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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.14 no.2 Mendoza Dec. 2012

 

COMENTARIO DE LIBROS

Ibarra Peña, Alex. Filosofía chilena. La tradición analítica en el período de institucionalización de la filosofía.
Bravo y Allende, 2011, Prólogo de José Santos Herceg.
136 pp. ISBN 978-956-307-049-1

Pedro D. Karczmarczyk

Universidad Nacional de La Plata - CONICET

 

El presente trabajo de Alex Ibarra Peña recoge los resultados de una investigación sobre la constitución del campo de estudios ligado a la filosofía analítica en Chile. El autor se propone una tarea informativa y crítica, en la que cifra la novedad de su propuesta. En otros términos, la suya es una labor de rescate, de algunos filósofos y corrientes de pensamiento relegados en las narraciones hegemónicas de la institucionalización de la filosofía en Chile, y de corrección del papel asignado a Chile en las visiones panorámicas de mayor circulación sobre la emergencia de la filosofía analítica en nuestro continente. En el cruce de estos dos vectores radica la novedad de la empresa de Ibarra Peña: proponer una visión más ajustada de la recepción de los filósofos analíticos en Chile.

El método de trabajo utilizado consistió en la realización de entrevistas a filósofos analíticos chilenos activos en el siglo XXI, lo que permitió, por una parte, conformar un canon o corpus, estableciendo los precursores en la difusión de la problemática analítica, en cuanto "textos que fueron leídos en la década del 60 por quienes finalmente se convirtieron en filósofos analíticos" (p. 14) y en tanto "contenidos temáticos que en la década del sesenta circulaban en las aulas universitarias y que se tenían a disposición para la lectura en el espacio cultural nacional" (p. 15). Por otra parte, en dichas entrevistas el autor buscó un mínimo entendimiento común de los núcleos conceptuales centrales de la filosofía analítica como tradición filosófica: la valoración positiva del conocimiento científico, el reconocimiento de la importancia de la lógica para la clarificación de la reflexión y la argumentación filosófica, y la crítica a la metafísica. De esta encuesta y de un conjunto de elecciones que el autor pone a consideración del lector, se desprende que el abordaje de la cuestión se debe realizar a través del estudio de parte de la producción de Desiderio Papp, de Gerold Stahl y de Juan Rivano. Los dos primeros, sin ser chilenos, desarrollaron una extensa labor docente en Chile, aunque su influencia en suelo chileno debe computarse desde antes de su radicación allí, en particular en el caso de Papp.

En el capítulo 1, dedicado a analizar la tesis del retraso de la recepción de la filosofía analítica en Chile, confronta con las visiones de Patricio Marchant y Cecilia Sanchez sobre la institucionalización de la filosofía chilena -esto es, su constitución como disciplina académica autónoma, proceso fechado por el autor en los años 50 y 60 del siglo XX- visiones a las que cuestiona por su énfasis unilateral en la filosofía continental. Ibarra indica que en esta época se reconocen con nitidez preocupaciones ligadas a la filosofía de la ciencia, en las que cabe discernir la colocación de los cimientos de la tradición analítica, objeto de estudio de su trabajo.

En relación a la tesis del retraso de la constitución de la filosofía analítica en Chile, Ibarra confronta con las posiciones de Salmerón por un lado y las desarrolladas conjuntamente por Margarita Valdés y Miguel Fernández por el otro, indicando que textos en el campo de la filosofía analítica de Stahl, Torretti y Rivano son más o menos contemporáneos de algunos trabajos considerados fundadores del campo de estudio, como los de Mario Bunge y Moro Simpson.

Una de las características más llamativas del estudio que reseñamos es su incesante necesidad de revisar la pertinencia de las categorías utilizadas. Son dignas de destacar las precauciones que el autor exhibe en relación al uso de las categorías de tradición y de institucionalización. Partiendo de un concepto robusto de tradición, propuesto por el chileno Orellana Benado, que incluye en el mismo, por una parte, el elemento conceptual que ha dominado el uso del término, pero también elementos institucionales y factores de poder o de "política filosófica", Ibarra encuentra que este concepto es demasiado exigente para ser aplicado al caso chileno, en particular en cuanto al requisito de institucionalización. En este punto el argumento se torna a nuestro juicio un poco oscuro, porque el recaudo parece provenir de la insuficiencia de institucionalización de la filosofía analítica, lo cual, confrontado con el inventario que el propio texto realiza de las diversas instancias en las que la tradición analítica se inserta en Chile lleva a pensar que la precaución proviene de una meta ideal en relación con la cual la institucionalización alcanzada se revelaría insuficiente.

Esta característica del trabajo de Ibarra está relacionada con otra que se deja apreciar a continuación, cuando el autor considera las críticas que Patricio Marchant y Cecilia Sánchez realizan a la filosofía profesional por su descontextualización, por su aspiración a un "punto de vista puro", que los críticos mencionados resumen como "carencia de escena". La carencia de escena de la filosofía profesional es su incapacidad para ver entorno suyo, lo que colocaría desventajosamente a la filosofía frente a la literatura chilena como lugar del pensamiento. Un efecto de esta carencia sería la "carencia de estilo" de la filosofía profesional, elemento que, por el contrario, domina por definición la producción literaria. Con sus recaudos, Ibarra nos está presentando su voluntad de mirar en redor suyo, de no dar por sentada la existencia de una tradición por la mera posesión del concepto de tradición, así como de la necesidad de alejarse del riesgo de negar la existencia de una tradición analítica chilena debido a que la misma no se ajusta completamente al concepto provisto. La tarea de interpretación de Ibarra se propone entonces como un proceso de ajuste que permita que el concepto sea la verdad del objeto, y viceversa.

