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versión On-line ISSN 1851-9601

Postdata vol.22 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2017

 

UN “JUEGO SOLITARIO”. LA REVISTA PERONISTA LÍNEA Y EL “DIÁLOGO POLÍTICO” DURANTE LA DICTADURA MILITAR (1980-1981)*

 

por Eduardo Raíces** y Marcelo Borrelli***

* La elaboración de este artículo ha sido facilitada por el proyecto PICT 2012-0284 de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Argentina), dirigido por Marcelo Borrelli, que tiene como objetivo el estudio de diversas revistas políticas publicadas durante el periodo 1976-1983.
** Magister en Ciencias Sociales (UNGS) y Licenciado en Ciencia Política (UBA). Integrante del proyecto de investigación PICT 2012-0284. E-mail: e_raices@hotmail.com.
*** Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Magíster en Comunicación y Cultura y Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Investigador Adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Profesor de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. E-mail: marcebor@yahoo.com.

 

Resumen

El objetivo de este artículo es analizar la po-     junio de 1980, se instaló rápidamente como sición editorial de la revista Línea durante el     una expresión del “campo nacional” “diálogo político” convocado por el gobier-     referenciada en el peronismo y con un fuer-no militar argentino en el año 1980 —y     te sesgo opositor hacia la dictadura militar. con efímera reedición en 1981— que se     Desde esta posición observó críticamente las plasmó en una serie de reuniones de fun-     circunstancias del denominado “diálogo” e cionarios de gobierno con dirigentes de par-     intentó influir en la interna del Partido tidos políticos y “personalidades representa-     Justicialista en torno a qué posición debía tivas”. Línea, publicada por primera vez en     adoptarse frente a esta nueva instancia.

Palabras clave
Revista Línea - diálogo político - peronismo - dictadura militar - José María Rosa

Abstract

The goal of this article is to analize the     gazine Línea, published from 1980, editorial orientation of Línea magazine     quickly emerged as an expression of the during the “diálogo político”, convened by     “campo nacional”, linked with peronist the argentine military government in     movement and as a strong opponent to 1980 to negotiate with political opposition,     military dictatorship. From this place, Lí-and reedited in 1981. The “diálogo”     nea made critical review of the “diálogo resulted in a series of meetings between     político” and attempted to influence the governmental officers, leaders of political     discussion process about it within the Par-parties and “prominent persons”. The ma-     tido Justicialista.

Key words
Línea magazine - political dialogue - Peronism - military dictatorship - José María Rosa

 

Introducción

El mensuario político Línea se revela, retrospectivamente, entre las expresiones más destacadas de oposición generadas en las postrimerías de la última dictadura militar argentina (1976-1983). Nacida en plena etapa de crisis del régimen dictatorial, esta publicación supo instalarse a través de una trayectoria persistente desde su pertenencia al “campo nacional”, relacionado con la tradición política peronista.

Su aparición puede enmarcarse en el declive progresivo del régimen castrense que permitió la reemergencia, hacia fines de la década del 70 y principios de la siguiente, de voces disidentes dentro del campo político, hasta entonces excluidas de la expresión pública. En particular, la veda a la actividad partidaria y las iniciativas gubernamentales sobre el plano político, social y sindical apuntaron a la desmovilización social y uno de sus ejes había sido la desarticulación de la gravitante base social peronista y de su expresión partidaria fundamental, el Partido Justicialista (PJ)1.

Frente a este desafío, el gobierno dictatorial reaccionó promoviendo instancias de negociación para acercar e incorporar a dirigentes partidarios afines, ganar legitimidad social y conjurar el proceso de creciente recomposición opositora. Es lo que se conoció en el transcurso de 1980 como el “diálogo político”. No obstante, su resultado infructuoso quedó evidenciado, poco tiempo después, por la conformación en julio de 1981 de la Multipartidaria, representativa de los principales partidos políticos y dispuesta a presionar a las autoridades de facto en torno a la recuperación del régimen constitucional.

Este artículo pretende mostrar cómo la aparición de Línea responde a este escenario y da a la vez cuenta de la fragmentación de las expresiones políticas de signo peronista tras el golpe de marzo de 1976, al condensar la posición de determinados sectores internos respecto a la apertura de las rondas del “diálogo político”. Se trata de una coyuntura concreta que permite advertir cómo Línea comienza a convertirse en un actor público relevante, en el doble plano de la prensa opositora al régimen militar en crisis y de la puja interna peronista en un escenario que prometía la vuelta de la competencia política partidaria.

El mismo día del golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976, los militares suspendieron la actividad política y el funcionamiento de los partidos políticos a nivel nacional, provincial y municipal a través del Comunicado decreto Nº 6. En junio de 1976 esta suspensión fue regulada a través de las leyes Nº 21322, Nº 21325 y Nº 21323. Las dos primeras directamente declaraban disueltas una serie de organizaciones políticas, todo lo que podría denominarse como “extremo”, tanto de izquierda como de derecha; pero como las organizaciones peronistas de derecha ya se habían auto-disuelto a fines de 1975, la prohibición afectó principalmente a los partidos de izquierda (solo la actividad del Partido Comunista quedó “suspendida”). La Ley 21323 era la que se refería específicamente a la “suspensión” de la actividad política y penaba con hasta tres años de prisión a quienes desarrollasen actividades políticas (Yannuzzi 1996: 66-67). Los mandatos de las autoridades partidarias fueron prorrogados automáticamente hasta que se regularizara su situación a través de un instrumento legal específico. Vale destacar que la “suspensión” aceptaba, aunque limitadamente, que la actividad política no podía ser erradicada totalmente de la sociedad (Yannuzzi 1996: 69). Para algunos sectores de las Fuerzas Armadas no podía repetirse la experiencia de la dictadura militar de 1966, que había intentado cerrar todos los canales de participación política y, en contrapartida, había generado una mayor radicalización de la sociedad civil.

Por otra parte, entendemos que la atención académica al espectro de la prensa disidente durante la última dictadura tiende a concentrarse en aquellas expresiones ligadas en el plano ideológico con distintas vetas del progresismo y de las izquierdas en un sentido amplio, no limitado al campo político2. En efecto, desde 1983 y hasta la contemporaneidad tanto desde el registro testimonial como desde la producción académica, se observa una recurrencia analítica orientada a ese espectro en el marco de las publicaciones periódicas de la época, tanto del campo cultural e intelectual, como de las orientadas al análisis político. Al mismo tiempo, en los últimos años esa tendencia coexiste con miradas renovadas sobre la prensa política de perfil profesional periodístico, que no interrumpió su existencia a lo largo de la dictadura3. Por su parte, dentro del radio amplio de la prensa política, aquellas de identificación peronista o filo-peronista, pese a jugar un rol trascedente, especialmente durante los últimos años del régimen, cuando cedió la veda a su referencia político-partidaria, aparecen infrarrepresentadas4. Esta falta de consideración académica cobra mayor relieve, atento a la difusión conseguida, a su reverberación en las pugnas político-partidarias del momento y a las reacciones punitivas del régimen sobre la revista. Por ello, pretendemos que la atención al caso de Línea suponga un aporte para comenzar a cubrir una omisión significativa en la literatura especializada.

Dado que la prensa partidaria tuvo limitaciones ostensibles de circulación y edición durante un extenso periodo de la dictadura (de 1976-1980, al menos), pensamos en revistas como Humor, Punto de Vista, Expreso Imaginario y El Periodista, entre otras, donde el disenso se mezclaba tangencialmente con la cuestión política desde el humor, el debate intelectual y la “cultural juvenil” (Benedetti y Graciano 2007, Burkart 2013, Catz 2006, Igal 2013, Patiño 1997, Plotkin y González Leandri 2000, Raíces 2010, Raíces 2012b, Sarlo 1999, Warley 1993).

