesta y de rebelión se hace presentes cuando se pone en entredicho el discurso oficial desde otro discurso, que se presenta como una emergencia de cambio ante lo instituido.

III-

Ante este panorama y a partir de estos insumos teóricos, nos preguntamos por las actuales protestas del Pueblo Mapuche, que a partir de su palabra pero también de su acción, buscan quebrar el determinismo legal del Estado chileno. Desde una moralidad de la protesta (Roig, A. 2002), la Comunidad Mapuche ha desarrollado una serie de insurrecciones que buscan poner en entredicho la legalidad establecida por el Estado. Entre sus demandas -y a la que nos abocaremos en esta ocasión- se encuentra la derogación de la Ley Antiterrorista 18.314, que hoy juzga a parte del pueblo Mapuche como criminales de guerra. Esta ley del año 1984, promulgada durante el gobierno del dictador Augusto Pinochet, tenía como fin perseguir a los opositores de su gobierno dictatorial -y que puede hasta triplicar las penas-, se encuentra aún hoy vigente. No es un dato menor el hecho de que quienes caen bajo su peso, no sólo son juzgados por un tribunal civil, sino también por una corte militar.

Esta ley creada en un período dictatorial, se mantiene aún hoy en un país en democracia y sirve para juzgar a aquellos individuos considerados enemigos del orden vigente. Es decir, que la Ley Antiterrorista que durante la dictadura juzgaba a comunistas, ahora juzga al Pueblo Mapuche. Es posible ver entonces que el discurso oficial contra los enemigos del pueblo se ha perpetuado y oficializado bajo diferentes formas de gobierno, y sobre todo, con diferentes enemigos del orden vigente.

El Estado ha instaurado un discurso oficial determinado axiológicamente en el que los enemigos del orden deben ser considerados terroristas y juzgados como tales. Este discurso ha tomado forma legal, pues se ha convertido en ley. A través del mito de la necesidad de salvaguardar a la patria de sus enemigos, se apela a una legalidad que podríamos considerar como un significante vacío, pues ordena la ley, pero en última instancia está vacía y puede ser llenada con cualquier elemento. Es decir, que cualquiera puede ocupar el lugar de enemigo del orden dentro de la trama social: ayer comunistas, hoy mapuches, mañana estudiantes, el peso de la ley puede caer sobre cualquier grupo de personas consideradas enemigas del orden. En este sentido, Colombo dice: "El Estado moderno lleva a su término el proceso de autonomización de la instancia política e introduce en la totalidad del tejido social la determinación semántica impuesta por las estructuras de la dominación: toda relación social en una sociedad de forma estatal, es, en último recurso una relación de orden (comando) y obediencia, de dominante a dominado" (Colombo, E. 1989, 185).

La función liberadora del determinismo legal se aboca a liberar, justamente, el determinismo. Su lucha es contra una episteme que crea conceptos atravesados por la categoría de verdad. El hecho de concebir la historia como una temporalidad abierta, presenta la posibilidad de pensar otra realidad que no sea mera repetición ad infinitum de lo establecido. Entonces la utopía, a través de su función de ruptura del determinismo legal, busca quebrar la estructura semántica de la dominación. Del mismo modo, el pueblo Mapuche busca romper la relación de orden amparada en la ley que los convierte en elementos indeseables de la trama social. Este análisis crítico es posible gracias a una perspectiva histórica, que desde el presente mira al pasado y procura un futuro mejor. En efecto, la visión lineal del tiempo busca romper con la circularidad axiológica y de orden que impone el aparato estatal.

El discurso Mapuche es claro, la huelga de hambre que lleva más de 80 días, y que ha provocado daños irreversibles en los cuatro comuneros que la llevan a cabo, pide la derogación del la Ley Antiterrorista. El pueblo Mapuche pide que el sistema legal los juzgue como a ciudadanos comunes y no como a enemigos terroristas de la Patria. Su demanda se centra en la no aplicación de esta ley.

Es sabido que el pueblo Mapuche lleva años con sus luchas, sus textos y sus demandas hechas palabra, que han constituido en un hito de la historia reciente chilena. Sin embargo, llega un punto ante la falta de respuesta en que su discurso se hace más que palabra y entra en el dominio de la praxis, una praxis del cuerpo. 

