SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.14 número2Leopoldo Lugones y José Ingenieros: su homenaje a Domingo Faustino Sarmiento en el primer centenario de su nacimiento (1911)La dialéctica apolíneo-dionisíaco en la interpretación de la poesía negrista de Nicolás Guillén como caso atípico de literatura heterogénea índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.14 no.2 Mendoza dic. 2012

 

ARTÍCULOS

Aquellos años 30: Nosotros en la encrucijada intelectual y política

«Nosotros» at the intellectual and political crossroads of the 30's

 

Clara Alicia Jalif de Bertranou

Universidad Nacional de Cuyo - CONICET

 


Resumen

Se analiza la revista Nosotros (1907-1943) en la década de 1930. Dentro de su variedad de temas, el eje de la investigación rastrea las contribuciones de autores nacionales que cuestionaron la propia identidad argentina. Dentro del período se estudian las opiniones que, como respuestas, aparecieron ante los artículos de Ortega y Gasset referidos "al hombre a la defensiva" y a "la pampa, promesas"; la discusión sobre el rol de los intelectuales; los interrogantes sobre una supuesta "nueva generación"; las tipologías de un imaginario "ser argentino"; el vínculo entre arte y política, como la función del deporte. Igualmente el artículo recoge las reflexiones suscitadas por las diferentes encuestas lanzadas por la Revista; el suicidio de Lugones, y aquellos aspectos que nos acercan a miradas en busca de un sí mismos, donde los protagonistas se debatían en la encrucijada intelectual y política, tal como aparecieron en esta emblemática publicación.

Palabras clave: Nosotros; Años ‘30; El sí mismo; Intelectuales; Política.

Abstract

This article analyses the Journal Nosotros (1907-1943) during the 1930's. The main focus of the research is to identify the contributions by national authors that questioned the Argentinean identity. In particular, this study explores the opinions that were published in response to articles from Ortega y Gasset about "el hombre a la defensiva" and "la pampa, promesas"; discussions on the role of intellectuals; inquiries about a supposed "new generation"; the typologies of an imaginary "Argentinean being"; the links between art and politics; and the role of sports. The article also discusses the ideas raised by different surveys launched by the Journal; the suicide of Lugones, and views on the search of the self, in which the protagonists debated the intellectual and political crossroads that were presented by Nosotros.

Key words: Nosotros; The 30's; The Self; Intellectuals; Politics.


 

Nosotros siempre renovada, siempre igual y distinta, siempre al servicio de la cultura argentina: tal es el programa inicial, cumplido sin traicionarlo, tal el programa de hoy, dispuestos a ofrecerla sin miedo como campo de batalla para las ideas sociales y filosóficas y tendencias estéticas encontradas.

Roberto Giusti1 

Breves notas sobre el contexto nacional e internacional

Como bien se recordará, los años 30 se inician en la Argentina con un golpe de Estado el 6 de setiembre de 1930, que puso fin a un gobierno democráticamente elegido. Nosotros -desde su dirección- adhirió a la aplicación de la Ley Sáenz Peña que establecía el voto "universal" (masculino), secreto y obligatorio para democratizar el país después de años de corrupción y fraudes electorales, pero sin embargo mantuvo una actitud crítica y de franco rechazo por el gobierno surgido de aquellas elecciones en 1916 con Hipólito Yrigoyen. Esa tesitura la mantuvo en los años sucesivos cuando el viejo caudillo llegó a su segundo mandato. El socialismo al que adscribían los directores de la Revista simpatizó con aquel golpe de Estado, pues se trataba de una democracia que veían débil y poco apta, producto de una burguesía sin un programa de principios con los cuales llevar adelante las reformas que los nuevos tiempos pedían después del fin de la I Guerra Mundial. El contexto nacional e internacional requería un nuevo orden con reformas más profundas que las que una simple democracia podía brindar, según la posición asumida por la dirección de la Revista. La situación de crisis interna, con los grupos nacionalistas al acecho y en consuno con el gobierno militar, sumado al creciente nazismo y al fascismo, significaron el ascenso de las derechas, creando un cuadro de extrema complejidad. La llamada "Década Infame" dejaría en la memoria -y en la realidad- la etapa nefasta de la primera mitad del siglo XX en el escenario político y económico nacional.

Los socialistas independientes y, como en general los grupos socialistas vernáculos, tuvieron una militancia difícil de explicar, pero dentro de los primeros debe situarse el nombre de Roberto Giusti, como el de muchos escritores -que fueron militantes- dentro de la Revista Nosotrosen la línea de Antonio de Tomaso (1889-1933), adversario de Yrigoyen. Apoyaron al oficialismo bajo Agustín P. Justo y este socialista fue, precisamente, ministro de agricultura del régimen hasta su muerte, en 1933, un mes después del fallecimiento del líder radical. Muy pronto el acontecer, con predominio conservador, los fagocitaría. Horacio Sanguinetti los juzga así:

Los socialistas independientes fueron ‘el pavo de la boda' de la concordancia fraudulenta. Como entidad real ya no existían. Algunos se entregaban al conservadorismo, otros apuntaban hacia el fascismo, los más se retiraban a la vida privada o, a lo sumo, gestionaban algún cargo judicial para cuando concluyeran los mandatos en la Cámara (Sanguinetti, H. 1981, 253).

Visiones sobre la Argentina desde autores nacionales en la primera etapa de "Nosotros"

Bien es conocido que el ensayo de interpretación nacional tenía larga historia en la literatura, producida por polígrafos de fuerte presencia en el escenario intelectual durante todo el siglo XIX. Si Facundo marcó un hito decisivo, otros lo intentaron desde el marco conceptual aportado por el positivismo durante el mismo siglo. Casos paradigmáticos resultaron ser los de Francisco Ramos Mejía con su obra póstuma Historia de la evolución argentina (escrita treinta años antes de su publicación en 1921, pero comenzada a escribir en 1875, aunque había quedado trunca en su redacción); Carlos Octavio Bunge con Nuestra América; José María Ramos Mejía con sus libros La neurosis de los hombres célebres y Las multitudes argentinas; o Agustín Álvarez con South America. Menciones escasas de un inventario que llenaría páginas y páginas. Intenciones, propósitos y libros que abarcaron un espectro de indagación con una visión autocentrada, donde el biologismo social produjo resultados que apuntaban a una visión de discontinuidad con un pasado reconsiderado a la luz de un magisterio con claro sentido aleccionador, que puede interpretarse en términos de "regeneración", pero con el propósito de marcar una cisura en esta América que se les aparecía tan defectuosa y degradada.

Si bien los ensayos de interpretación nacional siguieron su curso dentro de las primeras décadas del siglo XX, ciertamente en otro tipo de registros, nuestro propósito en este caso es analizar lo que, en medio de tantas revistas que surgieron, hallamos en Nosotros como publicación prestigiosa, que dio a conocer en los años 30 las miradas sobre la nación argentina, sus habitantes, sus logros y sus deficiencias. Como mirador intelectual había recorrido treinta y seis años de vigencia, por lo cual fue la publicación en su tipo con más larga duración. Había sido creada en 1907 y dejó de aparecer en 1943.

La visión polémica de Ortega y Gasset

La década de 1920 finaliza en Nosotros con un importante volumen de homenaje dedicado a la muerte de Paul Groussac, tantas veces elogiado y otras tantas discutido en sus páginas anteriores. Desde el punto de vista de las ideas, los visitantes que se acercaron por las costas argentinas fueron numerosos, entre los cuales hay que recordar a Albert Einstein (1926), José Ortega y Gasset (1928), Herman Keyserling (1929), Waldo Frank (1930), Federico García Lorca (1933), José Vasconcelos (1933), y tantos más. Sin dudas, el más influyente fue Ortega, cuyo segundo viaje dejó algunas impresiones sobre los argentinos que desagradaron a la intelectualidad mucho más de lo que podría esperarse. Si Ortega tenía fervorosos lectores desde su primera visita (1916), cuando ya había dado a conocer El Espectador I y II, El tema de nuestro tiempo y España invertebrada, y había creado La Revista de Occidente, de tanta circulación en los países hispanoamericanos, como la editorial del mismo nombre, ahora las circunstancias eran otras y la juventud estudiosa tenía su propia imagen, sin dejar de ser sus lectores. Pero evidentemente su presencia halló un ambiente distinto al de los viejos tiempos del Centenario, sin negar la importancia del pensador. Lo cierto es que al regresar a Europa en enero de 1929 escribió dos artículos recogidos en El Espectador IV referidos a temas argentinos, cuyas resonancias pronto se hicieron sentir, tal como sucedió en Nosotros. No era la primera vez que a través de sus páginas se le había respondido, pues, luego de su primer viaje, el escritor salteño Joaquín Castellanos había escrito el artículo "Réplica a las observaciones, juicios, y consejos del señor Ortega y Gasset sobre la vida argentina" (Castellanos, J. N, a. 11, v. 25, marzo 1917, nº 95, 327-339), con motivo de la conferencia dictada por el pensador el 6 de diciembre de 1916 en el Instituto Popular de Conferencias, de Buenos Aires. Por otro lado, éste había publicado en diciembre de 1924 su artículo "Carta a un joven argentino que estudia filosofía", luego publicado en El Espectador IV.

En Nosotros aparece la figura de Ortega y Gasset tras esa segunda estadía en el país. El autor de la nota, el propio director Roberto Giusti, se refiere a los ensayos argentinos del español, más concretamente a su escrito "La pampa, promesas"2. Ese "espectador", dado al juego del pensamiento que, en su libertad, más que reflejar la "realidad objetiva", tomaba elementos de la observación "en el devaneo de las alucinaciones", porque el escritor y filósofo asumía la posición de quien había tenido una experiencia vivida, pero en este caso vivida para Giusti desde la fantasía, como a "ciegas", de quien se dejaba llevar más por las emociones que por lo que el paisaje le ofrecía en su real circunstancialidad. Pero el autor, fino en su análisis y en la comparación con otros ensayistas, desde Montaigne en adelante, ponía al descubierto las paradojas del Ortega escritor, autodenominado "espectador":

No he de juzgar por una puntada que se me antoja suelta, que toda la argumentación esté inconsistentemente hilvanada; pero la verdad es que, examinado de muy cerca, este ensayo, aunque gustemos la riqueza y variedad de ideas que lo forman, me resulta un tanto obra de artificio, un encadenamiento dialéctico, más brillante que sólido (Ibid., 13).

