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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.21 no.1 Mendoza jun. 2019

 

COMENTARIOS DE LIBROS

Yuing Alfaro, Tuillang. Tras lo singular: Foucault y el ejercicio del filosofar histórico.
Viña del Mar: Cenaltes ediciones, 2017. ISBN: 978-956-9522-10-9, 387 p.

Carelí Duperut

Universidad Nacional de Cuyo

 

Volver sobre la obra de Foucault es una tarea que no pierde valor en el siglo que estamos transitando. Son muchas las puntas que nos ha dejado su trabajo, especialmente a quienes nos dedicamos a la filosofía y la historia, para pensar las instituciones, los modos de gobierno de los sujetos, los resquicios del poder, el origen histórico de la subjetividad y las posibilidades de resistencia. En este libro, una tesis doctoral prologada por el filósofo Patrice Vermeren, Tuillang Yuing Alfaro hace el esfuerzo por revisar la concepción de historia que subyace a la trama que compone la obra de Foucault, proponiendo la tesis original de que es posible hablar del ejercicio de un filosofar histórico en la obra del pensador francés: una ejercitación consciente que toma la historia como una herramienta y la utiliza para pensar y diagnosticar el presente, en orden a transformarlo.

Abundante en citas y diálogos sinceros con los textos, el libro tiene la particularidad de ir hasta la médula de uno de los tópicos más importantes de la obra del francés, manteniendo como hipótesis por un lado, que los escritos de Foucault, influenciados por el trabajo de Friedrich Nietzsche, contienen un esfuerzo constante por destituir los universales en favor de la historicidad; y por otro, que hay un ejercicio experimental particular, vinculado con la crítica filosófica del presente a través de la reelaboración de la historia.

El libro está dividido en tres partes: una primera donde trabaja sobre la formación de Foucault, específicamente su contacto con aquellos pensadores que lo introdujeron a una concepción tanto de la filosofía como de la historia que se alejaba en gran medida de la filosofía del sujeto: Gaston Bachelard, Georges Canguilhem y Friedrich Nietzsche; en la segunda parte, se enfoca en el desarrollo que dio Foucault a la arqueología como método para trabajar con la historia y pensar el presente; y por último, en el tercer segmento, revisa la elaboración de la genealogía en conjunto con la reinterpretación novedosa de nociones como cuerpo, poder y dispositivo.

La relación de Foucault tanto con Bachelard como con Canguilhem fue en extremo productiva, tal es así que el autor chileno se permite hablar de una herencia, tanto en relación a la concepción de la historia como también en el trato específico con el conocimiento científico. Las investigaciones sobre la constitución de la razón en la historia y la crítica a la delimitación de un cierto saber como científico son un anticipo del trabajo que luego realiza Foucault.

Los aportes de Gastón Bachelard se encaminaron a abrir la filosofía, acercándola hacia terrenos que no eran propios de la disciplina. Para este epistemólogo francés es ingenuo referirse al desarrollo del conocimiento simplemente como el desarrollo de la razón, y es así como, descartando la concepción de un sujeto a priori, hablará de un llegar a ser sujeto de conocimiento. En este sentido, la noción de obstáculo juega un papel central en su trabajo, ya que es entendido como una instancia básica para el conocimiento, así como la ruptura, la contradicción o la ignorancia que, oponiéndose a un cogito unitario en la historia, muestran una razón polémica, plural y dividida, que se desarrolla desde las rupturas y las discontinuidades. Así, habla de una filosofía de la dispersión, en construcción permanente y por tanto radicalmente abierta, que no cierra sus puertas a las emergencias de la historia sino que se ve fortalecida por ella.

Foucault hereda no solo esta concepción de la filosofía como un saber en continua construcción, sino también la idea de un sujeto que deviene y no está acabado, un sujeto en contradicción consigo mismo, polémico y abierto. A su vez, la noción de discontinuidad de Bachelard, tendrá un rol fundamental en toda la obra foucaultiana, principalmente en el análisis arqueológico de la historia.

Georges Canguilhem, médico e intelectual francés, se dedicó a hacer historia de las ciencias, específicamente de aquellas que han tenido como estudio la vida del ser humano. Sin embargo, tuvo una intencionalidad muy marcada de fugar hacia otros saberes, ponerlos en diálogo y no tratar la historia como un objeto a ser estudiado, sino como un proceso dinámico que puede ser utilizado como herramienta. Es así que en Canguilhem ya puede hablarse de un uso de la historia: se sirve de ella como elemento visualizador de condiciones, contingencias y conflictos que habitan en los discursos, los textos o en el mismo conocimiento científico.