El día 3 de junio del 2011, la Corte Suprema de Chile validó una vez más la Ley Antiterrorista, por lo que los comuneros ratifican la continuidad de la huelga de hambre. Sin embargo, el Poder Judicial busca interponer una demanda en la que los Mapuche sean alimentados por vía intravenosa quebrantando de esta manera, su derecho a huelga. Ante esto, la vocera de los comuneros levanta la voz, y alude a que frente a esta situación en la que las palabras ya no son oídas, lo único que les queda para expresarse es su cuerpo. La huelga ha llegado a un punto en que la palabra y el discurso no tienen el peso suficiente, lo único que aún pertenece a los comuneros y que les permite expresar sus demandas -que también pretende ser administrado por el Estado- es su cuerpo. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué sucede cuando la función utópica anida en el cuerpo? ¿Qué rendimiento crítico y político tiene una utopía que se exilia del lenguaje para hacerse carne en el cuerpo?

En un trabajo del año 1966, Foucault dice al referirse a la relación entre el cuerpo y la utopía: "Todas esas utopías por las cuales esquivaba mi cuerpo, simplemente tenían su modelo y su punto primero de aplicación, tenían su lugar de origen en mi propio cuerpo (...) En todo caso, una cosa es segura, y es que el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías" (Foucault, M. 2009, 12-13).

De este modo, para Foucault el lugar de donde emanan todas las utopías es el cuerpo, el propio cuerpo alrededor del cual se dispone el mundo. Del cuerpo irradian las utopías, los anhelos, las críticas, los deseos. El cuerpo es entonces el lugar del que surgen las utopías, pero también el lugar en que la utopía puede ser función, pues el cuerpo se puede convertir en la expresión de una crítica. Entonces, desde esta perspectiva, el cuerpo oficia como un texto, ya que cada cicatriz, cada pliegue, cada marca es una narración, es una forma de lenguaje. El cuerpo habla, pero no sólo por la boca, sino que emana lenguaje, es el portador de una narratividad inscrita en su superficie.

Pero ¿qué ocurre cuando el cuerpo es vejado como símbolo de protesta, cuando es hambreado, cortado, lastimado? ¿Cuál es la textualidad que transmite ese cuerpo flagelado? En el caso Mapuche la protesta se hace carne y expresa una antigua crítica social, que ya no basta con ponerla en palabras pues no es escuchada. Por esto se hace necesario sacrificar lo más preciado, lo más protegido para que la demanda emerja. Sobre el cuerpo dice Foucault: "Cuerpo incomprensible, cuerpo penetrable, y opaco, cuerpo abierto y cerrado: cuerpo utópico" (Foucault, M. 2009, 11).

Sin embargo, no se debe pensar que el flagelo recae sobre el cuerpo porque es un espacio despreciado, por el contrario, el sujeto que ofrece su cuerpo como portador de una praxis utópica sabe el valor que éste tiene, sabe su carga real y simbólica y por lo mismo, lo utiliza como portavoz de su demanda. Ese cuerpo abierto y cerrado, al decir de Foucault, se convierte en función utópica, ya que narra la conflictividad social hecha carne y porta en sí la posibilidad de un futuro diferente. La utopía en tanto acontecimiento, es un quiebre en la linealidad del tiempo signado por la contingencia. De este modo, la compleja trama social y política de una comunidad emerge conflictivamente en la utopía.

En el caso de la comunidad Mapuche, sus demandas pueden ser consideradas una utopía para sí, es decir, una utopía que surge de las venas de Latinoamérica para quedar en estas tierras. La demanda Mapuche pone en entredicho el frágil equilibrio de un Estado que ha tratado de absorber una cultura autóctona imponiendo sus categorías. La ley Antiterrorista manifiesta el trato diferenciado que recibe el Pueblo Mapuche, y la manera en que sus habitantes son considerados elementos indeseables que alteran el orden social del Estado.

Surge de este modo un estado de excepción (Agamben, G. 2007), que incluye al Mapuche a través de su exclusión, pues le son negados sus derechos de ser juzgado como ciudadano común. Esto establece una cesura en el cuerpo del Estado, y se incluye al Mapuche mediante la categoría de enemigo, lo que habilita a juzgarlo con una Ley Antiterrorista. Así, este cuerpo mapuche encarna un racismo de estado (Foucault, M. 2000) que lleva a la protesta hasta sus últimas consecuencias, hasta su extremo más natural, es decir, hasta el límite entre la vida y la muerte. De esta manera, el cuerpo acoge una utopía crítica que lucha contra la desigualdad que impone el Estado.

