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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.19 no.2 Mendoza jul. 2017

 

ARTÍCULOS

Universidad, conocimiento y política. Un diálogo posible con la tradición crítica del pragmatismo y el neopragmatismo

University, knowledge and politics. A possible dialogue with the critical tradition of pragmatism and neopragmatism

 

Sandra Carli

CONICET – Instituto de Investigaciones Gino Germani, UBA

 

Recibido: 20/02/2017
Aceptado: 30/08/2017

 


Resumen

Este artículo se propone recuperar los aportes teóricos del pragmatismo y del neopragmatismo para pensar la relación entre universidad, conocimiento y política. En primer lugar, se detiene en las tesis de John Dewey sobre la relación entre experiencia, pensamiento y acción; en segundo lugar, en las tesis de Richard Rorty sobre la descripción de la experiencia por el lenguaje y la prioridad otorgada al vocabulario de la práctica, la deliberación y la conversación. Por último, ahonda en sus aportes sobre la esfera pública, el papel de los intelectuales y la comunicación del conocimiento, para problematizar los desafíos actuales de las universidades públicas y de sus actores.

Palabras claves: Universidad; Conocimiento; Política; Acción; Comunicación; Esfera pública.

Abstract

This article aims to recover the theoretical contributions of pragmatism and neopragmatism to think the relationship between university, knowledge and politics. In the first place, it analyzes John Dewey's thesis on the relationship between experience, thought and action; secondly, it examines the thesis of Richard Rorty on the description of the experience by language and the priority given to the practical vocabulary, to deliberation and conversation. Finally, it delves into both authors' contributions on the public sphere, the role of intellectuals and the communication of knowledge, to problematize the current challenges of public universities and their actors.

Keywords: University; Knowledge; Politics; Action; Communication; Public sphere.


 

Introducción

Incursionar en la tradición crítica del pragmatismo y del neopragmatismo permite reconocer aportes teóricos sustantivos para analizar la relación entre universidad, conocimiento y política. Estos aportes se centran en algunos tópicos en particular como son el vínculo entre experiencia, pensamiento y acción, el lugar de la deliberación y la conversación, la dimensión del lenguaje y de lo político, el fenómeno de la divulgación científica, las fronteras entre lo público y lo privado, que resultan claves para interpretar distintas problemáticas de la vida universitaria e inclusive de la historia y el pensamiento sobre la universidad en América Latina. A partir de ellos interesa ahondar en el campo de las humanidades y las ciencias sociales en la dimensión experiencial del conocimiento, en los dilemas vinculados con la circulación y usos sociales del conocimiento académico y en el tipo de interlocución que se produce entre distintos actores, disciplinas y lenguajes en las universidades públicas.

Abrevando en los aportes y debates en torno al pragmatismo: pensamiento, acción e investigación en el mundo universitario

La recepción del pragmatismo, corriente de origen anglosajón cuyo referente más destacado ha sido John Dewey (1859-1952), se produjo en la Argentina entre los años 50 y '60 del siglo XX en el marco de algunas disciplinas de las humanidades. En el caso de la filosofía la obra de Dewey generó particular interés en Risieri Frondizi, filósofo y ex rector de la Universidad de Buenos Aires, quien recurre a su obra para analizar la formación universitaria (Unzué, M. 2009); en el caso de la pedagogía su recepción estuvo vinculada con las propuestas escolanovistas de renovación del sistema educativo (Nassif, R. 1992; Dussel, I. y Caruso, M. 1996). Cabe señalar que ante el antiamericanismo de posguerra y la mayor presencia de las tradiciones intelectuales europeas, en particular la francesa y alemana, las corrientes anglosajonas ocuparon un lugar relativamente secundario. El marxismo y todas sus variantes, incluso aquellas vinculadas con el psicoanálisis, fue la corriente que mayor gravitación tuvo en los actores y discursos públicos universitarios entre los años 60 y 70 en las emergentes ciencias sociales, que provocaron cierta declinación de la filosofía (Terán, O. 1991; Sigal, S. 1991).

