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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

On-line version ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.21 no.2 Mendoza Dec. 2019

 

COMENTARIOS DE LIBROS

Arpini, Adriana María (Comp.) (2017). Fragmentos y episodios. Expresiones del pensamiento crítico de América Latina y el Caribe en el siglo XX.
Mendoza, Qellqasqa Editorial, ISBN 978-987-4026-09-5

Jorge Ariel Palacio

Universidad Nacional de Cuyo

 

En los trabajos que componen Fragmentos y Episodios, se entrelaza una determinada manera de comprender y abordar la historia. Se trata de la historia latinoamericana y del Caribe, pero no por ello las claves que reúne esta lectura dejan de representar una óptica político-epistemológica que permite dar con nuevas interpretaciones del tiempo histórico capaces de interpelar otros terrenos continentales. Después de todo, el pluriverso cultural que constituye a América Latina evoca y cita el desenlace de otros espacios. No es posible trazar un recorrido que discurra sobre ella sin hablar a su vez de la Europa Occidental y del África: la historia mundial redescubre sus múltiples rostros entre las narrativas que emanan de esta parte del planeta. Mas no solamente eso, ya que tales enunciaciones, tal historia, son eminentemente críticas. No son únicamente el testimonio de encuentros y desencuentros. Hay allí una ruptura política ineludible que pone en jaque las operaciones ideológicas resultantes de diversas prácticas de dominación. Podríamos decir, parafraseando a Leopoldo Zea, que el relato que afirma la historicidad de los oprimidos, de los sujetos desplazados, visibiliza el conjunto de contingencias que hicieron posible las formas de opresión, despojándolas del mantra que las recubre y las presenta como la cumbre de la historia y de la civilización. Ocurrido esto, ya nunca más puede la historia presentarse de una manera lineal y progresiva. Ella es, pues, el resultado de rupturas tras rupturas, de fragmentos y episodios.

Pero además de ello, no es posible dar cuenta de tales enunciaciones sin afirmar también la heterogeneidad de los sujetos que intervienen e intervinieron en su producción. De hecho, la condición para hablar de fisuras en la historia involucra sujetos que se afirman, que se ponen a sí mismos como valiosos y reorientan el ritmo de los acontecimientos dando lugar a nuevos comienzos históricos. Es en esa praxis crítica, realizada a cuerpo entero, que brota de la más profunda vida cotidiana, y palpita en la conflictividad social, en la que germina el pensamiento de Nuestra América y del Caribe. En ese sentido, creemos, debe leerse Fragmentos y episodios.

Andrés Pérez Javaloyes realiza una reflexión que consiste en mostrar cómo las categorías producidas por Arturo Roig visibilizan las propias marcas contextuales de su obra, mostrando cómo su pensamiento estaba entrelazado con los condicionamientos políticos-existenciales que configuraron las experiencias de muchos intelectuales embestidos por la represión y el exilio en la Argentina de los años 70. Se aborda un artículo escrito por Roig denominado Narrativa y cotidianidad. La obra de Vladimir Propp a la luz de un cuento ecuatoriano, en el que se destacan cuatro aportes fundamentales. Primero, el intento por analizar las características del discurso opresor y del saber liberador atendiendo a las formas a través de las cuales el sujeto narrador realiza una experiencia de su cotidianidad. Segundo, se destaca la idea de que las modalidades con las cuales se expresa el sujeto narrador se encarnan en los personajes del discurso, o los rechaza. Tercero, se hace hincapié en aquello que el intelectual mendocino denominó “in-existencia intencional”, según la cual –contra lo que argumenta Propp– los campos semánticos nunca son puros, sino que remiten directamente a un “alguien” en el que se materializa el nudo de un relato. Por último, se rescata el estudio de los ejes semánticos en el texto de Roig, que implica una ampliación contextual del discurso en torno a la cual se hace ver la presencia de lo cotidiano, reconociendo las estructuras axiológicas que lo intervienen. A partir de aquí, y de los conceptos esbozados, se puede hacer una reconstrucción crítica en la que históricamente se articulen los análisis roigianos. Es decir: sus mismas ideas abren el espacio para atender sus condiciones de emergencia y relacionarlas con su clima de época.

