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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.22 no.1 Mendoza jun. 2020

 

DOSIER

Mujeres, Historias y Feminismos. Reflexiones desde Argentina y Chile

Women, History and Feminisms. Reflections from Argentina and Chile

 

Graciela Queirolo1

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Estudios de Género, Universidad Nacional de La Plata

 

Recepción: 05/07/2019
Aceptación: 17/03/2020
 


Resumen

Este escrito repasa de manera general los derroteros de la Historia de las Mujeres en las academias argentina y chilena. Desde un presente politizado por las demandas de los movimientos feministas que se expresaron el 8 de marzo de 2019 tanto en Buenos Aires como en Santiago, se realiza un recorrido desde los inicios de la Historia de las Mujeres hasta el presente. Así se presentan sus principales versiones, desde la historia contributiva hasta la incorporación de los estudios de género y se indican los aportes y los límites de cada una de ellas. Finalmente se reflexiona sobre los peligros de banalización que amenazan a la disciplina.

Palabras clave: Mujeres; Historia; Feminismo; Argentina; Chile.

Abstract

This article provides an overview of Women History’s paths in Chilean and Argentine academies. The starting point is the politized present marked by feminist movements’ demands that were expressed in Buenos Aires and Santiago on 8 March 2019. From that point on, the text traces Women’s History from its beginning to the present by focusing on main perspectives –from contributory history to gender studies– and by pointing to their contribution and downsides. Finally, the study reflects on the dangers of trivialisation that threatens historiography nowadays.

Keywords: Women; History; Feminism; Argentina; Chile.


 

Presento un acontecimiento introductorio para el argumento a desplegar en este escrito. El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Las efemérides escolares que incluyen afiches en las paredes institucionales y palabras alusivas de alguna o algún docente, así como las publicidades comerciales que promueven el consumo de numerosos productos, entre los que se destacan los relacionados con la belleza, las flores y los bombones, presiden las celebraciones autorizadas. La comunidad de historiadoras e historiadores demostró que fue la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la institución que, en la segunda mitad de la década de 1970, consagró internacionalmente la efeméride, con el propósito de celebrar a “la mujer trabajadora”. De una manera muy poco clara, la elección del día se relaciona con un relato mítico, tan verosímil como de nula evidencia empírica, repetido una y otra vez, que explica que la fecha rinde homenaje a las obreras textiles de Nueva York que, en 1857, organizaron una huelga para reclamar por mejores condiciones laborales que finalizaría trágicamente con la muerte de cientos de ellas, luego del incendio promovido por el mismísimo propietario del establecimiento. Sin embargo, tomando distancia tanto de la propuesta de la ONU como del relato de la fábrica neoyorquina, la elección del 8 de marzo tiene un origen asociado a la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas realizada en Copenhague, en 1910, cuando Clara Zetkin, por entonces integrante del Partido Socialdemócrata Alemán, promovió la organización de las mujeres socialistas y el diseño de una temprana agenda de reivindicaciones para mejorar la condición femenina. Posteriormente, la celebración de la efeméride continuó un sinuoso derrotero dentro del mundo soviético, en un principio de la mano de la dirigente bolchevique Alejandra Kollontai, luego dentro del régimen stalinista.

Si bien las tres narrativas son muy diferentes unas de otras, poseen dos elementos en común. En primer lugar, con ellas, se rescata la participación de las mujeres en organizaciones de la sociedad civil, como son los partidos políticos y los congresos, así como también en el mundo del trabajo, dentro del sector industrial. En segundo lugar, la construcción de relatos que se proponen interpretar tales fenómenos así como festejar la condición femenina. Dentro de estas interpretaciones, las celebraciones discurren entre las voces que, por un lado, festejan a “la mujer”, un singular que tributa a sentidos tan excepcionales como políticamente correctos y, por lo tanto, acríticos cuando no cómplices con las relaciones sociales de inequidad y, por otro lado, aquellas que se proponen rescatar tradiciones y reivindicaciones de la condición femenina socialmente contextualizadas que tiene como objetivo la construcción de relaciones de equidad.