Los capítulos 2, 3 y 4 se abocan al estudio de los casos de Desiderio Papp, Gerold Stahl y Juan Rivano en quienes se discierne no un consenso en las posiciones adoptadas en relación a los ejes utilizados para caracterizar a la filosofía analítica (la valoración positiva del conocimiento científico, el reconocimiento de la importancia de la lógica para la argumentación filosófica y la crítica a la metafísica), sino más bien la necesidad de adoptar posición en relación a los mismos, lo que se podría denominar una "comunidad de agenda filosófica". En el capítulo 2 se estudian dos obras de Desiderio Papp, La doble Faz del mundo físico y Filosofía de las leyes naturales, publicadas en Buenos Aires en 1945 y 1946 respectivamente. Ibarra destaca la preocupación filosófica, el interés por la ciencia y la recepción crítica de las tesis del positivismo lógico, a partir de lo cual considera que debería estudiarse la tesis del retraso chileno, considerando que Papp se estableció en la Universidad de Chile en 1961, donde trabajó hasta 1990. En el caso de Stahl, quien llega a Chile en 1953 luego de obtener su doctorado en Munich en 1949, Ibarra encuentra un difusor de la lógica simbólica -su trabajo Introducción a la lógica simbólica de 1959 tuvo varias ediciones- y de las ideas del neopositivismo, destacándose su propósito de instalar un modo de hacer filosofía más profesional, del que dan cuenta sus publicaciones en revistas especializadas, participando en polémicas públicas como cruzadas antimetafísicas à la Carnap, que debió abandonar el país en 1973 debido al golpe militar que derrocó a Salvador Allende. Juan Rivano es un caso más complejo, ya que inscribe su preocupación por la ciencia en las raíces de un humanismo que Ibarra califica de orteguiano, aunque esta preocupación no lo lleva a tener una actitud anticientificista. En el primer texto analizado de este autor, Del humanismo a la religión, Ibarra reconoce en Rivano un uso de las tesis neopositivistas, en particular en la manera de dividir religión, filosofía y ciencia y una crítica de otras tesis nucleares del neopositivismo, que se derivan de una crítica al atomismo del análisis, que este autor profundiza en su trabajo Introducción al pensamiento dialéctico de 1971. Si bien Rivano no puede considerarse un filósofo analítico, su trabajo exhibe una recepción crítica y una discusión de las ideas y de los autores de esta corriente. De Rivano se nos dice que fue uno de los filósofos más populares y seguidos desde los años sesenta hasta el golpe militar, a partir de cuando se radica exiliado en Suecia, desde donde publica otro libro en Chile en 1990.

Para concluir, tal vez sea interesante retomar la vieja teoría de que los textos reflejan sus circunstancias de producción, teniendo siempre en cuenta que, siendo éstas contradictorias, los textos nunca hacen sólo eso, puesto que intentan unificar infructuosamente un núcleo real de contradicción, por ello de tensión y dispersión potencial. Observando desde esta óptica, el texto de Ibarra da cuenta de una querella entre literatura y filosofía, inscripta en las versiones dominantes de la institucionalización filosófica que este autor nos refiere (Marchant, Sánchez), dirigida a la instalación académica de la filosofía denominada "continental". En esta oposición entre retórica y semántica resuenan una vez más los ecos de la reivindicación romántica de la creación genial. Frente a ello parece acertada la reivindicación de la tradición analítica, entrelazada con más convicción con las formas institucionales de su realización (lo que tal vez pueda rastrearse hasta la confrontación entre el ensayo filosóficoinglés y la disertación germana) para cuestionar a la visión hegemónica. Consecuentemente, Ibarra destaca la productividad de esta corriente apelando explícitamente a la noción de "modos de hacer filosofía". Esta noción permite destacar en concreto, en su análisis de los casos, distintos y productivos modos de empleo: apropiación crítica (Papp), adhesión y difusión (Stahl), y apropiación selectiva que aporta a la configuración de una problemática (Rivano).

Sin embargo, consideramos que hay algunas opciones implícitas en el texto que llegan a ser sonoras una vez que se desata la labor analítica. Por una parte, la elección del título "tradición analítica" nos parece remitir a la resolución imaginaria de un conflicto, cuyo cuestionamiento nos lo ofrece el propio texto. En efecto, uno de los sentidos de tradición es "transmisión", pero el propio texto nos indica que dos de los tres referentes escogidos de la tradición en cuestión debieron abandonar el país debido al golpe militar, dejándonos a a oscuras sobre la suerte de esos textos en los años de la dictadura militar. Habría que clarificar este punto para poder hablar de hablar de tradición, para calibrar los efectos en el presente de los textos de aquellos precursores. Por otra parte, la constitución de la filosofía analítica, fechada principalmente en los años 60, años de efervescencia política y de expansión de las ciencias sociales, hace que la "valoración positiva de la ciencia" -destacada como uno de los criterios de clasificación de la filosofía analítica- deba examinarse bajo una nueva luz. En efecto, esta valoración debería insertarse en un campo de disputa caro a la filosofía analítica, o más exactamente al neopositivismo- la disputa por la cientificidad, dirigida en general hacia las ciencias humanas, y en particular hacia el marxismo y el psicoanálisis. Serán seguramente otros textos, del autor o de sus críticos, los que podrán abrir la, a nuestro juicio necesaria, polémica sobre estas cuestiones.

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