Al final del primer capítulo, Yuing Alfaro repasa la obra de Friedrich Nietzsche, quien echa mano de la historia en orden a reinterpretarla, retirarla del lugar estático en el cual la había tenido la modernidad, para sacar a la luz sus recovecos, sus devenires y transformaciones. En definitiva, busca hacerse cargo de la diversidad de la humanidad, y por lo tanto, de la razón.

La filosofía de Nietzsche remite inevitablemente al problema de la verdad, que será un tema recurrente en el trabajo de Foucault: ya no puede pensarse la verdad como un universal solo posible de ser descubierto con y por la razón, sino que la misma contiene una historia, que permite ver su terrenalidad, su hacerse en la carne. Es en este sentido que la metodología arqueológica y genealógica toma un papel central en la obra de ambos autores, llevando a reconsiderar la historia desde un punto de vista crítico, para mostrar que no es la única posible, abriendo perspectivas para el presente y lo que pueda entrañar el futuro.

Desde esta historia efectiva es que nace la urgencia de diagnosticar el presente, es decir, delimitarlo para señalar sus fuerzas y debilidades, en orden a traer desde el pasado aquellas singularidades que nos muestren líneas de fuga para cuestionar nuestras prácticas y resistir el poder que nos oprime. Una resistencia que se hace desde el mismo cuerpo que han marcado, manipulado y atravesado por las estructuras de poder.

Foucault es un heredero directo de Nietzsche en la manera de hacer filosofía. Sin embargo, hay dos distancias que los diferencian: la primera, de índole metodológica, es que el trabajo del primero se juega en el recurso histórico de primera fuente, en la apelación al archivo, más cercano a los trabajos de Canguilhem o Bachelard; y la segunda es la especial atención que puso el pensador francés a las relaciones de poder, específicamente en el rendimiento político, a diferencia de Nietzsche, donde, si bien la problemática está presente, no lo es de un modo preponderante.

El segundo capítulo se dedica a revisar la concepción y el tratamiento arqueológico de la historia que supo desarrollar Foucault. Yuing Alfaro trabaja sobre las sistematizaciones metodológicas que realizó el francés en Las palabras y las cosas (1966) y La arqueología del saber (1969).

A mediados del siglo XX, las corrientes principales de pensamiento eran el marxismo, el estructuralismo y la fenomenología, las cuales enmarcaron su concepción de la historia en una filosofía del sujeto. Sin embargo, ya desde sus primeros textos, como Historia de la Locura en la Época Clásica, Foucault se aproxima de otro modo a la historia, desplazando el sujeto del centro del escenario, sin reemplazarlo por estructuras fijas y universales, abriendo el panorama para un ejercicio del filosofar diferente.

En relación tanto con la fenomenología como con el marxismo, Foucault se distancia de la importancia que estos le atribuyen a la conciencia como dadora de sentido y al sujeto como protagonista de la historia, puesto que, desde un punto de vista arqueológico, tanto la percepción como el sujeto no pueden entenderse de manera independiente del lenguaje y sus jerarquías. Con el estructuralismo mantiene una relación más cercana, ya que le permite salir de una idea central de sujeto para migrar a zonas de mayor amplitud, donde puede pensar en relaciones, que arman conjuntos y organizan los discursos de una época, dando lugar a la concepción de episteme, que va a jugar un rol central en Las palabras y las cosas. Sin embargo en La arqueología del saber se aleja definitivamente del estructuralismo, en tanto que sus análisis buscan escapar de igual modo tanto del sujeto trascendental como de los esquemas fijos supuestamente responsables del surgimiento de un sentido.

Ahora bien, cómo es que se relaciona el lenguaje con el mundo es la pregunta disparadora de su primera obra metodológica, la cual indaga de manera exhaustiva en los diferentes regímenes históricos que dieron lugar a cierto orden que relacionó estos dos elementos. Foucault divide la historia desde el siglo XV en tres momentos: época renacentista (siglos XV-XVI), época clásica (siglos XVII-XVIII) y época moderna (siglos XIX-XX). Cada una de las cuales tendrá una episteme diferente: una modalidad específica de vinculación con el saber acerca de las cosas. Sin embargo, Foucault rechaza de plano la idea de progreso, por lo cual el paso de una a otra será explicado a partir de lo que él denomina como rupturas epistémicas.

