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Prohistoria

versión On-line ISSN 1851-9504

Prohistoria vol.11  Rosario ene./dic. 2007

 

RESEÑAS

LYNCH, John. Simón Bolívar, Crítica, Barcelona, 2006, 405 pp. ISBN 9788484327462

Simón Bolívar, del historiador británico John Lynch, es la más reciente biografía de Bolívar en lengua inglesa. Con una prosa agradable, Lynch introduce al lector en la historia de Simón Bolívar relatándola de forma lineal, desde su infancia hasta su prematura muerte, recorriendo los momentos clave que forjaron al hombre que entraría para la historia como el "Libertador" de América. Para ello, desde el inicio del libro y a lo largo del mismo, el autor se esfuerza por presentar una amplia descripción del escenario social, político, histórico y cultural en que se inserta Bolívar, labor sin la cual cualquier intento de comprender su carácter, acciones y pensamientos sería imposible. Además, en la medida que cuenta los acontecimientos como narrador ausente - en tercera persona -, Lynch permite por veces que las voces de Bolívar y de personajes que lo acompañaron aparezcan en el relato, ratificando, enfatizando o aclarando mejor elementos presentes en sus argumentos.
El libro comienza narrando la situación de Venezuela en el siglo XVIII, en el que la colonia pasó por un amplio proceso de modernización impulsado por los Borbones, superando una posición de relativo olvido en tiempos de los Austrias, cuando su importancia no trascendía mucho la de ser escala en la ruta hacia los virreinatos de México y Perú. Dicho proceso la incluyó en el Virreinato de Nueva Granada e instaló progresivamente diversas instituciones que le regalaron más autonomía frente a otras colonias, mientras profundizaban el control de la metrópolis en la región. En esos tiempos, se fue profundizando una identidad propia entre los venezolanos, quienes empezaban a ser conscientes de cuáles eran sus intereses (p. 6).
Además, el avance del estado borbónico en Venezuela implicó un proceso de desamericanización del gobierno colonial que resultó muy prejudicial para los intereses de los criollos, una vez que ya no tenían más representantes suyos ocupando cargos públicos, eclesiásticos o financieros. Esa postura por parte de España y la consecuente pérdida de la influencia criolla tradicional - que se sintió en toda América hispánica -, así como la llegada al continente de las ideas de los filósofos iluministas y de las noticias de las experiencias revolucionarias de Francia y de los Estados Unidos, resultarían unos de los principales motivos para que se empezara a pensar en autonomía e independencia en el "Nuevo Mundo".
Tras describir esa atmósfera política desfavorable para los criollos en que nace y crece Bolívar, Lynch cuenta cómo fue la infancia y la juventud del Libertador, marcadas, entre otras cosas, por el hecho de haberse quedado huérfano a temprana edad - el padre murió cuando él tenía dos años y medio y la madre cuando tenía nueve, ambos de tuberculosis -, por la educación recibida en la Escuela Pública de Caracas y la formación militar adquirida en el Regimiento de Milicias de los Voluntarios Blancos del Valle de Aragua, y por su efímero matrimonio con María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, una joven a quien conoció en su primer viaje a España y que falleció apenas ocho meses después de la boda, debido a una fiebre maligna que contrajo.
Al retratar la vida adulta de Bolívar, Lynch procura integrar un análisis del pensamiento del Libertador, de su carácter y de sus hazañas públicas y privadas. Así, los estudios que hace el autor sobre sus escritos políticos y sus diversas correspondencias son presentados siempre relacionados con las actitudes, posturas y decisiones que caracterizaron su vida pública y particular, así como esas también son comprendidas a la luz de cómo pensaba Bolívar.
Bajo esa dinámica, Lynch presenta toda la odisea bolivariana por la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, con una importante riqueza de detalles, los cuales permiten al lector conocer a Bolívar por sus acciones, palabras, relaciones y por cómo era visto por las personas que lo acompañaban.
