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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.19 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2014

 

TEORIA

La Democracia Radical y su Tesoro Perdido. Un Itinerario Intelectual de Ernesto Laclau

 

por Julián Melo*y Gerardo Aboy Carlés**

* Conicet- Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina. E-mail: melojulian@hotmail.com.
** Conicet- Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina. E-mail: gerardoaboy@hotmail.com.


Resumen

El presente trabajo reconstruye cronológicamente los hitos fundamentales de la obra del teórico argentino Ernesto Laclau. Se explora la forma en que su interés por indagar la autonomía de lo político lo condujo a una final reformulación de la teoría de la hegemonía de origen gramsciano. Su preocupación por las formas específicas de constitución de las identidades políticas y, en especial, su concepto del populismo lo llevarían a revisar algunos de los principios medulares que animaban la idea de democracia radical.

Palabras clave Laclau - posmarxismo - hegemonía - democracia radical - populismo

Abstract

This article reconstructs, in chronological terms, the fundamental milestones in the work of the Argentine political theorist, Ernesto Laclau. We explore the way in which his interest on the autonomy of the political drives him to a final reformulation of the gramscian hegemony theory. In our perspective, Laclau's concern about the specific forms of political identities constitution, and his concept of populism, led him to a revision process on the central principles that sustained the idea of radical democracy.

Key words Laclau - posmarxism - hegemony - radical democracy - populism


 

El hecho de que estos dos elementos, la preocupación por la estabilidad y el espíritu de novedad hayan terminado por oponerse en la terminología y el pensamiento políticos — identificándose el primero con el conservadurismo, y habiendo sido monopolizado el segundo por el liberalismo progresista— quizá debe considerarse como síntoma de nuestra perdición.
(Arendt, 1992)

Introducción

El libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia1, escrito por Ernesto Laclau en colaboración con su esposa, Chantal Mouffe, fue publicado en Londres en 1985. Hoy parece un lugar común identificar ese texto con una suerte de manifiesto liminar del posmarxismo, de una parte, y un jalón vital en la construcción del pensamiento político posfundacional, de otra. La posterior obra de Laclau sería entonces una profundización y desarrollo del proyecto teórico-político allí expuesto, matizado tan sólo por cierto cambio paulatino en el interés —cuando no en las preferencias políticas— del académico argentino. Partir de Hegemonía... conlleva un cierto ocultamiento de las huellas que condujeron a una particular apuesta sincrética que atravesaría todo el resto de la obra de Laclau. Nos planteamos, en este trabajo, explorar no sólo el camino que condujo a la original propuesta de Hegemonía... sino también establecer las persistencias y rupturas entre este texto fundante y la subsiguiente producción del autor.

Ernesto Laclau era hijo de un importante dirigente radical yrigoyenista, partícipe en sucesivas intentonas revolucionarias en los años 30 y posteriormente embajador de Arturo Illia. En 1958, el joven Laclau se afilió al Partido Socialista Argentino (el ala más moderada del antiperonismo socialista), para pasar luego al Partido Socialista de Vanguardia del que se iría en 1962. Un año después, ingresaría desde la militancia universitaria en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional, conducido por Jorge Abelardo Ramos y del que integraría su Mesa Nacional, dirigiendo su periódico Lucha Obrera2. En 1964 concluyó sus estudios de grado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y, poco más de un año después, fue designado profesor en la Universidad Nacional de Tucumán. A los pocos meses perdería su cargo cuando, tras el golpe de Estado de 1966, la dictadura de Onganía intervino violentamente las universidades nacionales. Laclau, como muchos investigadores que permanecieron en el país, se refugió entonces en el Instituto Di Tella. Allí participó como investigador asistente en el proyecto sobre marginalidad social encabezado por José Nun, encargándose de las aproximaciones históricas a la problemática. Los asesores externos del proyecto eran Alain Touraine, Michael Apter y Eric Hobsbawm. Este último leyó el informe final de Laclau, quedando muy favorablemente impresionado. Por ello, el historiador británico le ofreció la posibilidad de acceder a una beca en la Universidad de Oxford para desarrollar allí su doctorado. En 1968, Laclau se había apartado del PSIN por diferencias con la conducción partidaria, fue así que se marchó a Inglaterra, dónde se radicaría por el resto de su vida.

Resulta oportuno intentar rastrear el paulatino desplazamiento en el interés de aquel graduado de Historia que en 1969, a los 34 años, llegó a Inglaterra bajo el auspicio de Eric Hobsbawm con el objeto de hacer una tesis de historia económica sobre el ciclo del lanar3 y concluiría menos de dos décadas después convertido en un teórico político de relevancia internacional.

Las polémicas iniciales

En 1971 apareció en New Left Review un artículo que tendría singular repercusión en América Latina: "Feudalism and capitalism in Latin America" (Laclau 1971). Allí observamos a Laclau aún focalizando su interés en la potencialidad del entramado conceptual del marxismo para estudiar la realidad socioeconómica latinoamericana. El ensayo es una crítica deletérea a la tesis del economista y sociólogo alemán André Gunder Frank (1967, 1969), según la cual América Latina ha sido capitalista desde su misma colonización por las potencias europeas en el siglo XVI. Laclau no cuestiona la tesis dependentista y comparte la crítica a los supuestos teleológicos de la teoría de la modernización. Comparte también con Frank el rechazo a las tesis del dualismo estructural del que el alemán se hace eco4. La sustancia de su crítica consistirá en imputar a Frank una torpe identificación del capital comercial con el capitalismo. La caracterización del economista y sociólogo alemán hace hincapié en el ámbito de la circulación para hablar erróneamente de "capitalismo", pero se desentiende de las relaciones sociales que son un elemento nodal en la definición de un modo de producción. Así, el autor argentino sostiene que Frank nunca puede explicar cabalmente por qué el desarrollo genera subdesarrollo al no advertir cómo, lejos de existir una incompatibilidad entre relaciones de producción precapitalistas y producción para el mercado mundial, es la expansión de este último la que profundiza aquéllas.

Laclau estaba atacando supuestos erróneos que habían hecho mella en la propia izquierda nacional5 y paradójicamente lo hacía valiéndose de caracterizaciones que eran propias de esa misma tradición. Así sostuvo que el error de Frank tenía su origen en el patronazgo intelectual que las élites liberales latinoamericanas habían ejercido sobre la izquierda en la región: era la vieja identificación entre economía cerrada y feudalismo de una parte, como contrapuestas a la asociación entre mercado y capitalismo, reproducidas acríticamente por la izquierda latinoamericana, los atavismos que Frank buscaba exorcizar para criticar las tesis dualistas. Lo hacía sin advertir hasta qué punto mantenía los supuestos liberales decimonónicos. Escribió Laclau:

Puesto que el conocimiento de la realidad histórica y actual hacía cada vez más evidente que las economías latinoamericanas habían sido siempre economías de mercado, y puesto que el fracaso en América Latina de las élites reformistas y presuntamente progresistas revelaba cada vez con mayor claridad las íntimas interconexiones entre los sectores "moderno" y "tradicional", una nueva escuela concluyó que América Latina había sido siempre capitalista. Frank y aquellos que piensan como él —y son muchos— aceptan los términos del dilema tal como fueron planteados por los partidos comunistas latinoamericanos y los liberales del siglo XIX, pero se ubican en el extremo opuesto (Laclau 1978: 32-33).

Pero el joven investigador argentino establecido en Londres iría, muy lentamente, desplazando sus preocupaciones de ese lugar de guardián de la ortodoxia marxiana. La paulatina conversión de aquel niño que en septiembre de 1945, al borde de los diez años, asistió con su familia a la Marcha de la Constitución y la Libertad contra el emergente liderazgo de Juan Domingo Perón6 es un proceso de largo plazo que no se puede comprender sin atender a algunos hechos particularmente significativos que impactarían decisivamente en su generación intelectual. Laclau tenía veinte años cuando se produjo el golpe de 1955 y el peronismo fue proscripto. Fue parte activa del proceso generalizado de nacionalización de las izquierdas que siguió a la Guerra de Argelia y a la Revolución Cubana, proceso que llevaría a un importante segmento de la izquierda a una revisión profunda tanto de su caracterización de la experiencia peronista como de sus previos posicionamientos. Laclau solía repetir una y otra vez que fue la progresiva desagregación del heterogéneo conglomerado antiperonista, de la juventud universitaria y las clases medias, y la paulatina identificación de contrarias aspiraciones con el retorno de Perón entre los años 60 y los primeros 70, la experiencia política que había marcado a fuego su vida y de la que nacían el conjunto de preocupaciones que lo llevarían a formularse las preguntas a las que intentó dar una respuesta a través de casi medio siglo de ininterrumpida actividad intelectual. En este marco, una primera pregunta es aquella recurrente preocupación marxista por la relación entre estructura económica y política. La exploración acerca de la autonomía de lo político forjaría sus escritos de mediados de los años 70 y sus contrapuntos con el sociólogo greco-francés Nicos Poulantzas.

