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Prohistoria

On-line version ISSN 1851-9504

Prohistoria vol.11  Rosario Jan./Dec. 2007

 

RESEÑAS

LIDA, Miranda Dos ciudades y un deán. Biografía de Gregorio Funes, 1749-1829, Eudeba, Buenos Aires, 2006, 230 pp. ISBN 950-23-1558-8

Miranda Lida es ya una reconocida historiadora de la Iglesia Católica en Argentina. Dos ciudades y un deán es una versión modificada -como precisa la autora, "rescrita"- de la tesis doctoral que defendió en la Universidad Torcuato Di Tella en el año 2003. Actualmente se desempeña como docente en dicha universidad y como investigadora del CONICET. La autora ofrece un trabajo dinámico, bien escrito, cuyas tramas se enhebran cuidadosamente. La elección del género biográfico es detenidamente explicada en la introducción y, a través de ella, Lida propone una interpretación particular sobre la Iglesia del período. En unos pocos párrafos expone brevemente la posición de Roberto Di Stéfano, uno de los directores de la tesis y reconocido especialista, para quien el término "Iglesia colonial" se presta a equívocos al sugerir un alto grado de homogeneidad. Lo que los historiadores han llamado "Iglesia" en el período, fue más bien un conjunto disperso y poco integrado de situaciones singulares cuya reconstrucción, concluye Di Stéfano, sería más sencilla y rigurosa si pudiéramos hacer a un lado conceptualizaciones totalizantes como la mencionada. Si bien Lida coincida en las premisas considera excesivas las conclusiones. Acuerda en que no se trata de una institución centralizada e integrada, pero de ello se resiste a deducir sencillamente su "inexistencia". Señala sobre este punto que "pese a todo lo que hay de acertado en estas últimas advertencias, no podemos pasar por alto que a las mujeres y los hombres que habitaban las ciudades y las campañas rioplatenses de fines del siglo XVIII jamás se les hubiera ocurrido poner en duda la existencia de la Iglesia". Más allá de la discusión, en la cual se acentúan excesivamente diferencias que considero no tan tajantes, lo que quiere sostenerse es la relevancia del género biográfico para historiar la Iglesia del período. De acuerdo con ello, propone una definición pragmática y operativa de "Iglesia" por "extensión" en vez de por "comprensión". Es decir enumerando uno a uno los diversos objetos que componen el conjunto. En su perspectiva, los hombres del siglo XVIII y comienzos del XIX, veían a la Iglesia no en términos institucionales, formales y abstractos sino como un conjunto heterogéneo de hombres capaces de hablar un lenguaje particular y ser reconocidos como sacerdotes en virtud de sus modales, vestimenta y obrar. Esta perspectiva conduce a concluir que el clero no era, simplemente, miembro de la institución eclesiástica, sino que era la Iglesia misma. El género biográfico no se presenta así, en el libro, como una decisión personal o estética sino como una necesidad metodológica, porque la Iglesia de la que se pretende hablar estaba lejos de ser una institución impersonal regulada por una normativa abstracta. Se trató, más bien, en la mirada de la autora, de un conjunto de redes de relaciones sociales donde "todos" se conocían. En consecuencia, escribir una biografía de Funes es, al mismo tiempo, ofrecer una historia de la Iglesia. Se muestra, de este modo, cómo antes de constituir una institución en sentido "moderno", la Iglesia existía bajo la forma de un conjunto de hombres de carne y hueso capaces de adaptar las normas a sus múltiples circunstancias.
Una vez establecida la potencia epistemológica de la biografía, la elección de Funes es presentada como secundaria. Podría haber sido cualquier otro sacerdote, argumenta Miranda, porque todos habrían sido igualmente importantes a la hora de contribuir a comprender la Iglesia del período. Importa menos la precisión de la reconstrucción que la osadía de mantener el ángulo de visión, la rendija que conduce de las grandes y frágiles certezas, a las búsquedas laterales y a la percepción de las posibilidades y complejidades de las vidas de los hombres. En otras palabras no importa el actor, sino el método. Miranda Lida repite incontables veces que Gregorio Funes fue un hombre "como cualquier otro", y con ello intenta anticipar de manera sutil el rumbo que habrán de tomar sus interpretaciones. En esta dirección sus aportes cruzan el campo disciplinar, porque lo que tiene para decir no importa sólo a la historia de la Iglesia. El trabajo de Miranda deja traslucir su desesperación ante las lógicas taxonomistas que buscan estabilizar lo real a través de etiquetas conceptuales totales. A lo largo de su libro logra con eficacia escapar a los rótulos dicotómicos más tradicionales que intentaban aprehender las acciones de los sacerdotes del período a través de oposiciones como "ultramontanos o regalistas", "tradicionales o reformistas", "intransigentes o galicanos". Explica acertadamente que "cualquier intento de encontrar coherencia en las actitudes de los actores históricos resulta infructuosa; ella dice más acerca del historiador [...] que de los actores históricos per se." En este sentido la biografía de Funes presenta, antes que elecciones tajantes, posiciones ambiguas detrás de las cuales es necesario entrever la multiplicidad de circunstancias y situaciones singulares. El texto de Miranda logra con acierto evitar algunos yerros habituales. Primero no se esfuerza por