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versión On-line ISSN 1851-9601

Postdata vol.19 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2014

 

TEORIA

¿En el nombre del pueblo? Por qué estudiar al populismo hoy

 

por María Esperanza Casullo*

* Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), Argentina. E-mail: mecasullo@unrn.edu.ar. Deseo agradecer a José Itzighson, Richard Snyder y Patricio Korzeniewicz por sus conversaciones y sugerencias.


Resumen

Este artículo tiene como objetivo determinar si existe algo así como el populismo y si es posible delimitar los límites categoriales de este fenómeno con algún grado aceptable de precisión de tal manera de constituirlo como objeto de estudio válido para la ciencia política actual. (La relativa marginalidad del populismo en los estudios de la ciencia política es llamativa dado que el populismo es tan antiguo como el pensamiento político mismo). Este artículo argumenta que el populismo es un fenómeno político con estatus propio y que no es un concepto híbrido o residual ni un atavismo histórico; realiza un intento de sistematización del campo y por último presenta algunas líneas de investigación futura necesarias.

Palabras clave populismo - modernización - Latinoamerica - globalización - neopopulismo

Abstract

The aim of this article is to determine whether there is such as a thing as "populism" and if proper conceptual boundaries can be drawn for it with an acceptable degree of precision, so as to transform it into a suitable object of study for contemporary political science. (The relative marginality of populism studie in the field of political science is remarkable given the antiquity of the thing, which is as old as politics itself). The article argues that populism is a legitimate political phenomenon and that it is not a hybrid concept nor an historical atavism; lastly, the piece attempts to organize the field of populism studies and to identify some lines for future research.

Key words populism - modernization - Latin America - globalization - neopopulism


 

I. El populismo: un objeto de estudio en los márgenes

Este artículo tiene tres objetivos. El primero es argumentar que el populismo es un objeto de estudio válido y propio para la ciencia política; el segundo es realizar algunas precisiones acerca de cuál es la mejor manera para conceptualizar este complejo fenómeno de tal manera de lograr estudiarlo de manera al mismo tiempo rigurosa y productiva; el tercero y final es marcar ciertas líneas de investigación futuras que, estimamos, ofrecen las avenidas más prometedoras para avanzar en el estudio de los populismos.

Estos objetivos nacen de algunas constataciones nacidas de más de diez años dedicados al estudio del populismo, acerca del carácter marginal del concepto para la ciencia política actual y de los muchos prejuicios y preconceptos que dificultan su comprensión para la ciencia política. Existe una paradoja sobre este tema: por una parte, la propia disciplina da cuenta de la actual vitalidad del populismo y de la multiplicación de movimientos, líderes y gobiernos populistas en países que van desde Bolivia y Argentina hasta Francia, Irán o la India. Encontramos así numerosas menciones a este resurgimiento del populismo, entre otros por Steven Levitsky y Kenneth Roberts, que Populists are making headway across Europe and from all points on the political spectrum. Their success is symptomatic of the weakness of European political parties and party systems. Some of these populists seek to reinvigorate European democracy and yet most—with their xenophobic, anti-immigrant rhetoric— seem intent on making matters worse. The challenge in Europe is to reconstitute national party systems as effective institutions for representing the popular interest. Such a challenge can be met only over the long term (Jones 2007: 37).

También Robert Barr, por su parte, menciona que

In recent years there has been much discussion of parties in decline around the globe, an increased dissatisfaction with politics as usual and a rise in right-wing populism in Europe and neopopulism in Latin America. To capture these phenomena, analysts use terms such as anti-politics, outsider politics and populism (Barr 2009: 29).

Sin embargo, la universal constatación de la resurgencia del populismo no está acompañada de un consenso conceptual, metodológico y normativo comparable. Conceptualmente, como sostiene Barr (2009: 29), "the literature seldom denes these terms with precision; their meanings at times overlap but at others diverge. The result is a high level of conceptual cloudiness when it comes to issues of public discontent and its political manifestations". Metodológicamente, no existe acuerdo sobre la unidad de análisis relevante y muchos estudios pasan de analizar políticas públicas, regímenes de gobierno, liderazgos personales y movimientos sociales que tal vez nunca lleguen al poder indistintamente. Normativamente, coexisten quienes sostienen que el populismo "estará siempre reñido con la democracia" (Weyland 2013: 20)1 con quienes sostienen que el populismo es "parte constitutiva de la democracia" (De la Torre 2003: 78).

Dado este contexto de relevancia empírica del populismo sumada a falta de consenso disciplinar, creemos que la ciencia política se debe un debate sobre cómo es posible estudiar este fenómeno de una manera que sea al mismo tiempo rigurosa y capaz de recoger los matices del fenómeno en su diversidad.

Una primera dificultad para el logro de este objetivo es el hecho que el populismo es un objeto de marginal importancia para la ciencia política actual, que prefiere concentrarse en áreas relacionadas con la institucionalidad política tales como patrones electorales, política legislativa y relaciones entre poderes. La ciencia política se ha desarrollado en el siglo XX como una disciplina que se preocupa, sobre todo, por la estabilidad institucional y su mantenimiento; el populismo, por su parte, es un fenómeno que siempre amenaza la institucionalidad existente, y por lo mismo ajeno a esta lógica. Por lo tanto, la movilización populista continúa siendo hoy un objeto de estudio marginal al campo principal de la disciplina.

Para tener una cierta medida intuitiva de tal marginalidad hemos realizado una búsqueda del término "populismo" en el portal de búsqueda Google Scholar, junto a los conceptos de "instituciones políticas", "partidos políticos", "democracia" "política electoral" y "autoritarismo". Los resultados en inglés y en castellano se encuentran en la Tabla 1. Por su parte, y para tener otro indicador asociado, si buscamos los mismos términos en el catálogo especializado de publicaciones en revistas académicas Jstor obtenemos resultados similares (Tabla 2). Como puede verse, el término "populismo" es el concepto con menos menciones del grupo, tanto en Google Scholar como en Jstor y tanto en inglés como en español. Resulta menos mencionado que "democracia", lo cual sería esperable, pero también menos mencionado que "instituciones políticas", "autoritarismo", "política electoral" o "partidos políticos".

Como dato complementario, hemos utilizado la herramienta de vi-sualización Google Ngram Viewer para comparar la trayectoria histórica de las menciones de estos términos en la base de datos de libros de Google2. Con esta técnica, hemos realizado mediante la aplicación Ngram dos gráficos que reflejan las menciones de los términos "el pueblo" e "instituciones", primero, y "the people" and "institutions" después, desde 1500 a 2000. Los resultados pueden observarse en los Gráficos 1 y 2. Ambos gráficos son sin duda indicadores válidos de los estudios sobre el populismo sólo en términos muy generales. Sin embargo, ambos nos dan una imagen que da cierto espesor intuitivo a un derrotero histórico: el concepto de "pueblo" es anterior al de "instituciones", sin embargo, el desarrollo de la modernidad y la globalización de la democracia liberal como modelo político a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial se correlacionan con un aumento de las menciones a las instituciones y un descenso de las menciones al pueblo. Por supuesto, estos datos conforman una evidencia puramente impresionista. Sin embargo, el que en todas las búsquedas el término "populismo" aparezca relegado al último lugar es una indicación de que se trata de un objeto de estudio de marginal interés para las ciencias sociales.

