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Prohistoria

On-line version ISSN 1851-9504

Prohistoria vol.18  Rosario July./Dec. 2012

 

ARTÍCULOS

El hombre ante el espejo. El campo cultural argentino y las figuraciones del intelectual en Ramos y Hernández Arregui

Roberto Luis Tortorella

Centro de Estudios Históricos (CEHis) - UNMdP (Provincia de Buenos Aires, Argentina) - CONICET
rlthache@yahoo.com.ar


Resumen

Este artículo propone abordar las representaciones del intelectual de Jorge Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui durante la década del '50 y discutir la relación  de aquéllas con una modalidad específica de inserción en los campos intelectual y político de la época, caracterizada como de naturaleza "plenamente oposicional" y "antiintelectualista". Se postula que tal tesitura formó parte de un dispositivo para figurar una legitimación de su condición de hombres de ideas: mientras Ramos manifestó su voluntad de constituirse en agente privilegiado para la elaboración de una "teoría de lo nacional", Hernández Arregui se pensó a sí mismo como el intérprete de la "autoconciencia popular".

Palabras clave: Intelectuales, Representaciones, Campo cultural; Peronismo; Marxismo

Abstract

This article proposes to tackle the representations of the intellectual of Jorge Abelardo Ramos and Juan José Hernández Arregui during the fifties and to discuss the relationship of those with a specific mode of insertion into the intellectual and political fields of the time, which was characterized as fully oppositional and anti-intellectual nature. It hypothesize that such an attitude was part of a device to imagine a legitimacy of their thinking men condition: while Ramos expressed his willingness to become a privileged agent to elaborate a "theory of the national", Hernández Arregui thought to himself as the "popular self-consciousness" interpreter.   

Key words: Intellectuals; Representations; Cultural field; Peronism; Marxism


Introducción

La fragilidad del campo cultural argentino, por lo menos hasta 1983, sumada al carácter difícilmente asible del intelectual como categoría social general y a la naturaleza bifronte de este actor en términos de su relación con la cultura y la política, hacen arduas cualquier consideración de tal agente en términos cerradamente profesionalistas. A ello debe añadirse, para el caso de los escritores filiados en la izquierda nacionalista argentina de las décadas centrales del siglo XX1, la perplejidad que puede generar una primera lectura de su producción en lo atinente a su rechazo del mundo de la cultura letrada que les era contemporáneo, tanto de sus personajes eminentes como de sus instituciones, jerarquías, ideas y prácticas, e incluso el redondo desapego cultivado respecto de la noción misma de "intelectual". No obstante la posición ambigua en que los ubica tal situación, ostensiblemente expuesta si se compara con las académicas figuras coetáneas de José Luis Romero (1909-1977) o Gino Germani (1911-1979), se vulneraría la posibilidad de comprender cabalmente la trayectoria vital de aquellos hombres de ideas si -consecuentemente con sus reclamos de superficie- se acepta sin más su solicitación aparente de ponerlos fuera de un juego en cuyas luchas simbólicas, sin embargo, comprometieron buena parte de sus esfuerzos.

Lo antedicho recorta el tema de estas páginas, en las que el objetivo es analizar las figuraciones del intelectual que se desprenden de la obra elaborada en la década del '50 por dos de los autores "faro" de la izquierda afín al peronismo, Juan José Hernández Arregui (1912-1974) y Jorge Abelardo Ramos (1921-1994)2, proponiendo instalar la interpretación de tales (auto) representaciones en el estado de los campos intelectual y político de esos años. Así, se intenta explicar la paradoja conceptual que se delinea en los estudios que definen el talante de esta franja ideológica como antiintelectualista3, en ciertas ocasiones refiriéndose al elenco en su conjunto4 y en otras aludiendo a algunos de sus más destacados ideólogos y portavoces5. La caracterización referida en relación a estos agentes deja al descubierto un interrogante a propósito de cómo gestionaron su propia situación intelectual dada su condición indudable de hombres de ideas, cuestión a la cual la apelación a aquella categoría no sólo no responde, sino que la cubre de opacidades. 

Como se intentará argumentar en este trabajo, a partir de trayectorias biográficas disímiles que trazan una silueta híbrida desde el punto de vista profesional (mucho más en Ramos que en Hernández Arregui), durante la década del '50 se encuentran en la obra de estos autores figuras intelectuales que asumen plenamente la disputa por el monopolio de la legitimidad cultural, siendo su decisivo rasgo oposicional el producto, por un lado, de la posición periférica de ambos en el aparato cultural dominante y, por otro, de la creciente tensión política entre el peronismo y el antiperonismo, conflicto que opera reforzando el posicionamiento confrontativo de los agentes analizados.

En lo que sigue, se presenta una discusión en torno de los intelectuales, su colocación profesional y los rasgos del proceso de profesionalización en el campo cultural argentino en la primera mitad del siglo XX. Luego, se analizan sucesivamente las imágenes de autor destiladas por Ramos en Crisis y resurrección de la literatura argentina (1954) y Hernández Arregui en Imperialismo y cultura (1957), inscribiéndolas en sus respectivas trayectorias biográficas y en los ámbitos político e intelectual de los '50.  

Intelectuales y procesos de profesionalización

Las nociones de "profesión" e "intelectual" se encuentran per se tan afectadas por el fenómeno de la polisemia que establecer una relación entre ambas sin una previa aclaración terminológica puede conducir al terreno del equívoco. En principio, cabe observar que la referencia a aquellos conceptos nos remite a un campo semántico que se intersecta, pero que no es idéntico. Uno de los puntos de contacto lo establece el propio contexto de emergencia de profesionales e intelectuales, esto es, la modernidad.

Más específicamente, es a lo largo del siglo XIX que las profesiones aceleran su constitución, de consuno con la consolidación del mercado y del estado moderno. Burrage ha identificado, en tal sentido, cuatro actores fundamentales en los procesos de profesionalización: los propios ejercientes de la actividad, el estado como regulador de la vida profesional, los usuarios (que, en el campo cultural, podemos homologar al público) y las universidades (aunque su papel no siempre haya sido claro)6. A su vez, la idea moderna de intelectual reconoce su origen en la coyuntura conflictiva generada en Francia por el affaire Dreyfuss, aunque pueden observarse formas de "poder espiritual laico" en muy variadas circunstancias societales e históricas7.

Max Weber, a partir de su perspectiva metodológica de construcción histórica de tipos ideales como categorías de análisis, formuló el primer intento de definición de las profesiones como "la peculiar especificación, especialización y coordinación que muestran los servicios prestados por una persona, fundamento para la misma de una probabilidad duradera de subsistencia o de ganancias"8. A lo dicho, agregaba la connotación religiosa que induce la inscripción vocacional de las profesiones y la existencia de intereses monopólicos que acompañan la emergencia de grupos o comunidades que buscan limitar la competencia externa. Estas características de la profesionalización eran para Weber observables, por ejemplo, en la política: si los atributos fundamentales del político se resumían en la entrega apasionada a la causa, la responsabilidad con los fines y la mesura, para garantizar un reclutamiento no plutocrático de aquellos debían garantizarse ingresos regulares y seguros, cuya expresión contemporánea era la lucha por los cargos9. Análogamente, destacaba la especialización definitiva inherente a la actividad científica y la extraña embriaguez -la pasión- requerida para desarrollarla10

Los rasgos diferenciadores en términos cognoscitivos y de desempeño exclusivo de la propuesta weberiana apuntan en la dirección que luego sería recuperada, entre otros, por Elliot Freidson con respecto a la indispensable autonomía para el ejercicio de tales ocupaciones. Para el tema que aquí importa, el aporte de este autor es de interés por más de un motivo. En primer lugar, tomando nota de las dificultades que conllevaban los conceptos generalizadores, reivindicó la historicidad de los procesos de profesionalización y la importancia de las estrategias políticas para la conquista del control de su propio trabajo por parte de los diversos grupos profesionales, apartándose así de la mirada esencialista de la sociología de las profesiones de Talcott Parsons y, en general, del funcionalismo. En segundo término, destacó la relevancia de las elaboraciones ideológicas en torno de la construcción de un prestigio ligado a la propia tarea y a la pericia y el ideal de servicio implicados en ella. Por último, señaló la heterogeneidad existente en los grupos profesionales en relación a los controles legales, las formas de organización del trabajo y las representaciones que aquellos construyen sobre sí mismos, distinguiendo las profesiones de consulta (verbigracia, la odontología) y las eruditas (como el profesorado o la condición de escritor11.

