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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.18 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2013

 

ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN

 

Libia, ¿de la era verde a la democracia?

 

por Noemi S. Rabbia**

**Licenciada en Relaciones Internacionales e Investigadora del Programa de Política Exterior para América Latina y África, en la Universidad Nacional de Rosario. Investigadora del Centro de Estudios Políticos Internacionales de la Fundación para la Integración Federal, Rosario, Argentina. E-mail: picoclon@hotmail.com.


Resumen

La primavera árabeha sido analizada desde diversos abordajes, muchos de los cuales coinciden en afirmar sus diferencias con los procesos revolucionarios precedentes en la región. Por otra parte, existen elementos novedosos que caracterizan esta eclosión política regional, dentro de los cuales pueden destacarse los impactos -directos e indirectos- de la última crisis económica y financiera internacional que determinaron en forma contundente las líneas de acción de las potencias occidentales frente a la primavera árabey el caso de Libia en particular.

Palabras clave

Primavera árabe; Crisis financiera internacional; Nuevas tecnologías; Intervención; Libia.

Abstract

The Arab Spring has been analyzed from different approaches, many of which identify their differences with previous revolutionary processes in the region. Moreover, there are new elements that characterize this regional political blooming, for instance the impacts -direct and indirect- of the latest international financial and economic crisis, that determined the political behavior of Western powers regarding Arab Spring and the case of Libya in particular.

Keywords

Arab Spring; Global financial crisis; New technologies; Intervention; Libya.


I. Consideraciones preliminares

Desde los atentados del World Trade Center a la fecha, el siglo XXI no ha cesado de depararnos sorpresas, dando como resultado un mundo en permanente movimiento. Es así que, cuando se creía superado el shock económico y social producido por la última crisis financiera internacional que tuvo como epicentro a los "faros democráticos" del mundo occidental, la "primavera árabe"tuvo lugar de forma tan inesperada como intempestiva, marcando cambios profundos en la región, así como efectos macro-sistémicos contundentes1. La misma se inició a fines del 2010 con la ola de protestas en contra del régimen tunecino de Zine el-Abidine Ben Alí, después de más de dos décadas de su permanencia en el poder. Posteriormente, tuvo unefecto dominóque impactó sobre las autocracias de mayor data en el norte africano y parte de Medio Oriente. De este modo, el caso de Túnez se constituyó en el comienzo de una larga serie de sucesos que reconfigurarían la escena política regional árabe y magrebí con desenlaces similares, pese a la especificidad de cada uno de los escenarios nacionales que abarcó.

Este proceso originó la desestabilización del antiguo orden autocrático predominante en Medio Oriente y el Magreb, el cual -paradójicamente- por décadas había sido sostenido por los mismos países occidentales que más adelante quisieron poner fin a la autocracia libia bajo argumentos humanitarios. De allí se desprende la primera gran pregunta sobre esta situación: ¿desaparecerán definitivamente las tendencias autocráticas de la región para dar lugar a una ola democrática? ¿Ha marcado la denominada "primavera árabe"2 el comienzo de una era democrática en la región?

En el caso de Libia, la desaparición de Gaddafi de la escena política local, regional e internacional significó el comienzo de una nueva etapa histórica en el país -e incluso la región- para algunos, pero también un alivio para aquellos gobernantes y grupos de poder con intereses puntuales allí y cuya acción externa resultó funcional para desviar la atención de las dificultades domésticas que las principales economías europeas sorteaban y afrontan aún hoy. En el contexto de las revueltas árabes, Libia fue el claro reflejo de cómo jugaron los intereses extraregionales en torno al destino de una de las regiones del mundo considerada el "foco de perturbación" más relevante, dada su importancia estratégica3 así como la concentración de recursos que reviste.

La intervención en los asuntos en este país en particular se realizó en medio de fuertes cuestionamientos domésticos a los principales gobiernos occidentales -Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Italia- debido a su mala gestión de los efectos de la crisis financiera internacional iniciada en el año 2007. De este modo, el mundo árabe y su primavera social emergieron como una oportunidad de redireccionar dichas críticas internas y capitalizar internamente los "éxitos" en materia de política exterior, al menos en los planes (Lechini y Rabbia 2013).

Sin embargo, pasados los hechos más resonantes de la primavera árabe, han quedado abiertos intensos debates no sólo acerca del futuro político de países como Túnez, Egipto y Libia, sino también sobre el rol ejercido durante el proceso de cambio de régimen por parte de los países occidentales y la tendencia del mundo académico y político occidental a asumir que la respuesta final a los "males" del mundo árabe se basa en la democracia.

Desde el estallido de las revueltas en el mundo árabe ha predominado un discurso tendiente a afirmar el nacimiento de la era democrática en la región. No obstante, el futuro político de estos países resulta por estos días no sólo incierto sino también más complejo de lo que comúnmente se asume. Por otra parte, continúan siendo polémicos los argumentos de las potencias occidentales para la intervención en la situación libia en particular y su crudo interés en el futuro de las autocracias de la región. Con la intervención en Libia y los argumentos esgrimidos, incluso a pesar de la propia legalidad internacional, el juego político internacional en el curso de la primavera árabe dio lugar a una versión de sí quizá igual de realista pero menos descarada que la del orden de Posguerra Fría4.

A lo largo de este trabajo nos proponemos analizar una serie de elementos que nos permitan tomar los últimos hechos acontecidos en Libia, e intentar elaborar proyecciones e interpretaciones acerca de su futuro político. En primer lugar, analizaremos los alcances de la denominada primavera árabe, sus particularidades, así como su carácter y el impacto que tuvo en la escena internacional. Asimismo, evaluaremos los argumentos esgrimidos para intervenir en Libia, para así profundizar la relación de estos hechos con el concepto de colonialidad del saber/poder5(Morasso 2011). Finalmente, haremos una aproximación a los debates democráticos en torno al mundo árabe, los cuales han cobrado mayor fuerza desde los eventos de la primavera árabe, principalmente en los círculos académicos occidentales. Para avanzar en esta meta nos remitiremos de una serie de conceptos de diversa extracción: en primer lugar, lo que se denomina la "falacia del factor único",es decir, la necesidad de entender procesos como éste por medio de una multiplicidad de factores intervinientes que de este modo y en forma conjunta pueden explicar la primavera árabe y el rol jugado directa y/o indirectamente por la crisis. En segundo lugar, las nociones de colonialidad del saber/poder que predominan erróneamente en numerosos estudios acerca de las realidades africanas y ha sido funcional a la imposición de "soluciones democráticas", por un lado, y evidencia el uso de la moralpolitik en función de la realpolitik, tal como ha sido el caso de la intervención en Libia, por otro.

II. El mundo árabe-islámico como "foco perturbador"

"Seguramente Mohamed Bouazizi no sabía que con su decisión de prenderse fuego frente a la municipalidad de Sidi Bouzid, estaba dando inicio a uno de los grandes cambios de las últimas décadas, comparable por su profundidad, y por sus consecuencias todavía abiertas, a la caída del muro de Berlín o los atentados del 11 de septiembre de 2001" (AAVV 2012: 9). Un hecho simple, local, pero de consecuencias macro-sistémicas inimaginables hasta ese momento. El proceso de revueltas que se inició en Túnez tuvo un gran potencial expansivo con efectos no sólo inesperados para los autócratas de la región, sino también para sus -hasta ese momento- sostenedores y socios6. Significó un cambio de orden que comenzó en Túnez, con el rechazo popular a la continuidad del linaje de Ben Alí y se extendió rápidamente hacia Argelia, Marruecos, Siria, Bahrein y finalmente Libia, siendo los casos de mayor gravedad los de Túnez, Egipto y Libia, con el fin de las autarquías y la sucesión de escenas de violencia con posterioridad a la caída de sus respectivos gobiernos.

Sus elementos y causalidades son disímiles de los movimientos revolucionarios precedentes en la región; se trata de la primera revolución laica, espontánea y popular de la región, ajena a reivindicaciones religiosas, más allá del rol que algunas agrupaciones político-religiosas -como los Hermanos Musulmanes en Egipto- terminaron jugando. La primavera árabe ha conjugado elementos tanto preexistentes como novedosos, en el contexto de un escenario híper observado debido a su alto valor geoestratégico por su posición geográfica así como por su posesión de vastas riquezas energéticas7.

La primera gran particularidad que podemos mencionar fue la vertiginosidad con que se desarrollaron los acontecimientos y se potenciaron los niveles de protesta. En este sentido el rol cumplido por las redes sociales -reemplazando el protagonismo antes ocupado sólo por los mass media- fue fundamental no sólo en la convocatoria de las manifestaciones sino también en la conjugación de ideas más allá de las fronteras nacionales8. A diferencia de las revoluciones de antaño, las revoluciones en el mundo árabe han hecho sus reivindicaciones en las calles gracias a la red. El desarrollo tecnológico ha actuado así como acelerador natural de los procesos revolucionarios originados en el seno del mundo árabe y sus tradicionales sociedades.

El segundo elemento peculiar ha sido la variedad de actores involucrados en los acontecimientos, más allá de actores tradicionales como partidos políticos, organizaciones religiosas, grupos de interés y grupos de oposición política en general. Desde sus inicios los acontecimientos han aglutinado las voces más diversas: jóvenes profesionales, facciones militares disidentes -sobre todo en el caso libio-, la sociedad civil en general, tribus o clanes, a los cuales además se sumaron los actores tradicionales que, en casos como el de Egipto, terminaron jugando un rol secundario debido a las escasas libertades políticas que gozaron por mucho tiempo y la consecuente inexperiencia heredada de esta situación. Debido a ello, en la mayoría de los casos se organizaron manifestaciones espontáneas de protestas pero sin la existencia de liderazgos definidos como fuera el de Nasser en Egipto -desde 1956- o el del propio Gaddafi en sus comienzos, al inicio de la Revolución Verde en 1969.

Como consecuencia de este segundo elemento, emerge la diversidad de los reclamos,el tercer elemento a considerar. Ésta puso de manifiesto la existencia de desacuerdos variados subyacentes a las estructuras de poder de estos regímenes de larga data, que en los casos particulares de Egipto, Libia y Túnez acumularon tensiones suficientes como para posicionar el cambio total de régimen como un aspecto no negociable de la transformación del país. Esto es lo que Ignacio Ramonet describe "no como una crisis, sino un haz de crisis, una suma de crisis relacionadas íntimamente de manera tal que causas y efectos se entrecruzan y retroalimentan de forma permanente" (AA.VV. 2012: 178).

En cuarto lugar, es importante destacar que la primavera árabe da inicio en un contexto de crisis económica y financiera internacional. "La crisis económica mundial, con sus secuelas de desempleo, reversión de las conquistas sociales, escasez y carestía de alimentos para vastos sectores populares también ha afectado al mundo árabe, contribuyendo a detonar procesos de protesta social" (AA.VV. 2012: 134). La participación de dicha crisis en la primavera se relaciona con lo que Santiago Rico Alba denomina "los efectos antropológicos" (no sólo económicos) de la globalización y un modelo capitalista en crisis desde hace al menos 5 años (AA.VV. 2012). "Los que dicen que las revoluciones árabes son consecuencia de las nuevas tecnologías tienen razón. Los que dicen que son consecuencia de la exclusión económica y social también la tienen. Es necesario enunciar la relación explosiva entre exclusión corporal e inclusión tecnológica para comprender lo que está pasando. En la última década, como sabemos, los precios de los alimentos no han dejado de aumenta en todo el mundo; según la FAO, entre 2000 y 2010 la inflación ha sido de un 105% en términos nominales y un 70.20% en términos reales, con un 184% para el aceite un 116% para el azúcar, un 110% para los productos lácteos y un 60% para la carne" (AA.VV. 2012: 60).

Paralelamente a este aumento del precio de los alimentos, los precios tecnológicos no han dejado de bajar. Como consecuencia de esto, en el mundo regido por los patrones del capitalismo, la capacidad de construir o poseer materialmente se ha vuelto relativamente más pequeña que la posibilidad de imaginar y hacer tecnológicamente, es decir, a través de las redes sociales. "Las nuevas tecnologías, y sobre todo los teléfonos móviles, han jugado un papel decisivo en la construcción de la oposición exclusión/inclusión de la que surge la dolorida espontaneidad revolucionaria" (AAVV 2012: 59). De ello se desprende que la globalización tuvo la doble virtud de lo que Bernard Cassen (2012) denomina la "neutralización del espacio y el tiempo", es decir, la interacción permanente entre lo local y lo mundial por un lado, y el live, la inmediatez que las nuevas herramientas de comunicación tornan irreversible.

En adición, debemos mencionar que los regímenes autocráticos de la región por décadas dependieron a lo largo de su existencia del bienestar de sus economías -generalmente centralmente planificadas- lo cual les dio su principal base de poder y les permitió "extraer o dirigir recursos con libertad" (Gideon 1998: 161). Si consideramos entonces que "tanto la política como la economía contienen dos elementos importantes y vitales que juegan el rol del espíritu y del alma dentro de la estructura de cualquier sistema y sin los cuales no podría subsistir, -estos son: 'la legitimidad' y 'la eficacia'"9- (Monaem Ellafi 2006: 1) y que esta eficacia económica10 fue su principal fuente de legitimidad durante décadas, se deduce que la profundización de los problemas económicos, el aumento del uso de las nuevas tecnologías -o el deseo de acceder a ellas y la consecuente restricción por partes de estos estados- desembocaron en el aceleramiento del proceso de pérdida de legitimidad y estabilidad de estas autocracias.

En resumidas cuentas, dichos regímenes gozaron de legitimidad en la medida que fueron estables y pudieron cumplir sus funciones esenciales, como la defensa, el orden social y el desarrollo económico, incluso a costa del sacrificio de libertades individuales. Gran parte de estos países adoptaron la forma de un Estado policial,cuyos gobiernos ejercían represivamente un control político, económico y social mediante un ejercicio arbitrario del poder de policía, el cual terminó criminalizando las disidencias.

La pérdida de eficacia se sumó al descontento generalizado en materia socio política, dando comienzo a una ola de cimbronazos políticos que respondieron no sólo a causalidades internas sino también se desencadenaron en función de la intervención -directa o indirecta- de las potencias mundiales que resguardaban intereses estratégicos y económicos puntuales en los países afectados, los cuales encontraron en el mundo árabe un foco perturbador paradójicamente no deseado y oportuno a la vez.

III. Argumentos e intereses en torno a la intervención en Libia

La particular situación de Libia en el marco de la primavera árabe y la caída de Muammar al Gaddafi reflejaron -en el marco de una crisis regional más amplia- el salto de las conjeturas académicas occidentales predominantes a su materialización en intereses estratégicos, incluso en formas que trascendieron la legalidad internacional. La creencia de la necesidad de pensar el mundo árabe en clave democrática fue uno de los principales argumentos/justificativos post intervencionistas.

La intervención en Libia se realizó bajo la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para "proteger civiles, hacerles llegar ayuda humanitaria y asegurar la paz y la seguridad internacional". Pero más allá de los argumentos expresos, los intereses estratégicos extra-regionales -fundamentalmente de Europa occidental- así como los impactos de la crisis en sus panoramas internos fueron centrales en la toma de interés de estos actores en la situación de los países de la primavera y especialmente el caso libio.

El caso libio fue un ejemplo de cursos de acción pertenecientes a espectros intermésticos, es decir, donde necesidades domésticas se conjugan con cuestiones de alcance externo y terminan determinando la conducta externa de los estados. Mientras que Estados Unidos11 optó por un papel secundario, buscando ceder el mando y protagonismo de las operaciones a sus aliados y la OTAN, Francia, Gran Bretaña e Italia tuvieron incentivos más importantes para tomar parte en este asunto12.

La violenta respuesta del gobierno libio a las revueltas en el seno del país dieron al entonces presidente francés una oportunidad internacional de cara a sus aspiraciones electorales del año 2012. Nicolás Sarkozy estuvo influido por la necesidad de incrementar su popularidad y de proyectar el poder francés en la región mediterránea, luego del escaso éxito de la Unión Mediterránea, una iniciativa personal de Sarkozy. "Francia había quedado muy descolocada tras su respuesta inicial a las rebeliones en Túnez y Egipto. El Presidente francés pretendió distanciarse de algunas iniciativas de su ex Ministra de Asuntos Exteriores, Michele Alliot-Marie13, quien habría llegado a ofrecer el apoyo de las fuerzas de seguridad francesas para reprimir los actos de la oposición en Túnez, pocos días antes de que el Presidente Ben Ali abandonara el poder. Sarkozy, influido por la necesidad de mejorar su popularidad, (personalizó) en gran medida todas las iniciativas relacionadas con la situación libia. Ha sido un ejemplo de ello la sorpresa que mostró su entonces recién estrenado Ministro de Exteriores, el veterano Alain Juppé, cuando se enteró, mientras participaba de un Consejo de la UE, de las declaraciones del Presidente galo en el que reconocía al Consejo Nacional de Transición libio como interlocutor legítimo (...) Francia al parecer (buscaba) afirmar su papel de líder europeo en política exterior y de seguridad, en contraposición con el papel de poder económico que (estaba) ejerciendo Alemania" (Sorroza 2011: 2).

Gran Bretaña por su parte trabajó en función de que se aprobara la Resolución de la ONU que funcionó como paraguas legal para poder participar de la intervención y salvar las críticas en un contexto intra europeo de recesión económica y reajustes -y recortes presupuestarios en materia de defensa- en que malos antecedentes como Afganistán e Irak estaban a la orden del día. La preocupación política británica se concentró mucho más en Egipto; a Libia por el contrario, le tocó la urgencia intervencionista de vista a la ganancia económica en la era post conflicto. Incluso en plena guerra civil, el gobierno británico ofreció ayuda militar a las fuerzas rebeldes y el Consejo Nacional de Transición a cambio de jugosos contratos en el sector petrolero, los cuales no se habían alcanzado durante los últimos años bajo el mando del clan Gaddafi14.

Al comienzo del conflicto Italia sostuvo un discurso ambiguo hasta que se sondeó la tendencia de sus socios y se perfilaron las probabilidades de éxito de la cruzada contra el líder libio y su ex cercano socio. Estas dos cuestiones fueron tenidas en cuenta en función de los intereses económicos italianos en Libia, los de más larga data entre los países europeos. Pese al Pacto de Amistad (República de Italia 2008) entre ambos países suscripto en 2008, el cual incluía un apartado sobre cooperación en materia de defensa y el establecimiento de mecanismos de cooperación y consulta en foros internacionales, Italia finalmente se preocupó no sólo de no quedar fuera de los negocios post conflicto, sino también de brindar todo el apoyo necesario para asegurar el éxito rebelde una vez rota la alianza con Gaddafi. La actitud italiana respondió en forma primordial a la prima de intereses tradicionales de realpolitik, la cual ha sido un continuum en su política hacia Libia desde su existencia como colonia. En consecuencia, a este objetivo respondió el doble rasero de las declaraciones oficiales italianas y los continuos vaivenes entre la defensa al gobierno jamahirí, el silencio y tender puentes con los rebeldes libios.

Las vastas reservas petroleras libias y la desesperada búsqueda de distracciones a un contexto interno de crisis económica constituyeron un precio razonable para los estados europeos, así como para los intereses privados de igual origen, para asumir el riesgo de ingresar al conflicto y buscar a cualquier precio el triunfo de la contra revolución libia. Más allá de proteger a los civiles, los países europeos con el beneplácito permisivo norteamericano actuaron en pos de un cambio de régimen como parte de lo que ellos han dado en llamar una "ola democrática" que se inició en el mundo árabe y que podría llevar estabilidad a la región, con un aire renovado que satisfaga el inconformismo y el hastío de las sociedades civiles de estos países.

IV. ¿Una primavera democrática en Libia?

"La causa de la intervención humanitaria claramente se ha convertido en una cruzada moral para los liberales intelectuales, quienes parecen enamorados con la idea de la violencia justa (...) Estas intervenciones han absorbido vastas cantidades de recursos que podrían haber sido mejor usados, para propósitos más genuinamente humanitarios mientras que ha aumentado el sufrimiento en los países que han sido objetivo de ellas" (Berube y Gibbs 2012: 2). El problema de este tipo de intervenciones es que no sólo generan distracciones acerca de los asuntos relevantes y urgentes de las realidades domésticas sino que además son justificadas con criterios difusos, enmarcados en una política de doble estándar. Consecuentemente, empeoran las situaciones humanitarias y político sociales internas de los países que son objeto de la intervención, deterioran aún más la legalidad internacional y profundizan las asimetrías de poder mundial ya existentes mediante la imposición de una "ley del más fuerte" en las cuestiones que podrían considerarse de pertinencia mundial, como es el caso de la violación de los derechos humanos.

La intervención en Libia (humanitaria, pro democracia o como se la desee denominar) conjugó una compleja trama de cuestiones que en última instancia derivó en la afirmación generalizada de que el mundo árabe se había alzado en reclamo de democracia. No obstante, debemos preguntarnos si la democracia puede actuar como justificativo del derecho de intervención. ¿Es la inestabilidad político social interna de un país suficiente para invocar el deber de injerencia? ¿Es posible la democracia en Libia después de la "era verde"? ¿Qué pasará con las virtudes del sistema jamahirí?15

En líneas generales, la democracia es una forma de organización en que la titularidad del poder reside en la totalidad de sus miembros; dicha voluntad colectiva se materializa, al menos en teoría, en la elección de representantes del pueblo. Pero Libia posee una realidad política distinta de otros países, ya que su composición es eminentemente "clánica": está compuesta por al menos 150 clanes diferentes16. Este dato no hace más que renovar la pregunta de hacia dónde se dirige Libia. Más allá de la inexperiencia política, se deberá refundar un sistema político por completo si se pretenden derribar todas las estructuras propias del gobierno jamahirí, las cuales han organizado la vida política del país desde 1977.

La democracia como cifra y compendio de la modernidad podría una vez más acarrear como resultado el forzamiento de estructuras políticas para las cuales Libia, dadas sus particularidades culturales, étnicas e históricas -es decir, sus condiciones estructurales- quizá no esté preparada. "Circula profusamente en el debate político actual, la idea de que la democracia está en pleno curso de afirmación en todo el mundo. Esa idea se refiere al hecho de que la mayoría de los gobiernos actuales en el mundo son resultados de elecciones. El voto, en consecuencia, es asumido como la exclusiva institución definitoria de la democracia" (...) Con toda la vital importancia que tiene, sin la presencia de condiciones democráticas en las relaciones sociales básicas, el voto no sólo puede ser objeto de fraude, manipulado, escamoteado..." (Quijano 2000: 17).

Al respecto, especialistas como Dirk Vandewalle (2012) son extremadamente optimistas respecto de la situación política actual de Libia y vislumbran muy buenos augurios en los incipientes logros alcanzados recientemente en el país del norte africano: las elecciones de julio, la elección de un Primer Ministro y la conformación y aprobación de su gabinete. No obstante, esto sigue sin dar respuesta al interrogante acerca de qué pasará con las virtudes del sistema jamahirí y cómo se articulará un gobierno democrático y canalizará a través de él las múltiples demandas y realidades producto de la particular conformación idiosincrásica libia.

La prima de esta idea de que el mundo entero debe leerse en clave democrática no sólo es peligrosa, sino también poco novedosa. Como plantea Quijano (2000) en su análisis de la colonialidad del saber/poder esta tendencia se gestó desde el siglo XV y ha sido el reflejo de un patrón de poder mundial vigente desde la época colonial hasta nuestros días. Es paradójico que incluso en el marco de la crisis financiera y económicainternacional, que ha puesto de manifiesto las consecuencias propias de la pérdida de dominio de los gobiernos nacionales sobre sus propias áreas sensibles, como la economía por ejemplo, y pese a la creciente inestabilidad en el seno de las principales democracias occidentales, se sigue sosteniendo la necesidad de una lectura democrática de las realidades africanas -y ahora del mundo árabe en particular-. No hablamos de que exista una ausencia de alternativas teóricas a la idea y teorización de la democracia occidental, sino más bien advertimos sobre la necesidad de debatir y confrontar las tendencias neoliberales no como una teoría económica sino como el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio, como una síntesis de supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en torno al ser humano, la riqueza, la naturaleza, la historia, el conocimiento, el progreso y la buena vida (Lander 1993).

La idea democrática centrada en la imagen del Estado-nación moderna perteneciente a la corriente eurocentrista se basa en la homogeneizacióncomo elemento básico en términos de experiencias históricas comunes. Hoy más que nunca Libia es una sociedad que se encuentra fracturada y cuyas instituciones nacionales, incluso la militar, se hayan fragmentadas por divisiones de parentesco y regionales. En consecuencia, "Libia carece de sistema político, alianzas, una red de asociaciones económicas u organizaciones nacionales de cualquier tipo" (Anderson 2011: 6).

Tal como señala Berman (2013) existe una errónea tendencia a considerar estas nuevas democracias (o nuevos gobiernos no autocráticos si se quiere) como pizarras en blanco, ignorándose la profunda incumbencia de sus propias dinámicas internas, las cuales han sido heredadas más que elegidas de los regímenes anteriores. En segundo lugar, también suele considerarse que luego del fin de las reglas autocráticas, la tendencia será el camino sin retorno hacia la paz. Por el contrario, los acontecimientos posteriores, tal como lo muestra el caso libio, tienden a generar situaciones totalmente contrarias, propias de la necesidad de reorganización de los procesos políticos, sociales, culturales e incluso económicos del país que muchas veces conllevan recurrentes hechos de violencia.

Los gobiernos post autocráticos en consecuencia, deben no sólo cumplir con la tarea de gobierno sino que muchas veces absorben -por la propia complejidad en que tienen lugar- los "pecados" de las autocracias antecesoras. Un claro ejemplo de ello son las rivalidades tribales en el seno de la sociedad libia y las profundas divisiones multicausales que allí se observan. Es por ello que podemos afirmar que resulta apresurado pensar que la democracia libia (en su concepción occidental) ha comenzado un camino directo al éxito, debido entre otros temas a la ausencia de una identidad nacional que permita asumir que será fácil y rápido alcanzar toda meta de gobierno.

Cualquier sistema que se conciba para este particular país, deberá partir desde una base de cero-Estado, de la inexistencia de instituciones del Estado, porque en el gobierno jamahirí Gaddafi mismo encarnaba el Estado y la Justicia. La democracia liberal, así como cualquier forma de gobierno elegida en forma libre, requiere más que la mera formalidad del cambio de gobierno, es decir, requiere un cambio profundo en todas las esferas de la sociedad que resguardan los patrones negativos propios de los gobiernos precedentes. En el caso de Libia nos referimos a la falta de cohesión social y gubernamental, la falta de confianza en las instituciones y la carencia de capacidades de la sociedad en general para encauzar sus necesidades y opiniones a través de estos nuevos canales de comunicación entre sociedad y Estado.

La seguridad será el otro tema de relevancia: con la desaparición física del líder de la Revolución, miles de armas han quedado esparcidas por el territorio libio, en manos de personas tan disimiles entre sí como sus propias ideas. Es un escenario dominado por decenas de milicias que se niegan al desarme y aún tiñen el espacio libio de muertes y enfrentamientos armados17. Uno de los hechos más trascendentes tuvo lugar en el mes de septiembre de 2012, cuando el Embajador norteamericano en Libia, Christopher Stevens -quien había además actuado como representante durante la guerra civil ante el Consejo de Transición- fue muerto en el consulado de Estados Unidos en la ciudad de Bengasi durante un asalto armado de milicianos islamistas radicales. Más aún, el canciller francés Laurent Fabius manifestó entonces a las autoridades libias que la democracia no podrá existir sin seguridad, prometiendo ayudar a restaurar el control estatal.

Por otra parte, el nuevo gobierno deberá enfrentarse a un país con divisiones internas y regionalismos muy marcados (la histórica división entre el Fezzan, Cirenaica y la Tripolitania). ¿Cómo se canalizarán las expectativas de los más de 150 clanes y/o tribus que predominan en la idiosincrasia libia? ¿Cómo se legitima un gobierno cuando disputa su poder con las lealtades regionales y sus usos y costumbres? ¿Será el parlamentarismola fórmula más idónea de integrar todos los colectivos sociales del territorio libio? Sabemos que los diferentes tipos de gobierno no sólo representan una forma de organización de las instituciones y sus reglas; también suelen ser un reflejo de la conformación del Estado, ya que el Estado como tal es la condición especial de un cierto grupo de relaciones entre hombres (Sirvent Gutiérrez 2008). Si el Estado como hecho social es la integración de una población, en un ámbito territorial determinado podemos afirmar entonces que el primer gran desafío del nuevo gobierno libio será lograr esta integración para asegurar la continuidad de su propia existencia.

Dejar atrás más de cuatro décadas de autocracia no será tarea simple, aunque la posesión de vastos recursos energéticos resultará una herramienta muy útil para la concreción de nuevas metas nacionales, en tanto y en cuanto los recursos nacionales no sean dilapidados en manos de socios extranacionales y actores con vocación "energívora". En este sentido, la educación en general y civil en particular, serán aspectos claves para recomponer el tejido social necesario para la superación de los resabios de la era verde en Libia.

Por otra parte, el futuro político libio deberá encontrar su propia fórmula nacional y africana en materia política, ya que la imposición de esquemas que le son ajenos culturalmente es una práctica bastamente aplicada y fallida en muchas naciones del continente africano. Esperemos que una vez más, no se vea repetida la historia.

Notas

* El presente trabajo es parte de una investigación más amplia, que se encuentra en desarrollo en el marco del Programa de Política Exterior para América Latina y África, en la Universidad Nacional de Rosario.

1 Recomendamos observar una interesante línea de tiempo interactiva disponible en: www.guardian.co.uk/world/interactive/2011/mar/22/middle-east-protest-interactive-timeline.

2 Existe un enconado debate en torno al término "primavera árabe". Existen académicos que consideran al mismo como un elemento impuesto mediáticamente, el cual carece de asidero en la realidad debido a que se intenta equiparar los sucesos árabes con las "primaveras europeas" de la década del ochenta, posteriores a la caída del muro de Berlín. No obstante, en el presente trabajo se utilizará el término para señalar el conjunto de revueltas desde diciembre de 2010 a la fecha, en los países del norte africano y Medio Oriente, el cual marcó el florecer no de la democracia en la región sino de una sociedad civil subyugada por décadas al poder de las autocracias prevalecientes.

3 Como plantea Raimundo Delaunoy, por su ubicación geográfica, el Magreb aparece como una zona geopolítica de alta importancia y, por lo mismo, se convierte en un área estratégica. No sólo se constituye como un punto de encuentro entre los estados que lo integran, sino también entre las diversas culturas, razas y religiones colindantes.

4 En palabras de Pérez Llana (1992), en el llamado "orden viejo" internacional el principio de la no-intervención muchas veces se violó, pero quien lo hizo al menos fue condenado moralmente por la opinión pública internacional. Con la emergencia del llamado "nuevo orden internacional" en un contexto de Posguerra Fría y signado por la intervención internacional liderada por Estados Unidos en la primera Guerra del Golfo Pérsico, el principio de la no-intervención comenzó a ser erosionado de cara a la aparición del denominado deber de injerencia, concretamente en relación a la aplicación, defensa y vigencia de los derechos humanos. Uno de los principales problemas que ha enfrentado este principio ha sido la influencia determinante que los países más poderosos oponen en numerosos organismos internacionales que poseen en sus manos la capacidad decisoria de las líneas de acción intervencionistas. Asimismo, la legalidad internacional también ha sido victima de manipulaciones interpretativas, destinadas a ajustar la normativa internacional vigente a los intereses geoestratégicos de las potencias interventoras.

5 La colonialidad del saber consiste en lo que Quijano denomina una colonización del imaginario de los dominados, es decir, la dominación a lo largo del tiempo sobre los modos de conocer, de producir conocimientos, de producir perspectivas, imágenes y sistemas de imágenes, símbolos y modos de significación y que ha derivado en la aplicación de los mismos patrones de análisis para escenarios tan disímiles como el europeo y el africano, por ejemplo. La imposición de estos esquemas terminan siendo funcionales a las lógicas de dominación mundiales de los países poderosos.

6 Nos referimos no sólo a Europa Occidental y Estados Unidos sino también a Rusia.

7 Tan sólo Argelia, Libia, Egipto, Siria, Irak, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Kuwait e Irán concentran más del 30% de la producción total mundial de crudo.

8 El uso masivo de internet aceleró el llamado "efecto contagio", permitiendo no sólo movilizar a las sociedades a través de su articulación y coordinación por estos medios, sino también acercando las experiencias de otros países a las realidades locales que le han impreso su propia impronta.

9 Cuando estos dos elementos arrojaron como balance la incapacidad por parte de estos gobiernos para absorber las tensiones provenientes de la sociedad civil, realizar ajustes, satisfacer necesidades y dar respuestas a demandas puntuales, su desestabilización -y posterior caída- fue la respuesta a su incapacidad para controlar los elevados índices de pobreza, la desigualdad, la distribución inequitativa de la renta y los altos niveles de desocupación, entre otras tensiones internas. Léase un artículo interesante al respecto: Monaem Ellafi, Abdel. "Libia: La inflación política... entre 'emitir legitimidad' y 'producir eficacia'", disponible en www.webislam.com.

10 En gran medida asegurada no por una administración eficiente de recursos sino más bien por la disposición excedentaria de éstos.

11 Pese al bajo perfil jugado en los sucesos, Estados Unidos siguió de cerca la evolución de los hechos, sobre todo por su preocupación en relación a los integrismos islámicos. Por mucho tiempo estas autocracias fueron sostenidas por los países occidentales pues eran funcionales a sus objetivos de seguridad regional, tal son los casos de Bahrein y Egipto.

12 Históricamente estos tres países han mantenido un vínculo ya sea de cooperación económica o de confrontación con Libia, en el cual han primado casi siempre los aspectos económicos y financieros. Italia en particular, incluso durante el período de Guerra Fría y de mayor desinserción libia debido a su vinculación con agentes de terrorismo internacional, sostuvo vínculos crecientes predominados por las cuestiones económicas y financieras. No obstante, debido a la cercanía y la ubicación estratégica libia, la historia del país magrebí se encuentra en profunda conexión con el desarrollo de los acontecimientos sociales, económicos y políticos europeos; primero como colonia, luego como protectorado y finalmente como Estado independiente dentro de su esfera de influencia, al ser considerada puerta de acceso al continente africano y europeo.

13 La llamada "dama de hierro de Nicolás Sarkozy inicialmente ofreció ayuda armamentística e incluso de inteligencia a los gobiernos autoritarios de Túnez y Egipto. Tras la caída de estos y la trascendencia de su relación cercana con el autócrata tunecino Ben Alí, presentó su renuncia en febrero del año 2011 tras sólo 3 meses de gestión.

14 Léase al respecto el interesante informe sobre las perspectivas del mercado libio, redactado en septiembre de 2011 por Kilian Bälz, disponible en www.mondaq.com.

15 Libia es un país cuyo pueblo alcanzó en los últimos años uno de los niveles de vida más altos de África, como resultado del plan de gobierno de Muammar al Gaddafi. A través de la gestión de las riquezas naturales benefició a los estratos más pobres de la sociedad a la vez que se ganó numerosos enemigos. Entre sus aciertos, el gobierno jamahirí elevó el papel de la mujer en la sociedad y les abrió el camino a las universidades -junto a los libios de menores ingresos-. También supo aprovechar que Libia posee el segundo acuífero del mundo -situado entre las fronteras de Sudán y El Chad, bajo las arenas del desierto- para construir un canal que lleva el agua hasta la costa del Mar Mediterráneo, en la zona de Bengasi, transformando su enorme litoral en una franja verde de cerca de 200 kilómetros donde se ubican las ciudades libias, desde la frontera con Túnez hasta la frontera con Egipto. Utilizó el petróleo como herramienta de negociación internacional y los beneficios de su explotación para la promoción de inversión externa directa en los sectores no petroleros del país, como el turismo y el sector agrícola; destinó miles de millones de petrodólares para incrementar el poder africano y asistir a sus vecinos más pobres, lo cual le valió el apodo de "Rey de Reyes" en el continente. Entre sus excesos, se cuentan la falta de libertades políticas, la represión, persecución y muerte de los enemigos del régimen y el enfrentamiento con sectores de las fuerzas armadas, la clase media libia y algunos clanes del país, debido a la concentración de poder en sus manos, como líder de la Revolución. También cuentan la corrupción, la entrega del control de sectores claves de poder a las tribus aliadas a su gobierno, sus excentricidades y la de su familia y el apoyo a las empresas internacionales destinadas a posicionar al país como líder de la región y el continente africano con un discurso antioccidental, que sin embargo suavizó post 11-S.

16 Incluso a pesar del cese al fuego del mes de marzo, día tras día se repiten los enfrentamientos entre diferentes tribus, especialmente en el sur del país. Estos enfrentamientos están enraizados por un lado en los importantes recursos de sus respectivas regiones y por la lucha del poder regional por otro.

17 Los abusos de derechos humanos -por los cuales se derrocó a Gaddafi- continúan vigentes, cientos de prisioneros de guerra continúan detenidos en centros de detención ilegales, donde son maltratados, torturados e incluso condenados a muerte extrajudicialmente.

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Notas periodísticas

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Documentos y Resoluciones

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