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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.22 no.1 Mendoza jun. 2020

 

DOSIER

Trayectoria y hallazgos de la Red de Sostenes (Unquillo, Córdoba, Argentina): cuando las mujeres se entraman

Red de Sostenes’ (Unquillo, Córdoba, Argentina) trajectory and discoveries: when women get weaved

 

Nuria Calafell Sala

Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad
(Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas –CONICET–
Universidad Nacional de Córdoba)
calafell.nur@gmail.com

 

María Emilia Ruiz

TAGUA-Organización Cultural Comunitaria
mariaemiliaok886@gmail.com

 

Valeria Prato

TAGUA-Organización Cultural Comunitaria
pratovaleria@gmail.com

             

Recibido: 09/01/2020
Aceptado: 26/02/2020 


Resumen

El presente artículo presenta un recorrido por algunas de las acciones, prácticas y reflexiones llevadas a cabo por tres mujeres pertenecientes a la “Red de sostenes”, una agrupación con perspectiva de género que trabaja cotidiana y comunitariamente en la localidad cordobesa de Unquillo. Por medio de conversaciones sostenidas en distintos encuentros a lo largo del 2019, nos proponemos establecer las bases para un pensamiento epistémico, no solo entre nosotras, sino en relación con el movimiento de mujeres, feministas y de la diversidad corporal que viene desarrollándose en América Latina en los últimos cuatro años.

Palabras clave: Trama; Inter-cuidados comunitarios; Movimiento de mujeres; Pensamiento epistémico.

Abstract

This article presents a route through some actions, practices and reflections carried out by three women belonging to “Red de Sostenes”, a group with gender perspective that works daily and communaly in Unquillo (Córdoba, Argentina). By means of maintained conversations in several meetings throughout 2019, we are setting out to establish the basis for an epistemic thinking, not only between us, but in relation to women, feminist and corporal diversity’s movement in developement in Latin America since 2015.

Keywords: Weaves; Community inter-cares; Women’s Movement; Epistemic thinking.


 

 

Conversando la trama

 

(…) debemos empezar a reivindicar cómo se hace teoría para la liberación desde nuestros saberes. Y creo que se puede hacer a la inversa de como lo plantea el pensamiento occidental: desde la vivencia cotidiana con sus miradas plurales de la realidad, acercándonos a nuestras propias formas de construcción de pensamiento que, desde la oralidad, van hasta lo más complejo en la filosofía cosmogónica de los pueblos”, palabras de Lorena Cabnal, feminista comunitaria maya-xinka extraídas del libro de Francesca Gargallo Celentani: Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de los 607 pueblos en Nuestra América

 

El tema que pauta este artículo es la construcción de un pensamiento epistémico compartido entre tres mujeres con recorridos vitales diversos, pero con una serie de puntos en común. Puntos que, a través de una serie de encuentros en el último año, han devenido líneas de trabajo fundamentales para empezar a esbozar las reflexiones que aquí se proponen. De todos ellos, destacamos dos de los más recurrentes en nuestros modos de habitar y de ser en el mundo, de entramarnos con otras mujeres con las que tejemos una Red de Sostenes (a partir de ahora RDS), y de conversar entre nosotras. Por un lado, la articulación de la noción territorial del cuerpo con la noción de la comunidad como territorio extendido de este primer territorio. Por el otro, la construcción de una trama de inter-cuidados que permita el sostenimiento de ambos, del territorio-cuerpo y del territorio-tierra, en un presente de sofisticación de las capacidades depredadoras y extractivistas del capitalismo tardío en nuestra localidad, Unquillo, en nuestro país, Argentina, y en gran parte de América Latina.

Experimentar en nuestros cuerpos y en nuestra comunidad las opresiones y violencias estructurales de este sistema es lo que nos impulsa, individual y colectivamente, a repensar(nos) continuamente (en) las tramas del presente, donde tejemos nuestros vínculos cercanos, y donde construimos la cotidianeidad de nuestras existencias y de nuestras subjetividades. Lo que nos convoca aquí es nuestra participación dentro de la agrupación local RDS, cuyo nombre alude “[…] a los sostenes emocionales entre mujeres” (Ruiz, M. E. 2013), y cuyos orígenes hay que ubicar en los años 2010-2014, cuando dos de nosotras nos encontrábamos habitando/inventando la “Red de Productores Culturales de Sierras Chicas”, dentro de la cual una serie de organizaciones territoriales –Hilando las Sierras, Tagua, la Cooperativa de Artistas Trabajadores de Carnaval, la Murga Agua de Luna y el Espacio de Arte La Vertiente– fuimos re-tejiendo una trama de acompañamientos e intervenciones públicas con una clara orientación de género.