En ese distrito, el de las actividades eruditas, es posible ubicar a los intelectuales, cuya inserción social más precisa ha recibido variado tratamiento. Excluidos de las minorías poderosas en Wright Mills12, integraban en cambio para Karl Manheim una de las variadas élites existentes, poseedora en este caso de una capacidad mediadora -en virtud de su ajenidad con respecto a los intereses de clase- y condiciones de producir y divulgar valores y conocimiento científico. Roberto Michels, por su parte, consideró que si bien no integraban una clase económica, los intelectuales eran uno de los tres elementos constituyentes de la clase política (que se completaría con los sectores plutocráticos y los político-volitivos) y los definía por su trabajo con las palabras, los símbolos y la ciencia13. Raymond Aron los ha colocado entre las categorías dirigentes que ejercen el poder espiritual; en particular, en sociedades secularizadas, serían aquellos sabios, escritores, universitarios, periodistas que, no reclamándose bajo la tutela de dios ni de iglesia alguna, influyen sobre el espíritu de los hombres, las maneras de pensar, los valores, las representaciones del mundo14. Por último, uno de los sociólogos que más ha indagado y reflexionado a propósito de la interpretación de la cultura y los intelectuales, Pierre Bourdieu, ha preferido dar cuenta de la posición ambigua de éstos en la sociedad conceptualizándolos como una fracción dominada de la clase dominante, fracción en el interior de la cual se retraducen, a favor de la homología, los conflictos externos a un campo cultural que genera así sus propios sectores dominantes y dominados15

En cualquier caso, la referencia a la condición de intelectual en el ámbito del conocimiento social no es equivalente a la del experto. En esa línea, importa para el fin de este texto recuperar lo señalado por Federico Neiburg y Mariano Plotkin, quienes han indicado que la designación de intelectual ha servido para hacer referencia a individuos que legitiman sus intervenciones en el debate público a través del ejercicio del pensamiento crítico racional, que se proclaman independientes de los poderes y definidos por un conjunto de valores y un cierto tipo de sensibilidad, y cuya formación general puede o no tener a la universidad como espacio principal de acción. El experto, a su vez, evocaría al técnico con especialización y entrenamiento académico que habla en nombre de la ciencia y hace de la neutralidad axiológica la base para la búsqueda del bien común16. De todos modos, estos autores dejaron anotada la necesidad de abandonar visiones normativas o dicotómicas que reemplazan la efectiva construcción de categorías de análisis por categorías de identificación prohijadas incluso por los propios protagonistas de los problemas abordados, observando que la clasificación en estos términos de grupos y autores no siempre se corresponde con una efectiva distinción empírica y que la relación entre intelectuales y expertos constituye un espacio de intersección productiva en cuyo cruce se construye el conocimiento social17. En un sentido similar incide la argumentación de Silvia Sigal, al señalar que el tratamiento del discurso intelectual depende "tanto de la decisión individual de asumir ese papel como del sentido político que pueden asumir prácticas culturales"18.

Así, puede comprenderse el reconocimiento de esas zonas de frontera que, identificadas por Michelle Offerlé para los procesos de profesionalización de la política, pueden ser igualmente entrevistas en el análisis del mundo intelectual, en particular en países periféricos como la Argentina, en donde la ya referida fragilidad del campo cultural se hacía palpable en la remisión a instancias externas de consagración, la interiorización de criterios exteriores de valorización, las frecuentes interdicciones de la política en sus instituciones y las modalidades de representación de lo político construidas por los intelectuales19. Esta circunstancia generó una variedad tal de situaciones en lo que Bourdieu ha denominado las "profesiones propiamente intelectuales"20 que se vuelve forzado e improductivo un balizamiento cerrado. Es precisamente en esa región híbrida que se ubican, como se verá, agentes como Ramos y Hernández Arregui. Por otra parte, en cuanto a la representación que los intelectuales ofrecen de sí mismos, no existe entre ellos, ni aquí ni en países centrales, nada semejante a esa dotación de instancias de control y concertación destinadas a cohesionar el colectivo y a moldear una imagen sólida de cuerpo que Bourdieu y Monique de Saint Martin han observado entre los miembros del episcopado francés21.

No obstante, es posible registrar elementos que apuntan en el sentido de la aparición de la figura del intelectual independiente y rasgos de la constitución de un campo intelectual22 ya desde principios del siglo XX. Hasta los llamados "escritores gentleman" de la generación de 1880, la actividad letrada aparecía como una continuidad de posiciones conquistadas en ámbitos sociales, económicos y políticos. José Ingenieros, en la mirada de Oscar Terán, ha sido considerado como uno de los primeros que legitimó su práctica intelectual exclusivamente en su saber, embebido de positivismo cientificista, y no en atributos del linaje, la colocación social o la pertenencia a la élite política23. Ostensiblemente, se puede acordar aquí con Luc Boltanski en que cuanto menos autónomo es un campo, más la ocupación de posiciones de poder en ese campo incluye la ocupación de posiciones de poder en otros campos, y a la inversa24. A su vez, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo25 han analizado cómo, a partir del modernismo literario y el desarrollo por parte de la generación de 1900 de temas ligados al nacionalismo cultural, adquirió perfiles profesionales la función del escritor, acompañando el impacto de las transformaciones sociales y económicas ocurridas en el plazo de unas cuantas décadas: crecimiento económico sostenido, inmigración masiva, urbanización acelerada, extensión del sistema educativo, constitución de los sectores medios y obreros, nuevas demandas sociales en torno a la participación en la política y en las instituciones culturales.

Sin embargo, los síntomas del proceso de profesionalización escapaban al enfoque estrictamente economicista; es decir, la actividad de producción cultural comportaba, en principio, la construcción de una "identidad social" y la emergencia concomitante de "ideologías de artista", pero no siempre los medios de vida, en virtud de la debilidad del mercado del libro26. Además, conviviendo con viejos modos de acceso a la república de las letras ligados a la trama de vínculos familiares o políticos, aparecían nuevas formas de iniciación, como el discipulado (instrumentado a través del periodismo o la universidad, con el impulso de las carreras humanísticas) y nuevos hábitos generadores de vínculos, como la bohemia, los cafés literarios, las conferencias y las publicaciones culturales (que empezaban a presentar una alternativa al aparato en cuya cúspide se hallaba La Nación).

Ello no obsta para indicar las dificultades de encontrar un proceso análogo en el ámbito de la producción de conocimiento social. El caso de la historia es significativo. Tras la primera sistematización de la práctica historiográfica llevada adelante por el positivismo erudito entre 1890 y el Centenario, llegó con la conformación de la llamada Nueva Escuela Histórica el primer esfuerzo sostenido de profesionalización de la disciplina, emprendimiento cuyo sustento se encontraba tanto en el espacio universitario como fuera de él (sobre todo, en la Junta de Historia y Numismática). Empero, la depresión económica y el derrocamiento de Yrigoyen aceleraron la crisis del consenso liberal que le había dado a tal movimiento la hegemonía en el proceso de construcción de un campo disciplinario. De esa crisis emergieron dos corrientes de relectura del pasado nacional que dieron especial relevancia a las conexiones entre historia y política y que expresarían una fragmentación para nada restringible a un corte sólo profesional: por un lado, el abigarrado nacionalismo antiliberal; por otro, el marxismo ligado a la Internacional Comunista27.

Al arribo de la revolución del 4 de junio al poder, la existencia de un terreno literario con pautas más o menos consensuadas de funcionamiento contrastaba con la fractura del ámbito de la historia, atravesada muy directamente por diferendos político-ideológicos28. El ascenso de Perón en el marco de un gobierno militar que era leído de acuerdo con la clave ofrecida por los acontecimientos internacionales en relación a los cuales la política interna y externa del régimen favorecía su asociación con la coalición de países que resultaría derrotada en 1945, provocó un realineamiento de tesituras que ubicó a la inmensa mayoría de la intelectualidad en la oposición, excepción hecha de un puñado de hombres de filiación tan heterogénea como la que podía encontrarse en las filas del antiperonismo y en el que eran escasos los intelectuales consagrados29. De tal modo, el grueso de los sectores filiados con conservadores, radicales, comunistas y socialistas, en el primer conjunto, y grupos de escritores católicos, nacionalistas, radicales forjistas, miembros del grupo Boedo, más unos cuantos militantes de las izquierdas comunista, socialista y trotskista, en el segundo, constituyeron la cuantitativamente desigual expresión en el terreno cultural de la nueva instancia de clivaje generada por lo sucedido en esos años. En efecto, la implantación de la enseñanza religiosa en las escuelas, la intervención de las universidades, la política represiva de comunistas y socialistas, la disolución de los partidos y el control de los medios de prensa, sumado todo ello a una política neutralista que no siempre ocultaba simpatías por las potencias del Eje, conformaron el horizonte perceptivo inmediato de la mayoría de los agentes del mundo de la cultura. En este sentido, Perón se incrustó en un sistema de oposiciones preconstituido30. La grilla conceptual desde la cual se registró entre la "intelectualidad democrática" la política social gobierno militar -asimilada a empresas corporativistas- y el 17 de octubre -leído como una manifestación de desclasados- consolidó las posturas antedichas31.

Sin embargo, sería justamente el privilegio dado a la apertura por parte de Perón a las demandas de los sectores subalternos desde la Secretaría de Trabajo y Previsión (no menos destacada que sus inclinaciones nacionalistas entendidas como consecuencia antiimperialista), observado todo ello desde los márgenes del campo, lo que daría ocasión a  intelectuales y militantes formados en alguna versión del marxismo pero con filiaciones políticas diversas de recolocarse en el escenario político e intelectual y disputar la legitimidad cultural al multiforme antiperonismo intelectual, corporizado en los personajes y las instituciones de la simplificadoramente llamada "intelligentsia liberal". La virulencia de la mutua denegación de legitimidad entre los polos peronista y antiperonista no haría sino agravarse en el curso de los gobiernos de Perón, desembocando en 1955 en un nuevo golpe militar cuyo duro ánimo desperonizador se extendería también al plano cultural, en el que serían desplazados quienes fuesen sindicados como simpatizantes del régimen derrocado. Si para Ramos, quien a fines de los '40 comenzaba a participar del debate intelectual y político, la estrategia fue desde el principio la del outsider de perfil militante que formulaba acres críticas a un aparato cultural dominante que asociaba al poder oligárquico e imperialista, en Hernández Arregui sería la pérdida de posiciones conquistadas durante el peronismo en el espacio académico lo que transformaría la gestión de su rol de intelectual, orientándose ahora a una producción abiertamente contestataria. Es en este marco condicionante que debe entenderse la reprobación por parte de estos autores de ciertos tipos intelectuales, lo que no les impidió señalar la centralidad de la cultura en orden a la transformación de la sociedad ni elaborar una imagen positivamente valorada del hombre de ideas.     