Respecto de su pensamiento, aunque identifique la fuerte influencia del republicanismo clásico y de los filósofos iluministas en las ideas del Libertador, Lynch reconoce que ello no es suficiente para comprenderlo en profundidad. Principalmente porque considera a Bolívar un pensador "pragmático", que percibía muy bien la realidad del subcontinente americano, lo que le permitía identificar la incapacidad que tenían las ideas producidas e importadas de Europa para proveer respuestas satisfactorias a todos los problemas que enfrentaban los americanos.
La evolución misma del pensamiento de Bolívar, particularmente sus teorizaciones políticas registradas en la Constitución de Bolivia, son una clara evidencia de la originalidad de su pensamiento, así como de la incidencia de sus experiencias vividas a lo largo del proceso de liberación en su forma de entender y pensar la política.
Lo que sería pertinente problematizar, entre otras cosas, es el concepto de "pragmatismo" que maneja Lynch, con el que constantemente adjetiva a Bolívar. Muchas veces el Libertador es presentado como "pragmático" no sólo por mantener siempre presente en sus reflexiones y acciones el complejo escenario americano y sus características y demandas distintas a las de Europa y EEUU, sino también por sus posturas moderadas, reformistas y que no cuestionaban la estructura de poder existente en la sociedad colonial tras la independencia de España. El que Bolívar no se haya interesado en permitir a los pardos, negros y blancos pobres una efectiva e igualitaria participación en la esfera política de las nuevas naciones americanas, por ejemplo, no está en desacuerdo con los intereses de la clase social que representa: la aristocracia criolla. El problema se encuentra en calificar tal postura del Libertador como meramente "pragmática", como lo hace Lynch, ocultando su contenido "ideológico".
Eso está relacionado con otra cuestión central en el relato de Lynch. Si bien la detallada descripción que ofrece de la vida, las actividades y el entorno social de Bolívar y su familia le permite al lector identificar claramente la situación de clase del Libertador, la forma en que el autor presenta sus acciones, posturas y, de modo particular, sus motivaciones, sigue una lógica en algunos aspectos muy parecida a los relatos oficiales bolivarianos, en los cuales el prócer aparece como protagonista del mito fundacional de la patria, encarnando de modo perfecto e inmaculado el rol de representante incólume del "interés nacional", que necesariamente tiene que estar por encima de cualquier división de clase.
Aunque Lynch lo presenta como un "aristócrata por cuna y formación" (p. 213), también lo muestra como un miembro diferente de su clase social. Sus principales motivaciones, sin embargo, serían la "gloria" y el "poder" y no los intereses políticos de la aristocracia criolla, entre otros, el hecho de que los criollos no querían perder su estatus de clase dominante, menos aún cuando recién habían logrado deshacerse de la incómoda presencia de los funcionarios metropolitanos en la gestión de la política. En ese sentido, los intereses de mayor autonomía de las clases menos favorecidas de la sociedad representaban una amenaza para ellos, así como podría implicar la pérdida de muchos de sus privilegios, los cuales dependían de una mano de obra barata y de gente que les fuera subordinada.
Bolívar también se diferenciaba de su clase, según el autor, debido a su conciencia aguda de las dificultades enfrentadas en una sociedad tan dividida como la americana, lo que le hacía matizar las posibilidades reales de la independencia y percibir la imposibilidad de cambiar las estructuras sociales sólo a través de las leyes. Sin embargo, esa conciencia de los límites de la revolución republicana no lo hace avanzar hacia una crítica de las estructuras de poder de la sociedad, que le permitiera ver la necesidad de superar o minimizar las contradicciones de intereses coexistentes en la sociedad por medio de estructuras más justas de división de poder, por ejemplo. De ahí su resistencia frente a las demandas de inclusión efectiva de los sectores más desfavorecidos de la sociedad en la esfera política, lo que deja muy claro cómo su pensamiento, en ese sentido, no logra trascender su posición de clase dominante. Sin embargo, Lynch prefiere presentarlo como una resignación por parte de Bolívar, que lo hace parecer como alguien que está por encima de los intereses de clase, y no como quien no desafía dichos intereses precisamente porque está visceralmente comprometido con ellos.
