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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata  no.12 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Aug. 2007

 

TEORÍA

Orden social y sujeto político en la teoría política de Laclau

por Marcelo Altomare*

Profesor de Pensamiento político y Teoría social en la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Nacional de La Matanza. E-mail: maltomare@uvq.edu.ar.

Resumen

Laclau muestra que la identidad plena del sujeto político y la estructuración completa de la sociedad son fenómenos de carácter imposible debido a la carencia de estabilidad causada por la presencia del antagonismo social: la falta es, así, el rasgo predominante tanto del sujeto como de la sociedad. Bajo esta premisa emprende su desconstrucción del modelo sustancialista del sujeto portador de una identidad universal y del orden social de índole cerrado y estable. Opuestamente, Laclau propone pensar un sujeto que, inmerso en la precariedad de una sociedad conformada por puras diferencias identitarias, articula, mediante una serie de operaciones de equivalencias de sentido, identidades parciales y contingentes a través de la producción de un significante capaz de representar la diversidad de éstas en una unidad de significación hegemónica.

Palabras clave: Laclau; Populismo; Identidad; Hegemonía; Significante

Abstract

Laclau thinks that the incomplete character of the structure of social order and the precarious character of the identity of the collective subject are produced by the presence of antagonism. The lack is the fundamental attribute of the society and the subject; consequently, the full construction of the subject and the society becomes impossible. Contrary to marxian conception of universal identity of class, the collective subject is fragmented in many differential positions of contingent social structure. Laclau' s theory offers a subject that, in the openness of the social differential identities, articulates partial and non-determinist identities in chains of equivalences, producing a shared hegemonic in a shared hegemonic signifier.

