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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.21 no.2 Mendoza dic. 2019

 

ARTÍCULOS

Una visión crítica del positivismo argentino.
Extrapolaciones conceptuales biología-sociología en José María Ramos Mejía y José Ingenieros
1

A critical vision of argentine positivism
Conceptual extrapolations biology-sociology in José María Ramos Mejía and José Ingenieros

 

Ernesto Joaquín Suárez

Universidad Nacional de La Plata

 

Recibido: 28-11-2018
Aceptado: 17-12-2019


Resumen

El propósito de este artículo será realizar un análisis comparativo de las extrapolaciones conceptuales entre biología y sociología, efectuadas por dos autores emblemáticos del positivismo argentino: José María Ramos Mejía y José Ingenieros. Dicho análisis pretende contribuir a la comprensión, tanto de las similitudes y las diferencias de estos pensadores en particular, como de algunos aspectos comunes del positivismo argentino en general. A su vez, en este proceso analítico, se distinguirá entre la teoría de la evolución propiamente dicha y el darwinismo social supuesto por ellos.

Palabras clave: Positivismo argentino; José María Ramos Mejía; José Ingenieros; Darwinismo social.

Abstract

The purpose of this article is to perform a comparative analysis of the conceptual extrapolations between biology and sociology, carried out by two emblematic authors of argentine positivism: Jose María Ramos Mejía and José Ingenieros. This analysis aims to contribute to the understanding, both of the similarities and differences of these thinkers in particular, and of some common aspects of argentine positivism in general. In turn, in this analytical process, we distinguish between the theory of evolution proper and the social darwinism assumed by them.

Keywords: Argentine Positivism; José María Ramos Mejía; José Ingenieros; Social Darwinism.


 

Introducción

A menos que se pretenda argumentar desde una posición creacionista o desde un escepticismo radical, la evolución biológica resulta hoy un fenómeno difícilmente eludible a la hora de intentar comprender la vinculación entre los seres humanos y el resto de los seres vivos. No obstante se trata de una cuestión que debe ser abordada con sumo recaudo epistemológico, dado que desde un punto de vista histórico queda claro que la vinculación de estudios biológicos con estudios socio-culturales puede conllevar a la legitimación de ideologías funestas. El supuesto de la institución científica como el recinto de la neutralidad y la objetividad posibilitó transpolaciones conceptuales que pretendieron darle aval académico a perspectivas como la eugenesia del nacional socialismo o el darwinismo social. En relación a esto, es característica en los autores con un discurso positivista la pretensión de extrapolar conceptos de las ciencias biológicas, para el estudio del fenómeno social en su totalidad, desatendiendo la complejidad simbólica y cultural humana. Justamente, el positivista por antonomasia, Auguste Comte, propuso como imprescindible esta metodología reduccionista al interior de la sociología, ya desde su fundación.

Argentina no fue la excepción a este tipo de corrientes que pretenden justificar su ideología mediante las ciencias naturales. De hecho, varias de sus figuras representativas se caracterizaron por una gran erudición en los estudios biológicos de su época y, a su vez, inscriptos en un discurso sumamente ideologizado. Es el caso de los dos pensadores en los que se basa esta monografía, particularmente en dos libros imprescindibles para comprender la corriente positivista argentina, a saber, José María Ramos Mejía con Las multitudes argentinas (1899) y José Ingenieros con La simulación en la lucha por la vida (1902).

A grandes rasgos, podría decirse que existe una vinculación muy estrecha entre ambos autores, no sólo porque poseen características discursivas recurrentes entre los autores positivistas, sino porque Ingenieros fue alumno de Ramos Mejía (Terán, O. 1986, 35). No obstante, este artículo no se centrará en la relación personal entre ambos personajes. Más bien, el objetivo será realizar un análisis discursivo de las características generales de las extrapolaciones conceptuales, inscriptas en los textos en cuestión, de términos propios del ámbito de la biología para el estudio de la sociedad toda, prestando particular atención a cómo su utilización los vincula o diferencia.

Antes de comenzar el análisis, es preciso resaltar el hecho de que los autores poseen su atención centrada en dos conceptos diferentes: mientras Ramos Mejía hace hincapié en la noción de multitud, influenciado ante todo por el libro La psicología de las multitudes de Gustave Le Bon (Terán, O. 2008, 128), Ingenieros pone el acento en la noción de simulación, otro término discutido entre los positivistas de la época. Si bien ambos autores utilizan una miríada de términos provenientes de la biología para describir los fenómenos sociales, este estudio no se centrará en un análisis minucioso de cada uno de ellos, sino, ante todo, en la conceptualización general relacionada con las extrapolaciones en cuestión.