Lo que nos proponemos en estas páginas es, pues, contribuir desde nuestros pensamientos, sentires y experiencias a los múltiples recorridos iniciados por los movimientos de mujeres, feministas, de la diversidad sexual, corporal y funcional en las últimas décadas. Lo hacemos situándonos en nuestras identidades de mujeres cis de clase media del interior, profesionales, trabajadoras y cuidadoras de otrxs en nuestras historias de vida personales. También posicionándonos de maneras diversas en nuestras identidades políticas, como mujeres que caminamos junto a otras en este gran movimiento actual que, como afirma Claudia Korol en una reflexión que nos permea, “[…] crece como conciencia histórica, que se “encuerpa” desde la memoria y cambia –nos cambia– la vida cotidiana, los modos de estar en el mundo, de ser y de creer” (Korol, C. 2016, 15). Esto no solo nos permite ser críticas con el esencialismo genérico que nos atraviesa, sino abordar nuestras realidades desde un enfoque plural, político y cosmogónico de cuerpos sentipensantes.

Asumirnos parte de este movimiento de encuerpamiento ha sido una invitación a mirarnos al interior de nuestros procesos vitales y a hacerlos carne dentro de nuestra comunidad, acompañando a otras en momentos de mayor vulnerabilidad, interviniendo en el espacio público o compartiendo nuestros relatos en rondas, encuentros, conversatorios y un largo etcétera. Esto dota al presente texto de una autorreferencialidad explícita pero necesaria para comprender los modos diversos en que la cercanía, las conversaciones, los diálogos o las transmisiones de conocimiento y pensamiento entre nosotras y con respecto a otras mujeres cercanas nos atraviesan y nos con-forman, es decir, dan forma continuamente a nuestras subjetividades y a nuestras corporalidades, nos afectan.

Nos sumamos, así, a la emergencia de una categoría como la del “territorio cuerpo” como primer lugar de enunciación, de sanación, de emancipación, de liberación y de alegría (Gargallo, F. 2014), pero a diferencia de la propuesta acuerpada de feministas comunitarias mayas-xinkas como Lorena Cabnal (s.a.), no lo leemos solo en clave indignada sino también, y más específicamente, en clave incorporada. Consideramos que esta forma de crear transforma, así, nuestras creencias y nos posibilita (re)pensarnos por fuera de lo académico pero en interacción constante con ello, dando lugar y haciendo visible aquello que lo bordea: lo subjetivo, el yo reflejado en palabras reconstituidas y recargadas de nuevos significados.

Lo que sigue es, pues, un breve recorrido por algunas de las categorías que han ido conformando un posible campo epistémico, a partir de los modos de pensarlas y (re)definirlas desde nuestro trabajo personal y comunitario con las mismas. Para este caso concreto, ha sido necesario, además, buscar un punto de anclaje que nos permitiera contener las múltiples líneas de fuga que estas formas de co-crear y co-producir generan. Para ello, decidimos contextualizar los modos en encuentros periódicos (quincenales o mensuales) en los que dialogar una y otra vez sobre estas cuestiones y sus múltiples derivados.

Con ello queremos explicitar el carácter inconcluso de este texto, así como evidenciar la sinuosidad que conlleva querer poner en palabras aquello que se (re)conoce y se valora dentro de un tejido pre-existente y re-existente (Aguer, B. 2019), puesto que forma parte de la cotidianeidad de una misma y de la trama en la que una teje sus relaciones y vínculos interpersonales. Pensamientos sueltos, intuiciones, epifanías, lecturas que nos identifican o nos aportan o nos aclaran teórica y epistemológicamente, todo ello dibuja un palimpsesto hecho de huellas propias y ajenas para poder decir un poco más (o lo más personal) acerca del cuerpo, de la comunidad, y de los cuidados que actuamos y deseamos.

