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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.15 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires July/Dec. 2010

 

TEORÍA

La sociología de la política de Durkheim

por Ricardo Sidicaro*

* Profesor de Sociología, UBA. E-mail: rsantamaria@arnet.com.ar.

Resumen

El artículo propone un abordaje de la obra de Émile Durkheim que deja en un segundo plano la visión estrictamente "social" que se tiene de sus conceptos y rescata su capacidad para analizar los fenómenos políticos del siglo XX. Con la preocupación siempre latente de "anomia" como factor de desintegración social, se detecta en sus distintas obras una preocupación central por encontrar formas de organización en la sociedad que contemplen los derechos individuales y donde el poder sea ejercido de manera balanceada. Se recorren así los interrogantes planteados por Durkheim en torno al Estado, la democracia, los partidos políticos, las distintas formas de organización y representación social, la guerra y la paz. De la misma manera en que se valoran los aportes de Max Weber y Karl Marx al estudio de la política, también puede entonces la teoría durkheimniana servir como marco de análisis para pensar estas cuestiones.

Palabras clave: Durkheim; Sociología política; Democracia; Partidos políticos; Representación.

Abstract

The article proposes an approach of Emile Durkheim's work that leaves aside a strictly "social" vision of his concepts and rescues his ability to analyze the central political issues of the 20th century. Taking into account "anomie" as a factor of social disintegration, it detects in several works his central concern to find ways of organizing society that considers everyone's rights and where power is exercised in a balanced way. It tries to find Durkheim's answers around the state, democracy, political parties, the various forms of social organization and representation, war and peace. Therefore, in the same way that Max Weber and Karl Marx's contributions are valuable in the study of political theory, so as can durkhemian theory serve as an analytical framework for these issues.

Key words: Durkheim; Political sociology; Democracy; Political parties; Representation.

Introducción

Las preocupaciones por los temas relacionados con el análisis de cuestiones políticas fueron permanentes en la actividad intelectual de Emilio Durkheim. En sus investigaciones más difundidas, en un gran número de artículos, en los libros de recopilación de sus clases, en sus múltiples recensiones bibliográficas, nuestro autor mostró su interés por aportar conocimientos científicos útiles para la solución de los problemas políticos y sociales de su sociedad. Fue, por cierto, un observador comprometido y, seguramente, consciente de los sesgos que podían surgir de sus propias preferencias políticas se esmeró en fundamentar con rigor sus puntos de vista. Los debates públicos con figuras de la vida política lo mostraron como un polemista persuasivo que intentaba colocar las discusiones sobre planos más complejos que los usuales. La voluntad de aportar a la explicación de los problemas que corrientemente no podían sino ser tratados con prenociones y argumentos tendenciosos se hace notoria cuando se leen sus intervenciones en foros sobre algunos temas que dividían a la ciudadanía. Sin embargo, la convicción de las dificultades de construir un saber sistemático sobre los fenómenos políticos inhibió en principio los estudios durkheimnianos al respecto. François Simiand en 1898 resumió las razones por las que la revista L'Année sociologique no tenía una sección dedicada a la sociología política diciendo que "los hechos del gobierno eran demasiado complejos, particulares y muy poco científicamente conocidos como para ser desde ahora utilizables por la sociología" (Simiand 1898: 652-653) pero no descartó que eso pudiese hacerse si se encontraba una categoría de hechos susceptibles de ser analizados de un modo sistemático. Cinco años después, en un texto de Durkheim y Fauconnet, se retomaba el tema revelando más confianza en las posibilidades de indagar sobre el mismo y allí se establecían diferencias entre lo que hoy denominamos procesos de coyuntura y aquellos de estructura: "las guerras, los tratados, las intrigas de cortes o de asamblea, los actos de los hombres de Estado son combinaciones que nunca son semejantes a sí mismas; no se puede sino narrarlos y, con razón o sin ella, al parecer no proceden de ninguna ley definida. En todo caso, se puede afirmar con cierta certeza que, si esas leyes existen, están entre las más difíciles de descubrir. Por el contrario, las instituciones, aún cuando evolucionan, conservan sus rasgos esenciales durante largos períodos y a veces durante toda la continuidad de una misma existencia colectiva; pues expresan aquello que existe como lo más profundamente constitutivo de toda organización social. Por otra parte, una vez que se las hubo despejado del revestimiento de hechos particulares que disimulaba su estructura interna, se constató que ésta, aunque variando más o menos de un país a otro, presentaba, sin embargo, similitudes notables en sociedades diferentes..." (Durkheim y Fauconnet 1903: 147).
La densidad de los conflictos y de las crisis de las primeras décadas de la III República debió ser para Durkheim un verdadero observatorio de acontecimientos para someter a reflexiones teóricas. La relativa superposición que entonces existía entre el campo intelectual y el campo político no generaban, por cierto, las mejores condiciones para el análisis de los fenómenos del segundo, pero nuestro autor mostró su objetividad en sus escritos de carácter público, y reservó sus comentarios mordaces y subjetivos para su epistolario privado en el que no faltaron las opiniones despectivas sobre personalidades prominentes. Las referencias mayores al mundo de la política no estuvieron ausentes en las grandes investigaciones de Durkheim y eso reveló que adjudicaba a las mismas un pleno carácter científico. Sin duda, Lecciones de sociología. Física de las costumbres y del derecho es la obra de Durkheim más completamente centrada en la reflexión sobre las instituciones políticas y donde existe un mayor esfuerzo por dar coherencia a las definiciones. En cambio, en otros casos el intento de sistematización conceptual se vio, en parte, perjudicada por estar dispersa en libros, cursos o artículos prioritariamente referidos a otros temas.
Como conjetura, digamos que también pudo influir en Durkheim la intuición de que una eventual investigación de gran alcance sobre la política de la agitada III República despertaría el descontento de la mayoría de los dirigentes partidarios con los que mantenía buenas relaciones. Debió pensar, además, que para afianzar la respetabilidad de la sociología era más adecuado abordar cuestiones menos cargadas de prenociones y de representaciones colectivas tendenciosas. En sus cursos, que seguramente quedaron bastante depurados cuando se convirtieron en libros, bosquejó de modo fragmentado las partes de la gran obra de sociología de la política que nunca escribió.
Consagrado como uno de los tres grandes padres fundadores de la sociología, Durkheim, en comparación con Marx y Weber, fue el menos tenido en cuenta a la hora de buscar herramientas conceptuales para explicar la política del siglo XX desde las ciencias sociales. Ese hecho no fue arbitrario, los escritos sobre la política en el caso de Durkheim tuvieron menor grado de especificidad que los de Max Weber quien con su sociología del poder y su método comprensivo se instalaría más fácilmente en lo que con el tiempo sería la sociología política. Carlos Marx, crítico de la sociedad capitalista y aspirante a organizador intelectual de una revolución proletaria, consiguió con el tiempo una notable figuración universitaria al motivar, por abajo, a legiones de estudiantes comprometidos con el cambio social, y por arriba, a académicos que hicieron de la erudición marxista una especialización académica, además, en la medida que sus temas sobre la dominación y la emancipación política produjeron lo que Pierre Bourdieu caracterizó como "efectos de teoría", pocos sociólogos pudieron ignorar sus aportes. Durkheim se propuso elaborar una teoría general de la sociedad en la que los conceptos de sociología de la política y su operacionalización ocuparon un lugar importante, pero en buena medida el desconocimiento o tergiversación de su perspectiva general dificultó su empleo en las ciencias sociales. En la época actual abundan los científicos sociales que, como el burgués Molière, hablan sin saberlo en prosa -en este caso durkheimniana- al evocar las crisis de valores, el debilitamiento de los tejidos sociales, la distancia partidos-sociedad, los imaginarios populares, etc., sin situar esos términos en ningún programa teórico. En una de sus provocativas demandas de precisión en el uso de palabras Durkheim exigía la precisión conceptual diciendo: "no sabemos con certeza qué es el Estado, la soberanía, la libertad política, la democracia, el socialismo, el comunismo, etc." (Durkheim 1986: 49) seleccionando ex profeso vocablos del lenguaje político cuyo significado es diferente en sociología según los marcos teóricos en los que se insertan.
En este texto, nos proponemos sistematizar algunas de las herramientas heurísticas propuestas por Durkheim para pensar la política. No nos mueve una intención hagiográfica ni tampoco apuntamos a proponer un ejercicio talmúdico-hermenéutico ya que nuestro autor creía en la necesidad de definir con total claridad los conceptos y en los sustitutos oracionales completaba sus ideas; nuestra intención es ajena a los tan habituales ejes de clasificaciones ideológicas de los clásicos y, en fin, igualmente alejada de los formalismos que obstaculizaron la lectura de la sociología durkheimniana1.