En el número siguiente Giusti continuó con el tema orteguiano acerca del "Hombre a la defensiva", breve ensayo que suscitó molestias en algunos lectores, como bien se recordará. Nuevamente volvía sobre el tema ("Los ensayos argentinos de Ortega y Gasset. El hombre a la defensiva". 1930, a. 24, v. 67, febrero, nº 249, 145-160). En éste hallamos una empatía que no se trasluce en el anterior. Con su buena prosa, elogiaba la del pensador español, comparaba la perspectiva con otros discursos, pero recogía fundamentalmente las dos características del hombre argentino, del varón, más específicamente, visto como narcisista y "guarango". No respondía Giusti -por el espíritu de su letra- con el resentimiento ni la "necedad" que prohibía al extranjero pronunciarse sobre nosotros y afirmaba que "La calidad del diagnóstico se valora por la agudeza, seriedad y honradez, no por su cortesía piadosa o interesada". En todo caso, la "gente culta" como "nosotros" -agregaba Giusti- no debería responder con "extrema quisquillosidad", sino aceptar que toda observación podía ser útil para corregir nuestros defectos, tan manifiestos. Lo que afirmaba como principio, el autor lo ponía en paralelo con otras caracterizaciones o críticas, nativas o foráneas, como las de Sarmiento, José María Ramos Mejía, Carlos Octavio Bunge, Juan Agustín García, Agustín Álvarez, Groussac, Keyserling, Waldo Frank y otros más, que no era el caso detallar. A sus ojos, Ortega no había pretendido "halagarnos ni vejarnos; nada más que decirnos su verdad, o su error, el cual es un modo de verdad del viajero...". Tampoco había hecho lo que muchos extranjeros hacían: "Creen que sus costumbres son los patrones ideales de toda vida posible y sobre ellas miden las extrañas".

Si las observaciones le parecían acertadas a Giusti, no sucedía lo mismo con sus conclusiones, pues esas observaciones, hechas para el cuerpo social, eran trasladadas -con dudosa verdad- para el individuo en particular: la improvisación campeaba por doquier sin vocación "para nada" y el argentino "no sale de sí mismo; no siente la vida como misión", tal como lo parafraseaba el autor. Sus notas serían el egoísmo, la frivolidad, un ser sin metas realizables, a pesar de que, como decía Ortega, es "el pueblo con más vigorosos resortes históricos que existe hoy". Notas que, en su demérito, encontraba Giusti en otros pueblos, sin ser exclusivas de nuestros habitantes:

Niego que sea cierta la conclusión de Ortega sobre nuestro narcisismo, cuya dimensión no excede gran cosa la ilusión de todos los mortales. Una vez más su pensamiento ha sido arrebatado en las espirales de su admirable vuelo dialéctico, y poco a poco, ascendido a un argumento a otro, ha perdido de vista la tierra que antes pisaba sólidamente (Ibid., 158).

Erróneamente había caído en el mismo paralelo anticipado en su escrito sobre la pampa: una "simétrica coincidencia entre el paisaje, la sociedad y el individuo". Y si bien Giusti, fundado aún en lo que pensadores argentinos dijeron, podía acordar con esos deméritos, no le resultaba aceptable la calificación de "guarangos": "[...] me resisto a admitir que ‘en el guaranguismo se ocultan desviados los resortes mejores del alma argentina'"3, dado que como "exhibicionismo, falsa ostentación, rastacuerismo, [...] hasta la grosería e incivilidad", pueden hallarse en todas las sociedades. Es así que no faltaba en Europa y tampoco en la Argentina. Por esta razón se preguntaba Giusti lo inverso de Ortega: ¿no sería que, al aparecer, en otras sociedades, también era dable encontrar lo mismo que en estas tierras? Los defectos existían, pero no eran aplicables a "todos" indiscriminadamente: "Así le ocurre al guarango. Si la mayoría lo fuésemos, tal como somos frívolos e improvisadores, no nos daríamos cuenta y no habríamos inventado la palabra diferenciadora". Sin embargo finalizaba la nota con un atenuante para el pensador, pues quién sabía si en Buenos Aires no había tenido que "soportar... uno o dos guarangos auténticos" (Ibid., 160).

Pero los ecos de las palabras de Ortega se prolongaron en otras páginas de la Revista, como en el artículo que escribió Emilio A. Coni, "El hombre a la ofensiva" (a. XXIV, abril 1930, nº 51, 46-56), con reflexiones autocríticas respecto del habitante argentino y del porteño en particular. Dentro de las limitaciones que se encontraban en el enfoque dado por Ortega, sin discriminar a qué tipo de argentino se refería (provinciano, porteño, el de la ciudad o el del campo, el del "bajo pueblo o al de las clases cultas", el de 20 años o el de 50), Coni estimaba que no era posible abarcarlos en un todo, además de las diferencias entre la psicología del varón y la de la mujer, que no distinguió Ortega para aplicarla a los distintos tipos sociales. Diferencias que existían en cualquier país, pero que en el nuestro alcanzaban una mayor "intensidad". Tampoco se explicaba nuestro autor cómo había podido "ver" el pensador en un "Estado omnipotente" un adelanto, pues éste resultaba ser uno de sus mayores "yerros". Si la presencia policial pudo darle imagen de orden, en realidad debería haber pensado que se trataba de un "pueblo indisciplinado" que necesitaba "manu militari". Dos aspectos eran ilustrativos: cada "porteño quiere ser siempre el primero" e imponer "su voluntad o su comodidad". En cuanto al Estado, no infundía respeto y se lo engañaba o defraudaba "con desvergüenza sin igual", al que se lo consideraba, además, una sociedad de beneficencia. Contundentemente decía Coni: "Unos argentinos tienen que estar a la defensiva, no por placer, sino porque otros están a la ofensiva, sea por la fuerza desembozada o por la astucia disimulada" (Ibid., 49).

¿Cuáles eran los mayores defectos o más comunes? La gran cantidad de "pillos", el chantage como institución, las quiebras fraudulentas, el engaño al prójimo, el robo, el vandalismo con el consiguiente placer por el daño, el matonismo, la falta de respeto por los derechos del otro, el engaño, y tantos más. La causa para Coni estaba en "la descendencia inmigratoria que se complacía en este sabotaje social con una perversidad desconocida para la Europa de donde vinieron sus abuelos". Pero había más:

El criollo es mil veces más respetuoso de los derechos ajenos que el hijo del inmigrante y es incapaz de la perversidad refinada de este último. Entre el argentino de ascendencia hispánica colonial y el argentino de reciente origen inmigratorio, hay un mundo moral de por medio. El primero es muy semejante al español, es holgazán, desinteresado, hospitalario, despreocupado, franco y respetuoso de las jerarquías. El otro es su antítesis (Ibid.,53).

Al caracterizar Ortega de idealista al hombre argentino, Coni respondía que, en efecto, era un idealista pero de sí mismo y contra todos. Y a cuento de estos señalamientos, nuestro autor no podía menos que referirse a "la mayoría de nuestros escritores" empeñados en denostar al pueblo norteamericano, tildándolo de "materialistas", de donde sacaba sus propias consecuencias en una comparación aún con el contingente inmigratorio recibido por EEUU, donde la balanza era inclinada en favor del altruismo de sus habitantes y de otras virtudes.

En la conclusión llegaba a reconocer que si la Argentina debía a la inmigración mucho, era "forzoso convenir también que nos ha traído un egoísmo y una amoralidad sorprendentes". La habilidad de Ortega para ver que la riqueza nacional era obra de la ambición de sus habitantes, debía corresponderse, según Coni, con una riqueza espiritual, con lo que llamaba "un progreso moral" (Ibid.,56).

Tema que, por otro lado, era ampliamente compartido por la intelectualidad del momento. No en vano Alejandro Korn insistió sobre cuestiones axiológicas en sus escritos cuando, al editarse por la Universidad Nacional de La Plata el primer tomo de sus Ensayos filosóficos -parte de los tres tomos de sus Obras-, incluyó un escrito inédito, dedicado al tema, dentro de lo que se conoce bajo el título "La libertad creadora", o como bien lo había hecho José Ingenieros en sus obras, cuya expresión más conocida es El hombre mediocre.

Limitaciones intelectuales

El asiduo colaborador de la Revista, Luis Pascarella, bajo el pseudónimo de Jorge Weber Montt, publicó El Fenómeno4, obra descriptiva e interpretativa sobre la Argentina, que inmediatamente provocó la reacción crítica de Ramón Doll -de pluma mordaz e irónica-, con su artículo "El intelectual ante la realidad social argentina" (1930, a. 24, v. 68, junio, nº 253, 355-358), cuya opinión la Dirección consideraba "extremosa", sin compartirla, pero la daba a conocer.

Es preciso recordar que Doll (1898-1970), antiguo socialista independiente, estaba ya en el ingreso de su etapa nacionalista, junto a escritores como Raúl Scalabrini Ortiz, los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio. Abogado por la Universidad Nacional de La Plata, ocupó, durante la década del ‘30, cargos en la administración nacional, fiscal de Estado en 1944, y rector interventor de la Universidad Nacional de Cuyo (1944-1945), además de otros cargos. De posiciones extremas, llegó a sentir, durante la II Guerra Mundial, admiración por Hitler y tuvo expresiones antisemitas, por eso se ha hablado de un nacionalismo agresivo en él. No es de extrañar entonces y de acuerdo con los escritos que venía elaborando, que se expresase contra el texto de Pascarella.

Objetaba al escritor, como a muchos otros intelectuales "criollos", su ceguera e "ineptitud" para ver y comprender lo que estaba pasando en el país y en el mundo con la inmigración masiva, a la que se le temía como disolvente de la nacionalidad y atentatoria de la conducción política: "¿Por qué pretende [Weber Montt] que la inmoralidad y la brutalidad sean las características de este momento histórico?". Entendía Doll que frente a lo que se consideraba una "chatura intelectual de la población" y una "incultura", no se alcanzaba a visualizar que se estaba produciendo una cisura o "hiatus", una nueva forma de sociedad, que aunque todavía se manifestaba caóticamente, no por eso dejaba de tener una "sagacidad" que faltaba a la intelectualidad. Confesaba que no creía en la "superioridad de las masas en general", pero sí en los héroes y en los intelectuales de otras partes del mundo, salvo en la Argentina, "país olvidado de la Inteligencia". La misma que despreciaba al país, ante lo cual preguntaba qué podía entonces esperar éste. Confiaba pues en que "ese pueblo bastardeado" se diera sus propias soluciones. Lo más lamentable era, según su opinión, que tal desprecio y desorientación provenía de apellidos "patricios", a lo que agregaba: "Conviene apresurarse a decir que nuestros apellidos patricios ni piensan en cargar con esa responsabilidad, amargándose sus buenas vidas" (Ibid.,358).

