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versión On-line ISSN 1851-9601

Postdata vol.22 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2017

 

NEOLIBERALISMO Y LIBERALISMO.
LA LIBERTAD COMO PROBLEMA DE GOBIERNO

 

por Pablo Martín Méndez*

* Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Lanús. Licenciado y profesor en ciencia política por la Universidad de Buenos Aires. Becario postdoctoral del CONICET (2017-2019). Miembro del centro de investigaciones en teorías y prácticas científicas de la Universidad Nacional de Lanús. Docente en la maestría en Metodología de la investigación científica, en la Carrera de Ciencia Política y Gobierno y en el área “Ética” de la misma universidad. E-mail: pablomartinmendez@hotmail.com

Resumen

¿Qué hay efectivamente de “nuevo” en el neoliberalismo? Esta pregunta nos lleva a revisar algunas de las visiones más comunes en las humanidades y en las ciencias sociales, sobre todo aquellas que conciben al neoliberalismo como una vuelta hacia las ideas liberales abandonadas durante la crisis de los años ‘30. Según sostendremos en este artículo, el liberalismo y el neoliberalismo son tan distintos como los problemas históricos a los cuales intentan dar respuesta. Lo que aquí entra en juego es la “libertad” como problema de gobierno. Mientras que el liberalismo gobierna mediante la fórmula del laissez-faire, el neoliberalismo plantea en cambio una modalidad de gobierno basada en la promoción de la “libertad de emprendimiento”. Se trata de dos formas de libertad que surgen en momentos históricos específicos y que tienen además sus propios alcances y efectos. Las críticas contemporáneas deben considerar esa importante diferencia, concibiendo al neoliberalismo no como una regresión a los viejos dogmas del liberalismo, sino más bien como una nueva manera de gobernar nuestras libertades.

Palabras clave
crítica – laissez-faire – primeros neoliberales – libertad de emprendimiento – programación política

Abstract

What is there exactly new in the neoliberalism? This question leads us to review some of the most common visions in the humanities and social sciences, especially those that conceive neoliberalism as a return to the liberal ideas abandoned with the crisis of the 1930s. We say in this article that liberalism and neoliberalism are as different as the historical problems to which they try to answer. What comes into play here is “freedom” as a problem of government. Liberalism governs through the way of laissez-faire; in contrast, neoliberalism poses a way of government based on the promotion of the “freedom of entrepreneurship”. There are two forms of freedom that arise in specific historical moments and also have their own scope and effects. The contemporary criticism should consider that important difference, conceiving neoliberalism not as a regression to the old dogmas of liberalism, but rather as a new way of governing our freedoms.

Key words
criticism – laissez-faire – early neoliberals – freedom of entrepreneurship – political programming

 

 

I. Introducción

El punto de partida del presente escrito está en la idea de que las humanidades y las ciencias sociales contemporáneas continúan debiéndose todo un trabajo de reconceptualización sobre el “neoliberalismo”. Hablamos de una labor colectiva de pensamiento que nos permita ir un poco más allá de las categorías analíticas actuales. Esta labor, que sin duda no es solo disciplinar, sino además ética y política, resulta sumamente necesaria en nuestros tiempos, cuando observamos que las políticas neoliberales avanzan y se instalan en casi todas partes, incluyendo a la Argentina y a muchos otros países de América Latina. Ahora bien, ¿qué es el neoliberalismo? Precisamente aquí sobreviene el problema, pues frente al mismo se esgrimen innumerables críticas, pero pocas definiciones o conceptualizaciones precisas.

Al neoliberalismo se lo suele equiparar con fenómenos tales como la globalización, la desregulación generalizada de los mercados, el auge del capital financiero, las instituciones internacionales de crédito, las grandes corporaciones multinacionales o los procesos de expropiación de tierras. El nivel de ambigüedad conceptual es tan grande que las ideas y las políticas neoliberales a veces parecerían estar en todas partes y a la vez en ninguna1.