Facundo Lafalla se encarga de pensar la historia y la cultura mexicana a través de la obra de Luis Villoro, precisando para ello los momentos iniciales que atraviesa su producción intelectual, fundamentalmente aquello que atañe a Los grandes momentos del indigenismo en México y La revolución de la independencia. Uno de los grandes dramas presentes en el discurso de Villoro está involucrado con el desarrollo de la modernidad en México y la problemática de lo “propiamente” mexicano en medio de ese devenir. Siguiendo a Lafalla, podemos encontrar entre los escritos del filósofo, diversas respuestas elaboradas ante el dilema planteado. Marcado por el legado de la Revolución Mexicana, Villoro se orienta hacia la cuestión indígena, donde trata de indagar sobre la identidad cultural del pueblo mexicano. Allí realiza la tarea de reconstruir aquellos discursos en torno a lo indígena y comprende un aspecto fundamental de la realidad mexicana. Según Villoro, ella se encuentra escindida, ya que México está estructurado por la convivencia de múltiples naciones que se excluyen entre sí. Lafalla señala que el tratamiento de esa conclusión empujó al mexicano a transitar varios momentos en esa tensión cultural: el primero está marcado por la concepción del mundo indígena que plasmó la conquista española, en la que los pueblos indígenas eran caracterizados con valoraciones negativas, cuya pretensión fundamental era justificar la dominación. El segundo está dado por la emergencia de los estratos sociales criollos, durante los siglos XVIII y XIX, quienes para narrar la justificación de su independencia recurrieron a la historia precolombina intentando contraponer un pasado propio al pasado otorgado por la dominación europea. A través del indígena, el criollo argumentó su propia libertad. Obviamente, los bemoles de esta reivindicación de lo indígena saltan a la vista en su componente más incómodo: la identidad de dicha cultura se afirma tras una idea que al mismo tiempo la excluye, la idea de nación. En el tercer momento, Villoro identifica el Porfiriato, a finales del siglo XIX, donde la burguesía urbana comenzó a pensarse como nación desde el mestizaje. Su lucha contra los grandes latifundistas y el capitalismo extranjero, la empujó a trazar alianzas con el campesinado indígena, pero dicha articulación ofrecía una parcial reivindicación de lo indígena ya que, si bien lo valoraba, entendía que el mismo debía ser asimilado al proyecto civilizatorio burgués. Fue una propuesta de occidentalización del rostro indígena mexicano muy criticada por Villoro, ya que entendía que la integración nacional se estaba desenvolviendo sobre la negación directa de otra cultura. Él, propugnaba un mestizaje-indigenista, en el que el otro indígena se integrase sin que eso significase la pérdida de su cultura, siendo reconocido como sujeto y como persona.

Flavio Teruel se encarga de la lectura que hace el filósofo Enrique Dussel sobre Marx, precisamente: sobre El Capital. No se trata sólo de detallar la interpretación dusseliana, sino que también de ver cómo mediante dicha interpretación surgen categorías críticas de la economía política para pensar la realidad de Nuestra América. La lectura de El Capital emerge de rupturas históricas en América Latina que exigen la producción de modos de comprensión críticos. Un aspecto presentado por el escrito de Teruel gira en torno a la categoría de “trabajo vivo”, en la que Dussel encuentra la clave del pensamiento crítico marxista. Con ella, Marx denuncia la inversión fetichista presente en el sistema capitalista y en la economía política burguesa: el trabajo objetivado deviene mercancía, convirtiéndose en un ámbito autónomo que niega aquello que es su fundamento, el trabajo vivo. Desde allí Marx articuló su discurso crítico-dialéctico, lugar que Dussel comprende como el de una exterioridad trascendental, cuyo sujeto es el pobre. Esta crítica hunde sus pies en los cimientos del sistema. Con el capitalismo, el trabajo vivo pasa a ser fuerza de trabajo, el horizonte que lo determina está dado por el ser del capital. Este proceso es considerado por Dussel como irracional en términos dialécticos, ya que elimina el principio que estructura las relaciones sociales en el capitalismo, y transforma las apariencias en esencias. Esto también es pensado en sus trasfondos e implicancias éticas, ya que Marx expone en sus articulaciones más concretas la perpetración de un robo sistemático. La fetichización oculta la extracción del plusvalor al determinarla únicamente como ganancia, y lo que en verdad sucede es que siendo el trabajo objetivo consecuencia del trabajo vivo, y siendo el valor una determinación que resulta de la subsunción del trabajo vivo en el capital, la valorización del capital acontece en relación directa a la acumulación de plusvalor, a la apropiación de trabajo vivo, al aumento de la explotación. Mientras más se afirma el capital, más se deteriora la vida del obrero. El capital absorbe y “chupa” vida y sangre de los trabajadores, en su seno está la permanente negación de la corporalidad viviente del ser humano.

