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versión On-line ISSN 1851-9601

Postdata  no.12 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ago. 2007

 

ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN

Movimiento obrero organizado y democracia en América Latina*

por Steven Levitsky** y Scott Mainwaring***

* Originalmente publicado en Comparative Politics, Vol. 39, Nº 1, 2006. Reproducido aquí con la autorización de Comparative Politics. Los autores están muy agradecidos con Mauricio Archila, Claudia Baez Camargo, Frances Hagopian, René Antonio Mayorga, James McGuire, Guillermo O'Donnell y Ken Roberts por sus valiosos comentarios. Alejandra Armesto, Claudia Baez Camargo y Annabella España ayudaron en la investigación. [Traducción de Augusto Reina, controlada por los autores].
** Profesor Asociado de Gobierno, Departmento de Gobierno, Universidad de Harvard. E-mail: levitsky@wcfia.harvard.edu.
*** Profesor de Ciencia Política, Departamento de Ciencia Política, Universidad de Notre Dame. E-mail: smainwar@nd.edu.

Resumen

Este trabajo reexamina la relación entre el movimiento obrero organizado y la democracia en América Latina. Varios estudios influyentes han argumentado que el movimiento obrero organizado es un defensor consistente de la democracia y que, por lo tanto, los movimientos obreros fuertes hacen más probables los resultados democráticos. La evidencia que aquí se presenta de América Latina pone en cuestión estos argumentos, y muestra que el movimiento obrero organizado con frecuencia ha apoyado regímenes no democráticos. A continuación se intenta explicar la variación en el apoyo del movimiento obrero a la democracia en América Latina post-1945. A partir de un análisis comparado de nueve países latinoamericanos, se sostiene en este trabajo que la orientación hacia el régimen de los movimientos obreros depende de dos factores: la naturaleza de sus alianzas partidarias y las alternativas de régimen percibidas.

Palabras Claves: Movimiento obrero; Democracia; América Latina; Alianzas partidarias; Alternativas de régimen

Abstract

This paper re-examines the relationship between organized labor and democracy in Latin America. Several influential scholars have argued that organized labor is consistent champion of democracy and that consequently, strong labor movements make democratic outcomes more likely. We show that evidence from Latin America calls these claims into question and that organized labor has frequently supported non-democratic regimes. We then seek to explain variation in labor support for democracy in post-1945 Latin America. Based on a comparative analysis of nine countries in Latin America, we argue that labor movements' regime orientation hinged on two factors: the nature of their partisan alliances and the perceived regime alternatives.

Keywords: Organized labor; Democracy; Latin America; Partisan alliances; Regime alternatives

Este artículo reexamina críticamente la relación entre el movimiento obrero organizado y la democracia en América Latina. Aunque muchos especialistas han considerado por mucho tiempo que esta relación es importante, ésta continúa siendo objeto de una sustancial disputa (de controversia). Estudiosos influyentes como Rueschemeyer, Stephens y Stephens, han argumentado que el movimiento obrero organizado es un consecuente defensor de la democracia y que, en consecuencia, los movimientos obreros fuertes hacen que un regimen democrático sea más probable (Rueschemeyer, Stephens y Stephens 1992)1. Sin embargo, la evidencia de América Latina pone en duda estos argumentos. Aunque los movimientos obreros latinoamericanos han jugado a menudo un papel importante en la lucha contra las dictaduras, su relación con la democracia no ha sido consistente. En varios países, incluyendo la Argentina, México, Nicaragua y Perú, los movimientos obreros respaldaron regímenes no democráticos durante la segunda mitad del siglo XX. En otros casos, los sindicatos incluso apoyaron golpes contra gobiernos electos (Argentina y Bolivia) o se involucraron en estrategias maximalistas que pusieron en riesgo a los regímenes democráticos (Chile, Bolivia y Perú).
En este artículo se busca explicar en qué medida se presentan diferencias en el apoyo que los movimientos obreros han dado a la democracia en América Latina a partir de 1945. Basándonos en un análisis comparado de los siete países con mayor población de América Latina (Brasil, México, Colombia, Argentina, Perú, Venezuela y Chile), y en dos países más pequeños en los cuales el movimiento obrero ha tenido un gran impacto en la política (Bolivia y Nicaragua), argumentamos que la orientación del movimiento obrero hacia la democracia depende de dos factores: la naturaleza de sus alianzas partidarias y de las percepciones sobre las perspectivas de un cambio de régimen. Aunque unos pocos movimientos obreros latinoamericanos siempre se alinearon con partidos claramente democráticos durante el período posterior a 1945, la mayoría de ellos estuvo vinculado a partidos marxistas o populistas que sostenían visiones instrumentales de la democracia. Estos movimientos obreros lucharon por la democracia cuando no existía posibilidad alguna de conseguir el régimen que hubieran preferido o cuando sus líderes creyeron que la democracia fomentaría sus intereses materiales y organizacionales. Sin embargo, en los casos donde existían o se percibía alternativas de regímenes autoritarios populares como opciones viables, los movimientos obreros a menudo no lucharon por la democracia, e incluso a veces pelearon contra ella. En otras palabras, los movimientos obreros de Latinoamérica fueron demócratas contingentes2.
Estos hallazgos no sólo cuestionan los argumentos de que el movimiento obrero es el gran defensor de la democracia, sino que también ponen en duda el supuesto esencialista que subyace a estos argumentos: que el comportamiento político del movimiento obrero puede ser reducido a la defensa de los intereses materiales de las clases trabajadoras. El análisis que aquí se realiza tiende a respaldar los enfoques que tratan a los movimientos obreros como organizaciones y que definen los intereses obreros de manera más amplia, incluyendo los objetivos políticos, organizacionales y personales de los propios líderes sindicales.
El tema de la orientación hacia la democracia de los movimientos obreros es importante. Durante gran parte del siglo XX, los movimientos obreros fueron poderosos actores en muchos países de América Latina y sus
alianzas políticas tuvieron un impacto sustantivo sobre los resultados del régimen (Collier y Collier 1991). Donde el movimiento obrero es fuerte, su comportamiento puede ser crítico para la supervivencia de los regímenes democráticos. Con todo, la cuestión de por qué y cuándo los movimientos obreros apoyan, se oponen o son indiferentes a la democracia ha recibido poca atención en estudios anteriores3.
Adoptamos aquí una definición procedimental de la democracia. Un régimen es democrático si se cumplen cuatro condiciones: (1) debe haber elecciones competitivas, libres y justas para el legislativo y, en sistemas presidenciales, el ejecutivo; (2) la gran mayoría de la población adulta debe tener el derecho a votar; (3) debe haber una amplia protección de las libertades civiles y políticas, incluyendo los derechos a la libertad de expresión, de prensa y de asociación; y (4) los funcionarios electos deben tener el poder para gobernar; de modo que si los militares ejercen el poder de veto, el régimen no es una democracia plena.