Izquierda nacionalista y figuraciones del intelectual 

Si es indudable que las disputas en torno a la relación entre intelectuales y pueblo han sido en todas partes polémicas entre letrados, algo no muy diferente puede decirse de las discusiones ligadas a la valoración de la actividad intelectual32. Sigal ha destacado que fueron las reflexiones emitidas desde orientaciones nacionalistas las que más resuelta y explícitamente se situaron en el espacio cultural, definiendo sus objetivos y sus adversarios en ese plano. Consecuentemente, las elucubraciones que, desde la izquierda nacionalista, se formularon sobre la figura del intelectual y su rol social pueden entenderse como una apuesta para la construcción de un tipo de legitimidad discursiva que hallaba su fundamento en la intersección entre cultura y política o, aún mejor, en una lucha ideológica por el control simbólico de la cultura, una batalla contra otras lecturas de lo social cuya raison d'être residiría en la revelación de una verdad que otros intelectuales se habían ocupado de ocultar33.  

Los dicterios contra la condición intelectual en la historia cultural y política de Argentina han encontrado ejemplos paradigmáticos en las franjas populistas y en el imaginario radicalizado de la izquierda de los '60. Sin embargo, aquellos tenían antecedentes mediatos que podían rastrearse aun hasta el cuestionamiento del conocimiento abstracto de la realidad presente en el romanticismo decimonónico y, más cerca en el tiempo, podían observarse en la crisis del consenso liberal que, con matices, se había sostenido hasta la década del '20. En efecto, las "clases cultas", en el decir de Ramón Doll, habían defeccionado con respecto a las "masas nacionalistas", configurando una suerte de trahison des clercs, aunque la expresión adquiría en la referencia citada un sentido no asimilable al que por esos años le había conferido Julien Benda34.

Pero, más allá de las marcas vernáculas, en la propia tradición cultural de la izquierda había una potente inclinación crítica de la vocación contemplativa de los intelectuales al inscribir la producción de conocimiento en una voluntad de cambio de la realidad. Basta como significativo mojón la perdurable tesis 11 sobre Feuerbach, elaborada por Karl Marx en 1845, aunque publicada bastante después: "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo"35. En los autores abordados en este texto, resuella tanto la constatación de la ajenidad de la élite letrada con respecto a los intereses nacionales y populares -lazo social que se intenta reconstruir- así como una representación de la tarea del intelectual que da preeminencia a la reflexión para la subversión de un todo social que se supone modelable por lo político. De tal modo, las construcciones de una figura del intelectual son, a un tiempo, sociales (en tanto definidas en orden a una red relacional que fija parámetros y expectativas y que delimita un campo de opciones para establecer apologías y rechazos) e imaginarias (en tanto invenciones de un personaje funcional)36.

En las obras que se analizan en los siguientes apartados, Ramos y Hernández Arregui toman por tópico central la crítica al sistema de la cultura letrada que juzgaban todavía hegemónico. Ambos trabajos revistan en un género extensamente visitado en Argentina desde la generación del '37; esto es, el ensayo. A lo largo del siglo XX, la práctica de la escritura ensayística se hizo necesaria para muchos escritores y pensadores como estrategia de intervención pública en instancias de crisis política que reclamaban interpretación. El ensayo opera sobre saberes ya existentes que son sometidos a revisión y a una nueva sistematización y resulta así un tipo discursivo idóneo para transmitir una exégesis, personal y subjetiva, de una realidad crítica, en virtud de que "no requiere de la comprobación y la verificación científicas de una investigación sociológica o de un libro de historia"37. Género habitualmente ejercitado por quienes ocupan un lugar estratégico en el campo intelectual sería, sin embargo, utilizado en los '50 por su potencial polémico tanto por Ramos -un novel historiador militante- y Hernández Arregui -un académico desplazado-. 

Ramos y el teórico de lo nacional

Jorge Abelardo Ramos38 nació en la ciudad de Buenos Aires en 1921.  Su padre, según su propio testimonio, era "yesero de San Nicolás de los Arroyos" y tenía inclinaciones anarquistas. Su madre, de origen judío, provenía de una familia socialista pero simpatizaba con Hipólito Yrigoyen. Ingresó en 1933 al Colegio Nacional Buenos Aires, iniciando su militancia adolescente en el apoyo de la República Española como partidario de la Solidaridad Internacional Antifascista (SIA). A fines de la década, formaba parte de la Unión de Estudiantes Secundarios, de tendencia anarquista. Habiéndose acercado a las posiciones de León Trotsky, ingresó junto con Enrique Rivera y por intermedio de Adolfo Perelman al Grupo Obrero Revolucionario (GOR) liderado por Liborio Justo, agrupación que publicaba el periódico La internacional (luego La Nueva Internacional). La ruptura de relaciones con Justo llevó a los jóvenes hacia el grupo rival de Antonio Gallo y Aurelio Narvaja, la Liga Obrera Socialista (LOS), que editaba Inicial. Una nueva ruptura lo condujo a constituir Vanguardia Obrera Leninista (VOL) con Rivera y Perelman. La conformación en 1941 del Partido Obrero de la Revolución Socialista (PORS), de vocación unificadora e impulsado por la IV Internacional, llevó a una nueva iniciativa editorial, que se prolongaría hasta el golpe de 1943: el periódico Frente Obrero. Ya en noviembre de 1945, Ramos y Niceto Andrés lanzaban Octubre (1945-1947), cuya primera posición vacilante hacia el peronismo giraba luego hacia una revalorización del fenómeno, interpretándolo como un movimiento marcado por la burguesía nacional pero que por sus medidas obreristas y su contradicción objetiva con la oligarquía agropecuaria y el imperialismo merecía el apoyo crítico de la izquierda. Con su propio sello editorial, Octubre, lanzó en 1949 su primer ensayo, América Latina: un país, en el que recorría la historia desde tiempos coloniales hasta la época contemporánea, argumentando sobre una originaria unidad americana, luego balcanizada. El libro, censurado prontamente, era a su vez criticado por Rivera por sus desviaciones nacionalistas. En 1951 publicó, a través de la editorial radical Raigal, Alem, historia de un caudillo. Desde entonces y hasta 1955 se dedicó intensamente al periodismo, escribiendo para numerosos medios: el diario peronista Democracia, El Laborista, el suplemento literario de La Prensa (mientras el medio estuvo bajo control de la Confederación General del Trabajo - CGT-) y un renovado Frente Obrero que, desde 1954 y bajo la dirección de Esteban Rey, fue el órgano del Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), cuya efímera experiencia tocaría su fin con el golpe de 1955. En esta organización filoperonista, en la que confluyeron socialistas y fracciones trotskistas, Ramos encontró una manera de apoyar el proceso en curso sosteniendo el principio de la independencia partidaria.

Es en este contexto agitado de los primeros años '50 que publicaba el breve texto de Crisis y resurrección de la literatura argentina, mediante el apoyo de la editorial Indoamérica, sello cuya dirección estaba en manos de viejos compañeros de ruta en agrupaciones trotskistas. Como fue indicado más arriba, las circunstancias de su publicación se ligaban a una confrontación entre peronismo y oposición que en su proceso de recíproca deslegitimación habían consolidado sus respectivos pares de opuestos binarios: para los adherentes al primero, el pueblo-nación se enfrentaba a la oligarquía antinacional; para los opositores, el país democrático debía necesariamente desconocer un gobierno nazi-fascista.

Sin embargo, pese a la disponibilidad de objetos de análisis más inmediatamente visibles considerando la expresión desembozadamente conspirativa del rechazo al régimen que había tomado la forma de un fallido putsch en 1951, Ramos elegía en este trabajo el análisis de la literatura contemporánea y su función política. La razón era a sus ojos evidente: el imperialismo, en países semicoloniales como la Argentina, realiza sus fines de sojuzgamiento no a través de una "policía colonial" sino de la acción más sofisticada y molecular de la "colonización pedagógica", en razón de que "las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material"39. La referencia teórica al organicismo de Oswald Spengler fundaba la relevancia de la disputa por una "conciencia nacional autónoma" que, aun sin albergar expresiones estéticas en una primera etapa, podía sin embargo generar una ideología40.  

El problema no era trivial en la perspectiva de Ramos. La necesidad de discutir la presencia de lo foráneo en la cultura nacional, cuya definición no se daba en el estrecho odre de lo argentino sino en el marco de la recuperación de una unidad latinoamericana que representaba su efectivo marco de referencia, ponía en el centro de la lucha política una disputa simbólica en la que los intelectuales habían tenido a juicio de Ramos un protagonismo decisivo. Efectivamente, su narrativa pretendía iluminar una alianza de intereses entre el imperialismo y la oligarquía terrateniente e importadora, uno de cuyos logros había sido la formación de una intelectualidad extranjerizante que desde Caseros en adelante expresó a la civilización europea y sirvió a los propósitos de la opresión de lo cultural autóctono41. Este estado de cosas era entendido como objetivo y como una situación a tematizar que no respondía a exclusivas exigencias de la hora. En tal sentido, la profundidad de sus causas y la extensión de sus alcances a todos los ámbitos de la producción cultural exculpaban, en cierto modo, a los jóvenes que no comprendían la tarea histórica a emprender y se entregaban a la reacción:

No se crea ni por un momento que desorbitamos un problema en aras de exigencias políticas. La cuestión está planteada en los hechos mismos, en la europeización y alienación escandalosas de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento y del ensayo. Trasciende a todos los dominios del pensamiento y de la creación estética y su expansión es tan general que rechaza la idea de una tendencia efímera. Es en ese sentido que legítimamente puede hablarse de una verdadera devastación espiritual de las nuevas generaciones intelectuales. La juventud universitaria, en particular, se ha asimilado los peores rasgos de una cultura antinacional por excelencia. Bajo esas condiciones históricas se formó nuestra "élite" intelectual. Su función es ser fideicomisaria de valores trasmitidos por sus mandantes europeos.42

En la óptica de Ramos, la confirmación del comportamiento imitativo y artificial de la élite letrada encontraba un síntoma en el sometimiento lingüístico pero, más profundamente, podía estimarse por la penetración de estados espirituales completamente ajenos a la realidad nacional. La declinación del realismo que se percibía por entonces en Europa, en efecto, remitía a un horizonte social y político muy concreto en el imaginario ramista: la "crisis orgánica de la civilización capitalista"43, para la cual la respuesta evasiva del arte de vanguardia no podía resultar suficiente.