Key words: Laclau; Populism; Identity; Hegemony; Significant

I

Desde sus inicios hasta el presente, la dicotomía conceptual individuo versus sociedad ha sido uno de los principales ejes exegéticos de la larga tradición del pensamiento social y político (Alexander y Giesen 1987, Bobbio 1985). La antecedencia ontológica y metodológica del todo sobre la partes del pensamiento clásico se traducía en la preeminencia del orden social sobre el individuo, presente, tanto en la subrogación zoon politikon aristotélico a la koinonia politike (Aristóteles 1978) como en la subrogación del animale soziale et politicum tomista a la civitas (Santo Tomás 1974). A partir de la irrupción del pensamiento iusnaturalista, la dicotomía individuo versus sociedad se invierte, ya que el primero se transforma en el maker hobbesiano del orden social, convirtiéndose, así, en el artífice del Commonwealth (Hobbes 1984). Sin embargo la teoría social y política decimonónica produce un nuevo cambio de la dicotomía individuo versus sociedad cuando afirma que "el hombre [Mensch] no es un ser [Wesen] abstracto [abstraktes] (es) el mundo de los hombres, es el Estado [Staat], la sociedad [Sozietat]" (Marx 1982: 491). A esta dicotomía individuo versus sociedad responde la teoría política de Laclau rechazando la identidad plena del sujeto y la estructuración completa de la sociedad. La plenitud identitaria del sujeto y la completud estructural del orden son imposibles a causa de la carencia de estabilidad y consistencia representada por el rasgo dominante de todo ordenamiento social y político: el antagonismo social.
Inicialmente localizar da sobre el campo de los problemas abiertos por la llamada crisis del marxismo, la indagación de Laclau pretende re-definir teóricamente las identidades colectivas, sometiendo a crítica los postulados sustancialistas de la exégesis marxiana: la "crisis del marxismo" no es sino la crítica dirigida al "paradigma político esencialista del marxismo clásico". Frente al apriorismo marxiano que considera la conformación de las identidades sociales desde un modelo basado en la correspondencia entre agentes sociales e intereses objetivos, sumado a la interpretación de un antagonismo social centrado en la existencia de un sujeto universal -la clase social-, Laclau conduce su trabajo hacia la comprensión de una escena social signada por "la emergencia de nuevos antagonismos". La difusión de una multiplicidad de identidades nuevas y diferentes a la clase social conlleva necesariamente la reconceptualización de la noción marxiana de sociedad. "Esta proliferación de luchas se presenta, en primer término, como un exceso de lo social en respecto a los cuadros racionales y organizados de la sociedad -esto es, del orden social-" (Laclau y Mouffe 1987: 1). La pluralidad de los conflictos contemporáneos cuestiona "la centralidad ontológica de la clase obrera"; la formación de "una voluntad colectiva perfectamente una y ho­mogénea" desaparece. Significa ello impugnar toda concepción teórica sustentada en "el supuesto de la sociedad como una estructura inteligible, que puede ser abarcada y dominada intelectualmente a partir de ciertas posiciones de clase y reconstituida como orden racional y transparente a partir de un acto fundacional de carácter político" (Laclau y Mouffe 1987: 1). La dispersión del conflicto elimina cualquier intento racionalista por aprehender la diversidad de lo social mediante la utilización del concepto totalidad; noción que permite pensar la articulación de los distintos niveles de las prácticas sociales bajo la forma de una estructura regida desde un centro único que la torna inteligible: -i. e., el devenir histórico-social interpretado en clave contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción-. La ausencia de un núcleo de sentido omnicomprensivo obstaculiza, en consecuencia, la pretensión de conocer a priori el significado de las prácticas de los sujetos colectivos. En oposición a las interpretaciones sustentadas en la determinación de los rasgos permanentes de todo orden social, la indagación de los sentidos que atraviesan el campo social está dada por el antagonismo y la contingencia que domina a las identidades de sujeto. Negada la centralidad del conflicto de clases resultante de la emergencia de una pluralidad de antagonismos, es rechazada "toda prerrogativa epistemológica fundada en la presunta posición ontológicamente privilegiada de una clase universal" (Laclau y Mouffe 1987: 5). Por ende, al criticarse el concepto de totalidad social y, consecuentemente, la existencia de una perspectiva epistemológica privilegiada, "[n]i la concepción de la subjetividad y de las clases que el marxismo elaborara, ni su visión del curso histórico del desarrollo capitalista, ni, desde luego, la concepción del comunismo como sociedad transparente de la que habrán desaparecido los antagonismos, pueden seguirse manteniendo hoy" (Laclau y Mouffe 1987: 1).
Los antagonismos sociales muestran una pluralidad de identidades colectivas que han terminado por desbordar los "cuadros racionales y organizados de la sociedad (...) por disolver el fundamento último en el que se basaba este imaginario político [marxiano], poblado de sujetos universales..." (Laclau y Mouffe 1987: 7). Laclau inscribe sus ejes de indagación en el contexto del debate dominado por dos cuestiones teóricas de importancia fundamental: en primer lugar, el problema de los límites del conocimiento de las ciencias humanas y, en segundo término, la discusión sobre la relación entre sujeto y estructura. En referencia al primero de ellos, sostiene que la erosión de la creencia en la ilimitada capacidad de la razón -expresada en una conciencia moderna que evaluaba todo advenimiento de lo nuevo qua bueno per se en el marco de la "promesa de un futuro ilimitado"- ha paulatinamente instalado la "conciencia de los límites de la razón" en el terreno de la historia de las ideas, impactando, a la vez, directamente sobre el cuerpo de una teoría social acostumbrada a representarse a la sociedad como una totalidad esencialista, objetiva y racional. Respecto a la segunda cuestión, se trata de uno de los debates correspondiente al período mencionado en cuanto gira alrededor de la manera de interpretar las relaciones sociales: éstas se pueden comprender desde la lógica de la estructuras o, contrariamente, desde la lógica del sujeto.

