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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.16 no.2 Mendoza Dec. 2014

 

ARTÍCULOS

La evolución del concepto de narración histórica: auge y crisis de la idea dialéctica de narración

The Evolution of the Concept of Historical Narration: Apogee and Crisis of the Dialectical Idea of Narration

 

Mauricio Casanova Brito

Universidad Andrés Bello, Concepción, CHILE

 


Resumen

A pesar de que los historiadores han considerado frecuentemente que el conocimiento histórico moderno surge como contraparte a la filosofía de la historia y el positivismo, en la idea tradicional de narración la herencia de la filosofía dialéctica de Hegel es recurrente: en ambos casos, el devenir de la auto-constitución del ser determina el método de conocimiento. Hegel afirma que las fases de la lógica no son solamente condiciones trascendentales que hacen posible la experiencia, sino etapas en la auto-determinación del Espíritu. Ranke sostiene que la narración es el método histórico apropiado debido a que la historia misma posee una estructura narrativa. Desde la década de 1970, esta idea de narración experimenta una crisis. Nuestra hipótesis es que las perspectivas predominantes de este concepto utilizadas actualmente por historiadores y teóricos de la historia corresponden a las principales posturas del pensamiento filosófico contemporáneo: la narración como modelo analítico (filosofía analítica), la narración como competencias del discurso práctico (teoría crítica), la narración como mecanismo de legitimación (posmodernismo), la narración sin estructura (post-estructuralismo) y la narración como necesidad transcultural (hermenéutica).

Palabras clave: Narración; Historicismo; Filosofía analítica; Hermenéutica.

 

Abstract

Despite the fact that historians have often considered that modern historical knowledge originates in opposition to philosophy of history and positivism, in the traditional idea of narration the inheritance of Hegel's dialectical philosophy is recurrent: in both cases, the becoming of the self-constitution of the Being determines the knowledge method. Hegel asseverates that phases of logic are not only transcendental conditions that make possible the experience, but stages in the self-determination of Spirit. Ranke affirms that narration is the historical appropriate method due to the fact that the history itself possesses a narrative structure. Since 1970's, this idea of narration undergoes a crisis. Our hypothesis is that the prevalent perspectives of this concept, used at present by historians and theorists of history, correspond to the principal positions of contemporary philosophical thought: narration as an analytic model (analytical philosophy), narration as condition of practical discourse (critical theory), narration as a function of legitimation (postmodernism), narration without structure (post-structuralism, and narration as transcultural need (hermeneutics).

Keywords: Narration; Historicism; Analytical philosophy; Hermeneutics. 


 

1. La herencia de la filosofía dialéctica en la historiografía tradicional

A pesar de que los historiadores han considerado frecuentemente que el conocimiento histórico moderno se origina como contraparte a las especulaciones de la filosofía de la historia, el surgimiento del historicismo -como es denominado el pensamiento de los fundadores de la historiografía profesional moderna- no se puede comprender sino como una tendencia paralela (similar, pero no idéntica) al surgimiento de la filosofía dialéctica, entendida ésta -de forma general- como la deducción del método de conocimiento a partir del devenir de la auto-constitución del ser, tal como fue planteado originalmente por Fichte, en oposición al trascendentalismo kantiano, y como fue luego radicalizado por Hegel:

In clarifying the method for articulating basic transcendental relations, Fichte differentiated himself from Kant by (1) generalizing the model of self-world corollaries, and (2) reconstructing and deducing these relations by means of a new method, the first method that can be described as dialectical (Henrich, D. 2002, 24).

En Hegel, las etapas de la lógica -ser, esencia, concepto- no constituyen solamente condiciones a priori del conocimiento sino etapas en el devenir de la autoconciencia del espíritu. En Ranke, el modelo narrativo es el indicado para el conocimiento histórico pues la historia misma se articula narrativamente.

Para Hegel, el pensamiento no se compone por leyes que se encuentran ya en su estructura interna, sino que constituye una totalidad que se da él mismo a sí mismo. Así, "el representar tiene por contenido esa materia sensible, pero bajo la determinación de lo mío, o sea de que tal contenido está en mí" (2005, 128). En la Enciclopedia el autor revela que"el pensamiento y lo universal son precisamente eso: que él es él mismo y su otro, que alcanza de éste y nada se le escapa" (Ídem.). La lógica no puede ser entonces -como en Kant (1966, 3)- la dilucidación de las condiciones trascendentales del conocer que hacen posible el pensamiento metafísico, sino que coincide con la metafísica; las leyes del pensamiento son las leyes de las cosas mismas (2005, 131). Desde este punto de vista, no existe un método o una moral hegeliana. Existe el pensamiento filosófico desarrollado en la historia y que Hegel intenta interpretar. Y al juzgar este desarrollo, no puede sino hacerlo desde dentro: el método dialéctico es el movimiento de la realidad captado en el concepto. La premisa principal es que la parte (el ser, el concepto) no muestra su verdad más que en el todo (incluyendo al no ser, al no concepto): "lo verdadero es el todo" (1966, 16). El conocimiento filosófico consiste "en no hallarse separado de su contenido y, de otra, en determinar su ritmo por sí mismo" (Ibíd., 38). El espíritu, mediante la filosofía, expone "la naturaleza interior de su propio destino" (1955, 8).