Red de Sostenes: la re-invención de la trama

Si tuviésemos que re-narrar cómo comenzamos a hacer lo que hacemos, cuándo y cómo el acompañarnos en situaciones de violencia (de género) empezó a ser una práctica reconocible, repetida, con un nombre –“Red de Sostenes”– y con qué recursos iniciales contábamos para hacerlo, debemos referirnos a las prácticas comunitarias anteriores en el ámbito de las organizaciones culturales comunitarias de la localidad y de las sierras chicas, así como a las interpelaciones que los contextos cambiantes nos fueron ofreciendo, y a la capacidad de ser tomadas y respondidas con iniciativas e invenciones.

Cabe puntualizar que entendemos a las organizaciones culturales comunitarias como expresión de la imaginación colectiva y verdaderos “experienciarios de producción de subjetividad” (Fernández, A. M. 2011, 12), en donde ensayamos nuevos modos de estar juntas/os y de tramitar los conflictos de la vida cotidiana. Por otra parte, son una herramienta para disputar sentidos en lo público y una posibilidad de acción en la co-producción de los escenarios de nuestras localidades.

Particularmente para nosotras, en los años previos al 2015 y en los que siguieron, Tagua como organización cultural comunitaria fue siendo este lugar/refugio para inventar/ensayar con lo que había, desde los/las que íbamos siendo. Así, el tiempo para pensar y hacer era “escamoteado” (De Certeau, M. 1996, 30) a nuestras tareas cotidianas, escamoteado al orden del deber ser y del deber cuidar, en definitiva, al orden patriarcal. La autodeterminación del uso del tiempo-cuerpo nos impulsaba a reunirnos a veces antes de las siete de la mañana, antes de que “la vida” empezara constituyéndose a la vez en espacio fundamental para una otra vida, más vivible.

Fue en el ámbito del carnaval local (2009), una fiesta popular de larga tradición, en sus celebraciones públicas y en los modos de producción en los que algunas de nosotras estábamos implicadas, donde pudimos reconocer las violencias ejercidas sobre nuestros cuerpos y nuestras subjetividades, y también la primera invitación para intentar transformarlas.

El primer paso fue generar diálogos y construir complicidad entre mujeres referentes, cuyos espacios de pertenencia rivalizaban desde hacía años. Para eso hizo falta proponer pequeños encuentros, abrir la posibilidad de confluir en lo común que en ese momento pudimos nombrar en estos términos: lo mal que la pasamos en las murgas, lo no valorado de nuestro trabajo, lo mucho que deberían cambiar las cosas. Así accedimos a trabajar colaborativamente en una propuesta de maquillaje libre como excusa para conocernos desde un hacer-conversar, que nos dejó una huella: somos capaces de no competir, de no rivalizar.

La lectura del texto “Carnaval, cuerpos y risas”, de Natalia Pomares1, compañera activista en otras organizaciones –Mujeres Habitadas y Los Piquillines–, nos habilitó un proceso de registro corporo-emocional de formas de vida que teníamos naturalizadas. Desde aquí, pudimos hacernos preguntas de manera colectiva, hacerlas circular y luego inventar modos de desmantelar esas realidades, prácticas y narrativas, proponiéndonos acciones concretas.

Es así que realizamos una intervención que vinculaba mujeres y carnaval, a la que denominamos: Qué dicen tus polleras?, y en donde, con palabras pintadas, las polleras hacían de soporte para poder decir lo no dicho acerca de las violencias. En este episodio, a las compañeras ya implicadas, se sumaron las mujeres de Desatadas Mate-Teatro del barrio de Cabana, quienes colaboraron en el re-tejido y la ampliación de la trama en el territorio.

Las realidades vividas eran similares, siendo estas mujeres, además de madres, enormes trabajadoras de la gestión de sus espacios, en lo organizativo y en lo artístico. Nos percatamos de que el reconocimiento social y el disfrute eran siempre para los varones, lo que nos ubicaba en lugares subalternos. No solo eso, sino que con una sola acción estos compañeros varones eran capaces de romper todo lo que nosotras esmeradamente construíamos, sin registro alguno de este tipo de labor invisible de sostener y tejer la trama, las vinculaciones y la administración de los espacios para la sobrevivencia de los mismos. Elaboramos entonces nuevas preguntas: ¿Trabajar para otros o trabajar para una misma? Nosotras cuidamos a otros y cuidamos de lo común. ¿Quién nos cuida a nosotras? ¿Cuál es el lugar de las mujeres y más aún el de las mujeres adultas en el carnaval? 