Extrapolaciones biología-sociología en “Las multitudes argentinas”

Un término proveniente de las ciencias que marca ya desde el primer capítulo el punto de vista de Ramos Mejía, es el de ley, particularmente en relación a la “ley de la unidad mental de las muchedumbres” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 16). Desde esta se comprende que, a partir de un grupo heterogéneo de individuos, puede surgir una turba organizada (Ramos Mejía, J.M. 1977, 25) gracias a ciertas afinidades psicológicas, generando a través de esta conglomeración un algo más que la suma de sus partes, una entidad aparte a merced de su meneur dominador y que sólo existe hasta que dicha congregación se desarma: la multitud.

Es llamativo que antes de denominarla de esta forma, Ramos Mejía menciona de manera desdeñosa la descripción del fenómeno como “el alma de la multitud” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 16). Podría decirse que este desaire viene dado por el hecho de que dicho término no tiene una correlación física, anclada en un carácter corpóreo, lo cual quizás resultaría para el autor un término ligado a una matriz metafísica romántica, a la cual se oponía. Diferente de ello, aunque el concepto de “ley”tampoco posee una referencia material concreta, sí permitiría dar cuenta de una regularidad en la constitución de un fenómeno en particular, como por ejemplo es el caso de la “ley de la conservación de la energía” en física. De modo que podría verse en la preferencia del concepto “ley” por sobre el de “alma” por parte de Ramos Mejía, la posibilidad de inscribir su caracterización sociológica en el ámbito de las “ciencias duras”, otorgándole la legitimidad discursiva propia de este tipo de ciencias.

En el caso de la “ley de la unidad mental”, la regularidad estaría dada por otro concepto clave en el discurso del escritor proveniente también de la teoría de Le Bon, que se suma a la caracterización de la multitud: una sugestión compartida por los miembros de la muchedumbre, los cuales quedan aglutinados mediante dicho encantamiento psicológico en una suerte de prisión moral (Laclau, E. 2003, 37). Influidos por este efecto, los integrantes perderían su individualidad, pasando a formar parte de ese conglomerado que “desciende muchos grados en la escala de la civilización” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 17). Habría entonces una escala, en tanto sucesión ordenada de grupos de la misma especie, organizada a partir de grados que determinan cuán avanzado estaría cada grupo respecto del proceso civilizatorio. Dentro de este esquema, los individuos propensos a la sugestión parecen ubicarse en el último escalón.

Aquí aparece un problema teórico subyacente a los planteos del autor que resaltan las particularidades de su apropiación del discurso positivista, ligadas a una tensión entre lo mental y lo biológico: si bien el aspecto orgánico estaría ordenado de manera escalonada, no ocurriría lo mismo con el aspecto psicológico. Esto se relaciona con el hecho de que ya en el tiempo de Ramos Mejía se discutía sobre la naturaleza del “inconsciente” aunque no a la manera en cómo fue planteada por Freud, sino desde el punto de vista que se instauraba con conceptos como el de sugestión de Le Bon. Justamente, dicha noción instauraba una dualidad psicológica que traía problemas al localizacionismo cerebral de los positivistas de la época, dado que aún no hallaban la región del cerebro que explicara la correlación física del estado de multitud.

Podría decirse que esta singularidad teórico-discursiva que el contexto le imponía a Ramos Mejía marca un antes y un después para con otros pensadores argentinos, más cercanos al discurso romántico, como fue por ejemplo Domingo Faustino Sarmiento. Este último, a pesar de despreciar a los bárbaros incivilizados, concebía en la educación una herramienta fundamental para su desarrollo social. En cambio, la relevancia que Ramos Mejía le da a los trabajos de psicólogos como Le Bon, lo llevó a comprender que existiría cierta fatalidad inherente a la condición bárbara, justamente, porque no habría progreso posible en el ámbito psicológico de lo inconsciente. De esta manera, existiría un componente inscripto en la psicología de los individuos propensos a la multitud que les impediría emanciparse de su cercanía a lo primitivo y que los volvería de alguna manera incivilizables.  

Por otro lado, en el intercambio discursivo biología-sociología de Ramos Mejía se da un cruce constante entre el ámbito de la descripción y el de la prescripción, ya que mientras por un lado se pretende un análisis sociológico supuestamente distanciado del fenómeno (ámbito descriptivo), por otro lado predomina una perspectiva político-social personal que insiste constantemente sobre la diferencia entre individuos proclives a ser cooptados por la multitud e individuos “más evolucionados” (ámbito prescriptivo), emancipados estos de caer en manos del meneur. Entonces, subyace a su discurso la idea de que la evolución podría ser comprendida como un sinónimo de progreso, dado que habría individuos “más evolucionados” que otros.

