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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.22 no.1 Mendoza jun. 2020

 

DOSIER

Mirando hacia atrás… La colección de Historia de las Mujeres en Argentina: una aventura colectiva a finales del siglo XX

Looking back... The collection of History of Women in Argentina: a collective adventure at the end of the 20th century

 

Valeria Silvina Pita

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad de Buenos Aires

 

Recibido: 09/01/2020
Aceptado: 10/04/2020


Resumen

A veinte años de la publicación de la colección de Historia de las Mujeres en Argentina, este escrito tiene la intención de resituar esa experiencia editorial inaugural en un doble registro. En un sentido, se mapea el contexto historiográfico en el que esta empresa colectiva se gestó, las matrices feministas e historiográficas que la inspiraron y algunas de las tensiones presentes en el campo académico en relación a la perspectiva de la historia de las mujeres y los estudios de género. En otro sentido, este escrito pone de relieve algunas de las marcas que tal emprendimiento editorial generó a lo largo de estas dos décadas. Al volver el foco hacia ese conjunto de trabajos inaugurales, este escrito busca hilvanar pasados y presentes de pesquisa, en donde se encuentran y tensionan las preguntas históricas, se armar problemas de investigación, se dialoga con otras disciplinas, se forjan o reproducen conceptos, y finalmente se generan narrativas históricas.

Palabras clave: Proyecto editorial; Historia de las mujeres; Estudios de género; Agendas historiográficas; Mujeres feministas y académicas.

Abstract

Twenty years after the publication of the Women's History in Argentina collection, this paper intends to resituate that inaugural publishing experience in a double record. In one sense, it maps the historiographic context in which this collective enterprise was developed, the feminist and historiographic matrices that inspired it, and some of the tensions present in the academic field in relation to the perspective of women's history and gender studies. In another sense, this paper highlights some of the marks that such an editorial enterprise generated throughout these two decades. By focusing on this set of inaugural papers, this writing seeks to bring together past and present research, where historical questions are found and tensioned, where research problems are assembled, where there is dialogue with other disciplines, where concepts are forged or reproduced, and finally where historical narratives are generated.

Keywords: Editorial project; Women's history; Gender studies; Historiographic agendas; Feminists and academics women.


 

Introducción

En la segunda mitad del año 2000, la casa editora Taurus, de origen español y perteneciente a un conglomerado editorial transnacionalizado que conectaba escrituras, lecturas, lectores y lectoras a través del Atlántico, publicó la colección Historia de las Mujeres en la Argentina. En dos tomos, 28 investigadores, mayoritariamente mujeres jóvenes, dieron vida a la primera obra que condensaba pesquisas empíricas y anhelos políticos y profesionales en torno a una historiografía reciente y periférica. La idea de una publicación que reuniera diversos trabajos de investigación en historia de las mujeres en el actual territorio argentino no había surgido en el seno de la editorial sino de la reunión de un grupo de historiadoras y una antropóloga de la Universidad de Buenos Aires. Sin recursos financieros, ni trayectorias de peso a la cabeza del proyecto, ni contratos editoriales, un conjunto variado de investigadoras, historiadoras y estudiosas del pasado se fueron sumando a una aventura colectiva que tuvo un final que hoy se sabe feliz.

Dos décadas después de la publicación de los tomos que componen la Historia de las Mujeres en Argentina, esta empresa de escrituras colectivas sigue resonando. Volver a la misma permite pensar un punto de condensación historiográfica, que informa sobre unas formas de pensar históricamente, de construir preguntas y problemas en torno al pasado de las mujeres en un tiempo en el cual el proceso de institucionalización de los estudios de género y de la historia de las mujeres era novedad en Argentina. En las siguientes páginas, este escrito tiene dos objetivos: por un lado, resituar esa obra colectiva en el contexto historiográfico en el cual pudo gestarse. Por el otro, el de destacar algunas de las trazas que tal emprendimiento editorial generó.

Puntos de partida

El proyecto que se había iniciado entre encuentros hogareños, bares y el cuarto piso de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, se había propuesto integrar investigaciones inéditas, que fueran representativas de diversas temporalidades y problemas, y radicadas en geografías amplificadas del territorio argentino. Indias del Litoral, cautivas en las pampas, hechiceras santiagueñas, africanas esclavizadas en el Río de la Plata, viudas coloniales en la Rioja, inmigrantes italianas en el manicomio, prostitutas en las afuera de los cuarteles militares, obreras del conurbano, entre otras, daban cuenta de un heterogéneo abanico de experiencias situadas que fueron reunidas en los dos tomos de la colección.

