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Prohistoria

versão On-line ISSN 1851-9504

Prohistoria vol.23  Rosario jun. 2015

 

ARTÍCULOS

La guerra y la teoría sociológica*

Siniša Maleševic

Traducción: Tomás Pisano, Universidad Nacional de Rosario (UNR), Argentina; e-mail: tomaspisano@hotmail.com

Escuela de Sociología, Universidad de Dublin, Irlanda.


Resumen

El objetivo de este trabajo es rastrear de qué forma fueron analizadas la guerra y la violencia organizada desde la sociología. Se parte de la crítica a las concepciones que desligan a la modernidad de la práctica de la guerra, pasando a mostrar los diferentes enfoques de la sociología clásica. El renovado interés por esta problemática, que atraviesa a las sociedades actuales, queda expuesto en el repaso de cuatro perspectivas sociológicas dominantes: el culturalismo, la sociobiología, el economicismo y el materialismo organizacional, cuyos aportes y debilidades son analizados críticamente.

Palabras clave: Guerra; Violencia organizada; Teoría sociológica; Modernidad.

Sociological Theory and Warfare

Abstract

The aim of this work is to trace how warfare and organised violence had been analysed by sociology. It begins questioning those points of view that separate modernity from the practice of warfare, coming to show how classical sociology saw this phenomenon. The renewed interest in this issue that crosses nowadays societies, is exposed in the revision of four dominant perspectives: culturalism, sociobiology, economism and organisational materialism, whose contributions and weaknesses are analysed in a critical way.

Keywords: Warfare; Organised violence; Sociological theory; Modernity.


Introducción

La guerra ha sido uno de los fenómenos sociales más importantes que le han dado forma a la historia mundial y especialmente al mundo moderno. Los recientes y empíricamente exhaustivos estudios cuantitativos de Wimmer y Min1 sobre 464 guerras libradas en los últimos 200 años demuestran claramente que la guerra ha sido el generador de cambio social más significativo, ya que es la que ha transformado el mundo pre-moderno de imperios, reinos, confederaciones tribales y ciudades-estado en modernos estados-nación. Además, casi todos los momentos decisivos de la historia que dieron nacimiento a la modernidad y eventualmente causaron estados de bienestar democráticos, liberales, tolerantes y económicamente prósperos -desde las revoluciones Francesa y Americana hasta las guerras napoleónicas, la expansión colonial y las dos Guerras Mundiales- fueron eventos profundamente violentos que involucraron prácticas brutales y altamente destructivas: guerras, revoluciones, genocidios y sufrimientos prolongados. En otras palabras, la modernidad como la conocemos hoy en día sería inconcebible sin el legado histórico de la violencia organizada.

No obstante, no solo la centralidad de la guerra es con frecuencia ignorada, sino que la percepción popular es que con el arribo y la expansión de la modernidad, tanto la guerra como la violencia se volvieron, de manera gradual, menos corrientes debido a que los modernos y civilizados seres humanos supuestamente reconocieron la futilidad, inmoralidad y brutalidad de la violencia. En este contexto, la Modernidad suele contraponerse al Medioevo, que es generalmente descripto como barbarie pura. Sin embargo, una aproximación rápida hacia las bajas de guerra a lo largo de la historia nos indica claramente que la realidad es mucho más compleja y que nuestra era es significativamente más belicosa que el resto de la historia humana. Durante los siglos X y XI solo 60.000 individuos murieron en guerras, combinando los siglos XII y XIII las bajas subieron a 539.000, mientras que en los dos siglos siguientes, el número de muertes en distintas guerras salta a 7.781.000. No obstante, son los últimos 200 años los que exceden a toda la historia previa, con una dramática escala en el número de muertes: más de 19 millones en el siglo XIX y más de 111 millones en el siglo XX.2 Por lo tanto, en contraste con las percepciones populares, tanto la guerra como la violencia organizada no desaparecen o se desvanecen, sino que escalan dramáticamente en la Edad Moderna.

Estos dos factores, la centralidad de la guerra para la emergencia de la modernidad y el continuo incremento del potencial destructivo de la Era Moderna, requieren un análisis sociológico extensivo. Sin embargo, a pesar del hecho de que la guerra fue y sigue siendo uno de los procesos sociales más significativos, mucha de la sociología convencional posterior a la Segunda Guerra Mundial tendió a descuidar, si no conscientemente a ignorar, el estudio de la guerra. El inherente racionalismo de la sociología, legado de la Ilustración, que articuló a la modernidad de manera inequívocamente evolucionista, progresista y pacifista, junto con el horrendo legado de las dos guerras totales, creó una situación en la cual la mayoría de los sociólogos evitó el análisis sistemático de la guerra.3 La estabilidad geopolítica, el conservadurismo institucional y la relativa opulencia de la era de la Guerra Fría desplazaron la atención de la investigación sociológica hacia temas más "pacifistas" como cultura y socialización, estratificación social, género, salud o educación. Solo los turbulentos eventos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI han cambiado de algún modo esta preferencia analítica, por lo cual un número de sociólogos han divisado sofisticadas teorías de la guerra y de la violencia organizada. En este proceso, el rico y versátil pasado de la sociología ha sido redescubierto mientras se hizo evidente que los clásicos de la sociología habían dedicado mucha atención al estudio de la violencia organizada y la guerra.

