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Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas

versión On-line ISSN 1851-9490

Estud. filos. práct. hist. ideas vol.23 no.1 Mendoza jul. 2021

 

DOSIER

Variaciones sobre un canon. En torno al comienzo de la filosofía

Variations on a canon. On the beginning of philosophy

 

Carla Galfione

Instituto de Humanidades (IDH)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad Nacional de Córdoba

 

Recibido: 29/09/2020
Aceptado: 12/04/2021


Resumen

Contamos actualmente con un relato medianamente consensuado de la historia de la filosofía académica en Argentina en función del cual se señala un inicio, allá por la década del veinte, marcado por una determinada línea teórica y el protagonismo de algunos profesores. Ese relato deja fuera, sin embargo, otras expresiones de la época que apostaron por diferentes opciones conceptuales. Tomando como referencia la Revista de Filosofía. Cultura, ciencias, educación, que suele no ser considerada por aquellas historias, exploramos hacia el interior de la academia, intentando cruzar ambos elementos. Esa superposición nos permite ver, por una parte, que la revista (autores, temas, referentes) no está tan lejos de la academia como suele pensarse; en segundo lugar, que es difícil, o al menos discutible, desde esta perspectiva de lectura, establecer una línea teórica de corte que permita señalar un inicio para la filosofía en el país y, por último, que resulta insoslayable a una mirada histórica introducir una lectura que dé lugar a los aspectos político-institucionales.

Palabras clave: Filosofía académica; Revista de filosofía; Continuidad; Discontinuidad; Comienzo.

Abstract

At present, we have a moderately consensual account of the history of academic philosophy in Argentina according to which a beginningis made, in the twenties, marked by a certain theoretical line and the leading role of some professors. However, this account leaves out other expressions of the time that bet on different conceptual options. Taking as a reference the Revista de Filosofía. Cultura, ciencias, educación, which is usually not considered by those stories, we explore the interior of the academy, trying to cross both elements. This overlapping allows us to see, on the one hand, that the journal (authors, themes, referents) is not as far from the academy as is usually thought; secondly, that it is difficult, or at least debatable, from this reading perspective, to establish a theoretical line of cut that allows to point out a beginning for philosophy in the country and, finally, that it is unavoidable to a historical look to introduce a reading that gives rise to the political-institutional aspects.

Keywords: Academic Philosophy; Revista de filosofía; Continuity; Discontinuity; Beginning.


 

Hace ya varios años, Foucault recordaba un cambio muy reciente en la historia de las ideas, que él podía mostrar recurriendo a nombres como Bachelard, Canguilhem o Guéroult, que habían llegado a concentrarse en los “fenómenos de rupturas”, reemplazando el modelo de las continuidades. Pero rápidamente agregaba que “esa mutación epistemológica de la historia no ha terminado hoy”, señalando que parecía haber sido “particularmente difícil en la historia que los hombres reescriben de sus propias ideas y de sus propios conocimientos, formular una teoría general de la discontinuidad”1 (Foucault, M. 2002, 19).

Aunque entonces Foucault no lo dijera en estos términos, pensar en la discontinuidad dirige la mirada hacia la cuestión del poder, hacia las presiones o tensiones, para usar términos relativamente neutros, que supone todo intento de establecer la verdad. Y con ello, habilita también la pregunta por todo lo que queda afuera del saber legitimado.
¿Qué pasa con la historia de la filosofía académica o universitaria en la Argentina? Me animo a decir que el escenario es parecido al que miraba Foucault hace cincuenta años: se considera medianamente fechable el momento del inicio, se reconocen sus rasgos más sobresalientes en términos teóricos y se señalan algunos actores fundamentales. La discontinuidad no es un supuesto.

La invitación aquí es a pensar el canon de esta filosofía y un modo de hacernos eco es revisando con detenimiento ciertos elementos de ese momento considerado inaugural, para aportar, en última instancia, elementos que alienten a la revisión de esa continuidad supuesta. No se trata de disputar los privilegios que ofrece estar dentro del canon, sino reconocerlo parte de una serie de causas y azares que podrían no haber existido y cuya existencia puede revisarse a partir de intereses y contiendas de la época, que son de diverso orden. Y reconocemos, en ese marco, que el modo en que elijamos contar la historia de este saber tiene mucho que ver la producción, reproducción y comprensión de los diversos elementos que confluyen en el canon. Se trata de poner el canon mismo entre signos de pregunta, tanto en relación con su contenido cuanto con los recursos variados que lo hicieron posible2. La historia es uno de ellos.

Del mismo modo, me interesa en lo que sigue rastrear algunas pistas para indagar la politicidad propia de las definiciones en juego. Al decir “politicidad” intento desplazar la mirada, atendiendo, no al contenido teórico o conceptual de las definiciones, suponiendo un sistema de reglas más o menos definidas para ese saber, sino al modo y los mecanismos o herramientas que acompañan la institucionalización y sistematización de éste. Desde ahí, la politicidad también puede señalarse en esta lectura.

Avanzando sobre aquella noción de discontinuidad, en lo que sigue voy a focalizar la atención en un momento de cambio. Ese vértice se forma por un tiempo y un lugar que me ofrecen las coordenadas básicas: Buenos Aires, 1912-1925. Ambas referencias y el escenario que señalan, no impiden, sin embargo, que el campo de la visión se extienda a veces más allá.

Sobre esa base reduzco incluso el material de mi investigación, intentando establecer algunos mojones en un trabajo que espera ser de más largo aliento: partiendo de aquella intuición y de algunos diagnósticos que repasaré en breve, me muevo entre dos objetos. Por un lado, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en especial la carrera de Filosofía. Y allí me detengo en lo que puede considerarse el contexto en que se inscribe el discurso filosófico: profesores, materias, en el marco de un plan de estudio, y programas de materias. Por el otro, una revista que vengo estudiando desde diferentes aristas hace tiempo, la Revista de Filosofía. Cultura, ciencia, educación3, que no es una revista institucional, pero en la que escriben algunos profesores de la carrera y se abordan algunos temas de aquellas materias. La Revista, así como su director, José Ingenieros, me sirven de apoyo para tensionar mi lectura de la carrera4.