Sobre la prensa gráfica de orientación política en dictadura, ver Blaustein y Zubieta (1998), Borrelli (2014, 2015), Borrelli y Gago (2014), Borrelli y Saborido (2014), de Ipola y De Riz (1982), Iturralde y Borrelli (2014), Mendelevich (1986), Raíces (2012a), Saborido y Borrelli (2011), Urtasun (2008), entre otros.

Para la etapa histórica en estudio cabe considerar, además de Línea, otras publicaciones como Movimiento —dirigida por Fermín Chávez, prominente intelectual revisionista homólogo a Rosa— e incluso el diario La Voz (Baeza Belda 2009, Mancuso 2015), amén de otros medios de alcance más restringido y existencia fugaz, pertenecientes a distintos sectores del peronismo partidario.

Breve señalamiento metodológico

La metodología empleada, desde una perspectiva de análisis cualitativo de fuentes, apuntó a exponer y comprender críticamente la posición editorial de la revista a partir de sus contenidos escritos y gráficos. Seguimos a Kornblit (2004: 11) para señalar tres formas básicas de uso de los datos: el modo ilustrativo, que utiliza las citas escritas o gráficas como ejemplos de una descripción o conclusión del investigador, incorporando datos textuales a modo de evidencia de lo que afirma; el modo restitutivo, donde lo relevante es la fidelidad de las palabras de los sujetos o actores por lo cual se reproducen sus dichos in extenso, sin mediar interpretación por parte del investigador y, por último, el modo analítico, que se propone analizar las construcciones que los sujetos o actores realizan de los temas a partir de la identificación de las principales categorías que organizan su relato. Si bien nuestro método de análisis puede tomar, según fuera necesario, los tres modos presentados, son los modos ilustrativo y analítico los que prevalecen en el abordaje realizado.

Con respecto al objeto de análisis, hemos contemplado un corpus consistente en las ediciones de Línea que parten de su número 1, de junio de 1980 hasta el número 16, correspondiente a noviembre de 1981. Esta serie nos permite cubrir el acontecimiento político de las rondas de “diálogo político” en sus dos fases, desde el comienzo mismo de su cobertura en la publicación —con su aparición—, hasta su etapa final con el fracaso definitivo de tal instancia de negociación gubernamental.

Línea: oposición a la dictadura y relegitimación del peronismo

Línea lanzó su primer número en junio de 1980 y se publicó hasta principios de la década siguiente5. Hasta mediados de los años ‘80 fue dirigida por el conocido historiador revisionista José María “Pepe” Rosa. Se trataba de una publicación de actualidad política con periodicidad mensual durante el periodo considerado, comercial o “de quiosco” y con distribución nacional. Estaba destinada a un público amplio y seguía el patrón de las publicaciones o magazines como Primera Plana y Panorama —surgidas en la década del 606— que enfatizaban el tratamiento de la actualidad política, aunque en su caso se destacaba un mensaje de tipo militante ligado a un sector del peronismo y con apelaciones al universo simbólico de ese movimiento. En términos formales, en la etapa que abarca este trabajo su extensión fue de 50 páginas y se organizaba en distintas secciones, entre las que se contaban “Editorial” o “Del Director”, que abría cada edición y estaba firmada por José María Rosa (solía publicarse su imagen y en algunos casos su firma personal); la de análisis coyuntural local denominada “Argentina”; “Mundo”, abocada al plano político internacional, y los apartados permanentes “Economía”, “Cultura” y “Medios”. Otras secciones que se publicaban con intermitencia eran: “Libros”, “Psicología”, “Deportes”, “Juventud”, “Iglesia”, “Trabajo”, “Sindicalismo”, “Zonceras” (que retomaba el pensamiento de Arturo Jauretche) y aquellas que trataban temas históricos como “Informe” o “Historia contemporánea”.

Filiada en la tradición peronista, tendía a acompañar las definiciones coyunturales del sector dirigente predominante en el PJ a inicios de la década del 80, el de los denominados “verticalistas7”, sin adscribir orgánicamente

Sobre la consolidación en los años 60 en Argentina (con epicentro en la metrópoli capitalina) del formato de la revista de actualidad política, inspirado en publicaciones metropolitanas como Time o L’Express, ver Rivera (1995).

El sector “verticalista” congregaba a un grupo de dirigentes que reivindicaban el liderazgo de la depuesta presidente María Estela “Isabel” Martínez de Perón, detenida por las Fuerzas Armadas desde el golpe de Estado de 1976. Desde este sector provenían las críticas más sostenidas al programa económico oficial conducido por el ministro de Economía José Martínez de Hoz, a la proscripción de la actividad partidaria y a las violaciones a los derechos humanos. Sus contendientes en la interna del PJ eran los llamados “anti-verticalistas”, dispuestos durante el “diálogo político” a negociar con las autoridades militares para obtener reconocimiento como interlocutores y adaptar el funcionamiento partidario a las nuevas condiciones creadas por la irrupción de la dictadura (lo que González Bombal -1991: 53- denomina “proyecto transformista del peronismo”). De todas formas, dentro de cada una de estas facciones existían grupos que se planteaban estrategias diferentes en torno a la dictadura militar y a la relación con las Fuerzas Armadas, situación que reflejaba la atomización que atravesó el peronismo durante los años dictatoriales (Yannuzzi 1996). La división se había producido dentro de la bancada parlamentaria del PJ durante los últimos meses de 1975, entre los legisladores dispuestos a sostener las medidas económicas oficiales de ajuste y la disciplina partidaria y aquellos —especialmente algunos legisladores de extracción sindical— que se habían distanciado del Poder Ejecutivo en tanto el ajuste de tipo ortodoxo a los dictados partidarios. Con esta mira, Línea trataba de interpelar al público lector desde su identificación con distintas preocupaciones afines al peronismo, pero asumiéndose como un órgano del “pensamiento nacional” y de los postulados revisionistas. Desde mayo de 1981 se presentó en su tapa con el eslogan “La voz de los que no tienen voz”, una declaración que ponía de manifiesto su intención de auto-arrogarse la representación de los sectores populares y de los excluidos durante la dictadura8.

La influencia de la corriente historiográfica revisionista estaba encarnada en la figura de su director y materializada en la presencia de notas alusivas con intención de enlazar de modo crítico el pasado con la situación contemporánea. Asimismo, cada número incluía información y pequeños avisos sobre actividades, como charlas y otras acciones de difusión de referentes del discurso revisionista.

El director era acompañado por un equipo editorial que incluía a periodistas profesionales, escritores, intelectuales y humoristas gráficos, destacándose la rotación constante entre los miembros editores y colaboradores. Para el periodo de estudio el jefe de redacción era Ricardo César Fabris (en septiembre de 1981 ocupan ese cargo Rodolfo Audi, Oscar Cardoso y Roberto González) y como coordinador se desempeñaba Pedro García (h), quien también escribía en la sección “Medios” (en septiembre de 1981 es reemplazado por Guillermo Dardo Estévez). Para los artículos de actualidad política aparecen las firmas de César Seoane Cabral, Héctor Oscar Sena, Rodolfo Audi, Oscar Cardoso, Roberto González y Carlos Campolongo —mientras que Rubén Contesti escribía sin firma—; Osvaldo Granados y Claudio Bazán perjudicaba a su base representativa (De Riz 1981, para este tema ver también Itzcovitz 1985, Kandel y Monteverde 1976, Maceyra 1983, Saénz Quesada 2003 y Terragno 2005).