El caos del mundo intelectual en la Europa burguesa se expresa irrefutablemente en la disolución de todas sus formas y concepciones tradicionales. Desde hace años está proclamada una verdadera crisis de la afirmación, una proscripción de lo real, una religión de la oscuridad, un sacerdocio de las sensaciones y una decisión de concebir la literatura como una actividad específica.44

Tales inclinaciones, parte de un proceso real de decadencia en el viejo continente, se hacían inaceptables en Argentina, en virtud de ciertas derivaciones inherentes a una evaluación de la situación contemporánea del país que era pasada por el tamiz de una filosofía de la historia. La narrativa de Ramos se construía a partir del entendimiento de que el proceso histórico se ajustaba a un sentido inmanente que marcaba una línea de progreso: si en los países en los que se había consumado la expansión imperialista del capitalismo se enfrentaba ahora una bancarrota (en cuyo diagnóstico y prospectiva incidía la fuerza del deseo), en Argentina la necesidad de realización de la nación como sujeto autónomo parecía previa a cualquier otra consideración en sentido transformador, de modo que las tareas para la consolidación de una sociedad industrial de capital nacional adquirían una valoración positiva. Así, por ejemplo, la sustracción de pobladores rurales por un sector fabril en crecimiento, implicaba colocarlos en "un nivel superior de civilización ofrecido por la economía industrial"45

La referencia al momento atravesado por Argentina en esos años, que para Ramos estaba ausente en la literatura y la reflexión de los intelectuales dominantes, debía atender a lo que, apelando a la metáfora arquitectónica tan socorrida por el marxismo, implicaba el "abismo" existente entre "la infraestructura de la sociedad y la superestructura"46:

El triunfo económico de la burguesía industrial sobre la oligarquía terrateniente no ha trascendido al dominio político, por la hostilidad y la ceguera antinacional de la burguesía: este hecho abrió el período bonapartista. Pero tampoco se expresa en el dominio teórico o estético donde la oligarquía y su mandarinato aún prevalecen.47

La remisión a la idea de bonapartismo para entender el proceso de la "revolución nacional popular" abierto en 1945 hallaba su fundamento más lejano en las elaboraciones de Karl Marx en torno del régimen instaurado en Francia como corolario de la revolución de 1848, caracterizado por aquél por su pretensión de colocarse por encima de las clases y como benefactor de todas ellas, garantizando sin embargo el orden burgués a través de un gobierno fuerte y absoluto sostenido por el ejército, la policía, la burocracia y el poder religioso48. La connotación de este concepto en la tradición marxista era desde entonces fuertemente negativa, pero la lectura de Ramos provenía de la apropiación de una revisión sobre la noción antedicha operada por Trotsky a fines de la década del '30 al intentar interpretar el gobierno de Lázaro Cárdenas, proponiendo que en un país semicolonial podía configurarse un bonapartismo sui generis que, ante la debilidad de la burguesía nacional por la penetración del capital extranjero, se apoyara en el poder de las masas populares para combatir al imperialismo49.

En línea con este entendimiento, los intelectuales del arte puro eran "un amargo reflejo de la era oligárquica, aislada del pueblo y hostil hacia sus conquistas"50. El divorcio efectivo de estos agentes con respecto al país configuraba para éstos un impedimento para pensar la urdimbre de la cultura y la política, embebidos como estaban de una "angustia estetizante" cuyo hermetismo en nada obedecía a la situación histórica local51. Por ello, eran estigmatizados por Ramos con alusiones sarcásticas a su pretendido celibato político: santones, pontífices, clerecía intelectual, sacerdotes europeizantes, casta políglota. 

La consustanciación de la élite intelectual con el poder oligárquico-imperialista no era, con todo, producto de comportamientos puramente individuales, sino que estaba articulada por un aparato de control cultural a la vez local y foráneo cuya existencia, si bien no era objeto de análisis sistemático, se desprendía de distintos tramos del texto de Ramos. Las instituciones extranjeras, sumadas a las revistas literarias y los suplementos culturales que ejercían localmente la crítica bibliográfica (típicamente, Sur y La Nación), representaban las instancias de consagración y el umbral de acceso al circuito privilegiado, que se encargaba de garantizar la domesticidad de todo aquel intelectual que pretendiese pertenecer y de silenciar las voces disidentes.

La presencia del imperialismo en dicho galimatías cultural no puede ser discutible, puesto que la vinculación ininterrumpida entre la intelectualidad cipaya y los órganos especializados de Europa y Estados Unidos garantiza la continuidad de un intercambio con saldo desfavorable para el país. Las distintas fundaciones o institutos extranjeros proveen los fondos o la fama internacional necesaria para que los escritores dóciles ingresen al círculo de los elegidos y orienten su obra dentro de los cauces prefijados. Nada genuinamente nacional o, por supuesto, revolucionario habrá de nacer de esta casta políglota.52 

Hay temas argentinos, los más argentinos de todos, que son verdaderos tabú[e]s para nuestros escritores. Aún está por escribirse una genuina biografía de Mitre, el exterminador de los caudillos populares y organizador de la guerra del Paraguay por cuenta del capital europeo. Bien sabemos todos que aquel que se atreva a situar a Mitre en el proceso histórico del país, tendrá cerradas para siempre las puertas de La Nación, prohibido su nombre en la revista Sur y calificado de nazi o rosista por esas vacas sagradas de la Argentina de ayer.53

Hasta aquí se ha observado cómo Ramos establecía una crítica del papel antinacional de los intelectuales y de su participación en un régimen cultural restrictivo. Adicionalmente, en la construcción de una legitimidad para la propia figura intelectual, apelaba a otros dos recursos. En primer lugar, el expediente polémico con dos de los más renombrados escritores de la publicación fundada y dirigida por Victoria Ocampo: Ezequiel Martínez Estrada y Jorge Luis Borges. En segundo lugar y asociado a lo anterior, el señalamiento de las líneas de un canon en relación a la "tradición nacional" de la que pretendía convertirse en representante.

Precisamente, Ramos presentaba como instrumento para develar en la obra de Borges y Martínez Estrada marcas de sus juicios ideológicos -y, en este sentido, como baremo de la evaluación de un escritor en relación a su exclusión o inclusión en la "tradición nacional"- la estimación que aquéllos habían ofrecido del Martín Fierro. La operación se alineaba en la revaloración del texto hernandiano por parte de Leopoldo Lugones en 1913, quien tras calificarlo como "poema épico" lo colocó como la obra inaugural de la literatura nacional, contraviniendo el mayoritario desdén que el libro había generado hasta entonces entre los escritores vernáculos. Reivindicando la postura lugoniana, Ramos dedicaba largos tramos de su ensayo a la exégesis de la interpretación que Martínez Estrada y Borges habían ofrecido del poema, destacando cómo la trama de sus críticas se fundaba en una mirada extranjera y clasista. No obstante, había una diferencia entre ambos autores que desde la perspectiva histórica ramista no se podía desdeñar: el primero era un provinciano, el segundo un porteño con prosapia anglosajona y unitaria54.

La importancia de esta cuestión residía, en Ramos, en la convicción de que era posible establecer una división del país que traducía en la geografía nacional aquella oposición entre el tándem imperialista-oligárquico y las masas nacionales. Así, la federalización de Buenos Aires habría sido un servicio de Julio Roca a las provincias del interior, al batir a la oligarquía bonaerense y a la "ciudad-puerto"55, en una recuperación del representante más conspicuo de la república conservadora que se profundizaría en trabajos posteriores. La apreciación de las plumas de Sur era cribada por esta grilla: "Si Borges es un intelectual europorteño completo, Martínez Estrada, en cambio, puede ser situado más bien en la línea sucesoria de Ricardo Rojas, es decir, como un capitulante que ha sellado un compromiso con la oligarquía, pero que no deja de ver el revés de la trama"56.     

La tradición que Ramos intentaba componer muy sumariamente como contraparte, al menos parcial, de la que se había construido de espaldas al país incluía no sólo a Hernández, Lugones y el Rojas de La restauración nacionalista, sino también a Manuel Gálvez, Manuel Ugarte, Horacio Quiroga, Elías Castelnuovo, Luis Franco. La consolidación de esta corriente merecía darse el proyecto intelectual de elaborar una "teoría de lo nacional" que se volviese hacia las "fuentes originales de la propia cultura", tarea fundamental para el propósito de doblegar el supérstite predominio cultural oligárquico que el proceso político argentino hacía ver a Ramos como declinante57. En la convicción de que para la definitiva victoria de una revolución la "hegemonía espiritual" adquiría una densidad inestimable, no dejaba de reclamar para sí -en una tesitura consistentemente leninista- un lugar preferente como vanguardia intelectual y política del movimiento popular, cuyas fórmulas juzgaba aún "primitivas"58. En efecto,

Si en el proletariado depositó la historia la tarea de protagonizar y llevar adelante la revolución nacional, a sus verdaderos intérpretes les corresponde formular la crítica de la vieja cultura y echar las bases de una nueva. Es preciso promover la formación de una inteligencia nacional que encuentre en el interior del vasto país latinoamericano las fuentes de su inspiración creadora.59