Breves referencias a la III República

Pierre Miquel (1989) resumió la paradoja de la III República, diciendo que era un régimen permanentemente amenazado que al mismo tiempo que se consideraba popular y democrático buscaba constantemente un salvador. La Comuna de París y la derrota en la Guerra Franco-Prusiana le dejaron a la nueva experiencia republicana dos consecuencias bautismales: el temor a la violencia política interna y la espera de una revancha contra el país vecino. La vida intelectual de Durkheim se desenvolvió en un clima en el que se mezclaban los ecos del todavía reciente "intento de tomar el cielo por asalto" y las esperas de quienes deseaban la revancha contra Alemania. Entre 1871 y el fin de la Primera Guerra Mundial hubo 9 presidentes de la República, sólo cuatro completaron sus mandatos, tres renunciaron antes, y dos fallecieron (Sadi Carnot asesinado en 1894). Entre esos años, las crisis políticas provocaron alrededor de cincuenta reestructuraciones de los altos elencos ministeriales. Todo un símbolo: recién 101 años después de la Revolución Francesa la República convirtió el 14 de julio en jornada de fiesta nacional anual, apenas dos años antes se había aceptado oficialmente la ejecución de la Marsellesa, eso sucedió con motivo de la apertura de la Exposición Universal. Al comienzo de 1879 los republicanos lograron la mayoría en el Senado al predominar electoralmente sobre los conservadores y ese mes el Mariscal Mac-Mahon dejó la titularidad del Poder Ejecutivo en condiciones en las que el golpe de Estado parecía probable. Así comenzó la consolidación de la etapa republicana, en un contexto pleno de vestigios o persistencias del Antiguo Régimen, para emplear la denominación de Arno Mayer (1986).
Alrededor del 50 por ciento de la población económicamente activa de la época del fin del bonapartismo estaba ocupada en el sector rural. En cuanto a la heterogeneidad cultural, un buen indicador era que aproximadamente la cuarta parte de la población nacional no sabía hablar ni escribir en francés (Weber 1977). El mismo autor señala que en muchos tribunales de Francia hacían falta los servicios de traductores ya que los testigos o los acusados no sabían comunicarse en el idioma oficial (Weber 1986). La debilidad organizativa de todos los partidos que operaron en los cuatro primeros decenios de la III República mostró el atraso de Francia en comparación con otros países importantes de la época. La prioridad que tanto los dirigentes republicanos como los conservadores daban a las cuestiones electorales de carácter local hacía que se mostrasen poco interesados en construir organizaciones partidarias de alcance nacional que, seguramente, encontrarían dificultades para articular las heterogéneas demandas regionales. Los personalismos propios de la falta de partidos organizados producían, en el plano ideológico, que los altos dirigentes hablasen con estilos lindantes con los de la filosofía y que el pasado y sus representaciones imaginarias se convirtiesen en recurrentes objetos de las discordias. Los grandes conflictos entre monárquicos y republicanos o entre laicos y clericales, le daban a la escena política las tensiones propias de lo innegociable, panorama escasamente congeniable con una época que, en realidad, correspondía al avance de los "políticos profesionales" que pasaban a sustituir a los antiguos "notables" (Phélippeau 1999). El hecho de que el Estado no conseguía imponer una forma de dominación estable fue un elemento que, según Michael Mann, contribuyó a la aparición de los fraccionalismos de la clase obrera que "osciló entre el mutualismo y la colaboración reformista con la burguesía radical y las alternativas revolucionarias surgidas a raíz de la desilusión respecto a los partidos republicanos y las elites del Estado" (Mann 1997: 870)2.
Entre los cambios institucionales más importantes llevados adelante entre fines de la década de 1870 e inicios del siguiente siglo se destacó la ampliación de la libertad de asociación, aboliéndose así la prohibición de cuerpos intermedios de representación profesional establecida por los Jacobinos en 1791 mediante la llamada Ley Le Chapelier. Si con el desarrollo de la industrialización habían aumentado los reclamos obreros, con el cambio de las regulaciones legales se multiplicaron las organizaciones sindicales, aun cuando en sus comienzos fue bajo el porcentaje de los asalariados interesados en agremiarse. Por su parte, los partidos y grupos de izquierda se fortalecieron con la amnistía que en 1879-1880 permitió el retorno de los proscriptos de la Comuna de París, si bien por sus divisiones continuaron teniendo escaso peso en la escena política nacional. En el decenio de 1880 la República consiguió superar el desafío del populismo boulangista pero quedó en evidencia la capacidad de convocatoria política de los sectores no democráticos que alcanzarían un destacado protagonismo años después con motivo del Affaire Dreyfus. En 1895, Federico Engels escribía: "en Francia, a pesar que el terreno está minado desde hace 100 años por una revolución tras otra y no hay partido que no haya intervenido con su parte en conspiraciones, insurrecciones y toda suerte de acciones revolucionarias, donde como consecuencia de ello, el gobierno no puede sentirse nunca seguro de su ejército (...) en general, las circunstancias son mucho más favorables que en Alemania para un golpe de Estado..." (Engels 2006: 676). Las transformaciones de la estructura social de esa primera etapa de la III República, con la modernización de la economía, las migraciones desde las áreas rurales y la expansión del colonialismo crearon una nueva topografía de problemas políticos y sociales ante los que se agudizaron los descontentos de la población con respecto a las actuaciones de las dirigencias políticas y ante los desempeños del Estado. Las divisiones de las opiniones de la ciudadanía volvieron a mostrarse frente al inminente estallido de la Primera Guerra Mundial. En las vísperas de su iniciación, Jean Jaurés, alto dirigente socialista y uno de los más destacados pacifistas, fue asesinado.

