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Prohistoria

versión On-line ISSN 1851-9504

Prohistoria vol.19  Rosario ene./jun. 2013

 

RESEÑAS

CARASSAI, Sebastián Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013, 336 pp. ISBN 978-987-629-348-8

Belén Agostini
IGEHCS (IEHS)- UNCPBA / CONICET belenagostini@gmail.com

En Los años setenta de la gente común, Sebastián Carassai analiza las clases medias no involucradas de manera directa en la militancia de aquellos años -aborda el período 1969-1982- enfocándose en dos cuestiones fundamentales: la política y la violencia. Esta distinción analítica supone una intención de avanzar más allá de las experiencias de la militancia universitaria y de las elites intelectuales y culturales, que ya han recibido la atención de gran parte de la historiografía consagrada a los años sesenta y setenta. Además, el autor considera el parámetro geográfico. Para ello ha seleccionado tres localidades argentinas, que representan escenarios variados: Buenos Aires, como la gran metrópoli; Tucumán, una ciudad que fue protagonista de fuertes conflictos sociales y políticos; y Correa (Santa Fe), un pequeño pueblo de provincia. Las fuentes de su investigación son diversas y poco recorridas: encuestas de opinión, medios de comunicación gráficos y audiovisuales, y entrevistas en profundidad.

En este trabajo, Carassai demuestra que la sociedad argentina del período analizado atravesó un proceso de naturalización de la violencia. Para la mayoría de las clases medias, éste no implicó una definición ideológica que avalara el uso de la fuerza, sino que se trató de una disposición a percibir como normal y cotidiano el recurso a las armas, apoyada en la premisa de que debían producirse cambios radicales en la realidad nacional.

El libro está estructurado en cinco capítulos y dos excursos, como cierre se presentan unas breves conclusiones, un epílogo y dos apéndices (criterios analíticos y fuentes). El primer capítulo está destinado a revisar la tesis que postula que, a comienzos de los setenta, la clase media argentina experimentó un giro hacia la izquierda en lo ideológico y hacia el peronismo en lo político. Luego de un rastreo en las memorias de los años peronistas, el autor propone que tras la caída de Perón en 1955, los sentimientos antiperonistas más acérrimos dieron paso a posturas "no peronistas", de tono más moderado. La característica fundamental del "no peronismo" residió en un componente que Carassai denomina "iluminista", por el cual esta porción de los sectores medios se identificaba con la autonomía y el libre pensamiento. Paradójicamente, estos ideales resultaron compatibles con el apoyo a quiebres en el orden constitucional. En la explicación del autor, esto no se debió a que las clases medias fueran promilitares, sino a que rechazaban el peronismo.

A continuación y a partir del análisis de encuestas de opinión y de los resultados de las elecciones de marzo de 1973, se afirma que la incidencia de la izquierda peronista sobre el voto sólo fue significativa entre los jóvenes universitarios y los grupos progresistas de la Iglesia. De acuerdo con Carassai, el grueso de la clase media no votó al Frente Justicialista de Liberación, y afrontó la nueva situación política con dos sentimientos preponderantes: la resignación y la deserción.

En el primer excurso, el autor presenta brevemente las representaciones que circulaban en los medios de comunicación acerca de la situación política y social, durante los meses anteriores y posteriores al Cordobazo (mayo de 1969). A partir de esto, se pone en evidencia el pasaje de un clima en el que supuestamente prevalecía la concordia, a otro -posterior al estallido- en el cual la llegada de la violencia se presentaba como algo esperable y normal.

Los siguientes tres capítulos están destinados a analizar los vínculos entre los sectores medios no militantes y la violencia, considerada en tres aspectos diferentes: social, armada y estatal. La violencia social se aborda, fundamentalmente, a partir de un análisis de las manifestaciones de simpatía y/o rechazo hacia los movimientos estudiantiles que resultaron en conflictos violentos, y hacia la militancia estudiantil en general. El autor afirma que el grueso de las clases medias apoyaba los reclamos estudiantiles, por considerarlos legítimas respuestas a la violación de la autonomía universitaria. Además, se ponía en juego el rechazo común al gobierno de la Revolución Argentina (1966-1973), sumido en el descrédito. Sin embargo, afirma Carassai, esto no puede llevarnos a pensar en una coincidencia ideológica significativa entre los manifestantes y las clases medias no militantes.