Movimiento obrero, intereses de la clase obrera y democracia

Una línea de investigación importante en ciencia política y sociología ve a los movimientos obreros como consecuentes defensores de la democracia. Göran Therborn, por ejemplo, sostuvo que en Europa, "los movimientos obreros buscaron casi en todas partes no solamente salarios más altos y mejores condiciones laborales, sino también la democracia política" (Therborn 1977: 34). El modelo de democratización de Rueschemeyer et al. relativo al poder de clase se basa en el argumento que, de las clases sociales importantes, la clase trabajadora es "la fuerza más consistentemente pro-democrática"4. El trabajo reciente sobre democracia y redistribución de Charles Boix (2003: 13) trata, de manera similar, a la clase obrera como un actor uniformemente pro-democrático5.
Estos argumentos se basan en tres suposiciones clave: (1) que las clases obreras pueden tratarse como actores políticamente homogéneos, (2) que las preferencias de los movimientos obreros hacia el régimen están conducidas exclusivamente por las preocupaciones materiales de la clase obrera, y (3) que la democracia está casi siempre en el interés material de la clase obrera, porque su naturaleza más inclusiva conlleva mayores posibilidades de redistribución que otros tipos de régimen. De este modo, según Rueschemeyer et al., debido a que la clase obrera se beneficia constantemente con la democracia y puesto que "aquellos que con la democracia siempre se benefician serán sus promotores y defensores más confiables" (1992: 57), la clase obrera será consistentemente pro-democrática.
Nuestro análisis rompe con estos supuestos de carácter esencialista. Los intereses del movimiento obrero organizado no pueden ser reducidos al bienestar material de los trabajadores. Aunque la raison d'être inicial de las organizaciones obreras es proteger y mejorar los intereses materiales de los trabajadores, las razones de su apoyo a los partidos políticos y a los regímenes raramente están limitadas a este ámbito. Por ejemplo, los miembros de un sindicato pueden responder a apelaciones sociales y culturales que sólo están frágil o temporalmente vinculadas a rentabilidades materiales. Movimientos políticos como el peronismo argentino, que desafió las tradicionales jerarquías de clase en los ámbitos social y cultural e incorporó a las clases obreras a la política creando lealtades sindicales, no pueden explicarse sólo por intercambios materiales. En algunos casos, el estilo político de los líderes, especialmente su identificación simbólica con los pobres, fue tan importante como su programa económico para ganar y retener el apoyo de la clase obrera. Aunque estas apelaciones simbólicas y socioculturales fueron frecuentemente combinadas con apelaciones materiales, a menudo ayudaron a sellar alianzas que perduraron luego que los gobiernos o partidos abandonaran las políticas favorables a la clase obrera6.
El hiato entre los intereses materiales de los trabajadores y las orientaciones políticas del movimiento obrero se ve ampliada aún más por la autonomía del liderazgo sindical. Como ha demostrado una larga tradición de estudios que se remonta a Michels (1911), la mayoría de los líderes sindicales goza de una autonomía considerable con respecto a las demandas de las bases. Aunque el grado de democracia sindical varía de caso en caso, muchas organizaciones obreras exhiben bajos niveles de competencia interna y de participación de sus bases. Esto es particularmente cierto donde las
relaciones Estado-sindicatos han estado estructuradas históricamente de forma corporativista, como en buena parte de América Latina. En muchos países latinoamericanos, los arreglos institucionales que protegieron a los liderazgos sindicales de desafíos competitivos acrecentaron su dependencia de los recursos del Estado y crearon mecanismos de intervención estatal en asuntos sindicales que produjeron liderazgos más receptivos a los líderes del Estado que a las bases obreras7. Aunque los líderes sindicales en sistemas corporativistas no pueden permitirse desatender totalmente las demandas de sus bases, gozan generalmente de una discreción sustancial a la hora de elegir qué demandas tomar y cuán rápida y vigorosamente impulsarlas.
La autonomía con respecto a las demandas de sus bases permite a los líderes sindicales perseguir metas muy diversas, algunas más individuales que colectivas, y muchas otras que exceden el bienestar material de los trabajadores. Con frecuencia, estas metas son organizacionales. Las organizaciones obreras se benefician de las políticas gubernamentales que facilitan la sindicalización, amplían o protegen monopolios sobre la representación de los trabajadores o brindan a las organizaciones nuevas fuentes de recursos. Aunque estos recursos organizacionales pueden beneficiar a los trabajadores en el largo plazo, al fortalecer sus sindicatos, raramente su búsqueda es conducida por las demandas de sus bases. En algunos casos, los sindicatos las han buscado o defendido incluso a expensas de esas demandas (Murillo 2001, Burgess 2004).
Los liderazgos sindicales también persiguen metas políticas -tales como la ubicación de sus miembros o aliados en cargos públicos- que sólo indirectamente están relacionadas con las demandas materiales de los trabajadores. El acceso a cargos públicos y a otras posiciones de poder puede beneficiar colectivamente al movimiento obrero al permitir que los sindicatos influyan sobre, e incluso implementen, las políticas públicas. Sin embargo, también puede servir como un incentivo selectivo para líderes individuales del sindicato que buscan progresar en sus carreras de formas que poco tienen que ver con los intereses de las bases (Baez Camargo, 2002). Además, los líderes obreros pueden perseguir compromisos ideológicos que no son ni necesaria ni completamente compartidos por sus bases. Por ejemplo, los líderes sindicales marxistas han apoyado ocasionalmente a fuerzas políticas que, por una variedad de razones (incluyendo el acatamiento de las
estrategias impuestas por la Unión Soviética), trataron como secundarias las demandas materiales de los trabajadores, en el mejor de los casos.
En resumen, mientras que Rueschemeyer et al., entre otros, asumen que los movimientos obreros se centran casi exclusivamente en la maximización de los beneficios materiales de los trabajadores, nosotros definimos los intereses de los trabajadores con mayor amplitud para incluir los beneficios organizacionales, políticos, ideológicos e individuales (carrera política). Dos implicancias se siguen de esta discusión. En primer lugar, los compromisos ideológicos y las recompensas políticas, organizacionales y socio-culturales pueden inducir a los movimientos obreros a apoyar a partidos o gobiernos que no brindan ventajas materiales sustantivas a la clase obrera. Ejemplos notables de ello son el apoyo de los movimientos obreros al PRI mexicano después de 1982 y al gobierno sandinista durante la segunda mitad de los años ochenta.
En segundo lugar, los movimientos obreros pueden perseguir con éxito sus intereses dentro de varios regímenes políticos. Aunque la democracia es el único régimen político que garantiza el derecho al voto y las libertades civiles para los trabajadores, no constituye el único régimen bajo el cual el poder oligárquico puede ser debilitado, los sindicatos fortalecidos, los líderes sindicales ascendidos a posiciones de poder político, y los salarios y otros beneficios para el trabajador incrementados. Históricamente, una variedad de regímenes autoritarios incluyentes han ofrecido posibilidades a los líderes sindicales para alcanzar sus metas colectivas e individuales. En el siglo XX, por ejemplo, los gobiernos revolucionarios y populistas de América Latina ofrecieron beneficios materiales, organizacionales y simbólicos sin precedentes a los trabajadores y los sindicatos. Muchos de estos gobiernos fortalecieron los movimientos obreros, ampliaron los derechos y beneficios de los trabajadores, crearon nuevos canales de acceso sindical al Estado y ubicaron a líderes sindicales en posiciones de poder importantes. Algunos de los movimientos obreros más importantes de la región -incluyendo Argentina, Bolivia, Brasil y México- fueron incorporados políticamente y reconocidos legalmente por gobiernos no democráticos. No hay razón para considerar el apoyo de los movimientos obreros a los mencionados regímenes como excepcional. Donde los regímenes autoritarios incluyentes hacen un buen trabajo, satisfaciendo los intereses materiales, organizacionales, políticos, ideológicos o individuales (de carrera) de los líderes sindicales, la indiferencia del movimiento obrero (e incluso su oposición) a la democracia puede ser enteramente racional.