Se reconocen distintas etapas en este movimiento filosófico, sin embargo John Dewey suele mencionarse como el referente de la etapa de madurez y Richard Rorty (1931-2007) de la de resurgimiento. Según West, el pragmatismo, a pesar de ser considerada la filosofía americana por excelencia, no fue en Estados Unidos la corriente hegemónica en la profesión académica de la filosofía (West, C. 2008). El autor destaca que mientras Dewey escribió su obra en una etapa de despliegue de la sociedad industrial americana, los intelectuales pragmáticos de los años 50 y 60 lo hicieron frente al impacto de la segunda Guerra mundial y de una economía en expansión; el dilema era «cómo mantener viva la posibilidad intelectual y política de una cultura emersoniana de democracia creativa en un mundo que ofrecía cada vez menos optimismo" (West, C. 2008,183). En plena Guerra Fría se produjeron confrontaciones importantes entre seguidores y críticos de la obra de Dewey y fue recién hacia finales de los años 70 que se produjo una revitalización del pragmatismo con los escritos de Richard Rorty, en el marco del llamado pensamiento postfundacional.

Una definición en uso del pragmatismo ha sido la de "filosofía de la acción", caracterizada por el antiesencialismo y la crítica al cartesianismo, destacándose el antirealismo (relevancia de la descripción), el antifundacionalismo (rechazo a los fundamentos y a la representación) y la descentralización del sujeto (o descentramiento de la mente) (Blanch en West, C. 2008, 17). Distintos autores señalaron su heterogeneidad y diversidad, su instrumentáis orientado hacia el futuro y su radicalismo plebeyo, bajo la hipótesis central de la "evasión de la filosofía" (Esta, C. 2008, 30).

La tesis acerca de la relación entre pensamiento y acción estructura la crítica de Dewey a la tradición filosófica en general, en la que coincide con Charles Pierde, siendo el papel de la acción el de un intermediario que hace posible la aplicación. En las obras de Ricardo Roer (1931-2007) se ha reactualizado el debate planteado en los años '20 por Dewey sobre este tema, ahondando en el papel de los intelectuales y en la relación entre lo privado y lo público. Se trata de tópicos significativos en el marco de la reflexión contemporánea sobre el estatuto del conocimiento y los vínculos entre individuo y sociedad en un tiempo caracterizado por la visibilidad pública de la intimidad y las nuevas formas de lo público, pero también sobre los alcances de la acción política y el papel de los intelectuales en las democracias del siglo XXI.

La concepción de Dewey sobre la relación entre experiencia y pensamiento (o "experiencia reflexiva») derivaba de la crítica al dualismo establecido por el racionalismo y el empirismo sensualista, hijos del realismo, pero también de la oposición al idealismo trascendental. Su concepción sobre la actividad del pensar y su relación con la experiencia, estaba imbuid del avance de la psicología, de los métodos industriales y del método experimental en la ciencia. En Democracia y educación (1916) rechazó tanto la primacía de la razón como la idea de que la mera actividad constituía experiencia. La experiencia se trataba más bien de un ensayo que tenía consecuencias e incluía una dimensión reflexiva. En palabras de Dewey:

La experiencia como ensayo supone cambio, pero el cambio es una transición sin sentido a menos que esté conscientemente conexionada con la ola de retorno de las consecuencias que fluyen de ella. Cuando una actividad se continúa en el sufrir las consecuencias, cuando el cambio introducido por la acción se refleja en un cambio producido por nosotros, entonces el mero fluir está cargado de sentido. Aprendemos algo (Dewey, J. 1995, 124).

Sin embargo, la visión de Dewey sobre el pensar sobrestimaba el papel de la inteligencia y acentuaba el papel conectivo (West, C. 2008). Para Dewey pensar consistía en un esfuerzo intencional para descubrir conexiones especificas entre la acción y sus consecuencias, pero suponía a la vez un peligro y una aventura; se asociaba a la experimentación y la apertura a lo desconocido, en tanto "ocurre con referencia a situaciones que todavía están ocurriendo y son incompletas, es decir que el pensar ocurre cuando las cosas son inciertas, dudosas o problemáticas (Dewey, J. 1995, 131). Esta visión abierta del pensar, atenta a la temporalidad, a las circunstancias en curso, comprendía una reivindicación del hacer a partir de la idea de que "el pensar es instituir de un modo preciso y deliberado conexiones entre lo hecho y sus circunstancias" (Dewey, J. 1995, 133).

