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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.19 no.1 Mendoza jun. 2017

 

COMENTARIOS DE LIBROS

Fritz, C. (2016). La universidad en disputa. Sujeto y educación, y formación universitaria en la concepción neoliberal. Santiago: Ceibo1

Alejandro Fielbaum S.

Universidad de Chile – Fundación Nodo XXI

 

Sobre esta idea, que no se contiene en sí misma, descansa sin embargo la Universidad, la que fue siempre, en sus grandes momentos, alguna otra cosa distinta
que un conservatorio y un laboratorio de ciencias y de letras: un escándalo público, una esperanza general, una matriz para las formas de un mundo por venir.

(Granel, G. 2016, 3).

 

Entre los erráticos vaivenes que padece durante la dictadura uruguaya, el entonces exiliado Ángel Rama escribe un bello texto en el que recuerda la cultura forjada en su nación contra el presente de la barbarie militar. La dictadura militar, deja entrever Rama, puede hablar una y otra vez en nombre de la nación como si esta fuese una realidad ya formada, cuando lo que realmente parece haber formado a la nación uruguaya, para Rama, es la capacidad de interrogarse, formarse y deformarse. Esto es, el ejercicio crítico, imposible de determinar como propio de una u otra nación, construido gracias a lo que Rama destaca como la pasión uruguaya por excelencia. Esto es, la educación. Frente a ella, en nombre de Uruguay, la dictadura desea cercenar la obstinación de estudiantes y profesores por esta poco nacionalista pasión nacional:

El país presencia la kafkiana situaciones de centenares de educadores, los mejores que esforzadamente se había formado, destituidos de sus cargos, condenados a actividades secundarias o a ser testigos hambreados del derrumbe educativo. Nada que me emocionara más, nada más jose-pedrovareliano, que esa historia del profesor de la Universidad del Trabajo a quien le negaban la entrada a clases y que todas las noches saltaba por la ventana con la complicidad de sus alumnos para trabajar con ellos hasta que lo descubrían y lo echaban, hasta que podría volver a saltar por la ventana, en otra noche, y reanudaba su trabajo docente. Era su manera propia de horadar la pampa de granito, de ser fiel a ese vicio adquirido de los uruguayos: educar (Rama A., 2012, 171).

Si parto la presentación de este libro con esta cita, infinitamente mejor que cualquier cosa que pudiera yo decir sobre este o sobre cualquier tema, no es ni para homenajear al gran crítico uruguayo, ni tampoco para señalar que bien podríamos imaginarnos al autor de este libro como ese profesor que insiste en enseñar a sus alumnos. Antes bien, lo hago porque creo que en esta cita Rama resalta cierta concepción de la educación irreductible al paradigma de la formación de capital humano que Cristóbal presenta y critica en su libro. Lo que Rama afirma es una mirada de la educación como un necesario proceso de construcción política de ciudadanía, propia de una experiencia irreductiblemente colectiva sin la cual no es posible ninguna república, si es que insistimos en comprender esta palabra sin reducirla al cumplimiento de la ley y la productividad de la economía, o bien al cumplimiento de la economía y a la productividad de la ley. Lamentablemente sabemos, y muy de cerca, que la dictadura uruguaya no fue la única en el continente que se opuso a esa concepción de la educación, en nombre de otra forma de concebir la república.

El libro de Cristóbal narra el proceso mediante el cual la dictadura y postdictadura chilena produce una nueva y pobre mirada de la educación, sometida a los dictámenes de la economía. A través de una informada investigación acerca de las ideas sobre la educación de intelectuales estadounidenses y latinoamericanos que promueven el neoliberalismo, desarrolladas en pulcros capítulos que poco sentido tendría resumir, el libro de Cristóbal muestra la reducción neoliberal de la imaginación pedagógica a los dictámenes de la economía y de un discurso de la ley que no asegura derecho alguno. Hayek, en efecto, es explícito al indicar que la contingente opción de que algún o alguna estudiante pueda recibir ayuda a seguir estudios universitarios no significa que él o ella, ni mucho menos sus compañeras o compañeras, tengan derecho a la educación (1975, 500).

Los autores neoliberales, en esa línea, proyectan y forjan una nueva Universidad. La disputa por ella, entonces, no pasa porque los gestores neoliberales de la educación se opongan a imaginar distintas formas de educar. De hecho, es en nombre de la innovación que cada poco tiempo promueven nuevos índices para rankear, nuevas técnicas para evaluar, nuevos software para diseñar nuevas diapositivas, nuevas formas de lucrativos procesos de educación a distancia, y así. Todo ello, sin embargo, se halla sujeto a una finalidad económica ya delimitada de la educación, tras la cual ya no parece poder imaginar una nueva educación. Creo que no hay mejor ejemplo de esta lógica que los erráticos proyectos de reforma universitaria desplegados por el actual gobierno chileno: que lo que celebren como su mayor éxito sea la ampliación del acceso a un sistema cuya lógica no se trastoca resulta el mayor dato de su fracaso.