Hernández Arregui y el intelectual nacional

Juan José Hernández Arregui60 nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, en 1912. Luego de abandonar el padre la casa familiar, el oficio de "comadrona" de la madre fue el sustento del hogar en la ciudad de Buenos Aires. En la adolescencia aliviaba las cargas hogareñas con un exiguo salario en la Oficina de Rentas de Avellaneda, mientras las simpatías políticas empezaban a orientarse hacia el radicalismo yrigoyenista, afiliándose al partido hacia 1931, meses después del golpe septembrino. En la Facultad de Derecho cursó los primeros años de la carrera, hasta que la muerte de su madre en 1933 lo impulsó a mudarse a la provincia de Córdoba, luego de aceptar la invitación de un tío de Villa María. Cercano desde entonces al sabattinismo, un empleo en la biblioteca del lugar lo mantuvo en contacto con la lectura y la vida cultural local, de lo que resultó su primera publicación: Siete notas extrañas (1935), una recopilación de relatos que recibió comentarios auspiciosos de la crítica, aun en el encumbrado diario La Nación. No obstante, la lid política y un cargo de secretario en la Universidad Popular "Víctor Mercante" lo absorbían, distanciándolo de las pulsiones literarias. En 1938, radicado ya en la capital de la provincia mediterránea, procedió a desempeñarse en el Boletín Oficial de la provincia y a retomar los estudios universitarios en la carrera de filosofía en la que, además de graduarse en 1944 con una tesis sobre el pensamiento griego, conoció a su maestro en la lectura humanista del marxismo: el italiano Rodolfo Mondolfo. A lo dicho, sumó la práctica docente en la enseñanza media, experiencia ésta que le inspiró un ensayo publicado bajo el título de Hacia una reconstrucción educacional (1942). Por entonces, su militancia partidaria lo había inclinado hacia el forjismo, mientras ejercía el periodismo en variadas publicaciones prohijadas por el radicalismo: Nueva Generación, Debate, Intransigencia, Doctrina Radical y La Libertad, las dos últimas bajo su dirección. Luego de resistir en la Convención Nacional del radicalismo a las posturas unionistas, renunció a la secretaría cordobesa del partido del que, en 1947, se distanció definitivamente. Tiempo después, Arturo Jauretche, con quien había trabado relación años antes, lo estimuló a integrarse a la gestión de Domingo Mercante en la provincia de Buenos Aires, de la que sería Director de Estadística y Censos y Director de Publicaciones y Prensa del Ministerio de Hacienda, hasta que renunció en 1950, perseguido por sectores de la propia administración peronista para los que su trayectoria política e ideológica resultaba sospechosa. A su vez, continuó con su profesión docente tanto en la educación secundaria, en el Colegio Nacional de La Plata, como en la superior, concursando exitosamente un cargo en 1948 como profesor adjunto para la cátedra de Introducción a la Historia en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata y sumándose tiempo después como profesor adscripto a la cátedra de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1951, además, se desempeñaba como crítico de libros en Radio del Estado, tarea que alternaba con la producción de artículos académicos sobre temas filosóficos, historiográficos y de teoría sociológica. Con el advenimiento de la Revolución Libertadora, sin embargo, fue expulsado de la universidad y detenido en varias oportunidades a partir de sus vínculos con sectores de la resistencia peronista.   

La cesura profesional implicada en un ostracismo universitario cuyas causas eran evidentemente políticas estuvo en el origen de Imperialismo y cultura. Al trance de la elaboración del texto, interrumpida por una de sus detenciones, se agregaron las dificultades para hallar una editorial dispuesta a darlo a conocer, lo que fue resuelto a través del sello Amerindia, afín a la izquierda nacionalista. En este trabajo de textura sofisticada, que combinaba la causticidad de la prosa de combate con la sutileza conceptual académica, las estrategias de construcción de una representación autolegitimante halladas en Ramos se reproducían, aunque con dos características diferenciales a favor de Hernández Arregui que permitían reforzar el argumento de la obra: por un lado, la elaboración más sofisticada del aparato crítico y de la historicidad de las cuestiones tratadas; por otro y siguiendo aquí a Sigal, la exhibición de la posesión de un vasto capital cultural para dar legitimidad a juicios ideológicos61.  

Efectivamente, en Imperialismo y cultura se adoptaba una perspectiva socio-histórica para reconocer los fundamentos de la primacía cultural de una élite intelectual aún prevaleciente que el autor daba en llamar la "generación de 1930". La voluntad explícita de ejercer una "historia crítica de las ideas", se complementaba con una sociología de la producción cultural que entendía a la literatura como ideología y como la "personificación encubierta de un ciclo económico"62.

En Hernández Arregui la importancia del discurso histórico en el entendimiento de este problema se debía a más de un motivo. En principio, este enfoque recogía un legado de la lectura mondolfiana de Marx que remitía a la convicción de que el hombre se realizaba en la historia, en la praxis y, por lo tanto, no había nada necesario en el devenir humano, lo que formaba parte de una interpretación no determinista y humanista del pensamiento del filósofo de Tréveris. Pero, además, no escapaba al imaginario arreguiano que las disputas por dar un sentido al pasado eran el signo de que "el filamento electrizado de la historia es la política"63.

Esta mirada era intersectada a su vez por un modo de concebir lo cultural -y, en particular, la producción artística- en el que autor y obra se encontraban socialmente anclados. Las dificultades del artista individual para la percepción de sus variadas formas de dependencia no podían someter, para Hernández Arregui, la vocación de observar la dimensión social del hecho artístico: no sólo cabía evaluar la incidencia del "espíritu de época" en el que coagulaban los "cambios en el ritmo de pensar colectivo de las diversas clases sociales"64, sino también de factores como el mercado, los círculos literarios y la propia condición de clase del artista. Así, existía una primera dependencia del mercado editorial, en tanto la producción de un escritor que pretendiese el éxito dependía de una demanda que lo constreñía, ya que el público buscaba "la objetivación de sus propios deseos, intereses, ideales y prejuicios que están condicionados por la situación social de cada lector"65. De consuno con ello operaba la "coacción invisible" de esa "organización de propaganda" que constituía en la perspectiva arreguiana el círculo literario, ligado siempre a un público y nunca ajeno a presupuestos ideológicos, cuya acción obligaba al miembro a ceder parte de su personalidad a cambio de la protección impersonal del grupo, que a su vez retribuía la adhesión con la publicación de su trabajo en diarios y revistas66. Por último, Hernández Arregui observaba que la condición pequeño burguesa de la mayoría de los intelectuales los ubicaba en una posición social ambivalente que los hacía vacilantes desde el punto de vista político-ideológico y, sobre todo, temerosos de la presión de las clases subalternas; en suma, pasibles de todo tipo manipulaciones por parte del imperialismo y sus aliados locales de la burguesía:

El intelectual de clase media es comparable a un epifenómeno de la lucha de clases, es decir, un fenómeno resultante o ligado a otro de un modo inevitable, pero de naturaleza distinta. Es conservador y, al mismo tiempo, se expresa con fraseología libertaria. Pero esta libertad es también un derivado de su posición de clase. Como intelectuales, pueden participar de diversas ideologías, inclusive combatirse en el plano de las ideas puras como bravos titanes, pero como miembros de una clase, se unen en defensa de sus intereses generales, que son, por reflejo de la propia situación de dependencia, los intereses de la clase superior contra la inferior realmente explotada: el proletariado. Así, junto a divergencias intelectuales parciales, un interés material común los unifica: la conservación del "status" social conquistado a la sombra de la sociedad burguesa.67  

Precisamente y como en Ramos, en Argentina la opción de hierro se constituía entre la continuidad de la opresión imperialista (percibida, en lo fundamental, como británica en lo político-económico y francesa en lo cultural, aunque en distintos momentos era señalada la amenazante presencia norteamericana) o la construcción definitiva de una nación abierta a la integración en esa "patria dividida" que conformaba la América Hispánica, cuya postulada unidad era a la vez histórica y cultural68. En la opinión de Hernández Arregui, las condiciones para que tal dilema se resolviese favorablemente a la definitiva constitución de la nación estaban dadas; no obstante, cabía para ello contribuir a la tarea política e intelectual de desarticulación de la concordancia entre el imperialismo, la burguesía antinacional y la intelectualidad extranjerizante que, en la versión de una generación constituida en torno a 1930, había vuelto al pleno dominio de la escena con el golpe de 1955:

La finalidad es probar cómo esa generación fue instrumento del imperialismo que se valió de ella para reforzar la conciencia falsa de lo propio y desarmar las fuerzas espirituales defensivas que luchan por la liberación nacional en los países dependientes colocados en el cruce de la crisis horizontal y vertical del capitalismo como sistema mundial.69

Otro punto coincidente con el autor de Crisis y resurrección provenía de la constatación de una fractura dentro de Argentina que territorializaba el colonialismo interno como producto del predominio político, económico y cultural de Buenos Aires. Los obstáculos para la construcción de una nación, tanto en el sentido de la conformación definitiva de un estado-nacional soberano como de la vertebración de una cultura vernácula, provenían entonces no sólo de factores externos sino de una historia local que era legible como la lucha de las provincias interiores contra el predominio material de las europeizadas fracciones burguesas comercial y agropecuaria. Estos dos sectores, en principio pertenecientes respectivamente a la "ciudad fenicia" y a la provincia de Buenos Aires, conformaron hacia tiempos de Bartolomé Mitre una "clase terrateniente" de alcance nacional al cooptar a "provincianos aporteñados"70:

Buenos Aires es lo que es, no por el peso de una fatalidad metahistórica, sino por la política de una oligarquía que no cederá su dominio sino bajo el empuje de las fuerzas nacionales unidas que integran el concepto de soberanía al de Nación. La clase terrateniente, por su dependencia del mercado mundial monopolista, no puede darle forma soberana al Estado Nacional [...] Buenos Aires, metrópoli portuaria, es el estómago del imperialismo y su cabeza pensante, opuestos como órganos antivitales a la industrialización del país que se cumple a pesar de esa oligarquía y sus retornos cíclicos.71

Ahora bien, como evidencia del servilismo colonial de las élites culturales locales en relación a una Europa en crisis Hernández Arregui presentaba un recuento de las líneas dominantes en la literatura y el pensamiento de los siglos XIX y XX calibrando el "malestar en la cultura" que exhibía su legado, para luego señalar el influjo de éste entre los intelectuales argentinos. Además del pesimismo con respecto al conocimiento histórico y la razón humana, le interesaba la tendencia a la interioridad y a la defensa del "arte por el arte" hallada en muchos escritores, todo lo cual, en su concepción, era un modo de digerir la ruptura con valores y verdades que parecían inconmovibles: el "arte puro es una ilusión, ya que el enclaustramiento del artista en el propio reino imaginativo, su aislamiento pasivo o desafiante ante la realidad, es una forma de reacción crítica contra la sociedad real"72. De esta manera, la burguesía convertía "su ocaso en tragedia de la Cultura"73.   