Esta sinonimia no surge tanto de la concepción darwiniana de la evolución sino ante todo de la interpretación de Herbert Spencer y su darwinismo social. Justamente, el concepto de evolución por selección natural fue sugerida por Charles Darwin como alternativa a las perspectivas teleológicas de la evolución, poniendo el acento en el componente azaroso en el origen de las múltiples formas de la vida (Hickman C. et al, 2000, 158). Teniendo en cuenta esta salvedad, es necesario hacer un breve paréntesis para desarrollar la perspectiva de la teoría evolutiva tal como se la comprende actualmente, dado que en este punto reside el principal problema epistemológico del darwinismo social de Spencer en particular, y de sus seguidores en general (Terán, O. 2008, 139).

De por sí, el considerar a una especie entre otras, la humana, como aquella que posee la licencia para dominar todo el resto de lo viviente, representa una perspectiva infundada ya desde su punto de partida. Es decir, al igual que el resto de los seres vivos, la especie humana no sería sino un producto contingente más de un proceso común con el resto de los organismos. A su vez, siguiendo esto, insistir que dentro de esa especie particular existen individuos más evolucionados que otros profundiza aún más el absurdo, por el hecho de que la evolución no es una unidad de medida, sino una noción que da cuenta de un proceso de modificaciones aleatorias (influidas por el ambiente), en el que no habría ningún tipo de necesidad.

Ahora bien, podría decirse que Ramos Mejía tenía en cuenta esta diferencia epistemológica entre “evolución” y “progreso”, pero utilizaba la ambigüedad del caso para justificar su ideología a través del discurso científico. Justamente, en relación a sus estrategias discursivas, el autor utiliza una prosa literaria que dificulta distinguir si utiliza los términos biológicos al modo de analogías explicativas, o si de hecho pretende dar cuenta de correlaciones concretas. Un indicio de esta respuesta se encuentra en la prevalencia del discurso directo por sobre el comparativo. Por ejemplo, desarrollando la noción de multitud, el pensador argentino menciona una cita de Le Bon en la cual el sociólogo francés utiliza un símil para comparar a los individuos humanos agrupados con las células cuando forman tejidos (Ramos Mejía, J.M. 1977, 51). Distanciándose de su referente, Ramos Mejía no matiza este tipo de comparaciones precediéndolos de un “como si fuese…”, sino que hace predominar la referencia directa. Esta estrategia discursiva dificulta comprender si sus menciones sobre la realidad social son hechas en sentido figurado, o si constituyen una afirmación literal. Otro ejemplo: si bien, a la hora de definirla, la multitud se presenta como un agregado de tres componentes que corresponden puramente al fenómeno social (la muchedumbre en sí misma, los individuos que la conforman y el dominador o meneur), los análisis que realiza para caracterizar dichos componentes son mediante terminología proveniente de la taxonomía y la zoología de la época, siempre presentadas bajo el aspecto de alegorías que oscilan constantemente entre el registro literario y el científico.

Echando mano a un concepto proveniente de las ciencias biológicas, podría decirse que antes que analogías explicativas, las equiparaciones entre componentes sociales y biológicos que realiza el autor son, más bien, homologías2 veladas. Es decir, las comparaciones no se agotarían en meras analogías o símiles, sino que pretenderían extender su sentido hacia una explicación literal de las bases biológicas del fenómeno social. Un fragmento ejemplificativo de esto sería el siguiente:

Como esos órganos que al estado rudimentario persisten en el organismo del hombre, recordándole su pasado zoológico, como la misteriosas glándula pineal que recuerda al tercer ojo del batracio remoto, o como el apéndice caudal, que atrofiado y vergonzante aún se ve en la columna vertebral humana, rememorándole su abolengo simiesco bochornoso, así persisten en ciertos hombres hábitos y procederes morales que revelan inmediatamente el alma canallesca que les ha dado el ser. (Ramos Mejía, J.M. 1977, 319)

Aquí se retoma el término alma, pero esta vez desde un estilo más prosaico, despojándose de la actitud estrictamente referencialista del científico. Resalta a partir de esto la estrategia discursiva recién mencionada, dado que entrevera una noción anatómica, como es la de columna vertebral humana, con el término ser utilizado a la manera de la metafísica aristotélica, o lo simiesco con el abolengo familiar. Esta miscelánea discursiva resultaría comprensible en un registro exclusivamente literario, pero resulta llamativo si se tiene en cuenta que el autor pretendía presentar su texto como calificadamente científico.