Política, anomia y debilitamiento de la integración social

Anomia es hoy la palabra del lenguaje durkheimniano más empleada por quienes buscan referirse a acciones o a situaciones en las que se transgrede el orden normativo legal y/o moral que debería regir las conductas de los participantes de un determinado espacio social. Esa difusión contemporánea hubiese sorprendido a Durkheim quien en sus escritos la usó en contadas ocasiones y dejó de hacerlo en 1902 (Besnard 1987). Es cierto que la no utilización del término no supuso dejar de lado el contenido del concepto. Sin duda, el origen de dicho vocablo invitaba a una interpretación que limitaba la aplicación extensiva que le dio nuestro autor, fronteras semánticas que serían aún más expandidas por quienes lo utilizaron luego, especialmente en la sociología norteamericana (Besnard 1987). Durkheim designó como situación (o estado) de anomia a la ausencia o debilitamiento (desajuste o desarreglo) de los marcos normativos (legales o éticos) que debían pautar las conductas, las interacciones o las relaciones sociales en un determinado ámbito societario. En sus caracterizaciones más espacialmente delimitadas no agotó todas las menciones posibles a esos eventuales ámbitos asociativos pero desde el mega campo de la división del trabajo social hasta el micro espacio de las relaciones conyugales, lo constante fue la conexión explicativa entre los déficits de regulaciones normativas y la consiguiente insatisfacción que sienten los sujetos al carecer de metas bien definidas para orientar sus acciones y evaluar sus logros. Es obvio que esa combinación central suponía articulaciones diferentes y no siempre Durkheim fue preciso al respecto. Puede decirse que la atención puesta en el "debilitamiento de los marcos normativos" operó en general en la transmisión de la idea durkheimniana de la anomia opacando, y hasta ignorando, la cuestión de la "insatisfacción de los actores". Ahora bien, si para el abordaje de las acciones individuales o colectivas con las instancias político-institucionales el déficit de regulaciones puede ser el gran tema, en cambio, la insatisfacción de los actoresque resulta del estado de anomia es central para explicar la vida política. En la sociología de la política de Durkheim, la situación de anomia en muchos casos no es mencionada literalmente, aparece en claves genéricas del tipo "la situación espiritual en que vivimos". Por esa vía aludía, a la vez, al déficit normativo y a sus consecuencias en los sujetos y en sus relaciones sociales.
Por otra parte, subrayemos que en tanto el concepto lo aplicó para pensar los déficits de regulaciones existentes en las relaciones entre actores individuales o colectivos de muy disímiles naturalezas y pertenecientes a sistemas de interacción totalmente distintos, Durkheim fue diferenciando tipos de anomia que de un modo u otro no encuadraron con las definiciones más generales por él propuestas. Así, por ejemplo, si el desarrollo económico manufacturero se desenvolvía bajo reglamentaciones insuficientes y eso deterioraba la cooperación entre los individuos que participaban en él, su interpretación fue que los conflictos entre obreros y patrones que surgían de esa situación anómica de división del trabajo no podían considerarse exclusivamente como una consecuencia de la explotación económica. En todo caso, y esto lo sostendría para entender la persistencia de la propuesta socialista, las mejoras alcanzadas por los obreros en materia de ingresos, no de condiciones de trabajo, no disminuirían sus protestas ya que la situación de anomia crónica reinante era la que se hallaba en la base de su insatisfacción. El estado de anomia, según Durkheim, caracterizaba tanto a los períodos de rápida expansión de la economía, como de crisis y recesión, pues en ambos casos se registraban modificaciones en la estructura social y perturbaciones en la moral colectiva, y sin ese poder exterior de índole espiritual la sensibilidad de los sujetos se hallaba ante "un abismo sin fondo que nada puede colmar" (Durkheim 2006: 355)3.
Los efectos de la situación de anomia se superponían en los estudios o referencias macrosociales de Durkheim con los provenientes de los "grados de desintegración de los vínculos o lazos sociales", cuyas consecuencias y características distaban de ser fácilmente distinguibles de las originadas por el estado de anomia. La "declinación de la integración social" producía lo que nuestro autor llamaba conductas "egoístas", adjetivo que usaba para designar un tipo de suicidio cuya causa social se encontraba en la baja integración del individuo a los grupos (macro o micro) a los que pertenecía. Pero la conclusión global a la que llegaba a propósito del suicidio egoísta constituía una apreciación que superaba ampliamente el dominio del tema de la muerte voluntaria y que presentaba el tema de la desintegración social en forma abstracta y general: "la sociedad no puede desintegrarse sin que, en igual medida, el individuo quede separado de la vida social, sin que sus fines propios se vuelvan preponderantes sobre los fines comunes, sin que su personalidad, en una palabra, no tienda a ponerse por encima de la personalidad colectiva. Cuanto más los grupos a los que pertenece se debilitan, menos depende de ellos, y, por consecuencia, más exclusivamente se remitirá a sí mismo para no reconocer otras reglas de conducta que las fundadas en sus intereses privados" (Durkheim 2006: 309). En el capítulo final de El suicidio Durkheim incorporó un matiz a las causas de la situación de anomia que establecía un claro puente con la cuestión de la desintegración social, subrayaba al respecto que el primero de esos procesos era la consecuencia de que en ciertos puntos de la sociedad no había fuerzas colectivas o grupos constituidos capaces de reglamentar la vida social y planteaba que también de ese estado de desagregación social surgían las conductas egoístas. Como "consecuencias prácticas" de su investigación, aconsejaba la creación de corporaciones profesionales que debían servir, a la vez, para contrarrestar la desintegración social y para generar una moral colectiva. Así, la que fue su obra sociológica más influyente se cerraba con una conclusión definidamente política.
Durkheim no tenía la intención de convertirse en un epidemiólogo de la muerte voluntaria cuando aplicó los conceptos citados en su célebre análisis del suicidio, sino que tomaba la evolución de las tasas de ese tipo de decesos como observables empíricos de los grandes problemas sociológicos de su sociedad. En sus dispersas, pero frecuentes, reflexiones sobre la situación francesa, verdaderas aplicaciones de su sociología de la política, el estado de anomia y la situación de declinación de la integración social aparecen sobreentendidos en sus explicaciones. En los cursos luego compilados como libro bajo el título La educación moral, Durkheim propuso una ilustración de las consecuencias de las situaciones de anomia y de desintegración afirmando que "en épocas de gran perturbación se ve subir a la superficie de la vida pública una cantidad de elementos nocivos que, en épocas normales permanecen disimulados en la sombra" (Durkheim 2006: 167). La propensión a olvidar el interés general propia de las épocas de declinación de la integración social, inspiraba claramente la reflexión durkheimniana sobre los caudillos políticos cuando en sus cursos pedía a sus alumnos que imaginasen cómo un déspota libre de todo control, que tomase decisiones sin oponentes, perdería su autodominio y sin él no podría gobernar. Con un razonamiento análogo defendía las ventajas de los sistemas políticos plurales y equilibrados afirmando "que los partidos políticos demasiado poderosos, que no se enfrentan con minorías suficientemente resistentes, no puedan perdurar. No tardan en arruinarse por el mismo exceso de sus fuerzas, pues, como nadie es capaz de moderarlos, se dejan inevitablemente conducir a violencias extremas que los desorganizan a ellos mismos" (Durkheim 1973a: 55).
Si bien Durkheim enfatizaba los efectos negativos del debilitamiento de los marcos normativos, en tanto analista objetivo no dejaba de captar otro tipo de consecuencias. Obviamente, los notables avances sociales traídos por el fin del Antiguo Régimen mostraban el rol benéfico de la supresión de aquel orden de regulación de la vida social. Si podía sostener que la desestructuración social favorecía el avance en la vida pública de elementos "nocivos", también nuestro autor sostenía que aun cuando los "individuos irregulares e indisciplinados fuesen incompletos morales (...) ¿no juegan quizás un papel moralmente útil en la sociedad? ¿Acaso Jesucristo no era un irregular cómo Sócrates, y no sucede lo mismo con todos los personajes históricos ligados a las grandes revoluciones morales por las que ha pasado la humanidad?" (Durkheim 1973a: 64). Como para contrarrestar la interpretación que podía ver en su animadversión ante el estado de anomia como una apología del orden en tanto valor en sí mismo, proponía no confundir dos cuestiones diferentes: "la necesidad de reemplazar una reglamentación envejecida por una nueva y el rechazo de toda reglamentación o el horror ante toda disciplina (...) En el instante en que uno se rebela contra las reglas es cuando más debe sentir vivamente su necesidad" (Durkheim 1973a: 65). A continuación, con fórmulas extremadamente concisas Durkheim denunciaba como falsa la antinomia entre orden y libertad, diciendo que contrariamente a las apariencias "las nociones de libertad y no reglamentación son opuestas, pues la libertad es fruto de la reglamentación" (Durkheim 1973a: 65).
Las ideas relacionadas con el debilitamiento de las regulaciones normativas fueron empleadas por Durkheim para explicar las manifestaciones de antisemitismo que se produjeron en Francia hacia fines del siglo XIX, considerando que al igual que lo ocurrido en 1848 y en 1870, eran las "consecuencias y síntomas superficiales de un estado de malestar social (pues) cuando la sociedad sufre tiene necesidad de encontrar a alguien a quien pueda imputar su mal, sobre quien vengar su decepción..." (Durkheim 1975b: 253)4. Durkheim distinguía al antisemitismo francés del ruso o del alemán, a los que consideraba crónicos o permanentes y asociados a las culturas de esos países, mientras que el de Francia lo veía como uno de los "numerosos indicios por los que se revelaba la grave perturbación moral que todos sufren" (Durkheim 1975b: 254). Si bien nuestro autor consideraba que se podía contrarrestar a mediano plazo la situación de anomia, no dejaba de pedir medidas gubernamentales inmediatas contra los prejuicios y la intolerancia, iniciativas que, según entendía, servirían para condenar ante la conciencia pública ese tipo de discriminaciones. Para Durkheim, al Estado le cabía velar por el respeto a los derechos de toda la ciudadanía y prevenir el accionar de quienes intentaban violar ese principio, ya que "el hombre común tiene una conducta moral mediocre" (Durkheim 1975b: 14) y podía ser propenso a participar de "multitudes" capaces de actuar en contra de las leyes y de los principios elementales de convivencia humana. Sostenía que en condiciones de desestructuración de los marcos normativos que regulaban la acción social, la desazón y la desorientación de las personas podía canalizarse en conductas reñidas con los avances realizados por la sociedad en materia política y ética.