En ese sentido resulta mucho más convincente la hipótesis de Germán Carrera Damas sobre la política bolivariana, que Lynch procura rebatir en su libro. Según Carrera Damas, la política de Bolívar estaba alineada con los intereses de la elite criolla, cuyo objetivo primordial era preservar la estructura de poder interna de Venezuela, es decir, el poder predominante de las clases blancas terratenientes, que se veía amenazado por la creciente movilización de pardos y negros (p. 387). De esta forma, el temor de una guerra social que se tornara racial habría sensibilizado fuertemente a Bolívar, lo que se puede notar en muchas de sus ideas políticas -particularmente en el carácter centralista y aristocrático de sus proyectos constitucionales de Angostura y de Bolivia, y en su coqueteo con la idea de una monarquía al final de su vida-, así como en su posterior conversión en defensor de la abolición total de la esclavitud.
De esta manera, aunque intente proponer una interpretación alternativa a la de Carrera Damas, Lynch logra el efecto opuesto al dibujar su "pragmático", benevolente y glorioso Bolívar, insistiendo en enfatizar no sólo cómo el Libertador tenía la capacidad de comprender a fondo los problemas y las dificultades de las sociedades americanas, sino cómo consideraba las necesidades de los esclavos, los pardos, los indígenas, los pobres, etc., con especial cuidado. Y la cuestión está precisamente en la forma como se relaciona con los miembros de otros sectores de la sociedad, por la cual se nos permite entrever los rasgos más evidentes de su personalidad autoritaria y su preocupación en preservar la estructura de poder existente.
Así por ejemplo, la alteridad política, en el pensamiento de Bolívar, no tiene voz legítima. Las necesidades del "otro" son evaluadas desde su propia visión de la realidad, es decir, según sus propios intereses, valores, prejuicios. No hay espacio para una dinámica dialógica en su forma de ver la sociedad. Y al no abrirse a la escucha de lo que el "otro" realmente tiene para decir, se encierra en su propia autoconciencia y lo absorbe como un elemento más del paisaje. El relato de Lynch nos brinda varios ejemplos en ese sentido, como cuando defiende la concesión de libertad a los esclavos mediante su participación en la lucha por la independencia, ya que esa sería una forma de conquistar sus derechos (p. 147); o cuando analiza -muy compadecido- la triste situación de pobreza en que se encontraban los indígenas, y propone soluciones liberales para sus problemas relacionados a la tierra (pp. 206-209); o aun cuando se refiere a las demandas de igualdad de los pardos, las cuales, debido al "espíritu del pueblo", serían acompañadas por la inclinación a una pardocracia, lo que implicaría el exterminio de la clase privilegiada (p. 386).
De este modo, la interpretación que Lynch intenta defender sobre la política bolivariana es muy difícil de sustentarse a partir de la propia construcción que él mismo hace de la persona del Libertador. Sólo una lectura muy ingenua de los hechos podría avalar la idea de que Bolívar habría sido una excepción a la teoría de la estructura de poder interna, como lo plantea Lynch. El autor intenta defender a Bolívar afirmando que él fomentó cierta movilidad racial y en la práctica dio a los pardos nuevas oportunidades en el ejército y la administración pública. Afirma también que el Libertador logró superar circunstancias muy adversas para lograr vencer la guerra contra los españoles y conquistar la independencia, pero no se podría esperar de él que creara un nuevo orden en lo económico y lo social, pues "estos ámbitos dependían de condiciones profundamente enraizadas en la historia, el entorno y la población, y no era fácil cambiarlos simplemente mediante leyes" (p. 388). Finalmente, argumenta que Bolívar se opuso con todas sus fuerzas a la pardocracia, "un gobierno de pardos que amenazaba con subvertir en dos décadas tres siglos de historia venezolana". Y después de prácticamente contradecir su tesis, Lynch remata su defensa pasional del Libertador diciendo: "La pregunta que es necesario plantear no es por qué Bolívar se opuso a la pardocracia, sino si la pardocracia le habría dado a Venezuela un mejor gobierno y una paz y estabilidad mayores. En ese sentido, el ejemplo de Haití no era muy tranquilizador" (p. 388).