En La experiencia y la naturaleza (1925), libro revisado en ocasión de la edición en español (1948), en el que Dewey caracteriza a su filosofía como de "naturalismo empírico" o "humanismo naturalista", volvió a definirla experiencia –recurriendo a William James– como una "palabra de dos filos" planteando la no separación entre vida e historia, entre objeto y sujeto, entre la cosa y el pensamiento. Cuestionaba el intelectualismo y proponía volver sobre los fenómenos de la vida diaria desde una posición no trascendental, recurriendo al método empírico. A partir de la distinción entre ciencia y conocimiento (orientado a la comprensión), estaba a favor de una ciencia aplicada en y no para, rechazando los prejuicios existentes sobre ella (peso de los intereses de los investigadores o de los intereses comerciales) e insistía en reconocer las interacciones y los contextos en los que se produce conocimiento.

Mientras Dewey tuvo que debatir con las posiciones conservadoras en la esfera pública y con las corrientes filosóficas idealistas en la escena del debate intelectual de las primeras décadas del siglo XX, Rorty participó en un ciclo histórico signado por el avance del materialismo dialéctico. En su biografía intelectual se reconocen distintas etapas, pero si bien su primer contacto con el pragmatismo se produjo en los años 60, su reencuentro "filosófico" con Dewey fue en los años ´70, al mismo tiempo que su encuentro con la obra de Jacques Derrida (Derrida, J. 1998, 37).

¿Cuál es la relectura que hace Rorty de la obra de Dewey? En Consecuencias del pragmatismo Rorty señala que Dewey consideraba a la filosofía como un instrumento para el cambio social otorgándole un papel crucial a lo que llama "la redescripción de la experiencia" (Rorty, R. 1996, 140-1). Para Rorty, los logros principales del filósofo americano fueron el rechazo a la idea de verdad y la idea del conocimiento como adaptación y confrontación y no copia. El pensamiento de Dewey ofrecía una visión de las ciencias como "sugerencias de cómo desprendernos de nuestro pasado intelectual y cómo tratar este último a modo de materiales para una investigación lúdica y no como algo que impone deberes y responsabilidades" (Rorty, R. 1996, 157). La referencia al juego y a lo lúdico en la obra de Dewey y su interés por el arte como herramienta, que se emparenta con la tesis de Rorty acerca de la relación entre filosofía y literatura (ficción)1, denota cierta irreverencia con respecto a la tradición pero también un reconocimiento de la dimensión plástica del pensamiento. En este sentido Rorty consideraba que "el punto de vista deweyniano implica una visión de los seres humanos como hijos de su tiempo y lugar, sin ningún límite significativo, biológico o metafísico, a su plasticidad" (Rorty, R. 1998, 40).

Al retomar la reflexión de Dewey sobre la relación entre pensamiento y acción, Rorty pone el foco de atención en la dimensión del lenguaje identificando tres rasgos del pragmatismo: el primero que "es más bien en el vocabulario de la práctica que en el de la teoría, más bien en el de la acción que en el de la contemplación, donde podemos decir algo provechoso acerca de la verdad" (Rorty, R. 1996, 244); el segundo que "toda investigación –sea científica o sea moral– sigue las pautas de una deliberación en torno a las ventajas relativas en torno a distintas alternativas concretas" (Rorty, R. 1996, 245); por último que "la investigación no tiene ningún otro límite que el que impone la conversación (…)" (Rorty, R. 1996, 247).

La contribución de El giro lingüístico(1967) fue, según el mismo señalara 20 años después, sustituir la referencia a la experiencia como medio de representación por la referencia al lenguaje (Rorty, R. 1990, 164); de allí el énfasis en los lenguajes/léxicos/vocabularios del conocimiento. En La filosofía y el espejo de la naturaleza (1979) profundizaría su posición filosófica antiesencialista a partir del diálogo con la hermenéutica como praxis y de la propuesta de "encontrar nuevas formas de hablar", a partir de la defensa de una filosofía edificante que tendiera "a mantener una conversación más que a descubrir una verdad" en la que en la que los filósofos fueran "interlocutores en una conversación". (Rorty, R. 1979, 336-7). Con posterioridad y en particular con la publicación de Contingencia, ironía y solidaridad (1989), Rorty insistiría en la tesis acerca de la contingencia del lenguaje, de la identidad y de la comunidad, defendiendo una cultura historicista, nominalista y postmetafísica que pusiera en primer plano léxicos y narraciones. Su tesis acerca de la contingencia del lenguaje retomaba la idea de Witgenstein de la existencia de juegos de lenguaje alternativos que ponen en juego "descripciones del mundo que son útiles para predecir y controlar los acontecimientos" (Rorty, R. 1991, p24), no teniendo una descripción mayor representación que otra del mundo. Afirmaría entonces que "el mundo no habla. Solo nosotros lo hacemos" (Rorty, R. 1991, 26) y que esas formas de hablar debían convertirse en pauta lingüística para que nuevas generaciones la adopten, a partir de un tipo de filosofía que "trabaja holística y pragmáticamente" (Rorty, R. 1991, 29).