La respuesta de Weber Montt no se hizo esperar y apareció en el número siguiente de Nosotros, bajo el título "Ramón Doll y la incomprensión de los intelectuales" (a. 24, v. 69, julio-agosto 1930, nº 254-255, 112-119)5, donde llegaba a poner en duda que hubiese leído el libro con la serenidad requerida, por lo cual la "filípica" que le otorgaba parecía un acto gratuito, ratificando las opiniones vertidas en su libro. Pero trascendía estos lindes al atribuir la debilidad del carácter de las nuevas generaciones a la influencia nefasta de la educación, para colmo en manos femeninas, que conduciría "a la liquidación de ese atributo tan preciado entre los espartanos" (Ibid.,118). "Extremosa" pareció a la Dirección la crítica de Doll, pero no sabemos si también consideró del mismo tenor la respuesta que hizo Weber Montt. Y a pesar de extendernos en una cita digna de una historia de la misoginia, el sexismo y el machismo en la Argentina, estimamos que vale la pena su transcripción:

En nuestras latitudes la "señorita" de diez y ocho abriles, acicalada, ensortijada, perfumada, ya no actúa "intelectualmente" sobre los niños de diez o doce años. Creo sinceramente que esos niños se desmedulizan, se reblandecen antes de llegar a la pubertad. La misma docencia varonil, concluye por diluirse en la atmósfera de los institutos donde impera la mujer. Ejemplares conozco que tienen todas las características de la "hembra espiritual". Insensiblemente se le van adhiriendo todos los defectos y ninguna de las cualidades. De ahí que, al hablar de las generaciones argentinas, alguien ha dicho que la del ochenta fue regular, las del noventa, mala, las del novecientos, pésima. Yo agrego que la peor de todas va resultando la del Centenario. Contemplo a muchos de sus representantes con sus pies pequeños, sus pantalones apollerados, su talle ceñido y el cuerpo quebrado en ángulo, como las damiselas que desean evidenciar sus redondeces. Y bien: mi conclusión es ésta: la desvirilización de esas generaciones, se ha producido en razón directa al predominio, diría privilegio, que la mujer ha ido adquiriendo en la enseñanza (Ibid.,cursivas del autor).

Evidentemente, tanto Doll como Weber Montt se movían en extremos que resultan altamente objetables y dan cuenta de posiciones intolerantes y fanáticas, cuyo registro permite visualizar el clima de ideas enrarecido entre los intelectuales, además de la serie de prejuicios descalificadores y discriminatorios.

Tipología del argentino 

Publicada la célebre obra de Raúl Scalabrini Ortiz en 1931, El hombre que está solo y espera6, retrato del porteño, de la esquina precisa de una urbe bullente, Pablo Girosi escribió el artículo "Un tipo: dos momentos. Del guacho de Sarmiento al porteño de Scalabrini Ortiz" (a. 26, v. 77, noviembre 1932, nº 282, 196-208), donde abordaba una línea imaginaria para la tipificación del hombre argentino desde Sarmiento -"el maestro ejemplar" para el autor- con su Facundo, a lo retratado por Scalabrini. Cabe recordar que entre una y otra obra habían pasado más de ocho décadas. Es así como iba del gaucho al citadino, un citadino específico -el hombre del entrecruce de dos calles, Corrientes y Esmeralda- donde veía a uno como "hijo de aquél", si bien depurado con los elementos del progreso, "pasado por el tamiz de la civilización urbana" y "lavado" por las influencias "superficiales" cosmopolitas. Sin embargo, el autor creía entrever un trasfondo común que analizaba, siguiendo el hilo de Scalabrini para remitirse luego a Sarmiento. "El hijo de nadie" se apoyaba en una alta valoración individual de sí mismo, la "raza" de la que estaba hecho, sin mayor vínculo con el medio social, sino "yuxtapuesto", "aglutinado", era "el heredero del hombre del desierto argentino, [...] que ya tuvo que prologarlo todo desde su nacimiento" (Ibid., 199). Evidentemente la frase remite a lo telúrico como forma atávica de un ser que no podía desprenderse del suelo, del aire, del cielo, del cosmos en que habitaba. Y aunque fueran una atadura, eran parte también de su superioridad y de su forma elevada de ser, entendida en términos de "raza", mucho más que aquél de cultura libresca. Mas ya no hablaba el autor del gaucho/citadino, sino del Hombre argentino bajo una sola tipificación, aunque por momentos lo particularizaba: "El abatimiento que produce la Pampa en el hombre de campo, patina el espíritu del hombre porteño y en el uno y en el otro crea esos estados de indiferencia y pasividad espiritual que a menudo se reflejan en sus acciones y en su manera de ser" (Ibid., 199-200). Como una fatalidad, en su desamparo, todo lo poseía y nada era suyo en medio del silencio que lo paralizaba, sin poder asirse a un tiempo y un espacio propios.

Indulgente, errático en sus afecciones, resignado, ambos -gaucho y hombre de la ciudad- se dejaban guiar por el "pálpito" y "el arrojo del instinto": "De ese ‘pálpito' deriva el amor a la improvisación y de ese amor el desprecio por todo lo intelectual", que desdeñaba indefectiblemente:

Para el Hombre de Corrientes y Esmeralda, así como para el Hombre de Campo, lo único valedero es la experiencia personal, son las improvisaciones, es la vida vivida y la vida que se vivirá de acuerdo con las circunstancias y sin premeditaciones (Ibid., 207).

Cuadro en el que quedaba inserta su afición por el fútbol, donde el "pálpito" y las improvisaciones explicaban su devoción en la Argentina.

Ya para concluir, el autor señalaba otros puntos comunes entre "individuos de una misma raza": el poco amor por el trabajo, gustos sencillos, dilapidador, dadivoso, "munífico" o generoso de afectos, espíritu contemplativo, "trascendencia de la posición religiosa de cada uno frente a la naturaleza, cuya incomprensible vaguedad [...] hace de cada argentino un místico, un fatalista, a veces supersticioso, a menudo poeta" (Ibid., 208). Sin embargo, terminaba su artículo con un interrogante que apuntaba hasta dónde había acertado Scalabrini en el hombre de su obra, bajo el barniz de un tipo humano, que se remontaba a cien años atrás "en medio de una grandiosa urbe".

¿Una nueva generación?

Al escribir Julio V. González su libro El argentino de la nueva generación, editado en 1932, comentado en diversos medios, Nosotros publicó el artículo de Carlos B. Quiroga, "Un argentino de la nueva generación" (a. 26, v. 65, mayo 1932, nº 276, 59-73), donde se hacía referencia a sus conceptos. El autor se identificaba como una persona que estaba ya en su madurez, de quien había arribado a lo "que es", para verificar qué había dado esa "nueva generación" teniendo en cuenta que sólo se comprendía el hoy desde el pasado en su devenir: "[...] nadie entenderá lo que llega ni lo que es si no comprende lo que ha sido" (Ibid., 59)

El escritor afirmaba estar abierto a escuchar las voces del ‘18, es decir, de los jóvenes que actuaron en la Reforma Universitaria, dado que no encontraba otras en filosofía, en ciencias naturales o en físico-química, pero sí en el arte llamado "nueva sensibilidad", contrapuesta o indiferente a aquellas voces, aunque dejaba aparte el tema. Y si bien experimentaba satisfacción por las muestras de esta juventud de Sudamérica, prontamente se preguntaba qué era "lo que han hecho y lo que hacen". ¿Formaban, tal como se consideraban, una generación histórica? ¿Qué era una generación histórica? La respuesta a esta última era que "el ascenso de una nueva generación a la visibilidad histórica requería un ideario y una sensibilidad suficientemente potentes, dinámicos, para poder producir hechos que implicasen una nueva orientación, un cambio de rumbo en la continuidad histórica de un país o de una raza". Por "raza" entendía una nueva generación "destinada a conmover y transformar los países latino-americanos". En este sentido, consideraba que esta alborada juvenil no había tenido la envergadura para producir nuevos hechos, pues no había que confundir, a su entender, sentimientos o ideología con lo que realmente era objeto de la historia: los hechos. Incluso no habían aportado "Ni una sola idea...a la sociedad americana", pese a sus propósitos transformadores tomados del socialismo; ideario que no les pertenecía porque había surgido antes que ellos. Aún en el caso de que les perteneciera, decía el autor con la segura convicción de que la base económica era fundamental, no reflejaba al ser humano integral pues el aspecto espiritual quedaba fuera. Tampoco había definido esa nueva generación un programa detallado ni su ideario propio, "adoptado del socialismo y del conjunto mental del siglo XX...". En todo caso se trataba de un "condominio" del que nadie podía arrogarse la propiedad si se refería a los tiempos que se vivían.

En cuanto a su trascendencia para extender a la sociedad el ideario, reconocía que había hecho carne en la universidad, pero había permanecido en una prédica de carácter socialista cuyos frutos estaban en ciernes y no podían compararse con el siglo XIX, aunque se sintieran continuadores de Mayo y de la generación del 37. Bajo la óptica de Carlos B. Quiroga, bien podía ganar González liberándose de ataduras porque tenía condiciones de "un sociólogo fino y penetrante".

Dentro de una visión especular, Gabriel Morey Otamendi escribió el artículo titulado "Sobre el carácter argentino" (a. 26, v. 75, nº 276, mayo 1932, 74-79), centrando sus puntos de vista más en virtudes que en defectos, y subrayando nuestra "individualidad" frente a las propuestas socialistas sin demasiado arraigo por no adecuarse a nuestro "ambiente social". Si bien todavía estaba en ciernes "una cultura argentina, claramente definida", estábamos a las puertas, próximos a "sentirla", tal como por ejemplo Keyserling o Waldo Frank lo habían hecho acerca de nuestra música. Algo que nos distinguía, "mostrando un individualismo que nos impida articularnos plenamente a la civilización europea: a la gran máquina" (Ibid.,75, cursivas nuestras). Nuestra voluntad podía forjar el carácter argentino, aunque sus rasgos ya aparecían en Martín Fierro y en Segundo Sombra, en quienes la experiencia y los buenos juicios, con sentido crítico, constituían "una peculiaridad esencial". No escapábamos a la "vulgaridad" mediante el culto a la burla o al "canchero", a lo cual añadía nuestra nota de "orgullo", pero tal vez -para el autor- podría surgir algo mejor. Y eso mejor estaba afincado en el "individualismo", ligado al romanticismo, que no nos alejaba de la realidad, a pesar de la nota de tristeza, pues era signo del surgimiento de algo nuevo.