La frase ya había sido mencionada por Rosa en su primer editorial en junio de 1980 al retomar una expresión del último documento de la Comisión Episcopal de la Iglesia argentina. El director se explayaba sobre su uso: “Y esa realidad de todos los días nos dice que hay millones de hogares sumergidos en la mayor desesperación, que el Pueblo está privado de libertades que no le fueron nunca antes negadas, que los trabajadores vieron usurpadas sus organizaciones naturales, que el país marcha a convertirse en un emporio donde no habrá lugar para industriales ni técnicos, sino sólo para mercaderes, que la educación será un privilegio (…) que hay argentinos que llevan años prisioneros sin proceso o con proceso fraguados… para qué seguir… Parece que hoy, es como en los primeros tiempos del 40, en que los que tenían algo que decir, no tenían voz, y los que tenían voz no tenían que decir” ( “Lector”, Línea, año 1, número 1, junio de 1980, p. 1).

se encargaban del análisis económico; Luis Alberto Murray, Diana Ferraro y otros colaboradores escribían con regularidad en las secciones culturales, de juventud y otras afines, mientras que Pascual Albanese lo hacía sobre temas internacionales. También se destacaba la presencia del historietista Caloi, reconocido popularmente por su tira “Clemente” publicada en el diario Clarín desde mediados de los años 70, en este caso su aporte se publicaba en la página final de la revista en la sección “Sentido del humor” que estaba dedicada al humor gráfico orientado a la crítica social. Otros humoristas gráficos publicaban sus chistes intercalados en diferentes secciones, por lo general manteniendo el perfil crítico sobre la realidad sociopolítica. Algunos de los colaboradores mencionados además eran militantes justicialistas y habían integrado organismos gubernamentales con anterioridad a 1976 (como Contesti, ex diputado por el PJ; Campolongo, que también trabajaba en el periodismo televisivo; Audi y Ferraro, en la agencia de noticias TELAM —el primero también fue dirigente sindical de prensa9—). Varios de los colaboradores de la revista trabajaban para el diario Clarín (Cardoso, Granados, Caloi, Juan Sasturain), uno de los diarios que muy tempranamente se opondrá a la política económica de Martínez de Hoz (Borrelli 2016), postura editorial que también será un aspecto sobresaliente en la editorialización de Línea. A los periodistas mencionados se sumaban distintos colaboradores provenientes de la prensa gráfica y de la práctica historiográfica como Salvador Ferla, Mario Wainfeld y Osvaldo Guglielmino.

La composición de la portada y contraportada y el diseño de la revista llevaba la rúbrica de “Equipos de difusión”, un conjunto de profesionales publicitarios que se habían acercado a medios de prensa justicialistas a mediados de los años 70 (y también bajo ese sello seguirían vinculados a través de la realización de la gráfica de distintas campañas electorales desde 1983 para el PJ)10.

Con respecto a la financiación de la revista, durante el periodo estudiado basó su estructura financiera en la venta de ejemplares, incluso mediante suscripciones anuales anticipadas (Manson 2008). El aporte publici-9 Puede consultarse el testimonio sobre su labor sindical durante la dictadura en Carazo y Audi (1984). 10 Su más conocido referente es Enrique “Pepe” Albistur, quien fuera secretario de Medios de la Nación durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007) y durante los primeros años del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, hasta su renuncia en 2009.

Eduardo Raíces y Marcelo Borrelli

tario fue sumamente escaso y se basaba en anuncios de profesionales y de editoriales con un fondo temático, autoral e ideológico afín (como Arturo Peña Lillo editor o El Cid editor). De todas maneras, hacia fines de 1981 el éxito de ventas de la revista atrajo algunos avisadores comerciales, como agencias de turismo e inmobiliarias.

En el plano político, el discurso editorial remarcó su afinidad con la institucionalidad constitucional al reivindicar el último gobierno de Juan Domingo Perón y el posterior de Isabel Perón, por lo que consideraba su vocación republicana y de concertación con el resto del arco político tradi-cional11. Cuestionó también la acción de las organizaciones revolucionarias —en especial la de Montoneros por identificarse con el peronismo— bajo la acusación de desestabilizar al gobierno constitucional y servir como elemento justificador del golpe militar subsiguiente. Desde su primer número de junio de 1980 criticó severamente distintos aspectos de la dictadura militar.

El sesgo opositor hacia la dictadura se movió en dos planos: el señalamiento de la ilegitimidad del régimen junto a su desconocimiento de la voluntad popular y el cuestionamiento de las políticas económicas implementadas por el equipo del ministro Martínez de Hoz. Para Línea las consecuencias de esta política se cifraban en la destrucción de la industria nacional (véanse imágenes 1 y 2), el crecimiento de la desocupación y el desmembramiento del actor sindical. Su crítica solía apelar a una ironía corrosiva y bastante explícita. Y el discurso opositor se fue radicalizando ante el desgaste del gobierno militar por la profundización de la crisis económica —ya desatada en marzo de 1980 luego de la quiebra del Banco de Intercambio Regional—, la carencia de un plan político definido y las diferencias internas de las Fuerzas Armadas, al punto de exigir en su número de septiembre de 1981 la retirada de los militares mediante el titular “Que se vayan”, en medio de dos fotografías con los principales jerarcas de la dictadura (ver Imagen 3). Acaso ningún otro medio de la prensa de circulación comercial había sido tan explícito hasta ese momento en su discurso opositor.

Su posición frontal no pasó desapercibida y la revista sufrió la prohibición de su distribución en la Provincia de Córdoba y, en julio de 1981, la clausura temporal y el procesamiento de su director por la Corte Suprema de la Nación, al haber cuestionado un fallo judicial sobre la sentencia referida a la

“Sufragio: Más viejo que los golpes”, Línea, N° 1, junio de 1980, p. 45; Rosa, José María, “Perspectivas políticas”, Línea, N° 4, septiembre de 1980, p. 1.

ex presidente Isabel Perón12. No obstante estas complicaciones, Línea pudo volver a editarse —salvo a fines de 1982, cuando luego de su clausura por un decreto del Poder Ejecutivo fue sustituida por la efímera revista Compañero13— y sostener en sus portadas y contenidos una retórica opositora cada vez más incisiva, en la medida en que se profundizó la crisis de la dictadura.

Como parte de su orientación confrontativa, Línea siguió la estrategia del PJ respecto a acompañar el planteo por la unidad de la acción partidaria, reclamar por la liberación de la ex presidenta14 y, en general, por la restitución de las libertades civiles. Pero también, bajo la filiación del revisionismo histórico y siguiendo un imperativo intelectual cuasi gramsciano, postuló su pretensión de constituirse en la dirección “intelectual y moral” de un arco ideológico más amplio que el identificado con el peronismo. Así, en su primer número, aseguraba “…opinar no será para nosotros denunciar tal o cual injusticia, éste o aquel error o carencia. Será fundamentalmente plantear soluciones desde el campo nacional, del que nos proponemos ser voceros15”. Esta posición se tradujo en la intención de concitar el apoyo de otras expresiones políticas afines, que encontró en la crítica a la situación económica un elemento aglutinador. Según argumentaba la revista,

Esta crisis [económica] ha tenido la virtud de unificar a los argentinos en el mismo clamor de protesta. Ha obrado como un ce-12 Durante 1981 se secuestró el número 10 y posteriormente, en agosto del mismo año, se conoció el procesamiento de Rosa por haber expresado que la decisión judicial respecto a la ex presidente era “inicua” (“Juicio a nuestro director”, Línea, año 2, N° 15, octubre de 1981, p. 18). Además, mediante la remisión a una cita de autoridad como las “Partidas de Alfonso el Sabio”, Rosa se había referido de modo indirecto a los jueces de la Corte que habían dado aval al fallo como “pendejos” (Manson, 2008: 340-342); Rosa, José María, “El sabio y la corte”, Línea, año 2, N° 16, noviembre de 1981, p. 11.

mento patriótico que nos hace sentir más unidos que nunca. Peronistas, radicales, demócratas cristianos, socialistas (nacionales, se entiende), conservadores (populares o no), y sobre todo el ‘hombre cualquiera’, que no se clasifica políticamente, pero que vive y siente como partícipe de la comunidad, están unidos por el repudio al ministro económico (…) Esta unidad es el mérito del Proceso16.

