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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.15 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./June 2010

 

RESEÑAS

La alternativa de la izquierda

Roberto Mangabeira Unger, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010, 170 páginas.

Es profesor de ciencia política, teórico social de la Escuela de Derecho de Harvard. Estuvo vinculado al movimiento de los estudios legales críticos (Critical Legal Studies). Fue Ministro de Asuntos Estratégicos, el "ministerio del futuro", de Brasil entre 2007 y 2009. Es el hombre que eligió Lula para planear el largo plazo. Es un hombre de ideas, que critica tanto la economía de mercado como el dirigismo gubernamental, y está incomodo con el reduccionismo de nuestras contiendas ideológicas que han quedado subyugadas a estas dos opciones. Roberto Mangabeira Unger publica su último libro con un título que sugiere un diagnóstico sobre su visión del mundo contemporáneo: La alternativa de la izquierda, una reedición en español de What Should the Left Propose (2005)y la versión en español de The Left Alternative (2009). A lo largo de las 170 páginas, este intelectual de izquierda muestra preocupación por la falta de ideas y de alternativas a los paradigmas que priman desde el siglo XIX en adelante. La izquierda se encuentra desorientada. Una corriente no hace más que proponer la humanización de la economía de mercado mediante políticas de redistribución compensatorias. Otra es más recalcitrante y se niega a reconocer la globalización pretendiendo proteger así a su base histórica, la fuerza laboral organizada, sin ofrecer alternativas.

Desde las primeras líneas, el autor manifiesta su repudio a las premisas de las teorías sociales —especialmente el marxismo— que han influido en la izquierda en los últimos 150 años, por ser cómplices del pensamiento de la racionalización, humanizador y escapista que naturaliza cualquier estructura social y nos imposibilita pensar ideas innovadoras y practicables, en suma, revolucionarias y programáticas.­­ El aspecto más inquietante de la crisis financiera internacional es la pobreza de ideas. Mangabeira afirma que la socialdemocracia europea ha sido mutilada. "Las 'terceras vías' que proponen son la primera vía endulzada: el edulcorante de la política social compensatoria y del seguro social como reparación por el fracaso en el logro de un aumento significativo de las oportunidades" (22). En Estados Unidos lo que él llama la pseudodemocratización del crédito —una democracia del crédito en lugar de una democracia de posesión de la propiedad— reemplazó cualquier intento por construir una sociedad con oportunidades económicas y educativas duraderas mediante una revolución institucional. Así, su diagnóstico es pesimista tanto con respecto a la situación de la izquierda hoy como con respecto a la falta de opciones innovadoras y creativas para superar la realidad contemporánea.

Este intelectual práctico propone tomar las formas institucionales conocidas de la economía de mercado, la democracia representativa y la sociedad civil libre como un subconjunto de un conjunto mucho más amplio de posibilidades institucionales. Para encontrar esas posibilidades se necesita imaginación constructiva: el poder de todos de participar en la creación incesante de lo nuevo. La izquierda promoverá la participación de todos en la construcción de la nueva humanidad, y no dejar en manos de las elites aventajadas dicha tarea. Unger propone así una democracia de alta energía. Es decir, debe emerger una izquierda programática que sea capaz de superar la falsa dicotomía entre reforma o revolución. La izquierda programática desechará los diseños institucionales actuales corrigiendo el pecado de la idolatría institucional, y creará nuevas propuestas. Entre ellas, el autor esboza cinco ideas institucionales emblemáticas. Primero, los países deben asegurar elevados niveles de ahorro interno para poder rebelarse frente a la ortodoxia política y económica mundial. Segundo, las políticas sociales no serán compensatorias sino verdaderas políticas de empoderamiento y capacitación. Tercero, la economía de mercado debe democratizarse mediante la ampliación del acceso a los recursos y a las oportunidades productivas. Cuarto, negar la creencia de que la simple redistribución compensatoria y las transferencias de dinero son base suficiente para la solidaridad social. Esta última debe entenderse como la responsabilidad universal de ocuparse de los demás, y no ignorar o naturalizar el dolor, el sufrimiento y la pobreza de los otros. Quinto, la democracia tiene que reconfigurarse de modo tal de ser una democracia de alta energía con exigentes requisitos participativos y altos niveles de compromiso cívico de parte de la ciudadanía.

¿Quién será la base de apoyo ciudadana a esta nueva izquierda? La pequeña burguesía, esa que fue por mucho tiempo menospreciada por la propia izquierda por tildarla de egoísta. Unger propone llevar a cabo políticas concretas para debilitar la organización clasista y jerárquica de las sociedades contemporáneas aboliendo cualquier esbozo de derecho de herencia y promocionando activamente la meritocracia. En estas sociedades tendrá un lugar cada vez más importante la pequeña burguesía, esa nueva clase media que promueve una cultura de iniciativas.

Mangabeira es imaginativo y polémico. Invita a los decisores del mundo a repensar los diseños institucionales que han sido creados durante el siglo XIX declarando que "[n]o podemos seguir presuponiendo —como creían los liberales y los socialistas del siglo XIX, hechizados por un dogma que hoy no resulta creíble— que las condiciones institucionales del progreso material convergen natural y necesariamente con los requerimientos institucionales para la emancipación de los individuos de la división social y la jerarquía establecida" (48). Las grandes narrativas y contiendas ideológicas tienen que ceder su paso a las prácticas experimentales, haciendo posible adoptar formas institucionales muy diferentes de las que han llegado a ser predominantes en el Atlántico Norte.