Explicando la orientación del movimiento obrero hacia la democracia: alianzas partidarias y alternativas de régimen

Si los movimientos obreros persiguen una variedad de objetivos materiales, políticos, organizacionales e ideológicos, y si muchas de éstos se pueden alcanzar tanto bajo regímenes democráticos como no democráticos, entonces el apoyo de los movimientos obreros a la democracia probablemente variará de acuerdo al contexto histórico y político. Esto suscita una pregunta crucial: ¿bajo qué condiciones estos movimientos apoyarán o se opondrán a la democracia? Consideramos que existen dos factores de gran importancia: (1) el tipo de vínculo dominante entre los movimientos obreros y los partidos, y (2) las alternativas de régimen disponibles.

Vínculos partidarios

En parte, la orientación del movimiento obrero hacia la democracia depende de sus alianzas partidarias. La mayoría de los líderes sindicales de más alto nivel en América Latina se han alineado históricamente con uno u otro partido político (Alexander 1965: 13-23, Collier y Collier 1991). Para los sindicatos, el "intercambio" partido-sindicato a menudo brindó nuevos canales de acceso al Estado, recursos organizacionales clave y una variedad de políticas socioeconómicas pro-obreras. A los partidos, en tanto, le brindó un apoyo electoral y un soporte de movilización críticos (Collier y Collier 1991, Valenzuela 1992: 53-101). Muchas alianzas entre partidos y movimientos obreros se han institucionalizado con el correr del tiempo. Las carreras políticas, los liderazgos superpuestos y las identidades políticas profundamente arraigadas crearon intereses en el mantenimiento de la alianza, de modo tal que muchos líderes sindicales comenzaron a valorar el partido por su propio bien (McGuire 1997). Así, las alianzas institucionalizadas se tornaron "pegajosas", de forma que los sindicatos continuaron comprometidos con ellas a pesar de los cambios importantes en la estrategia o programa partidario8.
Las alianzas políticas de los trabajadores varían considerablemente. Los sindicatos han apoyado históricamente a gobiernos, partidos y candidatos cuyos programas incluyeron salarios más altos, la extensión de los beneficios de los trabajadores y otras políticas tendientes a la redistribución de la renta o el bienestar. Con todo, tales políticas han venido en una variedad de "envases" ideológicos, incluyendo la social democracia, el marxismo -en sus muchas
variantes- y las distintas formas de populismo. Estos proyectos políticos difieren considerablemente en su orientación hacia la democracia. Algunos movimientos políticos de base obrera, como los laboristas británicos y la socialdemocracia europea de la posguerra, están plenamente comprometidos con la democracia liberal. Éstos son los únicos casos que encajan inequívocamente con el análisis que realiza Rueschemeyer et al. acerca del impacto de los movimientos obreros organizados sobre la democracia.
Otras alianzas entre sindicatos y partidos mantienen, en cambio, una orientación instrumental hacia la democracia. Apoyan regímenes democráticos por el hecho de que tales regímenes son vistos como los mejores medios para promover sus intereses materiales, organizacionales y políticos. Dos tipos de alianzas de carácter instrumental son muy comunes en América Latina después de 1945, las alianzas con partidos marxistas y populistas. Los partidos marxistas estaban comprometidos con el derrocamiento del capitalismo a largo plazo. Aunque con frecuencia lucharon por la democracia cuando los regímenes autoritarios excluyentes estaban en el poder, y aunque a menudo actuaron dentro de regímenes democráticos durante décadas (por ejemplo, en Chile a mediados del siglo XX), los partidos marxistas sin embargo vieron a la democracia como un medio para alcanzar objetivos socioeconómicos o ideológicos más amplios. Cuando percibieron que las instituciones democráticas podían ser un obstáculo para alcanzar aquellos objetivos, se mostraron indiferentes e incluso hostiles a la democracia.
Los partidos populistas movilizaron a los movimientos obreros desde arriba, a menudo desde posiciones en el Estado. Aunque ellos generalmente defendieron políticas pro-obreras y con frecuencia procuraron abrir los regímenes políticos excluyentes, muchos partidos populistas de América Latina han exhibido históricamente un débil compromiso con la democracia liberal. Los movimientos populistas tendieron a estar débilmente institucionalizados así como a ser personalistas y altamente mayoritarios -al punto de desatender, con frecuencia, los derechos de las minorías políticas y otras características institucionales de la democracia liberal-. Los gobiernos populistas de Argentina, Brasil, México y otros países han demostrado poca tolerancia con los partidos opositores o poco respecto por las libertades civiles básicas, en tanto que la populista Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en Perú se involucró asiduamente en actos de violencia contra gobiernos electos.

Regímenes alternativos disponibles

Las estrategias del movimiento obrero con respecto a la democracia también dependen del contexto del régimen. El tipo de régimen, su estabilidad, y la viabilidad percibida de los regímenes alternativos juegan un rol crucial en el modelado de las estrategias de los movimientos obreros instrumentalistas. En las democracias consolidadas, donde las alternativas no democráticas están fuera de discusión, incluso puede esperarse que los movimientos obreros instrumentalistas apoyen la democracia. Asimismo, bajo regímenes autoritarios excluyentes, como los regímenes burocráticos autoritarios de derecha de los años sesenta y setenta, los sindicatos son incluso capaces de apoyar transiciones moderadas hacia la democracia.
En contextos con otro tipo de régimen, sin embargo, los movimientos obreros que tienen vínculos dominantes con partidos marxistas y populistas pueden ser indiferentes a la democracia y/o apoyar alternativas no democráticas. Éste puede ser el caso en contextos de democracias inestables o altamente polarizadas donde los resultados revolucionarios son percibidos como posibles. En tales contextos, los movimientos obreros marxistas pueden perseguir estrategias maximalistas que pueden poner en riesgo a regímenes democráticos. El movimiento obrero puede también ser indiferente (e incluso oponerse) a la democracia cuando los regímenes autoritarios incluyentes están en el poder. En América Latina durante el siglo XX, una variedad de gobiernos revolucionarios y populistas no democráticos ofreció a los movimientos obreros beneficios simbólicos sustanciales, materiales y organizacionales. Los mo­vimientos obreros eran particularmente propensos a apoyar a estos gobiernos en países sin historia de alternativas democráticas afines a ellos (tales como Bolivia, México y Nicaragua tras las revoluciones).
Esta discusión destaca la necesidad de distinguir entre la oposición al autoritarismo y el apoyo a la democracia. Los movimientos obreros pueden desempeñar un rol clave en la oposición a los regímenes autoritarios (inclusive precipitando el proceso de democratización) sin ser actores democráticos. En Argentina (1945-1955) y Nicaragua (1979-1990), por ejemplo, los movimientos obreros contribuyeron a derribar regímenes autoritarios pero luego apoyaron a sus sucesores semi-autoritarios. En Bolivia y Perú, el movimiento obrero ayudó a socavar los regímenes autoritarios durante los últimos años de la década del setenta pero luego continuó movilizándose de maneras que debilitaron las frágiles democracias que los sustituyeron.
Al combinar las dos variables, se presentan cuatro resultados posibles con respecto a la orientación democrática del movimiento obrero (ver Cuadro 1). De las alianzas entre partidos democráticos y movimientos obreros puede esperarse que apoyen a la democracia en todos los contextos del régimen. En el caso de las alianzas instrumentalistas entre partidos (marxistas o populistas) y sindicatos, el apoyo a la democracia de los movimientos obreros depende del contexto del régimen. Mientras las alternativas incluyentes no democráticas se perciban como factibles (por ejemplo, cuando tales regímenes están en el poder o las alternativas revolucionarias son seriamente consideradas), puede esperarse que las alianzas instrumentalistas serán indiferentes, ambivalentes o también opositoras a la democracia. Si la alianza es democrática o si no hay una alternativa viable incluyente de carácter autoritario, el movimiento obrero será pro-democrático. Si la alianza es instrumentalista y siguen existiendo alternativas no democráticas atractivas, el movimiento obrero puede que actúe contra la democracia. Mientras que Rueschemeyer et al. trata los casos del casillero inferior izquierdo como excepcionales, en nuestro trabajo, éstos son teóricamente tan plausibles como cualquier otro resultado. De hecho, como demostramos más abajo, fueron muchos los casos que cayeron en casillero inferior izquierdo en América Latina entre 1945 y 1989.