De este modo, el nombre de la educación pública, asistimos hoy a la consumación de la lógica privada en la educación. Esto es, la educación como un proceso individualizante de formación de profesionales. A partir una inédita mirada económica a la educación, como bien explicó Foucault (2007, 255 y ss), el orden neoliberal produce sujetos como empresarios de sí mismos, que se educan para capitalizar en el futuro sus inversiones educativas en el presente. De este modo, la relación con el futuro deviene un cálculo que prolonga el presente, sin la apertura a un porvenir de  en el cual pudiera acontecer, entre otras cuestiones, la imaginación de otra Universidad.

Como tristemente sabemos, esa apertura a la imaginación está hoy desacreditada. El gesto neoliberal por excelencia, frente a cualquier arranque imaginativo, es el de apelar a la facticidad que se debe administrar, y a reducir el saber a formas más útiles de administrar esa facticidad. Frente a ello, el libro de Cristóbal bien nos recuerda que la naturalizada realidad neoliberal fue también, y no hace mucho tiempo, una utopía. Las distintas formas de subsidio a la demanda, que el gobierno actual insiste en pensar que equivalen al derecho a la educación, son un invento reciente, surgido de la imaginación de Friedman y otros autores cuyas ideas se rastrean con claridad en el libro que hoy presentamos. Al historizar esa lógica hoy naturalizada, Cristóbal bien nos recuerda la importancia política de la batalla de ideas. Contra lo que nos gusta repetir en la izquierda, la derecha también piensa, y construye instituciones en las cuales se produce su pensamiento. Que muchas veces optemos, en nombre de una ingenua concepción de la crítica, por no leer esas ideas y discutirlas muestra más de torpeza política propia que de impotencia intelectual ajena.

En esa dirección, el libro de Cristóbal muestra que es falso contraponer de modo genérico, por situar un ejemplo crucial, el neoliberalismo a la filosofía. De hecho, muestra la clara existencia de una antropología filosófica neoliberal, cuya radicalidad debe subrayarse. Y es que las consecuencias pedagógicas de su economicismo contrastan incluso con los propósitos políticos que pensadores liberales harto recientes brindan a la educación. Así, mientras para Mill lo que la Universidad no podía ser era un espacio de formación profesional (2004, 210), hoy incluso para muchos de los que piensan situarse a la izquierda del liberalismo la Universidad se entiende como un espacio de formación profesional, olvidando que siempre hay otro modo de pensar la Universidad.

Las distintas agendas políticas, por tanto, imaginan distintos modos de Universidad, irreductibles a su actual administración. De ahí la necesidad del ejercicio de la crítica, constitutivo de cualquier institución que aspire a ser considerada una Universidad, como exposición de los hiatos entre lo que imaginamos que la Universidad y lo que la Universidad es. La Universidad, en ese sentido, no está en una u otra disputa, sino que podríamos decir que la Universidad es siempre su disputa, que no hay Universidad sin posibilidad de que esta se dispute una y otra vez. Las políticas universitarias, por tanto, no son simples aplicaciones de normas neutras o universales. Antes bien, suponen una irreductible dimensión normativa, lo que bien explicita Cristóbal: “la educación es siempre una cuestión disputada, cuya disputa hace relación justamente a la normatividad antropológico política: a lo que se estima deben ser los sujetos y la convivencia social por ellos construida” (p. 226)

En libro recién citado mapea la disputa en torno a la antropología política neoliberal, mostrando que no son pocas las ideas que se presentan como críticas de un ideario que terminan reafirmando. El documentado capítulo sobre José Joaquín Brunner muestra con claridad que si el sociólogo cumple su amenaza de no reinscribirse en el PPD no sería incoherente, al menos en lo que a su propuesta educativa refiere, que pase a militar en algún partido de la derecha, por no decir en un partido más de derecha. Al igual que los autores del texto programático más expresivo de la dictadura, explicita Friz, Brunner adscribe a la concepción neoliberal de la educación (p. 156). Y no porque la izquierda y la derecha sean lo mismo, como suele repetirse hoy con cinismo, sino porque muchos de quienes dicen identificarse con la izquierda piensan hoy con ideas de derecha. Brunner, por supuesto, es un buen ejemplo, pero no el único. De acuerdo a lo expuesto por Cristóbal, lo mismo podría decirse de instituciones que fueron cruciales en el discurso desarrollista en el siglo XX latinoamericano, como la CEPAL (p. 133).