Rescatar del olvido a esos colectivos femeninos permitía afirmar que hacer historia de las mujeres era posible. Pero, además, posibilitaba que esa historia pudiera ser leída y asumida por otras mujeres. Inspiradas en Joan Kelly Gadol (1992), nos propusimos llevar adelante el desafío de hacer historia de las mujeres para restituir a las mujeres en la Historia y devolver la Historia a las mujeres. Se trató de un acto de doble pertenencia y referencia. Por un lado, el hacer historia nos situaba en la academia, instándonos a seguir con sus lineamientos y reglas. Por otro lado, la invitación de Gadol insistía en el acto político de hacer historia para las mujeres y –en tal acto– la tarea se transformaba en un desafío activista, se trataba de hacer historia como feministas (Gadol, J. 1992, 123-142). A finales de los años 1990, esa escritura se volvía una conquista colectiva, una herramienta que permitía acceder a un conocimiento antes vedado, que daba cuenta de quiénes habían sido nuestras abuelas, dónde estaban en el pasado las mujeres, qué habían hecho, cómo habían sorteado opresiones y gestando márgenes de acción.

La agenda historiográfica, que se había ido configurando desde el retorno del sistema democrático, estaba centrada en los problemas derivados de la construcción de la nación, la conformación de la nacionalidad y de la ciudadanía, la sociedad civil, la existencia de una esfera pública y la formación de la estatalidad en Argentina, entre otros semejantes. Hacer historia de las mujeres, entonces, era también insertarse en esa agenda historiográfica, sin renunciar a la pretensión de no amoldar las experiencias femeninas a una historiografía que las excluía de cuajo por considerarlas indignas, poco relevantes, de escasa valía, entre otras valoraciones peyorativas que circulaban entre profesores, evaluadores, colegas y pares (Pita, V.1998, 72-82; Lobato, M. 2008, 29-45; Barrancos, D. 2004, 49-73). En ese doble registro, el académico y el activista, era prioritario hallar investigadoras dispuestas a acompañar la pretensión de pujar por la inclusión en el campo historiográfico y hacerlo a partir de investigaciones empíricas, donde el peso estuviese en el trabajo de archivo, en el rastreo de evidencias y en el uso controlado de categorías analíticas que permitieran cuestionar a nivel epistemológico y teórico los supuestos androcéntricos y positivistas que la escritura de la historia contenían. Los tres ejes de la obra: Encierros y Sujeciones; Resistencias y Luchas, y Cuerpos y Sexualidad, registraron esta doble intención.

A fines de la década de 1990, pese a ser una perspectiva periférica, la historia de las mujeres contaba ya con ciertos espacios institucionalizados para su desarrollo. En diferentes universidades nacionales, grupos de investigación estaban abocados a la investigación y al rastreo de evidencias. En 1991 la Universidad de Luján había organizado las Primeras Jornadas de Historia de las Mujeres, reuniendo a historiadoras y estudiosas de la perspectiva de género. Un año después el encuentro se repitió en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y tres años más tarde, la cita fue en Rosario. En 1996, las Jornadas se hicieron en Tucumán y el fruto de las mismas se observó en la publicación de sus actas que reunieron más de 100 trabajos en proceso. Dos años después, en Santa Rosa, La Pampa, el impulso continuó. (Nari, M. 1994, 15-17; Pita, V.1998, 72-82). La publicación de las Actas de estas Jornadas que sumaron a su título original de Historia de las Mujeres el Estudios de Género era un punto de partida de temas, enfoques, problemas y perspectivas para pensar en el esqueleto de una obra colectiva de largo aliento.