De la misma manera, desde que el estudio del pasado, a comienzos del siglo XIX, abandona las tradiciones de la historia erudita (dedicada a la colección de documentos) y la historia literaria (el relato de ficción basado en hechos del pasado), ha predominado el presupuesto de que la narración es el modelo adecuado debido a que la historia misma se organiza de manera narrativa. La narración no se concibe como un tipo ideal -al modo de Max Weber (1997)- sino como imagen del objeto de estudio. Por un lado, para los fundadores de la historia moderna, el historiador debía representar los hechos del pasado tal como habían sucedido, evitando especulaciones como las de la filosofía de la historia o el positivismo: "Ranke rechazó cualquier intento de escribir la historia a partir de nada que no fueran las fuentes primarias, llegando a acusar quizás injustamente a todos los relatos anteriores [...] por haber a su juicio ignorado completamente todo examen crítico de la evidencia" (Iggers, G. 2012, 51). Por otro lado, sin embargo, este relato desinteresado de las fuentes escritas mostraba que el fortalecimiento del Estado -entendido al modo de Hegel como el individuo verdadero- era parte de un plan divino: "aunque Ranke reemplazaba el enfoque filosófico de Hegel por uno histórico, estaba de acuerdo con Hegel en el que los estados políticos existentes, en la medida en que eran resultado del desarrollo histórico, constituían "energías morales" o "pensamientos divinos"" (Ibíd., 53). En su rechazo a los esquemas metafísicos de la historia, el historicismo planteó que la única forma de comprender el sentido de un evento particular es revelando la relación entre dicho acontecimiento y el resto de sucesos que rodean su campo de acción. Esto no era posible formulando leyes generales indeterminadas espaciotemporalmente, sino mediante el texto narrativo, en donde -como en la novela- el sentido de los acontecimientos del protagonista se expresa en el contexto de los hechos mismos del relato. Como analizaremos luego con Lyotard, la legitimidad de la narración histórica moderna estaba fundada en la existencia de otra narración: la historia misma, la vida del espíritu.

Por esta razón, hasta la década de 1970, aproximadamente, fue predominante en los historiadores la idea de que la narración corresponde a un estilo de escritura acorde a un objeto de estudio. A pesar de que, ya a inicios del siglo XX, la principal tradición historiográfica francesa -la escuela de los annales, comandada en sus inicios por Marc Bloch (1996)- se opuso fervientemente al historicismo predominante en la cultura de habla germana durante todo el siglo XIX, este propósito se sustentaba en una idea en torno a la narración similar a la de Ranke o Droysen (Iggers, G. 2012, 91), a saber, que la modalidad de la descripción obedece a la modalidad de lo descrito. Para Bloch: (1) el tiempo histórico no era una dimensión lineal que transcurre en el devenir de la sucesión de grandes hombres y sus gestas, sino una realidad que presenta múltiples formas de cambio y permanencia. Tras los acontecimientos superficiales del pasado existía una realidad profunda, no arraigada en las meras acciones, y que expresaba la permanencia de estructuras sociales, económicas y culturales; (2) debido a que el pasado no estaba compuesto solamente de relaciones entre agentes (sino también de relaciones agente-estructura), la narración (adecuada solamente para las relaciones entre agentes) no era el estilo exclusivo para los estudios del pasado. Estos autores propusieron que para dar cuenta de los hechos inmediatos de la historia, el modelo adecuado era el narrativo, pero, para explicar el funcionamiento de las estructuras que determinan estos hechos, los modelos propicios eran los científico-sociales (específicamente, la sociología de Durkheim y la antropología de Malinowski).