Una breve referencia a algunas lecturas vigentes de la historia de la filosofía me permite dar cuenta de las razones pendientes que me llevan a considerar ese material y esta indagación. En un artículo reciente, dice Patricia Funes: “en el momento de la creación de la FFyL existía solo una cátedra de Filosofía. De la mano de médicos o abogados, los estudios filosóficos (considerados en una definición muy laxa) discurrían por el sendero de las lecturas de Spencer, Comte y Stuart Mill. Un parte aguas fue la visita magistral de Ortega y Gasset en 1916, que dictó en las aulas de FFyL un seminario sobre Kant. En esos cursos se escuchaban autores y planteos de Cohen, Cassirer, Husserl, Simmel, Meinong, Brentano, Windelband, Rickert, Driesch, Scheler5. La prédica de Ortega acercaba a la filosofía contemporánea, tarea de actualización que se complementaba con la difusión y circulación de los filósofos alemanes a través de la Biblioteca de ideas del Siglo XX y la Revista de Occidente. En un camino no lineal convergen la renovación de la enseñanza, el estudio y la circulación del conocimiento filosófico, por un lado y una lenta diversificación, racionalización y profundización del peso institucional de los estudios filosóficos en la FFyL” (Funes, P. 2018, 193).

Con un tono similar se expresa Clara Ruvituso, aunque agrega algunos elementos importantes:

El desarrollo de una nueva sensibilidad antipositivista y la constitución de las humanidades como disciplinas autónomas en las universidades se concretizó con la Reforma universitaria de 1918. Este impulso renovador propició la recepción de nuevas corrientes de pensamiento, especialmente de la filosofía alemana. En este proceso, jugaron un rol importante los filósofos españoles como ‘mediadores’ y desde la Argentina los ‘viajeros’ y los ‘lectores’ (Ruvituso, C. 2015, 48).

Más adelante agrega precisión a su lectura: “los filósofos coincidían en un punto fundamental de la Reforma Universitaria: ésta debía ser una reforma espiritual, un cambio en la manera de pensar de las nuevas generaciones que debía influir en la renovación cultural nacional, desde el punto de vista antipositivista y antiutilitarista” (Ruvituso, C. 2015, 50).

Hay varios elementos en común: 1916 y 1918 como mojones, que invocan de paso acontecimientos ajenos al campo, algunas figuras que esbozan un escenario de circulación y sociabilidad, y un cambio importante al nivel de las ideas filosóficas dominantes. En ambas lecturas, se deja en claro que hubo entonces una transformación: de un lado, el de la novedad, quedaría establecida la base de la nueva concepción del saber filosófico, autores, instituciones e ideas; del otro, las viejas expresiones a las que la novedad se oponía.

Esas lecturas posibilitarán afirmar, como lo hace Mauro Donnantuoni, que

el movimiento de reacción contra el positivismo (…) ha sido pensado por la tradición filosófica argentina como un momento ‘fundacional’ en su propio desarrollo interno ya que representaba el nacimiento de los estudios serios en el país y la consagración de la filosofía como actividad autónoma y privilegiada al interior de la cultura nacional6 (Donnantuoni, M. 2014, 2).

No obstante, esas representaciones, lo advierte inmediatamente este autor, son deudoras de la herencia recibida de los actores involucrados en ese “movimiento antipositivista”, actores que concentraron buena parte de su esfuerzo filosófico y de autodefinición teórica en el cuestionamiento de la corriente que le habría precedido.

En este sentido, no me interesa dejar de lado esas lecturas. Me sirve, en cambio, reconocerlas y señalarlas también, en este punto, como expresión de una condición histórica, de un modo de hablar de la historia de la filosofía en la Argentina que responde, no sólo a las autoridades que erigen como poseedoras de herencias a testamentar, sino también a los rasgos que adquirió ese saber y su historia de hecho, de las reglas de la filosofía académica. Una filosofía que naturaliza sus reglas como condición.

Parándonos cerca de Foucault, podemos recordar lo que supone toda definición de un saber: una serie de reglas que establecen los términos de lo decible, un conjunto de condiciones de verdad. En ese marco, indagar sobre la filosofía académica en Argentina es preguntarnos por su marco de existencia y de sentido, sobre sus posibilidades y restricciones, sobre su lenguaje, sus autores y doctrinas, sobre sus sociabilidades y proyectos, sobre sus instituciones. Y aquí también podemos preguntarnos sobre sus fronteras, y eso es lo que está a la base del material que escogimos para este trabajo.

Como recordamos con Donnantuoni (2014), el discurso fundante de esta filosofía elaboró una definición de sí que tenía como rasgo principal la negación del positivismo. Según aquella, en esa tradición no se encontraba filosofía y por esto no resultaba un interlocutor válido. Y es probable que aquí radique la mayor potencia del antipositivismo: en ese ejercicio de definición negativa. No había vínculo posible con el positivismo, con excepción de la negación. Así comienza la historia de la filosofía en el país. Y si todo aquello, de revisar las reglas y condiciones con minucia, está aún por hacerse, el recorrido de una investigación de más largo aliento nos sitúa ahora en este ángulo: en el encuentro de dos líneas que se presentan como antagónicas, suponiendo diferencias teóricas que se pretenden evidentes. No discuto esas diferencias, al contrario, aunque aceptarlas supone advertir la profundidad e implicancia del cambio que se produce. Me interesa, por ahora, remitirme al cómo de esa transformación, reconocer alguno de los elementos que participaron del juego y la hicieron posible.

1. Primera variante: la Revista de filosofía

Como dije, desde hace tiempo estudio la Revista, la he analizado en conjunto y también diseccionado en función de motivos medianamente aislados y en cada abordaje he partido de una evidencia, pero era también una interrogación: la Revista de Filosofía ha sido poco estudiada7. Una publicación que duró catorce años, que reunió a más de doscientos autores, que publicaba seis números al año de más de ciento cincuenta páginas cada uno, que fue creada y dirigida por una figura tan importante para la cultura, el reformismo y el discurso latinoamericanista como lo fue José Ingenieros, una revista de esta envergadura, ¿por qué no fue estudiada? ¿Por qué no aparece por lo general mencionada en la lista de las revistas que en la época tejieron el clima de una intelectualidad porteña conmocionada por las condiciones que presentaba el mundo y el país y buscaban dirigir la cultura desde sus páginas? Si a menudo he reconocido en esa ignorancia más un incentivo a estudiarla –ávida, como indican las reglas de nuestra investigación científica, de novedad, primicia, “originalidad”–, ello ha sido a condición postergar la pregunta a un segundo plano, en el que, sin embargo, se va reuniendo un sedimento, base de algunas hipótesis. Este trabajo avanza a paso lento en esa dirección.