Compulsa de opiniones

Casi previsiblemente en este recorrido de la Revista hallamos un número extraordinario con motivo de sus veinticinco años donde se hace una encuesta con el título "Una generación se juzga a sí misma"7. Era habitual en la Revista, desde su nacimiento, efectuar encuestas para recoger la diversidad de opiniones. Se preguntaba ahora a un círculo de intelectuales:

1) "¿Cómo ve Vd. hoy, o con espíritu objetivo, o crítico, o nostálgico, según su inclinación, aquel ambiente espiritual (literario, artístico o de otro orden cualquiera) en que Vd. se inició años atrás? 2) ¿Quiénes fueron sus compañeros de entonces? ¿cuáles los primeros círculos que Vd. frecuentó? ¿y los ensueños e ideales de aquel grupo en que Vd. se iniciaba? 3) ¿Cómo juzga Vd. ahora la obra de la generación a que pertenece? ¿Podría dar un juicio sobre la obra de las promociones actuales, comparándola con aquélla?" (Ibid., 8).

El resultado cristalizó en cuarenta y ocho respuestas. De todas, ante tantos interrogantes, no es posible dar cuenta -tampoco fueron respondidas lineal y disciplinadamente- pero sí tomar algunas ideas vertidas por los protagonistas del momento. El arco iba de un pesimismo a una cierta actitud optimista, pero muchos se demoraron en describir los años transcurridos, en una suerte de memoria, ya fuese para recodar la propia historia de Nosotros, como para reflexionar sobre la vida intelectual de las tres décadas del siglo. Un notable desencanto sobrevuela en la mayoría, pero muchos no se rendían ante el futuro. Si Giusti consideró que ya había respondido mediante diversos artículos aparecidos en la Revista o en periódicos, Bianchi prefirió narrar su iniciación como escritor y su vocación por crear publicaciones periódicas bajo su ímpetu juvenil, época en la que al mismo tiempo "éramos anarquistas y revolucionarios estudiantiles". Continuaba con los años al frente de la misma, con un balance de aquellos que pasaron por sus páginas, de los que ya no estaban presentes y de los que en ese momento seguían apoyándola. Entre esos recuerdos destaca:

En el número de diciembre [1923], en la sección ‘Notas y comentarios', publicamos una sensacional carta del gran escritor español Miguel de Unamuno, contra el rey Alfonso XIII y el dictador Primo de Rivera. Esa carta, al conocerse en España, dio lugar a la prisión y confinamiento de Unamuno. Escapado de Fuerte Ventura, residió en Francia, sin poder volver a su patria hasta que triunfó últimamente la revolución española (Ibid.,31).

Dentro de las consideraciones pesimistas hubo quienes dijeron que en las generaciones del momento "había falta de originalidad y completa anarquía intelectual", ausencia de "pensamiento nacional", de "disciplina" y "personalidad intelectual", tal como lo afirmó Ángel Acuña. Se sumaban quienes consideraron que se habían perdido tres décadas sin producir talentos y, más grave aún, la generación del momento parecía estar dispuesta a seguir el mismo camino, según la opinión de Juan Álvarez.

Una voz femenina, la de la docente y escritora Delfina Molina y Vedia de Bastiani, hallaba virtudes en el pasado que no se daban en sus días, cuando la vulgaridad, bajo el influjo de las masas, se había apoderado, junto a la ineptitud y la envidia de la sociedad, aunque matizaba sus palabras para decir que una reacción parecía estar experimentándose en los últimos años porque la sordidez y la envidia se estaban aplacando "como si la masa hubiera entrado a recapacitar" (Ibid., 21).

En un sentido similar escribía Víctor Mercante, quien al lamentar la ausencia de figuras gravitantes, como Joaquín V. González u otras similares, no hallaba continuación, pues "la solidez ha cedido a lo fofo", aunque el amaneramiento había ganado en sinceridad y el cultivo de las artes mostraba un incremento alentador. Sin embargo, no dejaba de percibir un estado de "crisis moral y profunda", donde el talento se debatía para abrirse camino: "Nos hemos despojado de la solemnidad; esto es bueno. Pero hemos perdido el respeto, y esto es malo. Éramos serenos y reflexivos antes. Hoy somos informales" (Ibid.,103).

Decepcionado, el protagonista del movimiento "Novecentista", crítico del positivismo, apoyado por Coriolano Alberini, José Gabriel, en escuetas palabras, marcaba la preponderancia del individualismo que parecía estar cediendo, pero él, persona que "había nacido de la nada", pues no tenía "antepasados ni contemporáneos ni futuros", se dirigía al vacío. Razón por la cual los domingos asistía a las canchas de fútbol donde experimentaba el goce de "la solidaridad": "Hace tiempo que sostengo que vale más una cuadrilla de bandidos que una desbandada de hombres honrados" (Ibid.,68).

José Gabriel (pseudónimo de José Gabriel López Buisan), que murió muy joven, estaba bajo el influjo de Eugenio D'Ors y reclamaba en sus escritos un retorno a la perspectiva teórica frente al cientificismo imperante en los años finiseculares. Quizá sea preciso recordar que el escrito más importante que nos dejó fue La educación filosófica, donde nos habló de lo que era la renovación filosófica8.

Un nostálgico Carlos Ibarguren evocaba el pasado como "un mundo desaparecido", con sueños fenecidos. La obra de aquellos quienes confiaban en el progreso indefinido, en la democracia y en el positivismo científico se había convertido en "escombros" de creencias sepultas, y por eso evaluaba la obra de esa generación en "bancarrota", es decir, sin continuidad (Ibid.,88). Palabras contrastantes con las de Arturo Marasso para quien en materia literaria reconocía valores a las nuevas generaciones, que estudiaban y prometían mucho (Ibid.,93).

Rómulo Carbia, por su parte, exclamaba "categóricamente" que, en su especialización, la historiografía nacional se había enriquecido en profundidad, agregando la formación de discípulos mediante la guía de maestros con quienes ya se asemejaban en preparación (Ibid., 39). Un entusiasmo de otro orden manifestaba Alfredo Palacios, pues si en materia literaria no había incursionado por dedicarse, antes que a esas labores, a luchar por la realización de ideas en un clima duro en defensa de "las libertades" y de la "elevación del pueblo", rescataba sin embargo la creatividad de aquellos escritores como Agustín Álvarez -"franciscano del laicismo"-, Roberto J. Payró, Álvaro Yunque, Roberto Arlt y Elías Castelnuovo; algunos influidos por "acentos exóticos de procedencia rusa", pero imbuidos de un noble espíritu. Sin dudas, del acervo ponía el acento en el valor del Martín Fierro y bastante menos en Don Segundo Sombra, aunque ambos tenían el mérito simbólico "de nuestra raza". Sumaba a Benito Lynch y Scalabrini Ortiz por la busca de la evocación de costumbres pampeanas en el primero y, en el segundo, por la "penetrante introspección" del "alma porteña": "Esa es la dirección que necesitamos acentuar con urgencia: la de retornar la vista hacia nosotros mismos y restaurar nuestra tradición idealista, inspirada en anhelos constructivos de nacionalismo solidario" (Ibid., 147). Más aún, instaba a "construir los basamentos de una gran democracia socialista, destinada a ser el eje de la confederación ibero-americana", pues se aproximaba "la hora de América" y era necesario prepararse para "crear una civilización más alta y más humana que nuestra estirpe viene gestando".

Pero si nos detenemos en Julio Noé por el lugar directivo que ocupó en la Revista entre 1921 y 1924, sustituyendo a Giusti, advertimos otra faceta, menos optimista y, por ende, más crítica. Formado en Derecho, ejercía dentro de la publicación las funciones de crítico literario y ya había dado a conocer La antología de la poesía argentina moderna, 1900-1925 (1926), editada por Nosotros9. Tenía en cuenta a aquellos nacidos en las dos últimas décadas del siglo XIX como los que estaban en la "plenitud de su existencia" y se hallaban en "el primer plano de la vida nacional". Puesto que eran sus propios coetáneos, expresaba que quería emitir juicios despojados de prejuicios y aún de afectos.

Remontándose en la historia se acercaba hasta los románticos, de ideas liberales, con fe en la democracia como sistema de gobierno, confiados plenamente en la idea de progreso indefinido, con un bagaje cultural que por los mismos acontecimientos políticos no se habían formado rigurosamente en filosofía ni en ciencias, como tampoco "una obra literaria o artística que revelara el alma de una joven generación". Lo más importante de los mismos había sido la Constitución, los Códigos, el Facundo, las Bases y las Historias de López y de Mitre. Ya en los 80, se había continuado con ese camino, siguiendo el paso de estos mentores, tratando de enriquecer al país y aplicar el diseño de nación trazado en ese momento. La premura se había reflejado en la Universidad, al servicio de fabricar "doctores", lanzándose a la vida "con el más pobre bagaje de ideas generales que es dado concebir":

En medio de un mundo feliz, la Argentina lo fue extraordinariamente. El Parlamento, las magistraturas, la Universidad se abrían a todos los que revelaban un poco de talento, de curiosidad científica, de habilidad literaria, o de audacia simplemente. Esos eran los tiempos en que con un buen discurso, se llegaba a un ministerio, y con unas cuantas frases aceradas, a la reputación intelectual. Eran también los tiempos felices en que la cultura, casi toda la cultura, se esperaba de Francia, y se podía beber en las colecciones de tres o cuatro editores [...]. (N. Número Extraordinario de las Bodas de Plata, a. 24, v. 76, nº 279 y 280, agosto y setiembre 1932, 132).

El nacimiento del siglo XX había encontrado a jóvenes que en el período previo a la I Guerra Mundial poseían más bien un espíritu de conformidad, especialmente en el plano político, de aquellos que Ortega había llamado generación "cumulativa", pero llegada la Ley Sáenz Peña todo se había precipitado, cambiando abruptamente el panorama: "Los comités radicales y los centros socialistas sufrieron por esa época una verdadera irrupción de nuevos afiliados, mientras la prensa del país celebraba con entusiasmo el ‘despertar cívico' de la nación" (Ibid.,135). Y en ese escenario, con Yrigoyen a la cabeza, se había constatado que no poseían "ninguna idea de gobierno y ni siquiera condiciones para orientar y dirigir una democracia que hacía su aprendizaje,...". Para continuar: "Se comprobó entonces que la nueva generación era pobrísima de hombres y de ideas. Y ante el personalismo ególatra del viejo caudillo que gobernaba al país, se comprobó también que la nueva generación carecía de carácter". Por su parte, el partido socialista, integrado como en otras partes por intelectuales, obreros y empleados, nunca había sido avanzado para Noé, quien decía que era más un "simple partido liberal, de tinte obrerista", apto en el examen crítico, pero sin idea de la reforma de las instituciones. Mientras, aquellos pocos conservadores que sobrevivían a sus propios tiempos, eran "escépticos, holgazanes, sin ninguna de las cualidades eximias que tuvieron algunos de los hombres del 80". Sin matices realmente distintivos, las fuerzas políticas en la Argentina, se movían, a contrapelo del mundo, "dentro del centro liberal". Y aquellos que intentaban salirse de los marcos de ese punto no eran ni "propiamente ‘fascistas' ni comunistas", aunque tendían a esos extremos. Movidos más por oposición que por proyectos, "Unos y otros abandonarían sus nuevos credos si nuestra democracia fuera más inteligente, y fueran menos torpes los gobernantes que de ella surgen" (Ibid.,136, 137 y 138, respectivamente).