Laclau intervino en la polémica alrededor de la autonomía relativa del Estado que tuvo lugar entre Poulantzas y Ralph Miliband en los primeros años de la década del 707. El debate en sí mismo excede nuestro actual objeto. Sin embargo, lo que nos interesa rastrear allí es cómo en las acusaciones cruzadas entre un Poulantzas que imputa a Miliband un historicismo subjetivista que ve en los hombres algo más que un soporte de relaciones sociales y un Miliband que acusa a Poulantzas de "abstraccionismo estructuralista", esto es, de una vocación por hacer primar la forma por sobre cualquier contenido, Laclau intentará esbozar una vía intermedia que, si de una parte comparte con la mirada estructuralista el rechazo de cualquier concepción del sujeto tal como la tradición kantiana y la sociología poskantiana lo ha legado al pensamiento occidental, de otra tiende a concebir a lo político como algo más que una mera instancia sometida a la determinación en última instancia por la economía, tal como rezaba la perspectiva althusseriana asumida por Poulantzas8.

Uno de los pasos más decisivos de Laclau en su intento por brindar un estatuto específico a lo político en el marco de la teoría marxista estuvo dado por otro trabajo también dedicado a la crítica de la obra de Poulantzas y titulado Fascismo e ideología9. Se trata de un ensayo crítico de la obra Fascismo y dictadura del sociólogo greco-francés10. Este trabajo es fundamental, porque aun cuando su interés parece todavía circunscripto a los debates endogámicos de la academia marxista, llega a esbozar las preocupaciones fundamentales que animarán toda la labor posterior del autor.

Laclau hace una valorización muy positiva de la forma en que Poulantzas describe la situación crítica que dio origen al fascismo; pero hasta allí llegan los reconocimientos. Para Laclau, el fascismo, lejos de constituir la expresión ideológica típica de los sectores más conservadores y reaccionarios de las clases dominantes —como sostenía Poulantzas— fue una forma particular de articulación de las interpelaciones popular democráticas al discurso político (Laclau 1978: 126). Para el estudioso argentino esto sólo había sido posible en virtud de que la clase obrera, tanto en su sector reformista como en su sector revolucionario, había abandonado el campo de la lucha popu-lar-democrática confinándose en el aislamiento clasista y dejando el campo libre para que sus adversarios pudieran articular a sectores subalternos en un discurso de matriz jacobina de rechazo al viejo bloque de poder (Laclau 1978: 142). Siguiendo la interpretación de Arthur Rosenberg, es el aislamiento suicida de la clase obrera y su incapacidad de hegemonía, de construir un espacio popular más amplio, aquello que para Laclau explica el surgimiento de los fascismos europeos11.

Pese al rechazo que Laclau dedicara a la distinción de instancias por parte de Althusser es necesario remarcar el acompañamiento acrítico que realiza del concepto de "interpelación" del autor francés. Siguiendo literalmente al autor de Ideología y aparatos ideológicos del Estado, Laclau concibe a los sujetos como determinaciones estructurales. Así afirma que "lo que constituye el principio unificador de un discurso ideológico es el ‘sujeto' interpelado y así constituido a través de ese discurso" (Laclau 1978: 113-114)12. La persistencia de una concepción estructuralista del sujeto como simples "posiciones de sujeto" seguiría acompañando a Laclau por muchos años. Así en Hegemonía…, Laclau y Mouffe reafirmaban que los sujetos son determinaciones y nunca pueden ser el origen de relaciones sociales "ni siquiera en el sentido limitado de estar dotados de facultades que posibiliten una experiencia, ya que toda ‘experiencia' depende de condiciones discursivas de posibilidad precisas"13.

La innovación que en el interior del debate marxista supone Fascismo e ideología está dada no sólo por el papel otorgado a la ideología en la constitución de las solidaridades sociales (desestabilizando el lugar de simple variable dependiente de una determinación en última instancia), una aspiración que ponía al autor en la senda del legado gramsciano. El rasgo novedoso es la distinción postulada por Laclau entre forma y contenido de una ideología. Sostenía allí la necesidad de aceptar que los "elementos" ideológicos considerados aisladamente no tienen ninguna necesaria connotación de clase y que esta connotación es sólo el resultado de la articulación de estos elementos en un discurso ideológico concreto. Lo cual significa que la precondición para analizar la naturaleza de clase de una ideología es interrogarnos por aquello que constituye la unidad distintiva de un discurso ideológico (Laclau 1978: 111).

En términos de Emilio de Ípola (1987; 100), para el Laclau de 1975, el carácter de clase de una ideología está dado por su forma y no por su contenido. No hay "elementos", por ejemplo creencias, emblemas, costumbres, "de clase". Esos elementos podrían ser articulados en proyectos contrapuestos: la exaltación de la laboriosidad del obrero podría estar al servicio de proyectos antagónicos de acumulación privada o comunitaria de los beneficios. Es por eso mismo que la forma de una ideología está dada, como hemos dicho anteriormente, por el sujeto interpelado, por aquella solidaridad que se constituye y no por los elementos que circunstancialmente la componen. Hoy, el carácter de clase de la "forma de una ideología" puede parecernos una antigualla destinada al desván de los objetos inservibles y ello, entre otras muchas cosas, por la posterior obra de autores como el propio Laclau. Sin embargo, estos postulados, constituyeron una singular herejía en el marxismo británico de mediados de los años 70, ampliando el horizonte de posibilidades de una crítica al reduccionismo de clase.

En Fascismo e ideología podemos encontrar también el germen de una distancia no evidente con la categoría de ideología de Althusser que recién alcanzaría su forma madura en Hegemonía…, una década más tarde. Para el filósofo francés la ideología era aún una superestructura, una categoría regional del todo social. En cambio, para Laclau, la categoría de "discurso" va convirtiéndose paulatinamente en un concepto no topográfico que terminaría siendo definido como el horizonte de constitución de todo objeto14.

Sin embargo, la novedad más importante que aporta el texto de 1975, y que sería profundizada por la posterior obra de Laclau radica, en la teorización de lo que él mismo llama las "interpelaciones popular democráticas". En sociedades heterogéneas, nos dice, no toda contradicción es una contradicción de clase (aunque inmediatamente concede que, no obstante ello, toda contradicción está sobredeterminada por la lucha de clases) (Laclau 1978: 112 y ss.). Laclau nos propone que pensemos en una formación social donde terratenientes feudales expolian no sólo a los campesinos a los que explotan directamente sino a artesanos e incluso a incipientes burgueses y obreros aledaños. El autor nos advierte que la dinámica del conflicto puede tomar en estas sociedades características que no se deducen de las diferentes posiciones en la estructura económica. Así, suele ser común que surjan antagonismos en los que los sectores dominados no se identificarán a sí mismos como clase, sino como "lo otro", lo opuesto al bloque de poder dominante, "los de abajo" (Laclau 1978: 120-121). Laclau está realizando aquí una exploración de la génesis de las identidades populares. Aquellas que dan forma a solidaridades sociales recortadas por su común oposición a un bloque de poder dado. Identidades que se definen como "pueblo" antes que como clases específicas. Retomando una senda que había sido desplegada por el Gramsci de los Cuadernos a la hora de desarrollar su análisis de las "relaciones de fuerza", Laclau estaba reintroduciendo una figura de lo popular de la que cierto marxismo abjuraba por considerarla una fantasía idealista propia del pensamiento liberal burgués.

Al sostener que las interpelaciones popular-democráticas no tienen un contenido de clase específico sino que constituyen el campo por excelencia de la lucha ideológica de clases, Laclau hacía un doble movimiento de adscripción y de ruptura respecto del canon marxista. De adscripción porque la idea de una "forma" de las ideologías seguía remitiendo a lo que se consideraba apriorísticamente como un principio articulador de clase. De ruptura porque la dimensión del contenido o los elementos que se articulaban en los discursos ideológicos no tenían una pertenencia de clase necesaria. Lo popular, como figura social emancipada del reduccionismo clasista, emergía como objeto de reflexión para Laclau a partir de esta doble dimensión del discurso ideológico. Su producción por venir acabaría por socavar el insostenible monopolio clasista de las formas de articulación que aún habitaba, contradictoriamente, en las páginas del texto de 1975.

