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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.14 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Aug./Dec. 2009

 

RESEÑAS

Democracia S. A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido
Sheldon S. Wolin, Katz editores, Madrid, 2008, 404 páginas.

¿Cuál es la relación entre democracia y totalitarismo? ¿De qué forma las democracias liberales contemporáneas pueden devenir en nuevas formas de autoritarismos? ¿Es posible pensar que el modelo democrático por antonomasia, los Estados Unidos, se halle bajo un proceso de transformación política que lo convierta en una forma invertida del totalitarismo? Estas son algunas de las preguntas que atraviesan el nuevo trabajo de Sheldon Wolin, uno de los más destacados teóricos políticos norteamericanos, sobre el futuro de la democracia.
El profesor emérito de Princeton, con sus 86 años, decide encarar una crítica audaz al sistema político democrático estadounidense intentando comprender cuáles son los profundos anclajes antidemocráticos de su sistema político. Según la tesis central del libro, la democracia de Estados Unidos se está transformando imperceptiblemente en una nueva forma política del totalitarismo. A esta novedosa forma de poder el autor la denomina "totalitarismo invertido". Para Wolin, claramente, la era del ex-presidente norteamericano George W. Bush inicia un proceso político caracterizado por la desmovilización política de sus ciudadanos, la "soberanía de los consumidores" y "la democracia de los accionistas".
De esta manera el politólogo norteamericano intenta describir de forma minuciosa los rasgos dominantes de un sistema que si bien no se puede comparar con los estados totalitarios del siglo XX: la Alemania de Hitler, el fascismo italiano y la Unión Soviética, deviene progresivamente en una democracia dominada por un poder económico que es un "poder total". A diferencia de los conocidos sistemas autoritarios del siglo pasado, el totalitarismo invertido implica la armonización entre el Estado y el sistema económico. Así, las corporaciones, los variados grupos de interés y de presión no organizados y los poderes financieros, entre tantos actores de la economía de mercado, estarían consolidando una lógica política distinta a la aparente democracia participativa. Pero ¿por qué invertido? El argumento de Wolin es el siguiente: esta novedosa forma del totalitarismo no nace ni de una revolución ni de una ruptura sino de un proceso dirigido cuyo objetivo es la desmovilización de las masas desde arriba hasta alcanzar una ciudadanía apática y sin ningún interés político, es decir, devolverlas a un estado de minoría de edad como lo había advertido Tocqueville al señalar los peligros de la democracia americana.
En este sentido, la retórica del gobierno de Bush esconde quizá la inversión más importante: los tres principales regímenes totalitarios se dedicaron a crear y exaltar la movilización política por medio de plebiscitos, espectáculos, discursos y propaganda partidaria. Sin embargo, en el totalitarismo invertido se cultiva una sociedad en la que los ciudadanos, lejos de verse impulsados a una manifestación y adhesión política permanente, padecen un letargo político que se cristaliza en la concurrencia a las urnas.
Para Wolin los ciudadanos estadounidenses han sido víctimas de un proceso de retroceso de los servicios sociales que sirvió para establecer un clima de futilidad política y económica. Un totalitarismo invertido necesita una ciudadanía sin sentido crítico ni responsabilidad. Así, "... ante el compromiso cada vez menor de los ciudadanos comunes, la democracia se va tornando peligrosamente vacía, no sólo abierta a los llamados antipolíticos al patriotismo ciego, el miedo y la demagogia, sino también cómoda con una cultura donde la mentira y la tergiversación se han convertido en prácticas normales" (364).
Otra de las diferencias que establece el autor entre los totalitarismos clásicos y el totalitarismo invertido es que, durante los años de su dominación quedó muy claro que el capitalismo se encontraba subordinado al poder estatal y el poder del partido. En cambio, el gobierno de Bush se enorgullece abiertamente de sus conexiones con los poderes económicos y nombró a muchos representantes del corporativismo americano como funcionarios políticos de su administración y dentro del propio Partido Republicano.
Por otra parte, la Democracia S.A. intenta estudiar lo que Wolin llama "Superpoder": la proyección del poder hacia afuera. Es decir, una novedosa estrategia de política exterior que actuaría de manera indeterminada e impaciente con la capacidad de imponer su voluntad en cualquier momento y se caracteriza por el dominio militar. De esta manera, el totalitarismo invertido "explota la autoridad y los recursos del Estado, obtiene su dinámica mediante la combinación con otras formas de poder, como las religiosas evangélicas y-muy particularmente- alentando una relación simbólica entre el gobierno tradicional y el sistema de gobierno privado representado por las modernas corporaciones empresariales.
En la extraña alianza entre el arcaísmo religioso y la modernización económica que ha formado Superpoder encontramos fuerzas reaccionarias, regresivas y progresivas de cambio radical que muestran los límites de la práctica democrática. Así hoy la sociedad americana se encuentra frente a una disyuntiva entre dos formas de política: la del Superpoder y la democracia. La diferencia entre ambas lógicas de poder quedó inscripta en la invasión de Estados Unidos a Irak. Así, "el planeamiento deficiente de la guerra, los intentos desdichados de administrar el país luego de la caída de Saddam, el sacrificio de vidas estadounidenses (...) el daño incalculable infligido al país y a sus habitantes" (362) implicaron un fracaso profundo que permite cuestionar la salud del sistema político en su totalidad.
En cuanto a su estructura, el libro está organizado en 13 capítulos a lo largo de los cuales se desarrolla de manera precisa la tesis del totalitarismo invertido. A diferencia de otros textos del autor, el último apartado juega el rol de la conclusión final. Allí, Wolin nos ofrece un diagnóstico que parece confirmarse a la luz de los acontecimientos de los últimos años y de la crisis de un sistema financiero y económico que escapó de todo control. Los Estados Unidos se han convertido, en el mejor de los casos, es una "democracia dirigida" en la que el pueblo deja de ser soberano para pasar a ser manipulado por un poder corporativo que no responde a los controles del Estado. En definitiva, la arriesgada tesis de Wolin sobre la democracia norteamericana debe ser entendida como un recordatorio: "la democracia puede sobrevivir y florecer dependiendo, en primera instancia, de que el pueblo opere un cambio en su propia naturaleza, se desprenda de su pasividad política y adquiera, en cambio, algunas características de un demos (400)".
Sin embargo, la democracia a gran escala implica necesariamente un binomio: pueblo/representantes. Por ello, la segunda instancia que podríamos agregar para pensar una nueva política democrática está vinculada con la elite de funcionarios públicos y su (ir)racionalidad. El análisis del autor muestra que las élites de fines del siglo XX construyeron una política y una cultura dirigida a detener el desarrollo de la racionalidad popular y solucionar el problema de la "admisión del demos a la vida política". El objetivo era un electorado híbrido y consumidor, que compartiera las características de la audiencia del cine o la televisión. De esta manera, la racionalidad pública que los padres fundadores habían deseado para su tierra fue desplazada por una credulidad cuasi religiosa que también tiende a afectar la racionalidad de las elites. En consecuencia, Wolin plantea un necesario emprendimiento quizá aún más utópico que el primero: estimular y construir una "contra-élite" política que reúna el interés por la búsqueda de soluciones a la alarmante brecha social, que impulse la protección del medio ambiente y que, fundamentalmente, combine el conocimiento y la habilidad con la responsabilidad pública de defender los valores e ideales democráticos.

Pamela V. Morales

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