Volviendo nuevamente a la cuestión del concepto evolución como sinónimo de progreso, en este caso se incluye otra dicotomía, ya anticipada más arriba, que se suma a la matriz biología-sociología: la de civilización-barbarie. Si bien puede decirse que la barbarie es considerada por el autor como del orden de la sociedad, este estadio social no se encontraría sino en un momento incipiente, aún muy cercano a la animalidad. Es por esto que Ramos Mejía supone que los individuos que forman parte de ese estrato deberían ser objeto de estudio exclusivo de las ciencias biológicas. Dicho ámbito, el biológico, se presenta como el único nivel en el que habría cierto tipo de diversidad entre los “bárbaros”. De allí sus constantes comparaciones de los sectores humildes con, por ejemplo, protozoos (Ramos Mejía, J.M. 1977, 27), protoplasma (Ramos Mejía, J.M. 1977, 113), paquidermos (Ramos Mejía, J.M. 1977, 159), aves de rapiña (Ramos Mejía, J.M. 1977, 271), o mediante la alegoría del hombre carbono (Ramos Mejía, J.M. 1977, 21), dada la capacidad de las moléculas de carbono para adherirse entre sí.

Volviendo a la cuestión de la sugestión, para el autor, a diferencia de Le Bon, esta propensión no es universal, sino que el automatismo en el que caen los individuos en estado de multitud (Terán, O. 2008, 130)se da “según el grado de desenvolvimiento mental, y necesariamente de su perfeccionamiento nervioso. La vida refleja es el privilegio, si así puede llamarse, de los cerebros primitivos y elementales” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 18). Esta frase resalta claramente la dualidad inherente y a la vez implícita de lo psicológico: por un lado el perfeccionamiento nervioso incipiente, casi animal pero al mismo tiempo con la posibilidad de ser mejorado, y por otro, un desenvolvimiento mental estanco, inexorable.

Por tal, para Ramos Mejía, la sugestión que hace tender al aglutinamiento sólo sería un síndrome mental de la barbarie, de aquellos individuos más cercanos a la barbarie, y en este marco, a la naturaleza cruda. A su vez, al igual que en este último fragmento y el siguiente, dicha inferioridad pretende ser fundamentada a lo largo del texto a partir de supuestas condiciones neuroanatómicas que finalmente quedan irresueltas en su tensión con lo mental:

El verdadero hombre de la multitud, ha sido entre nosotros, el individuo humilde, de conciencia equívoca, de inteligencia vaga y poco aguda, de sistema nervioso relativamente rudimentario e ineducado, que percibe por el sentimiento, que piensa con el corazón y a veces con el vientre: en suma, el hombre cuya mentalidad superior evoluciona lentamente, quedando reducida su vida cerebral a las facultades sensitivas. Un hombre instruido, es decir, que ha almacenado instrucción, puede permanecer hombre de la multitud toda su vida si no ha tenido fuerzas internas para evolucionar. (Ramos Mejía, J.M. 1977, 57)

Entonces, el índice cefálico (Ramos Mejía, J.M. 1977, 230) determinaría cierta propensión en los individuos a formar parte de la muchedumbre, pero no sería esta característica aquella relacionada con la incapacidad de activar sus fuerzas internas. El progreso mental podría avanzar, pero sólo hasta donde le es posible a sus condiciones cerebrales, exclusivamente biológicas. Dicho índice la cosificaría en su inevitabilidad bárbara.

A partir de esto podría decirse que la estrategia combinatoria entre el discurso prosaico y el discurso científico va más allá de una estrategia discursiva, dado que tiene que ver con la dualidad mente-cuerpo que se le impone al autor con el problema del inconsciente. Es decir, retorna constantemente la cuestión del ámbito psicológico, ya que si bien el índice cerebral tendría cierta posibilidad de evolucionar, existiría algo propio de lo mental que permanecería inalterado para la barbarie, imposible de ser superado aún con la mejor educación. Así, se reitera constantemente una dicotomía velada que podría denominarse dualidad psicológica-anatómica, dado que, tal como se mencionó más arriba, se le impone a Ramos Mejía un problema ligado a lo mental aún irresuelto en la psicología de su época: la ausencia de la referencia anatómica del inconsciente.

De este modo, la alta estirpe social a la que el autor pertenece se presenta como alejada de la barbarie no sólo fisiológicamente, sino también en ese aspecto dual que subyace: únicamente aquellos con las fuerzas internas suficientes podrían emanciparse de los límites físicos que generan la caída en el estado de multitud.

A esto se suma otra dicotomía, la de masa-elite (Terán, O. 2008, 129), la cual funciona como un grado más de otredad, extendiendo la distinción entre aquellos que poseen fuerzas internas suficientes y aquellos que no (nivel psicológico), y entre los más y los menos evolucionados (nivel fisiológico), al interior de la civilización. Es decir, si bien los individuos humildes parecen estar en una línea difusa entre barbarie y civilización (dependiendo de su índice cefálico y sus fuerzas internas), dentro de la civilización misma se ejerce una escisión más: en la masa, concepto claramente cargado por un matiz peyorativo, estarían incluidos tanto sectores sociales como la inmigración europea (Ramos Mejía, J.M. 1977, 159), generalmente constituida por familias humildes, pero también por el arquetipo denominado burgués aureus (Ramos Mejía, J.M. 1977, 162), el cual no es sino el “nuevo rico”: aquellos individuos no pertenecientes al patriciado acaudalado que logran ingresar al circuito cultural de las clases ociosas.