Al respecto, la revista incluyó desde sus primeros números las opiniones de dirigentes de otros partidos cuyas corrientes internas eran afines al reclamo del retorno inmediato al estado de derecho y que estaban asociadas al cuestionamiento del gobierno militar. Entre ellas, aparecen algunos ligados a la Unión Cívica Radical —incluido el futuro presidente Raúl Alfonsín—, el Partido Intransigente y la Democracia Cristiana, todos implicados a partir de 1981 en la Multipartidaria. También se incluyeron episódicamente algunos exponentes de la acotada “izquierda nacional”, cercanos a las posturas del PJ, próximos en la producción de sus referentes intelectuales al revisionismo histórico defendido por la revista y, por otra parte, contrarios a la lucha armada como estrategia política.

El “diálogo político”: apertura controlada y continuidad del “Proceso”

A fines de 1979 la Junta militar presentó el documento denominado “Documentos básicos y bases Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”, en el que se indicaban las líneas doctrinarias del esquema de poder militar y las características del modelo de país a que aspiraba el gobierno militar (González Bombal 1991, Junta Militar 1980). En su texto se dejaba establecido por primera vez la convocatoria al “diálogo” a otros actores sociales, cuya inauguración se produjo el 26 de marzo de 1980, dos días después de cumplirse el cuarto aniversario del golpe de Estado. La finalidad de las “Bases…” apuntaba a renovar el consenso social ganado por las Fuerzas Armadas a raíz del golpe de Estado y, a partir de esa legitimidad, consolidar la tutela castrense en un futuro gobierno constitucional. Una vez cumplido el lapso álgido de la implementación del terroris-16 Rosa, José María, “Unidad de los Argentinos”, Línea, año 1, N° 3, agosto de 1980, p. 1.

mo de Estado para eliminar toda oposición, se pretendía darle, en las propias palabras del documento, una “proyección histórica” al autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” y avanzar hacia una etapa de “normalización político-institucional” (Junta Militar 1980). De todas maneras, el título altisonante del documento contrastaba con la escasez de su contenido, que no fijaba plazos ni cronogramas electorales (Quiroga 2004).

El aniversario por el cuarto año del “Proceso” parecía mostrar a un régimen que gozaba de cierta estabilidad: desde 1952 ningún presidente había traspasado los cuatro años en el poder, Videla mantenía un elenco estable en los importantes ministerios de Economía e Interior, continuaban en sus cargos otros funcionarios relevantes como el gobernador de la Provincia de Buenos Aires y el intendente metropolitano y no parecían atisbarse mayores riesgos en el futuro más inmediato. Hasta podía, pese a las crecientes objeciones que iban recayendo sobre la gestión económica, mostrar ciertos “logros” para la opinión pública: el “retorno de la paz” luego de concluida la “lucha anti-subversiva”, algunas obras públicas, un semestre de relativa estabilidad inflacionaria, la convocatoria al “diálogo político” que lo mostraba dispuesto a escuchar a la civilidad, cierta capacidad de imponer decisiones políticas en virtud de una oposición política y gremial, si bien dinámica, aún atomizada, un Ejército abroquelado en su conducción, la sanción de leyes importantes, como la de asociaciones profesionales y, como se ha comentado, la difusión de las “Bases Políticas…” (Jordán 1993). Sin embargo, a poco de transcurrido el año 1980 se iniciará lo que Quiroga (2004) ha denominado como el “agotamiento” del “Proceso” por su falta de eficacia para solucionar los problemas básicos que requerían soluciones inmediatas y ante la eclosión de la crisis financiera que, como se ha mencionado, se iniciará en marzo de ese año.

En este marco, el “diálogo” fue concebido desde las esferas castrenses como un mecanismo tanto para que los distintos sectores políticos, sociales y culturales convalidaran la represión, como para asegurar una sucesión controlada del “Proceso”. Como objetivo específico apuntaba a establecer, luego de la suspensión de las actividades políticas, contacto con aquellos partidos reconocidos como “interlocutores válidos” para integrarlos en la creación de una fuerza política conservadora, identificada con los principios doctrinarios del “Proceso” y capaz de concitar un apoyo electoral efectivo una vez restablecido el régimen constitucional (Canelo 2016, González Bombal 1991, Novaro y Palermo 2003, Quiroga 2004). Bajo esta directriz, el ministro del Interior Albano Harguindeguy encabezó una serie de reuniones con dirigentes políticos y ciudadanos considerados “representativos” donde se les recordaba la base sobre la cual las Fuerzas Armadas podrían llegar a discutir en el futuro el destino del poder: no revisión de lo actuado en la “lucha antisubversiva”, aprobación de la legitimidad del golpe de Estado y de la institucionalización del rol de las Fuerzas Armadas en el futuro sistema político (Novaro y Palermo 2003, Quiroga 2004). En esas condiciones, los dirigentes prontamente comprendieron que el “diálogo” era un elemento dilatorio para que la dictadura cumpliera con los designios del plan económico y disminuyera la presión política que la asediaba por su negativa a plasmar algún tipo de convergencia con los civiles, de manera de asegurarse el margen político suficiente para designar al menos dos presidentes militares más antes de llegar a un acuerdo con los civiles (Quiroga 2004). Es que la propuesta de “diálogo” se concretó en un momento de pérdida de legitimidad del gobierno, mientras que los dirigentes partidarios intentaban recuperar la centralidad en el escenario nacional, lo que lo transformó en un ejercicio formal e inoperante (Quiroga 2004).

Por lo general, las demandas de los dirigentes políticos que aceptaron la convocatoria al “diálogo” se limitaron a la cuestión económica y a solicitar el retorno al “estado de derecho” (lo que no necesariamente implicaba elecciones), sin presionar sobre la cuestión de los derechos humanos y las desapariciones. Entre los sostenedores de esta postura se encontraron principalmente la Unión Cívica Radical (UCR) a través de la figura de su líder, Ricardo Balbín y el Partido Demócrata Progresista (más adelante analizaremos las posiciones contrastantes al respecto dentro del Partido Justicialista). En efecto, los partidos políticos tradicionales aún no estaban en condiciones de autonomizar sus proyectos del poder de turno y necesitaban granjearse los apoyos en el frente militar. Por su parte, la dictadura mantenía la ambigüedad sobre si les otorgaba o no legitimidad y paralelamente coqueteaba con el proyecto de una descendencia partidaria reunida en un Movimiento de Opinión Nacional (MON) que aglutinara fuerzas conservadoras afines17.

Finalmente, la esterilidad del “diálogo” se demostró en parte al reorientarse las expectativas de los dirigentes políticos hacia las vicisitudes del recambio presidencial a dirimirse durante ese año 1980 y en la confianza de que el general Roberto Viola, quien ya aparecía como el seguro sucesor de Videla, encarnase una etapa de apertura política y cambio en la orientación económica. Ulteriormente, los conflictos internos gubernamentales respecto a los grados y tiempos de la apertura y la profundización de la crisis económica, llevarían al distanciamiento de los principales partidos y la creación de la Multipartidaria en julio de 1981, renuente a toda participación y enfocada en presionar por el retorno del régimen constitucional (González Bombal 1991, Morresi 2009, Quiroga 2004, Yannuzzi 1996).

El PJ en dictadura, entre la recomposición partidaria y la cooptación oficial

Uno de los fundamentos esgrimidos por la Junta Militar para derrocar al gobierno de Isabel Perón en marzo de 1976 fue la responsabilidad primordial del peronismo en la creación del clima de inestabilidad económica, desgobierno y caos político que precedió a su intervención. Diferentes representantes partidarios y sindicales ligados al peronismo serán objeto particular de la persecución militar, tanto a través de métodos “legales” como de los ilegales y clandestinos vinculados al terrorismo de Estado18. A su vez, la política económica de tinte liberal impulsada por el ministro de Economía José Martínez de Hoz tuvo una orientación explícitamente contraria al “populismo” y al modelo de intervención estatal que, asociado desde 1946 al justicialismo, había beneficiado a los trabajadores y empresarios ligados al mercado interno. En cambio, apuntaba a la apertura económica, la valorización financiera, la reducción del poder de los asalariados y el fortalecimiento de los grandes grupos económicos con intereses diversificados (Basualdo 2006, Canitrot 1979, Schvarzer 1986)19.