Llegado al punto de juzgar su propia generación, Noé afirmaba que, pese a la notable producción artística, ninguno tenía la vitalidad de aquellos primeros forjadores del ´37: "En cierto modo somos epígonos del modernismo, y salvo uno que otro, poco hemos hecho por buscar nuevas formas, por explorar nuevos dominios. No nos ha interesado el combate ‘en las fronteras de lo ilimitado y del porvenir', como decía Apollinaire". Puesto que había faltado el espíritu innovador y rupturista, como el que caracterizaba por ejemplo al surrealismo en su alusión al artista y crítico francés, con resignada frase remataba: "Somos una generación prudente y mesurada. No somos una gran generación".

Ninguna sociedad es monocorde, unidimensional en sus apreciaciones, valores y prácticas. Veamos ahora qué es lo que planteó en un segundo ciclo editorial, dentro de las interrupciones que sufrió la Revista.

El sí mismos en una nueva etapa

Después de un cese de actividades desde diciembre de 1934, con veintisiete años de labor, Nosotros reapareció en abril de 1936 a instancias de amigos, colaboradores y público, marcando una nueva etapa. Lo hacía en un formato ligeramente mayor, pero con menor cantidad de páginas y en papel de mejor calidad. Sin perder los lineamientos desde su origen, ahora hacía explícita en su presentación la voluntad de incluir más que nunca el aporte tanto de "ciudades y centros de cultura menores" [sic], como hispanoamericano y una mayor cabida a las voces juveniles en un empeño de "renovación". Sin distinciones de edades, convocaba a antiguos y nuevos colaboradores expresando que hacía más de un año el aire les parecía "mortalmente irrespirable", pero quizá una ilusión, bajo signo de pregunta, podía ensanchar "los pulmones a hálitos nuevos".

Arte y política

En este número Giusti abría el debate con sus reflexiones acerca del intelectual o de la creación artística y sus obras, cuyo título "Marta y María" aludía al texto del apóstol Lucas, según la cita que el autor colocaba dentro de su trabajo (a. 1, t. 1, abril 1936, nº 1, 6-9)10. La pregunta básica era si todavía podía hablarse del arte "puro y desinteresado" o bien si todo arte o creación debía estar al servicio de una causa moral o política. La reconocida revista Claridad, por ejemplo, había realizado una encuesta entre estudiantes, en 1933, para preguntar si los organismos que los representaban debían involucrarse en cuestiones sociales11. Giusti destacaba que en sus días parecía que debía decretarse la muerte del "arte individualista, fruto de clases sociales ociosas, la patricia, la cortesana o la burguesa", pues el arte debía ser el "ariete" o dispositivo para derribar murallas, en "la bastilla de la burguesía" y demoler el capitalismo o todo aquello que impidiese el camino del proletariado. Si algunos en nombre de la Revolución hablaban de este modo, otros, situados en una misma línea, pero en nombre de la "Nación o la Raza", divididos en facciones irreconciliables, izquierdas y derechas convertían al arte en una sierva de la política -ancilla politicae- del mismo modo que en la Edad Media lo había sido de la teología.

Si aún en medio de las luchas y guerras el ser humano había podido deleitarse con obras artísticas para solaz y deleite del espíritu, no veía Giusti razón para desterrarlo: "¿La acción es todo? ¿La contemplación no vale nada?" se preguntaba, y a propósito de esta reflexión es que citaba el texto de Lucas. Un arte que no olvidase las "voces de la eterna naturaleza y cómo suena el corazón del individuo solo, triste, aislado, enfrentado quizás al mundo entero, [...]", para agregar en la misma página: "Y yo he nacido desgraciadamente en una edad en la cual quedamos muchos ciegos que, aun haciendo el debido lugar a los derechos de la colectividad, no sabemos renunciar del todo a nuestro propio ser y libertad". Como "renanista impenitente", decía consolarse con comprender la posición de los otros, mientras ellos estaba incapacitados de comprender su posición y ésta era "una pequeña satisfacción" que le halagaba.

El punto de vista de Giusti, como el de otros intelectuales que le acompañaron, quizá se entienda mejor si recordamos algunas de las palabras que Ernest Renan había pronunciado en una conferencia en la Sorbona el 11 de marzo de 1882, con el título "¿Qué es una nación?"12, donde establecía en su primer renglón "Je me propose d'analyser avec vous une idée, claire en apparence, mais qui prête aux plus dangereux malentendus". Es decir, la dificultad de abordar una noción compleja y esquiva acerca de la cual desgajaba todo aquello que no le resultaba pertinente (la raza, la lengua, la religión, el suelo, los intereses, "las necesidades militares"), fundado en sus observaciones y en ejemplos13. Citemos brevemente aquello que seguramente interesaba a Giusti en ese momento. Decía Renan en su famosa disertación:

Une nation est donc une grande solidarité, constituée par le sentiment des sacrifices qu'on a faits et de ceux qu'on est disposé à faire encore. Elle suppose un passé; elle se résume pourtant dans le présent par un fait tangible: le consentement, le désir clairement exprimé de continuer la vie commune. L'existence d'une nation est [...] un plébiscite de tous les jours, comme l'existence de l'individu est une affirmation perpétuelle de vie.

[...]

Une grande agrégation d'hommes, saine d'esprit et chaude de cœur, crée une conscience morale qui s'appelle une nation14.

Nueva encuesta: el lugar de América 

Fiel a su estilo, la Revista lanzó en esta nueva etapa una encuesta ante hechos ocurridos en Europa y Oriente que presagiaban una contienda bélica de grandes proporciones, superiores a la I Guerra. El temor de los editores era el colapso de la civilización occidental y las consecuencias que traería aparejada tanto a la Argentina como a los países americanos (a. 1, t. 1, abril 1936, nº 1, 419). El título de la encuesta fue "América y el destino de la civilización occidental", donde las respuestas aparecieron en el mismo número y en los siguientes. Las preguntas fueron:

1º. Frente a la probabilidad de una nueva guerra continental en el Viejo Mundo, ¿posee América recursos propios materiales y fuerzas espirituales suficientes para salvar su civilización y cultura y desarrollarlas en el futuro? 2º. Si la nueva guerra tuviera para la civilización universal las calamitosas consecuencias temidas, ¿cuál será la suerte de la Argentina?, ¿qué deberá hacer para no zozobrar en el naufragio?, ¿cómo se bastará a sí misma si ello fuera necesario por un tiempo más o menos largo?

Cuestiones que proponía a modo de guía, pero dejaba en libertad tanto el modo de responderlas, como así también el enfoque y extensión. Aceptaría todo aquello que interesase a "un argentino ilustrado" para servir a "nuestra cultura". La encuesta, según la Dirección, había sido enviada a personas de todo el espectro político e incluso a aquellos que cumplían funciones gubernativas y las respuestas fueron tan variadas como extensas unas y breves otras. Tal el caso de Manuel Ugarte (Ibid.,42-43), quien en apretada síntesis daba su bien conocido parecer: de Europa habíamos bebido ya su caudal de conocimientos, restaba rescatar la savia interna que nos recorría tanto material como espiritualmente. De la cultura europea teníamos ya una base técnica, "libresca", "inanimada", y se podría lograr, ante el cataclismo del Viejo Continente, el surgimiento de una nueva "elevación" frente a ella. Además acotaba que, reuniendo las dos preguntas en una, había que pensar que la "neutralidad latinoamericana apoyada en la neutralidad de Estados Unidos" era la vía ventajosa. Respecto de las necesidades, no indicaba sino aquella idea de vivir con lo nuestro: "donde no hay faisanes, se come carne de foca". Lo importante era mantenerse unidos, "mantenerse como núcleos, la de perdurar".

Igualmente breve fue la respuesta de Emilio Ravignani (Ibid.,57-58), que no dudaba de los recursos materiales de América ante una acción bélica, pero desde el ángulo espiritual consideraba que en el contexto iberoamericano no se había logrado "la plenitud necesaria" porque todavía nos hallábamos bajo la marca de la imitación y el peligro mayor, en ese sentido, estaba para la Argentina el querer aclimatar "la semilla venenosa de la reacción social". Pero con todo, confiaba en que tenía reservas espirituales suficientes para impedir el arraigo de males que podían "provenir del exterior"; reservas que para él remitían a Mayo, la organización nacional de 1853 y su enlace con 1912, sin precisar si se refería a su opción republicana y sin aludir expresamente a la Ley Sáenz Peña (nº 8.871), sancionada en febrero de ese año.

Un joven y ya prestigioso escritor, llamado Jorge Luis Borges, respondió la encuesta planteando brevemente algunas cuestiones acerca de naciones y escritores (Ibid.,60-61). En primer lugar creía que ciertos elementos de la cultura occidental no estaban "a merced de una guerra"; en segundo lugar, que hacía tiempo que la Primera "guerra europea" había sido "resuelta" mediante los recursos materiales de América y que las "fuerzas espirituales" del Viejo Continente en la poesía lírica, particularmente francesa, se nutría de americanos como Whitman y Poe. En cuanto a la segunda pregunta, más difícil que la primera a su entender, respondía que las "diversas políticas raciales" eran absurdas y de todas, la peor resuelta la francesa, pues perder una batalla era "una catástrofe cósmica". Ni germanófilo ni francófilo, cualquier autor respetable podía tener para él su predilección por igual: "Mauthner y Valéry, Schopenhauer y Montaigne, Hölderling y Verlaine, tienen mi preferencia de años e igual. ¿Pero qué tendrán que ver esos altos nombres con el oro, el hambre y la muerte?".

Alejandro Korn, el maestro

A propósito de Alejandro Korn, en el año de su muerte, aparecieron dos notas firmadas por Alberto Rougès y Francisco Romero, que habían sido redactadas con anterioridad, aún en vida del filósofo ("Aproximación a Korn"; Francisco Romero, "Un maestro argentino: Alejandro Korn", bajo el título general "Filosofía. Dos fragmentos sobre Alejandro Korn", año I, t. I, julio 1936, nº 4, 460-466, respectivamente). En ambas hallamos modos de ver el pensamiento y la acción del viejo maestro que nos conducen, igualmente, a la mirada que indagamos acerca del argentino, la nación y el tiempo vivido. Las palabras del filósofo tucumano tienen un tono íntimo, de ponderación por quien había sondeado en los meandros de la condición humana con profundidad, lejos de toda superficialidad: "Renunciando al encanto del día aprende a ver en las sombras. No vuela para que lo vean, vuela para ver". Con ello, y en una frase bien lograda, decía Rougès que no intentaba hacer un elogio de la senectud, sino de la sabiduría, por ser Korn un pensador que atesoraba un saber invisible a los ojos mundanos.

