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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.15 no.1 Mendoza jun. 2013

 

COMENTARIOS DE LIBROS

 

Hans Belting, Antropología de la imagen (Título original: Bild-Anthropologie)

(2007), Traducido al español por Gonzalo María Vélez Espinosa, Buenos Aires, Katz Editores, (321 páginas), ISBN: 978-987-1283-57-6

 

María Rita Moreno

Universidad Nacional de Cuyo

 

Si bien Hans Belting1 estructura su libro mediante siete capítulos que pueden ser leídos de manera independiente, nosotros intentaremos esbozar cuáles son los conceptos centrales que los recorren en su totalidad, prescindiendo de los análisis de obras de arte específicas y tratando de abstraer las categorías que en ellos funcionan.

 Desde el inicio, el autor advierte que ha de entender el concepto de imagen como Vorstellung, como concepción y producto; y que el interés de sus investigaciones estará guiado por la indagación de la tradición de la praxis de la imagen. Además, explica en qué consisten los conceptos fundamentales con lo que quiere llevar a cabo su Antropología de la Imagen.

"Imagen", nos dice Belting, es algo más que un producto de la percepción, pues es la manifestación del resultado de una simbolización personal o colectiva. Las imágenes colectivas provienen de una antigua genealogía de la interpretación del ser y es en las imágenes (en su doble sentido de imágenes interiores e imágenes exteriores) que leemos nuestra relación con el mundo. Esto produce un mundo poblado de imágenes, el cual comprendemos y dotamos de sentido a través de ellas. El qué es una imagen no puede, sin embargo, ser respondido sin preguntarse en simultáneo cómo algo puede convertirse en una imagen; lo que alude de manera directa al concepto de "Medio". Medio no se refiere sólo a la parte física en la que se manifiesta la imagen, sino que es también aquello que nos permite percibirlas de tal modo que no nos las confundimos ni con los cuerpos reales ni con las meras cosas. Por ello, sólo puede hablarse de imagen y medio como las dos caras de una misma moneda: sólo podemos tener una experiencia de la imagen si tenemos una experiencia medial al mismo tiempo. Esta relación tendría como consecuencia la distinción histórica entre forma y materia.

La percepción, entonces, es una acción simbólica que se practica de manera muy distinta en las diferentes culturas, pues consiste en animar la imagen en el medio en que se encuentra. La distinción entre imagen y medio nos aproxima así a la conciencia del "Cuerpo", pues las imágenes del recuerdo y de la fantasía surgen en el propio cuerpo como si fuese un medio portador viviente.  Hay una doble relación corporal en el medio de las imágenes: por un lado, hay una analogía con el cuerpo al comprender el medio como el cuerpo simbólico de una imagen; por otro, se afirma que los medios circunscriben y transforman nuestra manera de percibir las imágenes. Por eso se habla del cuerpo como el "sujeto medial".

Teniendo en cuenta las conceptualizaciones precedentes, el autor afirma que la historia de las imágenes es también una historia de los medios de la imagen, y que la interacción entre imagen y tecnología sólo puede comprenderse a la luz de acciones simbólicas. La producción de imágenes es un acto simbólico y por eso exige de nosotros una percepción igualmente simbólica. Además, la producción y percepción de imágenes a nivel colectivo provoca en general una estandarización de las imágenes individuales a las que terminamos considerando como de elaboración propia. Ello nos indica que no sólo percibimos el mundo como individuos, sino que lo hacemos de manera colectiva; modelamos las imágenes mediales con nuestra experiencia individual y social. Puede decirse, entonces, que nuestra percepción simbólica está sujeta al cambio cultural, a pesar de que nuestros órganos sensoriales no se hayan modificado. No obstante, ateniéndose a la definición de cuerpo como medio principal de las imágenes, Belting sostiene que el cambio en la experiencia de la imagen expresa también un cambio en la experiencia del cuerpo; pues la medialidad de las imágenes es una expresión de la experiencia del cuerpo. De esta manera, el cuerpo es sustraído de la naturaleza e insertado en un orden simbólico. La interacción entre imagen y medio supone otra consecuencia relevante, y es la discusión de la antítesis ser-apariencia. Si bien las imágenes están supeditadas a las apariencias, ellas mismas afirman su ser en el mundo a través de estas mismas apariencias. En otras palabras, adoptan cuerpos para ser en el espacio social.