Cabe aclarar que este artículo tampoco pretende alcanzar la última palabra entre todas las definiciones y conceptualizaciones posibles. Por el contrario, lo que se busca es enriquecer nuestras concepciones críticas sobre el neoliberalismo, precisando algunos de sus aspectos más novedosos aunque menos analizados. Así planteadas las cosas, antes que preguntarnos por el neoliberalismo en general, querríamos averiguar por el prefijo neo del concepto en cuestión, sin necesidad de reducir las posibles respuestas al análisis de otras experiencias y proyectos previos. ¿Dónde está lo “nuevo” del neoliberalismo?, ¿cuáles son sus diferencias con el liberalismo a secas?

Esta pregunta nos lleva a tomar cierta distancia en relación a una postura conceptual bastante frecuente en las ciencias sociales y humanas, y es que el neoliberalismo implicaría un retorno o regresión a los viejos dogmas del liberalismo. Algunos críticos sostienen que se trata de restituir el modelo de libre mercado imperante hasta la década de 1930, más concretamente el que habría funcionado con anterioridad al advenimiento de las políticas dirigistas y el posterior ascenso del Estado de bienestar. Siguiendo esa línea de análisis, muchos intelectuales latinoamericanos conciben al neoliberalismo como un retorno a los conocidos proyectos de la desregulación total, abarcando desde la famosa “mano invisible” de Adam Smith hasta la “ortodoxia” de la escuela neoclásica entre otros (Bresser-Pereira 2009, Saad-Filho y Johnston 2005). El neoliberalismo, puesto en estos términos, no acarrearía entonces nada de novedoso ni de disruptivo, sino que vendría a repetir algo que ya se aplicó en otros tiempos y que ahora reaparecería incluso bajo su peor forma: “El neoliberalismo no es una forma de posliberalismo, dado que lejos de ir más allá de o ser una versión superadora del liberalismo, es una versión conservadora de éste” (Gómez 2014: 105)2.

and exploitation, the manifestation of ‘capital resurgent’, an overarching dystopian zeitgeist of late-capitalist excess” (Venugopal 2015: 165) [El neoliberalismo está en todas partes, pero al mismo tiempo en ninguna. Se lo considera como la dominante y omnipresente agenda de política económica de nuestros tiempos, una poderosa y amplia agenda política de la dominación y explotación de clase, la manifestación del ‘capital resurgente’, un zeitgeist global distópico de los excesos del capitalismo tardío]. Se encontrará un panorama general sobre los actuales modos de conceptualización del neoliberalismo en Taylor Boas y Jordan Gans-Morse (2009). Según entienden estos analistas, el término neoliberalismo habría adquirido en América Latina una connotación esencialmente “negativa”, ya sea por haber quedado asociado con los regímenes dictatoriales de las décadas de 1970 y 1980, o bien por las posteriores

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La propuesta de análisis que desarrollaremos a continuación se centra en la década de 1930 como punto de emergencia del neoliberalismo, pero sin reducir tal momento histórico a una mera restitución de los proyectos económicos que el liberalismo habría dejado inacabados. Hay una serie de novedades que el neoliberalismo trae consigo y que la crítica teórica y política nunca debería pasar por alto. Al menos desde nuestra perspectiva, son esas novedades las que quizá nos ayuden a comprender por qué a pesar de todo —esto es, a pesar de los repetidos episodios de crisis, de los ajustes estructurales y además de las constantes resistencias— el neoliberalismo continúa aún hoy vigente3.