Ésta última dicotomía se relaciona, a su vez, con otra diferencia entre Ramos Mejía y su maestro intelectual, Gustave Le Bon: mientras este último consideraba la multitud como un fenómeno contemporáneo, el escritor argentino lo concibe dentro de su marco de evolución histórica-social. Es decir, Ramos Mejía está preocupado por encontrar, a través de un revisionismo histórico y biológico, una suerte de genealogía de las multitudes argentinas que exceda la situación contemporánea. En sus palabras, una paleontología social (Ramos Mejía, J.M. 1977, 315). Esta le permitiría justificar que la movilidad social es, fue y será exclusivamente biológica, lo cual, a su vez, le permitiría fundamentar la fatalidad de lo barbárico a nivel mental.

Una extrapolación terminológica fundamental en relación a esto es la denominada selección militar (Ramos Mejía, J.M. 1977, 116), desde la cual se comprende que el campesinado argentino habría estado bajo la presión de una selección constante a través de las batallas históricas, lo cual convergió en el perfeccionamiento progresivo de la barbarie. Dicho concepto de perfeccionamiento está emplazado dentro de su análisis paleontológico de la denominada filogenia del caudillo (Ramos Mejía, J.M. 1977, 242), en la cual el autor escudriña en los inicios históricos del caudillismo con el propósito de descifrar las causas del “foco de difusión y poder de contagio” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 257) de los “bárbaros que inundan la república” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 269). Su análisis se centra en figuras como Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas, entre los cuales encuentra un perfeccionamiento progresivo: mientras el primero es presentado como “grueso, con poca estatura y peludo en proporciones simiescas” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 285), Rosas es ya “casi un vertebrado” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 294). Nuevamente, las metáforas biológicas se entreveran con concepciones prescriptivas de la sociedad, en este caso mediante una comparación incongruente pero eficaz al nivel de la hipérbole: Rosas representa el súmmum de la barbarie, el perfeccionamiento de todo un tránsito compuesto por múltiples pasos evolutivos.

Sobre la figura del caudillo, Ramos Mejía afirma que su función en este escenario “parece más bien biológica que política” (Ramos Mejía, J.M. 1977, 297), dado que, justamente, la barbarie no puede progresar en el sentido intelectual sino sólo físicamente. Esto resalta la fatalidad del aspecto inconsciente, la representación del estancamiento mental de una barbarie que sólo podría lograr avances a nivel orgánico, y exclusivamente dentro de su propia lógica incivilizada. En este sentido, Rosas, siendo el meneur más efectivo en la hipnotización, lleva a las multitudes al estado óptimo de su filogenia bárbara, un punto álgido pero de características únicamente orgánicas. Por tal, podría decirse que los aspectos político-sociales del fenómeno histórico se presentan aquí como un mero accidente de una necesidad biológica.

A partir de los recortes sociológicos generados por sus dicotomías, Ramos Mejía parece quedar en la cúspide de la civilización, no sólo a nivel social sino también biológico. Así, se constituye una escena en la cual quedan delineadas dos figuras fundamentales para comprender la filogenia social argentina: el caudillo Rosas como la etapa paroxística de la barbarie, y el mismísimo Ramos Mejía como el representante idóneo de la civilización.

Extrapolaciones biología-sociedad en “La simulación en la lucha por la vida”

En el caso de Ingenieros, su preocupación principal no es tanto la realizar un análisis genealógico de las multitudes, sino ante todo la de hallar las bases biológicas del delito, individual y social. En este sentido, y teniendo en cuenta su trayectoria como médico psiquiatra y criminólogo, su anclaje en el concepto de simulación está centrado fundamentalmente en la simulación de la locura en los criminales. Desde este punto de partida, Ingenieros emprende la búsqueda de una comprensión más amplia del fenómeno, “estudiándola desde sus primeras manifestaciones inconscientes, en el mundo biológico, hasta sus complejas modalidades en la vida de los hombres civilizados” (Ingenieros, J. 1956, 19), y es justamente a partir de esta pretensión que el autor realiza constantemente la extrapolación conceptual biología-sociología.