Con relación al caso argentino, una literatura que asumiese tales preocupaciones no podía ser sino imitativa, ajena a una situación que reclamaba otra actitud espiritual, razonamiento que se pudo observar también en Ramos. En tal sentido, Hernández Arregui operaba una inversión del par dicotómico sarmientino civilización-barbarie, cuyas implicancias político-ideológicas habían alcanzado las lecturas del fenómeno peronista. Así, sostenía que si bien las masas habían sido regularmente calificadas de bárbaras, en realidad ese estigma se apoyaba en la impermeabilidad de aquéllas frente a lo extraño; esa reacción primaria remitía en la prosa arreguiana a una cita de Ugarte, para quien la protesta supuestamente bárbara era "el grito angustiado de un nacionalismo sacrificado"74. Por el contrario, el locus de la civilización estaba en los sectores que comprendían las necesidades del proceso de liberación nacional y, en este punto, el anacronismo de la oligarquía y de sus intelectuales los convertía en el residuo de una época pasada75. La única corriente artística que Hernández Arregui entendía consonante con el propósito de conformar plenamente la conciencia nacional era el realismo, lo que lo llevó a formular explícitamente su distanciamiento de las vanguardias. De tal guisa, decía al analizar el aporte de Roberto Arlt y Gálvez:

El realismo literario era y es la tendencia que exige un país construido con materialidades, sin complejidades excesivas y sin tradiciones decadentes auténticas. Salirse del realismo, en la Argentina, es pura imitación. La literatura realista en la Argentina todavía tiene una misión que cumplir. Todo lo que no ha sido realista ha sido remedo y pasatismo. En Gálvez -que posee formación histórica- este realismo supera en permanencia a Arlt, pues su visión del país es más amplia. En tal sentido, Manuel Gálvez es el único novelista argentino de significación nacional.76 

En orden a identificar los rasgos históricos de la extranjería literaria y a señalar apologías y rechazos en el campo cultural, la producción anterior a la del modernismo literario no era tema de interés para el autor de Imperialismo y cultura. Se apuntaba que el sometimiento espiritual de las élites daba comienzo antes de 1900, pero la actividad escrituraria de la generación previa no se había dado tareas específicamente literarias, sino más bien políticas77. En el escorzo arreguiano, el modernismo, síntoma del avance imperialista en la cultura local, era significativo porque inauguraba una ruptura social para el escritor en términos de su profesionalización relativa a la división social del trabajo. Efectivamente, Hernández Arregui encontraba que con este movimiento "el divorcio gradual del pueblo y la 'intelligentsia' ha comenzado. Y este fenómeno se asocia en los intelectuales a su separación de la clase alta enriquecida y orgullosa"78. La generación de 1900 estaría caracterizada por un desgarramiento íntimo motivado por el materialismo de la clase dominante pero, a la vez, no se habría despreocupado por la realidad del país, y en tal sentido operaba el rescate de Ingenieros, Almafuerte, Ugarte, Gálvez y Lugones, y en particular de los dos últimos por la búsqueda en torno del tema nacional. Para Hernández Arregui, la reyerta literaria entre los grupos de Florida y Boedo permitía, por un lado, reconocer la presencia en estos últimos de afanes populares y revolucionarios aunque todavía extranjerizantes, y marcaba, por otro, el origen de la "literatura oficial" que, bajo la hegemonía del primer grupo, se conformaría con el acuerdo de ambos contendientes hacia 193079

Los años posteriores al derrocamiento de Yrigoyen (objetivamente opuesto a la cultura oligárquica y antecedente, por tanto, del peronismo) y a la depresión económica fueron los de conformación de una nueva generación intelectual, que era a la vez aquélla contra la cual Hernández Arregui estaba aún en combate. No obstante, el rechazo de sus escritores no resultaba monolítico y, en esa línea, procedía a la recuperación de quienes, pertenecientes a la clase media porteña, tomaron el camino del "nihilismo literario" o "el redescubrimiento de lo argentino"80. Así, Roberto Arlt aparecía como el arquetipo del "intelectual alienado"81, cuya actitud acre y pesimista no encontraba consistencia proyectiva, Gálvez asomaba desde un nacionalismo aristocratizante a la "conciencia política del mal"82 y Raúl Scalabrini Ortiz representaba la soledad en busca de sus causas, "el hombre anónimo encarnado ya en conciencia histórica absorta que enjuicia sus males sin inocencia pero también sin misticismo"83.  

Sin embargo, el sector dominante y mayoritario se daría a la "literatura pura" y a las tendencias del "arte por el arte", lo que en el imaginario arreguiano implicaba la subordinación objetiva a la voluntad oligárquica e imperialista84. El epítome de ésta fracción lo representaba la revista Sur y sus principales representantes: Ocampo, Borges, Eduardo Mallea, Martínez Estrada, Ernesto Sábato. Sur habría nacido como parte del retorno de la oligarquía al poder político y con la vocación de constituir un círculo para la captación de escritores jóvenes que se dedicasen a la tarea de formar y orientar al público, sosteniendo su unicidad ideológica en una serie de postulados: pretensión de independencia de la creación artística, sobreestimación de la influencia extranjera y particularmente de la europea, élites como propietarias excluyentes de la cultura, predominio de la forma y del espiritualismo, esnobismo literario y cerrado espíritu de cuerpo, búsqueda de sinecuras oficiales85. Con su tarea, habrían producido y difundido las imágenes de la Argentina colonizada, representaciones que resultaban basales de un poderoso sentimiento de inferioridad:

Estos escritores, piezas insignificantes del vasto sistema al que sirven, no siempre son conscientes de la erosión mental que cumplen. Creen elegir libremente sus ideas que en realidad les son impuestas. La alienación espiritual de la clase dirigente que mira a Europa, en el orden intelectual, se altera y muda en país quimérico. La Argentina, pensará la inteligencia colonial, "carece de tradición industrial", "el obrero argentino no posee competencia", "el capital extranjero es fuerza civilizadora", "los pueblos hispanoamericanos con inferiores". Tales son los esquemas de la indefensión cultural. Y el séquito intelectual, del que hablaba A. Von Martin, les da forma literaria.86

Hernández Arregui anudaba el angustiante contexto político de la "Revolución Libertadora", cuyo apoyo británico era a su juicio indiscutible, con el reingreso en la escena pública de las élites culturales arrulladas en los '30. Ahora, además, el grupo habría logrado consolidar un "verdadero monopolio literario" con la aparición de ASCUA (Asociación Cultural Argentina para la Defensa y Superación de Mayo), "la faz contable de la literatura pura"87. Agregado lo antedicho a la homologación de los derrocamientos de Yrigoyen y Perón a sendos retornos de la clase terrateniente, el relato producía un cierto efecto de aplanamiento de la historicidad del proceso de las últimas décadas, a favor de una narrativa pendular que implicaba la alternancia de la oligarquía y los sectores populares que no resignaba una sensibilidad optimista a favor de la reivindicación definitiva de los desplazados en el '55:

Hay una relación directa, aunque compleja, entre el retorno de los mismos economistas -Prebisch, Pinedo, Huergo-, los mismos intelectuales -Sur y ASCUA - y los mismos profesores universitarios que condujeron la economía y la cultura argentinas después de 1930. Son los mismos personajes que surgieron a la vida pública a raíz de la caída de Yrigoyen. Pero ahora no es la clase media la que ha sido desplazada del poder político. Es la clase obrera, golpeada pero no vencida, y que en el mismo instante de la derrota, retoma la bandera de la recuperación nacional en un momento agudo de la descomposición del imperialismo en el orden mundial.88

Con todo, el peronismo era visto, en esta perspectiva, como una disrupción de perfiles específicos que permitía caracterizarla como una revolución democrático-burguesa, aunque las contradicciones ideológicas internas, la ausencia de un partido revolucionario y la insuficiencia de su política antioligárquica (particularmente, la falta de convicciones para la realización de una reforma agraria) lo doblegaron en el enfrentamiento con las fuerzas contrarrevolucionarias, entre las cuales había militado no sólo la burguesía industrial, sino también numerosos intelectuales89. El lugar asignado en la imaginación histórica arreguiana a Perón, no obstante, difería no sólo de quienes habían encontrado en él apenas un demagogo, sino también del que ofrecía la lectura de Ramos. En efecto, en Hernández Arregui incidía una concepción del sujeto portadora de reminiscencias románticas, en la que "toda individualidad histórica encarna fuerzas sociales"90. Ante la decepción generada por el radicalismo, el socialismo y el comunismo, la clase obrera habría encontrado en Perón una política antiimperialista y distribucionista que expresaba el actual estado de la "conciencia histórica de las masas"91.