Repensando hegemonía

Desde el año 1973 Laclau había comenzado a dictar clases en la Universidad de Essex. Fue allí donde conoció a una joven colega belga que acababa de retornar de Colombia y quien terminaría por convertirse en su esposa. La colaboración entre Ernesto Laclau y Chantal Mouffe —pues de ella se trata— alcanzó su mayor expresión en el libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, aparecido en 1985. Fue este libro, más que ninguna producción individual previa o posterior, el que catapultó a ambos autores a un lugar preeminente en el campo de la teoría política a nivel internacional. Es difícil intentar explorar cuánto debe la obra de Laclau a líneas de investigación abiertas por la propia Mouffe, pero todo indica que esa deuda no es menor. A la fascinación que ambos guardaban respecto de la obra de autores marxistas de tradiciones contrapuestas como Gramsci o Althusser se suma el interés por las aproximaciones a lo político de Carl Schmitt, un interés que será una referencia explícita y recurrente en el caso de Mouffe y un tácito fantasma que acompañará toda la obra de Laclau15. Recordemos brevemente el recorrido expuesto en Hegemonía… Desde el inicio se nos advierte que se elegirá una vía —la de las aporías del marxismo— entre otros caminos posibles, para construir una aproximación capaz de poner en cuestión las miradas objetivistas de lo social que han caracterizado al pensamiento occidental. Con tal fin, y luego de un rastreo por buena parte del pensamiento marxista desde la socialdemocracia rusa hasta el presente, los autores identifican lo que llaman "un doble vacío" que habría paralizado al movimiento socialista internacional llevando al checo TomᚠMasaryk a acuñar la expresión "crisis del marxismo" en una fecha tan temprana como 1898. Ese doble vacío consistirá, de una parte, en el fracaso de la previsión marxiana de una creciente simplificación de la estructura social en vendedores y compradores de la fuerza de trabajo. Lejos de simplificarse, la sociedad se hacía día a día más compleja y, el ansiado sujeto revolucionario, no surgía espontáneamente del movimiento de la estructura (primer vacío). Esta ausencia remitía a la necesidad de una recomposición política de ese sujeto, algo que fue claramente avizorado ya por Kautsky y su teoría del partido que continuaría Lenin. Ahora bien, de otra parte, el sujeto que emergía como resultado de una recomposición a nivel político del actor revolucionario era un conjunto heterogéneo que no podía recortarse en los límites de "una clase social" sino que constituía lo que vagamente se llamaba un actor popular (segundo vacío).

Laclau y Mouffe demuestran cómo la idea de hegemonía, ya mucho antes de su reformulación por Gramsci en los años 30 del siglo pasado, vino a ocupar el lugar de una contingencia (bien la sustitución de un actor social, la sustitución de las tareas imputadas a un actor social, o bien la conformación de una alianza de clases, o bien la creación de una voluntad colectiva). Si los autores manifiestamente aspiraban a poner en duda toda objetividad de lo social, la noción de hegemonía parecía estar destinada a cumplir un rol fundamental en dicha tarea.

La operación de formalización del concepto gramsciano de hegemonía por parte de Laclau y Mouffe es una empresa singular. Si tuviéramos que caracterizar muy resumidamente esta operación diríamos que los autores profundizaron el constructivismo radical del teórico sardo a partir de hibridizar su concepción de la hegemonía con miradas que en principio parecen incompatibles con tal fin. Laclau y Mouffe reconstruyen una concepción de la hegemonía dónde el concepto gramsciano es tensionado entre el formalismo taxonomizador del estructuralismo althusseriano y el existencialismo agonal de Schmitt.

La sección "Análisis de situaciones. Relaciones de fuerza" de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci será el punto de partida de la reformulación que Laclau y Mouffe realizan del concepto. Cómo se recordará, en este pasaje Gramsci aborda los procesos de ampliación de campos solidarios, desde la mera distribución de distintas posiciones en la estructura económica al establecimiento de solidaridades económico corporativas (entre quienes ocupan allí similares posiciones) y de allí al nivel estrictamente político: cuando un grupo advierte que sus intereses pueden superar su propia particularidad y convertirse en intereses de otros grupos subordinados, deviniendo entonces como dirigente. Ese proceso que va del nivel de la infraestructura económica hasta la función dirigente de un grupo social, es lo que Gramsci llamaba "catarsis", el pasaje de las estructuras a las superestructuras complejas (Gramsci 1984: 51 y ss.). La extensión de una solidaridad social se produce a través de la creciente desparticularización de su propio espacio. En otros términos, en la renuncia a ciertos aspectos del propio interés más egoísta estará la capacidad de representar un espacio más amplio. Este es el dato central a la hora de intentar comprender la formalización del concepto de hegemonía que operarán Laclau y Mouffe.

El carácter "discursivo" de la realidad social alude, en Laclau y Mouffe, a la circunstancia de que ningún objeto emerge al margen de una superficie discursiva. Un episodio singular sólo se recortará como una entidad con un cierto sentido a partir de una trama que construya su significación: la reciente intervención israelí en la Franja de Gaza, para dar un ejemplo, puede ser construida como una desmesurada agresión hacia el pueblo palestino o, por el contrario, como un legítimo acto de autodefensa del Estado de Israel. La objetividad del hecho aludido está dada justamente por la trama de sentidos que como tal lo recorta y le otorga una entidad dada, condiciones de posibilidad precisas. La política misma en Laclau y Mouffe pasa a superponerse con esta pugna por la construcción del sentido.

Los autores siempre conservarían una idea de cuño estructuralista sobre el carácter diacrítico de las identidades sociales. Podemos sintetizarla aduciendo que ninguna identidad es una positividad en sí misma. Toda identidad se define por su inserción en una trama dada de relaciones: la noción misma de centro político, por ejemplo, sólo adquiere significación en su coexistencia con las nociones de izquierda y derecha. Más aún, el centro político sólo puede definirse como aquello que no es izquierda ni derecha16.

Tenemos, entonces, un esquema de inteligibilidad de la realidad social que indica que 1) toda identidad es relacional y que 2) la extensión de una identidad depende de su capacidad de desparticularizarse. Aquí es donde interviene una tercera dimensión que atraviesa a las otras dos: el supuesto de que el antagonismo tiene un papel constitutivo de toda objetividad. El horizonte de una concepción schmittiana de lo político, concepción de carácter existencialista que pasa a superponerse con la perspectiva diacrítica o relacional de las identidades de raigambre estructuralista. El salto pasa desapercibido para el lector, pero las consecuencias serán amplias a lo largo del resto de la obra de Laclau17.

Si toda objetividad toma forma a partir de prácticas de articulación discursiva y al mismo tiempo se sostiene que el antagonismo es el límite de toda objetividad, antagonismo y discurso aparecen como las categorías centrales para inteligir la construcción de un mundo significativo. Ese mundo significativo se estructura a partir de constelaciones siempre precarias de sentido emergentes de los disímiles equilibrios de una pugna constantemente reeditada.

Para nuestros autores lo social emerge como orden simbólico. El lazo político toma así, en Laclau y Mouffe, la forma inherente a una exclusión que le da sentido. Esa común exclusión de otro recibirá, para ellos, el nombre de "lógica de la equivalencia". Dos entidades se hacen equivalentes porque comparten el rechazo a un tercero. Es precisamente la comunidad en la exclusión lo que está en la base de la expansión de las solidaridades políticas. Rousseau (1982: 16) intentaba ilustrar su noción de voluntad general a partir de una cita del marqués d'Argenson explicando que la comunión entre dos o más intereses se debía a su oposición a un tercero. Exclusión y su reverso de desparticularización se convierten entonces en una gramática permanente de construcción de las identidades sociales. Laclau y Mouffe formalizan por completo el concepto de hegemonía al desagregarlo en dos lógicas: la equivalencia (esto es la comunidad en una exclusión antagónica) y su reverso, lo que los autores llaman "lógica de la diferencia", entendida como la relación no antagónica entre los elementos que convergen en un común antagonizar. La hegemonía ha quedado prácticamente reducida a dos signos que podríamos resumir como 1) "opuesto a X" y 2) "junto a Y en su oposición a X". Creemos que más allá del sofisticado nivel de deducción de la teoría y de las contrapuestas fuentes en las que abreva, es en ésta cruda reducción a un esquema binario, capaz de describir la extensión de cualquier solidaridad social, dónde radica el éxito alcanzado por la concepción de hegemonía de nuestros autores.