II

Con el fin de establecer la especificidad de las relaciones entre orden social y sujeto político, el pensamiento de Laclau enuncia una proposición básica: tanto la conformación del orden social como la constitución del sujeto político son procesos incompletos; sus respectivas identidades son contingentes y precarias, resultándoles imposible adquirir una forma plena y completa; por ende, el rasgo fundante y fundamental de ambos es su inconsistencia. Así la reflexión de Laclau no participa ni de la perspectiva individualista que concibe al sujeto político como hacedor del orden social, ni tampoco de la perspectiva colectivista que piensa al orden social como hacedor del sujeto. Sin embargo Laclau no abandona ninguno de estos conceptos de la teoría social y política moderna; orden social y sujeto político resultarán categorías nodales para concebir una modalidad de construcción lo social, que, escapando al paradigma subjetivista y objetivista, ofrece no sólo una nueva versión de la articulación de los mismos, sino también una redefinición novedosa de las mencionadas nociones. Al repensar la dicotomía de este clásico par conceptual de las ciencias sociales, Laclau elabora una respuesta en la que formaliza una nueva concepción del orden social y del sujeto político de la idea de que no existe sujeto que pueda aspirar a una identidad plena, ni un orden social completamente estructurado sobre sí mismo. En su concepción teórica la representación plena del sujeto y la completa sistematicidad de la sociedad pertenecen al orden de lo imposible, a causa de la carencia de estabilidad y consistencia debida al antagonismo inmanente a las relaciones sociales. De esta manera el programa de Laclau intenta elaborar una teoría de las relaciones entre sujeto y orden desde una óptica antisustancialista, donde la incompletud, la escisión y la falta definen no solamente las propiedades fundamentales de ambos términos, sino también su posibilidad misma de articulación. Pensar el orden y el sujeto desde la lógica de la inconsistencia supone, pues, impugnar tanto al sujeto centrado de la tradición cartesiana como el devenir teleológico del orden histórico-social de la tradición marxiana. El interés de Laclau es demostrar la imposibilidad del orden social de tornarse un orden objetivo y, simultáneamente, la imposibilidad del sujeto para devenir una identidad completa, afirmando, así, el agotamiento de la concepción teórica asentada sobre una ontología de la presencia. Laclau erradica cualquier certeza que pretenda oficiar de garante de un sujeto autosuficiente y, simultáneamente, de un orden social sustantivo.
La estructura del orden social no es una entidad autónoma de dependencia interna, que, edificada sobre un fundamento esencialista, otorga sentido a todos y cada uno de los niveles que la componen; en consecuencia, la sociedad no debe pensarse como una sustancia autónoma, presente y aprehensible racionalmente mediante el descubrimiento de sus leyes rectoras. A diferencia de esto, el orden social es una estructura contingente, un ordenamiento social cercado por la posibilidad permanente de dislocación, por un desorden introducido mediante el antagonismo social: al "renunciar a la concepción de la sociedad como totalidad fundante de sus procesos parciales" (Laclau y Mouffe 1987: 108) se niega la existencia de una esencia que fija las relaciones entre las partes constitutivas de la totalidad social. La sociedad es, entonces, la posibilidad de construcción de un orden social completo y estructurado, producto de "intentos precarios y en última instancia fallidos de domesticar el campo de las diferencias (...) [que caracterizan] la multiformidad de lo social (...) [abandonándose definitivamente la representación de un] orden social [que pueda] ser concebido como un principio subyacente" (Laclau y Mouffe 1987: 108). En esta línea la sociedad qua orden estará siempre sitiada por un determinado "exceso de lo social" inmanente a ella: tal exceso no es sino el antagonismo social, un límite que no cesa en su tarea de dislocar el ordenamiento social. La sociedad no es sino un conjunto de relaciones sociales articuladas de manera precaria, esto es, una sutura contingente de la "multiformidad de lo social" carente de esencia. El espacio social es, entonces, el proceso de articulaciones precarias y contingentes de sus elementos, sin referencia a ninguna sustancialidad o fundamento societal.
Impugnado el modelo totalizador de la topografía marxiana de base-superestructura y, consecuentemente, el modelo de constitución de las identidades de clase, Laclau propone indagar la conformación de los sujetos sociales según el modelo de la lingüística saussureana, esto es, poniendo en contacto el problema de la subjetividad con los aportes del denominado giro lingüístico. El estudio de las identidades sociales se instala sobre las coordenadas de las principales tesis de la lingüística debido al carácter relacional de los elementos componentes de la lengua: el primado del significante sobre el significado y la naturaleza diferencial de los signos comienzan a ser utilizados en la elaboración de una teoría del sujeto social. Conforme se introduce un modelo diseñado en base a la naturaleza relacional y el carácter diferencial del signo, la constitución de la identidad del sujeto sigue los derroteros de la lógica del significante. Aceptada la concepción anti-sustancialista de lo social, las identidades sociales de los actores colectivos tomarán la forma de prácticas articulatorias cuya lógica no puede referenciarse en ningún fundamento externo a ella misma. Contrariamente, es en el terreno de las relaciones establecidas entre los diferentes sujetos donde debe buscarse el momento articulador de la diversidad identitaria de los actores. La sociedad adquiere, paralelamente, la forma de un sistema relacional de diferencias articuladas precariamente alrededor de un punto nodal dador de "sentido", que dota de un determinado nivel de sistematicidad a la totalidad social a través de la ordenación espacial de las identidades de los sujetos.