Guerra y violencia organizada en la sociología clásica

En contraste con gran parte de la sociología contemporánea prevaleciente que se enfoca en tópicos distintos de la guerra, la teoría sociológica clásica estaba preocupada por el estudio de la guerra y de la violencia organizada.4 Max Weber5 rastreó los procesos de racionalización de la acción humana hasta el nacimiento de la disciplina en la esfera militar y analizó la vida política a través del prisma del poder coercitivo y de la guerra entre estados. Más específicamente, para Weber, el estado moderno es definido por su habilidad de monopolizar el uso de la fuerza sobre un territorio particular y su desenvolvimiento histórico estuvo atado a las victorias en el campo de batalla. Como él enfatiza: "El prestigio cultural y el prestigio del poder están cercanamente asociados. Cada guerra victoriosa resalta el prestigio cultural del estado".6 Marx y Durkheim también proveyeron análisis de la violencia organizada y de la guerra. Mientras que para Marx7 la violencia revolucionaria y la guerra guiada por el proletariado ("pueblo armado") eran vistas como los catalizadores del cambio social, para Durkheim8 la guerra era una forma particular de anomia que representaba un intento organizado de revertir la solidaridad orgánica en solidaridad mecánica. Además, ambos identificaron los distintos procesos sociales generados por la experiencia de la guerra. Durkheim9 fue el primero en probar empíricamente la hipótesis de que el suicidio y la guerra son inversamente proporcionales, proveyendo la evidencia de que el estallido de la guerra generalmente conduce a un descenso substancial de la tasa de suicidios, ya que la guerra entre estados fomenta una gran solidaridad nacional. Para Marx10 la brutalidad con la que la Comuna de París fue aplastada en 1871 fue una señal confiable de que el estado de los trabajadores puede ser establecido solo a través de la confianza en la violencia organizada y en la guerra: "La fuerza es la partera de toda vieja sociedad embarazada de una nueva".

Sin embargo, cuando la sociología se estaba estableciendo institucionalmente a sí misma como una disciplina académica a fines del siglo XIX y principios del XX, la influencia de Marx, Durkheim y Weber era mucho más débil que hoy en día y eran mantenidos a las sombras por otros teóricos sociológicos. Entre estos sociólogos clásicos, muchos fueron cautivados por el impacto que la guerra y la violencia organizada habían tenido en la transformación de los órdenes sociales. Algunos, como Ludwig Gumplowicz11 y Gustav Ratzenhofer12 se han enfocado en la relación entre la estratificación social y la contienda violenta de los grupos a lo largo de la historia, argumentando que los orígenes de la familia nuclear, de la propiedad privada y de las instituciones legales pueden hallarse en la conquista violenta de un grupo sobre otro. Más específicamente, dibujaron paralelos entre la emergencia de la civilización y la expansión de la guerra, intentando mostrar cómo la sofisticación cultural, la excelencia artística y el desarrollo científico han surgido históricamente como el producto de victorias militares: guerreros derrotados generalmente se vuelven esclavos y siervos mientras que los grupos victoriosos gradualmente se transforman en una clase aristocrática, parasitaria y ociosa.

Otros como Franz Oppenheimer13 y Alexander Rustow,14 rastrearon los orígenes de la formación del estado en la guerra temprana y argumentaron que un principio similar se mantiene en funcionamiento en los estados modernos: "Los estados son mantenidos en arreglo a los mismos principios que los llamaron a la existencia. El estado primitivo es la creación de la rapiña bélica; y por ésta puede ser preservado."15 Otto Hintze16 maduró esta idea conectando el surgimiento y expansión de los estados con el desarrollo de las organizaciones militares. Según su análisis, todas las instituciones políticas representativas como los parlamentos y las asambleas fueron originadas en las congregaciones medievales de guerreros, donde la participación de uno en la guerra era una precondición para la membresía plena en una comunidad política.