Por su parte, Romero, formado en cercanía con don Alejandro, se refería no sólo a su personalidad, sino también al medio en que le había tocado desarrollar su labor y a los tiempos difíciles, donde todavía no habían "bases estables" para la constitución de instituciones culturales sólidas; donde los más cercanos al poder o los influyentes ni siquiera sospechaban todo lo que había por hacer. Por ello indicaba un esfuerzo en un doble "combate": realizar lo positivo y sostenerlo en el tiempo, "lograr que el intento sea tolerado":

Uno de los males máximos de nuestra vida colectiva, muchas veces señalado, es el aislamiento, el receloso individualismo; un aislamiento de personas, pero también de los grupos entre sí, de todos los organismos sociales, de las instituciones. [...]. La consecuencia, una de las consecuencias, es la vaguedad de nuestra tabla de valores sociales, la inexistencia de un sentido de las jerarquías auténticas, la indiferencia ya anotada hacia los valores personales (Ibid., 463-464).

Y éste era el motivo por el cual para Romero, Korn no tenía la difusión ni la justa apreciación de su pensamiento y su labor: "[...] ha sido siempre y sigue siendo un hombre al margen". Y sin quererlo, por la misma fuerza de las cosas, esta situación suya calificaba, en cierto modo, "todo aquello a cuyo margen se queda él" (Ibid.,464, cursivas del autor). Renglones más adelante señalaba que el fructificar en una personalidad era lo más apreciable en él y al mismo tiempo lo más resistido en general por una sociedad que se movía con aparejos de bajo vuelo espiritual, donde la "sanción social para el que peca es débil", y peor aún porque parecía reprobarlo tímidamente o admirarlo, sin darse cuenta que en la "medianía", dicho por Romero eufemísticamente para hablar de la mediocridad, "cada día poseen algo más, pero son algo menos, [...]" (Ibid.,465). Resaltaba inmediatamente dos cuestiones acerca de Korn que son importantes: el fustigar toda filosofía de cátedra y todo academicismo, pero agregaba, además, un aspecto que nos echa luz sobre la labor desplegada luego por el propio Romero: el ya creado Colegio Libre de Estudios Superiores en 1931 y la tarea editorial llevada a cabo desde la Editorial Losada. Decía:

Desde el punto de vista de la cultura superior, todavía entre nosotros el que no es autodidacto no es nada: desfavorable situación que es perentorio deber de las generaciones actuales corregir. El autodidacto, no sólo tiene que hacer el viaje intelectual por su cuenta, lo que ya es aventurado y oneroso, sino que ha de planear antes él mismo su itinerario, y esto es lo más peligroso. A veces regiones enteras quedan sin recorrer, y en ocasiones ni se sospecha su existencia, o se las descubre cuando la visión de conjunto se ha solidificado (Ibid., 466).

Poco después Nosotros daba cuenta del fallecimiento de Korn, ocurrido el 9 de octubre de 1936, en su sección "Crónica" (a. 1, t. II, octubre 1936, nº 7, 238-249), sin escatimar palabras de elogio ante alguien a quien se consideraba un maestro generacional. Un maestro volcado con pasión primero a su vocación médica y luego a la enseñanza filosófica, había recibido íntima sepultura en una fosa común, acompañado de sus más cercanos amigos y discípulos. En la edición del mes siguiente Romero escribía un meditado recuerdo en el que sintetizó la personalidad del filósofo, cuya obra escrita era sobrepasada por su vida, vista en totalidad ("Alejandro Korn, 1860-1936", a. I, t. II, noviembre 1936, nº 8, 336-341). Alguien que "No pensaba para escribir, sino que escribió porque antes había pensado larga e intensamente". Ideas que aparecieron refrendadas por Aníbal Sánchez Reulet con motivo de la reedición de Las influencias filosóficas en la evolución nacional por Claridad, en 1937 ("Un libro de Alejandro Korn", a. II, t. III, marzo 1937, nº 8, 336-341). Según el autor de la nota, la escritura de esa obra había sido para Korn "un momento necesario en el desarrollo de su personalidad" -no una mera curiosidad intelectual-, para poder situar su posición dentro de la historia de su "propio pueblo"; consciente de la necesidad "de servir a la colectividad en la que había nacido", una "Argentina mejor". De allí que su "voluntad política" estuviese atravesada de exigencias éticas, como toda su filosofía, con su "original pragmatismo".

Cultura y política

En esta nueva etapa la Revista había creado la sección "Actualidad", habitual en todos sus números. Dentro de la misma aparecieron títulos de enunciación general con la firma del tratadista. Expliquémonos. Por ejemplo, abordó "Física y metafísica de la democracia" por Raúl Orgaz; "El problema de la jerarquía", por Víctor Juan Guillot; "La Conferencia de Lima", por C. Villalobos Domínguez; "La reforma de la Ley de Educación Común", por Ramón Suaiter Martínez, entre tantas más. En su número de febrero de 1937 un talento prometedor, Enrique Anderson Imbert (1910-2000), que ya había escrito su novela Vigilia (1934), publicó en esa sección "Defensa de la cultura" (a. II, t. III, febrero 1937, nº 11, 197-200), en sintonía con el tratamiento que había dado Giusti a la creación artística en "Marta y María". Anderson explicaba con meridiana claridad su punto de vista y no dejaba de ocultar su malestar. En el primer parágrafo aludiendo a la sátira de Aristófanes, que titulaba "La ceguera de Pluto", sentaba que había muchos modos de contribuir con la cultura, desde lo político o desde el modesto "sitio que ocupa cada uno", pero ciertamente aunque la cultura era un ejercicio del espíritu, suponía una base material porque "sin libertad económica, la libertad ética es titubeante". Y si la cultura requería del esfuerzo colectivo, era necesario que floreciera en medio de un cierto bienestar: "[...] si queremos defender la cultura empecemos por no hacerle caso a Aristófanes y devolverle la vista a Pluto, para que la riqueza no sea una distribución ciega sino vidente y equitativa" (Ibid.,198). Pero además, defender la cultura era "hacer cultura" por los diversos caminos que se nos ofrecían, ya fueran a través del arte, la filosofía o la ciencia: "[...] la creación incesante es la mejor prevención contra toda decadencia". Eran éstos, a su juicio, los dos modos principales de defenderla: "mejorar el mundo por la política", y consagrarse a la creación espiritual.

En la encrucijada del momento, hallaba Anderson que se debatía tironeado por el fanatismo, el hacedor de cultura. Por izquierdas o por derechas, "Los bandos polarizados nos tironean y despedazan -como las bestias a Tupac-Amarú- y la libertad de espíritu (piedra angular de la cultura) desaparece porque nadie puede pensar por sí mismo" (Ibid.,198). Un fanatismo convertido en "clima de cultura", no ya expresiones aisladas de ciertos grupos donde el intelectual -con angustia- se alteraba porque la política la veía como "acción" y la literatura, el arte y la ciencia, como "problematicidad". Enunciaba inmediatamente su posición para concluir: "[...] como ciudadano, colaborar en las luchas políticas en pro de un orden social libre, justo y sin derroches. Como escritor, buscar la singularidad, no sofrenar la arisca inteligencia ante ninguna consideración ajena a la inteligencia misma". A contramano de Maquiavelo y desde una posición ética, el fin no justificaba los medios (Ibid.,200).

Al cumplir el segundo año de vida en su segunda etapa, Nosotros agradeció el apoyo recibido y transcribió las palabras de Horacio Rega Molina, de quien citamos un párrafo que interesa como evaluación del estado de la cultura nacional (La Dirección, "Nosotros, al año de su reaparición", a. II, t. IV, mayo 1937, nº 14, 108-109). Decía:

NOSOTROS define un aspecto de la cultura argentina. Y al hablar así nos referimos a los dos esfuerzos. No es poco, por cierto, en un país donde todavía no se respeta en la medida de lo necesario la función de escribir. Donde todavía hay gente culta que le dice a uno: ‘mándeme el librito que escribió'. O ‘un día de estos voy a ver su obrita de teatro'. El diminutivo es irritante por lo que importa como índice para juzgar lo mucho que nos resta aún para lograr una tradición intelectual que haga respetable al escritor. NOSOTROS contribuye, grandemente, con su dignidad, a formar esa tradición (Ibid.,109).

La historia de América

En 1937 Buenos Aires fue sede del II Congreso Internacional de Historia de América, coincidente con los cuatrocientos años de su fundación. El primero se había efectuado en Río de Janeiro, pero habían transcurrido ya quince años. Nosotros imprimió un número extraordinario, suplemento del número 16, dedicado al realizado en nuestro país, donde incluía el programa general, los muchos discursos dados, tanto en la inauguración como en su clausura, y diez contribuciones15. Curiosamente en la mención de los trabajos presentados no aparece el del entonces Teniente Coronel Juan Domingo Perón, escrito con el título "La idea estratégica y la idea operativa de San Martín en la Campaña de Los Andes", dentro de la sección Historia Militar y Naval16. Ignoramos el motivo -que puede prestarse a suspicacias-, aunque en esa época no aparece una interpretación "revisionista" y sí una línea "mitrista", según puede leerse en esa contribución, concordante con la de Ricardo Levene, a la sazón presidente del Congreso.

La Dirección incluyó algunas palabras explicativas sobre el Congreso donde indicaba que se había puesto como límite temático la historia americana desde el "descubrimiento", obviando el pasado anterior a menos que fuese necesario para la interpretación de los hechos posteriores. Sin embargo, Emilio Ravignani en su discurso como vicepresidente del Congreso dejó asentado que nuestra historia implicaba la importancia del "factor indígena" en el devenir posterior, con su bagaje de "un contenido viviente y formativo"17. Es que la historia mostraba una "nueva humanidad de procedencia ibérica y americana" en primer lugar, a la que se añadía lo que además de lo peninsular aportaron, "con su pujante cultura", la "colonización inglesa, francesa y holandesa". Desde su perspectiva, el "historicismo" había brindado nuevas lecturas del pasado, enriqueciéndolas, dentro de la cual se observaba una "formación institucional americana producto de la simbiosis de lo castellano con lo indígena". Ese elemento indígena, aunque pretendió ser "vencido", retornaba dentro de las nuevas "formaciones". Además, el historiador ponía en tela de juicio la visión de América como ámbito pasivo, de simple asimilación, a lo que añadía el haber considerado en una totalidad homogénea la época colonial. En este sentido, sostenía que los aportes historiográficos propios habían contribuido a modificar en parte la propia "cultura de España".