II. Las versiones de la historia: liberalismo(s) y neoliberalismo(s)

Antes de avanzar con el análisis, conviene realizar algunas aclaraciones sobre el método de trabajo y el objeto de estudio que dan lugar a este artículo. Como bien sabemos, no solo hay varias formas de abordar al liberalismo y al neoliberalismo, sino que además existen diferentes versiones de ambos fenómenos. De un lado está el liberalismo inglés de los siglos XVII y XVIII, vinculado con pensadores tan emblemáticos como John Locke y David Hume, así como también está el liberalismo económico de Adam Smith, David Ricardo y Jean-Baptiste Say o bien el liberalismo político de Montesquieu, Edmund Burke y Alexis de Tocqueville, entre otras tantas corrientes históricas y regionales de pensamiento. Los matices y las variaciones son prácticamente inabarcables, llegando al punto en que ya no es posible hablar sobre un liberalismo homogéneo y lineal. Lo mismo vale para el neoliberalismo,

experiencias de desregulación de los mercados y de reforma del Estado. Nadie puede negar la trascendencia de tales experiencias, que no solo resultaron negativas para las posibilidades de desarrollo de muchos países, sino que además dejaron una trágica impronta en la memoria colectiva. En todo caso, nuestro propósito es advertir que, al enfocar la crítica en dichas experiencias, podemos perder de vista otros aspectos más “positivos”, aunque no por ello menos cuestionables, del neoliberalismo. Coincidimos aquí con los planteamientos de Jamie Peck (2012: 9): “…en la izquierda predecimos permanentemente crisis nuevas que van a ser fomentadas por el neoliberalismo y siempre estamos esperando que el neoliberalismo colapse. El problema, o las preguntas, serían: ¿por qué el neoliberalismo sobrevive? ¿Por qué todavía no colapsó? ¿Por qué la crisis se ha diferido repetidas veces?”

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donde encontramos un abanico de versiones que incluye desde las teorías la escuela de Friburgo y el ordoliberalismo alemán, pasando por las contribuciones de Friedrich Hayek, el monetarismo de Milton Friedman y la famosa escuela de Chicago, hasta llegar al neoliberalismo identificado con los regímenes dictatoriales de América Latina, con el “consenso de Washington” implementado durante la década de 1990 o con la tesis sobre el “fin de la historia” elaborada por Francis Fukuyama.

Pues bien, ¿cómo avanzar en todo este campo de ideas teóricas económicas y proyectos de gobierno?, ¿con qué criterio agrupar las proyectos liberales y los neoliberales?, ¿dónde trazaríamos la diferencia entre una cosa y la otra? La historia es compleja y multifacética y por eso su análisis requiere de varias perspectivas o líneas de análisis. El presente artículo plantea una perspectiva específica que consiste en reconstruir las diferencias entre el liberalismo y el neoliberalismo siguiendo algunos de los problemas históricos a los cuales intentan dar respuesta. No se trata de obtener una visión completa y omnicomprensiva sobre la materia, sino de privilegiar ciertos niveles o fragmentos de historia. Para el caso que aquí nos concierne, la cuestión consiste entonces en analizar aquellos fragmentos que dieron lugar a unas formas inéditas de pensar y de resolver determinados problemas de gobierno. Son prescripciones, fórmulas y procedimientos racionalizados donde se brinda una solución novedosa a un viejo problema o se busca encararlo de otra manera. Es también la programación de un orden para las instituciones, los espacios sociales y los comportamientos de los hombres. El liberalismo y el neoliberalismo tienen que ver con todo esto. De hecho, sus aspectos singulares o sus puntos de diferenciación no pueden comprenderse sin analizar los problemas desde los cuales emergieron y las soluciones que ensayaron ante los mismos. Ello no implica que aquí pretendamos abarcar todos los aspectos y diferencias posibles entre un fenómeno y otro. Antes bien, lo que vamos a analizar es tan solo una versión de la historia, unas formas de programación política que nunca se aplicaron completamente pero que a pesar de todo actúan sobre la realidad, incidiendo en las conductas de los hombres y en sus modos de estimar algo como problema u objeto de acción guberna-mental4.