En un sentido similar, los teóricos enfocados en la elite, los italianos Gaetano Mosca17 y Vilfredo Pareto,18 entendieron la violencia y la guerra como los mecanismos cruciales para el establecimiento y mantenimiento de una regla estable. Como dice Mosca19: "La historia nos enseña que la clase que porta la lanza o sostiene el mosquete regularmente impone su regla por encima de la clase que maneja la pala o empuja la lanzadera". Adicionalmente, enfatizaron la habilidad de una minoría organizada de gobernar sobre una mayoría desorganizada, combinando exitosamente coerción con hegemonía ideológica.

Algunos autores clásicos de este período, como Herbert Spencer20 y William Sumner21 fueron influenciados por las teorías evolucionistas, incluyendo aquellas de Lamarck y Darwin, que dominaron la opinión pública en Europa y América del Norte en la fin de siècle. De ahí que ambos interpreten el cambio histórico a través del prisma del desarrollo evolutivo, desde las simples, indiferenciadas y esencialmente violentas comunidades, hacia las complejas, heterogéneas y predominantemente pacíficas sociedades industriales de la Edad Moderna. Sin embargo, Sumner argumenta que las guerras modernas difieren de sus contrapartes premodernas ya que producen consecuencias no intencionadas como la gran disciplina organizacional y la cohesión que, finalmente, se evidencian beneficiosas para el desenvolvimiento social.

En contraste con Spencer y Sumner, quienes intentaron explicar la falta de orden social a través del imaginario biológico de conflictos inherentes de todos contra todos, Marcel Mauss22 desarrolló una teoría en la cual hacía énfasis en el profundo carácter social de la violencia y la no violencia. En vez de ver el comportamiento agresivo como una característica primitiva del ser humano que solo puede ser adiestrado por la civilización, para Mauss todas las sociedades conocidas, tradicionales y modernas, administran la violencia y la guerra mediante el mecanismo de don y contradon. Desde su punto de vista, la falta de confianza crea inseguridad y miedo que usualmente llevan a conflictos violentos, haciendo del encuentro o del comercio con enemigos temidos algo imposible. Por lo tanto, la casi universal práctica de intercambio de dones fomenta el desarrollo de una confianza interpersonal y la formación de un vínculo de interdependencia y solidaridad, que a fin de cuentas calma los conflictos y previene las guerras: "Para comerciar, la primera condición era ser capaz de dejar a un lado la lanza... Solo en ese momento, aprendía la gente cómo crear intereses mutuos, dando satisfacción mutua, y, al final, a defenderse sin tener que recurrir a las armas."23

Finalmente, un número de sociólogos clásicos como Georg Simmel24 y Georges Sorel25 mezclaron el intento de explicar el impacto de la experiencia directa de guerra en el comportamiento social con un aparente militarismo normativo. Ambos entienden a la guerra como un estado social excepcional que radical e instantáneamente transforma la dinámica social. Mientras que para Sorel, los sacrificios humanos que son resultado de los violentos conflictos de clase generan sentimientos especiales de solidaridad entre clases, para Simmel, la guerra en sí misma es un evento social único, un estado que denomina "situación absoluta", que trasciende toda la experiencia ordinaria aumentando los sentimientos humanos y creando nuevos significados sociales, que revitalizan la fibra moral de toda la sociedad.

La guerra y la violencia organizada en la sociología contemporánea

La inaudita brutalidad desatada por las dos guerras mundiales, unida a la prosperidad económica y la pacificación de Europa y América del Norte después de 1945, tuvo un impacto directo en el carácter del análisis sociológico en la segunda mitad del siglo XX. No solo hubo casi un compromiso uniforme por olvidar los métodos belicosos del pasado y de remover de la preocupación general el estudio de la guerra, sino que el nuevo contexto de relativa opulencia, estabilidad política e inclusión social reposicionó la atención de las teorías sociológicas hacia tópicos como el estado de bienestar, la estratificación social, el género, la etnicidad, la cultura, la educación o la salud, lejos del análisis de la violencia organizada. Así, por más de cuatro décadas, la guerra permaneció como una materia marginal entre las corrientes principales de la sociología.

Sin embargo, el fin del mundo bipolar en los tempranos 1990 disparó nuevos conflictos violentos a lo largo del mundo: los colapsos de la Unión Soviética y de Yugoslavia fueron seguidos por la mordaz violencia de los conflictos a lo largo de la región, culminando en guerras de gran escala en Chechenia, Georgia, Bosnia, Croacia, Kosovo y Asia Central. La transformación ideológica global también había generado nuevas realidades en África con las guerras en la República Democrática del Congo, Somalia, Sudán, Sierra Leona, Liberia, Ruanda, entre otros lugares. El vacío ideológico fue rápidamente llenado por el surgimiento de insurrecciones enmarcadas en cuestiones religiosas y terrorismo a escala global, con un nuevo enfoque en la destrucción de forma espectacular y blancos de civiles indiscriminados, atestiguados en el 11/9 en Estados Unidos, el 7/7 en el Reino Unido y el 3/11 en España. Finalmente, Estados Unidos llevó a cabo guerras y operaciones militares en Afganistán e Irak, seguidas de prolongados conflictos internos y externos con cuantiosas bajas humanas, regularmente reportadas por los medios occidentales, que han hecho a la violencia palpable a las audiencias europeas y norteamericanas. Todos estos cambios han dado nuevo ímpetu a la sociología de la violencia organizada al haber ahora mayor demanda para proveer un entendimiento sociológico de la guerra.