En el caso de la época renacentista el saber se producirá por semejanzas. El mundo dice una verdad revelada por Dios que solo es posible de ser comprendida y dicha por el ser humano. Esta relación tan cercana con las cosas comienza a romperse y a crecer en contingencia en el siglo XVI cuando la autoridad de las palabras toma el lugar central para poder conocer la realidad dando lugar a la representación: se inaugura así la época clásica, configurando un nuevo tipo de sujeto de conocimiento que ahora puede trabajar con el universal. Esto da lugar a la constitución de tres tipos de saberes específicos: la gramática general, el análisis de las riquezas y la historia natural. En el mundo clásico entonces, la historia será más bien descriptiva, inmovilizándose en la construcción del saber.

El surgimiento de la época moderna a finales del siglo XVIII, se da a partir de lo que Foucault denominó como la experiencia del límite de la representación a partir de la invasión de lo Otro en el discurso. Hay algo que escapa a la representación, una fuga que es innombrable. Este límite de la representación también es un límite que se le presenta al ser humano como antropológico, en tanto es consciente de su propia finitud. Foucault observa que es esta misma finitud la que posibilita que el sujeto se ponga a sí mismo como contenido y ámbito de un saber específico: las ciencias humanas. Surgen así en el siglo XIX la economía, la filología y la biología, que pondrán el foco de su estudio en el ser humano como deseante, viviente y hablante.

En la episteme moderna, el Orden (la clasificación, el cuadro) preponderante en el mundo clásico es reemplazado por la Historia: ese espacio homogéneo donde se despliega el saber de la época, una concepción universalista, abstracta y positivista, contrapuesta a la historia en minúsculas, que busca narrar una historicidad singular de los hechos.

En orden a llevar a cabo una arqueología del saber, Foucault aplica la herramienta de la discontinuidad de Bachelard en las reglas de formación de los discursos que sirven para legitimar saberes y producir objetos de estudio. Esto le muestra una nueva concepción del sujeto, entendido ahora como una función antecedida por una discursividad. No hay un cogito que irradia sentido, ni una interioridad que es expresada, sino una trama de enunciados materiales e institucionales que son dichos y practicados por el sujeto en la historia. Esta importancia puesta en los procesos históricos es lo que el autor francés denominó como a priori histórico, algo que parece contradictorio pero que en realidad muestra que el a priori no puede ser sino histórico: uno que ya no tiene que ver con las condiciones de posibilidad que pone un sujeto trascendental, sino uno que inevitablemente tiene su enclave en la materialidad de la historia. Sin embargo, aunque este descubrimiento posibilita a Foucault lograr su cometido de destituir el sujeto trascendental que traía consigo la modernidad y que continuaba resonando en la filosofía durante el siglo XX, le dificulta otorgarle poder de acción al sujeto, convirtiéndolo en una construcción puramente discursiva sin fuerza orgánica ni poder de decisión o pensamiento. Consciente de esta aporía, y a raíz de una serie de sucesos históricos que lo tocan de cerca, comienza un trabajo sobre el origen de la subjetividad en las tramas del poder, dando lugar así a la genealogía.

Esta nueva aproximación, analizada en la tercera parte del libro, se inaugura con su trabajo Vigilar y Castigar, donde hace un estudio sobre las relaciones de poder enmarcado en una historia sobre el nacimiento de la prisión. Al mismo tiempo que experimenta el poder de resistencia de las revueltas de estudiantes tanto en Túnez como en Francia en 1968, y comienza su militancia dentro de las prisiones. Todas estas experiencias decantan en una reelaboración de la teoría del sujeto, donde a través de la historización de la conformación del mismo y de su objeto de conocimiento, muestra que las prácticas sociales producen ciertos campos de saber y que por lo tanto, el sujeto de conocimiento nace a la par que su objeto.

A su vez, los trabajos de Nietzsche le posibilitan trabajar sobre la cuestión de la verdad y el conocimiento, para comenzar a responder una pregunta que ya había formulado el primero: ¿cómo es posible esa relación denominada “conocimiento” que se da entre un “sujeto” y un “objeto”? El filósofo alemán le muestra a Foucault la violencia siempre implícita en el acto de conocimiento, es decir, las relaciones de dominación y poder que se juegan en el ejercicio del conocer. En el texto Nietzsche, la genealogía, la historia, Foucault especifica la tarea del genealogista, delimitando su ejercicio: descubrir la contingencia del origen, descartar una mirada teleológica que ratifique el presente para hallar la emergencia y el acontecimiento; prestar especial atención a lo insignificante, a la pequeñez de los acontecimientos, en contraposición a los grandes eventos mundiales, para poder narrar una nueva historia, y por lo tanto, descubrir esos otros sujetos invisibilizados. La genealogía presta especial atención a la emergencia, ese núcleo de fuerzas contradictorias que dan lugar a determinado acontecimiento como algo singular. La genealogía inaugura un nuevo modo de hacer y entender la historia como algo en constante cambio, dando cuenta así de la fragilidad de la verdad.