La relativa marginalidad del populismo en los estudios de la ciencia política no es algo que deba darse naturalmente ya que el populismo es más antiguo que los partidos políticos o que la misma idea de "instituciones políticas". Ciertamente, la noción de que existe algo así como "el pueblo", es decir, un sujeto político colectivo que es más que la suma de los individuos que lo componen es tan antigua como el pensamiento político mismo, remontándose hasta Platón y Aristóteles. Etimológicamente, las palabras "pueblo", "people", "peuple" y "popolo" remiten a la misma raíz latina, el "populus", contemplado en la Lex Regia como una entidad fundamental de la República. Una idea similar de soberanía popular estuvo detrás de las grandes revoluciones modernas, desde la Glorious Revolution inglesa hasta la Revolución Americana y luego la Francesa (Arendt 1965, Canovan 2005). Pero resulta evidente que en el siglo XIX, y sobre todo en el siglo XX, el estatus epistemológico del pueblo en general y el populismo en particular para la ciencia política moderna resultó opacado. La razón para tal desinterés disciplinar tiene que ver con que la ciencia política en general ha desarrollado sus estructuras conceptuales y metodológicas para comprender y comparar las instituciones políticas, es decir aquello que Aristóteles llamó el régimen, o sea, "el arreglo de la polis que regula la distribución de las oficinas de la ciudad" (Aristóteles 1920: 113). Sin embargo, la movilización populista es justamente aquella acción colectiva que se levanta en contra de los arreglos de la polis que regulan la distribución de las oficinas, declarándolos injustos y opresivos.

Las razones por las cuáles el populismo se transformó en un objeto de estudio marginal para la ciencia política pueden sintetizarse así:

a)  el populismo ha sido históricamente tratado como un concepto híbrido o residual

b)  el populismo es un concepto "puente" entre la ciencia política y la sociología

c)  la ciencia política en tanto disciplina supone que el populismo es un atavismo premoderno que está destinado a desaparecer.

Frente a estas tesis, este artículo intentará, por una parte, presentar el argumento de que el populismo es un fenómeno político; o sea, se argumentará que el mismo no se trata de un concepto híbrido o residual sino un fenómeno plenamente democrático, que por lo mismo no va a desaparecer en el corto o largo plazo. Finalmente, se realizará un intento de sistematización del campo y se señalarán algunas líneas de investigación que resultarían de relevancia para el futuro.

II. ¿Qué es el populismo?

Existen pocos conceptos sobre los que exista tan nulo consenso académico como el populismo; podríamos decir, exagerando un poco, con que nadie sabe bien qué es el populismo pero casi todos coinciden en que es malo. Las interpretaciones del populismo enfatizan su (a menudo afirmada a priori) irracionalidad, su demagogia, su personalismo y su autoritarismo, así como la tendencia a los gobiernos populistas a ser simplemente malos gobiernos. Sin embargo, estas explicaciones a menudo no logran responder a la pregunta de por qué el populismo sigue siendo un fenómeno político tan extendido y potente.

Para comenzar a organizar el campo conceptual con alguna precisión, en principio debemos distinguir las definiciones económicas del populismo de las propiamente políticas. Las primeras entienden al populismo como una cierta fórmula de política pública basada en la redistribución excesiva de recursos (ya sea monetarios o en forma de bienes públicos) a los sectores populares a efectos de lograr éxitos electorales inmediatos, aún sabiendo que esta política no es sustentable en el mediano plazo (Dornbusch y Edwards 1991, 1995, 2007, Poblete Vázquez 2006). Para esta concepción el populismo es siempre y enteramente negativo y la principal amenaza a las perspectivas de desarrollo económico de los países emergentes.

En este artículo, sin embargo, trabajaremos sobre las definiciones propiamente políticas de populismo, ya que, por un lado, en este artículo no nos conciernen los debates internos de la economía y, por el otro, porque la definición económica de populismo es tan general que resulta siendo casi coetánea a "mala administración económica" per se (Freidenberg 2007). Las definiciones de la ciencia política sobre populismo provienen de tres grandes tradiciones. La primera tradición abreva más bien en la sociología que en la ciencia política. Esta escuela nace como el intento de explicar los populismos que se multiplicaron en las áreas semiperiféricas del mundo en las décadas de la primera y segunda posguerras, y entendía que el populismo estaba sobre todo determinado como una cierta coalición de clase, entre una base de tipo obrera industrial y un líder proveniente de la elite o de las clases medias altas3. Así, los análisis del populismo en las décadas de la inmediata posguerra lo veían sobre todo como un epifenómeno político de una determinada situación de desafiliación social generada por la modernización e industrialización. Esta escuela tiene dos principales problemas. Primero, su evolucionismo modernizante, que entiende al populismo como un subproducto de los procesos de modernización rápida; el segundo, más clave aún, es su reduccionismo sociologista, en tanto reducía al populismo a una determinada fórmula de clase (Di Tella 1984, 2001, Germani 1962, 1969).

Ya en los 80 y 90, y frente a la evidencia de que existían otros tipos de populismos que no tenían esta composición de clase y que además no eran distribucionistas ni de izquierda sino privatistas y neoliberales, aparece una redefinición del concepto que lo saca del ámbito de la sociología y lo entiende como una estrategia política. Kurt Weyland define al populismo como "una manera específica de competir y ejercer el poder" (2011: 11). En concreto,

It situates populism in the sphere of domination, not distribution. Populism first and foremost shapes pattern of political rule, not the allocation of socioeconomic benefits or losses. This political redefinition captures best the basic goal of populist leaders, to win an exercise power, while using economic and social policy as an instrument for this purpose (…) In espousing anti-elite rhetoric and challenging the status quo, populism rests on the distinction of friend versus foe that constitutes politics. Historically, it arises from a leader's promise to protect the enemy from a pernicious enemy. Originating in real or imagined conflict, populism is thoroughly political. Therefore, populism is best defined in political terms (Weyland 2011: 11).

La literatura sobre populismo y neopulismo floreció en la década del 90, ya que gobiernos como los de Alberto Fujimori, Carlos Menem, Silvio Berlusconi y los hermanos Kaczynsky daban carnadura a esta categoría (Roberts 1995, Novaro 1996, Knight 1998, 2001). Sin embargo, esta literatura muchas veces trata al populismo como una simple táctica política caracterizada por ser manipulatoria y demagógica.

Frente a esto, una tercera familia teórica enfatiza que el populismo en tanto estilo o estrategia política es una dimensión inerradicable de toda política democrática y que las democracias liberales y populistas no son tipos de régimen dicotómicamente diferentes, sino tipos relacionales, siempre en tensión y competencia (Meny y Surel 2002, Mouffe 2005a, Panizza 2005). Así, Robert Jansen (2010: 75) define al populismo como "un modo de práctica política" entre muchos otros posibles y Margaret Canovan (2005: 114) define al pueblo como un "público movilizado en el cual se han involucrado los individuos".

Dentro de este amplísimo campo definido por el giro de considerar al populismo como una práctica política democrática sin más, existen sin embargo matices. Por un lado, Ernesto Laclau y quienes fueron inspirados por su obra estudian al populismo ante todo como una determinada articulación discursiva caracterizada como un tipo de discurso político performativo que tiene como objetivo la formación de identidades políticas mediante la dicotomización discursiva del campo político entre un "nosotros" y un "ellos". Antes que nada, esta escuela desea echar luz sobre la autonomía de la dimensión político-discursiva por sobre las dimensiones sociológicas y económicas (Aboy Carlés 2001, 2005, Laclau 2005, Barros 2002, 2011, 2013).

Por su parte, la escuela basada en la obra de Cas Mudde entiende al populismo como una forma peculiar de ideología. Cas Mudde (2004: 543) define al populismo como una "ideología no densa que considera que la sociedad se divide en dos campos homogéneos y antagonistas: el pueblo puro' y la ‘elite corrupta', y que sostiene que la política debe ser la expresión de la ‘vohnté genérale (voluntad general) del pueblo". Según Cristóbal Rovira Kaltwasser (2013: 9) tanto pueblo como elite no son entidades esenciales sino "comunidades imaginadas" que se construyen de manera muy diferente según de qué experiencia populista se trate, en espacio y lugar determinados.

Otro tipo de definiciones tiene que ver con entender al populismo como un fenómeno de cultura política. Pierre Ostiguy por su parte, define al populismo en términos culturales, como aquellas formas que apelan a "lo bajo" en política, es decir, aquellas que involucran la utilización en política de modos de sociabilidad y modos estéticos de las clases populares. Así, Ostiguy (1997: 3) lo define no por políticas públicas particulares y tampoco, siquiera, por ciertas "alianzas de clase" sino por la "activación política de aquellas marcas que segregan culturalmente, en un contexto concreto y geográficamente situado, a las clases populares".