El registro del malestar era de tal magnitud que permitió ver que estos espacios tampoco eran saludables para niños y niñas. Que la violencia como patrón de modos de vinculación se reproducía tanto hacia las mujeres como hacia las niñas, niños, adolescentes e identidades disidentes. Estábamos transformando nuestra mirada y las expectativas sobre la crianza en barrios de diferentes sectores sociales. Nos acompañaba el deseo de dejar a nuestras hijas e hijos un terreno ganado para que pudieran vivir en el futuro experiencias más saludables. 

Este movimiento que describimos en lo micro fue coadyuvado por políticas públicas de los gobiernos que en este momento enfatizaban la perspectiva de los derechos de niñas, niños y adolescentes, generalizando una nueva mirada promovida por diferentes instituciones. Nos fuimos implicando en procesos de transformación desde los micro-escenarios cotidianos. Para generar incidencia creamos, entre otras iniciativas, un nuevo espacio organizativo: la Cooperativa de Artistas Trabajadores de Carnaval, que trabajó como espacio gremial y en la recuperación de la memoria del carnaval local con perspectiva de género. 

Mientras movíamos prácticas e imaginarios en los espacios públicos, conseguíamos que éstos se movieran también en el ámbito privado. En esa etapa, se sucedieron acontecimientos de mucha violencia en la vida de dos de las compañeras con sus parejas, situaciones que enfrentamos como pudimos, aunque ya reposicionadas/fortalecidas por el proceso previo de construcción en común. No teníamos certezas de cómo serían los caminos de salida, pero sí la afirmación íntima de decir: Basta! Ya no quiero la vida así. Animándonos y arriesgándonos juntas a poner límites y a no morir en los intentos. Hacíamos, acompañábamos y, al mismo tiempo, nos surgían preguntas: ¿quién acompañaba? ¿Todas, las cercanas, algunas, cuáles, cuándo, cuánto, siempre, a veces, hasta cuándo?; ¿quién acompañaba a la/s que acompañaba/n?

Las nuevas interpretaciones que construíamos acerca de nuestros procesos fueron un recurso importante. La co-visión de los procesos personales y de las estrategias con compañeras que estaban corridas de la escena central, al borde, a la mano, atentas, sabidas y sabiéndonos, se convirtió en un sostén fundamental. Así, el modo sutil de integrar nuestros saberes profesionales en la dinámica vecinal comunitaria en beneficio de la trama fue un hallazgo para atesorar.

Paralelamente, empezamos a juntarnos una vez por semana en una plaza a jugar al swing con banderas, siendo ésta una práctica circense asociada al carnaval. Al espacio le llamamos Retiradas?, con signo de interrogación. Nos interpelábamos y jugábamos a ir más allá, preguntándonos si todavía éramos parte de la fiesta popular y pública, ya la habíamos abandonado o habíamos sido abandonadas por ella. Muy pronto pasamos a tematizar la relación con nuestros cuerpos y el disfrute genuino en la vida cotidiana, registrando cuán avasallados estaban estos espacios de placer, cuánto los boicoteábamos nosotras mismas asumiendo el mandato de ser/hacer para otros y decidiendo que ese era un espacio que queríamos explorar y defender (Ruiz, M. E. 2013).

Por último, en marzo del 2013, y en el marco del festejo del 8M, promovimos la Campaña Red de Sostenes, para la cual pedimos a la comunidad la donación de corpiños en desuso, con los que realizamos una intervención artística callejera que aludiera a los sostenes emocionales entre mujeres. En una plaza central de la ciudad de Unquillo, mujeres de los colectivos y organizaciones sociales Hilando las Sierras, Tagua, Coope de Carnaval y Murga Agua de Luna y otras tantas bordaron, pintaron y cosieron mientras conversaban sobre cómo las mujeres nos sostenemos unas a otras, identificando herramientas concretas para fortalecer esa red de recursos. Nombrar nuestra práctica de esta manera y jugar con la figura de los corpiños metaforizando el sostén, fueron dos acciones centrales para darle entidad, visibilidad, re-existencia y resignificación a lo andado, y para empezar a proyectar hacia adelante.

Es, pues, en esta reconfiguración permanente de nuestras tramas pre-existentes y re-existentes que empiezan a ser urgentes nuestras preguntas y nuestras certezas. Nuestra práctica instituyente, preñada de nuevos sentidos, ¿podría acompañar a otras mujeres en nuestros barrios? La recurrencia y continuidad de esta práctica reflexionada y compartida había madurado en nuevas potencias y deseos: convidar y expandir. Los recursos con los que contábamos –institucionales, materiales, vinculares, expresivos, culturales, simbólicos–, cada aporte y la experiencia/aprendizaje de cada una era un capital concreto para la otra, una herramienta.