Si en otros trabajos indagué en torno a la Revista y los desarrollos conceptuales que propone, aquí me interesa pensarla en relación con la carrera de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, que junto con la de la Universidad de La Plata, pero incluso más que ésta, es señalada como la cuna de la disciplina8. Partiendo entonces de esos análisis y de la certeza de que el eje conceptual central de la Revista coincide con lo que se suele señalar como superado al decretar el inicio de la filosofía en el país, me interesa pensar la publicación en relación con esas condiciones institucionales. Aquí encontramos los nudos de sociabilidad sobre los que se construye y legitima el saber: autoridades, cargos, trayectorias, que, si por momentos me alejan del discurso filosófico propiamente dicho, creo que, a fin de cuentas, contribuyen a explicar parte de su despliegue y permiten reconocer algunos elementos que sirven para pensar lo que también Foucault invita a mirar: el vínculo del saber y el poder.

Como dije, la Revista presenta una importante complejidad, a simple vista, por la cantidad de autores que reúne, pero también por la variedad de temas sobre los que tratan sus páginas9. En ese sentido, una aproximación general a ésta nos obliga a tomar algunas decisiones para limitar u ordenar, en parte al menos, esa diversidad y extensión. En sus páginas, en la sección dedicada a artículos, que es la más extensa de cada número, se reúnen tanto artículos escritos y enviados para ser incluidos en esos números, como reproducciones de trabajos publicados en otras revistas del país, de América Latina y de Europa. Del mismo modo, según el número, porque ese formato fue variando con los años, hay otras secciones destinadas a análisis y comentarios de libros y revistas. Los artículos, que salvo escasas excepciones, llevan el nombre de su autor, consignan también la procedencia institucional de éste. No ocurre lo mismo con los comentarios de libros, en los que en general no figura referencia del autor, algo que hace suponer la autoría de la dirección.

En esa variedad, a la hora de reconocer a los autores de la revista, parece importante hacer un recorte o selección en función de algunos criterios generales. En este caso, tomo principalmente el de la cantidad de artículos con los que participan. El número de veces que un autor publica allí permite reconocer la mayor o menor cercanía de éstos con el proyecto, es decir: en qué medida los autores encontraban en la revista una vía valiosa para difundir sus posiciones y aquélla reconocía en estos autores posiciones que le interesaba difundir. Si bien no interesa aquí hacer un análisis del contenido de los artículos, sabemos que no todos los textos publicados son del mismo tipo y coinciden con la posición de su director; hay polémicas en sus páginas y en diversas oportunidades la inclusión de un artículo es, precisamente, la posibilidad de explicitar las diferencias. En otros trabajos me he concentrado en esos debates y me apoyo en esas indagaciones para hacer este recorte.

Considerando todos los años que duró la revista, obtenemos un número medianamente acotado de autores, como lo muestra el siguiente cuadro:

* Hay varios casos en los que la procedencia institucional que se señala no corresponde con la que efectivamente tenían los autores en el momento en que se publicaban sus textos, o no agota todas las inscripciones de esos autores en las universidades argentinas. Consigno, sin embargo, esta información tal y cómo acompaña cada nombre de autor en la Revista, respetando esa inclusión y confiando en que también dice mucho de la apuesta de la publicación.

** Quesada es un caso excepcional en esta lista. Parte importante de los nueve trabajos que publica, en particular aquellos referidos al pensamiento de Spengler, son reproducidos en la revista acompañados con un comentario crítico. Su inclusión no muestra una cercanía de ideas, sino la posibilidad de explicitar diferencias con una línea de pensamiento bastante desplegada en la época y de la que Quesada es su principal difusor. Me he ocupado en otro trabajo de este asunto en particular en “Sentidos del americanismo: debates en torno a Spengler y sus aportes para pensar el lugar de América en la historia” (Galfione, C. 2020).

Si cruzamos esta información con las condiciones que presentaba la carrera de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, podemos señalar especialmente algunos nombres: Bunge, González, Ingenieros, Laclau, Maupas, Mouchet, Quesada, Rivarola. Si nos concentramos en éstos, el número se reduce bastante, de veintitrés autores muy frecuentes, sólo ocho eran o fueron profesores de alguna materia de la carrera de Filosofía en FFyL-UBA. Aunque, de aquel total, otros fueron profesores en diferentes facultades o universidades del país. Entre estas últimas se destaca la de Córdoba, sobre todo porque Raúl Orgaz es uno de los autores más habituales, y La Plata, que aporta también nombres relevantes. De cualquier manera, no me interesa aquí un análisis cuantitativo. Lo que muestra este cruce es, simplemente, que existía un vínculo entre la revista y la carrera de Filosofía que se acababa de crear en la UBA. Esto se consolida si ampliamos la mirada y reconocemos que casi todos los docentes de la carrera tuvieron algún vínculo con la publicación, un artículo, una reseña o un comentario a sus trabajos; algo que la sola valoración del número de artículos opaca10.

2. Segunda variante: la carrera de Filosofía

Si ahora miramos qué pasaba al interior de la carrera de Filosofía, se advierte que se trata de una época signada por sucesivos cambios y ajustes en los planes de estudio. Así, puede verse que el plan que sirve de eje a la carrera de Filosofía en estos años data de 1912, en que el decano de la Facultad, Norberto Piñero, distingue las carreras de Letras, Historia y Filosofía, estableciendo un plan de estudios particular para cada una de ellas11. En 1920, durante el decanato de Alejandro Korn, se agregan algunas materias, y se modifica la definición de algunas de las existentes, como ocurre con la separación de Ética y Metafísica, pero se mantiene, explícitamente, el “espíritu humanista” del plan, siendo éste un tema frecuente en los debates sobre la modificación (RUBA, 45, 851). En 1925 se produce otra modificación del plan, y en parte esa es una de las razones por las que interrumpimos aquí nuestro trabajo.

En el período que estamos revisando, las materias de la carrera son las que siguen:

Si observamos la nómina de profesores de la carrera entre 1912 y 1924, con esas modificaciones, encontramos el siguiente esquema: Rómulo Martini, Aníbal Moliné, Ricardo Cranwell, Teófilo Wechsler y Francisco Capello, son docentes de las materias clásicas. El resto de los profesores se distribuyen del siguiente modo:

*No he podido acceder al listado de profesores de 1915. Sin embargo, como se ve comparando 1914 con 1916, es probable que los nombres sean los mismos. Del mismo modo, no cuento aún con información referida al lapso que va de 1920 a 1923. Advierto, además, que incluyo aquí sólo las materias dictadas por profesores de la carrera de filosofía, no aquellas, como Historia argentina o Literatura Argentina, en que los docentes son de otras carreras.