Parafraseamos en este punto a Peter Miller y Nikolas Rose (1990: 7), de cuyos trabajos extraemos la noción de “programación política”: “programmes of government have depended upon the construction of devices for the inscription of reality in a form

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III. El laissez-faire como programa de gobierno

¿Cuáles fueron entonces los problemas históricos o las cuestiones que, por así decirlo, intervinieron en el nacimiento del liberalismo? Podríamos contestar esta pregunta en base a los análisis de Karl Polanyi y Michel Foucault, quienes a pesar de sus diferencias y sus distancias en el tiempo parecerían concebir al liberalismo desde una perspectiva histórica bastante cercana. Para el uno y para el otro, el liberalismo sería una forma de resolver problemas de gobierno apoyándose en las mismas libertades de los hombres5. Así pues, el liberalismo que buscamos analizar emerge en la Europa continental del siglo XVIII, al calor de las discusiones sobre la manera más práctica de encarar y de resolver las situaciones de escasez de granos. Esas situaciones no eran un problema nuevo, sino que tenían una historia de larga data. La novedad residía en las respuestas que algunos economistas y funcionarios comenzaron a ensayar en aquel momento histórico.

Para la mayoría de las monarquías europeas de principios del siglo XVIII, la escasez de granos era una amenaza de consecuencias impredeci-bles, puesto que estaba frecuentemente acompañada por las hambrunas, la pauperización de una gran parte de la población, los saqueos en las ciudades, y todos los demás flagelos que advenían tras una “mala cosecha”. De ahí que haya sido tomada como un asunto de Estado, una cuestión cuyo tratamiento requería de la intervención en los precios, el acopio, la exportación y el cultivo de granos. En el marco de las técnicas mercantilistas utilizadas entre los siglos XVII y XVIII, ello solo podía implicar una reglamentación indefinida sobre la cadena de producción y de distribución de alimentos. Tal era la forma de garantizar que éstos se distribuyesen en todos los rincones del reino, imponiendo una suerte de “Estado de policía” sobre la actividad económica: “el fin de la policía es asegurar la felicidad del Estado por la sabiduría de sus reglamentos, y aumentar sus fuerzas y su poder tanto como sea posible. Para este efecto ella vela en la cultura de las tierras, a procurar a los habitantes las cosas de que tienen necesidad para subsistir y establecer un buen orden entre ellos” (Justi 1996: 14)6. No faltaron las voces opuestas frente a esta clase de políticas gubernamentales. En efecto, muchos observadores de la época consideraban que la reglamentación de la producción y del comercio agrícola tendía a agravar el problema de la escasez en lugar de solucionarlo. Ese fue el argumento que también compartía un pequeño grupo de intelectuales franceses y consejeros de Estado apodados pronto como “fisiócratas”. Su propuesta era en principio bastante sencilla: para remediar la escasez, se debía asegurar la mayor circulación posible de granos. Algunos utilizaban palabras más directas: laissez-nous faire [dejadnos hacer]7. Dejar que las cosas circulen, antes que regimentarlas y disciplinarlas; dejar que los hombres cultiven y trabajen, que intercambien, que muevan y aumenten las riquezas. Era el nacimiento del famoso lema laissez-faire, laissez-passer.

where it can be debated and diagnosed. Information in this sense is not the outcome of a neutral recording function. It is itself a way of acting upon the real, a way of devising techniques for inscribing it (…) in such a way as to make the domain in question susceptible to evaluation, calculation and intervention” [los programas de gobierno han dependido de la construcción de dispositivos para la inscripción de la realidad de una forma que pueda ser debatida y diagnosticada. La información en este sentido no es el resultado de una función neutra de registro. El programa es en sí mismo una forma de actuar sobre lo real, una forma de técnicas de inscripción, de manera tal que el dominio en cuestión sea susceptible de evaluación, cálculo e intervención].

Foucault sostiene a este respecto que el liberalismo debe ser concebido como una “racionalidad de gobierno”, vale decir, como el arte de dirigir a los hombres contemplando sus posibles acciones y reacciones, sus diferentes creencias y sus aspiraciones. Se trata, en una palabra, de estipular los medios y las técnicas necesarias para adecuar las libertades a determinados fines u objetivos políticos. Para un mayor desarrollo del concepto de racionalidad de gobierno, véase Foucault (1988, 1994), Gordon (1991) y Rose, O’Malley y Valverde (2006).