Democracia, partidos políticos y corporaciones

Lecciones de sociología. Física de las costumbres y del Derecho, libro donde se publicaron clases dictadas por Durkheim entre 1890 y 1912, se proponía una caracterización de la democracia en la que quedaba claro que tal tipo de régimen político estaba muy lejos de haber sido instituido en los países de la época: "la democracia es la forma política a través de la cual la sociedad alcanza la más pura conciencia de sí misma. Un pueblo es más democrático cuando la deliberación, la reflexión, el espíritu crítico desempeñan un papel más considerable en la marcha de los asuntos públicos. Lo es menos cuando predomina la inconsciencia, las costumbres irreflexivas, los sentimientos oscuros, los prejuicios sustraídos al examen" (Durkheim 2003: 153). Esta manera de plantear la democracia que tiene, por cierto, coincidencias con algunas concepciones formuladas en nuestros días, en particular con las elaboraciones habermasianas, debió, seguramente, escucharse como un planteo programático de Durkheim decididamente alejado de los requisitos que él postulaba para construir definiciones de las realidades existentes. Para nada pesimista con respecto al futuro, nuestro autor constataba que en el transcurso del desarrollo histórico se había producido una continua ampliación de la participación de la ciudadanía en los asuntos públicos. Sin embargo, esa visión de largo plazo no hacía que dejase de preocuparse al reflexionar sobre las peripecias de la III República en materia de instituciones democráticas. Así, en un artículo de 1904, aseveró que en los dos decenios precedentes las luchas personalistas habían sido prioritarias y las cuestiones capaces de interesar realmente a la ciudadanía fueron relegadas (Durkheim 1975a). Una década antes, como al pasar, había destacado que en los estudiantes de sociología, el estudio científico de la sociedad los llevaba a perder el entusiasmo que antes mostraban por las cuestiones políticas y pronosticaba que cuando esos jóvenes tomasen parte de la vida política lo harían con un nivel de profundidad superior al de sus predecesores (Durkheim 1975a).
La tensión manifestada por Durkheim entre la crítica a la situación política circundante y su confianza en las posibilidades de cambio fue, sin duda, uno de los motores de su actividad intelectual. Referencias manifiestamente ideales sobre la política como las resumidas en la noción de democracia citada, eran en la reflexión durkheimniana parte de cuestiones propositivas orientadas a pensar cambios posibles en el desarrollo político de su país. La constatación de la distancia existente entre los partidos políticos y la sociedad fue un tema abordado por algunos importantes autores que pensaron la política en los comienzos del siglo XX. Pero a diferencia de Gaetano Mosca, de Roberto Michels y de Vilfredo Pareto, Durkheim elaboró una concepción teórica de la que derivó consecuencias prácticas orientadas a afianzar el respeto de las libertades públicas, los derechos de los individuos y la equidad distributiva. Constatando la existencia de lo que denominaba "grupos secundarios" integrados por actores que sólo apuntaban a consolidar y ampliar sus propios intereses sectoriales y cuyas iniciativas amenazaban la libertad y la independencia de los individuos aislados, estimó necesario que existiese "por encima de esos poderes (...) un poder general que haga la ley para todos, que recuerde a cada uno de ellos que no es un todo sino una parte del todo y que no debe retener para sí aquello que, en principio, pertenece al todo" (Durkheim 2003: 126). Esa debía ser, según Durkheim, la función esencial del Estado en tanto garante de las libertades de los individuos y para impedir que caigan bajo la dependencia de los "grupos secundarios".
El fundador francés de la sociología no ignoraba el peligro de que el Estado intentara someter a los sujetos a sus propios designios. Pensaba, además, que los estados no sólo podían ejercer la autoridad en beneficio de los altos funcionarios, sino también ponerla al servicio del capital. Al respecto, en El suicidio había señalado que "el poder gubernamental en vez de ser regulador de la vida económica, se ha convertido en su instrumento y su servidor" (Durkheim 2006: 364). Entre los peligros que podían provenir del seno del Estado, Durkheim incluyó en las discusiones sobre el derecho de los empleados estatales a sindicalizarse al igual que los de la actividad privada, que tal instancia asociativa acarrearía consecuencias negativas para toda la sociedad si en nombre de la defensa de intereses sectoriales se llevaban adelante acciones que desorganizaban el funcionamiento de los aparatos estatales (Durkheim 1975c). Tampoco dejaba de tener en cuenta el riesgo de que los aparatos estatales expresasen y condensasen el pensamiento irreflexivo de la multitud. Su alternativa la resumió diciendo que: "el Estado es, y debe ser, una fuente de representaciones nuevas, originales, que deben permitir que la sociedad se conduzca con más inteligencia que cuando era movida simplemente por sentimientos oscuros que operaban en ella" (Durkheim 2003: 156).
Para nuestro autor, la inclinación estatal al despotismo existiría en tanto no tuviese frente a sí otros poderes capaces de impedírselo. Al respecto, estimaba que la representación de la sociedad de tipo territorial, es decir tal como la establecida por medio de partidos políticos, debía combinarse con otro criterio basado en las corporaciones profesionales y que ambas formas de representación llenarían el vacío existente entre los individuos y el Estado. Las corporaciones profesionales propuestas por Durkheim debían encargarse, entre sus funciones principales, de velar por la preservación de la autonomía de la sociedad civil frente al Estado. Su pensamiento al respecto se situó en las antípodas de las experiencias totalitarias, cuyas ingenierías políticas le asignaron a las organizaciones corporativas el rol de artefactos estatales encargados de controlar y disciplinar a la sociedad (Poggio 2000). En la idea durkheimniana, los roles políticos propuestos para las corporaciones profesionales eran fundamentados afirmando que el mundo del trabajo había cobrado predominio sobre otras formas de pertenencia de los sujetos, pues la población se había vuelto más móvil y eso hacía artificial la representación territorial. En esas condiciones, las corporaciones profesionales podían convertirse en el futuro, según Durkheim (2003), en el medio más adecuado para expresar intereses sociales. Esa institucionalización de la representación corporativa podía, en su opinión, mejorar las relaciones de cooperación entre todos los integrantes de un mismo sector de actividades y dar lugar a la aparición de una moral compartida que impidiese tanto el aumento de la explotación de los trabajadores así como que éstos formulasen reclamos imposibles de satisfacer.