Ya desde el comienzo del libro puede verse una oscilación en el enfoque discursivo de Ingenieros que perdura a lo largo del libro, con una postura firmemente positivista que, al mismo tiempo, pretende mostrarse crítica. Esto es, si bien por un lado es notable la influencia que tienen en sus reflexiones las afirmaciones propias de los darwinistas sociales, por otro pretende objetar las perspectivas más extremistas. La cita siguiente es del segundo párrafo de la introducción, en el cual el autor da por obvia una diferenciación que luego transgredirá continuamente a lo largo de su libro:

Es método, en las ciencias biológicas, llegar al conocimiento de la función normal por el estudio de su patología; examinando las lesiones de los centros nerviosos y relacionándolas con los síntomas previamente observados, ha podido inferirse la fisiología normal de esos centros. De igual manera las ciencias sociales han aprovechado el estudio de complejos problemas de patología social, conflictos internos y externos, crisis, violencias y otras perturbaciones de la evolución social. (…)En la encrucijada de ambos fenómenos (…) encontramos la dolorosa legión de fronterizos y alienados para quienes se entreabre la puerta sombría del delito (…). (Ingenieros, J. 1956, 11)

Puede verse aquí cierta intención de separar el ámbito biológico del social en la determinación de lo patológico, dado que si por un lado las ciencias biológicas poseen una metodología propia del examen cefálico individual, por otro, las ciencias sociales se presentan con una complejidad aparte, propia de la evolución social. Desde esta perspectiva, sería recién en la encrucijada de ambos fenómenos en que se halla la unión de estos ámbitos separados, y donde los criminales se muestran como una consecuencia patológica de componentes derivados de ambas dimensiones.

Si la lectura se limitara a este párrafo inicial, podría concluirse que, para Ingenieros, la biología no puede agotar el estudio de lo social. Esta pretensión de alejarse del reduccionismo extremo puede verse a su vez en el capítulo VI, en el cual el autor realiza una crítica del darwinismo social resaltando la relevancia del materialismo histórico a la hora de analizar el fenómeno social (Terán, O. 2008, 150). No obstante, ya en el párrafo recién citado y al igual que en Ramos Mejía, hay una utilización del término evolución en el sentido de progreso, junto a la ya mencionada inclusión de la prescripción en un concepto que se supone descriptivo. Es decir, en esta frase la apelación a lo evolutivo no refiere a aquel proceso aleatorio propio de la teoría de la evolución darwiniana, sino que la noción evolución social es traída a colación para dar cuenta de que las perturbaciones causadas por la legión de fronterizos y alienados, son obstáculos en el camino hacia el progreso de la civilización. Dicha legión es constantemente caracterizada por el autor al modo de su maestro, ya que al igual que Ramos Mejía, su referencia hacia estos hombres amorfos (Ingenieros, J. 1956, 92) es a través de homologías biológicas. Ejemplos de estas son hombre larvadamente simulador (Ingenieros, J. 1956, 94), parásito social (Ingenieros, J. 1956, 71) o espíritu gregario (Ingenieros, J. 1956, 93).

En relación a esto, hay otro párrafo en el que Ingenieros propone la solución ideal a dichas perturbaciones, donde la medicina cumple un rol fundamental:

La función social de la medicina debería ser la defesa biológica de la especie humana, orientada con fines selectivos, tendiendo a la conservación de los caracteres superiores de la especie y a la extinción agradable de los incurables y los degenerados; se evitaría con ello el desperdicio de fuerzas requerido por el parasitismo social de los inferiores, alejando, a la vez, la posible transmisión hereditaria de caracteres inútiles o perjudiciales para la evolución de la especie. (Ingenieros, J. 1956, 131)

Según esto podría entenderse que para Ingenieros la medicina no debería limitarse a la aplicación de saberes biológicos en la salud humana, sino también a acelerar el proceso evolutivo-progresivo. Es decir llevar a cabo la empresa de sanear la sociedad mediante la extirpación de sus partes corrompidas. De hecho, la medicina aparece como la encargada de emprenderla dado que, dentro de este marco, el criterio de normalidad de la complejidad social no podría ser determinada si no es apelando a estudios biológicos que logren dar cuenta de patologías basadas en referencias fiables. De otro modo, estas “infecciones sociales” no podrían ser científicamente mensurables, cuantificables, y de allí el gran énfasis del autor en los caracteres biológicos.

Claramente, Ingenieros está haciendo hincapié en un reduccionismo extremo, a pesar de que intente matizarlo por momentos. Ya que, si bien por momentos distingue entre biología por un lado y sociología por otro, la normalidad está determinada al fin de cuentas por los centros nerviosos de los individuos. Y donde, a partir de lograr dar cuenta del criterio de normalidad, podría llevarse adelante la empresa darwinista social por excelencia: “la extinción agradable de los incurables y los degenerados”.

Puede verse aquí que, a diferencia de lo que ocurría con Ramos Mejía, no hay una tensión de la dimensión biológica para con el ámbito de lo mental. Sumado a su reduccionismo característico del positivismo, esto se debe a que su estudio, más que anclarse en una pregunta psicológica, se centra en una búsqueda de aspectos propios de la sociedad humana a la manera de un etólogo calificado en la investigación zoológica.