Desconstruido el carácter inmutable, permanente y presente de la perspectiva marxiana, Laclau postula que es la inconsistencia el rasgo dominante de la estructura y del sujeto; en efecto, la constitución de una identidad plena resulta del orden de lo imposible, en virtud de que el sujeto y la estructura social se conforman sobre los contornos de una falta inherente a sus respectivas identidades. La incompletud que gobierna la lógica del sujeto y del orden social no designa únicamente la imposibilidad de conformación de una identidad plena, sino también la permanente posibilidad de constitución de identidades diferenciales, aun cuando éstas, comparadas con las clásicas identidades de los sujetos universales descriptas en el marxismo, sean precarias y parciales. La falta constitutiva localizada en cada uno de los polos que componen la relación conceptual en cuestión es, simultáneamente, la condición de posibilidad para la constitución de sus respectivas identidades. La articulación entre ambos órdenes reviste o la forma de la sutura -proceso de incorporación del sujeto a la estructura social por vía de la identificación- o, inversamente, el modo de la dislocación -proceso de desagregación de los sujetos de la estructura social sobre la que estaban fijados-. Precisamente, la naturaleza precaria y contingente de la estructura resultante de la infinitud de lo social es la dimensión que hace imposible el cierre o sutura definitiva de la estructura social, y evita, por esta causa, la esencialización del orden, i.e., la búsqueda de su fundamento. La imposibilidad de la estructura de transformarse en un orden completo reside en la imposibilidad de erradicar el antagonismo social, límite éste que le sustrae la objetividad al sistema social.
En la teoría política de Laclau, el concepto de antagonismo social nombra el lugar de una escisión del orden, una falta que rehúye a ser sim­bolizada; representa la existencia constitutiva de una "cierta traumática imposibilidad" que hace "vano [el] intento de instituir ese objeto imposible: la sociedad" (Laclau 1993: 106). Pese a que "todo sistema estructural es limitado", la sociedad supone el establecimiento de una "cierta fijación de sentido" sin la cual sería también imposible todo tipo de práctica recursiva o sedimentada; el corolario de dicha necesidad de instituir lo social es la ideología, esto es, la forma simbólica de la "voluntad de totalidad de todo discurso totalizante" (Laclau 1993: 106). La "hiancia" de lo social es, por ende, aquello que no cesa de no inscribirse en el campo socio-simbólico de la ideología, haciendo de esta última una práctica discursiva que siempre fracasa en su intento de conformar una estructura plena, permanente y globalizadora. De esta manera, la incorporación de la pluralidad de las subjetividades al campo de la estructura simbólico-ideológica será siempre contingente en la medida que las posiciones de sujeto están expuestas a la dislocación de la estructura social, la que, careciendo de un fundamento esencialista, fracasa en el pretensión de instituir un espacio de representación objetivo donde los sujetos puedan identificarse con un significante que los represente de manera definitiva y permanente. Será, pues, el fracaso de la estabilidad de las posiciones de sujeto o de la sistematicidad de la estructura el resguardo de la renovada emergencia del sujeto como sujeto de la hegemonía, i.e., de la articulación contingente de identidades parciales y diferenciales. Aun cuando sea negada la "sociedad como conjunto unificado por leyes necesarias" y, correlativamente, la conformación de identidades universales plenas, no es correcto postular, inversamente, la existencia sustantiva de las identidades parciales plenas, que previamente eran definidas como elementos identitarios articulados en la estructura, so pena de incurrir en otro género de esencialismo que postularía el "carácter necesario de la identidad(es)" ahora incompletas. Con el propósito de llevar a cabo una salida del mecanismo de la esencialización resulta necesario afirmar que así como los elementos no encuentran su plena identidad en el seno de la estructura, tampoco logran constituirla a partir de sí mismos, esto es, como si fuesen entidades autónomas y autocentradas.