Los insumos también abarcaron a otras experiencias de escritura y discusión política, que contenían una abultada historiografía producida desde la década de 1960 en institutos y universidades europeas y norteamericanas. De aquellas producciones, de sus debates y planteos aprendimos que no era suficiente con hacer una historia contributiva, que la incorporación de las mujeres como una subsección o como un capítulo en las narrativas históricas sin problematización contribuía a reforzar los juicios binarios vigentes en los relatos: mujeres versus varones; naturaleza versus cultura, público versus privado, reduciendo a las mujeres a los ámbitos domésticos y su situación dentro de éstos. La historiadora Mary Nash (1982), nos interpelaba con su pregunta acerca de si el estatus de un varón era definido por su lugar en la estructura familiar o por fuera a su contexto económico, político y cultural ¿Por qué era tan fácil hacerlo con las mujeres? ¿Cómo hacíamos para seguir sosteniendo el reduccionismo familiar con relación a las mujeres? Tales interrogantes colaboraban en desnaturalizar los roles y lugares asignados, consolidados en determinadas intersecciones de clase, raza, etnia, género, etc. y tras complejos y ríspidos procesos históricos que involucraron actores y actrices, políticas y decisiones, batallas culturales e ideológicas. Así como la subordinación, la opresión y la exclusión eran fruto de una distribución desigual, violenta e histórica del poder, la historiografía social de cuño anglosajón invitaba a interpelar a las mujeres como sujetos activos, revisando cómo en diferentes sitios y contextos se habían gestado resistencias al poder. Varias décadas de debates sobre cómo ingresaban las mujeres a la historia, alertaban sobre cómo los discursos históricos habían omitido y borrado a las mujeres. Para quienes nos estábamos iniciando en la investigación podíamos reconocer un cúmulo de lecturas, diálogos y debates sobre cómo el interrogante por las mujeres en el pasado interpelaba a las periodizaciones establecidas, a las categorías de análisis empleadas, y los documentos históricos.

Nuevamente Joan Kelly Gadol (1984) nos permitía reflexionar. En su artículo “¿Tuvieron las mujeres Renacimiento?” había colocado en tela de juicio la idea de que este había sido una época de esplendor y progreso para el Occidente europeo. Al analizar cómo se había reforzado el control de la sexualidad de las mujeres, como los márgenes de autonomía en lo económico se habían constreñido y cómo la ideología dominante definía a las mujeres, entendió que el Renacimiento había sido un momento de restricciones y repliegue para las mujeres.

Reflexionar en torno a cómo se habían ido construyendo las periodizaciones, y como estas reflejaban el punto de vista de unos hombres con poder asociados al Estado al poder fue un asunto de consideración entre quienes organizamos los dos tomos de la colección. Como se dejó señalado en la introducción del Tomo I, “la revisión de momentos históricos considerados fundantes de nuevas etapas o ciclos ponía en evidencia la primacía de una visión que encubría y justificaba el avance de un sexo y la opresión del otro” (Gil Lozano et. al. 2000,10). Esta posición implicaba reconocer que las guerras, las revoluciones, los derrocamientos de gobierno, los cambios económicos, etc. debían ser reinterpretados a la luz de las experiencias de varones y mujeres, pues no siempre los momentos considerados como hiatos y sus ecos fueron los mismos para unas y otras. Por ello, además veíamos necesario cuestionar la idea de la homogeneidad de los sujetos históricos e incorporar a la historia, como narrativa, una densidad renovada a partir de la inclusión de nuevas o aggiornadas categorías de análisis.

La definición de la diferencia sexual como una construcción social hizo posible entroncar al género como una categoría que eliminaba toda connotación biológica que el sexo podía haber contenido. El género no era un determinante de la naturaleza sino un producto de la esfera social, política y cultural, y –por ende– de carácter plenamente histórico, tal como la clase y la raza. Entre quienes formamos parte del proyecto de hacer esta colección, reconocimos al género como una herramienta para el análisis de las dimensiones culturales de los discursos y de las prácticas acerca de las mujeres y los varones; una categoría capaz de iluminar aspectos sociales y políticos de las relaciones sociales entre los sexos. La lectura de Joan Scott era ineludible y en los diferentes capítulos esta quedó patentada. No obstante, la comprensión de que el género era una categoría relacional devenía de otra inspiración, la de la historiadora social Gisela Bock (1991). Así, a la par que entendíamos al género como un concepto histórico, un saber sobre la diferencia sexual, conformada en lo cultural, cambiante, y dispuesto para el ordenamiento jerárquico de las relaciones sociales entre los sexos, asumimos su carácter relacional, al hablar de mujeres necesariamente se apelaba a los varones. Pero, a su vez, la dimensión relacional abrió la posibilidad de dudar de fijezas y binarismos, lo que significó dar lugar a los cuerpos abyectos y a la significación histórica de lo trans.