Entre los acercamientos contemporáneos al estudio de la guerra y de la violencia organizada, cuatro perspectivas diferentes han sido dominantes: el culturalismo, la sociobiología, el economicismo y el materialismo organizacional.

Culturalismo

Las explicaciones culturalistas de la guerra tienen una larga tradición en las ciencias sociales y en la historia. Desde Sun Tzu,26 Spengler27 y Toynbee28 a estudios más recientes de Huntington29 y Keegan,30 la guerra y la violencia organizada han sido analizadas a través del prisma del inherente cultural, civilizacional o de las diferencias religiosas. Mientras los acercamientos más recientes comparten un énfasis general en el rol de los valores, ideas y normas colectivas para generar y sostener conflictos violentos, se mueven más allá de la visión simplista de los seres humanos como meros portadores de su cultura y aportan explicaciones culturales más sofisticadas de la guerra. En ese sentido, Phillip Smith,31 John Hutchinson,32 Anthony D. Smith,33 Jay Winter34 y George Mosse35 enfocan el rol de los símbolos, rituales, memorias colectivas y el proceso de significación en general, como los impulsores de la experiencia de la guerra. A. Smith y J. Hutchinson destacan la importancia de las ocasiones conmemorativas y de los lugares de memoria como los desfiles militares, memoriales de guerra, cementerios militares, monumentos a los héroes de guerra y eventos conmemorativos como el Remembrance Day (Día del Recuerdo, también conocido como Día de la amapola, Día del Armisticio o Día de los Veteranos) en el Reino Unido, el Anzac Day (para conmemorar la fecha en la cual, en el año 1915, durante la Primera Guerra Mundial, fuerzas del ANZAC  -Fuerzas  Armadas de Australia y de Nueva Zelanda- junto con las del Reino Unido desembarcaron en Gallipoli, en la costa de Turquía) en Australia y Nueva Zelanda, o el Independence Day en Estados Unidos. Estos autores analizan estas prácticas y eventos a través del prisma de un universo moral compartido según el cual los sacrificios reconocidos de sus predecesores ("muerte gloriosa") sirven como parámetros normativos para el comportamiento de sus descendientes. En otras palabras, la experiencia guerrera de sacrificio colectivo impone un particular conjunto de valores que enlazan, como diría Edmund Burke, a los vivos, a los muertos y a los todavía no nacidos en una sagrada comunión. En este sentido, los rituales de recuerdo colectivo como aquellos que acompañan el Remembrance Day en el Reino Unido o el Independence Day en Estados Unidos representan "un acto reflexivo de autoadoración nacional" donde "el verdadero ser" de la nación está "alojado en la virtud innata del Soldado Desconocido y simbolizado por la tumba vacía"36. De una manera similar, P. Smith37 y J. Alexander38 argumentan que la guerra y los eventos traumáticos asociados con las experiencias de violencia organizada deben ser entendidos no materialmente, sino primeramente como eventos culturales. De ahí que Smith39 sostenga que "la guerra no se trata solamente de la cultura, pero todo tiene que ver con la cultura", mientras que Alexander40 afirma: "son los significados los que proveen un sentido de shock y miedo, no los eventos en sí mismos". Para Smith, la mayoría de las guerras tienden a ser enmarcadas en las narrativas apocalípticas que utilizan la lógica de códigos binarios (bueno vs. malo; sagrado vs. profano; racional vs. irracional) y tal narrativa apocalíptica es vista como la única forma discursiva que puede exitosamente generar y legitimar el sacrificio colectivo.

Aunque las perspectivas culturalistas contribuyen a nuestro entendimiento de cómo la guerra y la violencia están culturalmente enmarcadas y codificadas, tienen la dificultad de explicar el origen y la dirección de guerras concretas. Uno puede fácilmente acordar con el punto de vista de que todas las guerras están integradas en discursos culturales específicos y que toda violencia organizada implica un código cultural y una articulación colectiva, pero la trama cultural no es en sí misma suficiente para generar y sostener una guerra. Así, en vez de ser solo un artefacto cultural, un discurso o una narrativa, la guerra es primero un proceso concreto que involucra prácticas tangibles y brutalmente físicas como la destrucción, el asesinato, la muerte, y el sufrimiento emocional.41