Hasta ese momento conformábamos una red de mujeres disponibles, de diferentes localidades y barrios, entretejida con hilos más o menos visibles según los casos, a veces difícil de mensurar, que se ponía en acto, se activaba cuando sobrevenía una situación crítica. La disposición corporo-emocional de acompañar fue el hallazgo más concreto, saber que es lo que hay en el presente inmediato para hacer con eso una otra cosa. Con esa premisa salimos a enfrentar nuevas situaciones de crisis de otras nuevas mujeres de nuestros entornos cercanos, que estaban entramadas con las primeras. Así, acompañamos situaciones de mujeres de distintos barrios unquillenses: Villa Forchieri, San Miguel y Cabana, siempre cercanas en lo cotidiano: la escuela, el centro vecinal, el trabajo, las organizaciones, etc.

Supusimos que para hacer posible la circulación y expansión de estos saberes necesitábamos desarrollar acciones deliberadamente. Algunas debíamos tomar la función de armadoras de estrategias, pensadoras de cómo se redistribuye ese saber entre más personas, de cómo se enseña lo que hemos aprendido. Desde Tagua asumimos esta tarea, conscientes de que RDS pre-existe a la organización cultural comunitaria, al mismo tiempo que re-existe también por ella. Expandirse necesitaba del compromiso de las que habían habitado la red pre-existente y tenían un saber que enseñar a las demás. Sumándonos, entonces, acompañantes y acompañadas, decidimos nombrarnos en una primera instancia “la redecilla”, aludiendo a un red de trama más fina, de hilo más delicado, de detalles y delicadezas conocidas, es decir, generando una criba más pequeña que sostendría a la red en crecimiento.

2.1. Encuerpar la trama: del cuerpo y sus posibilidades

Cataratas de preguntas fueron emergiendo en este camino, preguntas que retroalimentaban el deseo de transformar y transformarnos, y que se contestaban en las invenciones cotidianas. La más emergente de todas ponía el cuerpo en el centro de nuestros interrogantes: si los cuerpos son comunicadores, ¿qué comunican? ¿Ser “flaca” es una condición para bailar en el carnaval? ¿Bailar como movimiento de expresión corporal es siempre sinónimo de diversión? Si bailar es expresarse, ¿qué expresamos? ¿Qué trajes usar en las puestas en escena del carnaval? ¿Los mismos que las adolescentes? ¿Otros? ¿Qué es cómodo o incómodo? ¿Por qué celebrar y enfatizar la sensualidad? ¿Para quiénes? ¿Por que gastar dinero del centro vecinal en una fiesta “de las mujeres” (pero con el reconocimiento solo para los varones)? ¿Qué rupturas con lo establecido generamos? ¿Qué seguimos reproduciendo?

En el devenir de estas experiencias y sus preguntas fue clave el registro de las propias corporalidades, tanto como la construcción de una trama de complicidades/solidaridades en el territorio.

Las compañeras de Tagua contábamos con el antecedente de haber tematizado el cuerpo a partir de experiencias de intervención comunitaria, donde producíamos danza con mujeres en barrios vulnerabilizados entre 2003 y 2004. A partir de allí el/los cuerpo/s fueron territorio de lectura para mirar las relaciones de poder y los procesos sociales en los que estábamos insertas. La hipótesis de trabajo de intervención comunitaria que construimos desde Tagua fue: “así como en el cuerpo se inscriben y se marcan las memorias de lo social, de lo permitido, de lo esperado para mí y lo castigado, el cuerpo puede ser, a su vez, el territorio/lugar para desaprender lo aprendido y alterar el disciplinamiento, revelarse ante lo instituido y lo dado” (Ruiz, M. E. 2013).

Más adelante nos fue útil la noción de “cuerpo vibrátil”, de Suely Rolnik (2006), psicoanalista brasileña. Una capacidad que nos permite aprehender el mundo en su condición de campo de fuerzas vivas que nos afectan y se hacen presentes en nuestro cuerpo como sensaciones. El ejercicio de esta capacidad está desvinculado de la historia del sujeto y del lenguaje. Con ella, el otro es una presencia viva hecha de una multiplicidad plástica de fuerzas que pulsan en nuestra textura sensible, tornándose parte de nosotras mismas.