Eduardo Andreani también incurre en el tratamiento de categorías fundamentales del pensamiento de Enrique Dussel, en lo referido a la filosofía política dusseliana, y sobre todo al lugar que en ella ocupa el sujeto. La política del pensador argentino tiene como punto de partida la vida, la voluntad de vivir, expresada no en términos monológicos sino que siempre bajo la forma de una comunidad. A dicha voluntad, Dussel la denomina potentia, una cierta capacidad de instituir, origen y fundamento del poder político. La potentia es el poder que posee la comunidad. Este poder representa un momento indeterminado que para ejercerse debe objetivarse en estructuras políticas que logren efectuarlo. A dichas objetivaciones o instituciones, Dussel las denomina potestas. “Mandar obedeciendo”, el lema de los zapatistas, Dussel lo interpreta como un modo de ejercicio político en el que la potestas vuelve permanentemente a la potentia para legitimar su poder. El caso contrario está dado por la conformación de una voluntad política autónoma, sin referencia alguna a la comunidad, que detenta un poder completamente fetichizado que da completamente la espalda a sus propios fundamentos. Tal poder fetichizado explica, según Andreani, la creciente despolitización de nuestras sociedades, ya que la política se convierte en el asunto de algunos pocos que se presentan como una casta profesional, y se aleja de las necesidades de la sociedad. En las últimas décadas, los movimientos sociales han constituido una fuerte presión, movilizando buena parte de la sociedad civil y articulando las diversas demandas que de ella surgen, siendo un contrapeso con el que los gobiernos han tenido que lidiar para diseñar sus políticas. Han logrado, reorganizar el rol de los distintos actores sociales brindándoles mayor protagonismo que el que tenían hasta ahora, e impidiendo que sean el costado pasivo de la política.

Adriana Arpini realiza una reconstrucción de las condiciones de producción de la llamada “ampliación metodológica” que caracteriza los escritos del filósofo Arturo Roig. La misma, atravesó y fue atravesada por los avatares políticos que asediaban al continente latinoamericano durante los años 70 y 80. Censurado por un Ministerio de Educación que se encargó de eliminar cualquier atisbo de pensamiento crítico, Roig recorrió un largo camino en el exilio, primero en México y después en Ecuador. El exilio en América Latina, según explica Arpini, es un escenario presente en buena parte de la producción de los intelectuales latinoamericanos. Por su enorme impacto y reiteración histórica, el exilio posee una dimensión cultural y formativa ineludible: lo que de allí en más se hace acontece por fuera del reconocimiento de la propia nación. Durante esos años, Roig preparó el terreno que dio lugar a la categoría de “a priori antropológico”. Arpini señala que en el texto titulado La función actual de la filosofía en América Latina, el filósofo mendocino plantea una crítica a los formalismos de la ontología tradicional que desconocen y pasan por alto la radical historicidad del hombre, argumentando que el discurso filosófico encuentra su comienzo tras reconocer la facticidad de su situación existencial. Ese momento Roig lo denominó “a priori antropológico”. El punto nodal de su planteo radica en el hecho de que antes del devenir sujeto de la conciencia, ella misma es objeto, está entrelazada con la realidad social. En torno a su ampliación metodológica, Arpini señala los diversos momentos que dicho planteo recorrió en muchos de sus escritos. Roig incorpora elementos de la lingüística, la teoría del texto, la semiótica y la teoría de la comunicación, ya que la historia de las ideas trabaja fundamentalmente sobre textos. En ese sentido, el mendocino busca articular un modo de lectura que permita detectar las refracciones y distorsiones de la vida social, atendiendo al diálogo que de hecho hay entre texto y contexto. Para ello es necesario criticar el modo tradicional en el que la filosofía se piensa, como una manera de despojarse de las ambigüedades de lo ideológico, de lo sensible y exterior, integrándolas en el concepto. Según Roig, tales ambigüedades exteriores constituyen una ruptura, pero que no son de ninguna manera ajenas al pensar, sino que están siempre al interior del mismo marcándolo. Arpini también se detiene en la construcción de la categoría de universo discursivo, a la que Roig le dedica tiempo de su exilio y con la que busca deshacerse de las frecuentes aporías de la hermenéutica textual, que escinden el texto de su contexto.