Sociobiología

La materialidad inherente a la guerra está fuertemente subrayada por otra influyente perspectiva contemporánea: la sociobiología. Estando firmemente arraigada en la teoría de la evolución de Darwin y en el concepto de ajuste inclusivo de Hamilton,42 la sociobiología explica la mayoría, si no todas, las facetas del comportamiento humano en referencia a la lógica de la selección natural. Desde esta perspectiva, la acción social opera de acuerdo a los mismos principios biológicos que regulan el comportamiento de todas las criaturas vivientes, según los cuales un organismo está genéticamente programado para reproducirse y para actuar de una manera que es evolutivamente ventajosa para su especie. Por lo tanto, el argumento central es que cuando los humanos, como todos los animales, son incapaces de reproducirse directamente (por ejemplo creando su propia descendencia), van a pretender lograrlo indirectamente favoreciendo a los parientes sobre los no-parientes y a los parientes cercanos sobre los parientes lejanos.43 En este proceso genéticamente impulsado, la lucha por los recursos limitados que sostendrán las vidas de los parientes de un grupo, se vuelve una estrategia óptima de supervivencia. Cuando esta perspectiva se aplica directamente al estudio de la guerra y de la violencia44, la atención se centra en la habilidad del organismo por maximizar su potencial reproductivo y la predisposición genética de los humanos para la competición violenta por el territorio, los recursos y los compañeros. Para los sociobiólogos, la guerra es una forma universal de agresión que caracteriza a todas las especies. Como enfatiza Gat45: "La competición interconectada por los recursos y la reproducción es la raíz del conflicto y de las peleas en los humanos, como en todas las demás especies". En un sentido similar, Wilson46 no hace ninguna distinción entre la guerra y la agresión animal, y argumenta que la violencia organizada, como todas las formas de comportamiento beligerante, está arraigada en los impulsos agresivos que tienen un firme fundamento genético y que han evolucionado a través de millones de años. Además, él relaciona estos impulsos agresivos a los sistemas hormonal, endócrino y nervioso de los humanos y otras especies animales, y arguye que los altos niveles de testosterona hacen al hombre inherentemente agresivo y propenso a la guerra, mientras que los altos niveles de estrógenos hacen a la mujer "íntimamente sociable y menos venturosa físicamente".47

La perspectiva sociobiológica es un correctivo útil a las interpretaciones de la guerra demasiado culturalistas, ya que reconoce claramente la materialidad intrínseca de la violencia organizada. Es aparente que los seres humanos han luchado usualmente unos contra otros por recursos limitados, territorio y otros artefactos materiales. La guerra no se trata solamente de lo cultural, se trata antes que nada de infligir bajas tangibles y destrucción. Sin embargo, la perspectiva sociobiológica ha movido el péndulo de un extremo al otro. Su rígido determinismo biológico da poco espacio para las construcciones no intencionales de las acciones sociales, incluyendo organizaciones sociales, estructuras sociales, ideología, macroeconomía, o geopolítica, las cuales, con el desarrollo de la civilización se vuelven autónomas de la acción individual y regularmente crean su propia dinámica social que es capaz de anular a la biología. Adicionalmente, al reducir la guerra a una simple agresión, los sociobiólogos son incapaces de explicar la drástica proliferación de la violencia organizada durante los últimos 250 años. Es importante distinguir entre impulsos psicológicos y biológicos agresivos y una institución social como es la guerra. A diferencia de la agresión, que implica impulsividad, espontaneidad e inmediata y efectiva respuesta, la guerra se planifica, se organiza desde una acción social que incluye intenciones colectivas, división del trabajo, acción colectiva coordinada, uso sistemático de armas, coordinación lingüística avanzada y otros procesos sociales, muchos de los cuales están precondicionados por restricciones de sí y colectivas. En este sentido, en vez de ser un fenómeno presente en todas las especies animales, la guerra es una actividad inventada y practicada solo por seres humanos.48

Economicismo

La tercera perspectiva sociológica influyente en el estudio de la guerra y de la violencia organizada es el economicismo. Hay una larga y bien establecida tradición en el estudio de la guerra que destaca los aspectos económicos de los conflictos violentos. Desde Montesquieu y Adam Smith a Norman Angel y Lenin, los cientistas sociales y teóricos habían divisado complejas teorías que generalmente hacían un contrapeso entre guerra y comercio. Mientras los defensores del liberalismo clásico sostenían la visión de que cuando la gente comercia no lucha, creyendo que la proliferación del comercio libre haría del mundo un lugar más pacífico, los defensores de la economía política, incluyendo a muchos marxistas, explicaban la drástica expansión de la violencia organizada a fines del siglo XIX y principios del XX, incluyendo las dos guerras mundiales y la expansión colonial, evocando el hambre incesante del capitalismo por nuevos recursos, mercados y capital.