Un lema y además una innovadora fórmula de gobierno. El laissez-faire implica que las situaciones de escasez ya no se resuelven a través de la coacción estatal, sino mediante la misma libertad de intercambio de todos los sujetos involucrados. La libertad no está por fuera del gobierno; por el contrario, es un elemento con el cual los gobiernos deben contar para desempeñarse de la manera más eficaz. Como ha señalado Foucault (2006: 404), se trata de algo completamente novedoso para la historia de las racionalidades políticas: “solo se puede gobernar bien a condición de respetar la libertad o una serie de libertades (…) La integración de las libertades dentro del campo de la práctica gubernamental es un imperativo”. Y ello fue tan cierto que, a partir de entonces, se asumió la ardua tarea de extender el principio del laissez-faire a todos los ámbitos posibles. Además de la producción y el comercio de bienes, el laissez-faire podía aplicarse en los mecanismos de contratación de mano de obra o en el intercambio de divisas: “The three tenets –competitive labor market, automatic gold standard, and international free trade– formed one whole. The sacrifices involved in achieving any one of them were useless, if not worse, unless the other two were equally secured. It was everything or nothing”8. Así lo entendían muchos economistas liberales del siglo XIX, especialmente aquellos que soñaban con un mercado “autorregulado”, capaz de resolver cualquier problema de distribución de recursos mediante el libre juego de los intereses individuales. Sin lugar a duda, hay toda una versión histórica del liberalismo que obedece a la necesidad de extender este proyecto no solo económico, sino además social y político. Polanyi y otros testigos de la época pudieron apreciarlo claramente. Poco a poco, el lema del laissez-faire, que en principio había sido pensado para resolver un problema tan concreto como la escasez de granos, fue convirtiéndose en una suerte de “credo militante”, idealmente aplicable a la sociedad entera.

Ahora bien, es también allí donde surgió lo que nunca habría podido preverse en el marco del liberalismo que estamos analizando. Nos referimos al profundo “conflicto” entre las libertades protegidas e incluso estimuladas por los gobiernos liberales. Pensemos por ejemplo en la libertad de circulación e intercambio: ¿acaso la estimulación constante y sostenida de esa libertad no generaría, a partir de cierto punto y bajo ciertas condiciones, un peligro real para amplios sectores de la población?, ¿y no se podría decir que así se comprometía a un conjunto de libertades igualmente necesarias para el mantenimiento del orden mismo, como serían la libertad de consumo y de trabajo? Ocurre algo similar con la libertad de trabajo: a la larga, su protección compromete las libertades de comercio y de producción de bienes. De una manera u otra, las políticas liberales llegan al punto en que ya no pueden garantizar la libertad de unos sin perjudicar la libertad de otros. Lo cual implica un duro revés para el proyecto de un mercado autorregulado:

8 “Los tres lemas —el mercado competitivo de trabajo, el patrón oro automático y libre comercio internacional—formaban un todo. Los sacrificios involucrados en la obtención de alguno de ellos eran inútiles a menos que los otros dos fuesen igualmente asegurados. Era todo o nada”.