El 8 de marzo de 2019, otro tono y otra intensidad se superpusieron a las anteriores interpretaciones que, por cierto, no estuvieron ausentes. Diferentes movimientos de mujeres, en todo el planeta, convocaron como ya lo habían hecho unos dos años antes, a un paro de mujeres. Manifestaciones multitudinarias poblaron las calles de muchísimas ciudades del mundo, entre ellas, las de Buenos Aires y Santiago de Chile. En la primera, se reivindicó la bandera de la “huelga feminista” bajo la consigna de un “Paro Internacional Feminista y Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans”, mientras que, en la segunda, se vociferó “la huelga general feminista ¡va! Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras”2. Sin duda, son los movimientos de mujeres –los feminismos– los que denuncian bajo la bandera de lucha contra todas las formas de violencia hacia las mujeres, los crueles ajustes sociales –una nueva versión de la redistribución regresiva del ingreso tan propia de los procesos de modernización capitalista– que las políticas neoliberales pretenden imponer a nivel mundial. Asimismo, dentro de estas movilizaciones, la misma categoría mujer ha sido cuestionada no sólo por la reivindicación de lo étnico y de la clase sino también gracias a la disidencia sexual, tan crítica como distante del binarismo biológico.

En este presente, signado por la politización liderada por los feminismos, las mujeres y el concepto de género y, por extensión la diferencia sexual, han ganado notoriedad. Nuevas narrativas que pretenden interpretar el fenómeno se expanden. De esta manera, la sensibilidad de organismos internacionales, como la ya citada ONU –a la que podemos sumar todas sus agencias–, para promover una agenda que incorpore la “igualdad de género” dentro de sus “objetivos de desarrollo sostenible” a alcanzar en 2030, también ha sido imitada por las industrias culturales3. Grandes grupos editoriales se han lanzado a la producción de libros que tienen como protagonistas exclusivos a las mujeres. Un formato particular parece imponerse. Se trata de obras escritas preferentemente por periodistas de identidad femenina que reúnen biografías de mujeres de todos los tiempos, a lo largo y ancho de los cinco continentes, con un atractivo visual irresistible. Cada relato tiene una extensión breve –una o dos páginas–, un cuerpo de letra grande, una frase destacada del personaje y una caricatura que la ilustra. A modo de ejemplos, entre otros, mencionaré Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes. Cien historias de mujeres extraordinarias (Fabilli, E. y Cavallo, F. 2017) y Mujeres geniales. Artistas, atletas, piratas, punks y otras revolucionarias que hicieron historia (Schatz, K. 2018). Así, con un claro objetivo de visibilización y difusión entre un público no especializado, las mujeres son introducidas como “extraordinarias”, “geniales”, “revolucionarias”, “valientes”. También la comunidad de historiadores se ha sumado, en cierta manera, a este formato. Para el caso argentino remito a Mujeres insolentes de la Historia (Pigna, F. 2018) y para el chileno a Chilenas. La historia que construimos nosotras (Cumplido, M. J. 2018). En definitiva, se trata de narraciones donde predomina el tono excepcional que vincula automáticamente a un cuerpo femenino con una agenda feminista.

Por su parte, la comunidad académica que ejerce la Historia de las Mujeres y privilegia la perspectiva de género, ha respondido un poco más lentamente a este momento histórico de agitación feminista y, sin duda, se ha beneficiado de la cierta legitimidad, o al menos de la relativa reducción de la hostilidad, que han ganado los estudios de género. Si bien persiste el peligro de asimilar como sinónimos género con mujer –algo muy característico unos quince años atrás–, la sensibilidad social sobre los temas que contemplan la diferencia sexual es notable y es un signo de los tiempos que vivimos. Además, si la Historia de las Mujeres constituye una disciplina académica que puede intervenir en el debate actual con rigurosidad y veracidad es porque cuenta con un desarrollo profesional de casi medio siglo en las academias europeas y norteamericanas y de casi tres décadas en las academias del Cono Sur.