Las últimas articulaciones más matizadas del paradigma economicista son los modelos del actor racional y la teoría de la globalización. Los acercamientos del actor racional desarrollan un entendimiento utilitario de la acción social, argumentando que los seres humanos son antes que nada maximizadores utilitarios egoístas, cuyas acciones pueden ser explicadas en referencia a su racionalidad instrumental.49 En este contexto, entienden a la guerra a través del prisma de los beneficios económicos y de la racionalidad instrumental actuando detrás de las motivaciones individuales de tomar parte en los conflictos violentos.50 Como la guerra es usualmente el último recurso, ya que representa, en términos económicos, altos riesgos y comportamientos costosos con una relativa incertidumbre de resultados, el estudio se enfoca en la racionalidad contextual que lleva al uso de tácticas violentas. Por lo tanto, la decisión de participar en la guerra gira en torno al individuo, y por defecto, en la percepción colectiva de que el despliegue de la violencia va a generar ganancias económicas y simbólicas, o alternativamente, va a minimizar las pérdidas esperadas. Como argumenta Laitin51: "La guerra civil es rentable para potenciales insurgentes, en el sentido de que pueden a la vez sobrevivir y disfrutar alguna probabilidad de ganar al estado".

La teoría de la globalización comparte una visión similar de los seres humanos como criaturas esencialmente conducidas por las fuerzas económicas. Sin embargo, en vez de la racionalidad instrumental egoísta, los teóricos de la globalización ponen el foco en las determinaciones estructurales consideradas responsables de la producción de la inequidad social.52 El argumento en general está construido alrededor de la idea de que en años recientes el capitalismo ha experimentado una transformación substancial y en este proceso ha socavado la fuerza y la soberanía de los estados individuales. Por un lado, nuevas políticas neoliberales de privatización y desregulación han hecho de las empresas capitalistas más desligadas del estado y así más globales. Por otro lado, los espectaculares avances tecnológicos han transformado radicalmente la comunicación, el transporte y el intercambio de bienes, servicios y personas, haciendo del mercado global algo efectivo e ilimitado. En este nuevo mundo globalizado, argumentan ellos, la geografía se ha hecho historia y el carácter de la guerra también ha cambiado. Para Bauman53 y Kaldor54 la globalización genera nuevas guerras, muchas de las cuales emergen como resultado directo de políticas económicas. Arguyen que las políticas neoliberales globales privilegian corporaciones multinacionales y simultáneamente erosionan el poder del estado. Consecuentemente, las guerras son peleadas por escasos recursos como el petróleo, el gas y otros minerales sólidos de gran valor, por lo cual las grandes corporaciones privadas influencian directamente las pretensiones de guerra de los grandes estados y se benefician de los contratos monopolistas (por ejemplo en la guerra de Irak) o están posicionadas para sacar beneficios rápidamente de los remanentes de los estados que colapsan en estas guerras depredatorias (por ejemplo, Somalia, Congo, Bosnia y Herzegovina).

Los enfoques economicistas ofrecen una mayor contribución a un mejor entendimiento del rol material que los recursos juegan en la guerra. Muchas guerras involucran conflictos por recursos escasos, sin los cuales sería difícil mantener grandes entidades como los estados. No hay duda de que la economía, tanto la macro como la micro, es un importante segmento de la experiencia de guerra. Sin embargo, la guerra no puede ser reducida a un simple beneficio o recurso de maximización. Aunque las actividades económicas son una parte integral de la guerra, las causas de muchas guerras se encuentran por fuera de la economía: primacía geopolítica, choques ideológicos, dilemas de seguridad, aumento de status, reclamos dinásticos, disputas territoriales e incluso ánimos personales de los gobernantes.55 Además, la mirada de que la globalización representa un quiebre radical con las formas previas de organizaciones políticas y económicas es altamente problemática como indican recientes estudios de sociología histórica. Los niveles actuales de intercambio global son en muchos aspectos similares a aquellos de principios del siglo XX. No solo que más del 80% del comercio mundial es dirigido dentro de las barreras de los estados nacionales individuales, sino que el nivel de comercio externo para la Unión Europea, Japón y Estados Unidos se mantiene en el 12% de su PBI, que es casi idéntico al punto alcanzado al comienzo del siglo XX.56 En este contexto, más que una novela sin precedentes causada por las fuerzas de la globalización económica, las guerras recientes exhiben más similitudes que diferencias con las de los siglos XIX y XX.57