Hegemonía… señaló además dos rupturas de singular importancia con la concepción gramsciana. La primera y previsible era respecto del a priori de la organicidad que, en Gramsci, restringía el núcleo articulador de una hegemonía a una clase fundamental. Aquí, Laclau y Mouffe rompen con los resabios del reduccionismo clasista y el economicismo. El segundo quiebre fue aún más importante: el expreso rechazo de los autores al imaginario jacobino que postulaba un único gran escenario (la escena política nacional, por ejemplo) de constitución de lo político.

La fascinación que el libro provocó fue el resultado de esta conjunción de elementos:

1)  una visión contingente de las solidaridades políticas y el aporte de categorías de amplia capacidad descriptiva para posibilitar un enfoque construccionista de las identidades sociales;

2)  una verdadera secularización de la idea de universalidad al considerar que un universal no es otra cosa que un particular que se ha generalizado hasta cierto punto en forma exitosa;

3)  reconocer el papel central del conflicto en la estructuración de los límites precarios de cualquier identidad social introduciendo un principio desestabilizador de toda forma de sutura o cierre estructural;

4)  finalmente, la postulada defunción de un imaginario jacobino permitía pensar en esquemas pluralistas de conjunción de luchas cuya autonomía nunca colapsaba ni era reducida a la unidad por el Estado18.

Tras el éxito de Hegemonía… Laclau produjo diversas obras de gran nivel19 que continuarían explorando nuevos lenguajes para la concepción de la política allí corporizada. La deconstrucción derridiana, la retórica y el psicoanálisis se enhebraban en lo que parecía ser la interminable redacción de un único libro. Una ontología política general que concibe toda objetividad como la sedimentación de una violencia que ha escondido sus huellas. Pese a las correcciones, los cambios de enfoque e incluso el desplazamiento del papel constitutivo del antagonismo por el de la dislocación, hay una importante línea de continuidad en estos textos que los recorta claramente como obras de transición.

Cuando Laclau intentó especificar a través de un recorte analítico la lógica de desparticularización y ampliación de los espacios solidarios, acuñó la figura del "significante vacío". Una entidad que puede reducir su propia particularidad para representar un espacio que le es inconmensurable. Nótese que si en un primer momento el vaciamiento era algo que ocurría en el conjunto de las entidades que compartían un común campo de oposición a una alteridad identitaria, dando lugar a un creciente proceso de hibridación, de construcción de un nuevo "nosotros", progresivamente Laclau iría deslizando la figura del significante vacío hacia la imagen de un desnivel en un campo político común. Su tantas veces repetido ejemplo de Solidarnoœæ muestra cómo una entidad específica del campo común de la oposición aparecía como apta para perder particularidad y representar a sus compañeras en la lucha contra el poder comunista. La teorización de éste desnivel en un campo común se hará cada día más central en Laclau: en el horizonte emerge la figura de un nombre, sea éste el de un sindicato como Solidarnoœæ o una persona, como Perón, como garantía de reducción de lo múltiple a la unidad.

Si en Hegemonía… la idea de "cadena equivalencial" adquiere la forma básica de un agregado extensivo de momentos, en forma paulatina pero persistente, Laclau comienza a teorizar un ordenamiento verticalizado de los espacios políticos operado a través del desnivel de una parte que representa, desdibuja y acaba por socavar a sus pares en la común oposición a otro. La equivalencia ya no será simplemente una adición, la extensión de una cadena, sino una forma de sobredeterminación, de anudar a los distintos componentes bajo la fuerza de Uno. La equivalencia dejará de ser extensión para ser intensidad y con ello, aquel supuesto crucial del pluralismo de Hegemonía…, la multiplicación de los espacios políticos como ruptura con el imaginario jacobino, parecerá llegar a su fin.

Desde una teoría del populismo

La última década fundió de modo relativamente contundente el nombre de Laclau con la palabra populismo. Naturalmente, esto puede haber tenido una multiplicidad de causas, cuestión que no es nuestro objeto aquí20.

Sí nos interesa remarcar que si, de un lado, la temática del populismo no es nueva en las teorizaciones del filósofo argentino, del otro, tampoco es plausible reducir plenamente dichas teorizaciones a la cuestión populista. Por el contrario, la centralidad del populismo en la obra de Laclau es, como mínimo, fluctuante, hasta el punto en que podríamos afirmar que, luego de la publicación de Hacia una teoría del populismo21 en 1977, fue una temática prácticamente inexistente22 hasta que vio la luz La razón populista23 en 2005. Pasaron casi 30 años entre un texto y el otro, y, según lo ya visto, en ese tiempo se produjeron fuertes reformulaciones en el trabajo de Laclau.

El eje inicial sobre el que debe comprenderse nuestro argumento se relaciona con la fundamental variación entre las preguntas que articularon la obra de nuestro autor. En el primer Laclau, la inquisición central tenía que ver con repensar el estatus de la ideología y con ciertas polémicas al interior del marxismo. En el último Laclau, la pregunta es por la política como tal cosa. Dicho con sus propias palabras, "se interroga sobre la lógica de formación de las identidades colectivas" (Laclau 2005: 9). La consecuencia de esta variación, como veremos, es clave, pues supone una diferencia de alcance en cuanto a las afirmaciones y conclusiones a las que se intenta arribar en cada caso y, por supuesto, una gran distancia entre los objetos de investigación.

Un segundo eje que debe tomarse en cuenta, como hemos afirmado en otros trabajos (Aboy Carlés 2001, 2002, 2010; Melo 2009, 2011, 2013), es el referido a los lenguajes teóricos que Laclau ha ido desplegando a lo largo del tiempo. Puede decirse que, en Hacia una..., ese lenguaje tenía un profundo carácter marxista, imbuido de conceptualizaciones en las que estaban presentes, por caso, Gramsci y Althusser. Las nociones de crisis orgánica y de interpelación, respectivamente, expresan esta circunstancia. En La razón..., este sustrato prácticamente desapareció. Por ello, podrá verse que aquella centralidad la ocupan ahora autores como Freud o Lacan. Términos como investidura radical o heterogeneidad serían demostrativos de ello. Asimismo, la preocupación por la relación entre socialismo y populismo, presente de modo determinante en el texto de 1977, también desapareció en el Laclau de La razón... Una última cuestión que vale la pena citar en esta referencia general se relaciona al despliegue historiográfico de cada uno de los textos. Si, de una parte, el primer Laclau expone largos desarrollos respecto de experiencias históricas como el yrigoyenismo y el peronismo en Argentina, o el varguismo en Brasil, para replicar sus afirmaciones, de otra parte, dichas referencias desaparecen casi por completo en La razón... La cuestión histórica, allí, pasa a ser comandada por un análisis de orden cuasi superficial que, con muy poco detalle, intenta englobar procesos muy disímiles que van desde el boulangerismo al kemalismo turco sin un profundo desarrollo. Las experiencias históricas, en el último Laclau, pasaron a ser meras ilustraciones de una demostración lógica previa. Muy distinto de lo que fue su empresa inicial, a mediados de los años 70.

Ahora bien, ¿alcanzan estas primeras diferenciaciones como para afirmar que Laclau modificó rotundamente su forma de pensar al populismo? ¿Cuáles fueron las consecuencias lógicas de dichos cambios en el andamiaje teórico de este autor argentino? Despleguemos detenidamente cada uno de estos argumentos para tratar de observar esas distancias y los posibles vasos comunicantes.

Ausencias y presencias, distancias y cercanías

Uno de los gestos más evidentes que nos permiten pensar en las distancias entre los dos textos de Laclau que estamos trabajando tiene que ver con su contexto de producción. Principalmente, se relaciona con "a quién o qué perspectivas" le está tratando de contestar. En el trabajo de 1977, por ejemplo, Laclau inicia su argumento construyendo "casi" un estado del arte respecto del populismo. Más allá de la distinción de cuatro miradas a las que se dispone a criticar duramente, parece más o menos claro que su ataque fulminante se dirige al estructural-funcionalismo, encarnado en la obra de Gino Germani y su mirada respecto de la sociedad y la política argentina hacia mediados del siglo XX. En esa crítica Laclau monta una de las principales ideas relativa a que el populismo no implica sí o sí un extravío sociopolítico para la construcción de un Estado ni para la maduración de una clase. Fundamentalmente porque parte del cuestionamiento a la idea teleológica misma de desarrollo.