La instancia del “diálogo político” puso a las Fuerzas Armadas ante el dilema de convocar o prescindir del justicialismo. Los sectores castrenses afines al liberalismo económico así como los nacionalistas de élite pregonaban su exclusión, mientras que otros aparecían proclives a integrar a las vertientes más conciliadoras del peronismo para absorber así su representatividad mayoritaria bajo los parámetros de la “normalización” institucional promovida por las Fuerzas Armadas. En los hechos, prevaleció la opción de apelar a los dirigentes justicialistas más próximos a la idea de negociar con el gobierno.

Desde el punto de vista del Partido Justicialista, las rondas del “diálogo” profundizaron la escisión interna entre el sector más intransigente, orientado a rechazar la interpelación gubernamental y gestor de documentos críticos sobre la situación social y económica20, y el de los “anti-verticalistas”, predispuestos a participar en aquel. La diferencia marcada entre ambas visiones radicaba, como se ha comentado, en el grado de reconocimiento del liderazgo de Isabel Perón —todavía encarcelada al momento del “diálogo”— y en si la negociación con las autoridades militares debía estar supeditada a la liberación de los dirigentes justicialistas detenidos. De la misma manera que había sucedido con Perón durante su largo exilio, con la ex presidente encarcelada se consolidaron las diferencias respecto a la legitimidad del rol de Isabel como líder del PJ21, y los “anti-verticalistas” intentaron apoyarse en

En sintonía con otras fuerzas políticas tradicionales como el Movimiento de Integración y Desarrollo y el socialismo, el justicialismo se había pronunciado contra la política económica oficial (Canelo 2008), y encabezará atisbos de resistencia como la primera huelga general realizada en abril de 1979.

En 1979, por ejemplo, se había hecho pública una severa declaración sobre la situación de los derechos humanos con motivo de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en septiembre de ese año (Iribarne 2006). Con la apertura del diálogo este sector del PJ, junto al Partido Intransigente, el Partido Conservador Popular, el sector de los demócratas cristianos encabezados por Enrique De Vedia y los socialistas populares difundió un comunicado donde por primera vez mencionaron la palabra “dictadura”, pidieron el esclarecimiento de las desapariciones y el retorno al “estado de derecho” (sin hablar de elecciones), mientras que concluían que el diálogo iniciado no era “serio” y descartaban su asistencia (González Bombal 1991: 54-56, Novaro y Palermo 2003: 333).

Al problema de la sucesión del líder carismático que se había abierto en el peronismo con la muerte de Perón en julio de 1974, se adicionaba la falta de renovación interna de sus contactos con las Fuerzas Armadas para ganar apoyo, mientras que, como se ha señalado, los dialoguistas castrenses observaban como algo positivo la idea de un peronismo “previsible” e integrado a un sistema político controlado (González Bombal 1991).

Los “anti-verticalistas”, cuya figura más destacada era Raúl Matera22, vieron en el “diálogo” un recurso para promocionarse, acumular legitimidad propia y desafiar, como lo señala la forma en que fueron bautizados, el liderazgo de Isabel. El propio Matera en una solicitada publicada en 1979 en el matutino Crónica (Novaro y Palermo 2003) había reivindicado la colaboración cívico-militar, alentada por el clima posterior al triunfo en el campeonato mundial de fútbol celebrado en Argentina a mediados de 1978. No obstante, como veremos, su participación fue poco exitosa, al tratarse de un sector minoritario y al estar públicamente desautorizada su intervención en el “diálogo” por el resto de la dirigencia partidaria. Con ello, las expectativas de la Junta de generar un justicialismo dispuesto a convalidar la institucionalidad prevista por las “Bases Políticas…” y a abandonar sus fuentes “populistas” se revelaron como infructuosas. Al mismo tiempo, hacia el interior del partido su fracaso sirvió para mostrar la esterilidad de las apuestas disidentes respecto a la intransigencia mayoritaria y para reforzar la unidad del partido por contraposición al gobierno militar.

Línea ante el “diálogo político”: el “juego solitario”

Como se ha visto, Línea se posicionó desde sus inicios como una expresión contrapuesta al gobierno militar. Y, afín a ese alineamiento, mos-los cuadros dirigentes durante la dictadura, en parte debido a la prórroga automática de los mandatos ocurrida luego del golpe y la suspensión de la actividad partidaria que había burocratizado aún más la estructura partidaria, consolidando así el poder de los dirigentes de más larga trayectoria (Yannuzzi 1996). 22 Cirujano de profesión, Matera había sido designado por Perón desde su exilio como Secretario General del Consejo Coordinador y Supervisor del PJ en 1962 y había permanecido en la estructura de dirigencia del partido desde entonces como un exponente moderado y conciliador. Según se afirma, el líder justicialista lo había bautizado “neuro-peronista”, en un juego de palabras que combinaba su extracción profesional y su cercanía a las expresiones políticas “neoperonistas” que intentaban concitar apoyo ciudadano invocando la figura de Perón, sin someterse necesariamente a las directivas emanadas desde el exilio español en Puerta de Hierro.

tró una actitud desfavorable a la participación de ciertos dirigentes justicialistas en el “diálogo” con las autoridades oficiales. Su rechazo fue tal que la cuestión fue tema de portada de su primer número (ver Imagen 4).

En esta tapa presentaba una composición gráfica —realizada por el ilustrador Horacio Cardo— donde se metaforizaba el sentido del “diálogo” para la revista. La representación mostraba el juego de cartas “el solitario” por parte de un sujeto indeterminado y el epígrafe, que funcionaba como título de tapa, permitía comprender la intencionalidad de la escena expuesta: “Diálogo político: el entretenimiento de moda”. Por él se asociaba un juego individual con una actividad ociosa, improductiva y estéril, pero ante todo carente de interlocución. Así, Línea reforzaba la postura definida por el PJ en la materia y obraba como un ariete discursivo contra el “diálogo”. Lo hará también mediante artículos de opinión, análisis, entrevistas y notas sobre distintos actores políticos y sociales intervinientes. Por caso, la nota de tapa firmada por Carlos Campolongo reforzaba el sentido de la portada, al discurrir sobre el “dialogismo”, que era “la figura retórica que consiste en fingir un diálogo”, o al mencionar que desde el poder se había aclarado que las “Bases Políticas…” no eran negociables, a lo que se preguntaba: “¿Qué es entonces lo que está en juego, y cuál es el criterio del que escucha?”. Para el comentarista “el disenso firme y abierto” tenía la “sanción de la exclusión23”, marcando una intransigencia que situaba a la revista en la arena opositora. Campolongo recordaba que en un primer momento el “diálogo” no había concitado “la atención que se esperaba”, y marcaba la contradicción militar porque se había decidido convocar “la presencia de dirigentes políticos sobre los que hasta hace poco tiempo y desde el mismo poder convocante se arrojaron severos juicios reprobatorios24”. Finalmente, marcaba el desfasaje del que estaba preso el gobierno entre los “deseos” y lo “real” o “los hechos”:

Los diagnósticos de diversos sectores agropecuarios, empresarios, gremiales y políticos son alarmantes. Inclusive el de algunos ‘amigos’ del proceso. Contrariamente, el gobierno no encuentra la igual gravedad en los casos financieros, en los quebrantos y grandes dificultades de la estructura productiva nacional.