CUADRO 1 Determinantes de la orientación del movimiento obrero hacia la democracia en América Latina

Vínculos entre el movimiento obrero y los partidos en América Latina en el período post-1945

En las dos secciones siguientes se aplica el marco teórico desarrollado en la sección anterior para explicar por qué algunos movimientos obreros latinoamericanos fueron consistentemente partidarios de la democracia mientras que otros no. Esta sección examina el vínculo entre los partidos y los movimientos obreros en nueve países latinoamericanos durante el período 1945-2000. Existieron cuatro grandes modelos con respecto a los vínculos entre el movimiento obrero y los partidos en América Latina tras 1945: (1) democrático, (2) marxista, (3) populista y (4) ningún vínculo dominante. La mayoría de los movimientos obreros latinoamericanos contienen diversas ideologías y orientaciones hacia la democracia (Valenzuela 1992: 446). Al clasificar los casos, nos centramos en la fuerza política dominante dentro de los movimientos obreros. En algunos casos, particularmente Brasil y Perú, el control de los movimientos obreros cambió con el tiempo de un partido a otro. En la mayoría de los casos, sin embargo, los vínculos partidarios dominantes permanecieron estables.

Vínculo dominante con partidos populistas

En Argentina, México y Perú, los movimientos obreros se alinearon con partidos populistas. En Argentina, la Confederación General del Trabajo (CGT) fue abrumadoramente peronista durante el período 1945-2000. El apoyo de los sindicatos hacia el líder populista Juan Domingo Perón sentó sus raíces en una larga colección de beneficios simbólicos, materiales y organizativos que Perón proporcionó primero como Secretario de Trabajo (1943-1945) y más tarde como Presidente (1946-1955) (Torre 1990). La alianza sobrevivió el giro conservador de Perón en los comienzos de los años cincuenta, su derrocamiento en 1955 y su muerte en 1974, así como el giro hacia el mercado realizado por el Presidente peronista Carlos Menem durante los años noventa. El peronismo fue un movimiento populista casi prototípico. Durante la mayor parte de su historia, Perón y sus partidarios más importantes demostraron una actitud ambigua y altamente instrumental hacia la democracia (McGuire 1997).
En México, el grueso del movimiento obrero se alineó con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante el período 1945-2000 (Baez Camargo 2002, Middlebrook 1995: 255-287). Aunque el movimiento obrero mexicano estuvo siempre fragmentado en confederaciones en competencia, la Confederación Mexicana de Trabajadores (CTM) fue habitualmente la predominante. La alianza entre el movimiento obrero y el Estado fue consolidada durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Cárdenas movilizó al movimiento obrero desde arriba ofreciéndole beneficios políticos, materiales y organizacionales sin precedentes (Collier y Collier 1991: 232-250, Middlebrook 1995). En 1938, esta alianza corporativa fue formalizada a través de la creación del Partido de la Revolución Mexicana (más adelante rebautizado PRI), en la cual el movimiento obrero fue incorporado como "sector organizado". Dado su rol clave en el régimen autoritario de partido hegemónico mexicano, el débil compromiso del PRI hacia la democracia resulta claro.
En Perú, el movimiento obrero organizado fue inicialmente movilizado por el APRA, un partido populista creado por Raúl Haya de la Torre. La Confederación de Trabajadores del Perú (CTP), creada por el APRA en 1944, fue la confederación de trabajadores más importante en Perú hasta bien entrados los años sesenta, cuando el vuelco del APRA hacia la derecha erosionó la posición de la CTP dentro del movimiento obrero. El APRA demostró un compromiso ambiguo con la democracia. Aunque nunca instaló un régimen autoritario, en los años treinta y cuarenta empleó la violencia y tácticas insurreccionales en la búsqueda del poder.

Vínculo dominante con partidos marxistas

En Bolivia, Chile, Nicaragua y Perú (con posterioridad a 1968), el ala dominante de los movimientos obreros se alineó con partidos marxistas.
El movimiento obrero boliviano, que estaba entre los más militantes de América Latina (Mayorga 1991, Volk 1975: 26-46 y 180-198), fue conducido por marxistas durante la mayor parte del período post-1945. Aunque la Central Obrera Boliviana (COB) fue forjada inicialmente por una alianza con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) tras las secuelas de la revolución de 1952, estos vínculos se fueron erosionando durante el transcurso de la década del cincuenta; y en 1963 la COB rompió con el gobierno del MNR. Después del golpe de 1964, los marxistas conquistaron la posición dominante dentro del movimiento obrero, incluyendo a la poderosa confederación de los mineros9, y conservaron esta posición hasta finales de los ochenta, cuando el debilitado y fragmentado movimiento obrero dejó de tener algún vínculo partidario dominante.
El movimiento obrero chileno que se organizó en la Central Única de Trabajadores (CUT) en 1953 fue pluralista, al punto que contuvo en su seno a grupos socialistas, comunistas, demócrata cristianos y radicales. Sin embargo, la confederación fue dominada en general por los partidos socialistas (PSCh) y comunistas (PCCh). Aunque los comunistas y los socialistas actuaron dentro del marco de las instituciones democráticas, ellos siguieron comprometidos con el objetivo de la revolución socialista, y muchos partidarios del PSCh aceptaron incluso la legitimidad de la lucha armada (Drake 1978: 309-310, Walker 1990: 136-171).
En Nicaragua, el movimiento obrero se alineó con el Frente Sandinista por la Liberación Nacional (FSLN) desde los últimos años de los setenta hasta el 2000. El movimiento obrero organizado apoyó al FSLN en la insurrección contra el dictador Anastasio Somoza y la confederación obrera dominante tras la revolución, la Central Sandinista de Trabajadores (CST), siguió siendo una fiel aliada del FSLN durante su gobierno. El FSLN fue un partido de izquierda revolucionario inspirado en la Revolución Cubana y la mayoría de los líderes sandinistas fueron marxistas y demostraron un compromiso débil e instrumental hacia la democracia liberal.
Finalmente, la mayor parte del movimiento obrero peruano se alineó con partidos marxistas desde los años setenta. El giro del APRA hacia la derecha durante los años cincuenta y sesenta condujo a muchos sindicatos a abandonar la CTP y en los inicios de los setenta, la Confederación General del Trabajo del Perú (CGTP) se convirtió en la confederación obrera dominante del país. La cúpula de la CGTP estuvo dominada por el Partido Comunista Peruano (PCP) y, en un grado inferior, por otros partidos marxistas; y pocos de estos partidos estaban comprometidos con la democracia liberal10.