Silvana Montaruli transita por los momentos de máxima tensión política que vivió El Salvador durante sus años de Guerra Civil, y pone en contexto el pensamiento del filósofo salvadoreño Ignacio Ellacuría. Este conflicto se prolongó durante diez años, y fue el resultado de fuertes disputas iniciadas en décadas anteriores, en las que los reclamos populares no encontraron otra forma de concretarse más que tomando las armas, formando ejércitos clandestinos. En aquellos años, el país estaba conducido por una oligarquía que detentaba el poder y controlaba una economía rudimentaria que se basaba en la exportación, y cuyo crecimiento estaba estimulado por la demanda exterior, lo que convertía al pueblo salvadoreño en dependiente. Este modelo contaría con una fuerte oposición de la clase obrera rural. Esa conflictividad –señala Montaruli– encontró un escenario propicio y estimulante durante las décadas del 60-70 ya que ese intervalo fue testimonio de enormes convulsiones sociales en el continente. Los ejércitos clandestinos comenzarían a incrementar su número de adhesiones, ya que, además tanto los perjuicios económicos como la represión eran sufridas por los sectores populares. A su vez, la contrainsurgencia era respaldada en términos armamentísticos por los Estados Unidos. La guerra de El Salvador, por sus propias características, no puede ser analizada desde una óptica moralista, requiera la conciencia de considerar que en estos casos la belicosidad es asumida con un fin emancipatorio en medio de una situación de intensa dominación política y social. Quien encabezó las principales batallas fue el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. El momento fundacional fue el 10 de enero 1981 cuando el FMNL emitió la orden general de iniciar la ofensiva contra la dictadura. De ahí en adelante el peso de los enfrentamientos comenzó a devastar cada vez más el país. El conflicto finalmente acabó en 1989 luego de un acuerdo de paz denominado Esquipulas II.

El canon filosófico reposa sobre una mirada epistémica que se reproduce objetivando sus sesgos androcéntricos. El discurso de las mujeres ha sido soslayado incluso entre los recorridos más emblemáticos de la filosofía latinoamericana. El artículo de Mariana Alvarado constituye un aporte al respecto: reconstruye las ideas de dos grandes pensadoras, Clorinda Matto de Turner y Florencia Fossatti; y también aborda claves para la elaboración de una historia de las ideas desde una perspectiva feminista, de manera que se puedan generar las condiciones para recuperar y hacer visible una tradición ensayística que le es propia a las mujeres filósofas. Alvarado entiende que una de las operaciones ideológicas que llevó a esta oclusión, se vincula con la naturalización radical de una mentalidad que se articula presuponiendo la división sexual del trabajo: así como en la vida cotidiana la producción estaría a cargo de varones y la reproducción de las mujeres, en el mundo intelectual pasaría lo mismo. Romper esos esquemas implica una nueva orientación epistemológica en la que se afirme el punto de vista de las sujetas involucradas en un determinado tipo de experiencia, implica leer a través de sus propias experiencias. La investigadora mendocina trabaja un texto de Clorinda Matto de Turner, Las obreras del pensamiento de América del Sur, una conferencia que leyó en el Ateneo de Buenos Aries en 1895, invitada por Carlos Vega Belgrano. Allí, la pensadora argentina realiza una cartografía de la profesionalización de la mujer como escritora, resaltando el protagonismo de periodistas, poetas, narradoras, dramaturgas, y afirmando que la escritura se configura como un espacio propio para las mujeres, allanando el camino en el que la misma se convierte en una verdadera práctica de resistencia. El texto de Mariana Alvarado también recoge las experiencias de Florencia Fossatti, una escritora, militante, y educadora, que estuvo al frente del gremio docente durante aquellos conflictos en los que se disputaron las políticas educativas de la época: la implementación de innovaciones científicas y pedagógicas producidas por el movimiento de la escuela nueva, corriente de la que Fossatti se reapropió para comprender la realidad educativa de su tiempo y criticar aquellas prácticas de enseñanza que se habían cristalizado en las escuelas. Su obra y su accionar político significaron una enorme ruptura respecto al carácter meramente reproductivo en el que las taxonomías del conocimiento colocan a la mujer.