"Lo que está en juego aquí es (...) algo que va más allá de la búsqueda de un crecimiento económico con inclusión social y oportunidades más amplias y más igualitarias. Es nuestra habilidad de darle una consecuencia práctica a la doctrina esencial de la democracia: la fe en los poderes constructivos de los hombres y las mujeres comunes y el compromiso de elevarlos y engrandecerlos" (69). Se trata de difundir un nuevo grupo de prácticas cooperativas favorables a la innovación. Lo más importante para el crecimiento económico y el progreso práctico es nuestra habilidad para cooperar.

Mangabeira hace un análisis para cada lugar del mundo. Los países en desarrollo, nos dice, deben combinar la innovación institucional y la rebeldía nacional. Aquellos que han crecido fueron "los menos obedientes a la fórmula que les han impuesto los gobiernos, los financistas, y los académicos de los países ricos". "La fórmula ganadora fue: mercados y globalización, sí, pero sólo en nuestros propios términos" (71). El autor defiende el pensamiento programático y propone algunos ejes para construir una vía alternativa progresista y nacional. En primer lugar, crear un escudo en contra de la oda a la pseudoortodoxia. En segundo lugar, se deben equiparar y fortalecer las capacidades de los individuos mediante la educación. En tercer lugar, hay que democratizar el mercado, buscando una forma de coordinación estratégica entre la acción pública y la iniciativa privada que sea más pluralista que unitaria, más participativa que autoritaria y más experimentalista que dogmática. Los regímenes alternativos de propiedad privada y social servirán de base experimental. No debemos atar los poderes productivos, creativos e innovadores de las sociedades a un único formato de economía de mercado. En cuarto lugar, estos nuevos poderes experimentales requerirán del establecimiento de instituciones de una democracia de alta energía. Las instituciones se reformularán para permitir un compromiso popular permanente de participación en la política. Reformas como las propuestas "nunca serán el don de una elite iluminada" (81). Necesitamos una política caliente, movilizada, cuyas energías se canalicen a través de instituciones compatibles con la democracia representativa y la democracia directa, como los plebiscitos programáticos, o la posibilidad para el poder ejecutivo y el legislativo de llamar a elecciones anticipadas para romper con el impasse de política. Este es su quinto y último elemento característico de una alternativa progresista.

La socialdemocracia también se encuentra en crisis. Los países europeos están frente a tres tipos de problemas. El primero es el estrecho acceso de la base social y educativa a los sectores más avanzados y de vanguardia de la economía. Para superarlas hay dos iniciativas cruciales, la económica y la educativa. La primera implica la generalización de la operación del capital de riesgo más allá de los confines tradicionales de la industria privada de capital de riesgo facilitando el acceso al crédito, la experiencia y los mercados. Crear regímenes alternativos de propiedad privada y social que coexistan experimentalmente dentro de la misma economía de mercado. La segunda es una iniciativa educativa relacionada con el derecho a una educación permanente y la posibilidad de poder volver periódicamente a los estudios. El segundo gran problema es el debilitamiento de la base de cohesión social. Las políticas compensatorias evitaron el miedo, la indignación, y la desesperación pero no construyeron un tejido social. Debería establecerse el principio de que todo adulto apto tenga un lugar tanto en el sistema de producción como en la economía solidaria. Debe construirse la solidaridad social mediante el ejercicio directo de la responsabilidad mutua por parte de los individuos. El tercer y último problema de la socialdemocracia tal como está configurada actualmente es la necesidad de dar a las personas mejores oportunidades de llevar una vida más plena, mejorando sus capacidades y autoafirmándolas como seres humanos. Para superar todos estos problemas, tanto los programas de la socialdemocracia europea como los de los países en desarrollo deben ser experimentalistas, de modo tal de liberarse de su corset o dogmatismo institucional. Y lo mismo sucede para el caso de Estados Unidos. La democracia y las instituciones republicanas y federales instaladas por los padres fundadores le impiden a la sociedad norteamericana pensar una reforma institucional que mejore el funcionamiento de la democracia republicana y de la economía de mercado. Ese vicio del fetichismo de las instituciones les bloquea la posibilidad de ser flexibles, experimentales, plásticos, audaces y profundamente libres.

El autor se pregunta también qué hacer con la globalización, coartada mediante la cual se sacrifican todas las características propias de cada nación. El objetivo principal de una nueva forma de globalización es el pluralismo calificado: un mundo de distintas democracias. Para eso, la alternativa de la izquierda propondría el rediseño del régimen global de comercio, la reorientación de las organizaciones multilaterales y la limitación del predominio estadounidense. A su entender, en el mundo hay dos concepciones de la izquierda. Una expresa la orientación de la socialdemocracia conservadora en lo institucional y su continuo retroceso respecto de la ambición transformadora, tanto en los países ricos como en los pobres. La otra anima, profundiza y generaliza una dirección programática. Este tipo de pensamiento es música, no arquitectura. Esta metáfora sirve para entender cuánto desacredita este autor a las grandes narrativas, a los grandes pensamientos estructurales.

El contexto en el cual aparece este libro refuerza sus ideas sobre la falta de alternativas. La crisis financiera internacional y la explosión del llamado "modelo social europeo" no están siendo resueltos con medidas innovadoras, sino recetas viejas, no aplicadas todavía en el viejo mundo: reformas estructurales, coordinación fiscal estrecha para toda la Eurozona. Se debe apelar a una nueva política de austeridad creativa.

Carola Lustig

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