Tenemos, entonces, que el populismo puede ser entendido como una táctica electoral por parte de líderes carismáticos y ambiciosos, como un tipo de movilización antisistema, como un cierto tipo de discurso antagonista y dicotomizante, o como una cierta activación política de la cultura popular. ¿Existe algún elemento en común a estas definiciones? Creemos que sí: en todos los casos la "unidad mínima" de la movilización populista está formada por la tríada del líder, el pueblo y la movilización antagonista.

Creemos que es posible ofrecer una definición pragmática y funcional del populismo; es decir, que lo defina como un tipo de práctica política y evite al hacerlo todo tipo de esencialismo. La definición de populismo que adoptaremos en este artículo consiste en un tipo de práctica política que combina tres elementos: a) un pueblo, es decir, un público movilizado, que coalesce como tal alrededor del liderazgo personal de un b) líder carismático y que se involucran activamente en c) prácticas de acción colectiva movilizantes y antagonistas4.

Con esta definición nos interesa marcar que no todo movimiento de protesta es un populismo, así como no todo líder personalista es un líder populista. Es la interacción de un líder carismático y el pueblo que lo sigue lo que define a un movimiento populista, hasta el punto de que ambas entidades son co-creadas: no hay "pueblo" ni "líder" antes de la movilización que los co-define como tales. Por su parte, el "linkage" que se crea a partir de la movilización y el discurso populista difiere de los tipos de construcción política programática en tanto es inclusivo, emocional, personalista, movilizante, anti-elite e inestable, en tanto los "linkages" de tipo programático son institucionales, estables e ideológicos (Kitschelt 2000).

Utilizaremos esta definición porque nos ofrece una combinación aceptable de generalidad y particularidad. En especial, nos permite incluir al mismo tiempo movimientos políticos y gobiernos. Gobiernos y movimientos populistas están relacionados, pero no son idénticos, ya que existen partidos políticos o movimientos sociales que tal vez no lleguen nunca a gobernar (tal como sucedió con el movimiento populista agrario norteamericano de fines del siglo XIX y con George Wallace en los Estados Unidos; por su parte, Mahatma Ghandi tuvo prácticas populistas pero nunca fue un gobernante) (Williams y Alexander 1994, Brass 2000, Lee 2006).

En este artículo analizaremos la manera en que la ciencia política actual trata al populismo, por lo que utilizaremos indistintamente fuentes que analizan movimientos y gobiernos, sin embargo, ésta es una distinción que debe tenerse en cuenta. Los momentos de llegada al poder (si los hubiera) e institucionalización de un nuevo poder es algo problemático para los movimientos populistas, que se plantean como rupturistas, democratizantes, anti-institucionalistas en el momento de acumular poder "desde afuera", pero que deben por fuerza avanzar hacia la institucionalización una vez que llegan al gobierno (creando, por ejemplo, nuevas constituciones, un andamiaje partidario más permanente, etc.). Los gobiernos populistas sin embargo luchan por no perder ese mismo impulso contestatario y refundacional5; por lo tanto, existe en el corazón de todo régimen populista una tensión entre hegemonía y refundación, en palabras de Aboy Carlés (2005), o entre "ruptura" y "orden" en los términos de Barros (2002).

En lo que resta del artículo argumentaremos que el populismo, es decir, el fenómeno político caracterizado por un actor colectivo que involucra un público movilizado y un líder carismático, no es un atavismo premoderno y no está destinado a desaparecer por la modernización política progresiva (sino que, más bien, es alentado por las propias condiciones de la globalización) y que debe ser, por lo tanto, estudiado y comprendido en su especificidad.

III. El populismo no es un fenómeno híbrido o residual sino un fenómeno específico de la democracia

La ciencia política actual se encuentra comprometida normativamente con el proyecto político de la democracia pluralista, de manera un tanto similar a como la economía moderna se encuentra normativamente comprometida con el proyecto del libre mercado. En tanto las relaciones del populismo con la democracia pluralista y liberal son cuanto menos complejas, éste resulta de por sí un concepto de difícil aprehensión para la disciplina. Además, el desarrollo de la ciencia política moderna, en su búsqueda por lograr alcanzar el estatus de ciencia positiva, está entroncado con un énfasis en generar tipificaciones para los fenómenos políticos que sean lo más simples y abarcativas posibles; es decir, la ciencia política trata de "desambiguar" a los fenómenos políticos. Asimismo, la mayor parte de la producción de la disciplina tiene una intención explícitamente normativa. Así, la ciencia política se esfuerza por pensar la política juzgando al mismo tiempo cuáles son sus mejores formas de organización.

En especial, pocas dicotomías han sido tan fuertes y tan productivas para la ciencia política del siglo XX como el par conceptual democracia/ autoritarismo. A partir de la consolidación del proyecto democrático luego del fracaso de las alternativas totalitarias, la ciencia política se transformó así en una disciplina orientada normativamente hacia el estudio y la consolidación de la democracia liberal en el mundo. Sobre todo luego de la segunda posguerra la ciencia política se desarrolló no sólo como una disciplina que busca entender la política en sí, sino que busca hacerlo con el objetivo normativo de fortalecer la democracia liberal de partidos. Una consecuencia de este compromiso normativo es que la ciencia política pasó a basarse cada vez más en el par conceptual dicotómico democracia-autoritarismo, suponiendo que todos los regímenes políticos existentes deben poder subsumirse en una u otra de estas categorías excluyentemente (Huntington 1993, Lipset 1994, Linz 1996, Diamond 1999, Przeworski 2000, O'Donnell y Schmitter 2013).

Por supuesto, los corolarios de lo que Collier y Adcock (1999) denominan "enfoque dicotómico" de la democracia (Sartori 1987, Huntington 1993, Geddes 1999, Linz 2000)6 residen en que, por un lado, la disciplina pierde capacidad de analizar y comprender la miríada de casos y regímenes que se encuentran en la "zona gris" entre uno y otro extremo del continuo y, por el otro, en que la ciencia política también ha perdido capacidad de comprender de qué manera democracia y autoritarismo pueden entremezclarse en el interior de un mismo régimen político.

El problema es que el populismo en tanto fenómeno político desafía cualquier intento de clasificación dicotómica. Por una parte, los regímenes populistas a menudo comparten características profundamente democráticas (expansión del voto, expansión de derechos, énfasis en democracia directa) con otras características autoritarias (énfasis en la autoridad personalista, tendencia a privilegiar la voluntad de la mayoría por sobre las libertades de las minorías). Es decir, aún los críticos de los regímenes populistas han de admitir que en la gran mayoría de los regímenes populistas se mantienen los aspectos de la democracia formal, tales como las elecciones libres y el funcionamiento de los parlamentos, mientras que aún los más entusiastas populistas podrán admitir que a menudo estos gobiernos tienen una relación tirante con libertades políticas tales como la libertad de prensa (Dornbusch y Edwards 1991, Betz 1994, Meny y Surel 2002, Mainwaring y Scully 2009). No se trata aquí, sin embargo, de que los gobiernos populistas estén "en el medio" del tránsito entre el autoritarismo o democracia, sino de que este entremezclado entre características liberales y antiliberales es algo que le es propio (Aboy Carlés 2001, Panizza 2005).