Si la identidad de los elementos escapa no sólo al esencialismo de una totalidad que los contiene, sino, a la vez, al sustancialismo de la fragmentación, entonces, habrá que pensar una lógica que postule la precariedad tanto de la identidad de la estructura como de la identidad de los elementos. En otros términos, la sistematicidad de la estructura y la dispersión de los elementos serán los polos de una lógica de lo social entendida como práctica articulatoria constitutiva de las relaciones sociales. La cuestión será, pues, elaborar un enfoque de lo social que nos permita pensar la modalidad mediante la cual una "creciente proliferación de diferencias", que desbordan todo sentido único e inmutable de lo social, puedan ser articuladas mediante una práctica que posibilite "fijar esas diferencias como momentos de una estructura articulatoria estable" (Laclau y Mouffe 1987: 109). No existiendo una esencia de la estructura social que transmita e informe su sentido inmanente y último a todos los niveles de lo social, y que, por ende, constituya de modo necesario y apriorístico identidades colectivas universales, debe formalizarse una conformación del sujeto que, partiendo de la contingencia e historicidad de la multiplicidad de identidades sociales parciales, pueda ser repensada como el producto de la articulación equivalencial entre las mencionadas identidades, devenidas ahora en componentes del sujeto hegemónico. La constitución del sujeto hegemónico es, entonces, el producto de la práctica articulatoria de identidades particulares y diferenciales, las cuales resultan transformadas e incorporadas como momentos a una totalidad estructurada discursivamente, a una configuración significante: es el pasaje desde la lógica de la identidad de los elementos a la lógica de la identidad hegemónica. En efecto, las identidades parciales han pasado a formar parte de una relación articulatoria significante sustentada en la "especificidad del momento relacional en que la articulación consiste".
La concepción de una identidad de sujeto hegemónica presupone, por un lado, el rechazo de la identidad plena del sujeto y la estructuración completa de la sociedad, por otro, la adhesión a la falta de estabilidad y consistencia de lo social y, finalmente, la imposibilidad de resolución del carácter agonal de las relaciones sociales. Cuestiona la concepción de un sujeto autocentrado y autosuficiente, un sujeto pensado como fundamento del orden normativo -un sujeto con identidad plena- y, a la vez, impugna un sujeto colectivo que, a diferencia del anterior, cobre identidad por efecto de la estructura -un sujeto cuya identidad deviene plena como resultado de la completud de la estructura histórico-social-. Descartadas las identidades universales, plenas y estables -clases sociales- y consideradas las identidades particulares, parciales e inestables -movimientos sociales- y partiendo del axioma de "que la negatividad es constitutiva de toda identidad", Laclau propone pensar el sujeto político de la hegemonía como un sistema de diferencias de naturaleza relacional entre identidades sociales. Tomando como punto de partida la naturaleza negativa y relacional de las identidades se desestima absolutamente la existencia de un referente externo a su propia articulación, las identidades son modeladas según la lógica del significante (Laclau 1996). Esto implica que cada una de las identidades es un significante carente de significación propia, a causa de lo cual demanda articularse a otras identidades en una cadena significante, con la finalidad de poder encontrar una significación. En este terreno se forma el sujeto político, producto de una práctica de articulación operada sobre los significantes identitarios, los cuales pierden, en consecuencia, su rasgo diferencial, incorporándose a una cadena de equivalencias de significación, en la que el sujeto hegemónico tiene la función de condensar la multiplicidad de las identidades parciales en torno a un punto nodal de sentido general. El sujeto político hegemoniza las identidades parciales bajo la forma de una cadena asociativa significante, modelando una serie de equivalencias a través de la operación de desplazamiento y condensación. La función de totalización es cumplida por un significante que, al perder su identidad particular o significado literal, inicia un proceso de metaforización que le permite convertirse, ante la dislocación de la estructura social vigente, en la representación de la identidad plena de un orden comunitario completo y ausente. La "función de representación totalizante de ese objeto imposible" -la sociedad plena y ausente- es, según reza la fórmula de la "relación hegemónica", correlativa al proceso de construcción del sujeto político. De este modo, si "[h]egemonizar algo significa encarnar en una cierta particularidad una función universal que necesariamente la rebasa" (Laclau 1996: 43), entonces, el sujeto político será una identidad o significante particular que a condición de perder su sentido literal puede llegar a representar el significante de una ausencia, i.e., de un orden social pleno, con el objetivo de metaforizar y representar la oposición al orden social vigente. Entonces el corolario de esta argumentación es que en tanto el sujeto político se produce abandonando la representación de la particularidad de su significación literal y adquiriendo la representación de la universalidad de una comunidad completa y ausente el sujeto de hegemonía sólo puede ser portador de una identidad escindida (Laclau y Mouffe 1987, Laclau y Zac 1994, Laclau 2004, Laclau 2005).