Esta idea también era común en los historiadores anglosajones del periodo. Tanto en Collingwood como en Walsh, ambos de posturas radicalmente distintas, el primero idealista y el segundo ambiguo entre el historicismo decimonónico y la filosofía analítica anglosajona, la narración era un método acorde a la cualidad del objeto de estudio. Para Collingwood, ya que la historia era historia del pensamiento, el conocimiento histórico debía recrear las acciones mentadas de los agentes del pasado mediante su propia reflexión. La única forma de expresar estas relaciones entre los acontecimientos de pensamientos -concebidos como sucesos irrepetibles e irreversibles- era mediante la narración. La libertad del saber se fundaba entonces en la inexistencia de fronteras entre sujeto cognoscente y objeto: "Para el historiador, las actividades cuya historia estudia no son espectáculos que se ofrecen a la mirada, sino experiencias que debe vivir a través de su propia mente; son objetivas y las conocen sólo porque son también subjetivas, o actividades propiamente suyas" (2004, 298-299). De la misma forma, para Walsh, los acontecimientos del texto narrativo se organizaban en un todo coherente en donde cada elemento es causa y efecto de los demás debido a que "la serie de acciones históricas en cuestión forma un todo del que puede decirse con verdad no sólo que los términos posteriores están determinados por los anteriores, sino también que la determinación es recíproca, que los miembros anteriores son afectados por el hecho de que ya se planeaban los posteriores" (1970, 67).

 

2. La crisis del concepto dialéctico de narración

Desde la década de 1970, esta idea de narración -heredera del pensamiento dialéctico- ha perdido vigencia. La concordancia entre el texto narrativo y la realidad narrativa pierde relevancia. Lo importante es la configuración de la realidad mediante la narración. No es la realidad de la historia la que fundamenta la narración, sino la narración la que fundamenta la realidad del pasado. Nuestra hipótesis es que las principales interpretaciones contemporáneas sobre el concepto -utilizadas por historiadores y teóricos de la historia (Iggers, G. 2012; Corcuera, S. 1997; Ankersmit, F. 2004; Bourdé, G. y Martin, H. 1992)- corresponden a las principales escuelas del pensamiento filosófico de finales del siglo XX (Baynes et al. 1987, 2-20): la narración como modelo analítico (filosofía analítica), la narración como competencias del discurso práctico (teoría crítica), la narración como mecanismo de legitimación (posmodernismo), la narración sin estructura (post-estructuralismo) y la narración como necesitad transcultural (hermenéutica).

a. La narración como modelo analítico

Tanto el neopositivismo de Hempel como la teoría de la historia de Gardiner y Danto se sustentan en la filosofía analítica anglosajona. Los postulados comunes son: primero, que el mundo al que se refiere la ciencia positiva y el conocimiento histórico es el mismo (que no es posible fundamentar la idea de una realidad del espíritu y una realidad de la naturaleza); segundo, que el método de la historia se desprende no de las condiciones del objeto de estudio -como en todos los casos descritos anteriormente- sino del propósito de los historiadores y del lenguaje acorde a dichos propósitos. Siguiendo las ideas de Russell, ambas tendencias sostienen que el lenguaje formal constituye la matriz lógica del conocimiento científico y que la labor de la teoría es reducir dicho lenguaje a su núcleo lógico (Ankersmit, F. 2004, 11). Sin embargo, las conclusiones que ambas corrientes alcanzaron difieren notoriamente.

Para Gardiner, el mundo de las ciencias naturales y las humanidades es el mismo -"el mundo es uno, y diversas las formas que usamos para hablar de él" (1971, 78)- pero la explicación causal -contrariamente a lo afirmado por Hempel (2005, 307-316)- no se reduce a la ciencia positiva sino que es común en estos dos campos. Una causa no es, por tanto, todo lo anterior a la acción sino que obedece a la intención del agente interesado en aprehender la relación causal: "la idea de la causalidad es una función de un lenguaje dado, que requiere estar ajustada al nivel particular del lenguaje que se usa" (1971, 21). El método del conocimiento histórico se desprende entonces del examen de "los propósitos de la investigación histórica y [...] los métodos y estructuras conceptuales a estos propósitos" (Ibíd., 47). La finalidad es comprender, en toda su complejidad, la unicidad de un acontecimiento, no mediante la re-creación mental -como en Collingwood- sino con datos que denotan el universo que rodea al hecho y permiten comprenderlo. El historiador no debía borrarse del texto -como sostuvo Ranke- sino plasmarse en él como intención que permitiese organizar el orden y la lógica de los enunciados.

Danto comparte la mayoría de los postulados de Gardiner. Para el autor,no existen acontecimientos científicos e historiográficos: el mundo es uno, lo que varía es el lenguaje utilizado. El que la historiografía no se acomode a la estructura lógica del lenguaje de las ciencias naturales y físicas no obedece a las particularidades del mundo histórico sino a que, considerando los propósitos, la información no se puede disponer en el lenguaje formalizado y general de las teorías de la ciencia: "no existen dos clases de acontecimientos, sino quizá dos clases de descripciones. La ciencia puede ciertamente no conseguir proporcionarnos la información que queremos sobre los acontecimientos, pero eso es porque esa información no siempre se puede formular en el lenguaje abreviado de las teorías científicas" (1989, 151).