Vínculo dominante con partidos democráticos

En Brasil, Venezuela y Chile post-1989, las organizaciones obreras dominantes estuvieron asociadas con partidos democráticos. En Brasil, los vínculos partidarios del movimiento obrero han sido siempre fragmentados y han cambiado con el tiempo, pero han sido generalmente democráticos. Durante el primer período democrático de Brasil (1946-1964), el Partido Trabalhista Brasileño (PTB) y el Partido Comunista Brasileño (PCB) compitieron por la posición dominante dentro del movimiento obrero. Aunque el PTB se dividió entre los demócratas liberales y los populistas instrumentales, la mayoría de los líderes del partido eran demócratas convencidos. El PCB (que fue prohibido en 1947 pero siguió existiendo de manera semi-clandestina) era un partido marxista instrumental. En el contexto de un movimiento obrero fragmentado, los líderes moderados del PTB mantuvieron una posición dominante hasta 1960. Entre 1960 y 1964, y particularmente después de la creación del Comando General de Trabajadores (CGT) en 1962, los izquierdistas radicales del PCB y del PTB ganaron influencia dentro del movimiento obrero (Collier y Collier 1991: 549-555, Almeida Neves Delgado 1989: 217-290). La orientación ideológica del movimiento obrero durante este período fue variada. El movimiento obrero se reorganizó bajo el dominio militar en los años setenta. Aunque permaneció dividida, la confederación más grande que emergió durante los años ochenta fue la Central Única de los Trabajadores (CUT), que estuvo alineada con la agrupación política de izquierda Partido de los Trabajadores (PT). Aunque el liderazgo del PT estuvo dividido entre marxistas instrumentalistas y demócratas comprometidos, fueron generalmente estos últimos quienes mantuvieron un rol predominante11.
Venezuela es quizás el caso más claro de un vínculo estable entre movimiento obrero y partido democrático. Desde su creación en 1947 y hasta 1998, la Confederación Venezolana de Trabajadores (CTV) fue la única confederación de trabajadores importante en el país. Varios partidos compitieron por la dirección de la CTV durante la posguerra, pero la confederación fue dominada casi siempre por los sindicatos que tuvieron lazos con
Acción Democrática (AD) (Ellner 1993). La AD desempeñó un papel importante al establecer el primer régimen democrático de Venezuela y fue un actor consistentemente democrático en las décadas posteriores a 1948 (Levine 1973, Martz 1966, McCoy 1989: 35-67).
Finalmente, el movimiento obrero chileno tras 1989 ha sido democrático. Aunque el movimiento obrero permaneció alineado con los socialistas y los comunistas después del golpe de 1973, la orientación de los socialistas hacia el régimen cambió considerablemente durante el subsiguiente período autoritario. Durante los años ochenta, el PSCh abandonó el marxismo y abrazó completamente la democracia liberal (Roberts 1998: 118-140).

Colombia: un caso de vínculo partidario no dominante

Entre los países estudiados, Colombia es el único caso donde no existe ninguna afiliación partidaria dominante en el movimiento obrero. Durante los años treinta y cuarenta, la Confederación de Trabajadores Colombianos (CTC), que fue la predominante, mantuvo lazos cercanos con el Partido Liberal (Collier y Collier 1991: 299-308). Durante los años cincuenta, sin embargo, la Unión de Trabajadores Colombianos (UTC), que se declaró a sí misma apolítica, emergió como la confederación obrera más grande del país. Según Urrutia (1969: 207, 213, 224), la UTC "no se comprometió con ningún partido político", lo que hace a la "experiencia colombiana (…) radicalmente diferente de las otras naciones latinoamericanas"12. A comienzos de los años setenta, el movimiento obrero se fragmentó, ya que varias confederaciones obreras coexistían al lado de muchos sindicatos no afiliados. En este contexto, los vínculos partidarios existentes se erosionaron y no emergió ninguna nueva alianza dominante entre el movimiento obrero y los partidos (Londoño Botero 1991: 275-305, Collier y Collier 1991: 467-468 y 673-681, Hartlyn 1988: 183-187).
El Cuadro 2 resume los vínculos que han prevalecido entre los años 1945 y 2000 entre los movimientos obreros y los partidos en nuestros nueve casos. En la mayoría de los casos los movimientos obreros dominantes estaban asociados al marxismo (Bolivia, Nicaragua, Chile pre-1973, Perú post-1968) o a partidos populistas (Argentina, México, Perú pre-1968). Por lo tanto, la gran mayoría de las alianzas entre los movimientos obreros y los partidos estuvieron caracterizadas por actitudes instrumentales hacia la democracia. Por tanto, los movimientos obreros consistentemente favorables a la democracia fueron la excepción, no la regla.


CUADRO 2 Vínculos dominantes entre los movimientos obreros y los partidos políticos en nueve países de América Latina

El apoyo del movimiento obrero a regímenes democráticos y no democráticos

Se ha argumentado aquí que el apoyo de los movimientos obreros a la democracia dependió tanto del vínculo dominante establecido con los partidos como del contexto del régimen. Utilizando este marco de análisis, en esta sección se examina el apoyo a la democracia -o su ausencia- en el movimiento obrero organizado de nueve países latinoamericanos entre los años 1945 y 2000. El análisis de los casos sugiere una relación clara entre el vínculo partidario, el contexto de régimen y las prácticas del movimiento obrero. En los casos de vínculo partidario democrático, los movimientos obreros no apoyaron regímenes autoritarios, no respaldaron golpes contra gobiernos electos, ni se involucraron en movilizaciones amenazantes para la democracia. En los casos de vínculos partidarios marxistas y populistas, el comportamiento del movimiento obrero dependió del contexto de régimen. Donde la democracia representaba las únicas reglas de juego o era la única alternativa factible a las dictaduras de derecha, los partidos marxistas y populistas condujeron a que los movimientos obreros apoyaran a la democracia. Pero donde los regímenes no democráticos incluyentes estuvieron en el poder o fueron percibidos como alternativas viables, estos movimientos obreros actuaron rutinariamente contra la democracia.
El movimiento obrero organizado puede actuar contra la democracia de tres maneras. Primero, puede apoyar la caída extra-constitucional de un gobierno electo. Segundo, puede apoyar activamente un régimen no democrático, lo que puede suponer esfuerzos opositores a la democratización del régimen. Tercero, las movilizaciones sindicales políticamente polarizantes pueden desestabilizar -quizás inadvertidamente- a los regímenes democráticos en la búsqueda de sus metas revolucionarias.
Dos fenómenos limitaron el apoyo de los movimientos obreros marxistas o populistas a la democracia durante el período posterior a 1945. El primero fue la polarización política creada por la Revolución Cubana. Durante los años sesenta y setenta, la Revolución Cubana incrementó tanto el atractivo como la viabilidad percibida de la revolución socialista. Esta situación animó a los movimientos obreros conducidos por marxistas a perseguir estrategias maximalistas que, aunque no estaban dirigidas directamente contra el régimen, amenazaron económica y militarmente a las elites y de tal modo aumentaron la probabilidad que esas elites apoyaran golpes militares. La aparición de una opción revolucionaria puso a prueba el compromiso de los movimientos obreros marxistas con la democracia burguesa. En tal contexto, la priorización de los objetivos revolucionarios sobre la estabilidad democrática indica una orientación instrumental hacia la democracia. Otro fenómeno que indujo a los movimientos obreros instrumentalistas a actuar contra la democracia fue la proliferación de regímenes autoritarios incluyentes que buscaron movilizar el apoyo del movimiento obrero organizado, de los campesinos y de otros grupos que no fueran parte de la elite. En América Latina post-1945 existieron tres tipos de regímenes autoritarios incluyentes: (1) regímenes revolucionarios como los fundados en México después de 1917 y Nicaragua después de 1979, (2) regímenes militares populistas como en Perú (1968-1975) y Panamá (1968-1981), y (3) regímenes populistas autoritarios de origen electoral como el creado por Perón en Argentina. La mayoría de estos regímenes ofrecieron a los movimientos obreros sustanciales beneficios simbólicos, materiales y organizativos, así como un acceso sin precedente al poder político. Los gobiernos como los de Perón, el PRI y el FSLN incorporaron a la clase obrera en el sistema político, crearon nuevos canales de acceso al Estado para los sindicatos, fomentaron la extensión de la sindicalización, proveyeron a los sindicatos de importantes recursos organizativos y expandieron los derechos y beneficios de los trabajadores. Estas políticas a menudo generaron profundas lealtades sindicales, de modo que no es sorprendente que los movimientos obreros los apoyaran.