Si tomamos, por ejemplo, la tipología desarrollada por Gregory Luebbert (1991) para clasificar los regímenes que compitieron por la primacía normativa en el mundo occidental durante la primera mitad del siglo XX veremos que las opciones fueron básicamente tres: liberalismo, fascismo y socialdemocracia. El liberalismo se caracterizó por la defensa de la libertad de mercado y el mantenimiento del predominio político de las clases propietarias; la socialdemocracia por mayores niveles de regulación económica y el ascenso al poder político de una alianza de clases basada en sindicatos y clases medias; el fascismo dependió de fuertes liderazgos personales y generó disminución de las libertades personales y de mercado. Pues bien, en Latinoamérica y en otras zonas de la periferia en ese mismo momento histórico se dio el auge de los populismos "clásicos" que se caracterizaron por compartir características liberales con características socialdemócratas y características autoritarias. Lo mismo pasa si miramos las políticas públicas: si utilizamos la tipología usada por Gosta Esping-Andersen (1990) para distinguir entre Estado de bienestar liberal, socialdemócrata o corporatista, veremos que los estados desarrollados por los gobiernos populistas en general combinan y mezclan características de estos tres "mundos" (Andrenacci, Falappa y Lvovich 2004, Hirschegger 2012). Determinar qué tipo de régimen "puro" es el populismo es una imposibilidad.

Así, por décadas los detractores de los populismos de primera generación enfatizaban elementos cercanos al fascismo europeo, mientras que sus defensores hacían lo mismo con sus características democráticas; la clave es que ambos análisis tenían basamento en la realidad. Por ejemplo, es posible afirmar que el gobierno de Juan Domingo Perón expandió derechos políticos y sociales, y al mismo tiempo enfatizar que se restringieron derechos liberales como la libertad de prensa: ambas aseveraciones son ciertas. Lo mismo puede decirse de Getulio Vargas, Gamal Abdel Nasser o Kemal Attaturk o, más tarde, Indira Ghandi (Germani 1961, Landau 1984, Podeh y Winckler 2004, Türsan 2004, Nadolski 2008). En este sentido, los populismos nos alertan sobre la existencia de un cierto conjunto de casos en que la pregunta "¿es este régimen democrático o autoritario?" no es sólo de muy difícil resolución sino que oscurece el análisis.

Fundamentalmente democrático en tanto se trata de una reivindicación del carácter soberano del pueblo, el populismo sin embargo puede tener características tradicionalmente asociadas con regímenes autoritarios, como el énfasis en reelecciones indefinidas o el uso de la movilización, a veces torrencial, en el espacio público. No se trata aquí de pensar que el populismo es simple error o irracionalidad, sino que la coexistencia híbrida y sincrética de rasgos democráticos y verticalistas es una parte esencial de la política populista. Esta misma ambigüedad del populismo dificulta entonces un acercamiento teórico que lo comprenda como un fenómeno específico; una mayoría de los análisis, por ejemplo, sigue agotándose en buscar desentrañar qué es el populismo en esencia, mientras que el populismo es ambiguo y polimorfo. El desafío es comprender esta ambigüedad y estudiar a los populismos de tal manera que no se pierda capacidad de juicio (es decir, distinguir los éxitos y sus fracasos de las experiencias populistas concretas, situadas en el tiempo y el espacio) sin reducirlo a un simple híbrido irracional.

Por supuesto, decir que la movilización populista es parte esencial de la política democrática no equivale a decir que es la única parte esencial de la democracia. Al inicio del artículo mostrábamos la evolución de la aparición en los libros digitalizados de los términos "instituciones" y "el pueblo". No cabe duda, sin embargo, que las democracias complejas en las que vivimos involucran ambos conceptos. Una democracia compleja de masas que no se institucionalice formalmente no podría subsistir en el tiempo; sin embargo, una democracia que no ponga en entredicho de tanto en tanto el poder desigual que engendran esas mismas instituciones dejaría de ser una democracia propiamente dicha y degeneraría en una tecnocracia o una oligarquía. El populismo nace de y expresa esta tensión democrática y tiene, por lo tanto, su propia racionalidad.

De hecho, puede argumentarse que la movilización populista (es decir, el proceso por el cual se crea un movimiento anti-institucional que involucra el actor colectivo conformado por grupos excluidos liderado por un líder carismático) no sólo es inseparable de la democracia sino que sólo es posible en una sociedad democrática, es decir, en una sociedad que ya ha aceptado la soberanía popular como principio último (Shapiro 2003). La movilización populista obtiene su impulso de la propia promesa democrática de participación y soberanía universal sobre lo público: no se trata entonces de que la movilización populista sea algo ajeno a la democracia que se introduce en ella "desde afuera" para desvirtuarla sino más bien un subproducto de la propia lógica democrática (Canovan 1999, Arditi 2004). Sólo asumiendo esto —es decir, aceptando que el surgimiento de un movimiento conformado por un líder y un pueblo que se levantan contra un estado dado del sistema político expresa una promesa de actualización del poder soberano de la mayoría ya siempre presente en nuestras democracias— podremos comprender la gran efectividad política y electoral del populismo a partir de otras categorías que no sean la "demagogia", la "irracionalidad" o "el clientelismo".

En todo caso, el hecho de que la movilización populista sigue existiendo en todas las regiones del mundo, y más especialmente en momentos de crisis, nos muestran que la relación entre institucionalización y desinstitucionalización no es dicotómica sino que son dos momentos en un mismo ciclo de la política democrática. Esta relación entre movilización populista y democracia se muestra plenamente en que el populismo tiende a aparecer con fuerza en aquellos momentos en que, por alguna razón, el orden institucional democrático establecido de una comunidad política parece no estar funcionando de manera adecuada, o por así decirlo, parece estar bloqueado el camino hacia el esperado cumplimiento de la promesa democrática. La resiliencia del populismo, que nació junto a la democracia hace 2.500 años y permanece como una sombra o una imagen en espejo aún en las democracias más establecidas y antiguas, deben alertarnos acerca de la necesidad de su estudio.

I V. El populismo no es un mero epifenómeno de "lo social"

Otro elemento que ayuda a comprender la dificultad que la ciencia política ha tenido para estudiar al populismo tiene que ver con que el mismo es un objeto de estudio que históricamente ha sido disputado entre la ciencia política y la sociología. De hecho, a menudo los estudios sobre populismo se engloban bajo el rótulo de "sociología política" y se consideran un sub-campo de la sociología: aquel preocupado por la relación entre clases sociales, movimientos sociales y transformación política (Della Porta y Diani 1999, Goodwin et al. 2001, Tilly y Wood 2013, Tilly 2003, Tilly y Tarrow 2007).

El hecho que el populismo pueda ser reclamado por la sociología al mismo tiempo que por la ciencia política nace de que el mismo está irremediablemente conectado con la existencia de clases sociales y de desigualdad social; podría decirse, inclusive, que la movilización populista es la expresión de la pluralidad social y de la imposibilidad de reducir completamente esa pluralidad a la lógica institucional. Es decir, hay un campo donde la sociología política y la ciencia política se superponen.

El problema, sin embargo, surge de la incomodidad de la ciencia política para hablar en términos de actores políticos colectivos. La ciencia política actual está en muchos sentidos comprometida con la utilización del individualismo metodológico como metáfora principal sobre la cual entender la sociedad: es decir, sostener que la comunidad política es un conjunto de individuos y que estos son básicamente mónadas unas iguales a las otras, dominadas por un conjunto limitado de disposiciones o pasiones comunes. Pero el individualismo metodológico no debe hacer nunca olvidar que la sociedad tiene una dimensión que es inextricablemente colectiva, en tanto la misma está constituida por grupos económicos, políticos y de estatus con diferentes intereses, valores y visiones de mundo que preexisten al individuo y en gran sentido lo constituyen. El individuo siempre está ya constituido, es un producto de su ciudad y su vida sólo puede ser completa en tanto y en cuanto sea vivida en la pluralidad humana. Por lo tanto, la condición humana es la pluralidad: de géneros, de talentos, de disposiciones, de capacida-des7. No se trata de que no exista la acción racional individual, sino que la misma se da dentro de marcos de sentido que son previos a ella misma y que, por otra parte, la acción colectiva es más que la suma de las acciones individuales.