El vuelvo desarrollista al neoliberalismo muestra que no es que los neoliberales hayan abandonado el proyecto de desarrollo o la centralidad de la educación universitaria, sino que es otro el desarrollo que hoy se imagina, de la mano de otro proyecto de Universidad y de otra democracia. Friedman, bien recuerda Friz, se diferencia de Hayek en que sí se considera un demócrata, y quiere que la educación sirva para la democracia (p. 89). La pregunta, entonces, pasa por lo que se entiende por democracia, y Friz bien responde que para Friedman esto es una sociedad organizada por la economía neoliberal. La disputa política no pasa simplemente por estar a favor o en contra de la democracia o Universidad en general, sino por instalar y desarrollar una u otra forma de democracia y de Universidad, frente a las previas forma de pensarla y desarrollarla.

Este cuestión abre un debate que el libro apenas roza, pero de modo muy decisivo, acerca de las especificidades históricas del neoliberalismo en Latinoamérica. Frente a quienes leen el neoliberalismo chileno o latinoamericano como una simple copia del neoliberalismo metropolitano, Friz insiste en que en Latinoamérica se reelabora el discurso neoliberal (p. 93). Que la disputa por la Universidad devenga central en economías periféricas no significa, por cierto, que éstas hayan dejado de basarse en la extracción y las rentas para pasar a una eventual economía del conocimiento, sino que quizás habría que pensar que lo que hoy se entiende como producción del conocimiento no está al margen del más pobre rentismo extractivista, a través de Universidades que se enriquecen sin producir conocimientos y de conocimientos que promueven la extracción de materias primas sin pensar el tipo de desarrollo que eso supone.

En esa dirección, las tareas del presente ciertamente pasan por defender la Universidad pública, y también por repensarla desde otros supuestos que los del desarrollo. Y es que una rápida mirada a la historia de las ideas educativas en las décadas que anteceden a lo investigado por Friz muestra que la educación ha resultado central dentro del imaginario del progreso que despliega buena parte de la tradición letrada que bien desmonta el ya mencionado Rama. El recorrido que el crítico uruguayo traza en La ciudad letrada muestra las tensiones y articulaciones entre el saber y el poder por parte de una tradición intelectual mucho más discontinua, y mucho menos inocente, de lo que nos gusta pensar cuando celebramos de manera acelerada a algo así como el “pensamiento latinoamericano”. Quizás pueda mostrarse que en las distintas disputas por la Universidad se han anudado, de modo tenso, los simultáneos deseos de constituir una cultura política democrática y una economía productiva. Acaso el mejor ejemplo de esto es que Martí haya escrito que un pueblo instruido ama y se aprovecha del trabajo cinco líneas antes de anotar la mucha más recordada idea de que un pueblo instruido será siempre fuerte y libre (1991, 375).

Es por esto que creo que el rendimiento crítico del libro de Cristóbal no se limita, como podría pensarse desde una mirada apresurada, a una crítica a los intelectuales e instituciones neoliberales de las últimas décadas. Antes bien, habilita la chance de criticar también la matriz productiva que hoy resalta el paradigma neoliberal de la educación, pero que acompaña los distintos proyectos desarrollistas desplegados en connivencia con la Universidad humanista latinoamericana, no del todo lejana al discurso de la soberanía nacional que Derrida remarca que es parte del legado que debe cuestionarse de las Universidades estatales (2015, 158). Esta connivencia entre Universidad humanista, soberanía estatal y economía extractivista, nos parece, resulta menos una paradoja que un síntoma del antropocentrismo que acompaña el discurso moderno de la Universidad, y que ha de ser desmontado. En particular, si recordamos, como bien consignó Cecilia Sánchez en la presentación del libro en Santiago, la necesidad de no idealizar las instituciones educativas que existían en Chile hasta 1973.

De esto, ciertamente, no se sigue un diagnóstico que sostenga que los cambios impuestos por la dictadura no han sido significativos. Antes bien, lo que deseo resaltar es que el necesario ejercicio crítico, que hoy parece ajeno a la Universidad, ha de desplegarse también, dentro y fuera de ella, ante los pasados discursos humanistas de la Universidad –que orientan, por cierto, la mayoría de las críticas que Friz recoge a la Universidad neoliberal2– para pensar más allá de ellos. La reflexión de Sacristán sobre la Universidad y la división social del trabajo debiese, en esa dirección, gozar de mayor reconocimiento. El filósofo español parte su necesario trabajo recordando que la crisis de la Universidad tradicional es también la de sus conceptos (1985, 99), lo que abre la necesidad de pensar la institución más allá de un humanismo algo cómodo en sus privilegios. Frente a ellos, huelga extender la crítica al mando tecnocrático contemporáneo hacia los deseos de un mando académico de la Universidad que no objete la jerarquía social en la que se funda. Con una jerga quizás aún algo determinada por el discurso humanista, Marinela Chahuí es clara al respecto:

Para que la oposición entre humanidades y tecnocracia adquiera un nuevo sentido sería necesario, quizás, un pensamiento nuevo para el cual la subjetividad, la objetividad, la teoría y la práctica fuesen cuestiones abiertas y no soluciones ya dadas. Un pensamiento que, abandonando el punto de vista de la conciencia soberana, pensase en la fabricación de las conciencias y de las relaciones sociales y estuviese siempre atento al problema de la dominación del hombre sobre el hombre y que se llama lucha de clases (2000, 62).

En uno de los valiosos artículos en los que indaga en la filosofía de la educación desarrollada por autores chilenos críticos a las actuales orientaciones educativas, Cristóbal resaltaba en el segundo semestre del 2011 que la cuestión educacional estaba en el centro de la discusión política con respecto al país que queremos habitar (2011, 35). Cinco años después, frente a la amenaza de dar por cerrada la disputa educacional por parte de una creciente (y también muy tributaria del orden neoliberal) forma de pensar los conflictos sociales desde la lógica del rating que considera que la disputa educacional ya ha pasado, el libro de Cristóbal nos muestra que la disputa ha sido y será larga, y que para los defensores del neoliberalismo ha sido central. Es de esperar que quienes deseamos criticar ese orden asumamos esa centralidad y su larga duración, no solo para pensar nuestras vivencias en la Universidad, sino también para imaginar otras convivencias posibles dentro y fuera de ella. El libro de Cristóbal, en efecto, confiesa orientarse desde ese deseo: Que transforme a sus lectores, que los ponga en el bando de la defensa de lo que hoy pareciera ser una utopía. Esto es, la educación pública, gratuita y de calidad.

Es obvio que ni este ni ningún libro de filosofía puede asegurar alguna experiencia de la conversión hacia el bando que querríamos defender, ni mucho menos un análisis político acerca de cómo defenderlo. De ahí la necesidad, por cierto, de distintos modos de disputa y militancia dentro y fuera de la Universidad: de una experiencia colectiva que nos forme de otro modo que como nos forma hoy la Universidad. Lo cual requiere, por supuesto, otras ideas para pensar la educación que las de la actual Universidad, y eso sí podemos hallar en el trabajo de Cristóbal. Lo que sí puede hacer un libro como este es brindarnos razones para esa toma de posición, y La Universidad en disputa sí que lo hace. Al desnaturalizar las ideas dominantes, nos ayuda a algo tan urgente como no pensar desde los conceptos que impone la hegemonía. Es por ello que resulta, para estos días, y sospecho que para muchos días más por venir, un libro necesario.

Notas

1 Texto leído en la presentación del libro en la Universidad de Valparaíso el día 14 de diciembre de 2016, gracias a la generosa invitación de Cristóbal.

2  En ese sentido, se extraña en el texto algo más de atención otras formas de criticar a la Universidad contemporánea, las que son releídas, en el caso concreto de la crítica de Martínez al esencialismo humanista, desde un paradigma humanista (p. 224). Para no suponer ese humanismo, resulta necesaria cierta deconstrucción de las nociones universitarias de la crítica normativa que orienta el libro, y que otros autores han discutido con lucidez. Dentro de lo producido en Chile, por recordar solo dos ejemplos cruciales, los textos de Marchant (2000) y Thayer (1996).

Bibliografía

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2 Derrida, Jacques. 2015. Incondicionalidad o soberanía. La Universidad a las fronteras de Europa. En: Restrepo, Carlos Enrique y Hernández, Ernesto. Manifiesto por la Universidad nómada. Bogotá: Asoprudea, 137-168.

3 Foucault, Michel. 2007. Nacimiento de la biopolítica: Curso en el Collège de France: 1978-1979. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

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6 Granel, Gérard. Appel à ceux qui ont affaire avec l’Université en vue d’en préparer une autre. Disponible en http://www.gerardgranel.com/txt_pdf/appel.pdf.

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10 Rama, Ángel. 2012. Otra vez la utopía, en el invierno de nuestro desconsuelo. Revista de Pensamiento Político (2): 162-172.         [ Links ]

11 Sacristán, Manuel. 1985. La universidad y la división del trabajo. En Intervenciones políticas. Panfletos y materiales III. Barcelona: Icaria, 98-152.         [ Links ]

12 Thayer, Willy. 1996. La crisis no moderna de la Universidad moderna (epílogo del Conflicto de las Facultades). Santiago: Cuarto Propio.         [ Links ]

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