Cuestionando el diálogo en sus características, instrumentación y representatividad de los invitados; el modelo económico con los resulta-23 Campolongo, Carlos “El juego solitario”, Línea, N° 1, junio de 1980, p. 12. 24 A principios de mayo, por ejemplo, Balbín se había reunido con Harguindeguy.

dos computados consolidándose sin ningún giro perceptible en su rumbo y los grandes temas que hacen a la unidad nacional sin abordarse en profundidad, entonces… el diálogo es la vía regia’, pero ¿para qué?25.

En esa misma edición otras expresiones reforzaban el sentido otorgado por la revista a la convocatoria del gobierno. Una entrevista al presidente del partido Popular Cristiano, Enrique de Vedia, se titulaba con su textual: “El diálogo es una pérdida de tiempo”26. Y, al comentar en la nota principal de actualidad política la propuesta que un grupo de banqueros argentinos le había hecho al ministro del Interior en el marco del “diálogo” sobre que debía instaurarse el voto calificado, Línea aseguraba que “el denominado ‘diálogo político’ es de hecho un ámbito con libertad absoluta de proponer todo tipo de dislate salvo, así parece, aquellas propuestas serias que hagan a la búsqueda de un reencuentro con la democracia en el país27". En similar tesitura, en septiembre de 1980 el secretario de redacción de la revista aseguraba en torno al “descalificado diálogo”: “Iniciado con poca expectativa, quedó al desnudo que se trataba de una mera maniobra distraccionista (sic). Una estructura formal que no contuvo nada, ningún nova edicta’, plan concreto, que coadyuvase a la solución del problema político28”.

La disputa con el “anti-verticalismo” en el marco del “diálogo”

Para 1980 el Partido Justicialista se confrontaba no solo a la persistente interrupción de su actividad pública, compartida con el resto de los partidos políticos reconocidos por el gobierno militar —mientras otros, como se ha mencionado, habían sido directamente ilegalizados—, sino a un fraccionamiento interno que lo debilitaba frente a aquel. Sin duda que tal escenario ubicó a los partidos ante el dilema de cómo mantener en el tiempo su cohesión. Como señalan varios autores, trataron de leer la coyuntura y oscilaron entre los contactos y la distancia de la esfera oficial, de acuerdo con sus expectativas de ganar predicamento, influir en las políticas públicas y morigerar

Campolongo, Carlos “El juego solitario”, Línea, Nº 1, junio de 1980, p. 12. Línea, “’El diálogo es una pérdida de tiempo”‘, Nº 1, junio de 1980, p. 10. Línea, “Desorientación y viajes”, Nº 1, junio de 1980, p. 4.

Seoane Cabral, César “Intrascendencias cotidianas”, Línea, Nº 4, septiembre de 1980, p. 3. las restricciones impuestas (Canelo 2008, Novaro y Palermo 2003, Yanuzzi 1996). El ostensible deterioro de la situación social y la represión de un movimiento sindical identificado en buena medida con el peronismo e imbricado a través de su dirigencia y su militancia en el partido, forzaban una orientación hacia definiciones intransigentes. Si bien habían habido acercamientos entre algunos dirigentes sindicales con funcionarios gubernamentales, e incluso se había gestado tras la interdicción de la Confederación General del Trabajo (CGT) una nueva central sindical formada por gremios cuyos dirigentes estaban dispuestos a negociar con los militares —la efímera Confederación Nacional del Trabajo y en sentido amplio los llamados “participacionistas” (Yanuzzi 1996: 160 y 163) —, la continuidad de la crisis inclinaba a la mayoría del gremialismo a presentar demandas que suponían confrontar en su terreno al actor militar. Dada la gravitación del elemento sindical en la estructura partidaria y la continuidad de las detenciones de los dirigentes justicialistas, el “diálogo” debía obtener escaso predicamento en la porción mayoritaria de ese sector político.

Línea, en tanto abogó contra la participación en el “diálogo político”, la emprendió especialmente contra los “anti-verticalistas” por su decisión en contrario. César Seoane Cabral, secretario de redacción de la revista, publicaba en la edición de septiembre de 1980 un comentario sobre las rondas del “diálogo” en el que dedicaba un apartado a la concurrencia de algunos dirigentes justicialistas al Ministerio del Interior el 19 de agosto de 1980 —no consensuada dentro del partido—. De ella fueron parte Raúl Matera, Delia Parodi, Alberto Iturbe, Rodolfo Tecera del Franco, Delia Degliuomini de Parodi y Enrique Osella Muñoz —quienes se aglutinaban bajo la denominación de Movimiento de Reafirmación Doctrinaria Justicialista—, todos referentes del “anti-verticalismo” y pertenecientes a la segunda línea de la dirigencia partidaria. Esta concurrencia había sido previamente objetada en una declaración del PJ donde ratificaba su “pública decisión de oponerse al actual diálogo”, instando al gobierno a “no confundir (…) diálogo con tácticas inoperantes y diversivas”, y donde aseguraba que “ningún afiliado o simpatizante del movimiento nacional justicialista puede arrogarse, ni aún a título personal, la representación del movimiento, pues todos, sin excepción, están obligados a tales normas de disciplina y ética peronista29”. Los participantes, que quedaron en minoría al sufrir la descalificación de las autoridades partidarias, debieron aclarar que habían asistido “a título personal y como viejos militantes del justicialismo” (citado en González Bombal 1991: 56).

La revista no ahorraba causticidad en la calificación del valor político de su iniciativa. En primer lugar, señalaba la conveniencia para las autoridades oficiales de captar a la dirigencia más predispuesta a la conciliación y así “abrir una brecha en la conducción del peronismo”. En segundo lugar, censuraba la presencia de los que denominaba como “neuro-peronistas” —en obvia alusión a Matera—, mofándose de su escasa inteligencia al pretender que podrían obtener capital político en su visita al ministro Harguindeguy:

Lamentamos el haraquiri de los dialogantes llevados por su apresuramiento —y su impremeditación—- sobre la hora política. Ni siquiera serán recompensados con alguna embajada como les pasará a otros dialogantes. Convidados de piedra como en la tragedia de Tirso, son apenas fantasmas que anuncian por boca del Comendador que las horas de su huésped han sido contadas y, como ellos, van muertos30.

Para Línea, en vistas de una eventual apertura eleccionaria y ante los planes oficiales sobre la convergencia cívico-militar, esta acción subrayaba los límites de la proscripción partidaria y el aislamiento de los “anti-verticalistas”:

En las futuras elecciones (…), ¿una lista formada por dialogantes captaría una cuota apreciable del Movimiento? En el caso de vetarse a su partido, los justicialistas dispararían, por instinto, de apoyar a neuroperonistas prefiriendo irse con los enemigos de siempre antes que con los amigos inseguros31.

Frente a este panorama adverso, los asistentes al “diálogo” habían endurecido su discurso. Le presentaron al ministro del Interior un documento crítico donde dieron cuenta de los cuestionamientos sostenidos desde el PJ en aquellos momentos: la situación de los presos políticos, procesados y sometidos a disposición del poder ejecutivo, de los desaparecidos y en particular de la ex presidente. Asimismo, Matera señaló que “hemos discrepado sustancialmente con Harguindeguy en el aspecto económico32”. Como señala González Bombal (1991: 57), la asunción de estos presupuestos les restaba a los “anti-verticalistas” un perfilamiento propio para apuntalar una nueva identidad sectorial dentro del justicialismo, evidenciando su carácter de “amigos inseguros”, a la vez que sus críticas complicaban su acercamiento a la esfera oficial. En suma, y como expresaba Seoane Cabral, los “anti-verticalistas” se habían comportado de modo oportunista y apresurado, sin obtener réditos concretos, ni entre sus interlocutores oficiales ni entre la ciudadanía simpatizante del peronismo. Por otra parte, la conflictiva historia previa de Matera como referente partidario mientras Perón se encontraba exiliado, permitió que Línea defenestrara a los “anti-verticalistas” recordando declaraciones irónicas del máximo líder del movimiento sobre la pretensión de Matera de disputarle la conducción y su ineptitud para tal fin. También Línea citaba la supuesta anécdota en la cual Perón, ofuscado con las maniobras del dirigente “neuro-peronista”, habría bautizado a uno de los pavos que poseía en la quinta madrileña de Puerta de Hierro con el nombre de Matera33. Esa alusión despectiva en el artículo era reforzada por el dibujo de Juan de un pavo munido de enseres médicos —estetoscopio y cofia—, declarando ante los micrófonos y luminarias periodísticas (ver Imagen 5). Como es ostensible, la descalificación satírica de la principal figura disidente dentro del partido buscaba invalidar la legitimidad discursiva (peronista) de todo su sector y por ende corroborar la postura de la cúpula partidaria.