Representaciones colectivas

El tema de las "representaciones colectivas" fue ganando importancia en la obra de Durkheim desde sus comienzos. El texto de 1898 "Representaciones individuales y representaciones colectivas" constituyó su primera sistematización al respecto y su consolidación como objeto de análisis quedó consagrada en 1910 con la apertura de la sección sociología del conocimiento en L'Année... (Durkheim 1975a). En 1898 nuestro autor explicó el concepto resaltando el proceso de elaboración "colectiva" de las mismas y sus efectos sobre los individuos. Reiterando su caracterización del "hecho social", decía que si se podía definir a las "representaciones colectivas como exteriores a las conciencias individuales, es que ellas no derivan de los individuos tomados aisladamente, sino en su conjunto, lo que es muy diferente. Sin duda, en la elaboración del resultado común cada cual aporta su cuota; pero los sentimientos privados no se hacen sociales sino combinándose bajo la acción de las fuerzas sui generis que desarrolla la asociación; a consecuencia de estas combinaciones y de las mutuas modificaciones que de ellas resultan, ellos se convierten en otra cosa" (Durkheim 2000: 50). Si el papel de la opinión social en la determinación de las leyes había sido una cuestión central en las objeciones que Durkheim formuló en su tesis doctoral en latín de 1892 al pensamiento de Montesquieu, recién seis años después, en la definición del concepto aportó una herramienta de alto poder heurístico para el análisis de las ideologías políticas. En ese texto, tomó distancia de la lectura materialista de su obra que podían vincular mecánicamente los sustratos sociales con las ideas y destacó que aún si desaparecían los grupos sociales que les habían dado origen, las representaciones colectivas subsistían, a veces combinadas con otras, y no perdían su influencia.
Es interesante señalar que las relaciones entre sustratos sociales e ideas que planteó Durkheim en 1895 en Las reglas del método sociológico habían hecho que algunos de sus críticos le reprochasen tener una visión de lo social extremadamente fantasiosa, y no faltó quien resumió, con ironía, esas opiniones: "nunca se ha visto ‘al espíritu colectivo', como tal, hablar y conducir la pluma de los secretarios de las asambleas generales" (Andler 1896: 254). También, el problema del lugar de las ideas llevó a Georges Sorel, el defensor de las ideas de Marx más culto e influyente de la época en Francia, a criticar Las reglas... por contener tesis contrarias a las concepciones del materialismo y derivar hacia posiciones idealistas, aun cuando reconoció la calidad teórica de Durkheim y su capacidad para captar leyes del desenvolvimiento histórico (Lukes 1984, Durkheim 1988, Fournier 2007). En 1897 Durkheim, por su parte, diferenció las perspectivas teóricas en las que se basaba el concepto de representaciones colectivas por el propuesto con respecto a las caracterizaciones de la esfera de las ideas propuestas por el marxismo. En una reseña del libro del socialista italiano Antonio Labriola La concepción materialista de la historia, criticaba las tesis marxistas por centrar la atención en un solo sistema de vínculos sociales, los económicos, y no acordar similar importancia a los demás sistemas de relaciones sociales. En el hecho de que no tenía en cuenta esa capacidad productiva de ideas de todos los sistemas de relaciones sociales, Durkheim entendía que cabía discrepar con Labriola, pero, al mismo tiempo, no dejaba de señalar su coincidencia con las planteos de los marxistas en cuanto a la necesidad de no dar valor explicativo de lo social a los motivos con los que los actores justificaban sus acciones.
Dentro de ese mismo espacio de problemas en los que las reflexiones durkheimnianas se entrecruzaron con cuestiones relacionadas con el marxismo, cabe destacar sus consideraciones acerca de las representaciones colectivas socialistas. Al respecto, afirmó que el socialismo ejercía un atractivo social destinado no sólo a mantenerse sino, además, a ampliarse en la medida que era una interpretación de los problemas de la sociedad altamente verosímil. En su curso sobre el socialismo, nuestro autor planteó que las teorías socialistas no eran una ciencia, ni una sociología en miniatura, y que tanto "el individualismo, como el socialismo, es ante todo una pasión que se afirma, aunque eventualmente pueda pedir a la razón razones para justificarse" (Durkheim 1978: 27). Con la misma estrategia metodológica con la que había abordado el estudio de otras formas de pensamiento social, Durkheim previno sobre el error de tomar al socialismo por lo que los socialistas decían de sí mismos y propuso estudiar su existencia como un "hecho social", o como una cosa, cuyo origen y sentido no era registrado conscientemente por los actores que lo promovían. En 1913-1914, en su último curso universitario, Durkheim planteó una posición más matizada que en la presente en muchos de sus escritos anteriores sobre el futuro e ineludible predominio de la razón científica sobre las representaciones colectivas. Contraponiéndose a las teorías de Comte, no cabía pensar con total optimismo sobre las posibilidades de hacer entrar los conocimientos de las ciencias sociales en las conciencias de la población en general: "la sociedad no puede esperar que sus problemas sean resueltos científicamente: está obligada a decidirse sobre lo que debe hacer; y para decidirse, es preciso que se haga una idea sobre lo que es. Esta representación de sí misma que es indispensable para su acción, para su vida ¿dónde irá a buscarla? No existe más que una solución: en ausencia de un conocimiento objetivo ella no puede conocerse más que desde adentro, no puede más que esforzarse por traducir el sentimiento que tiene de sí misma y guiarse según él (...) De este modo tienen presencia en nuestras sociedades fórmulas que nosotros nos imaginamos que no son religiosas, pero que tienen, sin embargo, el carácter de dogmas que no se discuten. Tales son las nociones de democracia, de progreso, de lucha de clases, etc." (Durkheim 1973b: 141).

Efervescencias sociales y creación de líderes

En 1890 Durkheim escribió un breve comentario sobre el libro Les principes de 1789 et la science sociale de M. Ferneuil (París, Hachette, 1889). Allí resaltó el parentesco existente entre los desempeños de los hombres de la Revolución Francesa con sus maneras de construir apóstoles, héroes o mártires, y las prácticas propias de las religiones. Los grandes principios de la Revolución Francesa, decía, debían ser buscados en un proceso inconsciente, en cuya base se encontraban las aspiraciones difusas de la sociedad movilizada (Durkheim 1970)5. Se puede afirmar que en ese breve texto sobre el hecho político fundador de una nueva etapa histórica de Francia, nuestro autor esbozó una de sus claves de inteligibilidad para explicar los grandes cambios políticos y los observables empíricos de los períodos de efervescencia, rasgos de 1789 que, de acuerdo a sus palabras, era dable encontrar en todas las épocas creativas y en todos los tiempos de emergencia de una fe nueva y audaz. Recién en un artículo publicado en 1911 nuestro autor planteó una aproximación al concepto de efervescencia ordenando aspectos sociológicos y referencias socio-históricas: "los períodos creadores o innovadores son precisamente aquellos en que, bajo la influencia de circunstancias diversas, los hombres son movidos a acercarse de manera más intima, en que las reuniones, las asambleas son más frecuentes, las relaciones más seguidas, los cambios de ideas más activos: es la gran crisis cristiana, es el movimiento de entusiasmo colectivo que en los siglos XII y XIII arrastra hacia París a la población estudiosa de Europa, y da nacimiento a la escolástica, es la Reforma y el Renacimiento, es la época revolucionaria, son las grandes agitaciones socialistas del siglo XX" (Durkheim 2000: 114)6. Esos grandes momentos de efervescencia, según Durkheim, eran productores de un tipo de representaciones colectivas diferente a aquellas creadas en condiciones normales de interrelación social. Las representaciones provenientes de situaciones de efervescencia se convierten primero en recuerdos compartidos y luego tienden a extinguirse, decía el sociólogo francés, salvo que se creasen prácticas destinadas a hacerlas perdurar: celebraciones, ceremonias públicas, predicaciones de toda clase, etc. Sin embargo, "todos estos medios no tienen más que una acción fugaz y limitada (...) Durante un tiempo, el ideal recupera la frescura y la vida de actualidad, así se aproxima de nuevo a lo real, pero no tarda en diferenciarse de él nuevamente" (Durkheim 2000: 114). En 1912, en Las formas elementales de la vida religiosa, nuestro autor amplió su caracterización del estado de efervescencia: "se vive más intensamente y de otro modo que en tiempos normales. Los cambios no son sólo de matices y de grados: el hombre se transforma en otro. Las pasiones que lo agitan son de una intensidad tal que sólo pueden satisfacerse por medio de actos violentos, desmesurados: actos de heroísmo sobrehumano o de barbarie sanguinaria (...) Bajo la influencia de la exaltación general, se ve al burgués más mediocre o al más inofensivo transformarse ya sea en héroe o en verdugo" (Durkheim 1992: 198)7. Para Durkheim, los procesos de efervescencia social no sólo creaban nuevas representaciones colectivas sino que podían dar origen a caudillos, a líderes o a altos dirigentes políticos de un reconocimiento social que llevara a sus seguidores y a los observadores fascinados a considerarlo como un héroe demiúrgico o un artífice genial de cambios epopéyicos: "y lo que muestra bien que sólo la sociedad es la autora de estas especies de apoteosis, es que a menudo le ha sucedido consagrar de este modo a hombres que no tenían ningún derecho por mérito propio" (Durkheim 1992: 200). La producción social de figuras que, en términos weberianos cabe aproximar a los jefes carismáticos, que presenta Durkheim se diferenciaban notablemente de las analizadas por Max Weber. Nuestro autor consideraba que las situaciones de efervescencia catapultaban al liderazgo a sujetos que podían reunir o no condiciones para el ejercicio de dirección de agrupamientos sociales, pero aún para los más idóneos para los menesteres de conducción sus períodos de apogeo eran temporalmente limitados dada la imposibilidad de mantener prolongadamente en la población el estado de movilización y efervescencia. Weber, en cambio, pensaba en jefaturas carismáticas más permanentes cuyo reconocimiento se relacionaba con variables de distinto tipo, algunas estructurales y otras referidas a las acciones de los jefes y de sus séquitos, y que en algún momento podían dar lugar a la rutinización del carisma. Marianne Weber dejó un testimonio del desagrado expresado por Weber frente a la situación política alemana, quien para descalificar las expresiones públicas de Guillermo II decía que se trataba de innecesarias proclamas boulangistas-bonapartistas. La inconsistencia de la política del país vecino Weber la había señalado en Parlamento y gobierno en una Alemania unificada, mencionando el ascenso al poder por vía plebiscitaria de Napoleón III, y años después, los cambios del sistema electoral francés para impedir el triunfo de Boulanger (Weber 1982). Señalemos, como nota marginal, que Weber en Historia económica general remitió bibliográficamente a Las formas elementales de la vida religiosa al abordar temas relacionados con el totemismo, pero no hizo ninguna referencia a cuestiones relacionadas con temas políticos contenidos en el mencionado libro de Durkheim.
Como para remarcar su preocupación por la política de su país y, a la vez, para mostrar la extensión del concepto de efervescencia social, nuestro autor lo aplicó a las vías eventuales de cambio de la sociedad francesa, en la Conclusiónde las Formas.... Allí escribió que había sido vano el intento de Comte de armar una religión con los viejos recuerdos históricos y aseveró que sólo de la vida misma y no de los pasados muertos podía salir un nuevo culto y, un tanto profético, afirmó que el estado de incertidumbre y de agitación confusa no podría durar eternamente y que "llegará el día en que nuestras sociedades conocerán de nuevo horas de efervescencia creadora durante las cuales surgirán nuevos ideales, aparecerán nuevas fórmulas que servirán, durante un tiempo de guías a la humanidad; y una vez vividas esas horas, los hombres sentirán espontáneamente la necesidad de revivirlas de tiempo en tiempo con el pensamiento, es decir, de mantener el recuerdo por medio de fiestas que revivifiquen regularmente los frutos" (Durkheim 1992: 398). Nuestro autor continuaba diciendo que un ciclo similar había sido cumplido por la Revolución de 1789 y que luego se produjo la declinación de la fe nacida entonces, pero "aunque la obra haya abortado, nos permite representarnos lo que hubiera podido ser en otras condiciones; y todo hace pensar que será retomada tarde o temprano" (Durkheim 1992: 398).
Resulta pertinente recordar que a mediados de la década de 1930, y a la luz de las experiencias fascistas, Marcel Mauss sostuvo que Durkheim y sus colaboradores habían pensado que las sociedades producían representaciones colectivas tendencialmente orientadas a mejorar sus sistemas de convivencia y que no habían imaginado que "grandes sociedades modernas, ya salidas de la Edad Media, pudiesen ser sugestionadas como los Australianos lo son por sus danzas y puestos en movimiento como en una ronda de niños, eso es algo que en el fondo no habíamos previsto (...) Nosotros nos habíamos contentado también con probar que era en el espíritu colectivo que el individuo podía encontrar la base y alimento para su libertad, su independencia, su personalidad y para su crítica" (Mauss 1997: 766). Si bien, en términos generales, es válida la observación de Mauss, no es menos evidente que en más de una oportunidad Durkheim mostró su preocupación ante la posibilidad de que la opinión pública se convirtiese en un déspota ignorante. Recordemos que la efervescencia producida en torno al movimiento boulangiste era parte del horizonte político inmediato en 1888 cuando Durkheim dictó su primer curso. Georges Boulanger surgió del tipo de efímeras pasiones de las que luego nuestro autor hablaría, y su final se asemejó al de los jefes que no están a la altura de las expectativas en ellos depositadas. En fin, quienes danzaban contra la république cosmopolite y a favor de Bulanger podían considerarse continuadores, o eran los mismos, que Durkheim había observado en otras movilizaciones antidemocráticas.