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“C’est, si vous voulez, l’équivoque de tous ces dispositifs qu’on pourrait dire ‘libérogènes’ , de tous ces dispositifs qui sont destinés à produire la liberté et qui, éventuellement, risquent de produire exactement l’inverse” (Foucault 2004: 70)9. No se trataba de un mero revés teórico, sino de una limitación práctica que venía a manifestarse cuando el conflicto entre las libertades daba lugar al intervencionismo estatal sobre la economía. Las famosas leyes antimonopólicas implementadas a fines del siglo XIX en algunas potencias occidentales dan cuenta de ello, así como también las innumerables medidas e intervenciones concretas en favor del trabajo y las producciones locales. Aquí y allá, sin ninguna planificación ni articulación previa, prolifera la asistencia social, las cajas de ahorro y los subsidios al desempleo, los privilegios concedidos a ciertos sectores o ramas de la producción industrial, más los aranceles aduaneros entre otras medidas proteccionistas10. Al intentar proteger la libertad de trabajo, de producción y de comercio, las intervenciones gubernamentales terminaron generando un enorme peligro para esas libertades mismas. Durante los primeros decenios del siglo XX, casi ningún gobierno podía evitar tal peligro, sin importar su orientación ideológica o política.

Fue entonces cuando muchos comenzaron a preguntarse si las libertades que alguna vez impulsara el liberalismo eran realmente posibles. Entre ellos estaba el mismo Polanyi, quien sobre el final del libro The Great Transformation (1944) planteaba las contradicciones inherentes al proyecto liberal de sociedad: “Inescapably we reach the conclusion that the very possibility of freedom is in question. If regulation is the only means of spreading and strengthening freedom in a complex society, and yet to make use of this means is contrary to freedom per se, then such a society cannot be free” (Polanyi 2001: 266)11.

9     “Ése es, si se quiere, el equívoco de todos estos dispositivos que podríamos llamar ‘liberógenos’, todos aquellos dispositivos que pretenden producir libertad y que eventualmente pueden producir exactamente lo contrario”.

10   Nada más ilustrativo en este sentido que la famosa sentencia de Polanyi: “Laissez-faire was planned; planning was not. (…) While laissez-faire economy was the product of deliberate State action, subsequent restrictions on laissez-faire started in a spontaneous way” (Polanyi 2001: 147) [El laissez-faire se planificó, la planificación no. Mientras que la economía del laissez-faire fue un producto deliberado de la acción estatal, las subsecuentes restricciones sobre el laissez-faire se originaron de manera espontánea].

11   “Inevitablemente, llegamos a la conclusión de que la posibilidad misma de la libertad está en cuestión. Si la regulación es el único medio de difusión y fortalecimiento de la libertad en una sociedad compleja, pero el uso de este medio resulta contrario a la libertad per se, entonces tal sociedad no puede ser libre”.

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I V. La impronta neoliberal

La preocupación por las amenazas sobre la libertad también estaba muy presente en un grupo minoritario de economistas, sociólogos, epistemólogos y juristas que se reconocían como “liberales” y que no obstante ponían en duda la idea misma de un mercado autorregulado según el principio del laissez-faire. El grupo era minoritario aunque bastante activo en cuanto a perspectivas y propuestas. De hecho, su objetivo estaba en solucionar los problemas internos al liberalismo, pero sin que esto implicase el abandono de la economía de mercado. A pesar de las diversas trayectorias que tomaron posteriormente, aquellos intelectuales se definieron, se sintieron cercanos o bien fueron asociados en más de una ocasión con el término de “neoliberalismo”.

Algunos nombres nos resultan familiares y otros no tanto. Así por ejemplo, está Friedrich Hayek, a quien la historia suele calificar como el gran referente del neoliberalismo, y junto a él: Walter Lippman, Wilhelm Röpke, Alfred Müller-Armack o Walter Eucken, cuyas obras menos conocidas son sin embargo fundamentales para entender los aspectos más novedosos de las ideas neoliberales12. El punto clave reside en que los denominados “primeros neoliberales” dirigieron cuestionamientos contundentes hacia el principio del laissez-faire. En el famoso libro The Road to Serfdom, publicado en 1944 y traducido al español como Camino de servidumbre, Hayek dirá que el laissez-faire fue necesario para las economías del siglo XVIII, aunque no para las del siglo XX, donde las exigencias y las complejidades resultan tan grandes que terminan convirtiendo al lema en un método tosco (Hayek 2011). Unos años antes, Lippman (1938) sostendría que las ideas liberales, inicialmente innovadoras y hasta revolucionarias, se transformaron a la larga en principios