Ahora bien, Yuing Alfaro muestra que para poder realizar el pasaje de la arqueología a la genealogía, Foucault tuvo que introducir dos nociones centrales: el cuerpo y las relaciones de poder. Así, como el médico ausculta un cuerpo para determinar el diagnóstico, el genealogista mira el cuerpo humano en la historia para encontrar las huellas de las relaciones de poder, para mostrar cómo vive, cómo sufre, cómo es tratado, pero también cómo resiste y sobrevive. El cuerpo ya no es tomado como un dato natural sino que contiene una historia que requiere ser sacada a la superficie. Esto permite pensar que el cuerpo, más que un mero receptáculo de los poderes exteriores también contiene las fuerzas que resisten esos poderes. No es una máquina o una materia dócil, sino que se hace máquina, dócil y productivo a través de los poderes que se le inoculan, pero nunca sin sangre, dolor y resistencia detrás. De este modo, el autor francés guiará sus investigaciones, rastreando las huellas de la constitución del cuerpo de hoy entre los siglos XVII y XIX.

Este nuevo modo de mirar el cuerpo, aleja el análisis de una concepción teleológica o evolutiva, para mostrar un conjunto de tecnologías de poder que surgen en orden a dominar y producir, entre las que se encuentran las ciencias humanas, las cuales, sospecha Foucault, ven posibilitada su aparición por el surgimiento de una cierta modalidad de comprensión del cuerpo que posibilita un cierto saber sobre el mismo.

El poder entonces ya no es entendido como un atributo sino como algo que se ejerce, y por lo tanto, se delimita a través de los diversos tipos de relaciones. El poder es un vínculo no necesariamente represivo, como se había pensado, sino que produce realidad y por lo tanto, verdad. Esto decanta en la novedosa noción de dispositivo, es decir, el conjunto heterogéneo de discursos, prácticas, normas, etc., no necesariamente discursivos que al interior de una estrategia facilitan la materialización efectiva del poder. Esta noción le permite afirmar la no universalidad de las nociones historicistas y de las ciencias sociales que cierran la posibilidad a la singularidad del acontecimiento.

Por último, Yuing Alfaro muestra que es en la obra La vida de los hombres infames donde el autor francés muestra de manera patente un ejercicio del filosofar con los archivos históricos, ya que en dicho texto hace una revisión minuciosa de registros penales, donde va descubriendo la íntima trama que se da entre saber y poder. Esta tarea le mostrará aquellos eventos que lograron romper con una continuidad histórica pretendida, para comprender el presente de otros modos, que posibilitan la resistencia al poder: “La resistencia al poder deviene un modo de vida singular, que sin escapar al poder, es capaz de torcer sus efectos y mecanismos” (p. 344). Vemos claramente entonces cómo en Foucault existe un esfuerzo constante por ir tras lo singular.

El filósofo francés usa la historia de un modo filosófico, la piensa como el espacio que nos muestra no la identidad de lo que somos sino aquello de lo cual nos distanciamos y a partir de lo cual marcamos el límite. Bajo este ejercicio el pensar se enfrenta con otros modos de pensar ajenos que lo ponen en sospecha. Así es como al final de su vida, entiende la filosofía como el ejercicio constante de pensar de otras maneras, para llegar a ser de otras maneras: desafiar la necesidad del presente, esa es la tarea de la filosofía.

Este libro es una buena contribución a los ya prolíficos estudios sobre la obra foucaultiana. El repaso por toda su obra posibilita comprender los devenires de sus interpretaciones, la introducción de nuevas nociones y su uso específico de la historia. Especialmente para quienes tienen interés en trabajar sobre la obra de Foucault, este texto constituye un gran aporte en orden a guiar la relación que se da entre la filosofía, el sujeto y los saberes con la historia, al mismo tiempo que abre otros posibles temas de investigación tales como la relación entre Canguilhem y Nietzsche, el uso de la noción de subjetividad en la obra del francés, entre otros.

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