Cabe destacar, en este sentido, que para el momento de este episodio en el marco del PJ comenzaba a instalarse con fuerza, al igual que en el resto de los partidos políticos tradicionales —con la salvedad de pequeños parti-

Citas del documento en González Bombal (1991). Declaraciones de Matera y comentario del documento presentado al Ministerio, en Clarín, “Formuló reclamos un sector peronista que se reunió con Harguindeguy”, 20 de agosto de 1980, p. 8. No obstante, hubo quienes descartaron que tales calificativos hubieran sido efectuados por Perón (ver “Testimonio del doctor Facundo Suárez”, en Chávez et al. 1993). Suárez era dirigente de la UCR y visitó a Perón en Puerta de Hierro. Su posterior testimonio de lo conversado contradice la anécdota, aunque el empleo que hace el articulista de Línea de ella y el propio recuerdo de Suárez al respecto permiten conjeturar su amplia difusión en la época.

dos conservadores, carentes de una base social significativa, pero que todavía apostaban a la “convergencia cívico-militar”—, un inequívoco alejamiento de todo compromiso con el ámbito oficial y la reorientación discursiva hacia la exigencia del abandono del poder por parte de las autoridades militares y la convocatoria a comicios. Esto comienza a advertirse en Línea por las reiteradas apelaciones a otras fuerzas políticas alrededor de mancomunar esfuerzos en torno a la vuelta a la institucionalidad constitucional, reflejado en recurrentes entrevistas a referentes de otros partidos afines a la estrategia justicialista en la coyuntura, editoriales y artículos que referían a la necesidad de unificar las expresiones partidarias para presionar por la salida del gobierno militar y la reinstauración del régimen democrático representativo.

“Nadie espera nada”.

La segunda ronda del “diálogo político”

La asunción presidencial del general Viola a fines de marzo de 1981 en reemplazo de Videla anunciaba el intento de inaugurar un estilo distinto de relación del gobierno militar con los actores políticos. Esto se evidenció en la apertura de la administración a una mayor presencia de funcionarios civiles en distintos niveles y por la intención alegada de normalizar la relación con el sistema político partidario. Dentro de este nuevo viraje durante julio de 1981 el gobierno fue preparando el terreno para la convocatoria a un segundo “diálogo político”, ahora bajo premisas distintas al desarrollado el año anterior. En primera medida, los contactos con los partidos políticos serían permanentes y no excepcionales, por lo cual no se darían a través de la formalidad que había signado el “diálogo” bajo la presidencia de Videla. En segunda medida, las autoridades partidarias serían reconocidas como “interlocutores válidos” dejando de lado la figura de invitados a “título personal” que había instaurado Harguindeguy. Y, por último, el Partido Justicialista sería considerado como partícipe del “diálogo” oficial (González Bombal 1991: 84)34. La agenda del “diálogo” incluiría las cuestiones instrumentales en torno a las “Bases Políticas…” y la reglamentación de la actividad partidaria. Pero, ante todo, el objetivo evidente de la nueva gestión apuntaba a “acordar con los partidos un plan político para la transición” (González Bombal 1991: 84)35.

Sin embargo, la situación de los partidos mayoritarios había cambiado y desde el 14 de julio de 1981 se habían reunido a instancias del radicalismo en una Asamblea Multipartidaria36. En parte fue una respuesta ante la pérdida de credibilidad de Viola y su poca autonomía para negociar con los partidos los términos de una eventual “apertura” —limitado por la Junta Militar y los sectores más intransigentes de las Fuerzas Armadas—, situación que dio impulso a los grupos internos de los partidos contrarios a las posturas conciliadoras con el gobierno quienes percibían que no habría salida política negociada a corto plazo.

La Multipartidaria adoptó una estrategia común frente al nuevo “diálogo” que incluyó la demanda de levantamiento de la veda política, el estatuto de los partidos y el establecimiento de un cronograma concreto para la institucionalización del país. A su vez los partidos suscribieron un acuerdo mutuo por el cual “la concurrencia de cualquiera de ellos estaba condicionada a la no exclusión de ningún otro integrante que debería ser convocado en igualdad de condiciones” (González Bombal 1991: 98), términos pensados especialmente para el caso del justicialismo. La contrapartida era el compromiso tácito de la dirigencia partidaria de aceptar la invitación del gobierno militar.

El intento de acercamiento del gobierno hacia los partidos a través del “diálogo” fue abiertamente vilipendiado desde Línea. Luego que el 25 de agosto de 1981 el radicalismo concurriera al Ministerio del Interior37, denunciaba en su edición de septiembre de 1981 que era “evidente la inten-

Según González Bombal (1991) en el nuevo diálogo se pusieron en juego tres posiciones en torno a la sucesión presidencial que estaba prevista para 1984: la dirigencia política quería elecciones libres y generales una vez finalizado el mandato Viola en 1984; el gobierno de Viola buscaba una fórmula intermedia con acuerdo cívico-militar que asegurara la presidencia a un candidato elegido por las FF.AA. y la opinión mayo-ritaria dentro de las Fuerzas Armadas era que el próximo periodo debía ser nuevamente militar con la Junta Militar a la cabeza del gobierno.

Integrada por radicales, peronistas, desarrollistas, intransigentes y democristianos. Encuentro al que no asistió su líder Ricardo Balbín, afectado por una enfermedad que le causaría la muerte poco tiempo después, el 9 de septiembre.

ción de los hasta ayer soberbios gobernantes, de asociar a las corrientes políticas argentinas a las ruinas que solo ellos generaron. Y hacerlas cómplices como forma de cubrir sus responsabilidades históricas”. Tras aseverar que “Toda la acción del gobierno es un desastre”, se preguntaba: “¿Qué puede buscar la dictadura con el llamado ‘diálogo político’ sino la eximición de sus propias e intransferibles responsabilidades?”. Frente a un gobierno del que “nadie espera nada” era su “debilidad” lo que había originado el cambio en el tratamiento hacia los partidos, luego de años de “persecución, difamación y cárceles”; en ese contexto la invitación al diálogo era simplemente “para evitar el naufragio inminente de la nave oficial”. Y la concurrencia de los dirigentes políticos a la casa de gobierno no estaba motivada para “evitar el naufragio dictatorial, sino en discutir las bases de la retirada38”.