En La razón..., Laclau da un paso más en esa batalla. El autor supone a sus viejas críticas como válidas de modo que se dispone a quitarle a la categoría "populismo" todo carácter potencialmente peyorativo, luchando directamente contra el "individualismo metodológico" (2005: 91). Ya no solamente se trata de negar su simbolización en tanto nombre de un proceso desviado o atrasado de desarrollo sino que apunta a despegarlo de toda negatividad en tanto lógica política de constitución de un grupo. Siendo que Laclau incorpora una teoría del afecto a su explicación del populismo, sus "adversarios" iniciales pasan a ser, por ejemplo, Gabriel Tarde y Gustave Lebon. Paradójicamente, la estructura del razonamiento será la misma del pasado, en tanto Laclau discute la idea de que lo colectivo-social en sentido de la masividad suponga una manifestación política de carácter indefectiblemente irracional. Para decirlo en los términos previos, lo populista, en Laclau, no indicará un desvío (esta vez en términos de irracionalidad) respecto de un patrón identitario virtuoso.

En La razón..., nuestro autor afirma que sólo habrá populismo en un momento de primacía o privilegio de la lógica equivalencial. Lo cual implica que, de la mano de la construcción de una frontera o corte radical, el populismo supone el establecimiento de una ruptura que parte en dos "lo social", evadiendo la posibilidad de un régimen político que administre las demandas de modo "no antagónico". A su vez, la consecuencia más determinante de esa forma de concebir la frontera populista tiene que ver con la ausencia de movimiento. Laclau piensa a las identidades, en el momento populista, como ejércitos regimentados paratácticamente enfrentados. La clave aquí es la "radicalidad" del límite. En términos laclausianos, esto indica que dicho límite es lógicamente infranqueable. Aunque parezca nuevamente paradojal, nuestro autor vuelve a pensar al populismo en términos de "un" momento de quiebre sin reflexionar en torno a la textura de ese quiebre y, mucho menos, en torno al movimiento del mismo.

Desde esta concepción, Laclau lanza uno de los asertos más controvertidos de La razón... Dicho aserto se formula a partir de una triple sinonimia entre populismo, política y hegemonía. Dice el autor (2005: 44):

Si el populismo consiste en la postulación de una alternativa radical en el interior del espacio comunitario, en una elección en la encrucijada en la cual el futuro de una sociedad dada vacila, ¿no es acaso el populismo sinónimo de política? La respuesta sólo puede ser afirmativa. El populismo supone la puesta en cuestión de un orden institucional por medio de la construcción de un desvalido como agente histórico —es decir, un agente que es otro en relación con la forma en que las cosas son—.

Aquí Laclau ya revela parte de la discusión que vamos a dar hacia el final respecto de las implicancias que tiene el lugar del desvalido como eje del populismo. Lo importante, por ahora, es que asume a este último como sinónimo de política y que esta cuestión no sintetiza ni replica nada de lo que él hubo de expresar sobre populismo en el texto de 1977. Observemos:

…la emergencia del pueblo depende de las tres variables que hemos aislado: relaciones equivalenciales representadas hegemónicamente a través de significantes vacíos; desplazamientos de las fronteras internas a través de la producción de significantes flotantes; y una heterogeneidad constitutiva que hace imposibles las recuperaciones dialécticas y otorga su verdadera centralidad a la articulación política. Con esto hemos alcanzado una noción plenamente desarrollada de populismo (Laclau 2005: 197).

En estas últimas dos citas anotadas, Laclau nos muestra, por un lado, al populismo como sinónimo de política y, por el otro, nos dice que populismo sólo se puede (re) presentar de modo hegemónico. Y, además, sabemos que para el Laclau de La razón... toda política tiene sí o sí una carga populista elemental. Más allá de que estas cuestiones no eran teóricamente dominantes en el argumento laclausiano primigenio, ¿si toda política es, hasta cierto punto populista, y la política sólo es hegemónica, quiere decir que la única forma de la hegemonía es populista? ¿Qué sentido tiene esta triple sinonimia? ¿Qué grado de especificidad se puede adosar a cada uno de los términos si son sinónimos entre sí?

En una primera aproximación es necesario atender a que Laclau ajustó su teoría del populismo a su teoría de la hegemonía. Esta última no estaba siquiera en ciernes a mediados de los años 70, lo cual ayuda a entender los desplazamientos realizados en La razón... No es exagerado decir que Laclau hizo de su teoría del populismo una teoría de la política como tal cosa24. ¿En qué se basa esa teoría? En explicar los mecanismos puestos en juego a la hora de la constitución de grupos o de espacios colectivos.

Este movimiento teórico de Laclau, sin dudas, coloca a la categoría "populismo" en un lugar que, más allá de su histriónica visibilidad, resulta incómodo. Considerar que sólo habrá política allí donde se produzca la emergencia de un pueblo, de modo hegemónico o equivalencial, reduce excesivamente la potencia analítica del aserto. Como lo hemos expresado ya (Aboy Carlés 2010: 15):

…es precisamente aquí, en esta asimilación, donde nuestros propios reparos comienzan. Porque si coincidimos en llamar política a ese proceso de universalización de un particular frente a un exterior que lo antagoniza, dudamos en cambio de que el thelos de toda expansión de solidaridades sea la constitución de un pueblo como espacio comunitario. Más aún, nos atrevemos a adelantar que el populismo es una, y sólo una, forma de procesar esa tensión entre lo particular y lo universal, entre la diferencia y la equivalencia, dentro de otras variedades posibles.

¿Cómo se compatibiliza, entonces, la idea de que no es posible avizorar o predecir qué o cuál significante (particular) vendrá a ocupar la función de hegemonizar y generar cadenas con la afirmación de que sólo habrá hegemonía cuando ese significante sea "pueblo"? Desde el punto de vista hipotético, ¿no se puede construir una partición comunitaria si no es a través del significante pueblo? Creemos que, en buena medida, este gesto teórico de Laclau dilapidó los esfuerzos previos de formalización de la categoría de "hegemonía", adjudicándole un componente de necesariedad (a través de la noción de underdog) a un marco teórico que intenta(ba), paradójicamente, basarse en la idea de contingencia.

La problemática de esta triple sinonimia es, a nuestro criterio, imposible de subsanar en el texto de La razón... No decimos que dichos problemas anulen o clausuren todos los horizontes que la reflexión laclausiana abrió. Afirmamos, en un registro distinto, que el intento de Laclau por compatibi-lizar todo su aparato teórico con sus ideas sobre el populismo terminó por obturar la capacidad explicativa de la noción de hegemonía que dicha obra había establecido. No obstante, nuestro autor sumó otra variable que haría sumamente distinta su teorización de 2005 respecto de la de mediados de los años 70: la relación entre populismo, política y hegemonía respecto del afecto.

Investidura radical, afecto y liderazgo

No son pocos los ámbitos en los que la reflexión psicoanalítica de Laclau, siempre con relación a lo político, ha generado impactos25. Nos interesa particularmente analizar qué rol juega la cuestión afectiva en la teorización de nuestro autor sobre el populismo. Refiriéndose al problema del liderazgo, dice Laclau (2005: 130):

En esos casos, el nombre se convierte en fundamento de la cosa. Un conjunto de elementos heterogéneos mantenidos equivalencialmente unidos sólo mediante un nombre es, sin embargo, necesariamente una singularidad. Una sociedad, cuanto menos se mantiene unida por mecanismos diferenciales inmanentes, más depende, para su coherencia, de este momento trascendente, singular. Pero la forma extrema de singularidad es una individualidad. De esta manera casi imperceptible, la lógica de las equivalencias conduce a la singularidad, y ésta a la identificación de la unidad del grupo con el nombre del líder.

En esta primera aproximación, Laclau pretende deshacerse de las explicaciones sobre el liderazgo en el populismo que lo describen a partir de ideas como la sugestión y la manipulación. Pero ocurre que, a nuestro criterio, para realizar esta proposición el autor afirma una serie de pasajes (de la equivalencia a la singularidad y de la singularidad al nombre) que parecen más bien una sentencia normativa que una derivación lógica. Se propone así al líder no como una parte más de un lazo sino como el devenir inevitable de la reducción de lo heterogéneo a un Uno. Y esta operación de reducción resulta a todas luces controvertida. Volvamos a leer a Laclau (2005: 130):

El rol de Nelson Mandela como símbolo de la nación fue compatible con un amplio pluralismo dentro de su movimiento. Sin embargo, la unificación simbólica del grupo en torno a una individualidad —y aquí estamos de acuerdo con Freud— es inherente a la formación de un pueblo.