Asimismo, la característica ontológica de la pluralidad se ve reforzada en las sociedades post-industriales. Por una parte, tal como lo discuten entre otros Karl Polanyi (2005), Robert Castel (1997) y Pierre Rosanvallon (1995), las condiciones de la economía capitalista generan, antes que el avance progresivo hacia condiciones de igualdad, la constante creación de desigualdades. Sin embargo, cuando hablamos de la creación de pluralidad hay que señalar que la desigualdad económica no es el único motor: ya la literatura sobre los "nuevos movimientos sociales" alerta que las identidades de clase conviven e interactúan con la politización de otras identidades y demandas: étnicas, de género, medioambientales, etc. (Hannigan 1985, Touraine 1988, D'Anieri, Ernst y Kier 1990, Laraña, Johnston y Gusfield 1994). No se trata de que la clase entendida al viejo estilo haya desaparecido de nuestras sociedades sino de que la identidad de clase convive con otros múltiples clivajes identitarios.

Entonces, si la creación social de pluralidad y de nuevas demandas es una constante dinámica de la vida social pero la arquitectura política institucional es siempre parcialmente estática, se sigue que existe en esa divergencia una fuente perpetua de desequilibrio y demanda. La movilización populista es una de las maneras principales en que se expresa políticamente ese desequilibrio: representa, por así decirlo, una categoría mediadora entre lo puramente social y lo propiamente político. De allí que el estatus del estudio de este objeto se encuentre entre la ciencia política y la sociología.

En condiciones de alta pluralidad y movilidad social (ascendente y descendente) una estrategia populista —es decir, una estrategia que enfatice la lealtad hacia el líder más que hacia una plataforma abstracta, que utilice la movilización y que sea lo más inclusiva posible en términos de clivajes sociales— puede tener más éxito electoral que una estrategia de tipo programática o que se base en clivajes sociales rígidos, ya sean de clase o étnicos. Es más, como argumenta Raúl Madrid (2008) en su estudio sobre la prevalencia de los partidos etnopopulistas en Latinoamérica: es justamente en condiciones en donde la pluralidad social se manifiesta en múltiples identidades que a su vez se mestizan entre sí donde los liderazgos populistas están en mejores condiciones de medrar. En condiciones de pluralidad social y alta hibridación y fluctuación identitaria, una apelación de tipo populista (inclusiva, vaga, antagonística, no programática) es más efectiva que una inclusión rígidamente programática8.

Una de las razones por las cuales la ciencia política prefiere dejarle el estudio del populismo a la sociología política, entonces, es el hecho de que el populismo está contaminado de "lo social". Sin embargo, la idea de que puede aislarse una esfera de "lo político" que no esté conectada de alguna manera fundamental con "lo social" no deja de ser una ficción. La terca resiliencia de la movilización populista es testamento de que lo social crea política y de que la política altera lo social: estudiar el populismo es justamente una manera (no la única, ciertamente) de indagar acerca de los modos en que lo social y lo político se entremezclan y co-determinan.

La única forma de imaginar un mundo en el cual la democracia liberal no deba convivir con periódicas pero constantes pulsaciones populistas sería poder sostener que las actuales condiciones de globalización capitalista signada por aumento de la "financiarización" de la economía, la movilidad del capital y el aumento de la desigualdad no se tradujeran en cambios abruptos de la estructura social y no generaran procesos de desafiliación social, movilidad social ascendente y descendente y desacoples bruscos en la representación política. Por supuesto, esto no es así.

Es más, afirmamos que el avance de la democracia en el mundo no disminuirá el populismo, sino al contrario. Es posible postular que la confluencia de un avance del apetito democrático en el mundo con condiciones socio-económicas inestables maximizará la aparición de movimientos populistas, toda vez que la democracia multiplica las demandas sociales y les agrega legitimidad mientras que la inestabilidad social y económica vuelve más difícil su resolución. Vale decir: una de las razones por las cuáles resulta imposible pensar en la desaparición a corto plazo de los movimientos populistas es que en las sociedades contemporáneas las clases sociales (entendidas de cualquier manera que uno elija) no sólo no se reducen o se simplifican sino que se multiplican y entrecruzan. Y, como demuestra Madrid (2008), la apelación a una identidad populista que enfatice la inclusión de estas múltiples identidades sociales en un apelación suficientemente vaga y abarcativa (o sea, lo contrario a la idea politológica de "clivaje") es una estrategia electoral muy efectiva. Si a lo anterior le sumamos la disminución de la capacidad de los partidos políticos de actuar como los únicos mecanismos de configuración de la representación política y la mayor centralidad de las tecnologías de la información y de las nuevas comunicaciones veremos que las condiciones para erupciones populistas no disminuyen sino que aumentan (Weyland 2001).

De hecho, desde el año 2000 hasta aquí hemos visto un aumento y no una disminución de la aparición de líderes y movimientos populistas en el mundo. Este hecho es evidente en Latinoamérica, donde justamente esta convergencia entre las crisis económicas asociadas al fin de la era de expansión del neoliberalismo en la región y la expansión de la democracia en la región luego de casi 30 años de inédita estabilidad democrática resultaron en una multiplicación de movimientos populistas de izquierda que llegaron al gobierno por vía electoral en Venezuela (Hugo Chávez en 1998), Argentina (Néstor Kirchner en 2003), Bolivia (Evo Morales en 2005), Ecuador (Rafael Correa en 2006) y Paraguay (Fernando Lugo en 2008) (De la Torre 2003, 2010, Panizza 2005, 2009, Savarino 2006, De la Torre y Peruzzotti 2008, Cameron 2009, Weyland et al. 2010, Levitsky y Roberts 2011)9.

Sin embargo, la aparición de liderazgos populistas en momentos de incertidumbre no es privativa de Sudamérica. La crisis financiera que se desencadenó en Estados Unidos y Europa también dio paso a la aparición de liderazgos populistas, aunque en este caso del signo ideológico opuesto. En Estados Unidos la campaña de Barack Obama en 2008 tuvo elementos populistas, aunque no así su política de gobierno; asimismo, el hecho más relevante en el partido republicano norteamericano ha sido la aparición de un movimiento populista de derecha: el Te a Party (Berlet 2011, Nicholson y Segura 2012, Skocpol y Williamson 2012). Asimismo, vemos el ascenso de líderes populistas en Europa, ya sea Alexis Tsipras en Grecia (de izquierda), la Liga Norte en Italia o, en el caso más resonante, la súbita importancia de Marine Le-Pen en Francia (Skolkay 2000, Hainsworth 2004, Stavrakakis 2005, McDonnell 2006, Williams 2011, Mayer 2013).

En el punto anterior decíamos que la resiliencia populista volvía a este fenómeno un objeto de estudio válido; si a esto le sumamos que las condiciones económicas y sociales de este momento histórico particular parecen configurarse de tal manera que conllevan a la generación de momentos de crisis e inestabilidad en los cuales las apelaciones populistas se vuelven (aún) más atractivos, debería ser una indicación de que el estudio de las movilizaciones populistas tiene cierta urgencia.

V. El populismo no es un atavismo condenado a desaparecer por la modernización

La ciencia política del siglo XX se aproximó muchas veces al populismo tomándolo como un fenómeno transicional, es decir, como una manifestación política propia de la transición de la premodernidad a la modernidad. Esta fue la interpretación hegemónica de los populismos que florecieron en el mundo en las décadas del treinta y el cuarenta. En su análisis seminal Political Man, Seymour Martin Lipset explicaba el populismo de esta forma: en sociedades semiperiféricas de Latinoamérica y Asia, el ingreso tardío pero rápido a la modernidad industrial causaba masivas migraciones de poblaciones rurales hacia la periferia de las grandes ciudades, en donde se encontraban las nuevas industrias. Estos migrantes resultaban entonces "desclasados," súbitamente separados de las estructuras tradicionales y pre-modernas de sus comunidades de origen; así, se transformaban en una "masa disponible" que podía ser rápidamente movilizada por un líder carismático e inescrupuloso (Lipset 1960, Germani 1969).