Materialismo organizacional

En contraste con los enfoques economicistas, donde la guerra es esencialmente vista como un fenómeno secundario mediado primeramente por intereses económicos, el materialismo organizacional ubica a la violencia organizada en el corazón de su análisis. Extrayendo directamente de la clásica tradición "belicosa", Charles Tilly,58 Michael Mann,59 Anthony Giddens60 y Randall Collins61 se enfocan en el rol histórico que la guerra ha jugado en la construcción del estado. Para Tilly,62 fue un catalizador crucial para el desarrollo social ya que el crecimiento fijo de la guerra entre estados en la modernidad temprana europea resultó en una autonomía geopolítica mayor para los gobernantes de los estados. En este contexto moderno, los burocráticos, centralizados y territorializados estados-nación han emergido como una consecuencia no buscada de prolongadas guerras y costosas campañas militares. Para costear estas cuantiosas guerras, los gobernantes premodernos estuvieron forzados a incrementar drásticamente la extracción de recursos de la población bajo su control, así como a movilizar grandes partes de esa población para luchar, trabajar y pagar por estas guerras. Hubo dos corolarios principales de este cambio estructural. Por un lado, una extracción mayor de recursos estimuló la promoción de acumulación de capital, el desarrollo de capacidades fiscales avanzadas y penetrantes en los estados, la expansión hacia toda la sociedad del sistema legal, y el reforzamiento de la comunicación y del transporte de los estados. Por otro lado, la mayor carga de impuestos, la conscripción universal y las mayores obligaciones laborales fueron contrarrestadas por el cielo protector del estado, y por la gradual extensión del parlamentarismo y de los derechos civiles, políticos y sociales.

En un sentido similar, Mann63 identifica a la guerra como el mecanismo social decisivo para la construcción del estado como alguna vez lo hicieron los estados prístinos que cuando fueron establecidos utilizaron la guerra para una expansión tanto externa (conquista de territorio) como interna (mejorar la penetración organizacional). Mientras que la primera ayudó a establecer imperios tempranos, los cuales a través del tiempo se han transformado en diferentes formas políticas, culminando en los estados-nación, la segunda fue aún más significativa ya que provocó el proceso de enjaulamiento social. Por este término, Mann64 entiende el reforzamiento de los constreñimientos de las libertades individuales y colectivas que fueron gradualmente, pero progresivamente "negociadas" por protección militar, seguridad política y social y recursos económicos, generándose en este proceso una autoridad central y formas de gobierno estratificadas. Además, Mann explica la cambiante relación histórica entre el estado y la guerra, mediante la distinción de cuatro diferentes, pero interdependientes fuentes de poder: política, económica, ideológica y militar. A lo largo de la mayor parte de la historia, el poder militar, definido como "la organización social de la violencia letal concentrada",65 ha sido la fuente decisiva de la dominación organizada. En este contexto, la guerra fue un ingrediente indispensable en el desarrollo del estado. Aunque muchas guerras se han probado absolutamente destructivas, algunas han fomentado transformaciones sociales drásticas. En particular, las prolongadas guerras de la temprana edad moderna lanzaron un círculo vicioso, según el cual los gobernantes extrajeron más recursos para financiar las guerras, llevando a una represión mayor en la forma de impuestos más grandes y abarcativos, una conscripción militar más severa y una confianza incrementada en créditos bancarios y en la deuda, lo cual estimuló una construcción del estado más acabada. Para financiar las guerras, los gobernantes, sin querer, muchas veces incrementaban el poder infraestructural de los estados,66 lo que es más claramente visible en la centralización de la norma, la expansión del servicio civil, las agencias de recaudación de impuestos, el tesoro, las fuerzas policiales y el sistema judicial. A medida que el poder del estado crecía, amenazaba la seguridad de otros estados, muchos de los cuales se embarcaban en guerras preventivas, perpetuando así el círculo vicioso según el cual hacer la guerra lleva a la construcción del estado, y la construcción del estado lleva a más guerra.

El materialismo organizacional provee un entendimiento de la violencia organizada y de la guerra que va más allá del determinismo de lo económico, de lo biológico y de lo cultural ya que reconoce la complejidad del comportamiento social y la experiencia histórica específica. Tanto Mann como Tilly (como también Collins y Giddens) enfatizan el rol de diferentes factores en la construcción del estado y en la transformación social: control económico de recursos materiales, fuerza coercitiva y alcance del poder militar, impacto de la cultura y de las doctrinas religiosas, y la capacidad administrativa del poder político. Sin embargo, a pesar de la mayor capacidad explicativa que el materialismo organizacional tiene sobre las teorías biológicas, culturalistas y economicistas de la violencia organizada y de la guerra, este enfoque no es inmune a la crítica. La debilidad principal es el estrecho e instrumental uso del concepto de ideología y su excesiva atención a una forma particular de formación social, el estado. Tanto Mann como Tilly hacen poca o ninguna distinción entre cultura, religión e ideología. Mientras que Tilly ve a las doctrinas ideológicas como menos importantes que las fuerzas militares, políticas y económicas, Mann reconoce la importancia de movimientos ideológicos pero tiene menos apreciación por los contenidos y fines del discurso ideológico.67 No solo que no hace una distinción analítica entre religiones tradicionales, creencias y prácticas culturales premodernas e ideologías seculares modernas, sino que también argumenta que para la mayor parte de la historia, las doctrinas ideológicas "no tuvieron por lo general un rol significativo, solo momentos".68 En otras palabras, este enfoque descuida el impacto que las ideologías modernas han tenido en la movilización y en la legitimación de las acciones sociales. Además, como el materialismo organizacional está preocupado por el estudio de la relación entre guerra y estado, usualmente pasa por alto la importancia de otras formas de organización social y sus relaciones con la violencia organizada.69