Las evidencias formaron parte también de nuestras preocupaciones iniciales. Mientras definíamos los ejes de la colección y conversábamos con las colegas sobre los posibles temas, surgían preguntas como: ¿habrá fuentes para este tema? ¿se podrá contar con documentación suficiente para este problema? En la medida en que íbamos recibiendo los avances de los capítulos fuimos reaccionando ante la variedad de evidencias con las que se podía contar para hacer historia de las mujeres. La ausencia de documentación oficial sobre los rastros de las mujeres no era total y esa misma ausencia daba cuenta de borrones y jerarquías, de lugares y tensiones. La incorporación de evidencias visuales, requeridas por la editorial, amplió y diversificó la información y abrió las posibilidades analíticas: objetos, dibujos, litografías, acuarelas, libros, tesis universitarias, revistas de todo tipo, fuentes judiciales, testamentos, cantos religiosos, diarios íntimos, boletines oficiales, memorias institucionales, folletos y cartas, entre otras se tornaron en evidencias que registraban testimonios involuntarios, a los que había que interrogar. Desde la experiencia de hacer historia de las mujeres, se aportó metodológicamente a la disciplina al colocar el tema de las preguntas a las fuentes como un aspecto central, más que la disponibilidad positivista de la documentación.

Puntos de encuentro

Al volver sobre la colección es posible ver las trazas de una historiografía que se nutrió de un conjunto de lecturas críticas, trayectorias historiográficas y rutas intelectuales. Los tres ejes en que se subdividió a la misma dan una idea de aquellas. Partir de Encierros y Sujeciones interpelaba prácticas y políticas a través del tiempo y cómo estas cuajaban en dispositivos disciplinarios y normativos sostenidos y resignificados a partir de la organización jerárquica de la diferencia sexual. Los comportamientos normativizados o “socialmente aceptables” para las mujeres, tales como: la obediencia, la educación moral, los sentimientos maternales, la sexualidad pasiva, entre otros, eran constructos donde la filosofía foucaultiana y los análisis Robert Castell y de Judith Butler se filtraban y moldeaban las miradas sobre algunos problemas.

Algo semejante sucedió con el eje Cuerpos y Sexualidad. En este, el foco se posó en discursos y políticas en torno al dominio del cuerpo femenino. Las intervenciones de la medicina científica, las políticas de los hombres de Estado para educar, para hacer trabajar, para ocultar exuberancias, con sus cargas de ansiedad disfrazadas en objetivos de control y protección, colaboraron en la reflexión crítica y contextualizada sobre lo femenino. Pero, a la par, también los artículos reunidos en este eje permitieron divisar no solo procesos de dominación y control sino comprender cómo los cuerpos y las sexualidades resultaban ser lugares de poder, en los cuales no era posible permanecer sin agencia histórica o al menos sin la intención de gestar grietas.

El eje de Luchas y Resistencias dio cuenta de esto e hizo de este eje una instancia privilegiada para la historia social de las mujeres. Los cruces de problemas entre prácticas y discursos de control y sujeción revisados a la luz del interrogante ¿qué hicieron las mujeres para frenar la anulación de su autonomía por parte de los poderosos? abrió la posibilidad de acompañar los márgenes de acción femenina, sus actos de resistencia y de resignificación cotidiana de la dominación en distintos momentos y circunstancias. Esclavas, detenidas políticas, locas, obreras, prostitutas, madres de Plaza de Mayo, matronas, maestras, niñas huérfanas, monjas, habían dejado huellas para pensarlas históricamente por fuera de la supuesta fortaleza de los montajes institucionales y estatales que las habían sometido, las habían ninguneado o negado.

La historiografía social inglesa, en particular la llamada “history from bellow” o “historia desde abajo” hizo próxima una manera de encarar la construcción de relatos históricos desde las experiencias de los sujetos, los hechos y procesos que habían formado parte de las vidas y expectativas de las personas comunes y corrientes, aquellas que no gobernaban, no registraban sus memorias en papeles escritos, no tomaban decisiones de Estado. En esta tradición, las historiadoras feministas habían buscado un sitio, habían impugnado olvidos y borrones, describiendo con densidad experiencias de luchas femeninas, formas de impugnación al poder y demandas por derechos de distintos colectivos femeninos, demarcando a su vez tensiones y disputas de poder entre las mujeres.

Inspiradas en aquella tradición historiográfica, quienes formaron parte del proyecto de Historia de las Mujeres en Argentina comprendieron que las resistencias al poder y las luchas no solo habían encarnado en mujeres notables, sino que formaban parte de procesos cotidianos, subterráneos y anudados a intersecciones de clase, de raza, de origen étnico, de localización geográfica. Tales cuestiones permearon las preguntas sobre la agencia y sobre las formas que adquirió la autonomía política de las mujeres en distintos momentos de la historia argentina.