Considerando esos aspectos y volviendo a mirar la forma como John Lynch construye su imagen de Simón Bolívar a lo largo de su obra, se podría decir que ésa es bastante coherente con la personalidad misma del Libertador y con su forma de encarar la realidad. Los enemigos políticos de Bolívar o los representantes de las clases subordinadas difícilmente tienen voz en el relato de Lynch. Si no es Bolívar quien habla por ellos, es el propio autor que nos hace saber qué piensan o cómo articulan y defienden sus intereses.
En la última sección del libro, Lynch cuenta cómo se desarrolló el culto a Bolívar a lo largo de los dos últimos siglos, y la importancia fundamental que su figura desempeña en el mito fundacional de las naciones modernas en el subcontinente latinoamericano, particularmente en Venezuela, su patria natal. Muestra también cómo muchos políticos han manejado la historia y la imagen del Libertador para atender a distintos fines. La versión contemporánea de esa estrategia la protagonizaría el actual presidente de Venezuela, Hugo Chávez, produciendo lo que Lynch llama una "nueva herejía" (p. 405), al presentar a Bolívar como una figura populista. Y el acercamiento de Chávez al régimen cubano de Fidel Castro habría permitido que en la isla también se le otorgara al libertador una nueva identidad: el "Bolívar socialista".
Otra vez Lynch tropieza con sus propios argumentos, y al erguir el dedo para señalar la mota que está en el ojo del otro, no alcanza percibir la viga que hay en el suyo. Calificar de "nueva herejía" a las interpretaciones de Bolívar que hace Chávez y sus seguidores, implica entender que éstas serían versiones equivocadas, que habrían tergiversado el significado "verdadero" de la vida, la historia y el pensamiento del Libertador. No es el caso intentar justificar la forma en que el actual presidente venezolano maneja el personaje de Bolívar en sus discursos y en su ideario político. Pero al construir su crítica de tal forma, Lynch no se da cuenta que deja entrever lo que quiso ocultar -como artificio retórico- a lo largo de todo el libro: que su construcción de la imagen de Bolívar tiene la misma y deliberada pretensión de los relatos que componen el culto a su persona -la pretensión de legitimidad basada en la "verdad" de los hechos. El lector atento podría intuir dicha intención volviendo al prefacio del libro, cuando Lynch comenta que "sobre Bolívar se ha dicho mucho, pero nadie ha pronunciado la última palabra" (p. VIII).
Pero el punto central es: ¿es posible haber una última palabra en este caso? Lo que debería ser un lugar común es el hecho de que todo relato histórico es siempre una interpretación parcial de la realidad, y que todo discurso se emite desde un lugar político, cultural, histórico y socialmente determinado. Cualquier acercamiento a la vida de Bolívar tiene que ser entendido como una interpretación -entre infinitas posibles- de su historia y de su vida.
El Bolívar del Sr. Lynch es ya bastante conocido por los latinoamericanos: el modelo de político "serio", "benevolente", "pragmático", representante del "interés nacional" y defensor del "bien común", que sacrifica mejores formas de gobierno por las formas "posibles". Quizás el enorme esfuerzo del autor en reconstruir tal modelo, cuyo amplísimo trabajo de investigación le rindió más de 400 páginas, sea proporcional al descrédito que dicha imagen de Bolívar -y de las elites políticas en general- adquirió a lo largo de las últimas décadas en América Latina, y que se percibe en la profunda crisis de representación que sufren las democracias del subcontinente. De ahí que no sea raro que otros modelos, como el "Bolívar populista" o el "Bolívar socialista", cobren creciente legitimidad junto a los pueblos latinoamericanos, todavía víctimas de una situación de pobreza, opresión y desigualdades extremas.
Así, un libro como el de Lynch puede ser entendido como un esfuerzo más en la interminable batalla de ideas que provocan las interpretaciones de la historia, vida y pensamientos de Simón Bolívar, lo que no deja de reforzar la importancia política que ese personaje sigue teniendo hasta el día de hoy.

Rafael Atuati (UNSAM)

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