Militarismo, pacifismo, guerra y revolución

En 1899, criticando a quienes parecían obsesionados por el deseo de revancha por la derrota en la Guerra Franco-Prusiana, decía que para ese pensamiento "los militares habían dejado de ser una profesión como las otras y se habían convertido en una cosa intangible y sagrada (...) Se ha llegado hasta a declararlos infalibles (...) Las manifestaciones tumultuosas del autotitulado nacionalismo nos impide cultivar como sería necesario un patriotismo más serio" (Durkheim 1975c: 161-162). Líneas más abajo deploraba que el pueblo francés, "cuyo rol histórico y razón de ser han sido proclamar los derechos del libre examen y la supremacía del poder civil, adjudique semejante preponderancia al poder militar y a la sumisión intelectual que él encarna" (Durkheim 1975c: 161-162). En 1905, exponiendo sus ideas sobre cuál podía ser el futuro del Estado-nación, Durkheim planteó posiciones que mostraban a la vez el reconocimiento de la pertenencia a una patria determinada y la apertura para pensar que un tiempo próximo se podría establecer una unión entre las naciones europeas y, quizás, del conjunto del mundo civilizado. Se preguntó: "¿en qué medida debemos amar nuestra patria a despecho y contra todo? ¿En que medida debemos amar esa otra patria que no es más que un ideal que sin embargo está en vías de realizarse?" (Durkheim 1970: 294-300)8. En cambio, colocado en un plano distinto al de la reflexión sobre el futuro, en 1906 se refirió a las condiciones del momento histórico en que se hallaba y rechazó el cuestionamiento del patriotismo de quienes se declaraban partidarios del internacionalismo en nombre de la clase obrera, afirmando que era erróneo pensar a los obreros exclusivamente como productores y que esas ideas coincidían con las teorías del pretendido homo æconomicus de los economistas liberales (Durkheim 1970). Reconocer que la nación era una categoría histórica y no una esencia era algo coherente desde una perspectiva teórica que entendía lo existente como hechos sociales que respondían a las transformaciones de las relaciones sociales y de la conciencia colectiva. El argumento, por cierto, debía resultar irritante para quienes creían en la inmutabilidad de lo social.
Ante la posibilidad del comienzo de la que sería la Primera Guerra Mundial, sectores intelectuales bregaron por la paz y Durkheim asumió activamente esa opinión. La Sección Francesa de la Internacional Obrera en la que revistaba el Partido Socialista, cuya figura más destacada era Jean Jaurès, se movilizó detrás de consignas antibelicistas y antimilitaristas. Pero cuando Alemania le declaró la guerra a Francia se formó un amplio consenso nacional y la casi totalidad de los pacifistas se unió en torno al gobierno. El socialista Jules Guesde, uno de los principales introductores de las ideas de Marx en Francia, fue designado ministro. Prácticamente todas las representaciones colectivas de la sociedad francesa se vieron actualizadas con el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Patriotismo y nacionalismo habían sido los temas inseparables de la política interna analizados por Durkheim en distintas oportunidades. Las acciones beligerantes externas del Estado y sus fundamentos habían, igualmente, atraído su atención intelectual.
Desde el comienzo de la guerra, Durkheim integró equipos asesores del gobierno en asuntos relacionados con la defensa y puso su saber sociológico al servicio de la causa nacional. Por razones obvias, los tiempos no eran los más adecuados para objetar los usos de prenociones ya que si existe un momento donde éstas se hacen necesarias es cuando las certezas voluntaristas son parte de los recursos bélicos. Durkheim participó en la redacción de varios textos colectivos que apuntaban a esclarecer el carácter de la guerra en curso, y que, naturalmente, tenían más un fin militante que analítico: Qui a voulu la guerre? Les origines de la guerre d`après les documents diplomatiques (1915) y Lettres à tous les françaises (1916). Una excepción, en parte, fue su artículo L'Allemagne au- dessus de tout: La mentalité allemande et la guerre cuya objetividad, de todos modos, estaba empañada por la obvia intencionalidad bélica de su origen. En ese breve texto retomó algunos de sus conceptos sobre los aparatos estatales que había expuesto anteriormente, especialmente aquellos relacionados con las eventuales funciones expansionistas de los mismos, y destacó las cuestiones referidas al tema de la llamada "razón de Estado". Si en términos generales nuestro autor se había opuesto a las iniciativas militares exteriores de los estados y, en cambio, valoró las tareas interiores de consolidación del orden jurídico y de mejora de la equidad social, los comportamientos expansivos de Alemania aparecían ahora como un ejemplo de las primeras, y negativas, finalidades estatales. Durkheim consideró que el pensamiento de Treitschke podía ser tomado como objeto de análisis no por su profundidad intelectual sino porque sus ideas eran expresivas de la sociedad alemana. Más que un creador original que hubiese trabajado en silenciosas bibliotecas, Treitschke era, decía nuestro autor, un personaje netamente representativo de las corrientes de ideas existentes en la población del país agresor cuya influencia, y en especial su visión imperialista, continuaba ganando adeptos después de su muerte ocurrida alrededor de dos decenios antes del comienzo de la guerra. El razonamiento desarrollado por nuestro autor era similar al que aplicaba cuando explicaba la acción de los legisladores como expresión de la conciencia colectiva, con la diferencia que en este caso se esforzó en no mencionar los atributos positivos que en textos anteriores había destacado como propios del pueblo alemán9. Digamos que más allá de la simplificación de las ideas de Treitschke presente en ese artículo, lo que resulta evidente es que a propósito de Alemania se planteaba un ejemplo de lo que sucedía cuando la política estatal asumía las representaciones colectivas de la sociedad sin someterlas a los criterios de racionalidad que debían ser propios de las prácticas de lo que Durkheim entendía como un Estado democrático.
Un informe sin pretensiones científicas realizado por Durkheim a pedido de las autoridades del municipio de París mostró cómo en las condiciones de guerra mantenía su preocupación por cuestiones políticas presentes e inmediatas y sus ideas sobre los roles de las autoridades estatales. Nos referimos al Rapport sur la situation des Russes du département de la Seine, que elaboró en 1915. La población de origen ruso en Francia se había visto acrecentada por quienes llegaban por causas diversas, entre los que se destacaban los emigrados políticos. En el mencionado informe se combinaban consideraciones de distinta clase y en sus fundamentos se reconocía la inquietud de Durkheim ante el rebrote de los prejuicios xenófobos y antisemitas. Entre los exiliados rusos había un grupo importante de activistas políticos deportados o perseguidos, muchos de ideas socialistas contrarios a la guerra, a los que en Francia podía considerárselos hostiles a los intereses de la defensa nacional. Trabajo riguroso, el informe de Durkheim fue objetivo en sus consideraciones y no perdió de vista las distintas consecuencias políticas susceptibles de derivarse de las resoluciones oficiales a adoptar. Se refiere con datos objetivos a la estructura social de la población concernida y a las actitudes de la misma favorables a Francia a pesar de haber sufrido actos