Sobre esto, otro concepto fundamental operando en todos sus análisis respecto de la simulación, es justamente el concepto spenceriano de la lucha por la vida, presente ya desde el título del texto. Básicamente, desde ésta se comprende que todos los seres vivos están constantemente librando una lucha por la supervivencia, en la cual sólo los más adaptados a su contexto son aquellos naturalmente seleccionados, y de la que los humanos no están exentos. No obstante, cuanto “más evolucionada” está una especie, mayor es el reemplazo en esta lucha de los medios violentos por los fraudulentos, y por ello es que la simulaciónsería un fenómeno extendido entre los seres humanos.

Como puede verse, Ingenieros incluye a la especie humana en este escenario biológico, transpolándola de manera directa, sin preocuparse por la complejidad que introduce el factor cultural y simbólico. En relación a esto, otro párrafo clave en el que se da cuenta de este tipo de extrapolaciones, y en la que hay una alusión no casual a la “teoría de la recapitulación”, es el de la relación entre ontogenia, filogenia y sociedad:

También podría aplicarse a los fenómenos sociales, además de ese concepto de filogenia, el principio determinado para los fenómenos biológicos por Haeckel, según el cual la evolución ontogenética corresponde aproximadamente a la evolución filogenética. Lo saben, a ciencia cierta, cuantos sociólogos, Loria en primera fila, proponen estudiar en el rápido desarrollo de las colonias contemporáneas el lento y progresivo desarrollo ocurrido antes en los pueblos de adelantada civilización. (Ingenieros, J. 1956, 15)

De manera libre, el autor relaciona por un lado la ontogenia3 con el desarrollo de una sociedad determinada, y por otro, la filogenia4 con la relación que poseen entre sí las distintas sociedades humanas. Esta homología hace referencia a la caduca “ley biogenética” o “teoría de la recapitulación” promulgada por Ernst Haeckel, la cual, de manera muy resumida, argumentaba que “la ontogenia recapitula la filogenia” (Hickman C. et al, 2000, 164). Es decir, que a través del estudio del desarrollo embrionario de un individuo de una especie en particular, podría darse cuenta de todo el recorrido evolutivo que tuvo esa especie hasta llegar a ser tal (desde un organismo unicelular hacia un organismo vermiforme, de allí a uno pisciforme, etc. hasta llegar a la adultez). Trayendo a colación esta teoría, Ingenieros pretendería legitimar que al estudiar con suma atención una sociedad en particular, podría darse cuenta de las características de las sociedades en general. De modo que esta perspectiva lo auxiliaría como una estrategia metodológica, ya que libraría al autor de las dificultades que les son propias a las generalizaciones dentro del ámbito de lo cultural y lo simbólico.

Según lo recién desarrollado podría decirse que, al igual que en Ramos Mejía, en este autor existe una utilización continua de la función ambigua de las analogías explicativas, aprovechándolas para realizar aseveraciones sobre los fenómenos sociales humanos a partir de investigaciones en animales muy lejanos en términos evolutivos. Sin embargo no es tan así, dado que en el caso de Ingenieros el empleo de esta figura retórica generalmente se resuelve en una vinculación concreta. Es decir, si bien comienza mencionando las comparaciones de un modo laxo, analógico, estas convergen finalmente en la pretensión de legitimarlas como verdades científicas. Por ello es que en este autor, aún más que en el caso de su maestro, es preciso hablar de pretendidas homologías antes que de analogías.

Para ejemplificar esto resulta conveniente la anécdota con la que comienza el libro, sobre un gusano oculto bajo una capa de algodón. En este breve relato, Ingenieros comienza recordando una efeméride personal, seguramente relacionada con los primeros borradores de su libro, hasta un punto determinado en el que su discurso migra desde la crónica literaria hacia la contundente aseveración de que “entre el gusano disimulador de su cuerpo bajo un copo de algodón y el delincuente disimulador de su responsabilidad jurídica tras una enfermedad mental, debía lógicamente existir un vínculo: ambos disfrazábanse para defenderse de sus enemigos” (Ingenieros, J. 1956, 13). Resulta claro que para el autor existiría un vínculo filogenético concreto entre la simulación del gusano y la del delincuente, supuesto el cual lo habilitaría a exceder el terreno de la comparación como mero recurso literario para evidenciar dicha correspondencia desde un discurso científico. Esto a pesar de que, por momentos, se muestre crítico con este tipo de tratamientos abusivos del fenómeno social.