La estructura lógica acorde a los propósitos de los estudios históricos es para el autor la narración, cuya unidad elemental son las oraciones narrativas. Su característica principal es que "se refieren a dos acontecimientos, al menos, separados temporalmente, aunque sólo describen (versan sobre) el primer acontecimiento al que se refieren" (Ibíd., 99). El proceso cognitivo fundamental es la interpretación (Ibíd., 95). Para demostrarlo, Danto expone la siguiente reflexión: (1) imagínese que existe un mapa completo de los sucesos del pasado, una descripción definitiva, que solamente se extiende en la medida en que el presente deviene en pasado; (2) denomínese a esta descripción Crónica Ideal (C.I.) y a su narrador Cronista Ideal; (3) ¿por qué la C.I. no cumpliría con las condiciones fundamentales de una narración, a saber, la utilización de oraciones narrativas? El autor responde: debido a que tanto los sucesos descritos como la descripción misma de la C.I. son temporalmente equidistantes. La verdad de un acontecimiento del pasado solamente puede conocerse desde una perspectiva de observación futura con respecto al hecho (Ibíd., 119-121). La perspectiva temporal de la narración no es una cualidad de la misma sino su condición primera.

La teoría formal de la obra histórica de Hayden White no supone (en lo que se refiere a las intenciones de la presente investigación) un cambio sustancial con la filosofía analítica de la historia de Gardiner y Danto (Casanova, M., 2014). Si bien la reflexión postmoderna sobre el carácter ficcional de la imaginación histórica representa un enfoque radicalmente novedoso frente a la discusión sobre el estatus epistemológico de la historia existente desde Dilthey, la idea de narración en White es similar a la de Gardiner y Danto; es decir, la narración se concibe como lenguaje acorde a los propósitos del historiador (solamente que estos propósitos tienen un carácter de composición poética y no de investigación científica). White comienza distinguiendo entre: crónica, relato (cuento), modo de tramar, modo de argumentación y modo de implicación ideológica. En la crónica y el relato, los elementos primitivos de la narración histórica, el historiador selecciona datos del registro histórico con el fin de hacer ese registro más comprensible para un público particular. Los elementos del campo histórico se organizan en una crónica de orden temporal. Así entendida la obra histórica es un intento de mediar entre el campo histórico, el registro de datos sobre el pasado, otras narraciones historiográficas y el público lector. La crónica pasa a ser relato en cuanto los elementos poseen un principio, un desarrollo y un fin. La única diferencia, aclara el autor, entre la literatura y la historiografía, no es su forma, sino su contenido, en la medida en que en la segunda los datos existen fuera de la conciencia del historiador. En el orden con el cual el historiador organiza los hechos narrados radica el significado del texto. La explicación por la trama, la argumentación formal y la implicación ideológica son formas sobre las cuales se construye el sentido de la obra (White, H. 1992, 1-50).

b. La narración como competencias del discurso práctico

Habermas incorpora estos postulados de la filosofía analítica de la historia a la reflexión en torno a la posibilidad de la narración histórica de dar cuenta de la evolución de la sociedad desde la perspectiva del conflicto de distintos tipos de integración. Para esto, es menester, según el autor, describir los acontecimientos particulares en los que los sujetos se enfrentan a problemas -que pueden aludir a la reducción de la complejidad del entorno en los sistemas sociales (la política, la economía) o a la problematización de los hechos del mundo objetivo o las normas del mundo social en la acción orientada al entendimiento- cuyas soluciones son finitas. Con esta propuesta Habermas pretende evitar las discordancias entre el modelo narrativo de la historia y las formulaciones generales de las ciencias sociales.

Al igual que en Danto, en Habermas la narración se caracteriza como un tipo de descripción: en donde los eventos específicos adquieren significado en función de su ubicación en la totalidad del relato; compuesta por oraciones narrativas en las que un evento se describe en función de otro evento posterior; relacionado necesariamente con un proceso interpretativo; en donde el sentido de las acciones del protagonista del relato proviene de la relación de dichas acciones con el contexto general de la historia; que no puede predecir pues su objeto debe necesariamente ser anterior a la descripción (1992, 186-188). Estas cinco propiedades no son concebidas por Habermas solamente como un modelo analítico, es decir, como axiomas derivados de la lógica del lenguaje referido a la realidad. Antes bien, las competencias narrativas del historiador constituyen instancias reflexivas de la capacidad narrativa inherente al discurso práctico cotidiano: "cualquiera que sea la reconstrucción que hagamos de ese sistema intuitivo de conceptos fundamentales [estructuras de intersubjetividad o estructuras de normatividad], siempre que quiera representar y aclarar narrativamente una conexión de acontecimientos, el historiógrafo tendrá que moverse en él" (1992, 185).