El giro de Rorty de la experiencia al lenguaje y por lo tanto el interés puesto en el vocabulario y la conversación en torno al conocimiento, conllevaba una crítica al universalismo. Recibió distintas críticas; se cuestionó su insistencia en el carácter contingente del presente por abrir un horizonte de etnocentrismo (Frelat –Kahn, B. 2004); así como su rechazo de los relatos genealógicos y su antiteoricismo (West, C. 2008). Su autodefinición como "liberal y pragmatista" implicó una distancia crítica con el legado marxista y la filosofía trascendental kantiana y neokantiana. Si bien Rorty compartió con una figura como el pedagogo Henry Giroux una posición progresista y antitradicionalista en el debate intelectual sobre la reforma de la educación en Estados Unidos en el marco de las políticas de Ronald Reagan, este último le cuestionaría la abstracción de la política la cultura y su visión textualista (Giroux, H. 1999). Ambos releyeron a Dewey pero mientras Giroux retoma su pensamiento pedagógico en el marco del dialogo con los estudios culturales y el feminismo, Rorty insiste en reinterpretar la tradición del pragmatismo a la luz de la revisión de los clásicos de la filosofía del siglo XX y de su contacto con la literatura y con la crítica literaria.

Descentrando el pensamiento de Rorty del ámbito intelectual norteamericano, su énfasis en el vocabulario de la práctica, la deliberación y la conversación y la atención en el carácter contingente del presente resultan sugerentes para pensar la escena universitaria de las humanidades y las sociales en la que la reivindicación de un "vocabulario de la práctica" sugiere revisar críticamente el peso de los "fundamentos" teóricos en los discursos universitarios a favor de pensar las alternativas de acciones concretas frente a las problemáticas cotidianas de las instituciones. Rorty sostiene que a partir de Dewey las ciencias sociales "deben incluir descripciones de cada situación que faciliten la predicción y el control de éstas" y "que nos ayuden a decidir qué hacer" (Rorty, R. 1996, 281); indicando que "su experimentalismo nos invita a concebir las pretensiones de conocimiento como propuestas de acción" (Rorty, R. 1996, 289).

El vínculo entre conocimiento y acción tal como ha sido planteado por Dewey y releído por Rorty tiene en la escena universitaria una resonancia particular: más que la analítica del poder se trataría de abrir el juego a distintas alternativas de intervención en la esfera pública que es la universidad. Por otra parte, la defensa de Rorty del modelo de la conversación que supone el reconocimiento de una diversidad de voces y de lenguajes/léxicos, también sugiere una crítica a las identidades sedimentadas de los actores universitarios y el reconocimiento de las distintas hablas y narraciones existentes en la universidad pública, en sus diversos planos de manifestación (las disciplinas, la formación, las posiciones políticas, las experiencias generacionales). Seguramente esta diversidad de "voces" en la conversación universitaria, que en Rorty se liga con el interés por descentrar a la filosofía adjudicándole en todo caso un papel mediador, no alcance para comprender el juego de poder institucional que se entabla entre diversos discursos, instituciones, disciplinas y sujetos. Si bien el conflicto es constitutivo de lo político y la universidad pública no escapa a ello, la conversación no deja de ser una metáfora potente para pensar la vida universitaria.