Adriana Arpini, en su artículo Prácticas de manifiesto: la filosofía latinoamericana de la liberación, trabaja sobre a los escritos que dio la filosofía latinoamericana bajo la forma de manifiesto, e incurre en el tratamiento filosófico de una forma de escritura política, que la caracteriza como un lenguaje performativo, que interviene la realidad política y social con proyecciones programáticas. Siguiendo el artículo podría decirse que los manifiestos son una cierta forma de autorreconocimiento de un “nosotros”, una puesta en valor de nosotros mismos. Arpini también los caracteriza como una “literatura de combate” en la que el emisor tiende a espectacularizar su lugar de enunciación. Otro aspecto destacable es el fuerte sentido utópico que habita en este tipo de textos, donde se destaca el deseo de instaurar un nuevo orden social. Entre los manifiestos de los que se ocupa la investigadora mendocina están: A manera de manifiesto, la contratapa del volumen Hacia una filosofía de la liberación latinoamericana, escrito por Enrique Dussel; El manifiesto para una “filosófica” latinoamericana, de Arturo Roig; la Declaración de Morelia, firmado por Francisco Miró Quesada, Enrique Dussel, Arturo Roig, Abelardo Villegas y Leopoldo Zea. En el primero, Arpini señala que Dussel entiende que la filosofía latinoamericana no parte del ego, sino que su pretensión fundamental es pensar desde la exterioridad del otro, asumiendo tal exterioridad como condicionamiento epistemológico, deconstruyedo las diversas formas de ocultamiento de los oprimidos. En el segundo, Roig plantea que la filosofía es una acción, cumple una función específica, para llegar a ella de tal manera, hay que refundarla, orientándola al esclarecimiento de su tensión dialéctica con las restantes prácticas sociales y a la crítica de las ideologías. Por último, la declaración de Morelia resalta varios puntos, entre los que se destacan que la dependencia es una realidad en nuestro continente, la toma de conciencia de la situación en la que se está inmerso, la puesta en perspectiva de las ciencias humanas en relación a los tópicos indicados y la filosofía de la liberación como experiencia filosófica en nuestra América. Arpini también se dedica a otros manifiestos más recientes que por cuestiones de espacio no trataremos, como la “Declaración de Salamanca” del año 1992, elaborada por Arturo Roig; el libro de Enrique Dussel 1492 El Encubrimiento del Otro, de 1992; los trabajos recogidos en la revista Erasmus, con ocasión del 30 aniversario de la aparición del libro Hacia una filosofía de la liberación, en el año 2003; el volumen publicado por Hugo Biagini, que se titula América Latina hacia su segunda independencia. Memoria y autoafirmación, del año 2007; y, por último, la llamada “Segunda Declaración de Filosofía e Independencia”, del año 2015, a 40 años de la “Declaración de Morelia”.