Conclusión

No obstante las percepciones populares compartidas por algunos académicos de que la guerra y la violencia son resabios atávicos de eras pasadas, es la era moderna el verdadero epicentro de la brutalidad organizada. Como indican los registros históricos y los estudios sociológicos, en vez de experimentar un descenso continuo, los últimos dos siglos han visto un incremento acumulativo sin precedentes en escala, alcance y magnitud de la violencia organizada. A pesar del hecho de que el estado-nación moderno se ha vuelto una preeminente "frontera contenedora del poder"70 capaz de monopolizar totalmente el uso de la violencia sobre su territorio, haciendo así la acción coercitiva casi invisible, la violencia no se ha evaporado. En cambio, es precisamente esta habilidad de legitimar su uso lo que le ha dado crecimiento a la proliferación de la violencia organizada por todo el globo, por lo cual, los actores políticos a cargo de los estados-nación pueden interpretar cualquier reclamo externo de territorio o situación de población habitando ese territorio como una acción ilegítima y hostil que puede ser repelida con el uso de la violencia. Además, a diferencia del mundo premoderno donde las guerras usualmente se asemejaban a escaramuzas rituales entre aristócratas con pocas bajas y la ignorancia de la mayor parte de la población campesina, las formas de gobierno modernas generalmente se vuelven grandes máquinas de guerra donde la competencia y los reclamos territoriales y de otro tipo rápidamente adquieren un apoyo popular fuerte, enfrentando así a poblaciones enteras las unas contra las otras. El legítimo monopolio del uso de la violencia junto con la creciente potencia y legitimidad ideológica han hecho de la guerra algo mucho más destructivo en la modernidad que en cualquier período anterior.71 Los autores clásicos de la sociología ya eran conscientes de que para entender y explicar los orígenes y la función del estado, la propiedad privada y la estratificación social, uno necesita tomar una mirada cuidadosamente analítica de la guerra. Es ésta la que le dio nacimiento al estado y la que fue decisiva en la proliferación de las inequidades sociales. La sociología contemporánea de la violencia organizada se ha construido directa o indirectamente en esta multifacética y valiosa herencia y ha divisado influyentes modelos explicativos para el estudio de la guerra. Sea que enfaticen las fuentes culturales, biológicas, económicas o políticas/organizativas de la violencia organizada, las teorías contemporáneas proveen marcos interpretativos invaluables para el entendimiento de uno de los desafíos sociales más acuciantes de los últimos siglos: la guerra.

Trad. Tomás Pisano
Rosario, 21 de marzo de 2015

Notas

* La presente traducción fue realizada en el marco de la Unidad Electiva "Políticas y prácticas de la guerra del Medioevo al Antiguo Régimen" organizada por la cátedra de Historia de Europa III de la carrera de Historia (Facultad de Humanidades y Artes) de la Universidad Nacional de Rosario. Agradezco a la Prof. Adriana Milano por la revisión final del trabajo y a la Dra. Miriam Moriconi por el acceso a la versión original del artículo y por realizar las gestiones con el autor. Por su intermedio, agradezco la gentileza del Prof. Siniša Maleševic al autorizar esta publicación.

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68 MANN, Michael The Sources...,cit., p. 371.

69 MALEŠEVIC, Siniša The Sociology..., cit.

70 GIDDENS, Anthony The Nation-State..., cit., p. 120.

71 MALEŠEVIC, Siniša The Sociology..., cit.; MALEŠEVIC, Siniša "Between the Book and the New Sword: Gellner, Violence and Ideology", en MALEŠEVIC, S. y HAUGAARD, M. (eds) Ernest Gellner and Contemporary Social Thought, Cambridge University Press, Cambridge, 2007, pp. 140-167.

Recibido con pedido de publicación el 16 de marzo de 2015
Aceptado para su publicación el 31 de marzo de 2015
Versión definitiva recibida el 16 de abril de 2015

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