III

El análisis de las identidades políticas requiere -para Laclau- dilucidar dos conceptos fundamentales, a saber: estructura y sujeto, conceptos que se encuentran en una relación de mutua dependencia, formando un nexo de correlación y de reenvíos recíprocos. Expresado en otros términos, no es posible entender la lógica de la estructura si no a partir de la comprensión de la lógica del sujeto y viceversa. Laclau enuncia, entonces, que "la oposición de una sociedad que es, estructuralmente, enteramente determinada y otra que es, en su totalidad, el resultado de la libre creación de los agentes sociales no es una oposición entre concepciones distintas de la sociedad sino que está inscripta en la propia realidad social" (Laclau 1993: 76). Esto significa afirmar que la lógica del sujeto de la falta debe formalizarse de manera correlativa a la lógica de la incompletud de la estructura: "hay sujeto porque hay dislocaciones de la estructura", en consecuencia, el centro del análisis recae sobre la juntura establecida entre la falta del sujeto y la incompletud de la estructura. A los fines de pensar una formalización de la relación de juntura entre el sujeto y la estructura, Laclau importa las nociones de identificación, falta, real y sujeto del psicoanálisis; su reflexión sobre las identidades sociales abandona la idea posestructuralista de posiciones de sujeto y adopta la perspectiva de la concepción lacaniana del sujeto del inconsciente. El hilo conductor de este tránsito puede relevarse mediante las diversas dimensiones implicadas en el concepto de identidad y la noción de identificación, i.e., en la diferencia de género que distancia la concepción de identidad del sujeto qua posiciones de sujeto y la identidad del sujeto qua sujeto de la falta.
Asimismo reflexionar sobre el sujeto de la falta supone estudiar la emergencia de la subjetividad desde una perspectiva que intente pensar aquello que Laclau denomina la presencia de la ausencia: formalizar la constitución del sujeto como el resultado de una falta o carencia inmanente a la propia estructura. En otros términos, Laclau postula que la carencia propia de la estructura es la condición de posibilidad para la constitución del sujeto; aquí está la correlación entre la incompletud de la estructura y la falta en el sujeto, que posibilita a este último emerger en el lugar de la fisura que presenta el orden social, en el lugar donde un elemento de la misma falta. El espacio de la incompletud de la estructura y el tiempo de constitución de la subjetividad son dos dimensiones de una misma operación de creación del sujeto político-hegemónico. Mientras el concepto de falta nombra la falla estructural del orden social existente como espacio de efectuación del nuevo sujeto político, la noción lacaniana de real (Laclau y Zac 1994: 33), por su lado, semeja la idea de una dislocación imposible de ser incorporada al orden simbólico debido a que es un puro sin sentido carente de todo significante que pueda inscribirlo como tal. Y justamente en el hiato formado entre la identidad de este sujeto político de la falta y la incompletud de esta estructura social plena, "la identidad popular expresa/constituye -a través de la equivalencia de una pluralidad de demandas insatisfechas- la plenitud de la comunidad que es negada y, como tal, permanece incalcanzable; una plenitud vacía, si se quiere" (Laclau 2005: 137). La incompletud de la estructura es absolutamente heterónoma respecto al sujeto; la fisura de la estructura se torna visible sólo en el proceso de efectuación del sujeto: la producción del sujeto, en consecuencia, no es exterior a la estructura, puesto que el mismo deviene tal a través de la falla existente en esta última; no obstante, el sujeto, tampoco, es interior a la estructura, debido a que ésta fracasa en su intento por incorporarlo como el elemento faltante que la completaría definitivamente. Si el sujeto no es ni interior ni exterior a la estructura, si no está ni incorporado ni desujetado plenamente respecto de ella, si no existe una característica precisa que escinda a uno y a otro de los elementos mencionados, en suma, si ambos términos no mantienen una relación delimitada y estable -al modo de entidades autónomas y completamente constituidas-, será necesario, entonces, concebir la articulación entre el sujeto y la estructura bajo la forma del espacio topológico, a fin de abandonar la espacialidad dicotómica fundada en la consistencia de un espacio del interior y un espacio del exterior.