Esta secuencia entre modernidad tardía-industrialización rápida-desafiliación rural y urbanización-masa disponible-movilización populista se convirtió así en la explicación canónica del origen de los regímenes populistas de entreguerras. Dada la abundancia de experiencias populistas en la región, no es una sorpresa que la mayoría de los textos fundantes sobre el populismo latinoamericano consideraran, en palabras de Cardoso y Faletto, al populismo como algo propio del "período de la transición" (Cardoso y Faletto 1979: 42) (Germani 1969, Di Tella 1984, Landau 1984, Podeh y Winckler 2004, Sosa de León 2004, Türsan 2004, Nadolski 2008). La esperanza, sin embargo, es que el mismo avance inxorable de la modernización volvería al populismo irrelevante. Este espíritu está condensado inmejorablemente en este párrafo Jürgen Habermas:

…a robust civil society (...) can blossom only in an already rationalized life world (...) otherwise, populist movements arise that blindly defend the frozen tradition of a life world endangered by capitalist modernization (Habermas 1999: 370)10.

Resulta adecuado, ya que hemos traído a Habermas, relacionar la idea de que el pasaje de la premodernidad a la modernidad se asocia con el pasaje de la autoridad populista a la autoridad legal-racional con el autor de estas categorías, Max Weber. Para decirlo sintéticamente, el despliege secuencial de la relación entre populismo y autoridad legal racional es el resultado de una incorrecta historización y teleologización de la relación que plantea Weber entre carisma y racionalidad. Max Weber (1958) describe las formas de autoridad política (tradicional, legal y carismática) como tipos ideales, es decir, estilizaciones de fenómenos que nunca replican completamente las complejidades de la historia. Weber no plantea que estos tipos describan momentos de un proceso evolutivo y teleológico, sino que son posibilidades siempre presentes, en todo momento histórico. No existen elementos en Weber para argumentar que los tres tipos de autoridad no coexisten en las sociedades modernas.

De hecho, Weber argumenta que un tipo de autoridad carismática es una creación particular de la sociedad capitalista de masas:

These modern forms are the children of democracy of mass franchise, of the necessity to woo and organize the masses, and develop the utmost unity of direction and the strictest discipline. "Professional" politicians outside the parliaments take the organization in their hands (...) They expect that the demagogic effect of the leader's personality during the election fight of the party will increase votes and mandates and thereby power and, thereby as far as possible, will extend opportunities to their followers to find the compensation for which they hope. Ideally, one of their mainsprings is the satisfaction of working with loyal personal devotion for a man, and not merely for an abstract program of a party consisting in mediocrities. In this respect, the ‘charismatic' elements of all leadership are present in the party system (Weber 1958: 103)11.

En síntesis: para Weber la relación entre la autoridad política legal-racional y la populista no es una relación de linealidad histórica, sino una relación dialéctica y cíclica. El insight clave weberiano es que la propia multiplicación de normas y reglas genera en la población la sensación de que el pueblo ya no ejerce la soberanía o de que el verdadero poder se ha vuelto invisible, como dice Margaret Canovan (2005). En esta "invisibilidad" de la racionalidad burocrática aparece, para Weber, la apertura a la promesa de un liderazgo carismático de "re-encantar" la política12.

Este argumento teórico se complementa con la evidencia empírica de que, antes que resultar un atavismo que se desecha de una vez y para siempre una vez que un país ha "racionalizado su mundo de la vida" como resultado de la modernización capitalista, continúa siendo un fenómeno político poderoso también en los países con democracias establecidas. En los últimos cincuenta años encontramos la aparición de liderazgos populistas de derecha como el de Jorg Haider en Austria, la Liga Norte en Italia, el populismo de derecha de George Wallace en la década del sesenta o el más reciente Te a Party en Estados Unidos13. De hecho, Swank y Betz (2003) argumentan que las condiciones socioeconómicas actuales, sobre todo las relacionadas con el impacto de la globalización económica y financiera hacen aún más probable la emergencia de movimientos populistas en los países centrales (Diani 1996, Mazzoleni, Stewart, y Horsfield 2003, Mouffe 2005b, Rydgren 2005ª, 2005b, Lee 2006, Oesch 2008, Williamson y Skocpol 2012).

Es decir, debemos concluir aceptando el argumento weberiano que la autoridad carismática en la política moderna no es excluyente de la autoridad legal-racional, sino que es, en más de un sentido, conjurada por ésta misma ya que "la racionalidad formal de las reglas (que nunca puede ser completamente estipulada o definida) conjura inevitablemente como su suplemento la no-racionalidad de la decisión y el poder" (Dallmayr 1994: 38). Sin ir más lejos, Guillermo O'Donnell señalaba lo mismo:

Institutions induce patterns of representation. For the same reasons noted, institutions favor the transformation of the many potential voices of their constituencies into a few that claim to speak as representatives of the former (...) Insofar as this capability is demonstrated and the given rules of the game are respected, institutions and the various interacting representatives develop an interest in their mutual persistence as interacting agents (...) This is the point when it may be said that an institution (which probably has already become a formal organization) is strong: it is at equilibrium, and it is in none of the agents' interest to change it except in incremental and basically consensual ways (O'Donnell 1993: 6).

Es decir, las reglas y procedimientos impersonales no eliminan el poder, antes bien, crean sus formas específicas de poder e irracionalidad, lo cual, a su vez, crea un apetito por la autoridad carismática que parece traspasar esas reglas. Si sumamos la creciente tecnificación de la vida actual con los momentos de crisis económica o de rápido cambio social (factores que no son disminuidos por la globalización, sino más bien al contrario) la "demanda de populismo" continúa y continuará apareciendo como un elemento político a tener en cuenta.

VI. La comprensión del fenómeno populista es necesaria en la democracia global

Entonces, y a manera de síntesis de lo discutido hasta ahora, afirmamos que estudiar al populismo es una tarea que la ciencia política debe asumir, ya que comprender el fenómeno populista tiene implicancias tanto para la teoría democrática como, más importante aún, la práctica política democrática. Si, como argumentamos hasta ahora, el populismo es un fenómeno inherente a la política democrática que no desaparecerá solamente por el paso del tiempo y la modernización, entonces se sigue que las democracias institucionales deben encontrar maneras de acomodar y al mismo tiempo morigerar los periódicos estallidos populistas. A nuestro modo de ver el enfoque de la ciencia política debe tener menos que ver con encontrar maneras de erradicar de una vez y para siempre la amenaza populista de una idílica democracia basada puramente en reglas que aceptar la inevitabilidad del populismo (y, por qué no, sus potencialidades transformadoras); para esto, es necesario teorizar acerca de las posibles formas de rutinización e institucionalización democráticas. O, como dice Kurt Weyland,

Yet to stabilize their rule many populist leaders eventually seek to "routinize their charisma" and solidify their mass following by introducing elements of party organization or clientelism. The relationship remains populist as long as the party has low levels of institutionalization and leaves the leader wide latitude in shaping and dominating its organization and as long as clientelistic patronage serves the leader in demonstrating personal concern for the followers and a supernatural capacity for problem solving. But where party organization congeals and constrains the leader's latitude, turning him into a party functionary, or where proliferating clientelism transforms the relationship of leader and follower into a purely pragmatic exchange, political rule based on command over large number of followers eventually loses its populist character (…) Populist leadership therefore tends to be transitory. It either fails, or, if successful, transcends itself" (Weyland 2001: 14)14.

Este último punto (el que toda movilización populista deba o bien institucionalizarse o bien esfumarse) ya era bien conocido por Aristóteles y Maquiavelo, quienes dieron cuenta del carácter inestable y efímero del pueblo mismo y de la necesidad de transformar la "energía populista" en instituciones, tales como las leyes y la religión cívica. Lo mismo hizo Weber al señalar la "rutinización del carisma" como la única salida a la desaparición física del líder. En este sentido, más que pensar formas de eliminar totalmente la posibilidad misma de la activación popular que realiza el populismo (lo cual es al mismo tiempo imposible e indeseable) es el "momento institucional" (Yabrowski 2013) del populismo el que se revela como fundamental.