Las preguntas que surgen aquí son al menos dos: ¿no es posible pensar la formación de un pueblo (que en Laclau es populismo) sin la figura singular de un líder? ¿Por qué, si la figura del líder es central se le dedica tan poco espacio a lo largo de La razón populista? Más todavía, es tal la dificultad para superar este escollo en el campo teórico que la figura del líder no aparece en ninguno de los ítems que conforman la definición de populismo que Laclau entrega en el libro mencionado. Con todo, el problema se agudiza en el despliegue que nuestro autor entrega a la hora de pensar la forma en que se produce la reducción a la singularidad. Este despliegue no es otro que el de la dimensión afectiva.

La figura de la investidura radical es el camino elegido por Laclau para reescribir su teoría de la articulación entre lo particular y lo universal. Lo cual tiene, por supuesto, un costado polémico ya desde el vamos respecto de otros campos disciplinarios y teóricos26, pues para el último Laclau una formación hegemónica es ininteligible sin la función del componente afectivo. Esto es, no se puede comprender la constitución de una cadena equivalencial sin interpretar su dimensión afectiva. En palabras de Laclau (2005: 148):

El objeto de la investidura puede ser contingente, pero ciertamente no es indiferente, no puede ser cambiado a voluntad. Con esto logramos una explicación de lo que significa investidura radical: el hacer de un objeto la encarnación de una plenitud mítica.

Como resulta obvio, Laclau está afirmando que no es posible concebir ninguna clase de populismo sin el funcionamiento de esta investidura radical. Pero, curiosamente, ya sabemos cuál es el objeto de la investidura: el cuerpo del líder. Nótese entonces la dificultad que se plantea en torno a la idea de contingencia. ¿Cómo sostener esa idea si ya sabemos de antemano que el proceso debe finalizar en una encarnación mítica estructurada por el nombre de un líder? Dicho con otras palabras: si ya conozco previamente dónde finaliza (se encarna) un determinado proceso político, no puedo sostener de ninguna forma que dicho proceso es contingente.

Ahora bien, estos desplazamientos de Laclau permiten no ya solamente mostrar las diferencias entre su idea inicial (la de 1977) y la de 2005 respecto al populismo, sino que abren la posibilidad de discutir la urdimbre lógica de los mismos. Una pregunta resulta obvia: ¿qué agrega la teoría del psicoanálisis a los anteriores desarrollos laclausianos? En palabras de nuestro autor (2005: 149):

No existe ninguna plenitud social alcanzable excepto a través de la hegemonía; y la hegemonía no es otra que la investidura, en un objeto parcial, de una plenitud que siempre nos va a evadir porque es puramente mítica (...) La lógica del objeto a y la lógica hegemónica no son sólo similares: son simplemente idénticas27.

De esta manera, resulta claro que, en el mejor de los casos, la lógica de la investidura radical es sólo otra forma de explicar lo mismo: la hegemonía. Por ello es que los cuestionamientos aparecen por doquier. Se afirma la centralidad de la dimensión afectiva, cuando en realidad, lo afectivo sólo viene a decir lo mismo que se decía previamente. No obstante, sí es problemático el uso de la teoría psicoanalítica cuando se aprehenden sus consecuencias más profundas. En primer lugar porque, como ya sugerimos, este orden afectivo resta potencia explicativa a una teoría política que tenía de por sí un carácter formal ineluctable. En segundo lugar, porque tampoco es del todo claro que la necesidad por explicar el carácter pasional de un fenómeno político requiera sí o sí del andamiaje psicoanalítico. En todo caso, el orden excluyente que impone la triple sinonimia que discutimos en el apartado anterior cobra aquí su mayor fuerza: ¿sólo en el populismo se podrá comprobar el funcionamiento de la investidura y la pasionalidad de la completud mítica encarnada en realidad en un particular? Para nosotros, tanto la investidura como la hegemonía son categorías formales y de un orden de generalidad mucho mayor que la de populismo.

Creemos que más allá de estas incorporaciones teóricas realizadas por Laclau, el esfuerzo por "solucionar" el problema del liderazgo en el populismo es curioso. Laclau sabe que debe explicar el liderazgo pero conoce sus consecuencias. Más allá de que en sus primeras obras ese problema no era central, en La razón... sí lo es. El hecho, como ya lo marcamos, de que Laclau no exponga en su definición del populismo al líder pero, a su vez, lo considere central es, a nuestro criterio, sintomático. La pregunta sería: ¿cuánto se distancia Laclau al pensar al líder de la manera afectiva que relatamos del mainstream de la ciencia política que sólo ve populismo allí donde ve liderazgo? Y más aún, ¿puede esta teoría del afecto involucrada en el populismo laclausiano defenderse de las críticas que la misma ciencia política le infringe a aquellos líderes en términos de autoritarismo, demagogia y manipulación?

Populismo, poder y pueblo

La última de las dimensiones sobre las que queremos destacar la relación entre el primer y el último Laclau tiene que ver con la idea del desvalido. Esto es, preguntarnos si el autor modificó radicalmente ya no la manera teórica de explicación de la lógica populista sino sus premisas de razonamiento. En el trabajo de 1977 Laclau decía (1978: 230):

El populismo no es, en consecuencia, expresión del atraso ideológico de una clase dominada, sino, por el contrario, expresión del momento en que el poder articulatorio de esa clase se impone sobre el resto de la sociedad. Este es el primer movimiento en la dialéctica entre "pueblo" y clases: las clases no pueden afirmar su hegemonía sin articular al pueblo a su discurso, y la forma específica de esta articulación, en el caso de una clase que para afirmar su hegemonía debe enfrentarse al bloque de poder en su conjunto, será el populismo.

La forma "específica" de la articulación es, sin dudas para Laclau, la del enfrentamiento pueblo-bloque de poder. Nótese la similitud respecto de lo que hemos citado páginas atrás, cuando nuestro autor dice que "el populismo supone la puesta en cuestión de un orden institucional". Una crítica sencilla sería: ¿sólo habrá populismo allí donde se desafíe un orden institucional establecido? ¿Quiere decir que las condiciones del orden institucional son perfecta y plenamente conocidas por sus desafiantes? ¿Todo desafío a un poder constituido es populista? No obstante, nuestro argumento apunta hacia otro lado.

El punto central sobre el que se debe posar la mirada alude al hecho de que, prima facie, el nombre del campo desafiante aparece preestablecido: el pueblo. Cuestión que sería contradictoria, como lo venimos mostrando, con un planteo teórico que gira en torno a la contingencia y a la ausencia de un fundamento último (un nombre) para comprender el devenir de lo político. Naturalmente, Laclau podría defender su posición aseverando que, desde la crítica al estructural-funcionalismo, él no asigna a "ese pueblo" un lugar socio-demográfico determinable. Sin embargo, nosotros creemos que la clausura de la política en el significante pueblo28 produce un efecto similar, en términos teóricos, al de la simplificación de lo popular que se ha hecho, en otras disciplinas, al reducir a dicho significante, por ejemplo, al campo obrero.

Nótese que en la definición de la que hablamos, dada en La razón..., se establece que ese sujeto desafiante se amolda en la construcción de un desvalido. Si vamos a uno de los casos históricos que Laclau analiza superficialmente, el del peronismo, veremos que hay una clara homologación de ese lugar del desvalido al lugar del pobre, "el descamisado", "el cabecita negra". Y estas son nociones que aluden, inequívocamente, a una franja perfectamente delimitable (la más baja) de la pirámide socioeconómica. ¿Hay entonces en el populismo de Laclau una cierta pervivencia de lo popular pensado en términos socialmente recortables? ¿No ocupa el "pobre" el lugar del proletariado que la teoría de la hegemonía venía a demoler, el de un sujeto "en última instancia" determinante? Sabemos que es dificultoso encontrar una respuesta certera a esta cuestión, toda vez que el posestructuralismo laclausiano va a considerar, desde el punto de vista teórico, a estas preguntas como inadmisibles. Pero también sabemos que los ejemplos centrales con que Laclau ilustra su mirada permiten al menos dudar de que todo el andamiaje de esta teoría del populismo no esté sostenido en un lugar esencial: el desvalido socialmente definible.