El sentido del deporte

La sección "Actualidad" ofreció en las reflexiones de Leónidas Barletta el tema "Cultura y deporte" (a. II, t. V, setiembre 1937, nº 18, 60-65), donde ya se avizoraban ciertos males del deporte devenido en exaltación del éxito y de la competencia ciega. El autor, perteneciente al mítico grupo de Boedo y fundador del Teatro del Pueblo en 193018, del que fuera director hasta su muerte en 1975, reprobaba el deporte por considerarlo obstáculo para el desarrollo de la cultura general en los jóvenes, alejándolos de las preocupaciones sociales y poniéndolos a merced de "las fuerzas regresivas del mundo". En todo caso, el deporte podía ser un medio para la salud física y mental, pero no un ideal dado que fomentaba "brutalidad", "venganza" y "odio", además de la "supremacía del más fuerte". Ciertamente se refería también al uso político que el Estado hacía de las competencias deportivas donde el "pueblo" no practicaba en realidad ningún deporte, pero sí la idolatría de los ganadores; donde la responsabilidad caía por igual en la prensa, "fabricante de ídolos deportivos y responsable de la enemistad de los pueblos". Estos factores operaban en detrimento de la "cultura popular" que no se veía ennoblecida por la práctica deportiva, pero sí forzada a admirar la "competencia". No es que Barletta criticase el ejercicio sano, sino su errado camino:

El espectáculo del juego, enardeciendo hasta el frenesí a grandes masas del pueblo, mientras millares de brazos parados decretan la miseria para otras tantas familias, mientras la guerra se avecina, es, quizás, la prueba concluyente de que su influencia en la juventud es perniciosa.

De todo lo cual concluía que sólo con el cultivo del espíritu se podría salvar esa "lamentable desviación" en manos del Estado y con una "prensa policíaca y deportiva que tantos estragos causa".

El suicidio que conmovió a los intelectuales

El suicidio de Leopoldo Lugones, ocurrido el 18 de febrero de 1938, motivó que la Revista dedicara tres números de homenaje donde escribieron sesenta personalidades, tanto nacionales como extranjeras, sin pretender la Dirección "una corona de alabanzas" ante tan discutida figura (a. III, t. VII, mayo/junio 1938, nº 26 a 28). Las contribuciones fueron poéticas y narrativas, divididas en diversas secciones donde se hizo referencia a su personalidad intelectual, al escritor y su obra, a la "pasión y muerte" de Lugones, a la polémica con el uruguayo Julio Herrera y Reissig, al educador, y al periodista, además de un apéndice de misceláneas. Los artículos dieron cuenta, igualmente, de su conocido viraje político que atravesó el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo, y el fascismo. Sesenta opiniones, decimos, que recorrieron toda una escala valorativa, desde señalarle los más desafortunados sentimientos y vanidades hasta el elogio supremo.

Avanzando en la tormentosa década, y bajo los ecos del Congreso Internacional de los PEN Clubs que se había reunido en Buenos Aires en 1938, el abogado y militante radical Camilo F. Stanchina elaboró sus reflexiones sobre la responsabilidad social de todo escritor científico al que, sin limitar en su libertad, le indicaba la necesidad de respetar, mantener y defender la verdad como norma moral intelectual ("La responsabilidad social del escritor", a. III, t. VIII, agosto 1938, nº 29, 66-69). Esta condición era aún más necesaria cuando se trataba de obras dirigidas a la enseñanza para no distorsionar la adquisición de conocimientos. Además, falta grave era la de quienes escudándose en el prestigio producían estas deformaciones, encubriendo intereses mezquinos.

Después de los volúmenes de homenaje, Liborio Justo en "A propósito de Lugones" (a. III, t. VIII, agosto 1938, nº 29, 76-79) utilizó la ocasión para juzgar la vieja y la nueva generación, tal como las inquietudes de la década ya lo habían planteado. Sin eufemismos, y con las características de una pluma implacable que le acompañó durante su vida, señaló que no había existido una "nueva generación". Todos ellos pequeños burgueses arropados de socialismo, habían significado una involución frente a los Lugones o Quirogas, actores de la "vieja generación", junto a Payró, Rojas y Larreta. Los nuevos sólo habían producido "obritas superficiales e intrascendentes", diluidos como grupo después de la crisis mundial del 30 y hasta atrincherados en veredas diferentes. Entre esos declinantes estaban, para Justo, "los Mallea, los Scalabrini Ortiz", Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Cayetano Córdoba Iturburu y Raúl González Tuñón, "‘revolucionarios' de salón y escritores ‘a la moda', producto de la cursilería pseudo proletaria" que nada tenía que ver con la "auténtica literatura de la revolución". Justo iba más allá de lo que los grupos de Florida y Boedo podían representar para nuestra cultura, tal como tuvo lugar en los años 20.

Nación y destino

Hacia el final de la década, un joven con apenas dieciocho años escribía, desde la pequeña ciudad cordobesa de San Francisco, unas reflexiones. Se trataba de quien sería profesor, filósofo y escritor dentro del humanismo cristiano: Manuel Gonzalo Casas (1911-1981), que titulaba su artículo "Sentido y significación del mañana" (a. IV, t. X, mayo/junio 1939, nº 38-39, 363-366). Póstumamente apareció su libro El ser de América (1984)19, recopilación que deseamos recordar porque se constata que sus preocupaciones venían desde muy atrás en su vida.

Un tanto de prisa, destacamos dos aspectos del ensayo en Nosotros. Por un lado, el autor emplazaba la categoría de "mañana" en la relación potencia / acto. Ya no se trataría de una traslación en el tiempo, sino del momento de realización del destino como nación. Compromiso de "empresa", es decir, efectividad del "sentido de una promesa", orientada por "el genio nativo" y sustentada en hondos estratos del ser. Un "renacimiento nacional", una suerte de "resurrección"  que imprimiría la profundidad y la "grandeza nacional", como la de Moreno, San Martín, Monteagudo, Belgrano o Facundo. Reflexión evanescente del autor que se comprende mejor a la luz de otro aspecto que señala y remite a la ridiculización del europeo respecto de un aparente o inexistente mañana para nosotros:

Europa se desmoronaba ya, en su interioridad, cuando los europeos se reían de nosotros porque en lugar de vivir con los ojos fijos en el suelo, oteábamos el horizonte pretendiendo abrir, vislumbrar una brecha, para filtrarnos en la eternidad con la realización de un propio destino (Ibid., 365).

Mas la hora había llegado y se asistía "al espectáculo imprevisto de un renacimiento nacional", cual mandato de realizar "aquí, [...] en esta tierra nuestra, otra etapa decisiva en el eterno peregrinaje del hombre, que por tantos caminos y por tan diferentes culturas, marcha hacia una altitud ideal de desconocida y misteriosa significación". Casas expresaba así un idealismo espiritual que bordeaba la realidad sin llegar a explicitarla, donde los hechos concretos de la historia se atisban bajo una propuesta metafórica de cumplimiento de un "destino", es decir, de un acto de la voluntad, donde se advierte un trasfondo teológico y teleológico (Ibid.,366). Un telurismo en el que se posicionaron más tarde filósofos como Carlos Astrada, en su primera etapa, y Rodolfo Kusch, por citar sólo dos, pero que tenía antecedentes decimonónicos. Esto no mengua la calidad de profesor de Casas, que con inigualable pasión nos inició en el conocimiento de la filosofía del medioevo en sus fecundos años en la Universidad Nacional de Cuyo; atravesado de poesía y de saber.

Palabras finales

El halo de pesimismo tenía sus fundamentos a medida que la década fue avanzando. El temor a una nueva guerra estuvo siempre latente y cuando en 1931 Japón comenzó su invasión a China, el temblor se hizo presente en las almas del mundo. Era el primer paso que avecinaba la fatal contienda iniciada en 1939. Pero aquel pathos estuvo acompañado por el imborrable recuerdo de la trágica I Guerra Mundial. Se sumaba ahora la cruel Guerra Civil española, desarrollada desde 1936, donde tanto los directores como los escritores tuvieron sus esperanzas en el grupo republicano, cuyas ideas compartieron ampliamente y publicaron muchas páginas sobre el tema, además de dar cabida a escritores republicanos.

La visión de sí mismos volcada sobre la Argentina muestra una constante que puede verse irradiada no sólo en Nosotros, sino también en la literatura que marcha desde el inicio del siglo y lo recorre hasta nuestros días, sin contar el acervo producido en el siglo XIX. La Revista pudo dedicar muchas páginas al tema, acerca del cual hemos hecho sólo un recorte ilustrativo. El círculo intelectual se proyectó como una élite que sentaba diversos ángulos, pero todos coincidían en una visión poco esperanzadora, por lo menos si no se establecían nuevos rumbos dentro del quehacer político, social, económico y cultural. Este último aparece como el principal, pues se pensaba que muchos de los males remitían a formas culturales inadecuadas desde el punto de vista moral y al modo de vincularse con las prácticas ciudadanas.

Si en el papel de una revista muchos estuvieron juntos, en el espacio público las diferencias entre ellos fueron a veces manifiestas y hasta en veredas enfrentadas. Esto sin mención de los cambios operados dentro mismo de las ideas de algunos de sus protagonistas, donde cualquier estudio daría cuenta de etapas o posturas antagónicas difíciles de explicar. Quizá Lugones sea el modelo más arquetípico. Si la coherencia parece ser un valor, a menudo puede serle esquivo al ser humano.

La década del 30, con el autoritarismo instalado como gobierno, posiblemente motivó que algunos escribieran de modo general, sin referencias explícitas a realidades concretas, como si la flecha elevada fuera el espacio concedido para expresar el pensamiento. Sin embargo, el lenguaje fue, dentro de lo narrativo, limpio, sencillo, guardando las formas correctas, pero directo. Si unos se mostraron verborrágicos en las respuestas a las encuestas lanzadas, otros prefirieron la sobriedad y brevedad.