La divulgación del conocimiento y las fronteras inestables entre lo público y lo privado: el papel de los intelectuales universitarios

En este apartado me interesa detenerme en algunos tópicos del pragmatismo y del neopragmatismo: la relación entre conocimiento y opinión pública, las fronteras entre lo público y lo privado y el vínculo con lo político. Se trata de tópicos relevantes para pensar la producción y distribución del conocimiento universitario, el papel de los profesores/as/intelectuales y los vínculos entre la universidad, la sociedad civil y el estado.

En la obra La opinión pública y sus problemas (1927) Dewey desarrolló una reflexión de suma actualidad acerca de la relación entre el conocimiento científico y la comunicación pública del conocimiento. En el marco de la defensa de la democracia popular en plena expansión de la sociedad de masas, consideró en forma dinámica la relación entre sociedad y opinión pública, sin establecer separaciones tajantes entre conocimiento y opinión y defendiendo la acción comunicativa (publicity) como medio para la educación del público (del Castillo, 2004). Consideraba que la investigación científica era el punto de partida de un conocimiento social que no debía circunscribirse al ámbito científico sino que requería del debate público.

Para Dewey "la línea entre lo privado y lo público debe trazarse sobre la base de la amplitud y el alcance de las consecuencias de aquellos actos que son tan importantes que se deben controlar, sea a través de su promoción o de su contrición" (Dewey, J. 2004, 64). Como telón de fondo estaba el pasaje de una sociedad como la americana con una tradición comunal ligada a asambleas locales a una nación-estado continental en la que se habían multiplicado públicos e intereses privados. Por eso consideraba que como un problema intelectual la atención del público en las democracias y para ello había que aprovechar los nuevos medios tecnológicos disponibles. La distinción entre ciencia y conocimiento resultaba crucial: mientras la primera era concebida como un lenguaje especializado solo para expertos que conocían el método, el conocimiento incluía comunicación y comprensión del método para los no expertos; suponía hacer conocer el "cómo", más cercano a la idea de doxa de Aristóteles.

No puede haber público sin una plena publicidad respecto a todas las consecuencias que le atañen. Todo lo que obstruya y restrinja la publicidad limita y distorsiona la opinión pública y frena y deforma la reflexión sobre los asuntos sociales. Sin libertad de expresión, ni siquiera se pueden desarrollarlos métodos de indagación social. Porque las herramientas solo pueden evolucionar y perfeccionarse a través de su puesta en práctica; a través de su aplicación a la observación, exposición y la organización de la materia en cuestión, y esta aplicación no puede tener lugar sino es por medio de una comunicación libre y sistemática (Dewey, J. 2004, 147).

De allí que Dewey utilizara la expresión publicity como sinónimo de investigación científica. Para el filósofo "el conocimiento encerrado en una conciencia privada es un mito y el conocimiento de los fenómenos sociales depende de manera peculiar de la divulgación, ya que sólo con ella ese conocimiento se puede obtener o verificar" (Dewey, J. 2004, 152). Su preocupación central era la formación de una opinión pública informada por el conocimiento y cómo regular los efectos negativos de la manipulación de los medios de comunicación de masas. Arendt coincidiría con Dewey en asociar la esfera pública con el discurso, la acción libre y la visibilidad (1998). En pleno auge de la divulgación científica, la popularización de la ciencia, la transferencia social del conocimiento o la investigación aplicada, las inquietudes de Dewey tienen plena actualidad.

La inquietud de Dewey en los años´20 por la divulgación y aplicación del conocimiento y por construcción de la opinión pública, conlleva a su vez la consideración del papel de los intelectuales. Rorty coincidiría en la importancia de salir del circuito de los expertos universitarios y que los intelectuales se dirigieran a una audiencia más vasta, lo cual implicaba revisar los lenguajes en uso. Retomó a fines del siglo XX esas preocupaciones del pragmatismo en el contexto del debate sobre el futuro del socialismo y de la democracia europea, luego del fracaso de la experiencia soviética y de la caída del Muro de Berlín. En "Los intelectuales y el fin del socialismo" (1998)cuestionó la persistencia de una "retórica marxista" y abogó por la búsqueda de un nuevo vocabulario postulando que los intelectuales debían ser "más francamente etnocéntricos y menos pretendidamente universalistas" (Rorty, R. 1998, 123). Desde el punto de vista político consideraba que era necesario renunciar a la idea de "crítica radical" de las instituciones existentes en el marco de una lucha anticapitalista y asumir en cambio la idea de mejorarlas y reformarlas, reviviendo el lenguaje marxista "en el contexto de sugerencias concretas" (Rorty, R. 1998, 59).