**Hasta 1917 el plan de Filosofía incluye “Historia Universal 1”. En 1917, sin que haya habido un cambio de plan e invocando el de 1912, se reemplaza esa materia por “Historiología”. Dellepiane sigue siendo el profesor.

 

A juzgar por esta información, puede verse una constante desde 1912, aunque varias de las materias que consideramos del tronco filosófico ya estaban vigentes antes de ese plan. En esos primeros años se observa el predominio de autores vinculados a la revista de Ingenieros y expresiones próximas a esa línea teórica. Algunos de ellos, Matienzo, Piñero y Bunge, son referentes del grupo generacional que fundó la FFyL, y en torno al cual el mismo Ingenieros habría dado sus primeros pasos en la Universidad.

Del mismo modo, el plan de estudios, tanto el del 1912 como la modificación de 1920, evidencia la porosidad de los estudios filosóficos respecto de otras disciplinas, y, en particular, con saberes consagrados como “científicos”. Así se observa si tenemos en cuenta la constante presencia de materias como Psicología o Biología, aunque no debemos perder de vista la cantidad de materias de formación clásica y, en particular, la novedad que supone en 1920 la incorporación de Literatura castellana e Historia Argentina.

Conviene mirar también qué docentes estaban a cargo de las materias y qué modificaciones se operan. Revisando este aspecto, se puede señalar que, en la mayoría de los casos, el recambio responde, o bien a renuncias por jubilación, o bien al fallecimiento de los docentes a cargo12. Es el caso de Bunge, de Piñero, Rodríguez Etchart, Rivarola, o de Morel13. Ahora bien, hay otros, profesores, como Ingenieros, Maupas o Quesada, que se alejan de sus cargos por diferentes razones. Cada uno de esos casos presenta características particulares, pero me interesa destacar los de Ingenieros y Maupas14.

Si el recambio es, en la mayoría de los casos, generacional –en el sentido biológico del término–, y/o producto de una racionalización institucional, no ocurre lo mismo con Ingenieros. Luego de haber ocupado distintos cargos como docente, de Psicología, de Historia de la Filosofía (suplente) y de Ética y metafísica (suplente), y de haber sido un miembro activo de la vida institucional y el Consejo de la Facultad en el año de la Reforma, siendo designado vicedecano entonces, presenta su renuncia en octubre de 191915. En las actas del Consejo no se explicitan las razones de esa renuncia, como sí ocurre en otros casos. Pero hay elementos que dan cuenta de ciertas tensiones en el contexto: en particular, la discusión surgida en la sesión anterior a la de la renuncia, en relación con el desempeño del tribunal actuante en la selección del profesor de Griego. Ricardo Rojas objetaba entonces el desempeño de ese tribunal. Ingenieros, siendo uno de los evaluadores, como parte del Consejo, rechazó la objeción y citó como contraejemplo la designación reciente de Alberini como suplente del segundo curso de Psicología. Según Ingenieros, allí se habría utilizado el mismo procedimiento, sin ocasionar, no obstante, cuestionamiento alguno (RUBA, 1919, 42). La discusión se cerró y el Consejo desestimó la impugnación de Rojas, designando al profesor señalado por el tribunal: Leopoldo Longhi. En la sesión siguiente, dijimos, Ingenieros presentaba la renuncia a todos sus cargos en la FFyL, incluido el de vicedecano. Ese mismo Consejo elegía inmediatamente a Rojas en su lugar, para acompañar a Korn hasta el fin de su mandato. El mismo Rojas sería, luego, el sucesor de Korn en el decanato16.

Leopoldo Maupas, por su parte, fue un articulista muy frecuente en la Revista, y, aunque dedicado siempre a la lógica y a la epistemología, sus textos y su frecuencia dejan ver una proximidad importante con Ingenieros. Como queda plasmado en el cuadro, fue profesor de Lógica en la FFyH, primero suplente y luego a cargo, reemplazando a Matienzo en el 18. Allí se mantuvo hasta 1921 en que decidió alejarse del ámbito académico y de la Argentina. Si bien fue un ferviente impulsor de la Reforma universitaria, parece no haber quedado conforme con los resultados (cfr. Pereyra, D. 2008, 90). Tal como puede leerse en un artículo publicado en Verbum, de 1920 (Maupas, L. 1920), sus críticas se dirigen al modelo de universidad que se estaba creando: la universidad, decía, no tiene profesores en un sentido especial de la palabra, profesores que sepan investigar y que oficien de directores intelectuales. A su juicio, la Reforma no habría cambiado más que la superficie y el problema seguía vigente.

Ese perfil científico era el que iba modificando con el correr de los años, con las muertes, jubilaciones y renuncias de sus profesores. Paralelamente, ingresaban nuevos docentes. El caso de Coriolano Alberini es muy significativo. En la sesión del 3 de septiembre de 1919, Alberini es designado por el Consejo, por concurso, profesor suplente de Historia de la Filosofía; el 17 de ese mismo mes es nombrado profesor suplente en el segundo curso de Psicología, del que Rodríguez Etchart era titular17. Alberini también fue consejero del Consejo de la Facultad desde mediados de octubre de ese mismo año. El 12 de mayo del año siguiente, obtiene el cargo de profesor titular en Introducción a la Filosofía. Un año después, en julio de 1921, cuando Rivarola pide licencia en su cargo en Ética y Metafísica, proponiendo a Maupas como reemplazante, el Consejo acepta la renuncia pero no se pliega, sin embargo, a la recomendación, y señala a Alberini para ese puesto18. Es probable que la cantidad de cargos docentes sea la causa de su renuncia inmediata al cargo en Historia de la Filosofía. Ese escenario se completa si recordamos que es Alberini quien acompaña a Rojas en el decanato desde 192119.