denigratorios, incluso provenientes de cuerpos militares aún cuando habían dado muestras de lealtad al país de asilo. Incursionando en disímiles dominios, el informe invitaba a las autoridades a reflexionar sobre los riesgos de hacer aparecer a Francia ante la opinión pública internacional como un país discriminatorio en materia política o religiosa o que cedía a las evidentes presiones del gobierno zarista. En ese sentido, la cuestión más delicada era la presencia entre los exiliados de León Trotsky, quien en París dirigía el periódico de lengua rusa Naché Slovo, "cuyo equipo de redacción proporcionaría al Partido Bolchevique buena parte de su Estado Mayor" (Marie 2009: 107). Esos exiliados estaban vinculados a grupos minoritarios de socialistas y de sindicalistas franceses igualmente críticos de la participación en la guerra, y algunos de sus dirigentes concurrieron a la reunión promovida por Lenin realizada en la aldea suiza de Zimmerwald destinada a crear una nueva Internacional. Lo interesante del informe de Durkheim es que desentendiéndose de la acción política de los socialistas rusos, centra el énfasis en sus derechos en tanto perseguidos y proscriptos en su país de origen y les recuerda a las autoridades las tradiciones francesas y las obligaciones del Estado de adoptar decisiones justas. Trotsky, en su autobiografía, aportó un dato que, obviamente, no estaba en el Informe: "el profesor Durkheim, presidente de la comisión gubernamental para atender los asuntos de los emigrados rusos, nos hizo saber que, en las altas esferas, era cuestión de prohibir el Naché Slovo y expulsar a su director. Sin embargo, el asunto se demoraba. Era difícil de encontrarnos en falta, pues yo no cometía infracciones a las leyes ni aún a las medidas ilegales de la censura" (Trotsky 1953: 874, Fournier 2007: 874).
Durkheim murió casi al mismo tiempo que se producía la Revolución Rusa. Sus ideas sociológicas sobre los cambios sociales de tipo revolucionario las había resumido, entre otros lugares, en sus cursos publicados luego en La educación moral. Allí hizo un paralelo entre las leyes de la física y aquellas que regían el desarrollo de las sociedades y afirmó que esas legalidades no podían ser modificadas por la voluntad de los hombres. Sostenía que, sin embargo, eran pocos aquellos que comprendían que "aunque los ciudadanos de un mismo estado se pongan de acuerdo para realizar una revolución económica o política, si esta revolución no está en la naturaleza de las cosas, en las condiciones de existencia de la sociedad, fracasará irremediablemente" (Durkheim 1973a: 284). Esa perspectiva la refería básicamente a los países que tenían niveles de desarrollo similares al francés, era perfectamente consistente con su teoría general y la resumía diciendo que en dichos países el Estado era el resultado del desarrollo espontáneo de la sociedad. Allí se encontraba uno de los puntos centrales de su desacuerdo con quienes en Francia se proponían realizar cambios revolucionarios totales a los que les endilgaba querer producir, sin buscarlo, la destrucción de todos los avances culturales y políticos alcanzados. Durkheim también se refirió a la situación diametralmente inversa al reflexionar a propósito de Rusia. En un texto de 1902, se mostró de acuerdo con las posiciones de un autor que definía la peculiaridad del caso ruso y afirmaba que allí el Estado era el agente constructor de la sociedad. Frente a esa argumentación nuestro autor formulaba una observación, coherente con su perspectiva sociológica, y decía que correspondía plantearse la pregunta sobre cuál era la extensión y la profundidad real de los cambios sociales realizados por iniciativa del Estado, y se respondía que si no habían alcanzado a modificar el sistema mental de la población estaban condenados a ser meras modificaciones superficiales y sin raíces, ajenas a la vida misma.

Final abierto

Uno
Los aportes para una sociología de la política hechos por Durkheim fueron durante mucho tiempo escasamente conocidos y poco valorados por distintas causas. Entre ellas se han mencionado su dispersión en textos de muy distinta naturaleza y la tardía difusión de muchas de sus contribuciones puntuales sobre el tema. Las razones dadas por Simiand, Fauconnet y por el mismo Durkheim sobre la dificultad de abordar cuestiones políticas dado sus componentes accidentales y la volubilidad de los personajes no fueron, como vimos, un obstáculo para que luego indagasen no sólo sobre las instituciones políticas sino, además, sobre manifestaciones de espontaneidad colectiva que irrumpían esporádicamente en el espacio público. De todos modos, las causalidades predominantemente estructurales de sus hipótesis se situaban en un plano que no era usual en los estudios políticos. La explicación remitiendo a entidades colectivas no observables directamente sino a través de sus efectos, hizo que Vilfredo Pareto al comentar en 1898 el libro El suicidio, objetase sus razonamientos adjudicándoles un contenido metafísico ajeno al método experimental (Pareto 1966). Quienes en su época se interesaban por el análisis de los problemas políticos tenían, en general, formación jurídica y las incipientes ciencias políticas no conformaban un campo intelectual en el que se pudiesen incorporar, o simplemente, debatir las ideas durkheimnianas.

Dos
Carlos Marx se encontró entre quienes mejor plantearon el problema principal de Francia del siglo XIX: haber realizado la primera gran revolución burguesa sin contar con una burguesía con capacidad para conducir y encarrilar política e ideológicamente los efectos de esa transformación. Los aportes de Durkheim a la sociología de la política que giraron en torno a las situaciones de anomia y de debilitamiento de la integración social, pensaron insistentemente en como encontrar una solución a los vacíos ético-ideológicos y de ámbitos de sociabilidad producidos por la caída del Antiguo Régimen. Constataron, en una clave de inteligibilidad de los procesos sociales diferente a la de Marx, la misma ausencia de una burguesía capaz de actuar como una clase dirigente de la sociedad y del Estado. Para resolver el problema del orden político Durkheim propuso una definición de Estado alejada considerablemente de su exigencia metodológica sobre qué significaba definir y qué, en realidad, no era una captación de los atributos de lo estatal existente sino una propuesta ideal de la institución a construir. A falta de partidos efectivamente representativos de las divisiones de la sociedad, pensó en las corporaciones profesionales como un lugar de pacto social para configurar una armonía social que sustituyese la hegemonía faltante. Los sistemas educativos estatales debían encargarse de inculcar representaciones colectivas a la altura de las necesidades de una nación moderna, que mejorasen el respeto a las normas y contribuyesen a la integración social. Los diagnósticos fundados en su concepción sociológica eran inmensamente más fáciles de elaborar que las posibilidades de intervenir sobre la realidad. En sus teorías y discusiones conceptuales o políticas había enfatizado que una sociedad no se cambiaba mediante iniciativas voluntaristas, y eso no le resultaba contradictorio con sus propuestas ya que debía suponer que las mismas se hallaban científicamente avaladas. Sostuvo en su momento que los científicos sociales carecían de dotes para la política partidaria y que debían ser consejeros de quienes tomaban decisiones públicas, pero como intelectual tenía un sentido crítico que le dificultaba cumplir esa tarea.