Según Águila el abandono por parte de Rorty de la idea de emancipación universal "retrotrae el problema político del reformismo al "nosotros", es decir, a cuáles son los rasgos definidores de ese punto de referencia último de las políticas pragmáticas" (Águila, R. 1998,18).La sugerencia de Rorty de que los intelectuales abandonen una perspectiva universal tiene como contracara que ese "nosotros" se restrinja a los sujetos con acuerdos entre sí. Respecto de la universidad la no presuposición de un sujeto universal invita sin embargo a pensar en la producción de lenguajes políticos capaces de nombrar los problemas concretos y cotidianos de la vida institucional, más proclives a ampliar el mundo de la conversación universitaria, nunca exenta de polémicas.

Antiuniversalismo y la cuestión de lo político: consenso y conflicto en la universidad

En Contingencia, ironía y solidaridad, publicado en 1989, Rorty retomó su crítica al universalismo a partir de la pregunta por la existencia de la comunidad y de valores universales y por la relación entre lo público y lo privado. En defensa de los que llama filósofos historicistas estuvo a favor de la posición del "ironista liberal" que designaba a "esas personas que reconocen la contingencia de sus creencias y de sus deseos más fundamentales" (Rorty, R. 1991, 17). De allí que ninguna creencia tenga una alcance universal y que no sea posible unificar en una teoría lo público y lo privado, en tanto esferas inconmensurables. Propuso una utopía liberal en la que la solidaridad fuera una meta a alcanzar por medio de la capacidad imaginativa de ver a los extraños como compañeros en el sufrimiento. Por eso el giro global en contra de la teoría y hacia la narrativa a partir de la idea de que "la solidaridad tiene que ser construida a partir de pequeñas piezas" (Rorty, R. 1991, 112), procedentes de las disciplinas que se especializan en la "descripción intensa de lo privado" (ídem), entre otras la literatura o la etnografía.

Años después el antiuniversalismo de Rorty quedó expresado en sus diferencias con la deconstrucción derridiana. Fue invitado en 1993 junto con Derrida a un seminario en el College Internacional de Philosophie de París, en el que intervinieron también Chantal Mouffe, Ernesto Laclau y Simon Critchley. El seminario dio lugar al libro Deconstrucción y pragmatismo (1998).

En ensayos previos y en el marco del debate norteamericano sobre Derrida, Rorty lo había calificado como un "escritor privado" que había oscilado entre el estilo trascendental de filósofos como Hegel o Heidegger en una etapa temprana y el acercamiento al último Wittgenstein. En el seminario lo calificó como un escritor sentimental e humanista, pero puso en cuestión los usos por parte de la izquierda académica del método deconstructivo. Para Rorty, Derrida compartía las esperanzas utópicas de Dewey pero no tenía las mismas consecuencias políticas. Recordemos que para Dewey (2004) las consecuencias eran privadas cuando afectaban a las personas implicadas en una transacción y públicas cuando afectaban a otras distintas de las inmediatamente implicadas; para Rorty "lo privado" significa "la parte de la vida en la que dirigimos nuestras obligaciones hacia nosotros mismos y no nos preocupamos de los efectos de nuestras acciones sobre los demás", mientras lo público alude "a la parte en la que nos preocupamos por esos efectos" (Rorty, R. 2005, 148). En este sentido consideraba que muchos textos del filósofo francés no eran una contribución al pensamiento político sobre lo público sino para el "autoajuste privado", en tanto para Rorty lo político era "una cuestión pragmática de reformas a corto plazo y de compromisos, compromisos que deben, en una sociedad democrática ser propuestos y defendidos en términos mucho menos esotéricos que aquellos con los que superamos la metafísica de la presencia. El pensamiento político se centra en el intento de formular algunas hipótesis sobre cómo, y bajo qué condiciones, pueden llevarse a cabo esas reformas (Rorty, R. 1998b, 43).