Argentina

La experiencia del movimiento obrero argentino con respecto a su apoyo a la democracia es heterogénea. Los sindicatos argentinos apoyaron al peronismo durante todo el período 1945-2000, pero el peronismo no siempre fue democrático. Mientras que la movilización obrera en nombre del peronismo tuvo un impacto democratizador en algunas instancias, no las tuvo en otras. La movilización obrera ayudó a crear la apertura política que permitió a Perón ganar las elecciones democráticas de 1946 (Torre 1990), pero el régimen resultante fue un autoritarismo incluyente, no democrático. El gobierno de Perón distribuyó beneficios materiales al movimiento obrero, incluyendo masivos aumentos salariales y una expansión de los beneficios en materia de salud y seguridad social. La afiliación sindical casi se triplicó durante este período (Collier y Collier 1991: 341, McGuire 1997: 53). Sin embargo, las libertades civiles fueron habitualmente violadas y la reelección de Perón en 1951 estuvo afectada por la represión y el fraude.
El derrocamiento de Perón en 1955 desembocó en casi tres décadas de gobiernos civiles y militares inestables, durante los cuales el comportamiento del movimiento obrero continuó siendo ambiguamente democrático. En 1964 y 1965 los sindicatos peronistas se dedicaron a realizar movilizaciones masivas que pusieron en riesgo al gobierno electo de Arturo Illia, y los líderes sindicales clave apoyaron el golpe que lo derribó en 1966 (Brennan 1994: 105, McGuire 1997: 114-120 y 145-150). Asimismo, la protesta del movimiento obrero desempeñó un papel importante en el derrumbe de la dictadura instaurada tras 1966 y la CGT apoyó fuertemente entre 1973-1976 al gobierno peronista electo. Sin embargo, la movilización sindical y la violencia contribuyeron a desencadenar el golpe de 1976 (Smith 1989: 228-231).
El movimiento obrero y el peronismo fueron más sólidamente democráticos después de 1976, en parte porque las opciones de régimen se redujeron. Los sindicatos peronistas desempeñaron un rol clave en la movilización de la oposición al régimen burocrático-autoritario de 1976-1983 (Munck 1998). Después de 1983, mientras la democracia se consolidaba y las alternativas no democráticas incluyentes perdían viabilidad, el peronismo y los líderes del movimiento obrero defendieron continuamente la democracia. Por ejemplo, la CGT se opuso inequívocamente a los levantamientos militares de 1987 y 1990.

Bolivia

El movimiento obrero boliviano mantuvo una actitud instrumental hacia la democracia desde los años cuarenta hasta mediados de los años ochenta. La COB inicialmente apoyó el régimen semi-autoritario incluyente que emergió de la revolución de 1952 (Malloy 1977: 185-186 y 223-235). Sin embargo, cuando el gobierno del MNR se moderó durante el transcurso de los años cincuenta, la COB se desplazó hacia la oposición. El ala radical del movimiento obrero celebró el golpe militar que destituyó al presidente electo Víctor Paz Estenssoro en 1964 (Alexander 1965: 62, Lora 1977: 301, Magill 1974: 32).
El movimiento obrero se opuso activamente a la mayor parte de las dictaduras militares que gobernaron Bolivia entre 1964 y 1982. Sin embargo, los líderes sindicales mantuvieron una actitud instrumental hacia la democracia, como se pudo advertir en su apoyo al gobierno militar de izquierda del general Juan José Torres (1970-1971) (Alexander 1965: 65-67, Lora 1977: 361-366). Esta orientación instrumental persistió después de la caron durante este período la transformación socialista de la sociedad. El partido socialista estaba dividido por el "juego electoral". El ala radical del partido, que ganó protagonismo durante los años sesenta, rechazaba el camino electoral al socialismo y propugnaba abiertamente la lucha armada. En este sentido, los líderes socialistas declararon que su participación en instituciones democráticas era "simplemente un preludio a una eventual ruptura institucional" (Roberts 1988: 92)13. La presión revolucionaria de la izquierda se aceleró con la elección del Presidente socialista Salvador Allende en 1970. La movilización de la izquierda y del movimiento obrero durante el gobierno de Allende, que incluyó un nivel de huelgas y ocupaciones de fábricas sin precedentes, aumentó el nivel de amenaza percibida por la elite económica y militar, que se contra-movilizó con un golpe brutal en 1973 (Valenzuela 1978: 61-80, Collier y Collier 1991: 560-565).
El movimiento obrero organizado se opuso fuertemente a la dictadura de Pinochet de 1973-1989 y desempeñó un importante papel en las protestas contra el régimen durante los años ochenta (Ruíz Tagle 1989). En parte debido a la transformación del partido socialista en una fuerza social democrática, la CUT emergió como un actor sólidamente favorable a la democracia después de la transición de 1989. Bajo la dirección demócrata-cristiana y socialista hasta 1996 y la dirección socialista y comunista a partir de entonces, la CUT mantuvo una postura moderada. Se dedicó a realizar movilizaciones limitadas y generalmente cooperó con los gobiernos democráticos de centro-izquierda de la Concertación (Roberts 1988: 149-153).

Colombia

El movimiento obrero colombiano ha sido caracterizado por una débil presencia en la política nacional, la fragmentación organizativa y la falta de una orientación partidaria dominante. Dentro de este contexto, la ma­yor parte del movimiento obrero ha apoyado a la democracia desde 1945. La mayoría de los líderes obreros se opuso a la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) y mantuvo una orientación consistentemente favorable a la democracia después de la transición de 1958. Aunque los sindicatos se opusieron con frecuencia a los gobiernos liberales y conservadores durante el período del Frente Nacional (1958-1974), los sectores dominantes dentro del movimiento obrero apoyaron la existencia del régimen democrático (Urrutia 1969). Éste siguió siendo el caso durante los años ochenta y noventa, a pesar del crecimiento de sindicatos de izquierda más radicalizados y el resurgimiento de los movimientos guerrilleros de izquierda.

México

A partir de 1920 y hasta el 2000, la mayor parte del movimiento obrero mexicano apoyó el régimen autoritario incluyente que emergió de la revolución de 1910 (Middlebrook 1995, Baez Camargo 2002). El régimen posrevolucionario movilizó el apoyo del movimiento obrero y ofreció extensos beneficios materiales y organizativos, particularmente durante la presidencia de Cárdenas (1934-1940). En ningún momento, sin embargo, este régimen fue una democracia. El régimen permitió elecciones regulares, pero el campo de juego electoral era enormemente desigual, recurriendo el régimen a la violencia, al fraude y a la compra de votos cuando fue necesario. La CTM y otras confederaciones obreras importantes no vacilaron en ayudar al PRI -incluso durante los años ochenta y noventa, cuando la austeridad económica trajo aparejada una fuerte caída de los ingresos de los trabajadores- . Cuando el movimiento hacia la democracia adquirió vigor al final de los años ochenta, la CTM fue notoriamente identificada como uno de los pilares del ala autoritaria y anti-reformista del PRI (Collier 1999a). Así, México es uno de los pocos casos discutidos en este artículo en el que la facción dominante del movimiento obrero se opuso activamente a la transición democrática.