Dos décadas después, el saldo es sumamente alentador. Hoy existen nuevas referencias académicas y activistas, nuevas preguntas y nuevas perspectivas de interpretación histórica. Algunas de las ausencias que esta obra colectiva porta, han sido resueltas. Otras aún esperan a sus investigadoras. Es imposible desconocer cómo hemos crecido y cómo nos hemos fortalecido como historiadoras de las mujeres, como investigadoras en la perspectiva de género. Algunas de las principales autoridades historiográficas contemporáneas de nuestro campo participaron de la aventura de la colección1. Por su parte, tampoco se puede negar cómo el género se ha estabilizado como una categoría de análisis y una perspectiva en sí misma que no depende de la historia para su legitimidad académica. A su vez, el género en sus usos cotidianos permite resignificaciones y reapropiaciones colectivas impensadas 20 años antes.

La agenda de problemas ha ido variando al diversificarse, complejizarse y encontrar nuevos horizontes. No obstante, algunas de las preguntas y de las referencias teóricas e historiográficas presentes en la colección permiten pensar en unas trazas que han permanecido a lo largo del tiempo. La estabilidad de la categoría de género de raíz scotiana se mantiene entre un nutrido grupo de historiadoras. Así también, las nociones foucaultianas para pensar tanto la sexualidad como a las instituciones y dispositivos estatales siguen presentes. La performatividad del género de Judith Butler se ha amplificado entre los estudios de género.

Algunos tópicos han florecido en estas dos décadas. Los interrogantes sobre la ciudadanía, la ciudadanización, las formas de la política y la política de las mujeres se han tornado centrales, permitiendo contar con una abultada historiografía política para pensar el siglo XX. En el campo de la historia reciente ha pasado algo semejante, la historia engenerizada ha permitido revisar las interpretaciones sobre el estado terrorista, las formas en que las violencias estatales se entrecruzaron con el género. Los estudios sobre la domesticidad conforman hoy un universo de pesquisas renovadas que habilitaron renovadas reflexiones históricas no sólo en torno a cómo desde el poder se intentó disciplinar a las mujeres, recluirlas en lo doméstico sino también cómo en la domesticidad se fueron forjando experiencias e identidades políticas, imaginarios de consumo y de pertenencia de clase y status sociales diferenciales.

Los escritos que tratan sobre el trabajo de las mujeres y sobre las formas de la participación política de las trabajadoras siguen siendo una referencia en los programas de estudio. Sin embargo, y por fortuna, la historia social del trabajo ha virado notablemente en preguntas y posibilidades analíticas que dan una densidad al campo al contar con investigaciones empíricas de peso que han cuestionado exclusiones y omisiones historiográficas. Hoy en día contamos con estudios sobre los trabajos del servir, sobre los procesos de feminización del trabajo, sobre las formas en que las luchas por derechos laborales encarnaron expectativas engenerizada. Los procesos de profesionalización laboral, las formas colectivas y las familiares de trabajo, la construcción social e histórica del salario, las diferentes modalidades de trabajo libre/ remunerado/ contractual/ coercitivo conviviendo en tiempo, entre otros problemas, demuestran corrimientos y consolidaciones.

La dispersión geográfica de las investigadoras y de las investigaciones históricas señalan un crecimiento notable que pone de manifiesto que lo que hace 20 años fue una intención, hoy forma parte de un mundo académico de alcance nacional. Cocineras santafesinas, escritoras de libros de recetas que no cocinan, benefactoras que tutelan en medios rurales, piqueteras neuquinas, migrantes bolivianas en medio de la Patagonia austral, campesinas de surco y cortadoras de caña, tabacaleras, intelectuales y escritoras, cantautoras, pueblan libros y pesquisas armando tramas que enlazan preguntas renovadas y que han dejado atrás gran parte de la carga de los ejes de la colección para pensar –afortunadamente– en otros dilemas.

Notas

1. La colección contó con la participación en el Tomo I de: Judith Farberman, Juan Luis Hernández, Marta Goldberg, Laura Malosetti Costa, Dora Barrancos, Roxana Boixadós, Gabriela Braccio, Lily Sosa de Newton, Alejandra Correa, María Celia Bravo, Alejandra Landaburu, María Gabriela Ini, Pablo Ben, Valeria Silvina Pita. En el Tomo II: Donna J. Guy, Pablo Hernández, Sofía Brizuela,Victoria Álvarez, Mirta Zaida Lobato, Karin Grammático, Raúl Horacio Campodónico, Fernanda Gil Lozano, Karina Felitti, Alejandra Vassallo, Marcela María Alejandra Nari, Fernando Rocchi, Débora D’Antonio, Mabel Bellucci.

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