Al focalizarnos en las materias y sus programas, no encontramos algo diverso a lo que venimos viendo: el cambio se opera de la mano del movimiento de docentes y es paulatino. En la estructura del plan de estudios y los contenidos de las materias, avanzada la década del 20, no se reconocen transformaciones importantes ni bruscas. Así, por ejemplo, los programas de Psicología desde 1912 hasta 192420, despliegan una concepción experimental de la materia, en sintonía con los desarrollos de la fisiología y muy vinculada con la medicina. Sus contenidos se concentran en el análisis de las funciones sensoriales y cognitivas de los individuos y las capacidades de inserción de éstos en el medio. En 1924, el programa de Alberini es más conceptual, distanciándose mucho de aquel modelo experimental. Pero el año siguiente se observa una modificación más radical: el programa del segundo curso de Psicología, a su cargo, lleva por subtítulo “Las teorías psicológicas de Bergson”. La materia no sólo versa en torno a un solo nombre, sino que la elección de éste concentra la mirada en las antípodas del modelo experimental. Esa línea se mantendrá en los años siguientes, aunque sin el subtítulo. En 1929 el programa aparece con un nuevo subtítulo: “psicología de los valores”. Puede ser interesante notar que este perfil recorre sólo el segundo curso de Psicología, mientras que el primero, aún con modificación de los docentes a cargo, conserva durante todos esos años su vínculo estrecho con la psicología experimental21. Esta distribución responde, sin dudas, a una decisión.

A comienzos de 1918, Jakob presentó un proyecto para reglamentar las diferencias de contenidos de los dos cursos de Psicología. El debate en torno al proyecto fue largo y las posiciones no exactamente opuestas. La propuesta de Jakob tendía a modificar la ordenanza de noviembre de 1907 en que se creaba ese segundo curso en continuidad con el primero. La razón central de esta iniciativa era diversificar los métodos de enseñanza de la psicología, de manera que no todo estuviera centrado, como venía siendo, en la psicología experimental. La Comisión de Enseñanza del Consejo de la Facultad apoyó esa propuesta. Su vocero, Alejandro Korn, decía reconocer que la psicología experimental no lo agotaba todo: “las grandes y verdaderas emociones del espíritu –afirmaba entonces- aún no han sido analizadas en el laboratorio” (RUBA, 1918, 39, 361). En el mismo sentido se expresaba Horacio Piñero que decía haber propuesto ya en 1907 precisamente esto: la habilitación de una cátedra de “psicología filosófica”, sin que ello hubiera sido atendido entonces por la conducción de la Facultad, que, en cambio, había optado por “programas subordinados y complementarios” para los dos cursos de psicología. Y abogaba por una redacción de nuevas reglamentaciones que garantizaran la percepción de los dos cursos como “perfectamente independientes y paralelos” (RUBA, 1918, 39, 366). Es explícita su opción por la psicología experimental, pero con ella advierte que es preciso también el estudio de la psicología “en el mundo de las ideas con su método propio” (RUBA, 1918, 39, 366), que obtiene información de la historia, de la lingüística y del arte, entre otras fuentes.

Rivarola, decano entonces, se opuso a la reforma, arguyendo que sería más pertinente el reemplazo de ese segundo curso por uno de filosofía general. El debate, lo dijimos, es largo y en verdad queda opacado por la reforma de estatutos que atraviesa ese convulsionado año universitario. Parte de ese debate ronda en torno a la conveniencia o no de condicionar a los docentes con algunos contenidos mínimos de las materias, que dirijan sus actividades pedagógicas. Con todo, lo que nos permite observar es que las oposiciones no son claras y no hay una defensa a rajatabla de ninguno de los modelos, ni el experimental ni el espiritualista.

Asimismo, puede verse el afianzamiento lento de la filosofía de Kant, que sin embargo convive con expresiones próximas al naturalismo, con Spencer o con Wundt, como se advierte en el programa de Rivarola para Ética y Metafísica, o con lecturas críticas como la de Foulliée, un autor que resulta figura recurrente en esos programas22. Sin duda, como lo hace notar Jorge Dotti (1992) en su estudio sobre la recepción de Kant, el mayor protagonismo de Kant se logra de la mano de Juan Chiabra, que reconocemos a cargo de Ética al menos a partir de 1924. El programa de ese año estipula que una hora, de las dos que le corresponden a la materia, estará destinada para la lectura de la Crítica de la razón práctica. Pero inmediatamente, el año siguiente, la centralidad del filósofo alemán se hace más patente. El programa de Ética ofrece una historia de la ética, que pasa por la “antigua” y la “medieval”, para aplicarse luego a la “prekantiana”, kantiana” y “poskantiana”.

Se ve también un acompasado acrecentamiento en la frecuencia con que aparecen nombres como los de Bergson o Croce, pero que, sin embargo, como evidencia el programa de 1924 de Filosofía Contemporánea, a cargo de Korn, conviven con Le Dantec o Haeckel, dos referentes del biologicismo y evolucionismo que se venían estudiando desde hacía varios años. El programa que el mismo Korn presenta ese año para Gnoseología y Metafísica cuenta con cuatro autores en su bibliografía: Kant, Spencer, Bergson y Croce. El nombre de Spencer es abandonado paulatinamente. La propuesta de Korn para esta materia se fue desplazando y simplificando hasta contener, en 1926, sólo siete puntos, con títulos muy escuetos: 1. “El positivismo”, 2. “El cientificismo”, 3. “El pragmatismo”, 4. “Bergson”, 5. “Croce”, 6. “Rickert”, 7. “Corrientes místicas”. Al año siguiente figura Jacinto Cuccaro como docente a cargo de la materia y el programa simplifica más aún el esquema: Vico, Croce, Gentile.

En esa misma línea puede reconocerse que el nombre de Bergson está presente en varios programas desde 1914: el de lógica, a cargo de Matienzo, destina una unidad al “examen crítico de las doctrinas de Herbert Spencer, William James y Henri Bergson acerca de la naturaleza, formación y función del conocimiento” (Programas, 1914, 23); del mismo modo, el de Estética, incluye en la unidad IV la “estética mística de Bergson”; y el de Historia de la filosofía, a cargo de Korn, dedica la séptima unidad al estudio del filósofo francés.

3. Variaciones sobre el comienzo

Con este recorrido, podemos volver a pensar el vínculo entre antipositivismo e inicio de la filosofía. Si, como dijimos, la carrera de Filosofía se distingue de las otras que ofrece la Facultad a partir de 1912, por iniciativa de Piñero, y si, del mismo modo, quienes estaban al frente de las cátedras inicialmente se fueron retirando como producto del paso del tiempo y el avance de la edad, me inclino más a pensar que el abandono del positivismo tuvo motivos de diversa índole y que exceden una visita y algo así como un destino inscripto en la misma disciplina.