De esta manera, lo que historiador relata en la narración puede referirse o a las acciones del discurso práctico cotidiano (1999a, 351-432) o a las estructuras de normatividad que quedan suspendidas en este discurso (1999b, 169-215). El historiador puede aludir, en primer lugar, al diálogo intersubjetivo en donde los sujetos intentan consensuar en relación a los hechos del mundo objetivo, las normas del mundo social o las manifestaciones del mundo subjetivo; o, en segundo lugar, al contexto del acto de habla (el fondo aproblemático de la comunicación), que en cada operación se condensa en forma de patrones transmisibles de interpretación (cultura), se adensa en la red de interacción de los grupos sociales generando normas (sociedad) y, por medio de los procesos de socialización, se transforma en competencias, actitudes e identidades subjetivas (personalidad). Para Habermas, los acontecimientos deben comprenderse bajo esta lógica de la acción intersubjetiva y el trasfondo de la acción, logrando así que los conceptos elaborados por las ciencias sociales "se incorporen fácilmente al marco categorial de la historiografía debido a que esta conexión racionalizada de acción también se puede narrar" (1992, 196).

 Con esta postura el autor considera que el conocimiento histórico no corresponde a un estilo de escritura acorde a un objeto de estudio sino que se deriva de la reflexión filosófica concebida como reglas racionales de argumentación -las que ya no tratan sobre la modalidad de lo descrito (una determinada forma de vida socio-cultural) sino de las condiciones trascendentales incondicionadas inherentes a la socialización en general.

c. La narración como instancia de legitimación

Contrariamente a la postura de Habermas, en la que el estudio de la evolución de la sociedad muestra la manera en que las posibilidades insertas en la estructura interna del lenguaje o en el proceso de socialización -la referencia a una comunidad ideal (no coercitiva, simétrica) de comunicación- logran manifestarse en la sociedad moderna, permitiendo renovar el proyecto moderno (universal) de emancipación (1990; 1993), en Lyotard las posturas filosóficas de la modernidad son concebidas como discursos que obedecen a reglas específicas de las que no es posible desprender ninguna propiedad ideal externa al universo mismo de las normas que rigen el uso de los enunciados.

Lyotard concibe el saber como el conjunto de normativas parcializadas que permiten en cada caso a los enunciantes establecer criterios sobre el mundo objetivo, social y personal: "lo que hace a cada uno capaz de emitir "buenos" enunciados denotativos, y también "buenos" enunciados prescriptivos, "buenos enunciados valorativos"" (2006, 44). Utilizando las premisas de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein, el autor se refiere a estas normativas como juegos particulares de lenguaje, en donde "cada una de las diversas categorías de enunciados debe poder ser determinada por reglas que especifiquen sus propiedades y el uso que de ella se pueda hacer" (Ibíd., 27). Entonces, cuando se asevera que un enunciado es verdadero, "se presupone que el sistema axiomático en el cual es decible y demostrable ha sido formulado, es conocido por los interlocutores y aceptado por ellos como tan formalmente satisfactorio posible" (Ibíd., 81). En la sociedad moderna, estas diversas normativas recurren a distintas fuentes de legitimidad estructuradas en forma narrativa. A esto alude el autor con el concepto de función narrativa. En el caso de la ciencia, se recurre a una narración filosófica -"la dialéctica del Espíritu, la hermenéutica del sentido o la emancipación del sujeto razonante o trabajador" (Ibíd., 9)- para fundamentar los criterios utilizados para referirse con verdad o falsedad a las entidades del mundo. En el universo interno sustentado en esta fuente de legitimidad, el saber narrativo se clasifica como lo radicalmente otro: "salvaje, primitiva, subdesarrollada, atrasada, alienada, formada por opiniones, costumbres, autoridad, prejuicios, ignorancia, ideologías" (Ibíd., 56). El saber científico moderno, no posee, por tanto, la capacidad de conocer "lo que es el verdadero saber sin recurrir a otro saber, el relato, que para él es el no-saber, a falta del cual está obligado a presuponer por sí mismo y cae así en lo que condena, la petición de principio, el prejuicio" (Ibíd., 59).