Tres
La sociología de la religión fue con el tiempo la especialidad donde adquirió reconocimiento la investigación de Durkheim y el hecho de que éste considerase que la política podía pensarse con las mismas claves de interpretación que los mitos religiosos, hipótesis que no debió ser un buen punto de encuentro con los dirigentes políticos con los que tenía más afinidad, aquellos que hacían del laicismo uno de sus objetivos principales. Faltaban muchos años para que se produjese la "crisis de los grandes relatos"yesas homologías estructurales pudieran comenzar a aceptarse. Sin proponerse profundizar en el tema, Michael Root (1999) dejó planteada una pista interesante con respecto a la estrategia analítica de nuestro autor que lo diferenciaba de quienes buscaban explicaciones de la política. Root señaló que Durkheim se ocupó de explicar las "causas" de las acciones sin atribuir relevancia a los "motivos" de los actores. En su época las preguntas sobre la política tendían a ser respondidas con referencia a las intenciones, la voluntad y los intereses. Durkheim, en cambio, proponía centrar el foco del análisis en las condiciones estructurales de la acción, sin suponer que los actores eran robots, explicó sus acciones, aun aquellas que despreciaba explícitamente, buscando las "causas" en condiciones que estaban fuera de los sujetos. Así como consideraba innecesario leer las cartas de justificaciones de los suicidas, entendía que un xenófobo podía hablar de los complots de los extranjeros pero que las causas de tal visión de "enemigos" debía buscarse en la situación de anomia.

Cuatro
En la medida que la sociología tuvo su centro de desarrollo principal en los dos decenios siguientes a la Segunda Guerra Mundial en las universidades norteamericanas, y desde allí se difundió la lectura que los parsonianos hacían de Durkheim, en la que se resaltaban los aportes para pensar la estabilidad del sistema social, no es sorprendente que las cuestiones relacionadas con el desorden político fuesen relegadas. La interpretación mertoniana de la anomia como instrumento explicativo de las conductas desviadas fue un indicador del tipo de asimilación de las teorías duekheimnianas. Se puede coincidir con Alvin Gouldner cuando plantea los vínculos de la sociología de Talcott Parsons con el moderno capitalismo y el desenvolvimiento de las funciones estatales benefactoras, y en ese proyecto lo atractivo de Durkheim para una construcción metateórica mal podían ser sus reflexiones sobre el desorden político. Con el tiempo, los críticos de Parsons hicieron de Durkheim uno de sus blancos predilectos al hablar de los clásicos. La influencia de parsonianos y antiparsonianos influyó en aquellos países que carecían de un campo académico capaz de hacer una lectura autónoma de la obra durkheimniana. Lo paradójico fue que en algunos de esos países el desorden político era uno de sus aspectos principales.

Cinco
En Francia, con la segunda posguerra, la sociología renació en principio bajo una cierta tutela de las predominantes ciencias sociales norteamericanas, y pasó un cierto tiempo hasta que se plantease con cierta fuerza el cuestionamiento de lo que Pierre Bourdieu llamaba "la multinacional científica Parsons-Merton-Lazarsfeld". De todos modos, el clima de voluntarismo existencialista fue reacio a la sociología de Durkheim. Jean-Paul Sartre centró sus críticas en la teoría idealista del Estado de Durkheim-Duguit con una beligerancia que debió desestimular la discusión de cualquiera de sus textos (Mergy y Sartre 1997). Raymond Aron (1967) no le prestó, tampoco, mayor atención a los dispersos temas políticos expuestos por Durkheim y no por casualidad en su difundido manual de sociología reprodujo un fragmento de Las formas... sobre el tema de la efervescencia social y expresó su ironía ante la esperanza allí anunciada de una próxima irrupción de nuevas manifestaciones de ese fenómeno. El libro de Aron fue editado 1967, un año más tarde la efervescencia social de mayo del ‘68 ganó la calle, y como decía Durkheim, después de alcanzar su pico de intensidad las movilizaciones disminuyeron pero dejaron trazas incorporadas a las viejas y nuevas representaciones colectivas de la política. Luego de la conmoción académica, el hecho un tanto inesperado fue la combinación entre el estructuralismo y el marxismo cuya mayor expresión fue Louis Althusser, quien invitaba a redescubrir un clásico, Marx. Desde tiempo antes, Claude Lévy-Strauss valorizaba a Durkheim y al más politizado de sus discípulos: Marcel Mauss. No es para nada arriesgado afirmar que ese contexto debió estimular a Bernard Lacroix (1984) a releer otro clásico y a realizar la primera investigación francesa sobre el tema Durkheim y lo político. El estado del arte internacional que Lacroix cita en su libro muestra el ya aludido poco interés por el tema en las ciencias sociales mundiales.

Seis
Para cerrar, digamos que no son pocas las características del mundo de nuestros días que pueden ser pensadas desde la sociología de la política de Durkheim. Los procesos de globalización y más específicamente las transformaciones de la "segunda modernidad" han llevado a la destradicionalización de las más disímiles sociedades. Los cambios del mundo del trabajo han conducido a la "desafiliación" y a la crisis de la "condición salarial". Las mutaciones de la subjetividad abren cotidianamente nuevos interrogantes. La "crisis del Estado-nación" debilita los marcos de referencia de las fuerzas políticas nacionales, que a falta de programas ofrecen jefes personalistas, en tanto que la "internacionalización del capital" tiende a hacer superfluas a las antes apreciadas burguesías nacionales. Los viejos actores colectivos pierden centralidad social y política y la "individualización" lleva a algunos a tratar de paliar la soledad formando "tribus urbanas", mientras otros libran "luchas de clases sin clases". La efervescencia social, real o esperada, se lee en clave de "multitud". La anomia se reconoce en las mediciones de la "desconfianza" en las instituciones y la desintegración social entra en los discursos como "fragmentación". En fin, todos perdimos la "seguridad ontológica", lo que en las encuestas se registra como inseguridad urbana. Esa música me suena, diría Durkheim. Para cerrar, digamos que si bien para la difusión de la sociología de la política de Durkheim la dispersión de sus aportes fue un obstáculo, también es válido sostener que esa misma falta de un texto unificado que deja una elaboración mayor forzosamente incompleta, ofrece múltiples posibilidades para pensar sociedades distantes a la que lo inspiró pero con notables parecidos de familia, a condición de no aislar el significado de conceptos del programa teórico al que pertenecen.

Notas

1 Sobre las consecuencias del modo formal de lectura de Durkheim, estimulado, entre otros, por el trabajo metateórico de Talcott Parsons, ver las observaciones de Anthony Giddens (1993).

2 Al respecto ver Magraw (1992).

3 Según explicó Durkheim en el Capítulo V de su libro El suicidio, en épocas de recesión económica se producía un desclasamiento con la caída de ciertos individuos a una situación inferior a la que ocupaban anteriormente, mientras que en ciclos de expansión las jerarquías se alteraban en sentido contrario y los beneficiados se hallaban igualmente desubicados en su nueva situación y no había nuevas reglamentaciones para regir las conductas.

4 Al respecto ver Winock (1990) y Goldberg (2008).

5 Es interesante destacar que en ese comentario bibliográfico Durkheim no hizo referencias a la propuesta de creación de corporaciones profesionales, que era una de las cuestiones políticas sobre las que reflexionaba Ferneuil inspirado en las lecturas del intelectual alemán Albert Schaeffle.

6 En El suicidio, el término efervescencia aparecía para hacer referencia a la agitación de la vida diaria, al interés que suscitan las crisis políticas, al malestar provocado por la situación de anomia que acompaña al progreso industrial. También es vinculado con la anomia familiar y la "efervescencia exasperada" es un rasgo secundario del tipo mixto de suicidio anómico-altruista.

7 Sobre el concepto de efervescencia, ver Lukes (1984), Parkin (1992) y Schmaus (1994).

8 Dice Pierre Bouretz (2000) que antes que Jürgen Habermas, Durkheim pensó que el verdadero horizonte de la república podía hallarse situado más allá de las fronteras de la nación.

9 Al respecto ver Durkheim (1973: 258). Ver también Ramel (2004).

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