Sin ánimo de extender un debate que consideramos claro, inquirimos: ¿si el populismo es una lógica que no tiene fundamento predeterminable, cómo es posible saber ya de antemano el significante que lo va a nuclear, sea éste encarnado por un pueblo, o sea este encarnado por un líder? ¿Es posible pensar un populismo que hable de pueblo y no de los pobres? Podemos suponer la defensa laclausiana, que rondaría sobre la idea de una lógica que sólo plantea la estructura seminal del desafío al poder vigente, un arriba y un abajo, como bien dice nuestro autor. Y he allí el quid de la cuestión, pues pareciera que el lugar del poder, también reducido, es Uno. No hallaremos, en la reflexión de Laclau, una teoría que pueda dar cuenta de que ese lugar, el del poder como magnitud, es también construido y, por tanto, desplazado.

Con todo, creemos que nuestro autor mantuvo un hilo, quizás imperceptible en una lectura rápida, que une a su mirada del populismo en los años 70 con la expresada a comienzos del presente siglo. Este hilo está dado, según lo hemos sugerido, por el hecho de pensar lo populista como una ruptura, como el desafío de un abajo frente a un arriba. En Hacia una... Laclau definía al populismo como la presentación de las interpelaciones po-pular-democráticas como conjunto sintético antagónico frente a la ideología dominante. En La razón... concibe al populismo siempre en la formación que define a un otro respecto del orden vigente (el estatu quo). De este modo vemos que, entreverados incluso en los desplazamientos producidos por Laclau en el campo del lenguaje teórico, su concepción siempre fue la de ver al populismo como un momento de ruptura, de quiebre. Y que este quiebre siempre debe darse frente a un otro configurado en la línea del desafío.

En las páginas anteriores intentamos reconstruir el devenir de una perspectiva teórica que supuso aperturas analíticas para pensar la política y, además, planteamos posibles puntos de fuga a través de los que esa concepción haya reconfigurado una serie de clausuras. El rol del significante vacío, el afecto, el liderazgo y la sinonimia entre pueblo y política, por caso, fueron los ejes en los que centramos la discusión. Queremos ahora concluir razonando en torno a los posibles efectos de más largo plazo que dichas clausuras podrían proponer, esto es, cuáles fueron los efectos de la teoría del populismo en la teoría de la hegemonía.

Conclusiones

A lo largo de estas páginas hemos realizado una reconstrucción de algunos de los principales hitos del itinerario intelectual de Ernesto Laclau. Desde su inicial vocación por la historia y la sociología económica, su creciente interés por la teoría política hasta su papel como filósofo político en tiempos más recientes. Una labor que fue desarrollada principalmente en la Universidad de Essex, en la que fundó y animó el Centre for Theoretical Studies. En sus últimos años desarrollaría una labor más activa como profesor visitante en las Universidades de Buffalo, Northwestern, Wien y, en la Argentina, en la Universidad Nacional de San Martín y en la de Buenos Aires. La publicación de sus obras y su actividad de investigación le permitieron no sólo influir decisivamente en diversos campos de estudio (los estudios políticos, los estudios culturales, el psicoanálisis) sino que además lo llevaron a formar a un importante conjunto de investigadores de distintas nacionalidades.

Laclau encontró en el marxismo teórico que cultivó los límites para pensar la especificidad de lo político y su productividad en la constitución de la realidad social. La categoría gramsciana de hegemonía fue la brecha que le permitió avanzar en una novedosa reflexión acerca de la contingencia y la historicidad de las formaciones sociales. Como hemos visto, estos aspectos se encontraban en germen en sus primeros escritos sobre el fascismo y el populismo, pero fructificarán con singular madurez a mediados de los años 80, cuando junto con Mouffe publicara Hegemonía… Este libro es vital en la trayectoria de Laclau, no sólo por su repercusión en el medio académico internacional, sino porque constituyó un punto de llegada y, a su vez, un nuevo punto de partida en su obra. Decimos, entonces, que es un punto de llegada pues en dicho libro se logró deconstruir los límites que el esquema dualista estructura-superestructura, el reduccionismo de clase y el determinismo económico imponían para pensar la configuración de los lazos y las identidades sociales. El posmarxismo aparecía como una apuesta por abordar la complejidad y pluralidad de la constitución de los espacios políticos sin reducirlos ni a un principio ordenador último ni a la racionalidad propia de un único espacio o escenario central de conflicto. Si hay un Laclau en el que el ideal igualitario converge con el republicanismo pluralista éste es el que se vislumbra en las páginas de Hegemonía… Pero decimos también que este libro es el punto de partida de una torsión: la lógica de la equivalencia es la matriz de la estructuración y la homogeneización relativa de las solidaridades políticas. En las décadas siguientes, Laclau explorará no sólo las formas posibles de esta homogeneización sino que se encontrará con los límites de la tensión entre el pluralismo postulado y la implícita lógica democrática de reducción a la unidad.

Cuando Laclau intenta desarrollar a nivel analítico el funcionamiento de la lógica de la equivalencia, introduce la figura del significante vacío. Ahora bien, prácticamente desde el inicio, el significante vacío abandona el lugar de un proceso horizontal de hibridación de un campo identitario definido por la oposición común a un adversario. La figura del significante vacío se hace inescindible, en Laclau, de un desnivel al interior del propio espacio solidario que, para constituirse aun en forma inestable, requiere que uno de los elementos asuma una representación inconmensurable con su propia particularidad. Ha escrito Emilio de Ípola (2009: 205) en referencia a La razón...:

Así pues, en la medida en que uno de los eslabones de la cadena desempeña un papel de condensación de todos los otros, la unidad de una formación discursiva se traslada desde el plano conceptual hacia el plano nominal. "El nombre se convierte en el fundamento de la cosa", escribe provocativamente Laclau. De este modo despunta el último y capital componente al incorporar una pluralidad de elementos heterogéneos cuya unidad equivalencial se sustenta en un nombre que remite por fuerza a una singularidad. Y la modalidad por antonomasia de la singularidad es una individualidad. La travesía de la lógica equivalencial se completa así con la emergencia del functor que, en tanto individuo, encarna al "Líder".

Si bien de Ípola, en algún pasaje de su texto, parece asociar, siguiendo a Pellicani, este desplazamiento con un potencial autoritario que no sería ajeno al concepto mismo de hegemonía en Gramsci, creemos haber demostrado cómo existe una torsión en el desarrollo de Laclau a partir del momento en que el significante vacío se asocia con un elemento de la cadena antes que con la función de vaciamiento, esto es, de desparticularización del campo común. La homogeneización propia de la lógica del vaciamiento supone, sin duda, una reducción de la pluralidad a la unidad. Pero, la capitulación de Rousseau ante Hobbes no llega hasta que Laclau introduce la teoría del afecto.

En el último Laclau, el énfasis democrático desplaza los contenidos republicanos pluralistas que eran propios del Laclau de los 80. Pero no se trata de cualquier énfasis democrático y homogeneizador; el mismo abandona la forma de una convergencia y una identificación entre iguales para asumir las formas de reducción a la unidad que corresponden, por ejemplo, al principio de representación schmittiano.

La teoría del afecto vendrá a ocupar, en los últimos desarrollos laclausianos, no el lugar de la amalgama horizontal del lazo político solidario sino la proyección horizontal de un lazo vertical de identificación con el líder como representación de una comunidad definida negativamente, esto es, de una comunidad en la exclusión.

El entusiasmo juvenil despertado en Laclau por las experiencias generalizadas de gobiernos populares en la región no puede ser visto como la causa suficiente para explicar estas torsiones en su pensamiento. Como hemos visto, este proceso se dio en forma muy paulatina y prácticamente a lo largo de tres décadas. Sin embargo, las regulares intervenciones públicas de Laclau en los últimos años, la simplificación y, muchas veces, la caricaturización de lo que era un pensamiento complejo, fueron también consecuencia de su propio papel como intelectual público. Reducir a Laclau a la figura del "intelectual kirchnerista", tal como ocurrió por parte de muchos medios e incluso en debates académicos al acontecer su muerte, no deja de ser una de las muchas miserias que el calor de la coyuntura arroja sobre los hombres. Seguramente el Ernesto que conocimos hubiera esbozado una sonrisa ambigua sobre ese tópico que él también ayudó a construir.

Con sus luces y sus sombras, se ha ido uno de los académicos e intelectuales argentinos más importantes del último medio siglo. El paso del tiempo hará finalmente justicia a una obra tan controversial como fundamental para pensar la política.