Por el contrario, el componente de violencia que se encontraba cada vez más asociado a la militancia generaba resquemores. Desde los medios de comunicación se exhortaba a manifestantes y autoridades a detenerlo, se advertía la existencia de elementos infiltrados que manipulaban los conflictos y se resaltaba a la "otra" juventud, dedicada al estudio y al trabajo. Entre los mismos estudiantes, si bien prevalecía la identificación con sus pares, muchos universitarios rechazaban la militancia, al percibirla como arbitraria y desordenada. De acuerdo con Carassai, la sensibilidad de las clases medias se caracterizó por observar la violencia desde un lugar de ajenidad. Este sentimiento se profundizó a medida que desde distintos sectores -los militares, el peronismo, las agrupaciones estudiantiles- se acentuó la homologación entre universitarios y guerrilleros.

Estas comprobaciones llevan a Carassai a revisar la hipótesis de que la guerrilla habría sido percibida inicialmente con simpatía. En primer lugar, describe cómo en la telenovela "Rolando Rivas, taxista", de rotundo éxito en 1972 y 1973, se presentaba a los jóvenes vinculados con la guerrilla como personas mezquinas y conflictivas; mientras que los valores del trabajo y el esfuerzo aparecían encarnados en el protagonista, quien rechazaba cualquier tipo de violencia. Luego, analiza su corpus de testimonios. En este punto, resultan valiosos los hallazgos del autor respecto a las formas de la memoria, ya que nos muestra la presencia de significativos puntos en común entre los relatos recogidos en las tres localidades seleccionadas, trascendiendo sus contextos particulares. Los recuerdos de la violencia guerrillera son especialmente intensos, sobre todo vinculados a la posibilidad de que cualquier ciudadano fuera confundido con un guerrillero y resultara víctima de la represión. Según Carassai, la generalidad de este temor es clave para comprender la aceptación del gobierno militar del Proceso, dado que la necesidad de combatir la guerrilla gozaba de amplia legitimidad.

Sin embargo, en esta obra la violencia estatal no se presenta restringida a la dictadura iniciada en marzo de 1976, sino que el autor la rastrea desde el gobierno democrático del peronismo. A partir de ello, afirma que las clases medias interpretaron la intervención militar no como la llegada del terrorismo, sino como la instauración de un régimen de mayor orden -comparado con el caos del gobierno de Isabel-. La prevalencia entre los sectores medios de máximas como "algo habrán hecho", que operaban como justificaciones de la acción represiva, se explica a partir del concepto de "fetichismo del estado", que consiste en la disposición a creer en un saber sagrado encarnado en el estado, por lo cual su accionar estaría justificado y resultaría necesario. Si bien en los testimonios se comprueba la existencia de cuestionamientos sobre el carácter injusto del accionar estatal, Carassai concluye que entre las clases medias no militantes predominaba la convicción de que el estado debía actuar para ordenar la situación social.

A continuación, reflexiona sobre las características de las memorias respecto al rol individual durante los años de la dictadura. Aquí se encuentra con que lo que prevalece es el registro impersonal, donde "uno", el "ser de término medio" es quien piensa o actúa, desligando al "yo" de cualquier responsabilidad. La cuestión de la memoria continúa en el excurso dos, donde se analizan minuciosamente las formas de recordar que dan coherencia al testimonio de una vecina de la localidad de Correa.

En el quinto capítulo se estudia el uso simbólico de la violencia, sobre todo en las publicidades. Para ello el autor parte de dos supuestos. Primero, la existencia de un lenguaje compartido entre quienes diseñan las publicidades y quienes son sus receptores. Segundo, la comprensión de los productos publicitarios como vehículos de valores y creencias socialmente extendidos. De acuerdo con esto, Carassai entiende que la reiterada presencia de las armas en los avisos de los setenta indica la existencia de un clima de violencia compartido, en el que esos objetos, y las referencias que conllevan, resultan parte de lo cotidiano. Entonces, retomando a Hannah Arendt, propone pensar en un proceso de banalización de la violencia. La sátira sobre el uso de armas visible en el humor gráfico, aporta a esta hipótesis, ya que la posibilidad de la burla y la risa demuestra que se encontraba dentro de lo naturalizado. Finalmente, afirma que estos elementos formaron parte de esquemas de pensamiento y acción inscriptos en el hábitus de clase, que encuentran fundamentación en el deseo de las clases medias por lograr soluciones rápidas y drásticas para los problemas nacionales.

La obra se cierra con un epílogo en el cual se sostiene que la principal transformación ocurrida al culminar la década de los setenta se ha dado en lo que respecta a la concepción de la violencia. El autor analiza brevemente cómo se manifiesta el rechazo a la misma en múltiples manifestaciones públicas, desde el regreso a la democracia hasta nuestros días. Esto convive con la recuperación de otros elementos de la simbología política de aquella década.

Los años setenta de la gente común será una lectura provechosa para quienes les preocupa la problemática de la violencia, y también para quienes desean comprender los años sesenta y setenta desde una perspectiva poco transitada, la de una porción de la sociedad que no estuvo en la primera fila de los acontecimientos.

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