Los primeros pasos de la Historia de las Mujeres se dieron de la mano de las integrantes de los movimientos de mujeres, en los que participaban muchas académicas, que reivindicaron su protagonismo social y empujaron para que los programas universitarios incluyeran estos tópicos. Así la Historia de las Mujeres tuvo una primera versión con un tono contributivo que se tradujo en la constatación de que en los procesos sociales había habido mujeres. A partir de su ingreso a las estructuras universitarias, la Historia de las Mujeres se propuso dos objetivos. El primero fue restituir las mujeres a la Historia. El segundo, restituir la historia a las mujeres (Gadol, J. K. 1992, 123-142). En otras palabras, así como las mujeres habían protagonizado los procesos históricos, ellas tenían una Historia para narrar. Cada objetivo trajo consecuencias.

La restitución de las mujeres en los procesos socio-históricos se tradujo en una operación de visibilización ya presentada páginas atrás. Asimismo, la restitución de la historia a las mujeres provocó la producción de narrativas en las que las mujeres eran exclusivamente las protagonistas, es decir, nacieron relatos que poseían un tono contributivo. Ambas operaciones intelectuales fueron muy importantes, pero, sin embargo, también habilitaron narrativas desvinculadas de procesos sociales mayores que separaban las particularidades de la presencia y el protagonismo de las mujeres de relaciones sociales más amplias. Surgieron relatos de mujeres excepcionales, fuera de época, presentadas como adelantadas o visionarias de un futuro inimaginable para ellas. Esto oscureció las interpretaciones y dio vida a la banalización, al carácter anecdótico, al guiño simpático, a la nota de color, a algo bonito para contar y hacer que una clase deviniera amena, con la peligrosa consecuencia de restarle importancia interpretativa a la demostración del protagonismo. Son los mismos peligros que presentan las interpretaciones a las que ya hice referencia, como la del Día Internacional de la Mujer o las del boom de la literatura de difusión. En definitiva, ¿qué aportaron las nuevas interpretaciones del pasado con la constatación de que en los procesos bajo estudio hubo mujeres que los protagonizaban? UnaHistoria de las Mujeres exclusivamente contributiva despolitiza la importancia que la diferencia sexual tenía (y tiene) en la constitución de relaciones sociales (Scott, J. 2011, 33-47). Precisamente la categoría analítica género permitió profundizar los análisis porque postuló que la diferencia sexual es constitutiva de las relaciones sociales, es decir, una identidad genérica se conformaba en relación con otras identidades genéricas que interactuaban social e históricamente. De esta manera las relaciones sociales de género conformaban relaciones primarias de poder (Scott, J. 2011ª, 48-74).

Las historias contributivas que nacieron a partir del citado doble objetivo de la Historia de las Mujeres fueron una primera versión de la Historia de las Mujeres. Dentro de la historiografía argentina y chilena encontramos notables ejemplos de estas narrativas como el Diccionario biográfico de mujeres argentinas, elaborado por Lily Sosa de Newton (1986 [1972]) y La mujer chilena de Felícitas Klimpel (1962), ambas obras son una referencia obligada para el inicio de cualquier investigación porque se trata de las primeras sistematizaciones sobre la acción social de las mujeres, un insumo a partir del cual se puede seguir profundizando los análisis.

Un segundo momento de la Historia de las Mujeres se relacionó estrechamente con la elaboración de la Historia de la Vida Privada. Este proyecto editorial, concentrado en procesos europeos, y diseñado por Philippe Aries y Georges Duby, al introducir un giro desde el mundo público al mundo privado, encontró sin proponérselo de manera explícita, a las mujeres. La vida privada –la intimidad del hogar–, había conformado un escenario privilegiado para la acción de las mujeres que la historia tradicional había desatendido porque la había considerado poco relevante para la construcción de las narrativas nacionales redactadas en torno a cronologías políticas protagonizadas por varones –reyes, militares, religiosos–. Escrita en los años 80, la Historia de la Vida Privada replicó en las historiografías nacionales. Así, unas décadas más tarde, se publicó la Historia de la Vida Privada en Argentina (Devoto, F. y Madero, M. 1999) y la Historia de la Vida Privada en Chile (Sagredo, R. y Gazmuri, C. 2005-2008).