En el repaso que hice hasta aquí, podemos reconocer la convivencia medianamente armónica entre dos modelos teóricos diversos en esos primeros años de la carrera. Pudimos ver varios puntos de encuentro entre las características que presentaba aquella y la Revista, que nos hacen pensar que no se encontraban en posiciones excluyentes. Esos dos escenarios comparten personajes que ocupan en ambos posiciones importantes. Pero también las opciones teóricas adoptadas tienen sus puntos de reunión, el contenido de los programas y la orientación de muchas materias reflejan preferencias que las mantienen en proximidad con la Revista. Del mismo modo, los cambios en la institución son paulatinos. Así, podemos, por ejemplo, ver a Korn mucho más cerca de Ingenieros que de Rivarola, aunque este último tampoco esté muy lejos de aquel. Si sus opiniones son encontradas en relación con la Reforma, también es cierto que Rivalora propone a Maupas, una figura muy próxima a Ingenieros, para que lo reemplace en 1921. Podemos reconocer el apoyo que ofrece Korn al proyecto de Jakob, así como el hecho de que nadie discute en esos años la importancia de una materia como Biología en el plan de estudios de la carrera.

Encuentro, sin embargo, un elemento de otro orden que llama la atención y agudiza la vista: la renuncia de Ingenieros, el ascenso político de Rojas y el protagonismo académico de Alberini. Sin haber ahondado en ese meollo, parece sugerirse en ese movimiento un cambio importante a nivel institucional que podría tener sus ecos en el desarrollo de la disciplina. Porque, si revisamos el cuadro de los profesores, pueden observarse modificaciones importantes en la columna de 1924. Hay varios docentes nuevos: Alberini, Chiabra, Franceschi, Cuccaro, Ramos, Barrenechea23. Igualmente, la consideración de los programas también permite señalar un cambio marcado en los primeros años de la década del 20. Aunque los nombres de Kant y de Bergson estaban presentes al menos desde el 14, se vuelven ahora autores protagónicos, de la mano de otras corrientes de la época como el idealismo italiano o, en menor medida, el neokantismo.

En relación con la renuncia de Ingenieros, hay pocos estudios que la analicen o avancen en su explicación. Entre esas escasas referencias, se destaca la de Ponce. Él sostiene que su maestro habría abandonado la universidad, “por no complicarse en las sucias intrigas con que la política corrompía a la Reforma”. Ponce recuerda el paso de Ingenieros por la Facultad de Filosofía: a cargo de Ética, reemplazando a Rivarola en una breve ausencia, en 1917, había dictado sus lecciones sobre Emerson. Allí, como luego haría en Proposiciones, publicado en 1918, y años después en sus críticas a Kant, uno de los rasgos principales de su propuesta era el vínculo de la filosofía con “la vida de la política y los vaivenes del movimiento social” (Ponce, A. 1948, 126). Con todo, a su juicio, Ingenieros habría expresado, teóricamente, un espacio intermedio entre el “positivismo expirante” y el “espiritualismo naciente” (Ponce, 1948, 122). Aunque con diferencias importantes, era pensable para Ponce ese tránsito, que no implicaba, sin embargo, renuncia alguna a ciertos presupuestos básicos24.

Si bien la denuncia de Ponce sobre las intrigas de la política universitaria, avanza mucho más allá de lo que hemos recorrido, es claro al revisar las actas del consejo que, efectivamente, las diferencias explícitas tuvieron que ver con cuestiones institucionales, sin que ello niegue las diferencias teóricas. Pero más allá de Ingenieros y Rojas, pareciera que el discurso de la filosofía universitaria antipositivista comienza a ganar terreno lentamente luego de 1920, cuando algunos de sus defensores cuentan con poder político al interior de la Facultad.

Más allá de estos datos y de esta lectura, que seguramente podría ampliarse y profundizarse, lo que este recorrido permite pensar es un conjunto de elementos heterogéneos que parecen ser la base sobre la que se construye una determinada definición del saber filosófico en el país en sus primeros años de institucionalización. Si, fijando la vista, captamos una imagen fotográfica de lo que ocurría en las aulas, vemos que la coincidencia de nombres, temas y perspectivas con la Revista de Filosofía es frecuente. Y, con ello, observamos también su convivencia con profesores y expresiones teóricas diversas y poco coincidente que poco a poco van ganando más terreno. Se reconocen novedades pero nunca cambios bruscos.

Si ampliamos la mirada, explorando la porosidad de los conceptos, quizás allí sí podamos ver ese cambio más contundente que implica la renuncia de Ingenieros y la referencia que ésta trae, si seguimos la lectura de Ponce, a las transformaciones políticas institucionales.

En ese sentido, la apuesta de esta perspectiva que intento desarrollar es doble. Por una parte, propongo volver al escenario de las definiciones y ver cómo se jugaban ahí las tensiones conceptuales a las que el calificativo de “anti” suele invocar, negándolas al mismo tiempo25. De lo que se trató aquí fue de preguntarnos por esas definiciones: qué había allí, qué líneas teóricas se encontraban y se desplegaban26. Por la otra, inscribir esas posiciones u opciones teóricas en el escenario político que ofrece la FFyL de la UBA en ese tiempo e indagar qué elementos fueron objeto de discusión y decisión.

Si, evitando partir de una idea definida, exclusiva y canónica, acerca de la filosofía universitaria en el país, pudimos reconocer la variedad teórica que se reúne, evitando esa misma definición podemos sugerir también que los cambios teóricos a nivel institucional tuvieron que ver con movimientos y tensiones no filosóficas, o al menos no sólo filosóficas. Se trata de ensayar una mirada sincrónica, horizontal27, que permita desandar una imagen construida de la filosofía en el país, no para cuestionar su triunfo final o sus logros, sino para reconocer su sentido histórico, su no necesidad, su devenir en vínculo estrecho con elementos no filosóficos. Haciendo este recorrido encontramos algunos elementos institucionales y algunas prácticas que participan en la diferenciación de posiciones de una manera más contundente que los elementos conceptuales. Y desde allí puede pensarse que las diferencias radicales entre los dos modelos teóricos son producto de la construcción de un relato posterior acerca de la historia de la filosofía, un relato que se va elaborando, nos animamos a hipotetizar, de la mano de la cimentación de una base institucional que le da vida y legitimidad.

Nuevamente, si bien pueden notarse diferencias teóricas importantes en las definiciones de los años que abordamos, ellas no se marcan entonces como oposición, ni se practican institucionalmente de manera excluyente. El antagonismo, en cambio, es parte de un relato que en su misma construcción deja ver el modo como piensa la filosofía y su historia: como expresión exclusiva de ciertas ideas con desarrollo autónomo y continuo. Evitamos entonces la tan cuestionada prolepsis, el hecho de partir de una definición de filosofía, e intentar revisar el pasado rastreando en dónde estuvo o por dónde pasó. Evitamos no tanto la falta de rigor o coherencia que ésta pueda acarrear sobre nuestra lectura, sino el efecto que tiene sobre nuestro presente, sobre el sentido presente de la filosofía.

