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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.15 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires July/Dec. 2010

 

RESEÑAS

Teoría política latinoamericana
Javier Amadeo y Cicero Araujo (compiladores), Luxemburg, Buenos Aires, 2010, 304 páginas.

Júlio César Casarin Barroso Silva

A lo largo de los últimos años es perceptible un interés editorial creciente por la teoría política, que viene conquistando su espacio en la discusión de los temas públicos. En este contexto, es bienvenida la publicación de Teoría política latinoamericana, obra publicada tanto en Brasil como en Argentina (con pequeñas diferencias entre las respectivas ediciones). El volumen tiene como compiladores a Cicero Araujo y a Javier Amadeo, y es resultado de las "Jornadas Latinoamericanas de Teoría Política" organizadas en San Pablo en 2005 por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y la Universidad de San Pablo, en las que participaron académicos latinoamericanos de nacionalidades y estirpes ideológicas diferentes, lo cual se traduce en el pluralismo que trasmite el libro a lo largo de sus trece artículos. La propuesta es ambiciosa desde punto de vista de los temas y de las perspectivas contempladas.
La diversidad teórica quedó agrupada en cuatro ejes, correspondientes a las cuatro partes que estructuran la publicación: "La condición periférica en el pensamiento político", "Tradición republicana y teoría democrática en América Latina", "Sociedad civil, Estado y cuestiones de justicia", y "En busca del fundamento ontológico de lo político", en cada uno los cuales se enfrentan temas candentes de la teoría política contemporánea. Por limitaciones de espacio no ofreceré una discusión detallada de cada uno de los artículos que integran el volumen, incluso porque, como suele pasar frente a semejante eclecticismo, la calidad y el interés de los temas varían, ya sea en función de los autores, o de las preferencias de los lectores. Así, opté por seleccionar algunos artículos capaces de ofrecer una visión panorámica de la obra.
El libro comienza con el magnífico texto de Aníbal Quijano ("Don Quijote y los molinos de viento en América Latina"), que aborda los nudos que el proceso de constitución de América Latina nos legó. La constitución del subcontinente es también la constitución histórica de la colonialidad, cuya persistencia alimenta determinados "fantasmas" (la imagen es del autor) latinoamericanos, como el problema de la identidad y el ansia por la modernidad. En la constitución de la colonialidad, América Latina desempeña un rol fundacional, pero lo hace de forma pasiva. El problema de la identidad se coloca a partir del momento en que América Latina se constituye históricamente como sujeto (la conquista), este es el acto que la constituye como entidad subordinada. De ese modo, la colonización funda la periferia qua periferia y la inserta en el reino de las promesas modernas, al tiempo en que instituye las prácticas que niegan esas mismas promesas. En la periferia, la modernidad es "el niño que el tiempo nuevo anuncia y niega" como afirma el verso del poeta brasileño Drummond de Andrade.
Todavía en la primera parte del libro, la colonialidad también constituye la preocupación central del texto de Javier Amadeo y Gonzalo Rojas "Elementos para una teoría política latinoamericana". Más específicamente, su artículo reflexiona sobre la persistencia de la colonialidad en el campo de las llamadas "ciencias sociales". A través del análisis de los paradigmas epistemológicos de la ciencia social, los autores critican sus pretensiones de universalidad, manto bajo el cual esconde sus particularismos de origen (europea y occidental) y su inadecuación para la auto-comprensión social en la periferia. Frente a este diagnóstico, los autores se preguntan sobre las posibilidades de construcción de un conocimiento capaz de comprender y superar el carácter eurocéntrico de las ciencias sociales. De acuerdo con ellos, esta tarea debe empezar por el rechazo de las pretensiones de objetividad, reconociendo que el conocimiento está situado, geográfica e ideológicamente. La ciencia social elaborada en la periferia estaría en condiciones privilegiadas de hacerlo por el hecho de que es en la periferia que el eurocentrismo se revela en toda su inadecuación. Pero los autores advierten, en nota al principio del texto: el rechazo del eurocentrismo no implica ceder a un esencialismo latinoamericano, pero debe servir de apoyo a una auténtica universalidad, constituída de "pluralidad epistémica" y hecha con la intermediación de la praxis social, "que presupone la movilización de la consciencia y un sentido crítico que lleva a la desnaturalización de las formas canónicas de aprender y de construir el mundo" (84).
En la segunda parte de la obra, el mexicano Ambrosio Velasco Gómez nos ofrece un primoroso artículo ("Relevancia del Republicanismo Nuevohispano") que, tomando como pretexto el debate español del siglo XVI sobre la legitimidad de la guerra de conquista de América, esboza un panorama del republicanismo ibérico. Gómez se concentra en dos autores: Fray Alonso de la Veracruz y Bartolomé de las Casas. Como se sabe, la tradición republicana se reconoce tributaria de innúmeras fuentes nacionales, temporales y autorales. Hay divergencias en cuanto a los límites precisos de dicha tradición. Sin embargo no sería demasiado polémico afirmar que en el centro del republicanismo existe una determinada concepción exigente de libertad, entendida como ausencia de dominación. También puede afirmarse que el republicanismo se proclama tributario de las experiencias políticas de la Antigüedad clásica, la experiencia florentina, la Venecia del Renacimiento, manifestando además su influencia durante la Guerra Civil Inglesa y las Revoluciones Norteamericana y Francesa. Entre los cánones republicanos, es común incluir autores como Cicerón, Maquiavelo, Harrington, Rousseau y Thomas Jefferson. Lo que revela Gómez es el contraste entre el vigor histórico del pensamiento republicano español, capaz de figurar entre los cánones enumerados anteriormente, y su relativo olvido histórico. Y trazando los orígenes del republicanismo ibérico, podemos retroceder hasta Alonso de Castrillo (autor del Tratado de la República, de 1521), siguiendo la genealogía intelectual con Francisco de Victoria, Domingo de Soto, llegando a sus discípulos Alonso de la Veracruz y Bartolomé de las Casas en el Nuevo Mundo.
La conquista del Nuevo Mundo colocaba el problema del "dominio justo" del soberano español sobre los habitantes originales del continente. Ginés de Sepúlveda, defensor de la legitimidad de la conquista, afirmaba que los pueblos originarios eran bárbaros, con lo que serían incapaces de autogobierno. Antes de aspirar a eso, tendrían que ser "civilizados" a través de la evangelización. Así, el problema antropológico de la racionalidad de los indígenas adquiría precedencia lógica sobre el de la legitimidad de la conquista. Los republicanos españoles trataban así de argumentar a favor del carácter plenamente racional de los nativos, evidenciando una especie de multiculturalismo avant la lettre: los indígenas serían racionales porque eran capaces de "reconocer y aplicar la ley natural, la cual puede admitir múltiples interpretaciones según el sentido común de cada pueblo" (95). Siendo los indígenas racionales, el dominio español sobre ellos necesitaría pasar por los criterios republicanos de legitimidad. Y un dominio legítimo es un dominio consentido por el pueblo, no apenas en el momento de su establecimiento, a la Hobbes, sino también en el momento del ejercicio del poder. Como semejante autorización no había sido dada al rey español por los nativos, el dominio europeo en las "Indias" cargaba la desconfianza de ser un dominio tiránico.
Gómez dedica atención especial a Alonso de la Veracruz, quien llegó a Nueva España en 1536 y se tornó profesor de la Universidad de México a partir de 1553. En las palabras del autor, "Fray Alonso no sólo vino a enseñar, sino también a aprender la lengua y las formas de vida de los indígenas (...) Así, se esforzó por comprenderlos y reconocerlos como seres humanos con plena dignidad y como pueblos libres y civilizados" (97). Su defensa de los indígenas puede encontrarse principalmente en la obra "Del dominio de los indios y de la guerra justa", de la cual Gómez presenta una reseña en medio del artículo. "Del dominio..." se compone de once "dudas", cada cual correspondiendo a un capítulo en que se analizan argumentos en favor y en contra del dominio español en América. Alonso enfrenta allí cuestiones como el derecho del soberano español de imponer tributos a los pueblos conquistados, la exigencia del respaldo de los gobernados para el ejercicio del dominio y la obligación del soberano de buscar el bien común; el autor rechaza los argumentos comúnmente colocados para justificar la conquista, como el de la infidelidad de los indios, sus pecados contra naturam y su supuesto retraso mental. Alonso concluye que Carlos V no tenía dominio legítimo sobre los indios, no pudiendo "lícitamente arrebatarlos a estos sus campos y deberes e dárselos a otros en contra de su voluntad" (100). Al enfrentar cuestiones de orden más específica, rechaza la tesis de que la guerra de conquista se justificaba por los "pecados" de los nativos: si así fuera, el Papa también tendría que guerrear contra los europeos. Al rechazar el argumento de que la infidelidad religiosa de los indios justificaba su pérdida de tierras y de autogobierno, recurre a un racionamiento abiertamente anti-confesional, separando el ámbito de la fe del ámbito civil: "La fe, que es de derecho divino, no quita ni pone dominio que es de derecho de gentes (...) el dominio de estos indígenas en tiempos de su infidelidad era justo e legítimo" (99). La acusación de "amencia" dirigida en contra de los nativos, por su parte, es contestada con base en la capacidad de auto-organización política de los mismos: "tienen magistrados, un gobierno apropiado y los ordenamientos más convenientes, y antes tenían gobierno y régimen no sólo monárquico, sino aristocrático, como también sus leyes, y castigaban a los malhechores, como también premiaban magníficamente a quienes habían merecido bien de la república" (100).
Para finalizar, en la cuarta y última parte del volumen el lector encontrará un bello y denso texto de Enrique Dussel; y en la línea del "retorno al derecho", menciono brevemente el artículo de Werneck Vianna, "Americanismo y derecho: una discusión sobre la auto-composición de lo social", en el cual el Vianna reflexiona sobre la extroversión del derecho, disciplina vista con creciente atención por las ciencias sociales. Algunos de los problemas resultantes de eso, como la así llamado "judicialización de la política", son analizados y discutidos por Vianna.
El libro representa una excelente contribución para el debate teórico en el continente. Esperamos que una difusión más significativa de la teoría política, no sólo en el ámbito académico sino también fuera de él, pueda contribuir para elevar el padrón de la discusión política en nuestra esfera pública carente de teoría, tornándolo más informado y substantivo.

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