La imagen, según Belting, puede legitimarse entonces como concepto antropológico únicamente bajo un marco intercultural en el que se discuta el conflicto entre un concepto general de imagen y las convenciones y conceptualizaciones propias de una cultura. Ello no sólo nos permitiría organizar las praxis de la imagen en relación al mundo conceptual, sino también que nos permitiría problematizar las genealogías oficiales, históricas y categoriales de las culturas (específicamente, la cultura occidental). A modo de ejemplo, Belting se sirve del análisis de Serge Gruzinski en La guerra de las imágenes: de Cristóbal Colón a "Blade Runner", y afirma que la historia de la colonización europea en América ha sido una "guerra de las imágenes": los españoles emplearon una energía guerrera en exportar su cultura a través de la afirmación de sus imágenes. Si bien el encuentro con otras culturas afecta la propia comprensión de las imágenes como cuestión de la identidad colectiva, las imágenes de los otros se tratan como imágenes de un tipo distinto o se les niega su relevancia simbólica, por lo que suelen excluirse del propio discurso. Por ello es que puede hablarse del aspecto político de las imágenes y de la colonización de otras culturas por medio de la modificación de su imaginario.

Belting tematiza también de manera específica el "Lugar" de las imágenes. Sostiene que la persona es su lugar natural; pues ella es lugar vivo para las imágenes, el único lugar en el que las imágenes reciben un sentido y un significado. El cuerpo de la persona no sólo es su lugar en el mundo, sino también el lugar donde se crean, recrean, conocen y reconocen imágenes (en la forma de recuerdos, sueños o visiones). Nuestras propias imágenes son perecederas en la misma medida en que nuestros cuerpos lo son, permanecen almacenadas en nosotros el tiempo que dura nuestra vida. Esto vuelve necesario el plantearse qué papel tiene el cuerpo como lugar de las tradiciones colectivas. En tanto fundadoras y herederas de las imágenes, las personas se encuentran involucradas en procesos dinámicos en los que sus imágenes son transformadas, olvidadas, redescubiertas y cambiadas de significado. Estos procesos atañen a cuestiones de la memoria cultural. Así, en nuestros cuerpos unimos una predisposición e historias personales con unas de tipo colectivo. Por eso, se dice que el cuerpo natural representa también un cuerpo colectivo, y es en este sentido un lugar de las imágenes, a partir del que existen las culturas. El Yo, el lugar de las imágenes, se ha convertido en el lugar de las culturas, en el que, a través de los recuerdos y las experiencias individuales, se dota de contenido semántico y se transmiten los diferentes imaginarios. 

Ningún ámbito evidencia tanto el cuerpo como lugar de las imágenes como es el caso del sueño, que son las imágenes que el cuerpo produce sin voluntad. Belting remite que Freud expresaba que el material de los sueños se produce en imágenes. El sueño dispone de recuerdos que son inaccesibles a la vigilia, lo que apunta a la estructura oculta de la memoria de imágenes y su capacidad semántica. La actividad simbólica que tiene lugar en el sueño problematiza así la supuesta dualidad de realidad e imaginación. Más bien, establece entre ambos términos una continuidad que permite identificar una ocupación múltiple del cuerpo.

Respecto de los lugares geográficos de las imágenes, Belting señala un desplazamiento en esta relación. En vez de visitar las imágenes en lugares determinados, actualmente se visitan los lugares en imágenes. Según la concepción antigua, los lugares establecían principios de sentido para sus habitantes, la identidad vivía de la historia de lo que había acaecido en un lugar. Hoy, los lugares fijos y cerrados se han fragmentado y ya no son distinguibles de otros, salvo como metáforas. Las imágenes también han perdido el lugar en el que se las podría esperar. Ahora, regresan frecuentemente como sus propias copias desprovistas de su medialidad física original al almacenarse en memorias artificiales. Desde allí se las llama cuando se las recuerda o necesita para presentarlas en nuevos medios. En este sentido, Belting rescata de manera expresa el concepto de heterotopía de Foucault para referirse a la realidad virtual de las imágenes, al ser creada por la tecnología como un espacio diferente fuera de los espacios del mundo.

Belting se propone también sondear la imagen no ya en los cuerpos, sino de los cuerpos; pues entiende que la imagen del ser humano es una metáfora para expresar una idea de lo humano. Este tipo de imágenes, las de los cuerpos humanos, posee un sentido metafórico porque muestran cuerpos pero significan personas. Respecto de esto, el pensador nos refiere la obra lacaniana: la conciencia del yo comienza en el estadio del espejo de la temprana infancia como conciencia de una imagen ante la cual el yo reacciona. De hecho, los seres humanos han elaborado imágenes de sí mismos desde mucho antes de comenzar a escribir sobre sí mismos. Esto permite hablar del cuerpo como una invención cultural en la que vivimos.