En su intervención Derrida destacó los elementos comunes entre deconstrucción y pragmatismo, en particular la dimensión performativa. Pero respecto del debate sobre su obra planteado por Rorty señalaría el carácter indecidible de la distinción entre lo público y lo privado y la asociación entre textos literarios y esfera privada. Reivindicaría la idea de lo secreto2 como algo siempre inaccesible al dominio de lo público. Rechazó las críticas que le formulara Rorty sobre su perspectiva "trascendental" afirmando que como filosofo rescataba la importancia de "formular preguntas trascendentales para no quedar atrapado en la fragilidad de un incompetente discurso empirista" (Rorty, R. 1998b, 159), que lo dejara atado su discurso a un código, juego de lenguaje o situación. Defendía el discurso de la emancipación y el recurso a lo mesiánico a partir de la idea de que "no hay lenguaje sin la dimensión performativa de la promesa" (Rorty, R. 1998b, 160), en tanto hay futuro, en tanto algo "puede llegar a advenir" (Rorty, R. 1998b, 161).

La posición de Rorty en ese debate mereció varias críticas, en particular que la distinción entre lo privado y lo público y la concepción de la política solo en términos pragmáticos perdía de vista una perspectiva democrática vinculada con la multiplicidad de luchas y que el desconocimiento de la complejidad de los conflictos políticos irresolubles en el pluralismo suponía una convergencia con Habermas en la universalización del modelo democrático liberal, no ya a través del consenso racional sino de la persuasión política (Mouffe, Ch. 1998b).

La comparación entre el deconstructivismo de Derrida y el pragmatismo de Rorty resulta interesante para pensar algunos aspectos de la universidad. Tanto la filosofía francesa como la filosofía americana, en todas sus expresiones a lo largo tiempo, han dejado huellas en la expansión de la universidad latinoamericana y en sus discursos públicos. El discurso de la emancipación es un discurso caro a la tradición de la universidad pública y a sus idearios igualadores: mientras Derrida lo reivindica, Rorty lo cuestiona como utópico o "trascendental". Podemos suponer que desde la perspectiva de Rorty, menos interesado en el pasado y más en el presente, aspectos de esa tradición quedarían opacados, así como genealogías institucionales, filiaciones intelectuales y diálogos transhistóricos que han dado forma al pensamiento sobre la universidad y el vínculo entre memorias del pasado e intervenciones del presente. En su reverso, su invitación a prestar atención a las reformas de corto plazo y a los compromisos, sugiere nuevos puntos de vista sobre intervenciones prácticas en la universidad.

En cuanto a las fronteras entre lo privado y lo público podemos señalar que en las últimas décadas están en el corazón del debate universitario ante la emergencia una cultura del individualismo en el marco del capitalismo académico, en el cual prima una lógica meritocrático-competiviva: se podría argumentar que la cultura universitaria tiende a ser hoy más privada que pública o en todo caso que lo público se reconfigura ante el declive de la participación colegiada y el énfasis en la producción académica individual. Por otra parte la notable visibilidad que la producción académica adquiere en las redes sociales, así como los intercambios públicos que dan lugar y que sustraen a los universitarios de la esfera privada, afirman la porosidad de las fronteras entre vida privada y universidad pública. En este sentido el carácter inconmensurable de ambas esferas para Rorty o indecible para Derrida, permite comprender la complejidad de la vida universitaria.

Por último, respecto del énfasis en el consenso y no en el conflicto que se le cuestiona a Rorty cabe señalar el vínculo con la valoración de Dewey de la comunidad a pequeña escala como lugar factible de consensos. Mantuvo esa idea en un contexto histórico muy distinto en el que la experiencia global había modificado la experiencia local, pero articulada a su adhesión al liberalismo. Pensando en la universidad, si desde una perspectiva la comunidad universitaria puede ser pensada como un espacio para la construcción de consensos en torno a las tareas comunes que tiene como institución de formación y para el logro de acuerdos político-académicos, la historia muestra también que los conflictos han sido constitutivos en tanto su dimensión pública la pone en contacto con otras comunidades, actores, ámbitos y acontecimientos y frente a intereses corporativos que la exceden. La heteronomía de la universidad implica contactos con las problemáticas del estado y la sociedad civil, pero también del mundo; la universidad pública es a la vez "nacional" y "global" o "cosmopolita", su juego de lenguaje está contaminado por los ruidos del mundo.