mostrar coherencia entre el pensamiento y las acciones de Funes. Segundo no escoge una etiqueta particular y hace de su objeto una unidad monolítica. No ofrece un acercamiento con la pretensión de alcanzar la verdadera "naturaleza" de Funes, su "esencia" última, su "substancia". El resultado es un texto dinámico, sensible a las contradicciones y a las circunstancias cambiantes, en resumidas cuentas, bastante diferente a las biografías "clásicas". En estas últimas, independientemente de la destreza del escritor, se comienza siempre por configurar una naturaleza específica para el personaje. De esa naturaleza -que dice lo que el actor "es"-, se desprende un proyecto total para su vida, un proyecto que no es otro que el de llegar a ser lo que el historiador ha caracterizado como su "ser". Una vez establecidas estas coordenadas el biógrafo se lanza a la búsqueda obsesiva, casi enfermiza, de todo aquello que muestre en la vida del personaje huellas de lo que "es" y habrá de "llegar a ser". Así se descarta todo aquello que parece conducir en direcciones opuestas o incongruentes y se presenta un recorrido teleológico en el que las decisiones y posibilidades siempre abiertas e inciertas se diluyen tras el poder unificador de la pluma del historiador. Nada de esto ocurre con el Funes de Miranda Lida, todo está en construcción y la contradicción y la inestabilidad son utilizadas para revivir la vida de Funes. "No había proyectos claros y firmes" nos cuenta la autora en las conclusiones. El resultado es un texto que conjuga aspectos personales, íntimos y afectivos, con las estrategias pragmáticas de construcción de una carrera eclesiástica. Al mismo tiempo, ofrece dos escenarios contrastantes en el que esas acciones transcurren: las ciudades de Córdoba y Buenos Aires. Mientras la Córdoba colonial entraba en un cono de sombras, la Buenos Aires revolucionaria se preparaba para la "feliz experiencia" y daba lugar a una Iglesia diferente. En la Iglesia porteña "orgullosa" de su singularidad reformista, crecientemente ilustrada y ciertamente impersonal (comparada con la cordobesa), habría de encontrar Funes un refugio. Un último "oasis" -ilustra la autora- de vida civilizada en una era de "revolución y guerra". La conjugación de estos dos escenarios, caracterizados, tal vez, de manera un tanto simplificada, ofreció a Funes situaciones complejas y la autora se sumerge en ellas para intentar echar luz sobre algunos retazos de su vida, principalmente los referidos a la carrera eclesiástica transitada por el deán. No obstante ello atiende también, aunque mucho menos intensamente, aspectos más íntimos y personales. Este es un camino que, independientemente de la voluntad de la investigadora, encuentra un techo rígido en las fuentes disponibles. Sin embargo, el texto sugiere que, más allá de las dificultades señaladas, Lida no intentó transitarlo. En este sentido, es evidente el impacto que tuvieron las discusiones previas de la historiografía orientada al "esclarecimiento" de las posiciones "políticas" de Funes, sobre las elecciones temáticas de Miranda. Preocupada principalmente por superar los esquemas interpretativos utilizados hasta el momento, sus búsquedas dejan para recorridos futuros, aspectos más cotidianos de la vida de Funes así como el acercamiento a aquellas relaciones personales que pudieron no formar parte de sus estrategias de posicionamiento social y ascenso eclesiástico. El libro contiene, de todos modos en esta dirección, algunos espléndidos pasajes que matizan el déficit señalado. En uno de ellos, en el capítulo 6, la autora compara la mirada que Funes tiene sobre la Iglesia -a la que consideraba ante todo como una jurisdicción con prerrogativas y fueros a defender- con la de su hermano, preocupado por adquirir imágenes religiosas destinadas a los templos de Córdoba y partícipe, tal vez, de formas más "emocionales" y menos "ilustradas" de "religiosidad".
                Los aportes del trabajo se registran en al menos dos niveles. El primero en el disciplinar, es decir, en el del propio terreno de la historia de la Iglesia. El trabajo permite reconocer algunos de los mecanismos y de las estrategias para la construcción de una carrera eclesiástica exitosa a fines del siglo XVIII. Ofrece, además, imágenes sobre las Iglesias de Córdoba y Buenos Aires, aunque este es el aspecto menos convincente del libro. Al mismo tiempo presenta la biografía como recurso metodológico privilegiado para abordar la historia de la Iglesia Católica antes de los procesos de centralización de la segunda mitad del siglo XIX.
En segundo lugar el trabajo ofrece aportes de tipo transdisciplinarios que revitalizan el género biográfico dentro de la historiografía, a partir de un acercamiento impactado por las epistemologías contemporáneas que no rehúyen la contradicción y la complejidad. De hecho la autora apuesta por interpretar a Funes partiendo del reconocimiento de que su vida, como cualquier otra, no estuvo sujeta a un orden metafísico, a un sentido único y a una dirección última.
Muestra así, elocuentemente, como su vida fue cambiando y con ella sus pensamientos y sus visiones del mundo. "Era natural que así ocurriera" reflexiona la autora con claridad y sencillez. Tal vez en esa simple afirmación se esconda la clave de la fortaleza del Funes que Miranda Lida nos presenta.

Diego A. Mauro (UNR-CONICET)

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