Frente a la posibilidad que el peronismo concurriera al “diálogo”39 (tema que en la nota se trataba bajo el subtítulo “¿ira el peronismo?”), afirmaba que la situación era diferente a la de 1980, ya que en esa primer convocatoria el gobierno era “prepotente y sin plazos” y en 1981, en cambio, había un “desgobierno para el cual los plazos juegan en contra”. En este escenario “no sería mal visto por las principales tendencias internas del peronismo que el Partido Justicialista concurriera siempre que lo haga sin claudicar de ninguno de los postulados que dan razón de su existencia”. Aunque, reconocía, la situación organizativa del peronismo y la “escasa representatividad del Consejo Partidario” haría conflictiva la concurrencia. En su punto de vista, de no fijar una “línea política” entra las diversas tendencias internas y constituir una “conducción verdaderamente representativa del Movimiento mayoritario”, la delegación peronista que concurriera solo expresaría “una porción minoritaria del Justicialismo”. En cambio, sí había acuerdo en “casi todas las figuras y organizaciones más activas” dentro del peronismo en torno a que el gobierno era una “dictadura antinacional” y que el movimiento debía exigir:

… el inmediato retorno al estado de derecho, la más irrestricta libertad política, la libertad de los presos políticos, la devolución de las organizaciones sindicales y la anulación de las llamadas ‘actas institucionales’ (sic) verdaderos instrumentos diabólicos de persecución y despojo40.

Volcada sin ambigüedades en el arco opositor, Línea explicitaba su total escepticismo ante la reedición del “diálogo político”, que se insertaba en el giro que iba tomando la relación de poder del justicialismo —y, en general, del arco político mayoritario— respecto del gobierno militar. En todo caso, si el justicialismo decidía asistir, debía aprovecharse ese espacio para presionar por la retirada de los militares del poder. Lejos entonces de cualquier postura negociadora hacia el actor militar, Línea se enroló en el campo de la “constitución de un frente nacional” que incluyera a los principales partidos políticos y otros actores afines, reservándole al peronismo su primacía como “eje vertebrador” del “movimiento nacional41”. En definitiva, el planteo de la revista recogía las demandas que daban por iniciada “la transición a la democracia”, según la primera manifestación pública de la Multipartidaria el 14 de julio de 1981 (Multipartidaria Nacional 1982: 9-11)42. Por añadidura, este escenario obstruía cualquier iniciativa de diferenciación y reorientación de la identidad peronista bajo otras bases (en este caso, las “Bases Políticas…” impulsadas desde el gobierno militar) como la intentada fugazmente por los “anti-verticalistas”.

Durante el mes de septiembre quedaría en evidencia el fracaso del “diálogo” convocado por el gobierno de Viola. A la oposición de los sectores oficialistas más intransigentes a renunciar a los objetivos de las “Bases Políticas…” y a permitir una apertura política, se sumó el fallecimiento de Balbín, quien era uno de los dirigentes privilegiados para una eventual concertación cívico-militar43. En ese contexto el justicialismo decidiría no participar de la convocatoria oficial. Acechado Viola por la crisis económica y los intentos de

Línea, “La retirada militar”, año 2, N° 14, septiembre de 1981, p. 15. Negrita en el

original.

Línea, “La retirada militar”, año 2, N° 14, septiembre de 1981, p.15.

De todas maneras, los primeros documentos de la Multipartidaria harán hincapié en la “reconciliación nacional” y la exhortación a la “unidad nacional”, intentando contener los sentimientos antimilitaristas que ya aparecían en la sociedad civil e incluyendo, como prenda de buena voluntad hacia los militares, la no intención de “revisión del pasado” para focalizar su objetivo en un acuerdo para la institucionalización del país

(González Bombal 1991: 95).

desgaste del jefe del Ejército Leopoldo Galtieri, su gobierno quedó vaciado de poder y los partidos decidieron orientar sus energías hacia la consolidación de la Multipartidaria.

Conclusiones

La revista Línea fue concebida como un medio para ejercer una intervención intelectual orientadora del sector social que ésta definió como el “campo nacional”. De acuerdo a tal objetivo construyó su identidad en oposición a la dictadura, dentro de su opción por el movimiento peronista, pero maleable como para receptar en sus páginas variadas posiciones disidentes del arco político, en una muestra de la incipiente emergencia, para el año de su lanzamiento, de consensos básicos sobre la necesidad de retornar al orden democrático representativo.

El fracaso ulterior de sendas rondas del “diálogo político” convocado por el gobierno militar demostró la imposibilidad de consolidar su persistencia en el tiempo y de generar en las fuerzas políticas mayoritarias un consenso para asegurarle a las Fuerzas Armadas un rol arbitral en un régimen constitucional cuya recuperación comenzaba a avizorarse. En tal marco, y para la oportunidad del primer ciclo del “diálogo”, Línea supo fogonear un posicionamiento crecientemente hegemónico dentro del justicialismo, respecto a la imposibilidad de entablar negociaciones con las autoridades, en tanto no se lo reconociera y se lo legalizara en su papel de actor político fundamental. Así, frente a los intentos internos disidentes pudo demostrar que el “diálogo político” como potencial instancia de diferenciación era un simple “entretenimiento de moda”, condenado a la irrelevancia ante un panorama de progresiva rearticulación opositora. En este sentido, su intervención en torno al “diálogo” buscó incidir en los reacomodamientos internos del justicialismo, terciando en la disputa entre “verticalistas” y “anti-verticalistas” a favor de los primeros, y presionando desde su posición intransigente para que el peronismo no adoptara actitudes conciliadoras con la dictadura.

Frente a la segunda convocatoria al “diálogo” de Viola su opinión general fue aún más crítica, en el marco de una oposición abierta y vehemente hacia la dictadura. Para entonces, la gravitación política del justicialismo había hecho insoslayable su reconocimiento por parte de la Junta militar como actor fundamental en cualquier nueva negociación con el sistema de partidos mayoritarios. Con esa evidencia la revista, ante la posibilidad que el justicialismo aceptara la invitación gubernamental, dejó entrever su aceptación siempre y cuando no se comprendiera como una instancia de negociación, sino como un espacio donde el peronismo debía intentar imponer condiciones para la retirada militar. Pero es evidente que la negativa de las Fuerzas Armadas para aceptar condicionamientos por parte de los partidos hacía imposible que se concretase la convocatoria en esos términos, con lo cual la posición de la revista pareció en todo caso responder a un leve reacomodamiento pragmático frente a la perspectiva de que finalmente el justicialismo aceptase la invitación dialoguista, como lo había declarado su vicepresidente Bittel. En ese caso Línea no habría adoptado una posición que contradijera a la conducción partidaria, pero dejaría en claro las condiciones en que desde su perspectiva debía aceptarse el convite. Finalmente, el curso de los acontecimientos políticos pareció otorgarle la razón, tanto por la incapacidad del gobierno de Viola de domeñar la situación político-económica y de ofrecer a los partidos un incentivo concreto y atractivo para negociar, como por la negativa de las Fuerzas Armadas a abrir la discusión sobre una sucesión civil para 1984.

Por consiguiente, el rol político de Línea en el contexto mismo de su aparición puede ponerse de relieve desde una perspectiva para-partidaria; es decir, no orgánica del justicialismo pero afín al sector ulteriormente vencedor en la pugna interna. Su eficacia mediática, en tal sentido, corre paralela al fracaso del régimen para encontrar posibilidades renovadas de negociación —que la revista colaboró en desacreditar— con el sistema político partidario. Resulta así expresión concomitante de la rearticulación de este último, acelerada con la creación de la Multipartidaria y basada en la premisa de reponer la vigencia del imperio constitucional. Del mismo modo, Línea condensa en ese marco la voluntad de reponer desde lo discursivo la centralidad del peronismo como eje vertebrador de un “campo nacional” atomizado en términos políticos y sociales por la represión y las restricciones impuestas desde 1976.

 

IMAGEN 1

Línea, septiembre de 1980


IMAGEN 2
Línea, octubre de 1980 2 de Setiembre Nación Saludan en su día a la Industria Argc afectuosamente, los industriales de: Sudáfrica, Checoeslovaquia, Ú S A & U.R.S.S. Asoc. (siguen firmas)

 

IMAGEN 3
Línea, septiembre de 1981

 

IMAGEN 4
Portada del N° 1 de Línea (junio de 1980)

 

IMAGEN 5
Caricatura de Juan, Línea, septiembre de 1980

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