Nicaragua

Como en México, en Nicaragua el vínculo dominante entre el movimiento obrero y el partido fue forjado en el contexto de un régimen de partido hegemónico revolucionario. El movimiento obrero organizado participó activamente en el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza y la CST apoyó fuertemente el gobierno sandinista que emergió en 1979, el cual dio lugar al surgimiento de un régimen incluyente y pro-obrero. Los sandinistas fortalecieron el movimiento obrero y le proporcionaron un acceso al Estado sin precedentes (Stahler-Sholk 1990: 55-88, Stahler-Sholk 1995: 77-102). Con todo, el régimen no llegó a ser democrático. Aunque se celebraron elecciones en 1984, las libertades civiles y políticas fueron frecuentemente violadas. Las huelgas estaban restringidas, los opositores al gobierno estaban expuestos al hostigamiento y el arresto y el principal periódico de la oposición, La Prensa, fue cerrado durante períodos de tiempo significativos.
La CST siguió siendo un pilar del régimen sandinista durante el período 1979-1990 a pesar del abrupto declive en los estándares de vida de los trabajadores disparados por el derrumbamiento económico post-1984. Entre 1985 y 1990, la renta real per cápita cayó un 30 por ciento y los salarios reales cayeron más del 75 por ciento (Stahler-Sholk 1990: 83). No obstante, los líderes de la CST continuaron siendo firmemente favorables al sandinismo, y se opusieron incondicionalmente al movimiento hacia la democracia que surgió al final de los años ochenta. Su comportamiento se explica porque durante el régimen sandinista gozaron de un acceso sin precedentes a recursos políticos y organizacionales, y porque los principales opositores al régimen no fueron vistos como una alternativa favorable al movimiento obrero.

Perú

Bajo liderazgos populistas (1944-1968) y marxistas (post-1968), el movimiento obrero peruano mantuvo una actitud instrumental hacia la democracia. En 1948 la CTP apoyó al APRA, cuando éste se encargaba de conspirar y realizar movilizaciones violentas contra el gobierno electo de José Luis Bustamente, de modo que sus acciones, en última instancia, contribuyeron a provocar el golpe (Collier y Collier 1991: 328-330). Durante los años setenta, la CGTP dio sustento al régimen militar populista liderado por el general Juan Velasco (1968-1975). El gobierno de Velasco emprendió una variedad de reformas favorables a los intereses obreros y apoyó activamente a las organizaciones obreras no apristas, particularmente a la CGTP conducida por comunistas. Los líderes de la CGTP "concluyeron que no existía ninguna alternativa viable más de izquierda que el gobierno militar" y que sus intereses serían mejor atendidos si cooperaban con el gobierno (Huber, Stephens, Rueschemeyer 1970: 70)14. Así, tras oponerse inicialmente al golpe de 1968, la CGTP abrazó el gobierno militar a inicios de 1969, apoyándolo incluso después de que el sucesor de Velasco, el General Francisco Morales Bermúdez, cambiara el rumbo del gobierno hacia la derecha en 1975. No fue sino hasta la masiva ola de movilización del sector popular en 1977 que la CGTP se unió a las protestas contra el gobierno (Sanborn 1991: 104-128).
Aunque la movilización obrera durante 1977-1978 desempeñó un rol importante al precipitar la transición democrática de Perú (Roberts 1988:
213-214), la CGTP conservó una actitud instrumental hacia el régimen democrático que emergió después de 1979. Muchos de los partidos de izquierda que constituían la Izquierda Unida, que era también apoyada por la CGTP, rechazaron la democracia liberal en favor de la insurrección popular y la lucha revolucionaria (Roberts 1988: 250-253). La violencia de la guerrilla y la polarización ayudaron a justificar el "auto-golpe" de Alberto Fujimori en 1992.

Venezuela

La CTV fue un actor consistentemente democrático entre 1948 y 1998. Después del golpe de 1948, la CTV desempeñó un papel central en la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez en los años cincuenta y apoyó fuertemente la transición democrática de 1958. Durante las primeras cuatro décadas del nuevo régimen democrático, los líderes de la CTV ejercieron un rol moderador en la política y en las relaciones laborales, impulsando políticas que protegieran al régimen democrático y a sus proprios partidos antes que llevando a cabo intentos más contundentes para obtener beneficios para las bases obreras (McCoy 1989: 39-40). Hicieron eso a pesar del surgimiento de una significativa guerrilla de izquierda en el clima político radicalizado a inicios de los años sesenta. De hecho, la cooperación de la CTV con los gobiernos de la AD durante los años sesenta ayudó a evitar una polarización amenazante para el régimen democrático, que sí golpeó a muchos otros países latinoamericanos durante este período (Ellner 1993, Collier y Collier 1991).
La relación de la CTV con la democracia se tornó más ambigua después de la elección del antiguo líder golpista Hugo Chávez en 1998. La retórica revolucionaria y el estilo de gobierno autocrático de Chávez -que incluían esfuerzos desde el gobierno para tomar el poder de la CTV- convenció a muchas elites venezolanas que él intentaría instalar un régimen autoritario. En este contexto, la CTV se movilizó activamente en un esfuerzo por remover a Chávez por medios extra-constitucionales y en abril de 2002 apoyó una tentativa fallida de golpe contra Chávez.
El Cuadro 3 proporciona un resumen de los nueve casos. Como el cuadro demuestra, las acciones del movimiento obrero contra la democracia fueron comunes durante el período post-1945. En México (1945-2000), Nicaragua (1979-1990), Perú (1968-1975) y Argentina (1946-1955), los movimientos obreros apoyaron activamente regímenes no democráticos. En Chile, durante los primeros años de los setenta, y en Bolivia y Perú durante los años ochenta, ellos persiguieron metas revolucionarias de formas que socavaron la estabilidad de los regímenes democráticos. El comportamiento no democrático fue particularmente frecuente durante los años sesenta y setenta, cuando las alternativas autoritarias incluyentes parecieron más viables. Los movimientos obreros se hicieron más consistentemente pro-democráticos durante los años ochenta y noventa, pero este cambio fue en gran parte debido a la desaparición de alternativas de regímenes incluyentes.


CUADRO 3 Vínculo partidario, regímenes alternativos y comportamiento del movimiento obrero, 1945-2000

Conclusión

En este artículo se han examinado las condiciones bajo las cuales los movimientos obreros latinoamericanos apoyan o se oponen a la democracia. Se comenzó con la observación (contraria a lo que sostienen Rueschemeyer, Stephens y Stephens) de que el movimiento obrero no es el defensor de la democracia -al menos no después de 1945 en América Latina-. En lugar de asumir que los movimientos obreros son pro-democráticos, en este trabajo se asume que son un actor democrático contingente y se exploran las condiciones bajo las cuales los movimientos obreros apoyan o no a los regímenes democráticos.
El apoyo a la democracia por parte del movimiento obrero organizado depende de dos factores políticos: las alianzas partidarias y el contexto del régimen. Aunque algunos movimientos obreros latinoamericanos estuvieron asociados a partidos democrático-liberales durante el período 1945-2000, la mayoría se alineó con partidos marxistas y populistas, que tenían actitudes instrumentales hacia la democracia. Estos movimientos obreros apoyaron a la democracia cuando ésta representaba las únicas reglas de juego y/o cuando se consideraba que las las alternativas autoritarias incluyentes no eran viables. Pero cuando los regímenes autoritarios incluyentes existieron o fueron percibidos como alternativas viables, actuaron a menudo contra la democracia.
Nuestros resultados ponen en cuestión un elemento importante de la teoría de Rueschemeyer et al. sobre la relación entre el desarrollo del capitalismo y la democracia. El argumento del "balance del poder de clase" de Rueschemeyer et al. descansa en la suposición que la orientación hacia el régimen de los movimientos obreros depende de los intereses materiales de la clase obrera. Tal suposición ignora la autonomía relativa de la mayoría de los líderes sindicales, la naturaleza múltiple y diversa de los intereses de esos líderes y el hecho de que muchos de esos intereses se pueden satisfacer de maneras que generan pocos beneficios materiales para los trabajadores.