La inclinación a valorar el lugar del liderazgo emergente de la dinámica de lo colectivo y, complementariamente, el interés en calibrar los procesos de "concientización" de los sectores subalternos, así como la ausencia de un enfoque vanguardista -efectivamente existente en la mirada ramista-, parecían colocar la figura del "intelectual nacional" en la de un intérprete en la tarea de esclarecimiento de lo nacional-popular o, como ha señalado Neiburg, de la "autoconciencia popular"92. Hernández Arregui tenía la convicción de haber hallado en el peronismo el cauce por el que discurrían en la Argentina contemporánea las posibilidades de constitución de la nación en un marco de transformaciones sociales progresistas, y asignaba al intelectual el papel de acompañar a las masas y a ciertos sectores de la burguesía industrial en ese proceso. En todo caso, había que entregarse a la premisa de "nacionalizar la inteligencia argentina"93:

Cuando se habla de literatura nacional no se trata de predicar una poesía para las masas. El grueso de la población, por razones de niveles económicos de composición, no lee. La cuestión consiste en que el escritor tenga conciencia del país y comprenda que el pueblo es el instrumento de la acción histórica en lugar de encerrarse en un pesimismo frívolo y deprimente.94

Conclusiones

Las tesituras sostenidas por estos intelectuales, como se vio, implicaron una mirada estratégica dúplice: por un lado, una estrategia de condena político-ideológica en la disputa con sus adversarios al interior del campo cultural y, complementariamente, una estrategia que argüía sobre la especificidad de los combates culturales en orden a establecer el escenario decisivo para la resolución de las fracturas en el campo político. Una perspectiva tal permitió a estos agentes rechazar no sólo las ideas, prácticas, jerarquías e instituciones consagradas o hegemónicas en el mundo intelectual, sino también las condiciones que -generadas por un poder político, económico y social al que se le imputaban complicidades de toda índole- las sostenía aún incontestadas.

Ramos, a través de su postulada imagen del "teórico de lo nacional" y de su inserción concreta en el campo cultural, construyó la figura del ensayista, periodista e historiador autodidacta, cuya formación se articuló en las discusiones de grupos políticos de intenso debate ideológico. Hasta su Crisis y resurrección, su obra podía tener un alcance limitado, probablemente de circulación casi excluyente entre la militancia de izquierda, a la que el propio Ramos parece construir como la destinataria de su producción. Con la caída del peronismo y la creciente necesidad de comprender el fenómeno en sectores intelectuales y políticos de diversa procedencia ideológica, la obra de Ramos ganaría repercusión por su condición de pionero en la crítica a la postura adoptada por los partidos de la izquierda tradicional ante la emergencia del peronismo, lo que convertiría a Revolución y contrarrevolución en Argentina (1957) en un texto de amplia circulación.

Hernández Arregui, por su parte, provenía de una posición expectable en la burocracia intermedia del peronismo y de la construcción de una prolija carrera en el ámbito académico, pero ambas apuestas exhibieron prontamente su fragilidad: en el primer caso, en virtud de las tensiones internas del peronismo; en el segundo, como consecuencia del vendaval desperonizador que advino con la caída de Perón, en cuyo apoyo había estado comprometido. Probablemente en ciernes desde fines de la década del '30, la figura del "intelectual nacional" y sus connotaciones fuertemente oposicionales fueron sólo plenamente convertidas en el eje de la construcción de su autorrepresentación ante la crisis instada por la exclusión del circuito universitario, al que de todos modos el tono profesoral de sus textos parecía dirigirse, sobre todo al cuerpo estudiantil y a graduados jóvenes en proceso de revisión de lo ocurrido en los años previos. 

Tanto uno como otro, aunque por razones diferentes que responden a trayectorias igualmente disímiles, se encontraron en los márgenes del campo intelectual al momento de producir los trabajos analizados, y si desarrollaron una potente inclinación "antiintelectualista", ésta formó parte de un dispositivo para figurar la legitimación de su condición de hombres de ideas, artilugio en el cual la vocación de sutura de un proyecto que los incluyera en la construcción de una nación pensada como equivalente semántico del pueblo encontró una centralidad indisputada.

Mar del Plata, octubre de 2011

Notas

La elaboración del presente texto fue estimulada por los intercambios y discusiones que se dieron en la UNMdP en un seminario de posgrado dictado por la Dra. Marcela Ferrari titulado en 2008.

1 Se prefiere la noción "izquierda nacionalista" para referir a la corriente intelectual que aquí se estudia frente a otras denominaciones igualmente posibles que han sido producto de categorizaciones tanto históricas como analíticas. En este punto, se coincide con buena parte de la bibliografía específica en relación con el anclado del variado elenco ideológico en cuestión en la convergencia de alguna versión del marxismo con el nacionalismo popular. Omar Acha ha desestimado acertadamente el concepto de "marxismo nacional" en virtud de que en éste se privilegia el componente marxista y, en tal sentido, la idea de "izquierda" como relevo del primer término resulta menos dócil a la subsunción exclusiva en el marxismo siendo igualmente porosa al populismo. Sin embargo, Acha ha optado por la denominación de "izquierda nacional", quizá algo connotada por su apropiación por la fracción hegemonizada por Jorge Abelardo Ramos y por la apertura excesiva a la que fuera sometida por Juan José Hernández Arregui (ACHA, Omar Historia crítica de la historiografía argentina: las izquierdas en el siglo XX, Prometeo, Buenos Aires, 2009).         [ Links ] Por último, la noción "nacionalismo de izquierda" genera el eco de un parentesco de familia que da preeminencia al polo populista, situación análoga y opuesta a la del mencionado "marxismo nacional".

2 Aunque Rodolfo Puiggrós (1906-1980), Ramos y Hernández Arregui han sido considerados los máximos exponentes del pensamiento de la izquierda nacionalista (ver, por ejemplo, ALTAMIRANO, Carlos "Peronismo y cultura de izquierda en la Argentina (1955-1966)", en el libro del mismo autor: Peronismo y cultura de izquierda, Temas, Buenos Aires, 2000;         [ Links ] KOHAN, Néstor De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Biblos, Buenos Aires, 2000),         [ Links ] un canon sintético del colectivo puede consultarse también en CHUMBITA, Hugo "Patria y revolución: la corriente nacionalista de izquierda", en BIAGINI, Hugo y ROIG, Arturo El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX: obrerismo y justicia social (1930-1960), Biblos, Buenos Aires, 2006.         [ Links ] 

3 Al concepto de antiintelectualismo es inherente, como lo ha dejado indicado Claudia Gilman, una problematización de la relación entre la labor intelectual y la acción, particularmente en lo que a la intervención eficaz en la arena política se refiere, cuyo rasgo definitorio reside en la vituperación del primer orden de actividad a favor de la superioridad de la serie política. Precisamente, los sujetos privilegiados en esa sintaxis resultan el "hombre del pueblo" y el "hombre de acción". GILMAN, Claudia Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, p. 166.         [ Links ]

4 Ver LEIS, Héctor Intelectuales y política (1966-1973), CEAL, Buenos Aires, 1991;         [ Links ] TARCUS,Horacio El marxismo olvidado de la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 1996.         [ Links ]

5 Ver TERÁN, Oscar Nuestros años sesentas, Puntosur, Buenos Aires, 1991;         [ Links ] KOHAN, Néstor De Ingenieros..., cit.; SARLO, Beatriz La batalla de las ideas (1943-1973), Ariel, Buenos Aires, 2001;         [ Links ] ACHA,Omar La nación futura. Rodolfo Puiggrós en las encrucijadas argentinas del siglo XX, Eudeba, Buenos Aires, 2006;         [ Links ] GEORGIEFF, Guillermina Nación y revolución. Itinerarios de una controversia en Argentina (1960-1970), Prometeo, Buenos Aires, 2008.         [ Links ]

6 SCHAPIRA, Marta La odontología en Argentina. Del curanderismo a la consolidación profesional, UNR Editora, Rosario, 2000, pp. 255-257.         [ Links ]

7 SIGAL, Silvia Intelectuales y poder en Argentina. La década del sesenta, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, p. 2.         [ Links ]

8 Citado por SCHAPIRA, Marta La odontologÍa..., cit., pp. 27-28.

9 WEBER, Max "La política como vocación", en el libro del mismo autor El político y el científico, El libertador, Buenos Aires, 2005, passim.         [ Links ]

10 WEBER, Max "La ciencia como vocación", en el libro del mismo autor El político..., cit., p. 93.

11 SCHAPIRA, Marta La odontología..., cit., pp. 30-31 y 40-46.

12 MILLS, Wright La élite del poder, FCE, México, 1969.         [ Links ]

13 MICHELS, Roberto Introducción a la sociología política, s/d, pp. 102 y 106.         [ Links ]

14 ARON, Raymond "Catégories dirigeantes ou classe dirigeante?", en Revue française de science politique, núm. 1, febrero de 1965, pp. 14-15.         [ Links ]

15 BOURDIEU, Pierre "Campo del poder, campo intelectual y habitus de clase", en el libro del mismo autor Intelectuales, política y poder, Eudeba, Buenos Aires, 2000, pp. 32-34.         [ Links ]

16 NEIBURG, Federico y PLOTKIN, Mariano "Intelectuales y expertos. Hacia una sociología histórica de la producción del conocimiento sobre la sociedad en la Argentina", en NEIBURG, Federico y PLOTKIN, Mariano (comps.) Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, Paidós, Buenos Aires, 2004, p. 15.         [ Links ]

17 NEIBURG, Federico y PLOTKIN, Mariano "Intelectuales...", cit., pp. 16-17.

18 SIGAL, Silvia Intelectuales y poder..., cit., p. 8.

19 SIGAL, Silvia Intelectuales y poder..., cit., pp. 15-16.

20 BOURDIEU, Pierre "Campo intelectual y proyecto creador", en el libro del mismo autor Campo de poder, campo intelectual. Itinerario de un concepto, Cuadrata, Buenos Aires, 2003, p. 18.         [ Links ]

21 BOURDIEU, Pierre y SAINT MARTIN, Monique "La Sagrada Familia. El episcopado francés en el campo del poder", en BOURDIEU, Pierre La eficacia simbólica. Religión y política, Biblos, Buenos Aires, 2009, pp. 137-138.         [ Links ]

22 Se toma aquí la noción en los términos en que la recortara Bourdieu en el artículo "Campo intelectual..." ya citado (p. 14): "Dominada durante toda la edad media, durante una parte del renacimiento y en Francia, con la vida de la corte, durante toda la edad clásica, por una instancia de legitimidad exterior, la vida intelectual se organizó progresivamente en un campo intelectual, a medida que los creadores se liberaron, económica y socialmente, de la tutela de la aristocracia y de la Iglesia y de sus valores estéticos y éticos, y también, a medida que aparecieron instancias específicas de selección y consagración propiamente intelectuales -aun cuando los editores o los directores de teatro quedaban subordinados a restricciones económicas y sociales que, por su conducto, pesaban sobre la vida intelectual-, y colocadas en situación de competencia por la legitimidad cultural [el subrayado es del autor]".