Notas

1 En adelante Hegemonía...

2 Sobre los avatares de la relación con Ramos, puede verse el prólogo de Laclau al libro de Enzo Regali (2012).

3 Laclau nunca realizaría esa tesis. Se doctoraría en 1977 en la Universidad de Essex a través de la defensa de un conjunto de artículos de investigación.

4 El dualismo estructural supone la coexistencia de modos de producción que no tienen conexión e integración entre sí. No debe confundirse esto con la integración de relaciones de producción de diverso tipo en un sistema económico.

5 Así, en su libro de 1963 ¿Qué es el ser nacional? el ensayista argentino Juan José Hernández Arregui hacía una lectura de las misiones jesuíticas como un sistema mixto en el que primaba la economía capitalista, aunque recurriendo al disciplinamiento militar del trabajo colectivo servil. Ve r Hernández Arregui (1973).

6 Conversación personal de Laclau con los autores. Ernesto Laclau padre mantenía sin embargo una actitud relativamente distante de los sectores más enconadamente antiperonistas de su partido. Así conservó en las décadas siguientes lazos de amistad con importantes figuras del forjismo de origen radical que se aproximarían al peronismo. Entre ellos, con Arturo Jauretche. Una amistad que se hizo también extensiva a Ernesto hijo.

El artículo "The Specificity of the Political: the Poulantzas-Miliband Debate" fue publicado en Economy and Society, Vol. 4, Nº 1, en 1975. Posteriormente sería recogido en el libro de Laclau Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo, bajo el título "La especificidad de lo político".

En verdad, la crítica de Laclau a la taxonomía althusseriana de las tres instancias (económica, política e ideológica) desarrollada en 1975 es bastante más profunda. Laclau ve a estas tres instancias como un recurso meramente descriptivo e infundado, al tiempo que llama la atención sobre la confusión mantenida por el althusserismo entre la producción y la instancia económica. Al no distinguir una de la otra se oculta el anacronismo que supone el concebir a "lo económico" como una esfera separada de lo político, una realidad que sólo existiría en el capitalismo, esto es, con la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía. La coacción "extraeconómica" era un componente central de las relaciones de producción precapitalistas. Una década más tarde, en Hegemonía..., influido por la creciente crítica del marxismo británico a los postulados althusserianos, Laclau no dudaría en afirmar que esa relevancia de lo político se extendía a la propia esfera de la producción capitalista. Remitimos a Hegemonía... (1987: 89-101).

"Fascismo e ideología" se publicó en inglés en 1977 y en español al año siguiente. En ambos casos como parte del ya citado libro Política e ideología en la teoría marxista…

Nicos Poulantzas publicó Fascismo y dictadura en 1970 en París. El libro sería publicado al año siguiente en español por la editorial Siglo XXI de México.

La deuda con Rosenberg, antiguo dirigente del Partido Comunista de Alemania e importante pensador político que en 1938 había publicado en el exilio el libro Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), recién se haría explícita en Hegemonía... (1987: 167 y ss).

Para una crítica de la concepción althusseriana de la ideología y su reapropiación por parte de Laclau, ver el libro de Emilio de Ípola (1987).

Resulta llamativa esta tardía lealtad de Laclau y Mouffe a una concepción estructuralista ortodoxa del sujeto. Más aún si se piensa que Hegemonía... tomó la forma de una prospectiva para una democracia radical, una suerte de guía para la acción que al mismo tiempo restringía fuertemente toda dimensión de agencia de los actores colectivos. La aproximación de Laclau a la problemática del sujeto seguiría a partir de allí un derrotero irregular: así, en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Laclau delinearía una idea del sujeto como "sujeto mítico", como plena ruptura de la espacialidad existente, que se halla en las antípodas de la desarrollada en Hegemonía.... Finalmente, en sus textos de fines de los años 90 la identificación del sujeto con la decisión, como momento de la locura (en la huella de Kierkegaard y Derrida) iría dejando paso a una concepción del sujeto como "locura regulada", híbrido de determinación y vacío estructural, indistinguible de su concepción del "significante vacío".

14 Sobre este punto resultan especialmente ilustrativas las respuestas de Laclau en la entrevista que le hizo el colectivo editorial de la revista norteamericana Strategies y que fue incorporada a Laclau (1993: 187-206). Por compartirla, seguimos aquí en forma casi literal la percepción de nuestro autor al respecto.

15 No sólo se da la circunstancia de que el modelo agonista desarrollado por Mouffe sólo se logra constituir a partir de su distancia con la concepción de Schmitt, sino que la autora ha dedicado diversos trabajos a la concepción de lo político del jurista y teórico alemán. Ver sus libros El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical (1999) y En torno a lo político (2007).

16    La idea de que en la lengua no hay más que diferencias y no positividades pertenece a Saussure. Agradecemos a Emilio de Ípola que nos hiciera notar que para el célebre lingüista suizo esto era válido para el orden del significante o el significado tomados aisladamente. Así, Saussure afirma que "si se considera el signo en su totalidad, nos encontramos en presencia de una cosa positiva en su orden" (Ferdinand de Saussure 1985: 169). En su uso de la negatividad identitaria, sin lugar a dudas Laclau y Mouffe fuerzan a Saussure: las identidades siempre suponen mecanismos que evocan la figura del signo, la conjunción de significantes y significados. Reducirlas a la pura negatividad sin dudas acarrea consecuencias que no podemos desarrollar aquí.

17    Tratemos de explicarnos: no es lo mismo definir diacríticamente un par de identidades A y B (dónde suponiendo un universo limitado podríamos definir a A como "no B" y simultáneamente a B como "no A") que introducir allí la figura de una enemistad radical donde A sólo existiría por ser la negación radical de B, transformando a B en una suerte de exterior constitutivo que permite la agónica constitución de A y viceversa. Este salto abrupto de la diacrítica al antagonismo que Laclau y Mouffe recorren a través de las figuras de la contradicción lógica y la oposición real resulta fundamental para comprender las derivaciones que tendría su teoría de la hegemonía. Ve r Laclau y Mouffe (1985: 141-147).

18    "Democracia radical y plural" fue el nombre escogido para ese verdadero manifiesto de una nueva izquierda.

19    Nos estamos refiriendo a los libros Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (1990), Emancipación y diferencia (1996), Misticismo, retórica y política (2002) y el diálogo con Judith Butler y Slavoj Zizek Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda (2000).

20 Es probable que este proceso se haya dado, en buena medida, por la propia actividad política y mediática de Laclau con posterioridad a la publicación de La razón populista. Los periódicos viajes de este filósofo a la Argentina desde 2005 hicieron que dicha actividad haya sido muy prolífica. A esto se suma el propio interés que el libro generó en torno a las posibles explicaciones que podía brindar respecto de las experiencias de gobiernos latinoamericanos como los de Néstor Kichner, Lula da Silva y Hugo Chávez, entre otros.

21    En adelante Hacia una...

22    Es de resaltar que, poco tiempo antes de que viese la luz La razón..., Laclau ya había publicado "Populism, What's in a Name?", preludiando, de alguna manera, los argumentos que desarrollaría con posterioridad.

23    En adelante La razón...

Al comienzo del capítulo 4 de La razón... Laclau dice: "... la conclusión sería que el populismo es la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica de lo político como tal" (2005: 91).

25 Véanse, por ejemplo, varios de los textos compilados en Critchley, Simon y Oliver Marchart (2008).

26 Dice Laclau: "Esta es una prueba más —si es que se necesita alguna— de la inanidad de desestimar los aspectos emocionales del populismo en nombre de una racionalidad incontaminable" (2005: 143). Lo que intentamos discutir aquí, más allá de que esas pruebas de las que habla Laclau serían necesarias en mayor volumen de lo que expresa su libro, es que nuestro autor no saca todas las conclusiones posibles, muchas de ellas negativas, de la introducción forzada de esta dimensión.

27 Esta cita demuestra, en buena medida, el carácter axiomático que ciertas afirmaciones de La razón... portan. Tal como sucede con las ilustraciones históricas que se utilizan en ese libro, pareciera que la fortaleza argumental está colocada más en su carácter afirmativo antes que, por ejemplo, en el interrogativo. Como discutiremos en lo que sigue, este carácter axiomático tiene consecuencias importantes para las teorizaciones laclausianas.

28 Esto podría ser pensado como una conclusión natural al proceso de reducción ya implicado en la noción de significante vacío.

 

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