Expresado esto pueden plantearse las dos principales modalidades de juntura que ligan el sujeto a la estructura, a la superficie discursiva de significación sobre el cual se desarrolla el proceso de efectuación del sujeto qua identidad por la vía el mecanismo de la identificación. Si bien es lícito afirmar respecto del sujeto -sostiene Laclau- que "[l]a dislocación es la fuente de la libertad (...) ésta no es la libertad de un sujeto que tiene una identidad positiva -pues, en tal caso, sería tan sólo una posición estructural- sino la libertad derivada de una falla estructural, razón por la que el sujeto sólo puede construirse una identidad a través de actos de identificación" (Laclau 1993: 58-60). Rechazada la igualación entre la identidad de los sujetos sociales y la posición ocupada por los agentes en la estructura social y, consecuentemente, devaluada la lógica del "descubrimiento o reconocimiento" como mecanismo de conformación de la subjetividad colectiva -características centrales del modelo marxiano-, el problema en cuestión requiere una indagación de las dimensiones que intervienen en la construcción de las identidades políticas y en la desestructuración de las identidades sociales desde un marco teórico que prescinda de las explicaciones apriorísticas, deterministas y teleológicas. Es en este momento de su desarrollo argumental donde Laclau recurre explícitamente a la trama conceptual del pensamien­to lacaniano; en primer término, afirma que "[e]l término clave para enten­der este proceso de construcción es la categoría psicoanalítica de identifica­ción, con su explícita afirmación de la falta en la raíz de toda identidad: uno necesita identificarse con algo porque existe una originaria e insuperable falta de identidad" (Laclau 1993: 76). A causa de la diferencia entre identidad e identificación es posible formalizar la "presencia de una ausencia como el núcleo traumático de una escisión constitutiva de toda identidad social" (Laclau y Zac 1994: 65). La falta de ser coloca al sujeto social en posición de demandar a un otro exterior a sí mismo un rasgo identitario sobre el cual construir su identidad propia mediante el proceso de identificación. Este otro exterior diferente del sujeto es precisamente el lugar de la representación de orden, del espacio "de una cierta regularidad" de significación a la que el sujeto dirige su demanda de significación, buscando encontrar un cierto significante que pueda llenar esa falta de ser que le es constitutiva. El orden no adquiere validez porque presente un contenido de significados particulares, sino, contrariamente, en razón de que asume una función esencial y correlativa a la falta de ser del sujeto: en otros términos, ofrece la posibilidad de un orden que funciona a la manera de un principio de identificación para el sujeto (Laclau y Zac 1994: 31-35).
La creación de un orden es la contraparte del espacio social caracterizado por prácticas recursivas y sedimentadas generadoras de identidades sociales aparentemente consistentes y estables, que parecieran definitivamente incorporadas a una estructura de significación o encadenamiento significante donde se muestran articuladas en una totalidad discursiva de carácter totalizante. La articulación significante de cada una de las identidades sociales supone la pérdida del significado literal de su identidad parcial al subrogarse a una serie metonímica formada a través del excedente de sentido inherente a todas ellas. De esta forma, producto de la condensación simbólica a la que han sido sometidas las identidades de los sujetos particulares emerge el sujeto hegemónico. Sin embargo, la condición de la lógica equivalencial no remite a un sujeto trascendental y apriorístico con capacidad de universalización; se deduce, entonces, que el proceso de constitución del sujeto político qua sujeto de la hegemonía debe ser rastreado en el marco de las identidades de los sujetos sociales existentes, eliminado así cualquier tipo de apriorismo metodológico afincado en la idea de un sujeto universal, y, asimismo, postulando el carácter particular, parcial, contingente e inestable de las identidades de los sujetos sociales. La posición unificada del sujeto político es, pues, el proceso de articulación de un determinado número de identidades de sujeto parciales sobre la superficie de una cadena significante, anudamiento de sentido que se conforma siguiendo la lógica equivalencial. A su vez el proceso de efectuación del sujeto político qua sujeto hegemónico presupone una específica mutación de la identidad de uno de los sujetos particulares, quien realiza una conversión consistente en el desplazamiento de su contenido de significación literal por la representación de un orden comunitario ausente y pleno, asumiendo así la función de universalización, base de la conformación de una relación equivalencial.