La historia de la representación humana ha sido la historia de la representación del cuerpo, y al cuerpo se le ha asignado un juego de roles, en tanto portador de un ser social. El cuerpo natural es un medio portador, pero el cuerpo representado es siempre cultura. Belting señala que recientemente se ha desatado una crisis entre el cuerpo y la imagen: una crisis de la referencia. El debate actual sobre el cuerpo y la imagen se sitúa en la pregunta de si el cuerpo evade cualquier analogía o imagen, o de si es intercambiado por imágenes en las que se puede negar a sí mismo (ello, en referencia a las nuevas tecnologías que permiten modificar de maneras drásticas las imágenes que creamos de nuestros cuerpos). El autor también realiza un análisis de retratos y escudos, tras el cual concluye que la relación cambiante entre cuerpo e imagen ha fundamentado la descripción moderna del sujeto en sentido semiótico e icónico. Es decir, el concepto de sujeto se ha desarrollado por etapas a partir de un concepto de cuerpo que ha sido puesto en imágenes.

Belting finaliza su obra con una especulación acerca de la fotografía. Este tipo de imágenes también deben ser abordadas antropológicamente, pues la fotografía no es contingencia pura, ya que no capta sólo lo que se encuentra en el mundo. Esto, porque, bajo nuestra mirada, el mundo tampoco es contingencia pura. Las imágenes fotográficas simbolizan tanto como las mentales nuestra percepción del mundo y nuestro recuerdo de él; y la percepción simbólica que empleamos cuando estamos frente a una fotografía consiste en un intercambio de miradas. La fotografía implica una afirmación del sujeto, quien, al dirigir su mirada al mundo, se declara observador autónomo del mundo.

El autor se pronuncia desde el prólogo en su disconformidad respecto de la linealidad con la que se abordan las producciones artísticas desde la disciplina de la que él mismo proviene: la Historia del Arte. Dicha disciplina ha abordado el estudio de las imágenes casi desde su mera materialidad, atendiendo a las técnicas ejecutadas y a la historia fáctica que rodeaba la imagen producida. Ello sesga la realidad de la imagen, pues en su producción y recepción intervienen muchos otros factores que son los que Belting quiere rescatar de la Antropología. Así, el desplazamiento a la perspectiva filosófica encontraría su fundamento en las posibilidades conceptuales que ella le brinda.

Sin embargo, y aunque el autor indique el estadio experimental de sus investigaciones, es menester señalar que si bien explora problemas conceptuales propios de la Antropología como los de cuerpo, cultura e identidad y se refiere a antítesis clásicas de la Filosofía como verdad-apariencia o forma-materia; en ningún caso se abordan tales problemáticas hasta el final y con su peso propio. Da la impresión de que su aventura antropológica termina a mitad del camino, con los conceptos tal y como fueron encontrados. Belting olvida que los conceptos de la Filosofía tienen también su historia y que es preciso atender a ella para comprenderlos y hacer uso de ellos.

De todas maneras, es correcto resaltar la crítica que realiza el autor del libro. Es él quien llama la atención de sus colegas para indicarles que los estudios en el ámbito de las artes visuales no pueden ya ignorar los aportes que la Filosofía brinda. Cualquier abordaje que pretenda hacerse de las obras de arte y de las obras rituales no puede prescindir de los conceptos antropológicos de cuerpo, cultura y memoria colctiva. Belting hace un gran esfuerzo para conjugar conceptos propios de la Filosofía con su formación histórica; pues se ha hecho consciente de que sólo se pueden comprender las producciones humanas en una perspectiva filosófica de lo que el hombre cultural e históricamente es.

Notas

1. Hans Belting (Andernach, Alemania, 1935). Estudió Historia del Arte, Arqueología e Historia en las Universidades de Mainz y de Roma. Obtuvo su doctorado en Historia del Arte en 1959. Fue becario en la Universidad de Harvard. Ha sido Profesor de Historia del Arte en las Universidades de Hamburgo, Heidelberg, Munich, Harvard y Columbia. Desde 1992 enseña Historia del Arte y Teoría de los Medios en la Hochschule für Gestaltung en Karlsruhe. Ha sido invitado a dictar la Cátedra Europea en el Collège de France y fue Profesor invitado en la Universidad de Buenos Aires.