En la sociedad posmoderna, asevera Lyotard, la validez de estos metarrelatos pierde vigencia: "la función narrativa pierde sus funciones, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito [...] Se dispersa en nubes de elementos lingüísticos narrativos, etc.,... cada uno vehiculando consigo valencias pragmáticas sui generis" (Ibíd., 10). Ninguno de los saberes de la sociedad dispone de un "metalenguaje ni de un metarrelato para formular la finalidad y el uso adecuado" (Ibíd., 96). Lo que predomina, según el autor, es la coexistencia de múltiples pequeñas narraciones: "el "pequeño relato" se mantiene como la forma por excelencia que toma la invención imaginativa, y, desde luego, la ciencia" (Ibíd., 109).

El posmodernismo revela la (meta) narración tras la narración (dialéctica). Una vez que se destaca la naturaleza dialéctica de la obra de Ranke o Droysen, el modelo tradicional de narración histórica "sólo lo es si puede situarse a sí mismo en un proceso universal de generación (la vida de espíritu) y que él es su expresión" (Ibíd., 74). Como analizamos anteriormente, la narración histórica tradicional se considera el modelo adecuado para la investigación del pasado debido a que la historia misma se articula de forma narrativa. La narración (la historia de la vida del espíritu) constituye la fuente de legitimidad de la narración como método (el relato de los sucesos de vida del espíritu; el relato de los dramas particulares del meta-relato). Toda narración historiográfica -en su forma tradicional, dialéctica- requiere entonces de la existencia de otro relato: la vida misma.

d. La narración sin estructuras

Veyne coincide con Lyotard en que tras las reglas sociales del uso del lenguaje no existen propiedades ideales -como las pretensiones de validez susceptibles de crítica en Habermas- ni infraestructuras -como en el marxismo. Basándose en las ideas de Foucault, el autor sostiene que no existen realmente acontecimientos particulares en la historia sino historias de acontecimientos, cuyo desenlace determina el interés de la narración histórica.

Veyne intenta reformular la antigua interrogante de la historiografía tradicional referida a lo histórico del acontecimiento histórico sin recurrir ni al espíritu de la dialéctica ni a la racionalidad del humanismo. Para el autor, la historia no se compone simplemente -como el historicismo había proclamado- por la red de sucesos individuales: "resulta equívoco decir que el acontecimiento es individual; no es la mejor definición de la historia la que sostiene que su objeto es aquello que nunca veremos dos veces" (1984, 17). En el establecimiento de un hecho como hecho histórico no se puede eludir la inclusión del mismo en un conjunto o una especie, por lo que la idea de individualidad se torna ambigua. No existen los acontecimientos de la historia, sostiene Veyne, sino la historia de los acontecimientos: "tanto en la historia como en el teatro, es imposible exponer todo, y no porque se necesitaran demasiadas páginas, sino porque no existe hecho histórico elemental, acontecimiento-átomo [...] lo único que hay son "historias-de"" (Ibíd., 35, 29). La incertidumbre en torno al desenlace de estas diversas tramas es la que da origen al interés por el pasado: "los hechos humanos son raros, no están instalados en la plenitud de la razón, hay un vacío a su alrededor debido a otros hechos que nuestra sabiduría no incluye; porque lo que es podría ser distinto" (Ibíd., 200). Se podría plantear el contra-argumento de que el historiador conoce tanto el inicio como el desenlace de los procesos que intenta comprender -debido a que, como aseveraba Danto, los acontecimientos de la oración narrativa deben ser pretéritos con respecto al narrador- pero a lo que se refiere Veyne no es al desenlace mismo, al qué del final, sino al cómo (a la discordancia inserta en toda concordancia narrativa). Para explicar esta idea el autor recurre al concepto de deseo propuesto por Deleuze: "el deseo es el hecho de que los mecanismos funcionen, de que las disposiciones cumplan su cometido, de que las potencialidades se realicen en vez de no realizarse" (Ibíd., 217). En este deseo radica, según Veyne, el interés por las prácticas de los agentes del pasado.

Considerando esto, el autor llega a conclusiones similares a las de la crítica francesa al estructuralismo. En primer lugar, la disolución de la herencia filosófica idealista en la que el hecho se entiende como apariencia de una entidad superior: "Foucault muestra que las palabras nos engañan, que nos hacen creer en la existencia de cosas, de existencias naturales, gobernados o Estado, cuando esas cosas no son sino consecuencia de las prácticas correspondientes, pues la semántica es la encarnación de la ilusión idealista" (Ibíd., 211). Para el autor, no existen causas primeras y últimas de la historia, pues todo depende de todo: "incluso puede decirse que no existe nada en la historia, puesto que en ella todo depende de todo, como se verá, es decir que las cosas sólo tienen existencia material: una existencia sin rostro aún no objetivada" (Ibíd., 225). Lo que en la historia sucede no excede el mundo de las prácticas, del hacer: "la práctica no es una instancia misteriosa, un subsuelo de la historia, ni un motor oculto, es lo que hacen las personas" (Ibíd., 207). Las cosas son objetivaciones de las prácticas. En segundo lugar, el autor manifiesta la necesidad de abandonar la oposición -fundamental en la historiografía desde Bloch y Febvre- entre hecho y estructura: "la oposición diacronía-sincronía, génesis-estructura, es un falso problema" (Ibíd., 227).