En esta etapa del proceso, hilvanamos con otra trama de mujeres que, en la región de sierras chicas, veníamos trabajando por un parto respetado, realizando acompañamientos de partos en el Hospital Provincial y en partos domiciliarios. En estas prácticas de ejercicio de derecho de las mujeres, conocimos la figura de la doula, una subjetividad que todavía hoy sigue en construcción (Felitti y Abdala, 2018), pero que en ese momento se reconocía por ser una mujer que, habiendo pasado por la situación de parto, se convertía en el sostén emocional de otras mujeres en el proceso de parir. La pregunta que emergió fue: ¿Podría servirnos este concepto y esta práctica para acompañar mujeres en situaciones de violencia? (Ruiz, M. E. 2013).

La experiencia de ser amorosamente acompañadas y cuidadas de la violencia obstétrica por otras mujeres pares de la comunidad, que permitían a las mujeres en situación de parto conectar profundamente con sus necesidades y decisiones, dejó en los cuerpos una nueva huella: Para sortear las vicisitudes y las violencias en circunstancias de mucha vulnerabilidad no alcanza con el cuerpo y el saber individual; son necesario/s otro/s cuerpo/s, puestos en disposición y complicidad amorosa, que, a la vez, me devuelvan la seguridad de mi poder poder.

2.2. Sostener la trama: el inter-cuidado como tarea política

En el año 2015, la inundación en las sierras chicas nos impuso nuevos interrogantes y desafíos2. Esta situación habilitó novedosos modos de sentir el vínculo con el territorio: empezamos a dibujar nuevas relaciones con el agua, el sol y el entorno natural, al mismo tiempo que la realidad de una cotidianeidad arrasada y rota, de la que debíamos desprendernos para seguir avanzando, nos provocaba en el cuerpo sensaciones de angustia. Para nombrar estos sentires un amigo nos prestó el término “solastalgia”: dolor de la tierra que se habita3. Recurríamos una vez más al lenguaje como tabla salvavidas, la palabra y la escucha para transitar lo vivido.

A pocos días de la inundación nos cruzamos por primera vez en la puerta de la casa de una de nosotras, conversamos y nos preguntamos, cómo vamos a salir de esto? Esa trama tejida meticulosamente en años previos, ahora nos sostendría? Algo se hizo cierto, afrontaríamos este suceso colectivizando nuestras necesidades. Recuperaríamos los modos (re)conocidos como propios y comunes: cuerpos puestos en disposición y espacios de escucha donde nos prestaríamos palabras para nombrar/tramitar lo que (nos) pasa.

El desamparo estatal, las escasas y tardías respuestas institucionales de quien se suponía que debía cuidar/nos como ciudadanas/os, fueron registradas como descuido y ante eso emergió la necesidad de inventar, aún en el caos posterior a la catástrofe, gestos de cuidado. Desde Tagua diseñamos y propusimos la iniciativa Marca(s) de Agua, con la cual las vecinas y vecinos producíamos espacios de escucha y de significación de lo ocurrido. La palabra permitió reconocernos en el/la otro/a, encontrar, muchas veces con humor, claves de lo común. Fue entonces cuando empezamos a ensayar entre nosotras formas de cuidado y atención, habilitando la risa y el reconocimiento entre pares: todos/as éramos subjetividades afectadas por la inundación. En ese marco produjimos una frase, que fue cartel y luego calcomanía, que rezaba: Cuidado! Familias en estado de fragilidad!. La palabra “cuidado” jugaba esa evocación doble: la de la alarma con eso del afuera que se impone, la de querer frenar un atropello (inundación o intervenciones institucionales) y su contracara, un pedido de buen trato, de escucha, de atención, de cuidados ante tamañas fragilidades como condición para transitar ese presente. Esos cuidados que también pedíamos a agentes externos, eran los que podíamos producir entre vecinas/os, comunitariamente, dejando huellas de inter-cuidados para lo que vendría.