Creemos sin embargo que considerar, desde la concepción de Rorty, a la universidad como el lugar del dialogo y la conversación, como un espacio de convergencia de distintas hablas, léxicos y narraciones, no iría en detrimento de reconocerla presencia del conflicto político. Por un lado por la heteronomía señalada, por otro porque el gobierno de la universidad pública como espacio de representación de los claustros y más ampliamente de los actores universitarios constituye una escena política que se asienta en la representación. En tanto Rorty tiene una posición antirepresentacional, la participación en esa escena incluiría una mayor atención a los lenguajes e intercambios que allí se producen y menos a los fundamentos "trascendentales" que orientarían las intervenciones. El pasaje del énfasis en la conversación a su abandono por la persuasión en sus últimos textos (Mattio, E. 2009), indicaría una inquietud por la política.

Algunas conclusiones

La revisión de las tesis del pragmatismo de Dewey y de algunos aportes del neopragmatismo de Rorty nos ha permitido pensar la relación entre universidad, conocimiento y política.

En primer lugar, la definición de Dewey de la experiencia del pensar como ensayo abierto que asume el carácter de aventura y el contacto con lo desconocido, pero también la propuesta de Rorty de descripción de dicha experiencia a partir de la dimensión particular del lenguaje, conllevan prestar atención a las particularidades del conocimiento en las humanidades y ciencias sociales tanto respecto del tipo de actividad intelectual como de sus estilos e improntas. La insistencia de Rorty en el lenguaje permite comprender los vocabularios en uso en la vida universitaria, al mismo tiempo que hace evidentes las creencias que lo sostienen, si consideramos el peso de distintas ideologías y tradiciones de pensamiento en distintos ciclos históricos. Considerar el carácter contingente de esos lenguajes del mundo universitario desmitificaría su universalidad y obligaría a los actores a recurrir a un registro más historicista y menos trascendental, desechando una filosofía de la historia.

En segundo lugar, las fronteras entre lo público y lo privado y la atención en las consecuencias de las acciones y el papel de los individuos, pone en primer plano la cuestión de las responsabilidades institucionales en la universidad. Si en ciertos discursos sobre la universidad suele negársela especificidad de la escena institucional a favor de considerar la primacía de los grandes problemas políticos y sociales del "afuera", la propuesta del pragmatismo de un lenguaje descriptivo resulta útil para dar visibilidad política a las problemáticas cotidianas de la vida universitaria. La búsqueda de consensos es una de esas responsabilidades en tanto la universidad es una institución de vida, aunque su tradición parlamentarista ha hecho primar la conflictividad amigo-enemigo propia de la política. Sin embargo la universidad puede ser pensada no como la correa de transmisión de la escena política nacional, sino ser redescubierta en la trama de sus juegos de lenguaje político-académicos. Por otra parte la erosión de las fronteras entre lo privado y lo público a partir de la expansión de las redes sociales conlleva un debate necesario sobre el estatuto que adquiere hoy lo público-universitario en la conversación ampliada que habilita internet.

Por último, el pragmatismo ofrece elementos teóricos para prestar atención a lo emergente, para articular pensamiento y acción en las instituciones y para habilitar nuevas conversaciones en una época en que la filiación con el pasado es objeto de intervenciones muchas veces conservadoras y retóricas. De allí que la invitación a pensar el hacer sugiere una apertura, que excede la razón instrumental habermasiana. En tanto en la universidad los debates y las prácticas vinculadas con la transferencia social del conocimiento, la investigación aplicada e incluso la divulgación científica están en auge, la tesis de Dewey sobre la relación entre pensamiento y acción y la perspectiva no trascendental de Rorty, sugieren una mayor atención en la esfera pública y por parte de los intelectuales/académicos en los juegos de lenguaje de otros actores sociales como base para un dialogo posible sobre la construcción política de lo común.

Notas

1  Rorty reconoce que en Dewey predominó la tensión romántica (cercana al arte) en su lectura de la obra de Hegel y Marx, en detrimento de la racionalista (Rorty, R. 1998, p101).

2  "Lo secreto es lo irreductible al terreno de lo público (...) e irreductible a la publicidad y a la politización, pero al mismo tiempo, este secreto está en la base de lo que puede permanecer y permanece abierto del terreno de lo público y el dominio de la política" (2005: p157).

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