A distancia de esa definición, reconocer el carácter paulatino del cambio, nos invita a revisar aquella idea de inicio de la filosofía. Pero junto con esto, nos permite reconocer que aquello que era y es la disciplina estaba en movimiento permanente de definición y revisión, aunque ese movimiento fuera lento y acompasado; que lo que se entendía por “filosofía”, su campo de incumbencia, sus autoridades, sus reglas, iba cambiando con el tiempo. De ese modo, un trabajo atento a estos detalles nos permite no sólo historizar el canon, es decir, reconstruir la amplia variedad de átomos que se fueron articulando hasta llegar a una definición, sino advertir que esa definición simplificó y hasta negó esa variedad que le es constitutiva28.

La “historia oficial” de la filosofía, como la llama Rabossi (2008) en términos más o menos generales, supuso en nuestras academias el señalamiento de un momento inaugural como condición. Esa indicación no sólo daba centralidad a una línea teórica, coherente con la que sus historiadores desplegaban, sino que convertía la historia de la filosofía argentina en un objeto que se expandía homogéneamente en una dirección y con absoluta autonomía. No avanzamos aquí con el análisis de ese discurso, ni nos interesa ahora hacer su crítica. Lo que observamos al pararnos en estas fronteras, al volver a mirar ese momento que se concibe como inaugural, es que hay otros elementos que complejizan necesariamente esa lectura.

Con los vaivenes teóricos podemos ver un juego de cruces de autoridades y fuentes, que nos hablan de las tensiones teóricas y el cambio como cualidades propias de la constitución histórica de un saber. Pero encontramos además otros elementos que nos invitan a preguntarnos por la existencia de otros factores en juego: si hubo cambios, si fue construyéndose una historia oficial de la filosofía, ello fue posible no sólo por el desarrollo de ciertas ideas que pudieron mostrarse más verdaderas para algunos, sino también porque sus portadores ganaron terreno a nivel institucional. O dicho de otra forma: para hacer una historia del canon, parece necesario salirse de las reglas de canon.

Notas

1. Esa idea es completada con otra que es difícil soslayar: “si la historia del pensamiento pudiese seguir siendo el lugar de las continuidades ininterrumpidas (…) esa historia sería para la soberanía de la conciencia un abrigo privilegiado” (Foucault, M. 2002, 20).

2. Quizás no esté de más aclarar que al decir “canon” nos valemos de sus dos acepciones más comunes: como lista de obras, autores y temas, pero también como regla, precepto o modelo. No creemos que estos dos sentidos sean contradictorios, sino que, al contrario, es interesante pensar la complementariedad de ambos, prestando atención a los criterios que subyacen al catálogo. Se puede consultar “Presentación: cinco respuestas a un desafío”, González, M. C. y Stigol, N. 2010.

3. En adelante: Revista.

4. Debo aclarar que en alguna medida las opciones en lo que hace al material de archivo de este trabajo estuvieron sujetas a las condiciones creadas en el país por el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (covid-19).

5. Se incluye una nota que señala a Alberini, “La filosofía alemana en Argentina”. Problemas de la historia de las ideas filosófica en la Argentina. La Plata: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1966, 61. El original es de 1930.

6. Probablemente sea pertinente detenerse en el carácter privilegiado que se señala allí y que constituye el centro de interés de Donnantuoni (2014), cuestión también planteada por Funes. Volveremos brevemente sobre ese punto al final del artículo.

7. Y cuando lo ha sido, como el trabajo con el que Luis Rossi introduce la edición de una selección de textos, ha sido para demostrar, a partir de la noción romeriana de “normalidad filosófica”, su escaso carácter filosófico (Cfr. Rossi, L. 1999).

8. Uno de los autores que marcaron una fuerte línea de lectura en este sentido, en clave de historia de la filosofía en Argentina es, sin duda, Luis Farré. En uno de sus libros leemos lo siguiente: “La fundación de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, la visita de ilustres pensadores extranjeros y, sobre todo, un intercambio cultural más intenso y diversificado con Europa, progresivamente ampliaron nuestra cultura filosófica”. Y, tras desplazar a Korn por reconocer sus deudas para con el positivismo agrega inmediatamente: “La plena superación –del positivismo- tenía que proceder de otras partes; de hombres que, mejor imbuidos de los principios que gobiernan la cultura general, vieran cuáles son propiamente los problemas de la filosofía y qué métodos deben adoptarse para su dilucidamiento”. En ese marco se señala a Alberini (Farré, L. 1958, 135).

9. Resulta de gran ayuda para obtener una primera mirada de la publicación, revisar la sistematización de los índices que ofrece Cristina Fernández (Fernández, C. y Galfione, C. 2021).

10. Es el caso de Korn, Jakob, Barrenechea, Franceschi y Chiabra.

11. Cfr. Revista de la Universidad de Buenos Aires 1912, 21, 95. En adelante, incluimos la referencia a las actas del consejo en el cuerpo, designando la revista como RUBA, con su correspondiente año, número de volumen y página.

12. Algo que Dotti reconoce como “un reflejo burocrático (en el sentido casi weberiano) de un movimiento de racionalización de los estudios en sus aspectos institucionales”, (Cfr. Dotti, J. 1992, 151).

13. Algunas aclaraciones son convenientes. Interesados como estamos en hacer foco en algunas cuestiones, no podemos pasar por alto que las jubilaciones o fallecimientos como causa del alejamiento de la universidad no puede ocultar algunas diferencias con otros sectores que se venían planteando durante los años de docencia. Un ejemplo de esto es el caso de Rodríguez Etchart, cuya inclusión en la terna para el segundo curso de Psicología, que se renovaba a mediados de 1918, suscitó importantes conflictos con el estudiantado y algunos enfrentamientos docentes. Parte de esto lo encontramos en las actas del 20 de junio y del 5 de septiembre de 1918, pero también en una nota publicada en el n° 48 de la revista Verbum. Por otra parte, es importante recordar que antes de 1922, en que Rivarola renuncia al cargo por haber accedido a la jubilación, a comienzos del 18 renuncia al decanato luego de ser designado Presidente de la UNLP.