Desde esta perspectiva, la función crítico-reguladora se hace patente en el caso de la huelga Mapuche a partir de la decodificación que ésta busca instalar al interior de un universo discursivo circular que impone el lenguaje del Estado, y que respalda una estructura axiológica funcional a este último. En efecto, la demanda Mapuche cuestiona este universo axiológico recalando en su parte más honda al poner en evidencia la fragilidad del cuerpo y de la vida de aquellos individuos considerados ajenos a la estructura social. Esta acción textual, que podríamos calificar como fruto de una moral de la emergencia, hace patente un antiguo conflicto existente en la compleja trama de las relaciones del pueblo chileno. El gesto político de poner el cuerpo está impregnado de utopía, y puede bien ser considerado como una praxis de sujetos que se consideran a sí mismos valiosos y que por lo tanto, ponen en juego su propia vida en demanda de un cambio futuro en la estructura social.

Por su parte la función liberadora del determinismo legal, puede verse en la demanda del Pueblo Mapuche que intenta quebrar una episteme que ha puesto en circulación un concepto que se ha tomado como verdadero dentro de la organización de discursos del Estado. La demanda Mapuche busca poner en entredicho la categorización que se hace sobre algunos integrantes de su etnia como terroristas del Estado chileno. A partir de la huelga de hambre se intenta dar por tierra con la estigmatización que recae sobre los Mapuche, y cuestionar el orden vigente que es respaldado por un Estado que no juzga a todos sus integrantes de la misma manera, pues algunos de ellos deben ser juzgados por un tribunal civil y otros por un tribunal militar ante los mismos supuestos delitos.

Conclusión

En el caso Mapuche, quizá más que en otros, puede verse con claridad el alcance de la afirmación de Martí: La ley mata. ¿Quién mata la ley? (Cerutti Guldberg, H. 2009, 128).La demanda de este pueblo hecha cuerpo busca, en cierta medida, matar la ley, es decir, modificar una legalidad instaurada por un estado de excepción que literalmente, mata a su pueblo. El lugar para esa utopía es un cuerpo exceptuado que lucha contra las epistemes de un gigante llamado Estado.

De esta manera, es posible vislumbrar el fuerte componente utópico presente en las demandas mapuches, que buscan articular lo particular con lo universal a partir de una moral de la emergencia. Desde esta perspectiva es que intentamos mostrar que, efectivamente, el cuerpo es un lugar para la utopía.

Es necesario remarcar que el día 10 de junio de 2011, luego de 86 días, se pone fin a la huelga de hambre Mapuche. A partir de una medida de protección del Estado chileno, se separa a los cuatro comuneros en distintos hospitales, lo que debilita aún más el frágil estado de estos hombres. Esta situación y la corroboración de la continuidad en vigencia de la Ley Antiterrorista, los lleva a terminar con su huelga de hambre. De esta manera y en este caso, es posible leer la praxis utópica en el fin de la huelga, ya que la praxis utópica es una tendencia hacia el futuro que no necesariamente se resuelve en el presente.

Entonces, y para concluir, sostenemos la posibilidad de pensar el cuerpo como un lugar para la utopía, como un cuerpo-texto que hace carne las funciones utópicas, y que se abre para expresar las demandas e injusticias del Estado. La huelga Mapuche no ha sido en vano, demuestra una vez más que el pueblo tiene voz, que sus luchas son válidas y que se sigue ansiando un futuro distinto. Creemos profundamente que a partir de la utopía presente se anticipa el futuro, y que la moral emergente sigue actuando desde lo cotidiano para construir otra realidad. Para finalizar, y junto a Colombo sostenemos, "Pero, aún indiferente o descreído, en el cotidiano del oscuro pueblo, bullen ilusiones y esperanzas, la utopía trabaja el presente, el futuro está abierto a la acción humana" (Colombo, E. 1989, 185).

Notas

1.  Texto realizado en el marco del proyecto de Investigación de la Universidad de Playa Ancha HUMI 02-12. Una primera versión fue presentada en el Coloquio Internacional El cuerpo en sus variaciones. Santiago de Chile, mayo 2012.

Bibliografía

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