De hecho, existen varios ejemplos de fuertes movimientos populistas que, aunque fueron disruptivos en su momento, han completado la transición hacia partidos políticos "normales" como el APRA en Perú o el peronismo en la Argentina (Mustapic 2002, De la Torre 2003) o, más recientemente, el MAS boliviano (Mayorga 2006, 2007, 2008, Stefanoni 2007, Quiroga y Barros 2012). Es este tránsito del momento rupturista al momento institucionalista el que, creemos, hay que analizar con cuidado.

Para empezar, hay que señalar que un factor positivo para la transformación de los movimientos populistas en partidos es que las demás fuerzas políticas acepten su legitimidad política y decidan competir con ellas en términos electorales. Esto resulta algo evidente, pero hay que señalar que una de las dificultades más importantes es que los partidos "institucionalistas" tienden a condenar al populismo en términos morales y a negar su legitimidad política sin más (Smilde 2004, Mouffe 2005a, 2005b). Una manera de alentar a los movimientos populistas a transformarse en partidos es mantener los criterios para participar en elecciones lo más inclusivos y flexibles posible. Así, resulta a menudo el caso que los movimientos populistas revelan que no sólo pueden ganar sino también perder elecciones libres y competitivas15. Dado que además la participación electoral tiende a moderar las prácticas político-partidarias y a acercar a los partidos al centro, este es el primer y principal mecanismo de institucionalización democrática populista.

Además de la competencia electoral, es importante la participación legislativa. A menudo, cuando el movimiento populista se ve forzado o incentivado a participar en la dinámica legislativa necesaria para aprobar las leyes, sus representantes deben moderar sus discursos (es efectivo, en este caso, que los partidos populistas no tengan mayorías propias en el parlamento; para esto se vuelve aún más necesaria la competencia electoral robusta)16.

Otro incentivo a la institucionalización es el pluralismo social y la densidad de la sociedad civil. La densidad social y organizacional de una comunidad política es una condición crucial para impedir el deslizamiento autoritario de los populismos: mientras más mediaciones organizacionales existan entre el/la líder y "el pueblo" más limitada estará su voluntad personal y mayor será la moderación. El impacto de las mediaciones organizativas sociales sobre el centralismo y personalismo del gobierno populista puede verse, por ejemplo, en la diferencia entre los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales y Néstor y Cristina Kirchner. Evo Morales llegó al poder como líder de una red de movimientos sociales y sindicatos con profundo enraizamiento social; asimismo, los Kirchner llegaron al poder como parte de la compleja estructura organizacional del peronismo, en la cual se integran sindicatos, movimientos de desocupados y redes territoriales. Ni Evo Morales ni los Kirchner tuvieron ni tienen la posibilidad de actuar sin tener que rendirle cuentas a miembros de su propia coalición, como sí podía hacerlo Hugo Chávez. Sin embargo, para que esta densidad social se mantenga es necesaria una alta tolerancia a formas antagonistas y movilizadoras de acción política, aun cuando éstas escapen a los "buenos modales" a veces requeridos en la democracia liberal (Chatterjee 2006, Korzeniewicz y Casullo 2009).

Es importante recordar, sin embargo, que no existe una única trayectoria obligatoria para la institucionalización de los movimientos populistas ni un solo camino predeterminado para la institucionalización del carisma. El resultado final dependerá de múltiples variables que tienen que ver con la personalidad del líder, la situación económica, la naturaleza de la coalición, el clima internacional, por cómo los sectores opositores se ubiquen frente a las demandas "heréticas" del movimiento populista, y muchos más17. Esta indeterminación del resultado final de los procesos de institucionalización populista, sin embargo, deben ser un llamado a la política democrática antes que un llamado a su supresión por cualquier medio.

Esperamos haber dado cuenta de las razones por las cuales el populismo es un fenómeno que puede y debe ser estudiado por la ciencia política con la rigurosidad que se merece. Para finalizar, querríamos solamente señalar las direcciones que, a nuestro juicio, son las líneas de investigación más apremiantes en este sub-campo.

a.  Más y mejores estudios sobre populismos comparados

La literatura de mediados del siglo XX sobre los populismos suponía que la fórmula populista era siempre constante: un país en proceso de modernización e industrialización acelerada, formación de masa disponible por migraciones internas, movilización por un líder carismático y demagógico. Sin embargo, los desarrollos políticos de los últimos cuarenta años deben alertarnos de que no debe hablarse ya del "populismo" sino, en todo caso, de "los populismos".

Sin ir más lejos, en los últimos veinte años hemos sido testigos de la emergencia de populismos que, lejos de ser distributivos y estatistas, fueron privatistas y neoliberales (Roberts 1995, Knight 1998, Weyland 2002), de liderazgos populistas con fuerte matiz religioso (Skocpol y Williamson 2012), populismos de base agraria e indígena (Madrid 2008) y del ascenso de populismos con fuerte componente xenófobo (Francia, Grecia). Asimismo, somos testigos de gobiernos populistas que parecen lograr una institucionalización democrática (el MAS en Bolivia) con otros que no pudieron sobrevivir la primera amenaza seria a su gobernabilidad (Fernando Lugo en Paraguay) con otros, como el de Nicolás Maduro en Venezuela, que parecen estar transitando el camino hacia la transformación en un régimen ya sí abiertamente autoritario. Esta diversidad debe llamarnos a dejar de comparar a los populismos con una imagen de una democracia ideal, y a realizar investigaciones comparadas que apunten a sistematizar las diferencias y similitudes entre estas diversas experiencias concretas.

b.  Investigaciones sobre populismo subnacional

Este segundo campo parece promisorio, toda vez que las investigaciones sobre las matrices populistas se han concentrado en figuras de alcance nacional. Pero no hay que olvidar que el populismo es también relevante para comprender fenómenos políticos de alcance subnacional, sobre todo en sistemas federales. En sistemas federales la competencia política se da en tres niveles: un plano provincial, el plano de relación (o no) con lo nacional, y un plano local, por debajo del plano provincial. Un actor que intente dar forma el campo político puede: a) jugar en un solo nivel, ignorando los demás; b) intentar "alinear" los tres niveles según el mismo clivaje; o c) fortalecer la identidad en un plano jugando "contra" alguno de los otros dos. Esta última sería la estrategia más proclive a culminar en un discurso de tipo populista. Existen numerosos ejemplos de esta estrategia populista, ya sea la campaña electoral de George Wallace, los partidos separatistas de la Italia del Norte, o el Movimiento Popular Neuquino en Argentina (Gadano 2011). La ampliación del uso de los conceptos de populismo, identidad política y discurso populista a los procesos subnacionales podría, por una parte, ayudar a aclarar fenómenos empíricos, y por la otra, resultar en una expansión sustantiva de la teoría.

c. El clivaje populismo/programa

Otra dimensión en que es necesario avanzar relaciones entre política programática y populismo, no ya como polos opuestos en un continuum categorial para clasificar regímenes totales, sino como dos estrategias en competencia perpetua dentro de los sistemas de partidos establecidos. Tal como menciona Carlos De la Torre (2003), el populismo no es la negación de la democracia de partidos sino que en muchos sistemas de partidos la estrategia populista constituye una potencialidad siempre a la mano de ser actualizada por un candidato con deseos de victoria. Abundantes ejemplos, que van del peronismo argentino al Partido Republicano en Estados Unidos, muestran que cuando un movimiento populista llega al poder no necesariamente hemos de encontrar grandes cambios a nivel del régimen. Antes bien, como señala Herbert Kitschelt (2000: 1), (R)esearch on democratic party competition in the formal spatial tradition (...) assumes that linkages of accountability and responsiveness between voters and political elites work through politicians' programmatic appeals and policy achievements. This ignores, however, alternative voter-elite linkages through the personal charisma of political leaders and, more important, selective material incentives in networks of direct exchange (clientelism)".