14. Para el caso de Quesada, por su parte, como mencionamos antes, hemos trabajado recientemente en un artículo en que intentamos abordar el perfil teórico de este intelectual. Un autor que pasó a la historia como un intelectual próximo a Ingenieros, cuya cercanía podría señalarse, entre otras cosas, si recordamos que publica en su revista. No obstante, son relevantes las diferencias teóricas entre ambos pensadores, y se van haciendo más explícitas con el paso del tiempo. En este caso, su alejamiento de la carrera tuvo que ver con razones personales, que también cabe analizar, pero que exceden las posibilidades de esta indagación. Para ello puede consultarse el trabajo de Buchbinder (Buchbinder, P. 2012).

15. El paso de Ingenieros por las cátedras de la FFyL fue irregular aunque persistente hasta 1919, incluso los años de su autoexilio lo atraviesan, como queda plasmado en las actas del consejo y en alguna correspondencia.

16. Por su parte, no es menor tener presente cuál era entonces la posición política de Rojas y, en particular, el hecho de que en breve se presentarían algunos problemas con la expresión reformista en la UNLP, que lo llevarían a renunciar a su cargo docente en esa universidad el año siguiente (cfr. Bustelo, N. 2014. Inédita). Esos son los meses en que Rojas irá teniendo cada vez mayor protagonismo en la FFyL de la UBA. Además de ser elegido decano para suceder a Korn, en diciembre de 1921, el consejo de la Facultad acuerda dar lugar a la solicitud presentada por el Consejo Superior en la que se solicita, respondiendo a la iniciativa del rector, Eufemio Uballes, otorgarle a Rojas el título de Doctor Honoris Causa. En 1926, durante la segunda presidencia de Yrigoyen, será elegido rector de la UBA. Si bien hay muchos trabajos que se ocupan de este profesor y elogian su derrotero de estos años, no he encontrado referencias a ese costado conflictivo.

17. Se trata del cargo que hasta 1911 ocupaba Ingenieros. En 1922, luego de la renuncia de Rodríguez Etchart por su jubilación, Alberini pasa a ser el titular.

18. El acta de la sesión extraordinaria del 29 de octubre de 1919 deja constancia de la renuncia de Rivarola a su cargo de consejero y se explicitan las razones: considera inconstitucionales las reformas de los estatutos. En esa misma sesión se elige a Ingenieros como vicedecano. Inmediatamente, Ingenieros presenta un proyecto de formar comisión para discutir los diversos aspectos que deben adoptarse en la facultad a raíz de los nuevos estatutos, se habla de la publicidad de las sesiones del consejo, de la provisión de las cátedras, de extensión, etc.

19. Para completar el panorama de su trayectoria, podemos recordar que, desde 1913, Alberini es Secretario Interino de la Dirección de la Revista de la Universidad de Buenos Aires, y desde 1916 ocupa ese cargo de manera regular hasta 1922, cuando pasa a la Dirección.

20. No contamos con programas que den información sobre los contenidos desarrollados entre 1919 y 1924. No obstante, recordemos que acabamos de decir que Alberini asume como titular, a cargo de la materia, en 1922.

21. La principal innovación aquí se observa en 1924, cuando se incluye el psicoanálisis y el nombre de Freud.

22. La lectura de Kant es en este momento uno de los focos de los debates. Así puede verse si comparamos la lectura que ofrece Ingenieros, con motivo del bicentenario de la muerte del filósofo alemán, en la Revista con la que hacen desde las páginas de Valoraciones.

23. Aunque sería importante hacer un análisis de las trayectorias filosóficas de cada uno de estos profesores, así como de su formación y producción teórica, si tomamos la consideración que de ellos hace Jorge Dotti, todos están contados dentro de lo que se considera como “reacción antipositivista”. No obstante, el mismo Dotti hace distinciones también generales entre ellos y algunos son “figuras de mediación”, mientras que otros son “figuras de ruptura”. Con todo, para el caso de ese estudio en particular, todos coinciden, agregando la figura de Korn y Rivarola, entre los nombres destacados de la FFyL, en sus lecturas y valoraciones de Kant (Cfr. Dotti, 1992, 149). Se plantea aquí una inquietud que queda pendiente para avanzar en la exploración y que surge del reconocimiento de las diversas opciones teóricas que ofrecen Alberini y Korn, y de las huellas que dejan en sus discípulos.

24. Algo parecido sugiere Terán, aunque sin advertir la continuidad en que repara Ponce. A pesar de las diferencias explícitas de Ingenieros con las bases teóricas de las líneas que adopta el antipositivismo –Croce, Bergson, el neokantismo–, para Terán puede verse ya en Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía, de 1918, “una extensa apertura (cuyos orígenes hemos presenciado en Principios de Psicología) hacia la temática de lo inexperiencial” (Terán, O. 1986, 89). Expresión, para Terán, de un ataque a las formulaciones éticas y filosóficas del positivismo.

25. Es interesante notar que, si valiéndose del nombre de “antipositivismo” se marca una oposición o negación, ésta se desvanece inmediatamente como oposición filosófica al establecer recién con esta corriente el inicio de la filosofía.

26. Por el recorrido que elegí aquí, no he profundizado en el análisis de las diversas posiciones teóricas que se despliegan en esos años ni en su comparación. He partido de una caracterización general para poder valerme de este objeto a los fines de cuestionar el modo en que elaboramos nuestras lecturas históricas. Creo que, en ese sentido, falta aún mucho por hacer. En particular, resulta de sumo interés avanzar en una indagación conceptual que profundice, desde otros supuestos historiográficos, en el análisis y sobre todo en la comparación de las principales líneas teóricas del momento y permita pensar en qué medida éstas condicionaron la formación y el despliegue teórico del discurso filosófico.

27. Retomando la arqueología foucaultiana, Luca Paltrinieri sugiere la importancia de “definir las relaciones horizontales entre los discursos para destacar las transformaciones que permiten mostrar lo invisible que nos rodea” y diferencia esa mirada de una vertical: “la búsqueda ‘vertical’ del principio (archè), del primer comienzo” (Paltrinieri, L. 2015, 26).

28. No es osado afirmar que la condición del modo triunfante de hablar de filosofía en esos años era, precisamente, negar la historia, entendiendo por historia algo más vinculado con el cambio que con la continuidad. Rabossi lo plantea en términos más generales, pero señalando un elemento que aquí también jugó un rol central: el idealismo fue “la perspectiva básica de la filosofía”, que se transformó rápidamente en “el canon de la profesión, es decir, en el conjunto de pautas de criterio que determinan los modos legítimos de ejercitarla” (Rabossi, E. 2008 22).

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