En nuestras reflexiones y elaboraciones entendíamos el inter-juego de posiciones desiguales, asimétricas: por un lado, en el afuera, observábamos cómo los/las funcionarios/as municipales (representantes del estado) eran vecinas/vecinos nuestros/as, muchos/as de los cuales también habían sufrido la inundación, por lo que desde nuestro espacio de “cuidado de nos” nos preguntábamos cómo serían cuidadas/os esas/esos trabajadoras/es. Si bien eso claramente nos excedía, nos empezamos a dar cuenta de que la pregunta por los inter-cuidados insistía. Esta cuestión se agudizó cuando ese mismo año, y tras las elecciones municipales, en diciembre se produjeron despidos masivos de empleados/as públicos/as. La inundación había roto todo, incluso la trama comunitaria, y esto la seguía destruyendo. Aun habiendo transitado la relación con empleados y funcionarios en tensión permanente, al preguntarnos por nuestro quehacer en la comunidad, por nuestra tarea política, la respuesta fue no romper, sino (en)tramar con cuidados, cuidando de nosotras, y de las otras/os.

A la luz de estas experiencias tan intensas, donde una enorme cantidad de población vivió situaciones extremas, pulsando entre la vida y la muerte, se reconfiguraron los sentidos de los acompañamientos a mujeres en situaciones de violencia de la RDS. La tensión constante en la redefinición de los vecinos y vecinas y de nosotras mismas, como víctimas o como sujetas con capacidad de agencia, moldeó nuevos modos de comprendernos, nombrando como inter-cuidados comunitarios estas prácticas de reconocimiento del/a otro/a en su singularidad, en su fragilidad y en su potencia colectiva. Así, a la práctica de la RDS la renombramos como de inter-cuidados comunitarios en situaciones de violencia.

El contexto macro que empezó a gestarse ese mismo año, con la eclosión del movimiento #Niunamenos y con el nuevo impulso de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito –activa desde el año 2005–, nos abrió un nuevo marco y nos regaló la posibilidad de mirarnos en el espejo que nos ofrecían las compañeras. Al hallazgo de los inter–cuidados comunitarios se nos agregaron varias preguntas inevitables: ¿cómo los feminismos nos permiten ampliar los sentidos asociados a la práctica del inter-cuidado?, ¿inter-cuidar es una práctica feminista? y si es así, ¿a quiénes incluye y a quiénes excluye?

Nos (re)miramos y vimos a nuestra organización. Hacía 20 años trabajábamos con grupos de mujeres. Al mismo tiempo, habitábamos Tagua, una organización mixta que desde hacía, por lo menos, seis o siete años estaba integrada casi exclusivamente por mujeres. Reconocíamos la perspectiva de género presente en nuestras prácticas, sin embargo nos costaba reconocernos (sólo) como una organización feminista.

En esas circunstancias clarificamos nuestro deseo de seguir siendo una organización mixta. Asimismo, identificamos el desafío de valorar lo propio de las mujeres en el universo cotidiano y doméstico, pequeño y cercano del territorio tanto como en el espacio público. Resignificando también nuestros procesos de participación en el movimiento de Cultura Viva Comunitaria, se nos patentizaron modos de hacer política de las mujeres y la necesidad de dilucidarlos.

En este contexto fértil y vertiginoso necesitamos crecer, y supimos que crecemos si hacemos crecer a otros y otras. Para expandir y convidar nuestras prácticas, nuestras perspectivas del mundo y los procesos que habitamos, inventamos en el último tiempo Las RONDAS de la RDS, un espacio para sistematizar la práctica de los acompañamientos a mujeres en situaciones de violencia; para identificar y nombrar colectivamente cómo hacemos lo que hacemos; para hacer ajustes de ser necesario; y, en definitiva, para ser cada vez más efectivas. Las Pasantías Ciudadanas de Cultura Viva Comunitaria, inspiradas en las pasantías del Movimiento Campesino de Córdoba fueron uno de los dispositivos que empleamos en esta dirección: albergamos en Tagua, por un tiempo, a ciudadanos/as de la localidad que quisieran hacer la experiencia de producir organización social. En este marco, ofrecimos un ciclo de formación en Promoción Cultural Comunitaria.

 Generamos La Parcería, esto es, una invitación a “caminar a la par”, a entramarse en una acción puntual de la organización que, en el caso de marzo de 2019, se concretó en la producción del Conversatorio Latinoamericano Los Modos de Hacer Política de las Mujeres. En estas instancias, las tramas pre-existentes dotaron de contenido y forma, de cuerpos puestos en disponibilidad y de reflexividad a los espacios propuestos. Más de cincuenta compañeras y compañeros permitieron la re-existencia de la trama y se aventuraron en el cuestionamiento/desmantelamiento (o desmontaje) del orden patriarcal en lo cercano y en el territorio.