Noelia Gatica, trabaja el pensamiento de Rodolfo Agoglia desde la perspectiva de “lo trágico”. El artículo parte de la idea de que Agoglia, teorizando sobre la tragedia, aborda temáticas existenciales vinculadas a la cultura griega. El escrito contiene una breve reseña sobre la vida del filósofo argentino, su trayectoria intelectual, como así también sobre el contexto en el que produjo su obra. Según la autora, el planteo del filósofo argentino debe leerse atendiendo a la singularidad que exige su manera de comprender la experiencia y la existencia, ya que estas no pueden encerrarse en los términos del positivismo, ni tampoco en los términos de una “estructura melancólica” propia de los discursos apocalípticos. Agoglia piensa bajo la óptica de un severo cuidado epistemológico atento al peligro que representa ocultar la diversidad bajo ropaje de totalidades cerradas. La empiricidad de la que se ocupa muestra una crítica renuente a la aceptación de las esciciones modernas entre teoría y praxis, según él es mediante un ejercicio dialéctico y crítico que nuestros dramas existenciales posibilitan un acercamiento a la experiencia del ser histórico. Siguiendo a Raymond Williams, Noelia Gatica propone romper con la idea clásica y academicista que reserva la tragedia como un espacio para los géneros literarios y se orienta a rescatarla como un discurso de inherente politicidad que posee la potencialidad de destacar la multiplicidad de los sentidos históricos, dando lugar a la emergencia de voces críticas. En los escritos donde se aborda lo trágico, Agoglia profundiza su comprensión de la relación dialéctica que existe entre la cultura y la sociedad. Estudiando escritos aristotélicos, el intelectual cuestiona los supuestos que estructuran su distinción entre artes imitativas y artes no imitativas. Según él, el sentido y la significación que la mímesis le adjudica a su producción rompen los límites de su propia materialidad. También recoge la crítica que Nietzsche le hace a Schopenhauer en El origen de la tragedia, en la que el filósofo alemán le reprocha a su maestro la desvolarización de la experiencia en pos de una voluntad ascética y ahistórica. También encuentra allí una cierta lectura que explica la supuesta muerte de la tragedia, según la cual el pluralismo propio de las expresiones dionisíacas se retira dando su lugar a la superficilaización óntica del mundo de la apariencia como así también a la fundamentación de la inmortalidad del alma, dejando únicamente un racionalismo triunfante en escena. Esto marca una contraposición que explica el distanciamiento de Agoglia de posicionamientos reductivos de la historicidad y su opción por el discurso trágico que le permite rescatar una visión múltiple de la experiencia histórica.

El artículo de Nicolás Viapiana, se encarga de la producción intelectual del poeta y pensador Aimé Césaire, atendiendo a sus posicionamientos en torno a la cuestión política del colonialismo, conflicto que durante la vida de Césaire atravesó profundamente las elaboraciones hechas por la intelectualidad martiniqueña, caribeña, afrodescendiente, y francesa. Es indispensable destacar que semejantes discursos críticos se estructuran desde pluralidad epistémica. El caso del escritor en cuestión irrumpe destacando las más profundas contradicciones políticas de su contexto. Viapiana detalla aspectos vinculados a la vida de Aimé Césaire y al contexto en el que su obra tuvo lugar, y se detiene en aquello que caracteriza el movimiento del que Césaire fue parte: la négritude. Destaca que su primera aparición remite a la revista L’Etudiant noir, pero su elaboración conceptual más contundente aparece por primera vez en Cuaderno de un retorno a la tierra natal. Allí se plantea la idea de un regreso al África, un camino de vuelta que parte desde el Caribe o desde Europa, y que asume un distanciamiento contundente respecto de esta última. La negritud es una expresión a través de la cual emerge una conciencia de la opresión y subordinación con la cual Europa ejerce su dominio colonial. Viapiana aclara que la crítica más radical que embiste Aimé Césaire contra el dominio colonial y el expansionismo europeo, encuentra su formulación en Discurso sobre el colonialismo de 1955, y en Cultura y colonialismo de 1956. Allí se visibiliza la barbarie en la que devienen aquellos países que ponen en práctica la colonización, cuyas prácticas racistas terminan por descivilizar y embrutecer a los colonizadores. Por último, Viapiana da una interpretación de la reelaboración hecha por Césaire del drama shakesperiano en su obra Una tempestad, en la que pueden resaltarse los modos de imposición (entre ellos: la lengua) con los cuales el colonizador instrumentaliza a sus subalternos y los priva de medios de expresión, situación a la que el esclavo ofrece resistencia apropiándose de la lengua de su amo y subvirtiendo los términos en que ella se estructura.