Entonces, puede decirse que la supuesta diferenciación entre una dimensión biológica y una sociológica, la pretensión de matizar su mensaje mediante metáforas, o la crítica que realiza hacia el darwinismo social en el capítulo VI, no son suficientes como para absolver a Ingenieros del reduccionismo extremo en el que cae su argumentación, causadas por sus apresuradas extrapolaciones conceptuales.

Conclusiones

Si bien las diferencias y similitudes fueron mencionadas a lo largo del desarrollo, es preciso resaltar algunas otras cuestiones. En el caso de la manipulación del tropo metafórico, si bien es claro que Ramos Mejía utiliza la prosa literaria para realizar aseveraciones disimuladas sobre la sociedad, Ingenieros busca alejarse del discurso meramente literario. Un indicio de esta distancia puede encontrarse cuando, en la introducción del libro, cita la comedia de Molière El enfermo imaginario: “Las peripecias de Argan –a quien hoy no consideramos un ‘enfermo imaginario’, sino un caso de neurastenia gastrointestinal–” (Ingenieros, J. 1956, 12). Todo el trasfondo poético del título de la obra queda reducido a la referencia de una patología clínica. Por lo que, a diferencia de Ramos Mejía, los términos seleccionados a lo largo de “La simulación…” constituyen homologías mucho más verosímiles que las de su maestro. Por ejemplo, espíritu gregario en tanto gregario es una característica de los mamíferos que se agrupan en manadas, es una comparación más cercana, y por tal, más justificable en el discurso científico, que el término protozoarios referido a un grupo de personas.

Por otro lado, si bien Ingenieros hace referencia a una legión de fronterizos y alienados, cercana quizás a la cuestión de la multitud, no detiene su atención en esta problemática, así como Ramos Mejía ni siquiera menciona la simulación en el sentido en que lo utiliza su alumno (lo trabajaría más adelante en Los simuladores del talento [1904]). Por otro lado, respecto de la dualidad cuerpo-mente, Ramos Mejía deja en su argumentación una tensión conceptual, debida a una inconmensurabilidad entre el ámbito de lo psicológico y la neuroanatomía de los individuos, inscribiendo así una ambigüedad discursiva que se mantiene como una constante a lo largo de su libro.

En relación a esto, en el texto de Ingenieros, dado que su preocupación no es tanto psicológica como sí social (o etológica, más bien), esta tensión no aparece. Podría decirse que para este autor, al menos en este libro, la sociedad no es sino una expresión más de la evolución orgánica en el sentido estrictamente biológico, por lo que no habría ningún aspecto que escape de este ámbito. Volviendo al ejemplo de El enfermo imaginario: en este terreno ninguna alegoría escapa a su referencia verdadera.

En cuanto a sus afinidades, ambos comparten la comprensión de evolución como progreso, y dentro de este marco ponen el acento en el concepto de filogenia: Ramos Mejía para desentrañar los orígenes biológico-sociales del perfeccionamiento barbárico en Argentina; Ingenieros para justificar la generalización de sus estudios psicológicos y sociológicos a partir de la teoría de Haeckel.

Sumado a esto, dentro del marco biología-sociedad, ambos comparten la utilización de las dicotomías civilización-barbarie y masa-elite. Particularmente en este último caso, Ramos Mejía, sumado a la inconmensurabilidad propia de lo mental, utiliza un enfoque clasista para legitimarse como parte de la elite, mientras que Ingenieros lo justifica, más bien, desde un aspecto moral, a partir de su definición de los hombres de carácter (1956: 88), muy cercano al concepto nietzscheano del Übermensch o al alma bella hegeliana (Terán, O. 1986, 23). No obstante, ambos contextos de justificación apelan por momentos a requisitos biológicos, por ejemplo, el índice cefálico.

Finalmente, a causa de sus extrapolaciones conceptuales, ninguno de los dos autores logra escapar de la aplicación ingenua de saberes biológicos al ámbito social, ante todo por el descuido de la especificidad semántica del contexto discursivo en que se inscribe cada término utilizado, y que inevitablemente migra con dichos conceptos.

Notas

1. Quiero agradecer a Alejandra Mailhe sus correcciones, sus referencias bibliográficas y su paciencia, sin las cuales este artículo no habría sido posible.

2. El objetivo de este término es, en el ámbito de la biología, destacar no sólo una semejanza sino un vínculo orgánico entre ambos fenómenos:”semejanza de partes u órganos de organismos diferentes debida a un origen embrionario similar y a un desarrollo evolutivo a partir de la parte u órgano correspondiente en un antecesor remoto” (...) (Hickman C. et al, 1998, 871).

3. Desarrollo de un organismo de una especie en particular desde la fecundación hasta la adultez (Hickman C. et al, 2000, 876).

4. Diferenciación evolutiva de los seres vivos en diversos phylum (Hickman C. et al, 2000, 868).

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