e. La narración como necesidad transcultural

En una postura que integra los argumentos de las tendencias anteriores, en la medida en que considera tanto la finitud de los asuntos humanos como la idealidad dispuesta en el devenir de los mismos, Ricoeur postula que en la imaginación creadora reside el plano trascendental del ligamiento entre el tiempo y la narración histórica. Por un lado, "si no podemos sustraernos del devenir histórico o colocarnos a distancia de éste de tal modo que el pasado se convierta en un objeto para nosotros, debemos confesar que estamos siempre situados en el marco de la historia" (2010, 22). Por otro, "nada sobrevive del pasado salvo a través de una reinterpretación en el presente que se apodere de la objetivación y el distanciamiento, que han elevado anteriormente los valores vivientes al rango de un texto. De este modo la distancia ética se convierte en distancia productiva, en un factor productivo en la reinterpretación" (Ibíd., 33).

Para el autor, los propósitos a los que alude Danto son efectivos, pero no describen la profundidad del conocimiento histórico. Se reducen a la voluntad científica (dar cuenta de la verdad de estados de cosas del pasado) y no expresan la condición cultural de la narración. Para Ricoeures menester ampliar la interpretación científica de la filosofía analítica a la interpretación cultural de la filosofía hermenéutica: "Entre la actividad de narrar una historia y el carácter temporal de la existencia humana existe una correlación que no es puramente accidental, sino que se presenta como forma de necesidad transcultural. Con otras palabras: el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula en modo narrativo, y la narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de existencia cultural" (1995, 113).

La pregunta por un nivel particular de comprensión deviene entonces en la pregunta por aquel ser que es en la medida que comprende. La reflexión deviene desde el comprender como modo de conocimiento -en este caso, el conocimiento histórico- hacia el comprender como modo de ser: "La pregunta: ¿cuáles son las condiciones necesarias para que un sujeto cognoscente pueda comprender un texto, o la misma historia?, se sustituye por esta otra pregunta: ¿qué es un ser cuyo ser consiste en comprender? El problema hermenéutico se convierte así en una región de la Analítica de ese ser, el Dasein, que existe al comprender" (2008, 11).

Para el autor, el texto presenta siempre un sentido múltiple que excede la organización interna de la obra. En el universo simbólico del texto, en donde un sentido literal/directo/primario designa otro figurado/indirecto/secundario que solamente es posible de ser aprehendido por medio del primero (Ibíd., 17), se dice más de lo que se dice, y nunca se termina de dar que decir. El lenguaje no es un espacio simbólico cerrado y autosuficiente de signos sino un universo abierto que obedece al juego del devenir entre lo heredado y lo interpretado.

Desde este punto de vista, el de la temporalidad, el texto se ubica en una zona intermedia entre lo circunstancial y lo sistémico: entre el tiempo de transmisión y el tiempo de interpretación; entre experiencia vivida y lenguaje. Es una manera de vivir el tiempo -caracterizada por el advenimiento del sentido- que permite la sedimentación del depósito de la tradición y la explicitación de la interpretación: que hace posible la lucha entre la temporalidad que transmite y la que renueva. El texto permite articular aquello que fue historia y devino mundo objetivado (estructura-sistema inconsciente constituido por diferencias y oposiciones independientes al observador) con aquel acto de continuación consciente de un fondo simbólico llevado a cabo por un intérprete ubicado en el mismo campo semántico donde se ubica lo comprendido.

Con la carga temporal del texto Ricoeur pretende expresar que la afinidad con la tradición es originaria y constitutiva de la finitud del estar-ahí tanto como el hecho de que este estar-ahí se proyecte siempre a sus posibilidades futuras: que las condiciones de estar arrojado y proyectado no deben pensarse separadamente. Lo central de la identidad estructural de la narración no es entonces el estatuto epistemológico de la historiografía sino el carácter temporal de la existencia humana. "El mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo temporal" (Ibíd., 39). Esta mediación entre tiempo y narración se devela en "el papel mediador de la construcción de la trama entre el estadio de la experiencia práctica que la precede y que la sucede" (1995, 115). Al estadio de la experiencia práctica o pre-comprensión lo denomina el autor, utilizando el concepto aristotélico de mímesis (imitación creativa de la acción), mímesis I. Al de la construcción de la trama (texto historiográfico), mímesis II. Al campo de la refiguración de la experiencia, mímesis III. El círculo hermenéutico entre las tres mímesis, representa el paso entre un tiempo prefigurado (mímesis I) a otro refigurado (mímesis III) por medio de la configuración (mímesis II).