La Revista fue un punto intermedio entre lo que la radiofonía ya ofrecía y lo que los periódicos anunciaban en el día a día o en sus suplementos culturales; pero un punto intermedio de calidad, pues nunca trasgredió las normas del buen gusto ni permitió la diatriba. Trató de reflejar el aspecto literario a través de las creaciones artísticas, el anoticiar la aparición de libros nuevos, de conciertos, de exposiciones y demás aspectos que cubría con su sección "Crónica", y, al mismo tiempo, de dar curso a reflexiones sobre el acontecer nacional, latinoamericano y europeo. Hay, además de una intención estetizante, un propósito que invita a la reflexión del lector desde posiciones tomadas por los autores. Si las naciones son resultado de una evolución en la historia, esa evolución, en tanto transformación, no siempre había sido positiva y, como pruebas al canto, estaban los gobiernos tiránicos y despóticos, totalitarios y amedrentadores de las individualidades. Son las formas de organización social las que parecen interesar en la secuencia de artículos y eso, necesariamente, comienza por las miradas sobre sí mismos. Sobre una nación que podía tener el nombre de patria, distinta del Estado, claro, pero que preocupaba hondamente porque el tiempo la iba degradando en lugar de engrandecerla. Ese tiempo tenía formas y nombres propios, éstos no siempre mencionados.

En este sentido, se puede decir que no se advierte una actitud chauvinista, pero la consideración de aspectos nacionales tuvo una dedicación especial, abierta a un contexto más amplio en muchas ocasiones y, dentro de todo el arco temporal, como mirador su elaboración estuvo marcada, intencionadamente, por una disposición cosmopolita.

Si al comenzar este escrito marcamos que la década del 30 ha quedado en la memoria como una celdilla negativa de nuestra historia económico-política, fue, sin embargo, pródiga en creaciones culturales. Esfuerzos que se multiplicaron en diversos planos y convirtieron a la Argentina en un lugar destacado continentalmente. Ejemplos de ello fue la mencionada creación del Colegio Libre de Estudios Superiores (1930), de actividad intensa por muchos años, como lo fue la de sus protagonistas, dentro de los cuales estuvo el propio Roberto Giusti; el grupo Sur, cuyos miembros también participaban del Colegio; la febril actividad editorial de Losada y Sudamericana, ligadas a los anteriores; Claridad, que venía de la década anterior; los grupos y revistas que fueron definiéndose nacionalistas y católicos, con la revista Criterio, fundada en 1928, más un largo etcétera. Aquí sólo hemos querido recoger fragmentos que testimonian la circulación de ideas y perspectivas de Nosotros en una etapa de preguntas identitarias, de consensos, mas también de grandes disensos en encrucijadas intelectuales y políticas. Yerros y aciertos de esos años que han dado lugar a diversos estudios, pero que con lecturas atentas podrán seguir dándonos más conocimientos como fuente digna de reflexiones.   

Notas

1. Nosotros. Revista mensual de letras, arte, historia, filosofía y ciencias sociales. Buenos Aires, 1ª época: 1 de agosto de 1907/abril-diciembre de 1934; 2ª época: abril de 1936/diciembre de 1943. La Revista tuvo algunas interrupciones más breves, entre mayo de 1910 y marzo de 1911; entre agosto y octubre de 1912; entre agosto de 1940 y mayo de 1941. Véase Elena Ardissone y Nélida Salvador (comps.). 1971. "Bibliografía de la revistaNosotros, 1907-1943", en Bibliografía argentina de artes y letras. Compilación especial nº 39-42. Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes.. Fundadores de Nosotros: Alfredo Bianchi nació en Rosario, Argentina, el 6 de abril de 1882 y falleció en Buenos Aires el 23 de noviembre de 1942; Roberto Giusti, por su parte, nació en Lecce, Italia, el 10 de marzo de 1887. Nacionalizado argentino, falleció en Buenos Aires en 1978. A continuación toda anotación que remita a la Revista se hará sólo con los datos de impresión (precedida de la letra N, cuando sea necesario). El epígrafe remite a palabras pronunciadas con motivo de los veinticinco años de N, a. 26, t. 77, octubre de 1932, nº 281, 81.

2. Giusti, Roberto. "Los ensayos argentinos de Ortega y Gasset. La pampa... promesas", a. 24, v. 67, enero 1930, nº 248, 5-13. Es conocido y ampliamente difundido que Ortega realizó tres viajes a la Argentina. El primero, y más comentado por la literatura filosófica, desde el 22 de julio de 1916 hasta fines del mismo año; el segundo, entre agosto de 1928 y enero de 1929. El tercero, en 1939. Permaneció hasta el 9 de febrero de 1942. Sobre Ortega y sus viajes es abundante la bibliografía. A su visión sobre la Argentina: Jalif de Bertranou, Clara Alicia. 1984. "Ortega y el hombre a la defensiva", en Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v.1, 47-60. En el centenario de su nacimiento, véase el volumen de homenaje: Sur. Revista semestral (Buenos Aires), nº 353, julio-diciembre, 1983. De la amplia bibliografía sobre la relación entre Ortega, la Argentina, e Hispanoamérica, Cf. Gómez-Martínez, José Luis. 1983. "La presencia de América en la obra de Ortega y Gasset", en Quinto Centenario, nº 6, 125-160; Tzvi Medin. 1994. Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana. México: FCE; Aguilar, Enrique et al. 2004. Ortega y Gasset en la cátedra americana. Buenos Aires: Nuevo hacer Grupo Editor Latinoamericano; Sánchez Cuervo, Antolín. 2007. "El pensamiento de Ortega y Gasset bajo dos miradas del exilio: salvación y superación", en Solar, nº 3, año 3, Lima, 41-54. Este último analiza los casos de José Gaos y María Zambrano.

3. "Guarango", palabra usada en la Argentina para indicar persona de "gusto charro, de modales de arrabal, de lenguaje e ideas poco cultas, según la definición incluida en el diccionario del chileno Zorobabel Rodríguez, de acuerdo con aclaración que le hacía Juan María Gutiérrez a este escritor. Sin embargo, Giusti dice nunca haber encontrado el origen de la palabra (nota 1).

4. Jorge Weber Montt, El Fenómeno. Buenos Aires? 1930? No hemos hallado el pie de imprenta que corresponde a la edición comentada.

5. En un número posterior hubo otra respuesta a la nota de Doll: Honorio Barbieri, "Cambio de ideas sobre la inteligencia argentina", a. 25, v. 71, febrero 1931, nº 261, 175-178. En la misma se afirma que la historia argentina tuvo los intelectuales que las horas reclamaban, que no eran acordes con lo que el presente demandaba. Se indicaba que con Lenin tenían las masas el heroísmo como protagonista de la historia, vanamente buscado en otros nombres.

6. Scalabrini Ortiz, Raúl. 1931. El hombre que está solo y espera. Buenos Aires: Gleizer. La primera edición se hizo en octubre de ese año. Agotada, rápidamente apareció una segunda edición en diciembre del mismo año.

7. Nosotros. Número Extraordinario de las Bodas de Plata, a. 24, v. 76, nº 279 y 280, agosto y setiembre 1932, 178 p.

8. José Gabriel. 1921. La renovación filosófica. Buenos Aires: Publicación del Centro de Estudiantes de Derecho y Ciencias Sociales. Serie II, v. 1.

9. Noé, Julio. 1926. La antología de la poesía argentina moderna, 1900-1925. Buenos Aires: Nosotros. Sobre el valor de ésta, cf. Anglada, Aníbal Salazar. 1926. "Julio Noé y La antología de la poesía moderna argentina: un punto de inflexión en la práctica antológica en Argentina", en Anales de Literatura Hispanoamericana, 2007,v. 36, 171-197. Noé fue Secretario de Redacción de Nosotros entre 1912 y 1917. Perteneció al Partido Demócrata Progresista.

10. El texto evangélico de Lucas, X, 38-42, alude a quienes se afanan trabajando, olvidando la vida espiritual y de recogimiento que supone la conversión como vía para la salvación.

11. Claridad. a. XII, (147) nº 269, 30 de setiembre de 1933 y (148) nº 270, 20 de octubre de 1933. Sobre el tema puede verse Juan Carlos Portantiero. 1987. Estudiantes y política en América Latina, 1918-1930. México: Siglo XXI.

12. Renan, Ernest. [1947]. Oeuvres complètes de Ernest Renan. Édition définitive établie para Henriette Psichari. Paris: Calmann-Lévy, Editeurs, t. 1, 887-906.

13. Un análisis más actual de Renan puede leerse en: Catanzaro, Gisela, "Nación, imaginación y materia: para una crítica de las comillas" y Lvovich, Daniel, "Nación e imaginación", en Vernik, Esteban (comp.). 2004. Qué es una nación. La pregunta de Renan revisitada. Buenos Aires: Prometeo. 55-64 y 65-80, respectivamente.

14. Renan, Ernest. Op. Cit. Oeuvres complètes. 904 y 905-6, respectivamente.

15. Nosotros (segunda época), "Número extraordinario dedicado al II Congreso Internacional de Historia de América", suplemento del nº 16, 1937 [a. II, tomo IV, julio 1937, nº 16], 1-200.

16. El trabajo fue publicado por la Revista Militar, Buenos Aires, año 37, nº 443, dic./1937, 1409-1425 y la Academia Nacional de la Historia de la Argentina en 1938, Buenos Aires, tomo IV, Sección Historia Militar y Naval, 665-681.

17. Emilio Ravignani. 1937. "Discurso del Vicepresidente del Congreso y Director del Instituto de Investigaciones Históricas, Dr. Emilio Ravignani, en el acto celebrado en dicha institución", a. II, tomo IV, julio, nº 16, 44-50.

18. Nosotros destacó la labor del Teatro del Pueblo en su sección Crónica con la firma de Marcelo Menasché. Se indicaba que desde su fundación había dado a conocer setenta y siete autores nacionales. Cf., a. IV, t. IX, enero 1939, nº 34, 113-116.

19 Gonzalo Casas, Manuel. 1984. El ser de América. Tucumán: Editorial del Sur.

Bibliografía

1. Giusti, Roberto. 1954. Momentos y aspectos de la cultura argentina, colección Problemas de la Cultura en América, dirigida por Norberto Rodríguez Bustamante. Buenos Aires: Raigal.         [ Links ]

2. Giusti, Roberto. 1965. Visto y vivido. Anécdotas, semblanzas, confesiones y batallas. Buenos Aires: Losada.         [ Links ]

3. Nieburg, Federico. 1998. Los intelectuales y la invención del peronismo: estudios de antropología social y cultural. Buenos Aires: Alianza.         [ Links ]

4. Pró, Diego F. 1973. Presencia de Taine y Renán en el pensamiento argentino. Cuyo. Anuario de Historia del Pensamiento Argentino (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Filosofía) IX: 235-253.

5. Sanguinetti, Horacio. 1981. Los socialistas independientes, colección Conflictos y Armonías en la Historia Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos Aires: Belgrano.         [ Links ]

6. Terán, Oscar. 2008. Historia de las ideas argentinas. Diez lecciones iniciales, 1810-1980, colección Biblioteca Básica de Historia. Buenos Aires: Siglo XXI.         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons