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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.19 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2014

 

ARTÍCULOS

Las elecciones presidenciales y parlamentarias Chilenas 2009-2010: entre la sorpresa electoral y los desafíos políticos

 

por María de los Ángeles Fernández Ramil* y Fernando Rubilar Leal**

* Cientista política de la Universidad Central de Venezuela, Magister en Ciencia Política de la Pontifica Universidad Católica de Chile y estudios de Doctorado en Procesos Políticos Contemporáneos de la Universidad de Santiago de Compostela (España). Es directora ejecutiva de la Fundación Chile 21. Fue presidenta de la Asociación Chilena de Ciencia Política (2000-2002) e integró el Grupo de Trabajo para la Reforma Electoral (Comisión Boeninger) en el año 2006. E-mail: mangeles.fernandez@chile21.cl.
** Cientista Político de la Universidad Diego Portales, con Máster en Análisis Político en la Universidad Complutense de Madrid. Investigador asociado del Observatorio Electoral de la Universidad Diego Portales (UDP), de la Fundación Chile 21 y del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC). E-mail: frubilarl@gmail.com.

 


Resumen

Este trabajo tiene como objetivo dar cuenta del proceso electoral que se dio en Chile previo a las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2009-2010. Sostenemos que dicho proceso resulta necesario para comprender los resultados de las elecciones, ya que permite comprender tanto el impacto de la victoria de Sebastián Piñera, llevando a la derecha al poder después de 52 años, como la derrota protagonizada por la Concertación de Partidos por la Democracia, coalición de centro-izquierda que venía gobernando el país desde el retorno a la democracia en 1990.

Palabras clave: Elecciones; Participación; Concertación; Alianza; Chile

Abstract

The aim of this article is to shed light on the electoral process that occurred in Chile prior to the presidential and parliamentary elections of 2009 and 2010. It argues that this process is necessary to understand the results of the elecctions and the impact of Sebastian Piñera's victory, bringing the right back to power after 52 years and the Concertacion's defeat, the centre-left coalition that had been governing the country since the return to democracy in 1990.

Key words: Elections; Participation; Concertación; Alianza; Chile


 

I. Introducción

Las elecciones presidenciales chilenas de 2009-2010, tanto en su primera vuelta (13 de diciembre de 2009) como en la segunda (17 de enero de 2010), supusieron para muchos un cambio sustantivo del panorama político chileno por varias razones. La primera es que la Concertación de Partidos por la Democracia1, coalición de centro-izquierda que venía gobernando el país desde el retorno a la democracia durante cuatro gobiernos consecutivos, dejó de dirigir el ejecutivo por primera vez. Así, la derecha, encabezada por el multimillonario Sebastián Piñera, perteneciente al partido Renovación Nacional (RN), uno de los dos partidos fuertes de la coalición2 que le sirvió de sustento, volvió a la cabeza del gobierno después de 52 años ausente en el poder. Este no es un dato menor, ya que la derecha chilena batió un record al ser elegida con el 51,6% de los votos, mientras que en su anterior victoria solo resultó electa con el 31% de los votos, cuando Jorge Alessandri era su candidato (Lagos 2010). Con la llegada de la derecha a la presidencia por 3,2% de diferencia, no solamente se concretó en Chile el principio de la alternancia, sino que algunos llegaron a señalar que su elección vendría a marcar el fin de la transición chilena (Lagos 2010).
Por otra parte, se destacó que la segunda vuelta fue la elección presidencial en donde votó válidamente la menor cantidad de ciudadanos desde 1988, momento en que comenzó a funcionar el nuevo padrón electoral (Lagos 2010, Morales y Navia 2010)3. Este fue un hecho significativo que puso al sistema político chileno en entredicho. En cierta forma, las elecciones se han venido realizando cada vez con un porcentaje menor de participación, lo que afecta directamente a la legitimidad que la ciudadanía le confiere al sistema. En el fondo, y tal como lo sostiene Lagos (2010), los presidentes se eligen con menor votación, algo contradictorio con la idea de participación e importancia que se le ha conferido al voto en las democracias contemporáneas. Para dicha autora, el verdadero mandato para el entonces nuevo presidente, distinto al que parecía evidente por sus promesas de campaña explícitas centradas en crecimiento económico y seguridad ciudadana, sería "cambiar la política para que los ciudadanos se involucren".
Asimismo, algunos autores, como Morales y Navia (2010), señalaron que dichas elecciones estaban llamadas a pasar a la historia, independientemente de su resultado, argumentando que quien resultara electo presidente debería encabezar los actos del Bicentenario de Chile, en septiembre de 2010 y, por otro lado, marcaban el fin del período presidencial de la primera mujer en llegar a la presidencia, Michelle Bachelet. Más allá de los resultados electorales concretos, la elección contenía importantes componentes simbólicos.
Sin embargo, a pesar de todas las expectativas generadas con el cambio de gobierno, los hechos desdibujarían el panorama provocado por la euforia en torno a la elección de Sebastián Piñera y mostrarían que los cambios políticos y sociales no iban a ir de la mano con el nuevo gobierno, pero que tampoco significarían un potenciamiento de las bases de apoyo de la derecha; más bien, el nuevo período que se presentaba estaría lleno de movilizaciones sociales que dejarían en entredicho al sistema, no sólo desde la perspectiva del descrédito creciente de las instituciones políticas sino que también marcaría una lógica de mayor participación en movilizaciones de carácter social y político desde los márgenes de la política oficial. De esta manera, los "sorprendentes" resultados observados en las elecciones de 2009- 2010 no serían más que síntomas que forman parte de un proceso que se venía dando con anterioridad. La culminación de este proceso no se detuvo con las elecciones de 2009-2010, ya que también se observó en las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales de 2013, donde la Concertación vuelve al poder con una amplia victoria de Michelle Bachelet sobre Evelyn Matthei, candidata presidencial de la coalición de derecha4.
Por esta razón, las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2009- 2010 no fueron tan "sorprendentes" ni tan rupturistas con las tendencias que se venían dando en el país. A pesar del cambio observado en la coalición gobernante, existían elementos previos que daban cuenta de un proceso de desafección, descontento y fatiga que se venía arrastrando en el país, los cuales la clase política pasó por alto. Sostenemos que, para entender los resultados de las elecciones de 2009-2010, es necesario revisar el proceso electoral previo que vivió Chile y que permite explicar el impacto que tuvo la victoria de Sebastián Piñera en las elecciones presidenciales, así como la derrota sufrida por la Concertación. La primera parte da cuenta de cómo se han desarrollado las elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile desde el retorno a la democracia. Para esto, se subraya la alta estabilidad lograda por la Concertación durante la década del noventa y las tensiones electorales que se comienzan a vivir desde la elección presidencial de 1999 donde, por primera vez, la Concertación se ve forzada a competir en una segunda vuelta electoral. Un llamado de atención previo lo tuvo la otrora coalición gobernante en las elecciones parlamentarias de 1997, donde la Concertación perdió cerca de un millón de votos. En segundo lugar, se contextualiza el momento electoral de 2009 y se dan a conocer algunos hechos relevantes que finalmente desencadenaron la primera derrota presidencial de la Concertación. La tercera parte evalúa los principales efectos que tuvieron las elecciones parlamentarias y presidenciales en el sistema político, señalando el realineamiento de las fuerzas electorales, así como los problemas de participación y la deslegitimización progresiva del sistema político como un todo, que ya se venía arrastrando desde hace más de una década. Finalmente, se realiza un breve análisis de lo que fue el gobierno de Sebastián Piñera. En este documento no se aspira a establecer una explicación única respecto al resultado de las elecciones 2009-2010 sino más a bien mostrar una serie de procesos, ya sean de corto plazo como de largo plazo, que desencadenaron dicho momento político y social en Chile, momento que no se limitó a la debacle electoral, sino que también a una profunda ola de manifestaciones, rechazo a las instituciones y más "sorpresas" electorales por venir.

II. Elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile desde 19905

Desde el retorno a la democracia, en 1990, se han desarrollado cinco elecciones presidenciales en Chile, de las cuales en tres ocasiones se tuvo que recurrir al mecanismo de segunda vuelta electoral, también conocido como ballotage, al no alcanzar ningún competidor el 50% + 1 de los votos en la primera ronda. La Concertación resultó ganadora en cuatro elecciones presidenciales consecutivas, transformándose de esta manera en la coalición política más exitosa del país y una de las más exitosas a nivel latinoamericano6.
Tanto en la presidencial de 19897 como en la de 1993, la Concertación logró una amplia victoria sobre la coalición de derecha. En ambas elecciones, los competidores de la Concertación pertenecieron al PDC (Partido Demócrata Cristiano), uno de los partidos que jugó un rol clave en la transición democrática que vivió Chile a comienzos de los años '90. Patricio Aylwin, candidato en la presidencial de 1989, obtuvo un 55,2% de los votos, contra un 29,4% del candidato de derecha Hernán Büchi (quien fue ministro del régimen militar) y un 15,4% del empresario y candidato independiente Francisco Errázuriz. De esta manera, Aylwin se convierte en el primer presidente de la redemocratización en Chile. A pesar de los problemas inherentes a un proceso de transición de un régimen autoritario a uno democrático, el gobierno de Aylwin introdujo un conjunto de reformas que permitieron democratizar las instituciones e impulsar políticas de crecimiento económico y diversas iniciativas con el fin de reducir los niveles de pobreza, que eran sumamente altos y fueron heredados de la dictadura (Navia 2006).
El "exitoso" proceso de transición llevado a cabo por la Concertación en los primeros años de democracia, acompañado de un desarrollo económico beneficioso para el país, garantizó una amplia victoria de la coalición en las contiendas presidencial y parlamentaria de 1993. Para la elección presidencial de dicho año se presentaron seis candidatos. El candidato oficialista fue Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo de Eduardo Frei Montalva, presidente de Chile en el período 1964-1970 y uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano. Por otra parte, el principal candidato de la oposición fue Arturo Alessandri Besa, nieto de Arturo Alessandri Palma (Presidente de Chile entre 1920 y 1925 y entre los años 1932 y 1938), y sobrino de Jorge Alessandri Rodríguez (Presidente de Chile entre los años 1958 y 1964), quien además fue el último presidente de derecha en el país hasta la llegada de Sebastián Piñera. Para convertirse en candidato presidencial, Frei derrotó a Ricardo Lagos en unas elecciones primarias. Luego de ello, se impuso en la elección presidencial con un 58% de los votos, el resultado más alto alcanzado por la Concertación en unas elecciones presidenciales y el resultado más alto logrado por una persona en la historia de las elecciones presidenciales en Chile (Navia 2006). En el gobierno de Eduardo Frei, Chile experimentó la primera recesión económica desde la dictadura. No obstante, su gobierno logró profundizar la democracia y un desarrollo económico importante, a pesar del escenario adverso, que se observa en una caída sustantiva de la pobreza a fines de su administración y un crecimiento económico que promedió un 5,5% (Navia 2006, Madrid y Navia 2010).
Para las presidenciales de 1999, la Concertación, con Ricardo Lagos de candidato, se ve forzada por primera vez a competir en una segunda vuelta electoral. En la primera vuelta, Lagos se impuso sobre el candidato UDI, Joaquín Lavín, por apenas un 0,5% de los votos, no logrando obtener así el 50% + 1 de la votación. Por lo tanto, ésta viene a ser la primera elección realmente competitiva para la Concertación, así como la primera elección que pone en paréntesis su continuidad. La irrupción de Joaquín Lavín en la arena fue, sin lugar a dudas, un elemento fundamental para explicar este nuevo escenario de competencia electoral. Sin embargo, y tal como han sostenido algunos autores (Huneeus 1998, Morales y Navia 2010), desde las parlamentarias de 1997 que se comienzan a dar los primeros signos de malestar por parte del electorado con la Concertación. De hecho, para las parlamentarias de 1997, la Concertación perdió cerca de un millón de votos en comparación a las parlamentarias del año 1993. A su vez, hubo un 17,8% de votos nulos y blancos, mientras que en 1993 éstos alcanzaron sólo un 8,8%. A todo esto se suman altas tasas de abstención y no inscripción en los registros electorales (Huneeus 1999). Estos resultados dan cuenta de un proceso de desencanto que comenzó a hacerse más patente en Chile y que tuvo su expresión, además, en una serie de publicaciones académicas o libros que se convirtieron en verdaderos best-sellers, que daban cuenta de los problemas que enfrentaba la transición democrática en el país, donde la calidad de la política y la democracia pasaron a ser problemáticas fundamentales de esta "segunda fase de la transición" (ver Moulián 1997, Jocelyn- Holt 1998, Huneeus 1999, Menéndez- Carrión y Joignant 1999).
Asimismo, Ricardo Lagos enfrentó la elección cuando el presidente saliente, Eduardo Frei, tenía apenas un 28% de aprobación según la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), la aprobación más baja de un presidente desde el retorno a la democracia en esos momentos. Como se mencionó, los últimos años de Frei atravesaron un fuerte período de crisis económica por el impacto de la "crisis asiática", que afectaron el desempeño de la economía (Madrid y Navia 2010). Por lo tanto, en este escenario altamente competitivo, el candidato de derecha bien pudiera haberse visto beneficiado por este contexto desfavorable para el oficialismo. Joaquín Lavín supo aprovechar este difícil contexto socioeconómico que enfrentaba el país y lo utilizó a su favor con un discurso tendiente a la renovación de la política (con un eslogan titulado "vientos de cambio") y un énfasis en los problemas "concretos" de las personas. No obstante, para la segunda vuelta electoral, Ricardo Lagos pudo imponerse al candidato derechista con un 51,3% versus un 48,7%. Esta elección supuso un hito por dos factores más: por un lado, "representó la primera ruptura de los alineamientos heredados del régimen militar (dictadura-democracia) dado que un candidato de derecha lograba penetrar en grupos de votantes de sectores populares, particularmente mujeres" y, por otro, "fue la primera elección presidencial con uso intensivo de técnicas de mercadotecnia electoral" (Araya 2005: 205). Igualmente, como en la anterior elección de 1993, el candidato concertacionista Ricardo Lagos emergió de primarias, en las que se enfrentó al demócratacristiano Andrés Zaldívar. De hecho, es la Concertación de Partidos por la Democracia la única de las coaliciones en Chile que, desde 1990, ha realizado primarias presidenciales para elegir a su abanderado: en 1993, 1999 y 2009.
El estrecho resultado alcanzado por Lagos en las presidenciales de 1999 generó una fuerte idea de que la Concertación podría entrar en un ciclo de agotamiento que terminaría con el traspaso del mando hacia la derecha en unas futuras elecciones (Navia 2006). Además, Ricardo Lagos fue el primer presidente socialista electo democráticamente después de Salvador Allende, lo que reforzó aún más este escenario de incertidumbre respecto al futuro de la coalición gobernante.
El desempeño de Lagos en el gobierno contradijo rotundamente esta tesis. De hecho, su gobierno fue, de acuerdo a Navia (2006: 3), "fiscalmente conservador, comercialmente integrador al mundo, tecnológicamente avanzado, cultural y socialmente progresista, y políticamente de izquierda". Esto se observa en los sucesivos intentos por reducir la pobreza y generar mayor igualdad (como lo venía prometiendo desde que era candidato), así como diversas iniciativas emblemáticas tales como la reforma judicial, una reforma a la salud que garantizaba el acceso universal a prestaciones de servicios, la legalización del divorcio y la firma de un tratado de libre comercio con Estados Unidos, el cual implicó un alejamiento con los países de América Latina, entre otros. Todos estos aspectos hicieron que la imagen de Lagos comenzara a verse beneficiada en diversas encuestas de opinión pública y su gestión calificada como una de las mejores desde el retorno a la democracia. Esto también se puede explicar por cuestiones políticas, como la postura que adoptó frente a la guerra de Irak al no apoyar la declaración de guerra por parte de Estados Unidos (Huneeus y Rubilar 2011), así como por ser un presidente altamente interesado en proyectar su gestión como un legado para el Bicentenario y generar una imagen como un líder sólido del país (Morales y Saldaña 2008). A su vez, Lagos fue un presidente que se preocupó por la continuidad de la Concertación, buscando generar los liderazgos y la competencia desde el interior de su gabinete. De hecho, de éste emergieron como sus posibles sucesoras dos mujeres: Soledad Alvear, primera mujer en ocupar un cargo ministerial en 1990 y que había sido su Ministra de Relaciones Exteriores y Michelle Bachelet, su Ministra, primero de Salud y luego, de Defensa. El ascenso de ésta última como una figura presidenciable se explica en gran medida por los intentos de Lagos por generar una continuidad a la coalición de gobierno (Huneeus y Rubilar 2011), haciendo uso de su alta popularidad y ejerciendo un liderazgo sobre los partidos oficialistas. Para las presidenciales de 2005, por primera vez los votos de la Alianza superan a los de la Concertación. Si bien la Alianza compitió con dos candidatos presidenciales, Joaquín Lavín (UDI) y Sebastián Piñera (RN), ambos sumaron el 48,4% de los votos, mientras que Michelle Bachelet, la candidata de la Concertación, logró un 45,96% de los votos válidamente emitidos. Nuevamente, la Concertación se vio forzada a competir en una segunda vuelta y con un escenario improbable. No obstante, los roces que se produjeron en el interior de Alianza, ya que Sebastián Piñera pasó a segunda vuelta, algo que fue visto por los electores UDI como una traición debido a que ellos venían proyectando la imagen de Lavín desde las presidenciales de 1999, generó una división en la coalición opositora que terminó garantizando un cuarto triunfo del oficialismo.
En segunda vuelta, Michelle Bachelet logró un 53,5% y se impuso sobre Sebastián Piñera, quien obtuvo un sustantivo 48,7% de las preferencias. Esta alta votación lograda por Piñera llamó la atención, ya que él se había puesto a competir recién en el último año electoral, dejando fuera de competencia a Joaquín Lavín, que venía con proyecciones desde las elecciones de 1999. Por otra parte, se ha argumentado que la condición de mujer de Michelle Bachelet generó una mayor "solidaridad de género" entre las mujeres que votaron, lo que finalmente terminó incidiendo en su elección como la primera mujer Presidenta de Chile (Izquierdo y Navia 2007, Morales 2008). Un factor adicional fue la decisión de "politizar" la campaña, en contra el "enfoque ciudadano" que se le dio en primera vuelta. La decisión de plantearla en el marco de la disputa entre las dos coaliciones refuerza la idea de que "el eje autoritarismo-democracia que se instaló en Chile a partir del 1988 sigue vigente, entregándole dividendos políticos a la Concertación" (Gamboa y Segovia 2006: 111). Finalmente, se debe resaltar el factor del voto comunista. Tanto para la victoria de Lagos como para la de Bachelet, el voto comunista jugó un rol relevante en asegurar un porcentaje necesario para que la Concertación lograra la presidencia en segunda vuelta. Por ejemplo, para la segunda vuelta de 2007, el 88% de los comunistas señaló haber votado por Michelle Bachelet8.

III. 2009: un escenario electoral empinado

La Concertación, las primarias y la irrupción de otras candidaturas

¿Era inevitable una derrota para la Concertación de partidos por la Democracia? La coalición de centro-izquierda había gobernado exitosamente el país por veinte años. Aunque se evidenciaban signos de desgaste y pese a que la derecha había dado señales, en elecciones previas, de erosionar su poder electoral a nivel parlamentario y municipal, el resultado adverso podría haberse evitado. La sangría electoral y los problemas sociales ya eran evidentes desde 1997. Según Lagos (2010), "la Concertación pierde 363 mil votos respecto de la elección de Michelle Bachelet y la derecha gana 87 mil votos respecto de la primera vuelta de Joaquín Lavin en 1999, que es la elección en que la derecha había obtenido más votos hasta el domingo 17 de enero de 2010, cuando Piñera gana con 2.582.000 votos, la mayor cantidad de sufragios recibidos por la derecha hasta hoy". Ello ha llevado a algunos a afirmar que no ganó la derecha, sino que perdió la Concertación.
Para Morales y Navia (2010), la Concertación tenía todas las chances de asegurar un quinto mandato en la elección presidencial de 2009. Esto debido a que las explicaciones de largo, mediano y corto plazo tendían a una continuidad de la coalición centroziquierdista. Es decir, históricamente, Chile ha sido un país mayormente inclinado a votar por candidatos de la centroizquierda (factor de largo plazo). Igualmente, la coyuntura histórica autoritarismo-democracia, que se inició con el plebiscito de 1988, favorecía sustantivamente a la Concertación (factor de mediano plazo). Finalmente, la alta popularidad de Michelle Bachelet y el buen manejo económico de su gobierno auguraban una continuidad de la coalición al mando del país (factores de corto plazo). Con base en esto, era mucho más probable un quinto gobierno de la Concertación que un viraje en la coalición gobernante. A pesar de que Piñera estaba bien posicionado en las encuestas, esto tampoco era garantía de que pudiera ganar, tal como lo mostró el caso de Lavín para las presidenciales de 2005, por lo que ese no era un factor relevante al momento de explicar un posible triunfo de la derecha. La expectativa de triunfo se veía reforzada porque "las variables más robustas para explicar la intención de voto, en las elecciones de 1999 y 2005, fueron la aprobación presidencial, las evaluaciones sobre el estado de la economía y el autoposicionamiento de los encuestados en el eje ideológico izquierda-derecha" (Briceño, Morales y Navia 2009: 17-18). En síntesis, el resultado era evitable por cuanto, "un año antes de la elección, la Concertación aparecía como gran favorita para ganar las elecciones" (Morales y Navia 2010: 20).
No obstante, durante el año 2008 comienzan a hacerse patente las heridas y grietas al interior de la elite concertacionista. En primer lugar, la decisión de competir en las elecciones a concejales de 2008 con dos listas separadas tuvo un alto costo. Tanto en términos electorales, porque no modificó sustantivamente su votación, como en términos políticos, porque la coalición se mostró como un conglomerado con pugnas internas irremediables rompiendo su monolítica disciplina electoral, generó una imagen ante la opinión pública como una estructura que privilegiaba los intereses partidarios por sobre los intereses de la coalición (Contreras 2010).
De igual manera, en la elección de alcaldes, la Alianza superó en su votación a las dos listas de la Concertación, 40,7% versus un 38,4%, a pesar de que en términos numéricos la Concertación había obtenido un mayor número de alcaldes, 147 contra 144. Sin embargo, para la Alianza y la opinión pública, esto generó dudas respecto al liderazgo de la Concertación y su supremacía como coalición exitosa, dejando una sensación de triunfo para la Alianza (Morales y Navia 2010). El episodio de las dos listas podría haber quedado como una lección importante para la unión de la coalición oficialista. No obstante, la Concertación siguió mostrando signos de no entender el panorama políticoelectoral que se acercaba con las elecciones de 2009. Así, al no tener un candidato claro para la elección presidencial, se decidió realizar una primaria electoral el 5 de abril de 2009, aunque acotada a dos regiones (O'Higgins y Maule). Para dicho proceso, se acordó que cada bloque presentaría su propio candidato. Frente a esto, Jorge Arrate comenzó a pedir apoyo para competir como candidato por el PS, mientras que Marco Enríquez-Ominami también manifestaba su interés en competir en las primarias (Contreras 2010). Sin embargo, Eduardo Frei compitió por el bloque PS-PPD-PDC, mientras que José Antonio Gómez compitió por el PRSD, resultando electo Frei con un 64,9% contra un 35,1% del candidato radical. Así, Eduardo Frei se erigió nuevamente como candidato de la Concertación.
Los coletazos de estas elecciones primarias no se dejaron esperar. Rápidamente, Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate se salieron de la Concertación para competir en las presidenciales. Marco Enríquez-Ominami lo hizo de forma independiente, mientras que Jorge Arrate se consagró como candidato del pacto Juntos Podemos (que aunaba a una serie de movimientos y partidos de izquierda). A esto se sumó la salida de la Concertación de algunos senadores y diputados, así como de otros políticos que querían competir en las presidenciales, aunque finalmente no lo hicieron pero sí se desligaron de la coalición oficialista de entonces (Adolfo Zaldívar, ex PDC, y Alejandro Navarro, ex PS). De esta forma, "en la búsqueda de llevar un candidato único, la Concertación produjo adicionalmente dos candidatos que corrieron por 'fuera' de la coalición" (Contreras 2010: 160).
En definitiva, las elecciones primarias mostraron de forma cruda el grado de desunión y de fracturas dentro de la coalición, poniendo en relieve dos grandes problemas, estrechamente ligados, de tipo institucional y político, que finalmente terminaron generando una imagen negativa en el electorado. Dentro de los problemas institucionales salta a la vista la poca claridad sobre cómo establecer un mecanismo consensuado para la elección de un candidato. A pesar de la realización de primarias, éstas tuvieron una serie de problemas y errores (intencionados o no) durante todo su proceso, con reglas poco claras que fueron cambiadas en más de una ocasión. Asimismo, los partidos políticos de la Concertación se mostraron como instituciones poco aptas para el contexto electoral y social que se estaba viviendo. Éstos no supieron captar los intereses del electorado, así como el de sus propios militantes, y se mostraron poco abiertos a generar mayores instancias de participación con el fin de conocer cuáles eran las orientaciones de la ciudadanía. Esto está ligado con los problemas de carácter político que enfrentó la Concertación. La coalición oficialista de ese entonces se mostró como un campo de batalla de egos, donde las cúpulas políticas decidían lo que mejor les acomodara, mostrándose poco abiertas a un proceso de renovación y, peor aún, sin un proyecto claro que encauzara un horizonte común, desorientando al electorado que no identificó una oferta electoral nítida. Es decir, la Concertación se transformó en una nebulosa, con indefiniciones en una serie de materias donde debería haber tenido un mayor posicionamiento, algo que finalmente fue captado por las candidaturas de ME-O y Arrate. De esta forma, la izquierda y centroizquierda tenían tres candidatos: Eduardo Frei, Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate, y la Concertación se presentó, por primera vez, dividida en una contienda presidencial.

La derecha "desafiante"

Históricamente, la derecha había cometido constantemente los mismos errores que la Concertación cometió en su etapa final. Vale decir, un conjunto de disputas internas que no le permitieron constituirse como alternativa política de gobierno sino que sólo como un nicho minoritario relacionado con la dictadura militar, un aspecto que ha sido ampliamente analizado luego de la derrota sufrida en las presidenciales de 1993 (Otano 1995, Cavallo 1998). Pero, con las elecciones presidenciales de 1999, donde Joaquín Lavín se posicionó como un candidato de mayor alcance, se comenzó a avizorar un escenario de mayor competencia para la derecha, a pesar de que los conflictos y disputas en el interior de la Alianza seguían entre la UDI y RN. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 1999, la hegemonía de la Concertación en las comunas de bajo IDH (Índice de Desarrollo Humano) se vio desafiada por la alta votación de Joaquín Lavín en estos sectores (Morales 2010b).
El aumento del alcance de la derecha se observa con mayor intensidad para las elecciones parlamentarias de 2001, donde la UDI se constituye por primera vez como el partido más votado del país, desplazando a la DC (ver Tabla 2). Esto se confirma en las presidenciales y parlamentarias de 2005, donde la votación de Alianza supera por primera vez a la de la Concertación en la primera vuelta presidencial, tal como se mostró más arriba, y la UDI sigue manteniendo la mejor votación a nivel de diputados. De esta forma, para las elecciones de 2009, la Alianza ya no sólo se mostraba como un conglomerado capaz de lograr una gran votación, sino que comenzó a sentirse como una coalición dispuesta a entrar definitivamente en la carrera electoral. Esto significó una serie de puntos importantes. En primera instancia, tanto la UDI como RN debían solucionar sus diferencias internas y mostrarse como un conjunto capaz de ofrecer una estabilidad al país. El conglomerado comenzó a mostrar una disciplina interna nunca antes vista. Pero no sólo se trataba de mostrar una estabilidad, además debían ser capaces de mostrar ante la opinión pública una imagen de renovación respecto a la herencia de la dictadura, moderando sus posturas, acercándose a posiciones más cercanas a la mayoría de los chilenos y promoviendo nuevos liderazgos (Morales y Navia 2010).

Tabla 1 Votación Concertación y Alianza en elecciones presidenciales (1989-2009)

Fuente:
Morales y Navia (2010).

Tabla 2 Votación por partidos en elecciones parlamentarias (1989-2009)

Fuente:
Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl.

Todos estos aspectos permitieron a la derecha llevar adelante un proyecto que lograra posicionarla nuevamente en el poder ejecutivo después de 52 años. Para esto fue necesario un proceso de revisión de la estrategia que históricamente estaba llevando la Alianza desde el retorno a la democracia que, como se mencionó, no rendía frutos producto de las serias disputas y rupturas internas. Por lo tanto, la adopción de posiciones más moderadas, pragmáticas, cercanas al electorado y alejadas tanto valóricamente como políticamente de la dictadura de Pinochet permitieron que la derecha viera por primera vez posibilidades reales de llegar al gobierno.
Este logro no fue fácil. Durante el gobierno de Michelle Bachelet, la derecha experimentó pugnas internas acerca del tipo de oposición que debían desarrollar. Esta se expresó en dos consignas: la del "desalojo", llamada así por el libro del mismo nombre, escrito por el entonces senador y ex presidente de RN, Andrés Allamand, que sistematizaba todos los errores de la Concertación, fundamentando la necesidad de un cambio9; y una estrategia de rostro más amable, denominada "Nuevo Trato", entre cuyos partidarios se encontraban el senador Hernán Larraín, ex presidente de la UDI y el propio Piñera. El lugar que ocupa, la función y la estrategia que se espera de la oposición en Chile, en el marco de un régimen hiperpresidencialista, es un tema de debate que vivió la derecha y que ahora experimenta la Concertación, en su rol opositor. Existe la idea de que los chilenos, por su cultura política, huyen de la confrontación y premian el trabajo mancomunado. Encuestas como la CEP arrojan que un 80,2% de los chilenos piensa que la oposición y el gobierno deben trabajar unidos10.
En síntesis, lo anterior explica en buena parte el hecho de que la mayoría de dicho sector se haya alineado con la candidatura de Sebastián Piñera, a pesar de las profundas divergencias que distintos grupos a su interior pudieran tener con el candidato RN. Una estrategia similar es la que adoptaron algunos partidos de izquierda al inicio de la transición respecto al PDC con el fin de asegurar el éxito electoral de la Concertación. No obstante, esta derecha también utilizó otras estrategias similares a la Concertación que también le terminarían pasando la cuenta, como descuidar sus bases electorales y desconocer las problemáticas sociales que se estaban gestando hace más de una década en Chile, tales como la creciente desafección, el mal llamado "desencanto" con la política y una sociedad harta con los administradores del modelo económico-político imperante.

El rol de Michelle Bachelet

Detrás de la tesis de los que consideraban la factibilidad de que la Concertación de Partidos por la Democracia podía aspirar a ganar una quinta elección presidencial, está la figura de Michelle Bachelet, presidenta de Chile para el momento de la campaña. Figura popular y carismática, si bien desarrolló un gobierno con altibajos llegando a bajos porcentajes de popularidad, especialmente debido a los errores de puesta en marcha del plan de reforma del transporte capitalino denominado Transantiago, la forma en que enfrentó la crisis financiera internacional le entregaba un porcentaje muy alto de apoyo, del orden del 78% en la encuesta CEP11(el más alto logrado por un presidente desde 1990). Durante el año 2009, la pregunta que se instaló en la opinión pública era cómo podría ella transferir el capital político y la popularidad de la que era dueña al candidato de su propia coalición. El dilema de la "transferibilidad" ocupó abundantes páginas de los diarios y no se dejaba de comparar su propia candidatura, que había tenido fuerte apoyo del ex presidente Lagos. Si bien los presidentes en la historia política reciente de Chile han jugado un rol importante en los procesos de selección de candidatos, ello no puede aplicarse totalmente al caso de Bachelet, que cimentó su popularidad en una lejanía consciente hacia su propia coalición. Morales y Navia (2010: 27) así lo refrendan cuando señalan que "aunque es cierto que los presidentes anteriores sí incorporaron estrategias de sucesión, teniendo resultados disímiles en sus esfuerzos, Bachelet fue particularmente poco influyente sobre el proceso de selección del candidato que se comenzó a producir inmediatamente después de celebradas las elecciones municipales". Es más, ya desde antes, en medio de las polémicas de la construcción de las listas de candidatos en las elecciones municipales del año 2008, la Presidenta trató de intervenir para que la Concertación no se dividiera en dos listas, pero no fue escuchada. A decir verdad, el deterioro parecía ya tan evidente que los líderes partidarios tampoco escucharon las peticiones que al respecto formularon dos de los ex presidentes del conglomerado, Patricio Aylwin y Ricardo Lagos. Adicionalmente, la Presidenta enfrentaba un contexto político en el que se había instalado con fuerza, en el debate público, la tesis del intervencionismo electoral12, acusado por la derecha. El margen de acción de la mandataria era mucho más reducido que el de sus predecesores. No solamente dejó partir a varios de sus ministros para involucrarse en la campaña presidencial sino que estuvo detrás de la decisión de que familiares directos suyos ingresaran al comando de campaña del candidato Frei. Nos referimos a su hijo y a su madre. Esta última, Ángela Jeria, goza de alta respetabilidad en Chile y se ha erigido en una suerte de embajadora de su propia hija.
Morales y Navia (2010) afirman que, a pesar de que una alta aprobación presidencial era un buen punto de partida para el candidato concertacionista (como lo fue la de Lagos en su momento), la suma de la poca influencia de Bachelet en el proceso de selección de candidatos, su distancia de los partidos y el hecho de que la ex mandataria no hubiera incorporado desde el inicio de su gobierno una estrategia de sucesión contribuían al escepticismo. Otros autores, como Tironi (2011: 205), sostienen que los contrastes entre ambos eran tan evidentes que, "lo que se produjo fue una degradación sistemática de la figura de Frei por efecto de la comparación que hizo la gente con la figura de Bachelet". En este marco, plantea que Bachelet pudo haber hecho más defendiendo a los partidos y al método de primarias adoptado de las críticas del candidato Marco Enríquez-Ominami. Dicho autor desliza una crítica velada, más por lo que la Presidenta dejo de hacer que por lo que hizo.
Resulta inevitable que este tipo de preguntas no se formulen en un país como Chile, donde la presidencia juega un rol trascendental y, en paralelo, a la campaña presidencial que luego tuvo lugar en Brasil, donde el entonces presidente Lula intervino sin ambages para promover a la candidata Dilma Roussef, al punto que fue multado varias veces por la autoridad electoral.

Los candidatos y sus bases electorales

Para la elección presidencial de 2009 compitieron cuatro candidatos oficialmente: Sebastián Piñera por la Coalición por el Cambio, Eduardo Frei por la Concertación, Jorge Arrate por el pacto Juntos Podemos Más y el independiente Marco Enríquez-Ominami. Como se mencionó, tanto Jorge Arrate como Marco Enríquez-Ominami eran figuras provenientes de la Concertación, específicamente del Partido Socialista, por lo que gran parte de los adherentes de la coalición oficialista de ese entonces se fragmentaron. De hecho, muchas de las explicaciones sobre la derrota de la Concertación han girado en torno al hecho de haber competido por tres frentes distintos y no haber tenido la capacidad de aunar a las distintas fuerzas y visiones que se daban dentro de la coalición. Por esta razón, resulta relevante conocer las bases de apoyo con la que contaban los candidatos, con el fin de observar si se establecieron diferencias entre éstos. Una fuente de datos que permite conocer este punto son las encuestas de opinión. Según Morales (2010), las encuestas de opinión permiten conocer la intención de voto de los electores así como sus rasgos personales, ya sea edad, sexo, nivelsocioeconómico, entre otros. Para esto, nos basaremos en algunas caracterizaciones que Morales (2010) realizó sobre las bases electorales de los candidatos presidenciales con los datos de la Encuesta Nacional de la Universidad Diego Portales 2009.
Durante la campaña electoral se discutió fuertemente respecto a la necesidad de la renovación de la política. Frente a esto, se instaló un discurso (proveniente principalmente de sectores de la derecha) que hacía alusión a una renovación básicamente en términos etarios y no tanto de ideas. Es decir, el único factor de renovación vendría a ser la edad. El discurso, entonces, se enfocó fuertemente a que los jóvenes se tomen el poder y hagan valer sus opiniones. Incluso el mismo Piñera durante su campaña aparecía en innumerables vídeos interpelando a los jóvenes a que manifiesten sus reparos y se hagan parte de la democracia. Ciertamente, este discurso tuvo cierto impacto en una parte de los jóvenes, ya que Piñera tuvo un respaldo levemente en ese sector de 18 a 25 años, a pesar de que su nivel de apoyo fue básicamente alto en todos los grupos etarios. Sin embargo, y viendo por candidato, es la candidatura de Jorge Arrate la que tenía un mayor apoyo en los grupos jóvenes, donde obtenía casi el triple de su intención de voto. Otro punto que cabe destacar es la diferencia en términos de apoyo por edad que se dio entre Eduardo Frei y Marco Enríquez-Ominami. Frei captaba más apoyo en los encuestados mayores (es decir, de 61 años y más), mientras que ME-O lo hizo especialmente en el grupo de encuestados de 26 a 40 años.
Históricamente, la Concertación ha tenido un mayor apoyo en los grupos de nivel socioeconómico medio (Morales 2010a). Este punto se confirmó para los candidatos de las elecciones 2009, ya que los dos candidatos provenientes de la centroizquierda (es decir, Frei y ME-O) concitaron un mayor respaldo en los sectores medios. Desagregando por cada candidato, el apoyo fue de la siguiente manera. Piñera concentró su intención de voto en el grupo más rico de la población (ABC1), cayendo en los sectores medios aunque repuntando en el segmento D (clase media baja), algo que ha sido explicado por el trabajo UDI en los sectores populares (Morales 2010a). Eduardo Frei, por su parte, obtuvo un mayor respaldo en los sectores más pobres (grupo E), mientras que ME-O lo hizo en los grupos medios (C2, C3). Respecto a Arrate, Morales llama la atención en su alto apoyo en los sectores más acomodados de la población y el bajo respaldo que tenía en los más pobres, un aspecto contrario al grupo social que el candidato pretendía representar y que históricamente había representado el PC chileno y la izquierda extraparlamentaria, tal como sostiene Morales.
Finalmente, dicho autor descarta que variables como sexo, religión y zona hayan tenido algún impacto en la intención de voto para las elecciones de 2009. Así, la edad y el nivel socioeconómico fueron los discriminadores más fuertes al considerar la intención de voto por alguno de los cuatro candidatos. De esta manera, es posible afirmar que la Concertación sí compitió dividida y con bases de apoyo diferentes que, si se hubiesen sumado, habrían cambiado el rumbo de las elecciones. Esto se confirma aún más al momento de ver la intención de voto por escala política, pues la derecha estuvo fuertemente inclinada por Piñera, como era de esperar, mientras que el centro y la izquierda se dividió entre tres candidatos.

El factor ME-O

Desde el retorno a la democracia, los candidatos independientes que se presentaron a elecciones presidenciales no presentaron un mayor desafío para el establishment político ni mucho menos una base de apoyo sustantiva. De hecho, el candidato independiente más exitoso había sido el empresario Francisco Javier Errázuriz, quien en 1989 obtuvo el 15,4% de los votos, pero que no generó expectativas frente a un candidato potente como Aylwin o Büchi. Sin embargo, la irrupción de Marco Enríquez-Ominami en la arena electoral de 2009 marcó un punto de inflexión respecto al desempeño y expectativas que un candidato independiente generaba en el electorado. Por primera vez, en una carrera electoral imprevisible, se desafiaba el duopolio Concertación y Alianza con chances de éxito o con altas posibilidades de cambiar el resultado final de las elecciones.
Como se discutió, la carrera electoral de ME-O tomó un impulso definitivo después de las primarias de la Concertación del 5 de abril de 2009, donde sólo compitió Eduardo Frei (del Partido Demócrata Cristiano) y José Antonio Gómez (del Partido Radical Socialdemócrata). El desencanto con la Concertación por parte muchos de sus miembros se hizo patente luego de que se ignoraran las diversas peticiones de incorporar a otros candidatos a la competencia en las primarias. Esto no sólo generó el llamado "desencanto" sino que se manifestó en acciones concretas. Entre estas se encuentra la decisión de Jorge Arrate y Marco Enríquez-Ominami de competir en las presidenciales retando a la Concertación, al igual que el éxodo de varios dirigentes y figuras históricas de la coalición centroizquierdista. Así, el 12 de junio de 2009 Marco Enríquez-Ominami renuncia al Partido Socialista y se concentra en su campaña presidencial con el fin de inscribirla oficialmente, hecho que se concretaría el 10 de septiembre de 2009.
En un período relativamente corto de tiempo Marco Enríquez- Ominami pasó de no figurar en las encuestas a posicionarse como un candidato altamente competitivo. Por ejemplo, para mayo de 2009 la encuesta TNS-Time lo posicionó como tercer favorito, después de Piñera y Frei, y en junio de 2009 ya presentaba un alto apoyo en grupos de intelectuales, medioambientalistas y jóvenes (Osorio y Schuster 2010). Igualmente, en apenas cinco meses, de mayo a octubre de 2009, su intención de voto pasó de un 16% a un 22%, según las encuestas CEP, mientras que el apoyo a Frei y Piñera disminuía o se estancaba. A esto se suma el aumento de la valoración por parte de la población en todos sus atributos personales (Osorio y Schuster 2010).
De esta forma, la candidatura de ME-O no sólo desafió a parte de la Concertación sino que también comenzó a ser un impedimento para la carrera de Sebastián Piñera, descartando la posibilidad de que éste resultara electo en la primera vuelta (Morales y Navia 2010). Además, la candidatura de ME-O mostró, en términos de visibilidad, la adhesión de un grupo transversal de personajes políticos y sociales, desde miembros históricos de la Concertación, pasando por empresarios, hasta economistas de derecha y personajes influyentes del mundo social. Este gran abanico de respaldo le dio a ME-O el empuje suficiente para poder generar un programa político propio, con ideas que se atrevían a ir más allá del debate presidencial al que se estaba acostumbrado hasta ese entonces.
En varias oportunidades se ha buscado responder al fenómeno MEO. Navia (2009) señala que su candidatura principalmente personificó y representó a un grupo de chilenos que se sentían desencantados con el sistema político chileno, el cual venía mostrando signos de agotamiento desde hacía tiempo. Otros autores, como Lagos (2009), han señalado que Marco Enríquez-Ominami responde a una categoría de "exitosos frustrados", que no es política, sociodemográfica, acercándose más a una manera de ser. No obstante, y más allá de la discusión que pueda surgir en torno a la figura de ME-O, lo relevante es que logró posicionarse, en un periodo relativamente corto de tiempo, como un candidato altamente competitivo, siendo un real desafío para la hegemonía electoral que estaba mostrando la Concertación y la derecha en las elecciones presidenciales.

IV. El proceso presidencial y parlamentario 2009-2010

Las elecciones presidenciales

Finalmente, el 14 de diciembre de 2009 se llevó a cabo la primera vuelta presidencial. En dicha elección, y tal como se mencionó, compitieron cuatro candidatos: Sebastián Piñera, Eduardo Frei, Jorge Arrate y Marco Enríquez-Ominami. Los votos válidamente emitidos fueron alrededor de 7 millones. Así, Sebastián Piñera obtuvo la mayoría relativa con un 44,06%, seguido de lejos por el candidato del oficialismo de ese entonces, Eduardo Frei, quien recibió apenas un 29,6% de los votos, lo que ha sido catalogado como el peor desempeño de un candidato presidencial de la Concertación (Morales y Navia 2010). El tercer lugar lo obtuvo Marco Enríquez-Ominami con un 20,14% de las preferencias, porcentaje sustantivo considerando que este candidato irrumpió en la competencia presidencial recién a mediados de 2009 y con pocas chances de lograr un impacto en el rumbo de las elecciones. Finalmente, se encuentra Jorge Arrate con un 6,21% de los votos, aumentando levemente la votación del pacto Juntos Podemos en comparación a 2005.
A pesar de que la suma de votos de los tres candidatos asociados a la Concertación superaba ampliamente el 50% y de los diversos intentos por aunar las voluntades con el fin de evitar la primera derrota presidencial de la coalición, la segunda vuelta del 17 de enero de 2010 ratificó lo que se había observado durante la primera vuelta: el triunfo de Sebastián Piñera y la alternancia del poder después de 20 años de gobiernos concertacionistas. Por primera vez desde el retorno a la democracia la derecha, representada por el multimillonario Sebastián Piñera, se hizo cargo del poder ejecutivo. En esta elección, Sebastián Piñera se impuso con un 51,61% de los votos contra un 48,39% alcanzado por Eduardo Frei (Tabla 3).

Tabla 3 Resultados elecciones presidenciales (2009-2010)

Fuente:
Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl.

Las elecciones parlamentarias

La Concertación no sólo se vio perjudicada en las elecciones presidenciales sino que también en las parlamentarias. Con base en esto, la coalición experimentó una caída de un 8,31% de su votación en comparación a las parlamentarias de 2005, obteniendo un número menor de diputados electos en comparación a la Alianza, hecho inédito en la historia electoral de la Concertación (ver Tabla 4), incluso compitiendo en conjunto con el Partido Comunista, quienes habían competido generalmente en coaliciones distintas desde el retorno de la democracia en Chile. Estos resultados confirman que los problemas del conglomerado de centroizquierda no sólo estaban en su candidato presidencial sino que en la coalición misma (Morales y Navia 2010), algo que desde hacía un tiempo ya venían advirtiendo diversos analistas. Uno de ellos fue Antonio Cortés Terzi, quien criticó profundamente la falta de un proyecto-país alternativo o renovado. De acuerdo a Cortés Terzi (2008), en la Concertación había (y todavía hay) dos impedimentos para la elaboración de un proyecto renovador: el primer impedimento tiene que ver con los principales círculos dirigentes, los cuales no tienen ni la voluntad ni el coraje para adentrarse en proyectos y estrategias nuevas que permitan clarificar el proyecto concertacionista en la época actual. Asimismo, estos grupos basan su poder en el orden estatuido, por lo que el interés por cambiar el orden de las cosas amenaza su poderío dentro de la Concertación. El segundo impedimento, que para Cortés Terzi alcanza ribetes casi trágicos, tiene que ver con que la dirigencia e intelectualidad más lúcida de la Concertación, a pesar de saber de la debilidad política, social y cultural de la Concertación, no se ha atrevido a propiciar un cambio porque sienten que no tienen el peso social y político suficiente, prefiriendo así la inacción y la mantención de lo que las cúpulas dicen o hacen. Estrategia contraria fue la que impulsó la derecha la que, para dicha elección, no tuvo miedo de plantear temas valóricos, económicos y sociales que desafíaran sus propios límites, quitándole no sólo proyecto sino también base social a la Concertación. Los resultados de las presidenciales y parlamentarias dan cuenta de este cambio en las bases políticas y sociales del electorado.

Tabla 4 Resultados elecciones parlamentarias (2005-2009)

Fuente:
Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.c

La participación y el rechazo a los partidos políticos

Chile es uno de los países que sale generalmente mejor parado, en el contexto latinoamericano, junto con Uruguay y Costa Rica, en rankings de gobernabilidad democrática. El Global Competitiveness Report 2009-2010 señala que Chile ocupa el lugar 47, entre 133 países, en calidad de democracia. Por su parte, Latinobarómetro de 2010 arrojó una satisfacción de 56% de los chilenos con su democracia, el más alto desde que se tienen mediciones, hace quince años. Con estos datos, ¿cómo pensar que introducir mejoras en el andamiaje democrático pudiera ser urgente?
Sin embargo, los indicadores de medición que éste utiliza no logran ocultar que "una de las falencias de nuestra democracia es aquella que se relaciona con la baja participación electoral" (García 2007: 13). Ha ido en aumento el porcentaje de personas que, habilitadas para inscribirse en los registros electorales, no lo hacen, constituyendo mayoritariamente el grupo entre 18 y 30 años. Adicionalmente, existe una gran cantidad de chilenos en el exterior que, teniendo edad para votar, no pueden participar por encontrarse fuera del país. Este padrón electoral congelado y envejecido vota de manera predecible en una democracia con escasos incentivos para la competencia. Joignant (2009) señala que "desde 1989 hasta hoy, las preferencias electorales presidenciales han oscilado entre un 82% y un 96% a favor de las candidaturas de la Concertación y la Alianza, y nada indica que este patrón duopólico vaya a cambiar". Según dicho autor, dicho desempeño se reproduce también en las elecciones legislativas. Esta situación se ha explicado por el carácter excluyente del sistema binominal. Lo anterior se ve reforzado por los hallazgos de Saldaña (2009) quien, en su estudio sobre la evolución de la participación electoral en Chile precisando que, si bien la cifra de inscritos se ha mantenido alrededor de los 8 millones de electores por más de una década, la población en edad de votar ha pasado a 12 millones en 2008. Afirma que "la falta de estímulos afecta de manera directa la participación electoral y los jóvenes son quienes se manifiestan más fuertemente en contra de este anacrónico régimen electoral" (2009: 74).
Como era de esperar, el proceso eleccionario 2009-2010 no fue ajeno a esta tendencia de baja participación. Mientras en 1989 el 82,1% de las personas en edad de votar sufragó en las presidenciales, en la segunda vuelta de enero de 2010 apenas un 57,1% lo hizo. Asimismo, el porcentaje de inscritos para estas elecciones fue de un 68% de acuerdo a los últimos registros. Es decir, el presidente resultó electo con apenas el 29,48% de la población en edad de votar, sin dudas la cifra más baja desde el retorno a la democracia (Morales 2011), lo que es un indicador suficiente acerca de los problemas de participación y desinterés por los procesos eleccionarios por parte de los chilenos (ver Gráfico 1).


Gráfico 1
Participación electoral en elecciones presidenciales (1989-2009) (de acuerdo a la población en edad de votar)
Fuente: Morales (2011) con datos de www.elecciones.gov.cl  y www.servel.cl.

Otro aspecto que se ha dado con una mayor connotación en el último tiempo es la sistemática caída que ha experimentado la identificación partidaria en Chile. Este hecho no deja de ser significativo considerando que Chile es uno de los países que cuenta con uno de los sistemas de partidos más institucionalizados de América Latina (Mainwaring y Scully 1995, Payne et al. 2006). De acuerdo a los datos de las encuestas CEP, la identificación partidaria ha pasado de un 78% en 1990 a un 35% en 2011. Asimismo, la no identificación con los partidos políticos ha crecido sostenidamente a través del tiempo. De un 22% de personas que no se identificaban con un partido político en 1990, la desafección llega a un 65% en 2011 (ver Gráfico 2). Este aumento de la desafección partidaria cuestiona seriamente la representatividad que los partidos políticos están teniendo en la sociedad chilena, afectando sustantivamente la legitimidad de éstos y la calidad misma de la democracia, que exige la existencia de partidos con un arraigo fuerte en la sociedad y no partidos que funcionen solamente para mantener y satisfacer a una clase política en extinción.


Gráfico 2
La identificación partidaria en Chile (1990-2011)
Fuente:
Elaboración propia con datos de las encuestas CEP, 1990-2011.

Uno de los principales blancos de todas las críticas respecto a la baja participación, e incluso en la desafección con los partidos políticos, se ha centrado en el sistema electoral binominal que rige en Chile para las elecciones parlamentarias. De todas formas, existen otros factores institucionales, políticos y sociales que explican la baja participación y la desafección, pero acá nos centraremos principalmente en el sistema electoral binominal, ya que constituye un obstáculo institucional y en el último tiempo se ha llegado a un consenso respecto a la necesidad de reformarlo. Efectivamente, el sistema electoral binominal es una traba para la participación política y para la representación efectiva de los intereses ciudadanos. Además, su origen antidemocrático durante la dictadura de Augusto Pinochet constituye un aspecto que lo deslegitima, ya que se configuró como una forma de asegurar que un sector de derecha siempre esté representado en el Congreso.
En términos generales, el sistema binominal pertenece a la familia de sistemas de representación proporcional. Sin embargo, este es el sistema proporcional con la magnitud más pequeña, la cual funciona con un criterio de mayoría (Flacso 2006). De esta manera, el sistema binominal crea incentivos para que la competencia electoral se desarrolle principalmente entre los dos bloques más grandes, generando una exclusión efectiva de los diversos movimientos o fuerzas sociales existentes en el país. Esto se complementa con los bajos incentivos que el sistema genera para que compita una tercera lista. Como se sabe que las dos listas más grandes siempre se llevarán gran parte o todos los escaños, las terceras listas tienen pocos incentivos para competir porque saben que la única forma de ganar sería un milagro o uniéndose a una de las listas grandes. Por lo tanto, y tal como argumenta Flacso (2006), el sistema electoral binominal existente en Chile repercute negativamente tanto en la representación como en la calidad de ésta. Un argumento típico para defender al sistema electoral binominal está basado en que éste garantiza la gobernabilidad y estabilidad democrática. Sin embargo, esta afirmación ha sido refutada por los hechos, ya que el binominal tiende a sobrerrepresentar a la segunda fuerza más votada generando distorsiones en la representación.

V. Una derrota anunciada o los efectos de un deterioro inadvertido

En el análisis realizado de la campaña electoral presidencial de 2009- 2010, que no puede desvincularse de la parlamentaria de 2009, se ha puesto el acento en factores explicativos de corto plazo tales como el candidato, la campaña y el tipo de primarias realizadas. Igualmente, se ha tratado de situar el resultado electoral que produjo un vuelco en el sistema político chileno por cuanto permitía la llegada al poder de la derecha, ahora por la vía de las urnas, después de más de cincuenta años, en un contexto de pérdida intermitente y sostenida de votos por parte de la Concertación en distintos eventos electorales, a partir de las elecciones parlamentarias de 1997. El análisis propiamente electoral es un intento valioso de inteligibilidad analítica ya que, luego de conocerse el resultado, la perplejidad derivó a que el debate público fuera asaltado por explicaciones simplistas como la que señala que "la Concertación no había logrado entender el país que había ayudado a cambiar" o la del "agotamiento de un ciclo histórico". Un primer intento de clarificación se encuentra en el libro Radiografía de una derrota, escrito por Eugenio Tironi (2011) uno de los principales estrategas del comando de Eduardo Frei. En él, junto con reconocer que el resultado de la elección presidencial es producto de una larga declinación de la Concertación, enfatiza los factores de corto plazo en el análisis junto con introducir elementos no disimulables de intento de expiación de responsabilidades. El análisis de cualquier fenómeno electoral debe ser iluminado, asimismo, por causas de largo plazo y es así como, posteriormente a la derrota, se han desarrollado varios intentos explicativos más comprehensivos. Destacan los de Fernández- Ramil (2010), Varas (2010) y Rivera (2010), compilados en el libro Chile en la Concertación 1990-2010. La primera postula el efecto que puede haber tenido la llamada "democracia de los acuerdos" en las percepciones ciudadanas ya que la práctica de búsqueda de acuerdos compulsiva con la derecha contribuyó, indirectamente, a blanquear responsabilidades de algunos de sus dirigentes en el régimen militar. El segundo, junto con situar la derrota del conglomerado de gobierno en el marco más amplio de una desmovilización progresiva de las bases de apoyo concertacionista, postula el incubamiento de crisis superpuestas tales como crisis de proyecto, de conducción, ética y de representación, a lo que habría que sumar el déficit intelectual, los límites redistributivos y la incapacidad del candidato Frei de retener el voto femenino, que se había volcado hacia Bachelet en 2006. El tercer autor, por su parte, desmitifica el éxito del gobierno de Bachelet medido en el porcentaje de apoyo por ella recibido, de cerca de 80%, ya que la adhesión personal esconde lo que, a su juicio, fue un giro conservador de su mandato. Este se ejemplificaría en una excesiva "delegación de la dirección política del gobierno en el mismo Ministro de Hacienda". A los factores de largo y de corto plazo, hay que añadir responsabilidades. La dirigencia política concertacionista, ensimismada en las funciones político-administrativas propias del ejercicio del poder, no logró advertir a tiempo los signos del desastre.
Finalmente, Morales (2010b) enumera cuatro factores que, si bien se observaron en elecciones pasadas, concurrieron simultáneamente en 2009- 2010 explicando, en gran medida, la derrota concertacionista. En primer lugar, se encuentra la penetración de la derecha en los sectores con un IDH bajo, tal como se observa en las elecciones presidenciales de 1999; en segundo lugar, el autor resalta la consistencia electoral de la Alianza, haciendo con ello referencia a la correspondencia entre los resultados alcanzados por el candidato Piñera y la votación que obtuvo la coalición derechista en las parlamentarias; en tercer lugar, la penetración de la derecha en los electores centristas (que antes correspondían mayoritariamente a votantes concertacionistas); y, finalmente, las primarias, que se entienden como el evento que mostró en toda su crudeza el desgaste de la Concertación y, más que un ejercicio de democracia, terminaron significando un ejercicio de partidocracia y poca transparencia.

VI. Reformas políticas: un protagonismo no buscado

El presidente Sebastián Piñera asumió el 11 de marzo de 2010, días después del megasismo del 27 de febrero, catalogado como uno de los más grandes de la historia desde que existe registro de dichos fenómenos. Le correspondió la difícil tarea de instalar un nuevo gobierno, luego de veinte años de hegemonía de una coalición política distinta, en un contexto marcado por la emergencia. A un presidente que había asentado su campaña bajo la promesa de realizar lo mismo que habían hecho sus predecesores, aunque mejor, le tocó enfrentar un cúmulo de demandas introducidas por un cataclismo de la naturaleza a lo que se sumó, durante la segunda mitad del año 2010, el rescate de treinta y tres mineros encerrados en una mina del norte del país.
Aunque su agenda inicialmente se propuso centrarse en crecimiento y seguridad ciudadana, irrumpieron con fuerza en 2011 un conjunto de movimientos sociales en distintas áreas tan disímiles como educación, medio ambiente o descentralización. Aparentemente sectoriales, las demandas convergían en la necesidad de enfrentar la desigualdad que vive Chile, país que se encuentra entre los veinticinco más desiguales del mundo. A la desigualdad material se sumó la demanda por desconcentración de poder, denunciando la falta de representatividad de un sistema político que no ofrece canales formales de participación, más allá de las elecciones. Ello se ha traducido en la necesidad, para el primer caso y, concretamente, en el ámbito de la educación, de impulsar una reforma tributaria13 y en fórmulas que hagan que la democracia chilena sea más participativa y competitiva. Lo segundo no dejó de ser una ironía para un sector que, previo su llegada al gobierno, desplegaba un discurso antipolítico y de clara primacía de la técnica sobre la política. Las reformas políticas, para el gobierno, eran un componente más pero lejos de ser el protagónico en su programa de campaña14. Durante el primer año, solamente pudo aprobar la reforma constitucional que adelanta la fecha de los comicios presidenciales y parlamentarios. Las movilizaciones estudiantiles obligaron a acelerar el tranco de una agenda de reformas nunca previstas como prioritarias. De esta forma, el gobierno concretó la inscripción automática y el voto voluntario, la elección directa de consejeros regionales y una ley de primarias. La primera debutó para las elecciones municipales del año 2012 y la segunda para las elecciones presidenciales del año 2013. Aunque la apuesta del gobierno, acelerando la maquinaria electoral, era acercar más la política a los ciudadanos, los resultados son magros. La segunda vuelta presidencial realizada el pasado 17 de diciembre en la que triunfó la ex presidenta Michelle Bachelet arrojó una abstención histórica de 52%.
Al final de su mandato, ha tenido que lidiar con la paradoja de que, aunque el país ha venido creciendo a más de 6%, creando cerca de un millón de empleos, no ha logrado concitar niveles aceptables de popularidad hasta recién llegar al final del mismo. El 50% que alcanza en la última encuesta Adimark de su mandato resulta un colofón ineficaz luego de la derrota de la derecha en las elecciones parlamentarias y presidenciales del año 2013. A los errores que fue sumando su gobierno se suman las características del propio Presidente, imbuido de cierto personalismo y que no cumplió diligentemente con su promesa de desligarse de sus propiedades, lo que llevó a acusaciones de conflictos de interés por parte de la oposición.
Los chilenos, acostumbrados a los ritos electorales en una democracia catalogada de baja intensidad, comienzan a solicitar el cambio de la Constitución de 1980, que aún rige el país aunque ha sido sometida a varias reformas desde 1990. La demanda por educación de calidad y por una recuperación de la tuición en la educación por parte del Estado, gatillada a partir de junio de 2011 y que ha unido a estudiantes universitarios, secundarios y gremios de la educación, encierra una demanda más profunda por democratización que cuestiona el modelo económico y social heredado del régimen militar consagrado en la carta fundamental. Será su sucesora, Michelle Bachelet, quien tendrá que acometer un desafío que encierra ribetes históricos. No solamente porque forma parte de su programa de gobierno sino por cuanto existe la expectativa de que Chile pudiera dotarse a sí mismo de una Constitución por vía de la soberanía popular, algo que nunca ha sucedido en toda su historia.

Notas

1 La Concertación de Partidos por la Democracia estaba compuesta por los partidos Socialista (PS), por la Democracia (PPD), Radical-Socialdemócrata (PRSD) y la Democracia Cristiana (DC).

2 Llamada Coalición por el Cambio, estaba integrada por dos grandes partidos, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI) y dos formaciones menores, el Partido Regionalista Independiente (PRI) y Chile Primero.

3 No obstante, las últimas elecciones llevadas a cabo en Chile (2013) evidenciaron una participación aún mayor respecto a las de 2009-2010, con casi un 50% de participación solamente.

4 La Concertación se presentó a dichas elecciones bajo el nombre de "Nueva Mayoría", integrada por los partidos Socialista (PS), Demócrata Cristiano (PDC), Partido por la Democracia (PPD), Partido Radical Socialdemócrata (PRSD), Partido Comunista (PC), y las facciones Izquierda Ciudadana (IC) y el Movimiento Amplio Social (MAS). Por su parte, la derecha se presentó como "Alianza", formada principalmente por la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN). En las elecciones presidenciales de 2013, Michelle Bachelet fue electa presidenta en segunda vuelta con un 62,16% de los votos, frente a un 37,83% de los votos de su Evelyn Matthei, candidata de la Alianza. En las elecciones parlamentarias, la Nueva Mayoría obtuvo alrededor del 58% de los votos, mientras que la Alianza alcanzó cerca del 41%, de acuerdo a los datos provisionales entregados por el Servicio Electoral (SERVEL).

5 Para el objeto de este trabajo, sólo consideramos la historia electoral hasta las elecciones 2009-2010.

6 La única excepción corresponde a Arena de El Salvador, alianza que estuvo dirigiendo el poder durante 20 años.

7 La primera elección presidencial celebrada en democracia.

8 Ver Encuesta UDP 2006.

9 El libro en cuestión se llamó "El desalojo. Por qué la Concertación debe irse el 2010" y simbolizó la postura más agresiva de la entonces oposición de derecha al gobierno de Bachelet. Publicado en 2007, intenta recoger lo que se señala son "síntomas de fatiga y envejecimiento de la coalición gobernante".

10 Ver Encuesta CEP, noviembre-diciembre de 2007.

11 Ver Encuesta CEP, octubre 2009.

12 Durante el gobierno de Bachelet la derecha logró instalar con relativa fuerza la idea de "intervencionismo electoral" del gobierno a favor de candidatos oficialistas, tratando de esta forma de explicar su triunfo en segunda vuelta, en 2006. El concepto generó en su momento no solamente preocupación académica sino que el propio Sebastián Piñera propuso la idea de crear una entidad para vigilar dicha práctica.

13 La carga tributaria en Chile, definida como el total de la recaudación tributaria (incluidos todos los impuestos a la minería y la seguridad social, como porcentaje del producto interno bruto) fue 24,4% en 2007. Está muy debajo de la mediana de los países de la OCDE, que fue de 36,2%.

14 Ya en 2005, en "Agenda democrática", de Flacso, se detallaban las reformas políticas pendientes, caracterizadas como de tercera generación. Las primeras habrían estado centradas en aspectos constitucionales y las segundas en ampliación de derechos y deberes. El tercer grupo se clasificaba en reformas para alcanzar niveles deseados de representatividad, inclusión y control y balance.

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Artículos de diarios

1. "Chile, un caso de democracia inercial" por Alfredo Joignant, La Segunda, 7 de septiembre de 2009.

2. "¿Quién es Marco Enríquez-Ominami? Por Marta Lagos, cartas al directos, El Mercurio, 23 de octubre de 2009.

3. "El fin de la transición" por Marta Lagos, El Mostrador, 25 de enero de 2010.

4. "Más allá de las primarias. ¿Por qué perdió la Concertación?" por Mauricio Morales, El Mostrador, 26 de noviembre 2010(b).

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