3. Reflexiones finales: la apertura de la trama

A lo largo de este artículo hemos trazado un recorrido de lectura posible para entender la labor de la RDS. Podríamos haber dicho muchas cosas más, extendernos en algunos modos de hacer o explorar especulativamente los diversos hallazgos que han ido emergiendo. Sin embargo, para esta ocasión hemos decidido comenzar por el principio, recordando y re-narrando situaciones, acciones, reacciones y reflexiones realizadas durante más de un lustro, y sin las cuales no sería posible para nosotras ni para quienes se acerquen a leer, comprender(nos) en este presente latinoamericano convulso.

Lo hemos hecho, además, desde la conciencia de estar dibujando una posible “femealogía” (Cabnal, L. 2010, 24) hecha de voces, miradas, gestos y saberes construidos y compartidos por y entre mujeres, aun y más allá de su pertenencia a espacios de militancia/activismo mixtos. Asumir la feminización de nuestro recorrido nos ha llevado a la recuperación de la trama como categoría analítica posible, no solo por el universo de sentidos que abre –pues evoca el tejido y esta labor ha sido históricamente asociada a los quehaceres femeninos en las comunidades–, sino por su potencialidad interpretativa: como mujeres que nos sabemos parte de una “red de sostenes” con otras tantas compañeras de camino, algunas más cercanas en el espacio, otras en los sentires y pensamientos, la recuperación de la noción de “trama” nos permite ampliar nuestra perspectiva en tanto que sujetos situados e inter-conectados en el espacio y en el tiempo.

Es desde esta premisa que a lo largo de este trabajo hemos insistido mucho en el vínculo insoslayable entre la trama pre-existente a la conformación de la RDS, dentro de la cual nos hemos movido dos de nosotras también como parte del movimiento de Cultura Viva Comunitaria, y su re-existencia a través de los distintos sucesos que han requerido de nuestra experiencia y/o acompañamiento, y gracias a los cuales podemos hablar en estas páginas de hallazgos de sentido y de huellas lingüístico-corporales generadas.

De todos ellos, aquí destacamos el hallazgo de entender que para acompañar hace falta una disposición corporo-emocional concreta, que excede la individualidad de lo deseado y se hace posible únicamente a partir de saberse junto a otros tantos cuerpos en disponibilidad(es). Esto nos lleva a seguir pensando en los límites y posibilidades del cuerpo propio y ajeno, y a entenderlo como un territorio en el que no solo se materializan procesos de disciplinamiento socio-cultural y de género; sino también, y sobre todo, las huellas de una (auto)transformación subjetiva hecha de palabras, vivencias, sentires y emociones.

Nuestro desafío más grande es, ahora, volver a repensar nuestro quehacer a partir de lo que aquí pudimos recoger y resignificar, y siendo muy conscientes de que en nuestra metodología cotidiana de encuentros, así como en nuestra elección epistemológica encuerpada, las conversaciones espontáneas atravesadas por las urgencias contemporáneas son una invitación a la más estricta vigilancia epistémica, pero también a la apertura de significaciones. 

Desde este punto nos preguntamos: si los modos (re)conocidos como propios y comunes son prestarnos palabras para nombrar/tramitar lo que (nos) pasa y poner cuerpos en disposición, la clave para acrecentar los inter-cuidados comunitarios hoy será prestar(nos) cuerpos?

Notas

1. Texto al que accedimos gracias a la generosidad de la autora.

2. Este suceso tuvo lugar el 15 de febrero del 2015, fecha en la que siete localidades de las sierras chicas de Córdoba sufrieron la caída de entre 200 y 250ml de agua en un lapso de doce horas, provocando pérdidas humanas e innumerables daños materiales.

3. Reproducimos a continuación el texto tal y como nos fue remitido: “En el 2003, el filósofo australiano Glen Albretch, acuño el término “Solastalgia” para definir al conjunto de trastornos psicológicos que se producían en las poblaciones nativas como consecuencia de los cambios destructivos en su territorio como consecuencia de actividades mineras, desertización o cambio climático. El término, que significa dolor de la tierra que se habita (“solas” en griego significa tierra y “algia” significa dolor), puede manifestarse como un dolor visceral intenso y angustia mental que puede derivar en problemas a la salud, abuso de drogas, enfermedades físicas y tendencia al suicidio” (Barua, A. 2017).

Bibliografía

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