Una destacada consecuencia de semejante proyecto historiográfico fue la redacción de la Historia de las Mujeres, escrita en la década de 1990, bajo la dirección de Georges Duby y Michelle Perrot. Allí, nació una nueva narrativa que no ha dejado de expandirse hasta el presente y que también replicó en Argentina y en Chile. En la primera, se realizó bajo la dirección de Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita y Gabriela Ini (2000). En el segundo, se hizo bajo la dirección de Ana María Stuven y Joaquín Fermandois (2013).

En todas sus versiones la Historia de las Mujeres enfrentó desafíos metodológicos que comenzaron con la búsqueda de fuentes –la materia prima– que permitieran su desarrollo. Un argumento que aún hoy resuena, aunque cada vez menos, producto tanto de la legitimidad como de la agitación política, en algunos reducidos espacios académicos, es el de la ausencia de las mujeres en las fuentes, al menos en aquellos corpus con los que se habían armado los relatos que no las habían incluido. El razonamiento que legitima la exclusión de las mujeres en tales narrativas historiográficas era, precisamente, que las fuentes no las mencionaban, por lo tanto, nada se podía contar de ellas. Pero esto no fue un obstáculo, sino un tránsito hacia la búsqueda de soluciones. Esto se tradujo en dos operaciones metodológicas: por un lado, realizar nuevas preguntas, que incluyeran la diferencia sexual, a viejas fuentes; por otro, sumar nuevas fuentes. Así, las mujeres se hicieron presentes en nuevos documentos, frente a los que eran obligatorios no sólo los reparos analíticos que toda y todo historiador debe tener ante los materiales que escudriña, sino fundamentalmente otros reparos porque, a veces, se trataba de representaciones construidas en base a imaginarios masculinos, que fue necesario aprender a desarmar. Las nuevas fuentes valorizaron aquellas que habían sido menospreciadas por la historia tradicional –las novelas, las autobiografías, las cartas, las crónicas, las entrevistas orales, las imágenes, las publicidades, por nombrar tan solo algunas– y promovieron el proceso cognitivo porque aportaron otras representaciones que abrieron la comparación y la complejización de los relatos canónicos (Perrot, M. 1992, 66-85). Finalmente, el diálogo con otras disciplinas sociales, como la Antropología, la Semiología, la Sociología y la Economía permitió el despliegue de la Historia de las Mujeres. De esta manera se avanzó: de la ausencia a la presencia, de las representaciones masculinas de lo femenino a las representaciones que demostraron las relaciones de poder entre mujeres y varones, pero también entre mujeres y mujeres, las estrategias de resistencia de ellas frente al avasallamiento de ellos y las múltiples relaciones sociales históricamente construidas. Esta expansión disciplinar acompañó un proceso más general y complejo de transformación de las ciencias sociales que priorizó la acción de las y los sujetos y los procesos constitutivos de sus identidades frente a las determinaciones de las estructuras sociales (Samuel, R. 1991; Chartier, R. 2002).

De acuerdo con todo esto, en la década de 1990, desde la academia norteamericana, Asunción Lavrin (2005) escribió una historia de las mujeres y el feminismo, desplegando una exhaustiva comparación entre Argentina, Chile y Uruguay. A su vez, tanto en Argentina como en Chile, se produjeron numerosas obras que desarrollan una Historia de las Mujeres desde una perspectiva de género, es decir, privilegiado la diferencia sexual como un elemento relacional y constitutivo de las relaciones sociales. Asimismo, género se ha cruzado con la clase y con la etnia develando relaciones sociales más complejas donde la diferencia dio lugar a la inequidad.