El hecho que los movimientos obreros latinoamericanos no hayan defendido constantemente la democracia también cuestiona el argumento de Rueschemeyer et al. que sostiene que los movimientos obreros fuertes han desempeñado históricamente un papel crítico en el proceso de democratización15. En América Latina, la relación entre la fortaleza de los movimientos obreros y la democracia ha sido débil por lo general, y durante algunos períodos pudo haber sido negativa. En buena parte de la región, los movimientos obreros llegaron a su pico más alto en términos de tamaño, capacidad de movilización e influencia política en los años sesenta y setenta. Durante ese período la movilización obrera a menudo no dio lugar a democracias estables y con más frecuencia contribuyó a la polarización y el derrumbe de las democracias. En el contexto altamente polarizado de la Guerra Fría, el aumento de la movilización de la clase obrera y/o las victorias electorales de los partidos de base obrera a menudo fueron percibidos como amenazas vitales para los intereses de las elites económicas y del Estado. En muchos casos éstas condujeron o apoyaron golpes militares (O'Donnell 1973, O'Donnell 1978: 3-38, Collier 1979).
El movimiento obrero organizado se debilitó en la mayor parte de América Latina durante los años ochenta y noventa. Debido a las crisis económicas de los años ochenta, a las reformas económicas neoliberales que les siguieron (incluyendo, en algunos casos, el desmantelamiento de las leyes laborales corporativas) y al rápido crecimiento del sector urbano informal, la mayoría de los movimientos obreros latinoamericanos fueron en los años noventa más pequeños y débiles de lo que habían sido en los años setenta16. En esos años, los noventa, América Latina experimentó una ola de democratización sin precedentes. Aunque los movimientos obreros desempeñaron un papel importante en algunas de estas transiciones, dada la declinación de estas organizaciones en la mayor parte de la región, es difícil argumentar que la fuerza del movimiento obrero fue una causa importante de la restauración de la democracia en Latinoamérica. Si cabe, la estabilidad democrática durante los años ochenta y noventa fue facilitada por la debilidad
del movimiento obrero, puesto que la eliminación de cualquier "amenaza" por parte de la clase trabajadora con certeza reforzó el compromiso de la derecha con las reglas del juego democrático17. Como argumenta Kenneth Roberts, la sorprendente durabilidad de las democracias latinoamericanas contemporáneas puede, en parte, ser "un artefacto que disminuye la capacidad de los sectores populares para desafiar los intereses de la elite" (Huber, Rueschemeyer y Stephens 1997: 32)18.
La debilidad del movimiento obrero no fue necesaria para (ni una causa importante de) la reciente ola de democratización en América Latina. Es más, el debilitamiento de los movimientos obreros puede tener importantes implicancias negativas para la calidad de la democracia (Huber, Rueschemeyer y Stephens 1997, Roberts 1988, Kurtz 2004). Como han demostrado numerosos estudios -particularmente de Europa occidental-, los movimientos obreros fuertes y los partidos de base obrera han desempeñado a menudo un papel central en la creación de sociedades más igualitarias y sistemas políticos más inclusivos (Huber, Rueschemeyer y Stephens 1997, Korpi 1983, Stephens 1979). Como los movimientos obreros latinoamericanos se debilitaron durante los años ochenta y noventa, muchas de las democracias de la región sufrieron un aumento en la desigualdad socioeconómica. Sin embargo, el contraste entre los años sesenta y setenta, cuando movimientos obreros fuertes y radicalizados convergieron con la derecha en golpes de Estado, y el actual período de estabilidad democrática sin precedentes, en medio del aumento de la debilidad del movimiento obrero, pone en claro que hay poca relación entre la fuerza de las organizaciones obreras y los resultados del régimen en América Latina.
En un nivel teórico más amplio, se ha presentado aquí un argumento sobre por qué los intereses del movimiento obrero organizado no son siempre mejor satisfechos bajo regímenes democráticos. Esta argumentación es consistente con las teorías de democratización que enfatizan las preferencias contingentes e interactivas de los actores (Linz 1978, O'Donnell y Schmitter 1986); y cuestiona teorías que consideran al movimiento obrero como inmutable y consistentemente pro-democrático.

Notas

1 Para argumentos similares, Therborn (1977 y 1979), Adler y Webster (1995), Bauer (1998) y Wood (1995).

2 Tomamos prestada esta frase de Eva Bellin (2000). Otros análisis han sido cautelosos en tratar a los movimientos obreros latinoamericanos como agentes uniformemente favorables a la democracia. Sobre la variación de los roles de los movimientos obreros en las transiciones democráticas, ver Collier (1999b) y Valenzuela (1989). Sobre el apoyo del movimiento obrero a regímenes autoritarios, ver Bellin (2000), Middlebrook (1995) y Baez Camargo (2002).

3 Una excepción es Bellin, aunque su análisis está circunscrito a los movimientos obreros bajo regímenes autoritarios.

4 Rueschemeyer et al. (1992: 8) reconocen que las clases obreras organizadas pueden apoyar regímenes no democráticos cuando ellas son "inicialmente movilizadas por un líder carismático y también autoritario o ligado al aparato del Estado". Sin embargo, tratan explícitamente esos casos como excepciones.

5 Para una argumentación similar ver Acemoglu y Robinson (2001). Para una visión alternativa clásica ver el análisis de Seymour Martin Lipset (1960: 87-119) sobre el autoritarismo de la clase trabajadora.

6 Este tema es desarrollado en Brennan (1994) y James (1988: 14-40).

7 La literatura sobre corporativismo y movimientos obreros en América Latina es extensa. Ver Collier y Collier (1979: 967-986), Collier y Collier (1991), Mericle (1977: 303-338) y de Souza (1978).

8 Ver Burgess (2004), Levitsky y Way (1998: 171-192) y Valenzuela (1992).

9 Para una descripción del período 1952-1964, ver Malloy (1970).

10 Ver Balbi (1989), Haworth (1983: 97) y Roberts (1998).

11 Sobre el PT y el movimiento obrero, ver Keck (1992). Sobre el apoyo del PT a la democracia ver Nylen (2000: 126-143) y Samuels (2004: 999-1024).

12 Véase también Hartlyn (1988).

13 Ver también Walker (1990: 136-171).

14 Véase también Balbi (1989: 59-67), Haworth (1983: 106-113) y Sanborn (1991: 105-110).

15 De acuerdo con Rueschemeyer et al. (1992: 46), "es el crecimiento de una contra­hegemonía de las clases subordinadas y especialmente de la clase obrera (…) el que es crítico para la promoción de la democracia".

16 Los movimientos obreros en Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México, Perú, Uruguay y Venezuela perdieron entre el 25 y el 70 por ciento de sus afiliados entre 1985 y 1995. Ver también Organización Internacional del Trabajo (1998) y Weeks (1998). Brasil es una excepción a esta tendencia.

17 Las excepciones incluyen a Bolivia y Perú en los comienzos y mediados de los ochenta.

18 Kurtz (2004) desarrolla argumentos similares.

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