Kitschelt plantea la necesidad de explorar "theories of linkage choice", es decir, bajo qué condiciones dirigentes políticos optan por una u otra estrategia. La dimensión populismo/programa en tanto forma puede así ser provechosamente combinada con la dimensión ideológico-programática entendida en tanto contenido. Modificando ligeramente a Ostiguy (2005), podremos analizar a partidos o apelaciones políticas en tanto sean "de izquierda populista" o "izquierda tecnocrática" y "derecha populista" o "derecha tecnocrática" (Casullo 2012). Esta posibilidad puede ser especialmente productiva en América Latina, donde existen países en donde o bien es claro que hay izquierda y derecha populista y no populista (como Argentina), o bien las diferencias entre partidos parecieran ser más de forma política que de contenido ideológico (el PSDV y el PT en Brasil, por caso).

VI. Coda

La ciencia política de la región se encuentra entonces con un doble desafío: debe intentar comprender esta especial coyuntura, al mismo tiempo que debe crear los mismos conceptos necesarios para esta comprensión. La ciencia política actual se enfrenta al desafío, entonces, no ya sólo de medir cuán autoritario/democrático es tal o cual régimen de gobierno, sino antes bien comprender de qué manera específica se intenta construir institucionalidad democrática en cada país, y cuáles son las fortalezas/debilidades de las nuevas institucionalidades.

El populismo debe ser entendido como el intento de actualización — prudente o no, completa o imperfecta— de una promesa que resulta fundamental a nuestras propias democracias. Después de todo, el Preámbulo de la Constitución Argentina, documento fundamental de toda institucionalidad republicana, comienza "Nosotros, los representantes del pueblo de la Nación Argentina…". Ese "nosotros" es una promesa, la apuesta de que hay algo así como un actor colectivo, que nos incluye y al mismo tiempo trasciende a cada uno de los individuos que lo componemos, y que es la garantía fundamental de la soberanía democrática. Cada constitución democrática, aún las más liberales, están construidas sobre esta misma ficción. Es comprensible y esperable que ese "nosotros" viva en tensión con las reglas y los procedimientos que sobre él se construyen, y que, de tanto en tanto, se manifieste políticamente. El desafío que enfrenta a nuestra era no es tanto eliminar o acallar esa tensión sino, en todo caso, canalizar su promesa en el ciclo continuo, interminable, impredecible de la política democrática.

 

TABLA 1
Resultados en Google Scholar

Idioma Inglés

Cantidad de resultados

Political ¡nstitutions

2.760.000

Political parties

2.110.000

Democracy

1.940.000

Electoral politics

750.000

Authoritaríanism

141.000

Populism

92.500

Idioma Español

Democracia

859.000

Instituciones políticas

601 000

Partidos políticos

291.000

Política electoral

143.000

Autoritarismo

87.900

Populismo

41.200

Fuente: búsqueda realizada en Google Scholar, 18 de febrero de 2014.

TABLA 2
Resultados en herramienta de búsqueda del repositorio bibliográfico Jstor

Idioma Inglés

Número de artículos publicados en Journals indexados por Jstor

Political ¡nstitutions

630.392

Democracy

405.343

Political parties

381.029

Electoral politics

92.679

Authoritaríanism

30.245

Populism

23.083

Idioma Español

Democracia

23.933

Instituciones políticas

14.359

Política electoral

11.993

Partidos políticos

10.359

Autoritarismo

3.786

Populismo

2.758

Fuente: búsqueda realizada en base de datos de artículos publicados en Journals Jstor el 1 de abril de 2014.

 

GRÁFICO 1
Apariciones de los términos "el pueblo" e "instituciones" en la base de datos de Google Books, 1500-2000

Fuente: Google Ngram Viewer, búsqueda realizada el 16 de abril de 2014.

GRÁFICO 2
Apariciones de los términos "the people" e "institutions" en la base de datos de Google Books, 1500-2000

Fuente: Google Ngram Viewer, búsqueda realizada el 13 de septiembre de 2014.

Notas

1 En todos los casos, las traducciones de citas de textos o expresiones en inglés son a cargo de la autora.

2 Ngram realiza búsquedas de términos en grandes bases de datos de libros publicados desde el año 1500 al 2000 que han sido digitalizados e indexados por Google.

3 Por ejemplo, Torcuato Di Tella (2001) define al populismo como un movimiento con amplio apoyo de las masas, que están organizadas pero carecen de organización autónoma y siguen a un líder carismático que no es campesino u obrero.

4 Consideramos al discurso un tipo especial de estas prácticas, en tanto el discurso político es performativo (Verón 1987).

5 Por ejemplo, es muy típico de los líderes populistas que vean la creación de partidos políticos permanentes y autónomos de su voluntad personal con ambivalencia. Así, Juan Domingo Perón decía que el Partido Justicialista era una herramienta electoral de su liderazgo y Hugo Chávez cambió su propio partido varias veces.

6 En relación a este punto, la discusión sobre si, en palabras de Collier y Adcock (1999), la relación entre democracia y autoritarismo debe ser entendida como dictómica o gradual resulta secundaria, ya que ambos paradigmas comparten un supuesto de base, a saber, que democracia y autoritarismo son casos polares, en un espectro definido justamente por estos extremos.

7 Es más, siguiendo a Amartya Sen (1999) podemos afirmar que poner en acto esa individualidad es la fundamentación de la buena vida aristotélica (Nussbaum 2011, Tchir 2011).

8 Asimismo, Kitschelt et al. (2010) notan que en Latinoamérica los partidos políticos que gobiernan o han gobernado tienden a tener ideologías mucho más laxas, vagas y abarcativas que los partidos políticos lejos del gobierno, que tienden a ser más programáticos.

9 Hay que señalar además el hecho de que en Chile, considerado por la mayoría de los analistas el país con el sistema político más institucional del subcontinente, vivió un proceso de fuerte movilización contra la desigualdad educativa y la desigualdad económica; las últimas medidas anunciadas por la presidenta recientemente electa Michelle Bachelet que incluyen proyectos de eliminar el sistema electoral binominal, aumentar los impuestos para el 1 por ciento superior y aumentar los controles estatales en la educación privada con fines de lucro ha sido recibido con acusaciones de "populismo" y "chavismo" por miembros de la oposición chilena, editorialistas del Wall Street Journal y el embajador de Estados Unidos, entre otros, como pudo leerse en la prensa escrita en estas semanas.

10 Énfasis de la autora.

11 Énfasis de la autora.

12 Sin embargo, para Weber el momento carismático no es sostenible en el tiempo más allá de lo que dure la co-presencia entre líder y pueblo; por lo tanto, la situación carismática original deberá dar paso a nuevas instituciones, que podrán emerger una vez que el estado extraordinario de devoción y fervor haya disminuido.

13 El Te a Party parece ser un caso excepcional de un "movimiento populista en busca de líder". Sin embargo, como mencionan Skocpol y Williamson (2012), el liderazgo del Tea Party está en manos de figuras de la prensa-espectáculo de Fox News, como Rush Limbaugh y Bill O'Relly, más que en los partidos.

14 Énfasis de la autora.

15    Como fuera el caso del peronismo cuando perdió concluyentemente la elección de retorno a la democracia en 1983 (Sidicaro 2010, Torre 2012).

16    Esta aparente disyunción entre un discurso radical y una forma de gobierno mucho más moderada es identificada por Fernando Mayorga como una de las características fundamentales del gobierno de Evo Morales (Mayorga 2008).

17 Sin ir más lejos, pensemos la diferencia entre el hecho que Juan Domingo Perón no muriera durante el golpe de Estado que lo sacó del gobierno y el impacto que tuvo la muerte de Hugo Chávez en las posibilidades de institucionalización del chavismo.

Bibliografía

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  3. Andrenacci, Luciano, Fernando Falappa y Daniel Lvovich (2004) "Acerca del Estado de Bienestar en el Peronismo Clásico (1943-1955)", en Bertranou, Julián, Juan Manuel Palacio y Gerardo Serrano (comps.) El país del no me acuerdo. (Des) memoria institucional e historia de la política social en Argentina, Buenos Aires, Prometeo.
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