La mímesis I o pre-comprensión del mundo de la acción incorpora tres aspectos. Para comprender una acción es menester comprender ya: (1) los componentes estructurales de una red conceptual (fines, motivos, agentes, circunstancias, resultados); (2) el reglamento de interpretación de los actos individuales (símbolo); y (3) las estructuras temporales que exige la narración (el agente de la acción es un agente atento, en el sentido agustiniano de atención. Su presente permanece en la atención que se dilata en la espera que se va convirtiendo en memoria).

La mímesis II o composición de la trama constituye un estadio mediador entre la pre-figuración y la refiguración. La construcción de la trama es mediadora en tres aspectos: (1) entre acontecimientos singulares y una historia concebida como un todo (el historiador le otorga un lugar a la infinidad de hechos individuales dispersos en el campo histórico); (2) entre los elementos dispersos en la pre-comprensión estructural de la acción y una historia con comienzo, desarrollo y fin (al complejo universo de motivos aparentemente azarosos y universales el historiador les quita su carácter accidental); (3) entre las dimensiones cronológica (sucesión de episodios) y no cronológica del tiempo (operación configurante que transforma este devenir episódico en una historia concebida como totalidad).

La mímesis III constituye el campo de la intersección entre el mundo del escritor, el mundo del texto y el mundo del lector. Opera como punto mediador entre mímesis II y mímesis III, mientras que la operación de ampliación de la realidad es el nexo entre mímesis III y mímesis I. Lo que recibe el lector no es sólo el sentido de la obra, sino también, a través de éste, el universo de significado del mundo y la temporalidad. Pero no se refiere el autor a una transmisión exacta, en el sentido de un agente que ofrece un contenido ya configurado a otro agente que posee solamente el rol de recibir. Tanto el lector como el texto participan de la imaginación creadora: ambos son partes de la composición de la trama. El acto de lectura es siempre un procedimiento de actualización del texto. El sentido de la obra no se agota en su estructura interna, antes bien, el sentido se obtiene de la fusión entre el texto y la referencia del interlocutor. Esta referencia es siempre co-referencia o referencia dialogal. En el campo de la imaginación creadora de la narración es donde reside, según Ricoeur, el plano trascendental del ligamiento entre el tiempo y la narración histórica.

Consideraciones finales

El concepto tradicional de narración histórica, proclamado inicialmente por el historicismo alemán (Ranke y Droysen) y reformulado -sin distinciones epistemológicas sustanciales- por los historiadores europeos hasta -aproximadamente- la década de 1970, debe comprenderse como una tendencia similar -no idéntica- a la filosofía dialéctica de Hegel, pues, en ambos casos, el método de conocimiento se desprende de las particularidades del objeto de estudio. De la misma manera que en Hegel las etapas de la lógica corresponden a fases de la auto-determinación del espíritu, en Ranke la narración es el modelo adecuado para la descripción del pasado debido a que la historia misma -el devenir de los asuntos humanos en el tiempo- posee una estructura narrativa. El ser (history) coincide con el pensamiento (story).

En el presente, este modelo ha sido cuestionado por la mayoría de los historiadores y teóricos de la historia. Nuestra hipótesis sostiene que en gran parte de estos casos las perspectivas utilizadas provienen de las consideraciones de las principales posturas del pensamiento filosófico de finales del siglo XX. Los autores influenciados por la filosofía analítica afirman que la narración no corresponde a un estilo de escritura acorde a un objeto de estudio sino a un tipo de lenguaje determinado por los propósitos del sujeto de conocimiento. Desde la teoría crítica, se sostiene que la narración no debe concebirse también como competencias (capacidad de lenguaje y acción) derivadas de las modalidades del discurso práctico cotidiano (la problematización del mundo de la vida). Para los autores influenciados por el postmodernismo, la narración se entiende como el conjunto de reglas que sustentan la referencia verdadera o falsa, correcta o incorrecta, de los enunciados de un determinado tipo de descripción. Los historiadores que adhieren a la crítica francesa al estructuralismo, aseveran que la historia no se compone de acontecimientos particulares sino por objetivaciones de las prácticas de los agentes del pasado. Por último, desde la perspectiva de la filosofía hermenéutica, los autores consideran tanto la condición finita de estar arrojado al mundo como la inevitable proyección a posibilidades futuras como partes de un círculo hermenéutico vivo (no tautológico) en donde -mediante la narración- el tiempo transita desde la pre-figuración a la re-figuración mediante la configuración.

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