Irene Nahir Chada Hauría dedica sus páginas para pensar la obra de Édouard Glissant. Para este escritor, la historia del Caribe constituye el territorio en el que se forja una escritura que da cuenta de una multiplicidad crítica de los límites en torno a los cuales podría identificarse y reconocerse su propia obra. Y si bien el Caribe es el terreno del cual parte, su poética también se arroja hacia otros contextos. La autora recoge categorías pertinentes que dan cuenta de ello, como es el caso de aquellos conceptos que el filósofo antillano utiliza para representar el paisaje americano, que lo entiende como atravesado por una cierta opacidad, ya que la realidad vivida desborda las descripciones que puedan arriesgarse al respecto, y no es susceptible de ser transparentada unilateralmente, sino que precisa de una escritura que se tuerza para ello. Glissant también interviene cuestionando los modos tradicionales y europeos de comprender la temporalidad. Su manera de abordar la historia del Caribe exige apuntalar otros enfoques que rompan con la linealidad causa-efecto, y con las jerarquizaciones entre historia y pre-historia, cuya justificación siempre está pendiente de la mirada colonial. Él piensa que la historia es un entramado de vivencias. Su mirada permite destacar los modos a través de los cuales una comunidad se reconoce, sin por ello propugnar una pluralidad cerrada y monádica, sino que se entrelaza con otras historias y con la historia mundial. Otro punto de consideración que aborda Chada Hauría, tiene que ver con la manera de leer la cultura del Caribe y América Latina que hay en Glissant. El multilingüismo de la región dio origen a múltiples expresiones idiomáticas que resultaron del cruce de las lenguas que hablaba la población esclava y del idioma de los colonizadores, creando lo que se dio en llamar el créole, un habla, una lengua, una escritura que emerge del ejercicio de la resistencia esclava, una poética que nace de reducir a los pueblos del África a la más violenta y desnuda esclavitud pensada y planificada desde Europa. El créole habita los marcos de una tensión llevada al extremo por la fuerza de las violencias ejercidas, pero también por la necesidad de resistir, de reconstruir la propia historia y el pasado colectivo despojado y destruido.

Las revistas culturales marcaron, durante el siglo XX, un hito en lo que se vincula a las maneras de producir y hacer circular conocimiento desde espacios no siempre enlazados con instituciones académicas. Delinearon un territorio de grandes rupturas epistemológicas ya que la cultura se politizó al calor de las disputas y los conflictos políticos y sociales de la época. María Marcela Aranda se encarga de estudiar el caso de Mundo Nuevo, una publicación dirigida por el crítico literario Emir Rodríguez Monegal, que se lanzó durante entre los años 1966 y 1968, y que contó con 25 números publicados de manera ininterrumpida. Además de los detalles propios que hacen al estudio de la publicación en cuestión, interesa particularmente la perspectiva que asume el escrito de la autora para abordar estas publicaciones, ya que centra su atención en el núcleo de luchas políticas que se dieron cita en el plano de la cultura. Se entiende que las revistas funcionaron como medios para la vehiculización de determinadas experiencias históricas, y como soportes de tensiones tanto estéticas como ideológicas, fueron, verdaderas espadas discursivas. El caso de Mundo Nuevo irrumpe en la escena intelectual destacando una de esas tensiones al manifestar que su intensión fundamental es que se reconozca la vida creadora de América Latina, su producción crítica, artística y literaria. Entre sus números hubo lugar para discutir el canon literario en Latinoamérica, las condiciones históricas que demandaban la elaboración de una teoría crítica propia que fuese capaz de politizar las producciones ficcionales, como así también temas históricos y de actualidad.

Podemos concluir, tras finalizar los recorridos que proponen las/os autoras/es de los textos, que el libro Fragmentos y episodios guarda entre sus páginas la elaboración de un esfuerzo histórico, de enorme necesidad para nuestro presente, que reúne los más diversos legados críticos de América Latina y los plasma haciendo visibles sus tensiones y contrastes, transitando en lo más profundo de nuestras tradiciones filosóficas, políticas y culturales, que pensaron y desarticularon las aporías de nuestra vida cotidiana, sus expresiones y manifestaciones, y la conflictividad social que atraviesa y atravesó nuestro continente.

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