El sujeto político tiene a su cargo la función de articular a las identidades parciales, representadas y nombradas mediante un significante, en una cadena de significación mediante el mecanismo de la identificación, del proceso de ligazón significante producido entre dos instancias de representación identitarias de género diverso, a saber: por un lado, la instancia de representación de los sujetos particulares y, por otro, la instancia de representación universal encarnada por aquél sujeto particular devenido sujeto hegemónico: "la identificación con un significante vacío (...) puede operar como un punto de identificación sólo porque representa una cadena equivalencial (Laclau 2005: 204)". Ante las diferentes representaciones significantes particulares, el sujeto político-hegemónico es un significante específico que se presenta como el representante de la universalidad, i.e., el representante de un orden comunitario pleno y ausente. La función de esta representanción significante del sujeto político consistirá en ofrecerse como la superficie de inscripción de las "demandas de un orden pleno" de cada una de las diferentes identidades significantes de los sujetos particulares. En este momento del proceso de constitución de las identidades colectivas puede concebirse, en primer término, a las representaciones identitarias de los sujetos particulares como significantes de la "demanda de completud" -expresada a través de sus reivindicaciones de grupo- y, en segundo término, a la representación universal del sujeto político-hegemónico como el significante de la completud de un orden comunitario que "complementará la falta" de ser de los sujetos particulares. A resultas de este proceso de identificación las identidades de los sujetos particulares se transformarán mediante la incorporación de un rasgo identitario de significación del sujeto hegemónico, al tiempo que cada una de sus identidades será abrochada a la cadena significante, organizada en torno a la función universal del sujeto político. El proceso de identificación consiste, pues, en un mecanismo de funcionamiento doble y simultáneo que produce, por un lado, la modificación de las identidades particulares, debido a que éstas incorporan un rasgo significante del sujeto político -y, consecuentemente, son articuladas metonímicamente en una relación equivalencial regida por éste mismo sujeto político- y, por otro, la constitución del sujeto de la hegemonía a causa de que éste sustituye el rasgo significante común de las identidades particulares por la vía de la condensación significante.
Consecuentemente, la identidad parcial de los sujetos particulares adopta la forma de una representación significante cuyo significado está escindido entre un sentido literal y un sentido metafórico, dependiendo de las relaciones de lucha que cada uno aquellos sujetos establezca con aquel otro que se le presenta como su negación. Al tiempo que el sentido literal de una identidad significante remite a la contraposición al sistema institucional vigente (Laclau y Mouffe 1987, Laclau y Zac 1994, Laclau 2004, Laclau 2005) o a la estructura social vigente; expresado en otros términos, el sentido literal marca el carácter diferencial de su demanda en comparación con las luchas de otros sujetos particulares, en tanto que el sentido metafórico hace presente la enemistad de la cadena equivalencial de todas estas demandas ante la cadena diferencial del sistema.
Las condiciones de constitución del sujeto hegemónico no son sino las condiciones de efectuación de un sujeto universal de carácter contingente, siendo éste el resultado de un proceso de mutación mediante el cual el significante identitario de uno de los sujetos particulares abandona su sentido literal para devenir la representación significante del "puro ser de una plenitud comunitaria ausente": i.e., una representación de la vacuidad de la "plenitud ausente de la comunidad" (Laclau 2005: 214). De esta manera el "excedente metafórico" de cada una de las identidades particulares es articulado en una serie de equivalencias, conformándose, en consecuencia, una posición de sujeto unificada y universal. Este es el proceso de efectuación del sujeto hegemónico como producción de una representación significante que cobra la forma de un significante vacío: i.e., un significante que vaciado de contenido puede hacer presente la cadena equivalencial identitaria del todo comunitario ausente. De esta manera, lo político nombra, entonces, el mecanismo de efectuación del sujeto hegemónico como "significante de la falta", proponiéndose así como la "superficie de inscripción y el medio de expresión de todas las luchas emancipatorias, de modo que la cadena de equiva­lencias que se unifica en torno a este significante tiende a vaciarlo y a desdibujar su conexión con el contenido concreto (el significado) al que estaba originariamente asociado" (Laclau 1996: 87) a fin de que éste pueda encar­nar la representación pura del orden faltante.

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