En la academia argentina, los nombres de Dora Barrancos (2007) y Mirta Lobato (2007) impulsaron las investigaciones de los temas de género e historia. En diálogo con ambas, Marcela Nari (2005) produjo una obra inaugural y roturadora del campo, por la exhaustividad documental a la que acudió. Bajo el influjo de las tres autoras, se formó una amplia generación de investigadoras e investigadores –entre las que me encuentro– que renovaron, ampliaron y expandieron el campo. Adriana Valobra (2005) y Andrea Andújar (2017), se han encargado de ordenar y reseñar toda esta producción.

A diferencia de la academia argentina, la academia trasandina vivió la contribución de investigadoras procedentes de la academia norteamericana, especializadas en la sociedad chilena como Elizabeth Quay Hutchison (2005) y Heidi Tinsman (2009; Godoy, et. al., 1995). Sus investigaciones se desarrollaron junto a las de las chilenas María Soledad Zárate (2005) y Alejandra Brito (2014). Nuevas generaciones de investigadoras están surgiendo, como lo representan Claudia Montero y su equipo (2018; Ver también el sitio www.prensademujeres.cl). No obstante, los estudios de género parecen encontrar más seguidores dentro de la literatura y los estudios culturales que dentro de la historia (Darrigrandi, C. 2015; Cisterna Jara, N. 2016).

En ambas academias se trata de campos en expansión que están siendo interpelados por los actuales movimientos de mujeres, los feminismos, que “se toman las calles” y proclaman que “el patriarcado se va a caer”. Así, como dentro de la academia, la Historia de las Mujeres y los estudios de género libraron “combates”, retomando la feliz expresión de los fundadores de la escuela historiográfica francesa de Annales, es decir, la búsqueda de una legitimidad del objeto de estudio dentro del campo, hoy la sociedad civil clama por una Historia donde la diferencia sexual integre los análisis del pasado. Nuevos combates se aproximan porque la historia profesional, con método y rigurosidad, se enfrenta a la banalización de su objeto de estudio, una banalización que la despolitiza y la instala en un lugar anecdótico con la mera concesión de la contribución. Sin duda, el mayor desafío presente de ambas academias es seguir construyendo conocimiento como una operación que aporte a los debates actuales y alimente las demandas de los movimientos feministas. ¿Seremos capaces de aprender del pasado? ¿Seremos capaces de escuchar las voces –muchas de mujeres, pero no exclusivamente– que denunciaron, con los recursos que tenían, la inequidad que padecía la condición femenina? Sin duda, con la restitución de estas experiencias tendremos más herramientas para, por lo menos, entender el presente. “Ancho es el mundo y en él todos caben” (Storni, A. 1939, 40). Con estas palabras Alfonsina Storni cerraba, en 1938, en Montevideo el encuentro de conferencias que había compartido con Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. Hacia allá vamos.

Notas

1. Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Estudios de Género, Universidad Nacional de La Plata, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Soy Profesora y Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y realicé una estadía postdoctoral en la Universidad Alberto Hurtado (Santiago de Chile). Agradezco a Paula Caldo su generosa invitación así como también la lectura atenta de Alicia Salomone y Claudia Montero junto con los relatos de María Vanesa Stevani para reconstruir el 8M (2019) en Chile. Escribí estas reflexiones en junio de 2019, antes del estallido social de octubre de ese año en Chile, donde los feminismos tienen un importante protagonismo que ratifica mis conclusiones.

2. Para mayores detalles de ambas movilizaciones remito para Argentina a https://www.pagina12.com.ar/179467-8-m-el-tercer-paro-de-mujeres y para Chile a http://cf8m.cl/. Se trata de acciones que se vinculan estrechamente con movimientos bastantes recientes como el Ni Una Menos argentino (2015) y las denuncias de acoso de las estudiantes chilenas (2016).

3. Me refiero a ONU objetivos de desarrollo sostenible: https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/

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