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Prohistoria

versão On-line ISSN 1851-9504

Prohistoria vol.19  Rosario jan./jun. 2013

 

RESEÑAS

AGAMBEN, Giorgio El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2013, 83 pp.ISBN 978-987-1923-28-1.

Diego Ezequiel Litvinoff
(IIGG-UBA) diegolitvinoff@yahoo.com.ar

Este libro de Giorgio Agamben reúne el ensayo "El misterio de la Iglesia", una conferencia inédita pronunciada por el autor a fines de 2012 en Suiza, titulada "Mysterium iniquitatis. La historia como misterio" y un apéndice que contiene un desarrollo extenso de las fuentes tratadas a lo largo de todo libro. Si bien se presentan separados, la proximidad de los temas abordados en todos ellos y sus evidentes cruces justifica su publicación conjunta, y bien podría haber formado parte de un mismo cuerpo.

El principal desafío de esta obra consiste en poner en práctica la teoría que Agamben ha desplegado a lo largo de sus últimos libros, especialmente en El reino y la gloria. Una genealogía teológica de la economía y del gobierno (2008), Opus Dei. Arqueología del oficio (2012) y Altísima pobreza. Reglas monásticas y forma de vida (2013). En ellos abordaba, a través del estudio de textos y prácticas religiosas arcaicas, el modo en que los mecanismos de poder y resistencia generados en el seno del mundo religioso, se habían introducido, y no eliminado, por medio de la secularización, en la ética y la política modernas. Partiendo de allí, en su última investigación, entonces, Agamben intenta comprender en este libro la renuncia de Benedicto XVI, tanto "en el contexto teológico y eclesiástico que le es propio" (p. 11), como en el amplio marco de la situación político institucional de nuestro tiempo.

Para ello, ofrece, en primer lugar, una interpretación de los signos que, antes de tomar su decisión, el Papa emitiera para darle fundamento. Así, por ejemplo, Agamben detalla la relevancia que tuvo el hecho de que Benedicto XVI depositara el palio de su investidura en la tumba de Celestino V, cuya abdicación se debió a los fraudes de la curia.

En segundo lugar, Agamben ofrece una relectura de los escritos en los que, durante su formación teológica, el entonces intelectual postulara sus principios. Destaca, entre ellos, aquellos en los que, para desplegar su concepto de Iglesia, Ratzinger indica la influencia de Ticonio, un pensador cuyos principales postulados, aun habiendo guiado las reflexiones de San Agustín, se vieron ensombrecidos por los de éste. Es, retomando a Ticonio, para quien el bien y el mal no encarnan, como postulara el de Hipona, dos ciudades opuestas, sino que forman el mismo cuerpo, que Ratzinger puede afirmar que la Iglesia es tanto la de Cristo como la del Anticristo. Sin embargo, si es cierto que la separación entre la buena y la mala Iglesia sucederá sólo durante el fin de los tiempos, ello no significa que ese final no deba guiar las acciones que se llevan a cabo en el tiempo presente. A diferencia de las interpretaciones de Carl Schmitt, para quien la escatología significaba la parálisis de la historia, ésta se presenta para Ratzinger, tal como lo expone Agamben, como aquello que "orienta la acción de las cosas penúltimas" (p. 27). Esta interpretación, cuyo origen se remonta a las epístolas de Pablo, merece un estudio detallado por parte de Agamben, que denuncia los malos abordajes que, incomprendiendo el sentido que para el apóstol tiene la palabra misterio, han presentado como ontológico un tema exclusivamente escatológico. Si bien es cierto que el bien y el mal no están escindidos, ello no debe traducirse en una ontología del mal que paralice toda acción. Por el contrario, sólo al relacionar toda acción con el fin de los tiempos, la acción política vuelve a ser posible en el marco de "un drama histórico en el cual la decisión de cada uno está siempre en cuestión" (p. 58).

La importancia de la renuncia de Benedicto XVI radica entonces, según Agamben, en que vuelve a poner en el centro de la escena el problema de la escatología. Lejos de remitir la crisis que acuciaba a la Iglesia a una degeneración de los asuntos mundanos, la relevancia de la decisión del Papa se fundamenta en haber asumido la relación con el fin, poniendo en crisis no sólo el funcionamiento de la Iglesia, sino también la autoridad legítima con la que éste se relaciona, de manera que "el coraje -éste nos parece el significado último del mensaje de Benedicto XVI- no es sino la capacidad de mantenerse en relación con el propio fin" (p. 30).

Traspolando las reflexiones en torno a la crisis institucional de la Iglesia al contexto más amplio de la crisis política de la modernidad, Agamben equipara los argumentos desplegados en torno a la escatología, con el concepto de justicia. Retomando los abordajes de El reino y la gloria, donde postulaba que la legitimidad y la legalidad son elementos al mismo tiempo inconciliables e íntegramente relacionados entre sí, Agamben explica la crisis actual como una manifestación que se da en ambas dimensiones. Contra los argumentos liberales que presentan al mercado y a la técnica como los únicos capaces de gobernar la sociedad, plantea que ésta "sólo puede funcionar si la justicia (que en la Iglesia corresponde a la escatología) no queda como una mera idea" (p. 32) y consigue expresarse políticamente equilibrando los dos planos, el de la legalidad y el de la legitimidad.

De este modo, el texto contribuye a postular que la crisis de la modernidad, con epicentro en Europa, no sólo es económica, sino que es fundamentalmente política; no sólo es de legalidad, sino sobre todo de legitimidad. Que el único gesto político que Agamben haya encontrado -en tanto se relaciona con el fin- sea la renuncia de Benedicto XVI, se percibe, desde América Latina, como un índice elocuente de la profundidad de la crisis que atraviesa el viejo continente.

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