23 TERÁN, Oscar Historia de las ideas en Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, p. 149.         [ Links ]

24 BOLTANSKI, Luc "L'espace positionnel. Multiplicité des positions institucionnelles et habitus de classe", en Revue française de sociologie, XIV, enero-marzo 1973, p. 12.         [ Links ]

25 ALTAMIRANO, Carlos y SARLO, Beatriz "La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos", en el libro de ambos autores Ensayos argentinos, Ariel, Buenos Aires, 1997.         [ Links ]

26 Así, la práctica del periodismo, el profesorado, el subsidio o empleo estatal o el patronazgo privado se instituían en recursos potables. Algunas de estas estrategias de supervivencia se encontrarán todavía décadas más tarde en intelectuales de la izquierda nacionalista como los aquí abordados.

27 MYERS, Jorge "Pasados en pugna: la difícil renovación del campo histórico entre 1930 y 1955", en NEIBURG, Federico y PLOTKIN, Mariano Intelectuales y expertos..., cit., pp. 67-76.

28 SIGAL, Silvia Intelectuales y poder..., cit., p. 16.

29 SIGAL, Silvia "Intelectuales y peronismo", en TORRE, Juan Carlos (dir.) Nueva historia Argentina. Los años peronistas (1943-1955), Sudamericana, Buenos Aires, 2002, T. VIII, p. 512.         [ Links ]

30 SIGAL, Silvia "Intelectuales y peronismo", cit., p. 501.

31 SIGAL, Silvia "Intelectuales y peronismo", cit., pp. 500 y 502.

32 GILMAN, Claudia Entre la pluma..., cit., p. 166.

33 SIGAL, Silvia Intelectuales y poder..., cit., p. 178.

34 ALTAMIRANO, Carlos Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005, pp. 63-65.         [ Links ]

35 Las Tesis sobre Feuerbach se integraron como anexo al libro de Friedrich Engels que vio la luz en 1888 con el título Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (en castellano: Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955).   

36 PREMAT, Julio Héroes sin atributos. Figuras de autor en la literatura argentina, FCE, Buenos Aires, 2009, p. 26.         [ Links ]

37 SAÍTTA, Silvia "Modos de pensar lo social. Ensayo y sociedad en la Argentina (1930-1965)", en NEIBURG, Federico y PLOTKIN, Mariano Intelectuales y expertos..., cit., pp. 107-108. No obstante, para los intelectuales que establecieron una relación estrecha con alguna versión del marxismo, la propia adhesión a esta matriz proporcionaba credenciales de cientificidad suficientes.

38 Los datos están tomados de GALASSO, Norberto La izquierda nacional y el FIP, CEAL, Buenos Aires, 1983;         [ Links ] NOBLE, Cristina Abelardo Ramos. Creador de la Izquierda Nacional, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2006;         [ Links ] TARCUS, Horacio Diccionario Biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la "nueva izquierda" (1870-1976), Emecé, Buenos Aires, 2007.         [ Links ]

39 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección de la literatura argentina, Indoamérica, Buenos Aires, 1954, p. 11.         [ Links ]

40 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 10.

41 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., pp. 29-30.

42 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 12.

43 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 22.

44 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 16. El reclamo de un nuevo realismo que expresara lo nacional no hacía a Ramos aceptar como potable el realismo socialista, cuya interpretación se remitía a las reflexiones de Trotsky de 1938 en su exilio mexicano, para concluir que el arte soviético era "subproducto de la degeneración burocrática del Estado" (p. 24). El comunismo argentino era, en esa línea, tan ajeno al contexto vernáculo como lo era la literatura kafkiana.

45 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 56.

46 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 28.

47 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., loc. cit.

48 MARX, Karl El 18 brumario de Luis Bonaparte, CS Ediciones, Buenos Aires, 1999, pp. 123-143.         [ Links ]

49 Ramos hacía explícita referencia a esta concepción en varios puntos de Crisis y resurrección...: "El Estado débil es típico de los países coloniales y semicoloniales. El Estado fuerte aparece en estos países con dos variantes: ya sea cuando un gobierno practica el poder con el apoyo imperialista contra las masas o cuando una revolución popular levanta su puño contra los lacayos del imperialismo" (pp. 77-78); "[...] en un país semicolonial como la Argentina, la debilidad fundamental de la burguesía nacional y el estado de descapitalización completa del país a que había conducido el continuo drenaje operado por el capital extranjero (sofocando el desarrollo industrial argentino), determinó que el Estado se convirtiera en el banquero y el ejército en su instrumento técnico para echar las bases de una industria pesada que ningún capitalista privado estaba en condiciones de financiar por tratarse de una rama económica extraordinariamente onerosa en su etapa inicial" (pp. 55-56).   

50 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 28.

51 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 19.

52 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., pp. 80-81.

53 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 30.

54 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., pp. 34-35.

55 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., pp. 47-49.

56 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., pp. 36-37.

57 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 81.

58 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., p. 82. De hecho, no casualmente señalaba en la misma página que era la propia clase obrera latinoamericana el "caudillo histórico de las grandes masas trabajadoras del continente".

59 RAMOS, Jorge Abelardo Crisis y resurrección..., cit., pp. 29-30.

60 Los datos están tomados de GALASSO, Norberto J. J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo, Del Pensamiento nacional, Buenos Aires, 1986;         [ Links ] PIÑEIRO IÑÍGUEZ, Carlos Hernández Arregui, intelectual peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007;         [ Links ] TARCUS, Horacio Diccionario Biográfico..., cit.

61 SIGAL, Silvia Intelectuales y poder..., cit., p. 181.

62 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo y cultura, Continente, Buenos Aires, 2005 (1ª ed., 1957), p. 17.         [ Links ]

63 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 122. Es en ese molde que interpretaba las polémicas historiográficas como las que rodeaban a la interpretación de la confederación rosista: "Cuando los muertos siguen deambulando en la cabeza de los historiadores, es la realidad histórica del presente la que está turbada y no la paz de los sepulcros". HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 25.

64 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 38.

65 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 61.

66 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 60-61 y 126.

67 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 217.

68 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 252.

69 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 17.

70 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 25. El rosismo aparecía, en la narrativa arreguiana, como un régimen transicional entre las formas de producción precapitalistas en declinación y el desarrollo de las propiamente capitalistas, y las discusiones en relación a su naturaleza como la disputa entre grupos rivales de la burguesía, el nacionalista aristocrático y el liberal. HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 17-18, 22 y 27.

71 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 160

72 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 43.

73 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., loc. cit.

74 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 129 y 251.

75 "[...] en países de culturas originarias profundas, como son éstos [los latinoamericanos], lo único anacrónico que va quedando son sus oligarquías bárbaras, aunque habiten en palacios. Esas mismas oligarquías que pregonan una literatura apócrifa, como históricamente corresponde al estado colonial que representan, y que no pueden abrevar en las fuentes de la cultura colectiva, ni mirar hacia adentro, pues tal hecho marcaría al mismo tiempo la declinación de su poderío político consustanciado con su función antinacional". HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 116.

76 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 97.

77 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 65 y 67-68.

78 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 63-64.

79 La única reconocida excepción a esta cooptación era Castelnuovo. HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 78-79.

80 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 87.

81 La apelación a la noción de alienación, que aludía a la ajenidad en relación a la percepción de la esencia de las relaciones sociales, era otro componente nutricio del pensamiento del joven Marx retomado por Hernández Arregui.     

82 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 96.

83 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 101. A estos autores Hernández Arregui agregaba los que se habían dado a la tarea de revisar el pasado, no siempre con medios materiales suficientes. En una nota adicional a la segunda edición del libro, se incluía en el catálogo revisionista a sectores muy heterogéneos: forjistas, nacionalistas católicos, algunos comunistas y trotskistas nacionales (como Ramos) y un listado más extenso de literatos. HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 112-113.    

84 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 87.

85 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 114 y 126.

86 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 165.

87 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 203.

88 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 183. En la misma dirección, sostenía en la página siguiente: "En dos oportunidades la clase terrateniente ha sufrido retrocesos políticos: en 1916 y 1943. Y dos veces, en 1930 y 1955, ha recuperado el poder mediante golpes militares". 

89 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., pp. 172-173.

90 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 22. Así también en p. 229.

91 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 171.

92 NEIBURG, Federico Los intelectuales y la invención del peronismo. Estudios de antropología social y cultural, Alianza, Buenos Aires, 1998, p. 70.         [ Links ]

93 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 209.

94 HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José Imperialismo..., cit., p. 124.

Recibido con pedido de publicación el 5 de noviembre de 2012
Aceptado para su publicación el 12 de diciembre de 2012
Versión definitiva recibida el 20 de diciembre de 2012

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