Existen abundantes estudios críticos que remarcan el papel de Hayek en los comienzos del neoliberalismo, ya sea por sus escritos de amplia difusión o bien por su participación en la fundación de la Mont Pèlerin Society, considerada generalmente como la cuna de las ideas neoliberales (Harvey 2007). De Lippmann, Röpke y otros intelectuales afines los estudios críticos dicen en cambio muy poco, cuando todo parecería indicar que allí hay sin embargo una de las versiones más originales del neoliberalismo. Para una aproximación al pensamiento de estos intelectuales, véase Laval y Dardot (2013) y Peck (2008) “Remaking laissez-faire”. Nosotros hemos realizado lo propio en Méndez (2014a, 2014b y 2017). Sobre la recepción de sus ideas en Argentina, nos remitimos a Grondona (2013).

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dogmáticos y conservadores, sirviendo únicamente para perpetuar los privilegios de un reducido sector económico13. A todo ello Röpke agregaría que la filosofía del laissez-faire, anclada exclusivamente en una concepción atomística sobre las libertades económicas, no solo ha conducido hacia la destrucción completa de las sociedades occidentales, sino que además ha permitido el surgimiento del “colectivismo”, entendido como la anulación completa del libre mercado en favor de una organización centralizada y autoritaria de la economía (Röpke 1949, 1956)14.

Para el mencionado grupo de intelectuales, el laissez-faire es entonces una forma de libertad ficticia, un proyecto que no puede existir sin contradecirse en sus propios fundamentos. Ahora bien, ¿por dónde pasa la salida de esa encrucijada?, ¿de qué manera recuperar la libertad sin avivar el fantasma del intervencionismo? Tal es el dilema que aquellos intelectuales intentarán responder, marcando sus diferencias con las ideas tradicionales del liberalismo. Como veremos enseguida, el objetivo no consistía en restituir el antiguo lema del laissez-faire, sino en obtener una cosa bien distinta, una nueva forma de libertad. Ahí estaba la apuesta, el “todo o nada” del proyecto que comenzaba a definirse. Según los términos de ese proyecto, las econo-

Cabe consultar al respecto el libro de Lippman, An Inquiry Principles of The Good Society: “the liberal philosophy was decadent. It had ceased to guide the progressives who sought to improve the social order. It had become a collection of querulous shibboleths invoked by property owners when they resisted encroachments on their vested interests” (Lippman 1938: 183) [la filosofía liberal ha entrado en decadencia. Ha dejado de guiar a los progresistas que buscaban mejorar el orden social. Se ha convertido en una colección de dogmas anticuados invocados por los propietarios para resistirse a las usurpaciones de sus intereses]. Si bien la historia sobre el neoliberalismo casi no menciona al libro de Lippman, lo cierto es que éste fue bastante leído y discutido en su momento. En vísperas de la II Guerra Mundial, el libro dio lugar al Colloque Walter Lippman (1938), donde vendrían a reunirse por primera vez varios de los intelectuales aquí citados.

Para todos los intelectuales mencionados en este artículo, el colectivismo es la antesala de los regímenes políticos totalitarios, como aquellos que se dieron en Italia y Alemania con el fascismo y el nazismo, o bien en la Unión Soviética con el stalinismo. Röpke (1949: 26) define la supuesta línea de continuidad entre el colectivismo y el totalitarismo de la siguiente manera: “Cuanto más nos acercamos al colectivismo mediante un intervencionismo extendido, tanto más se distancian el sistema económico autoritario y el sistema estatal democrático-liberal, tanto más nos aproximamos al ‘Estado ejecutivo’, para el cual son sumamente inoportunos los deseos del pueblo y tanto más crónicas se hacen las crisis parlamentarias y constitucionales”.

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mías de mediados del siglo XX, caracterizadas por la diversificación y el alto nivel de competencia, solo funcionan bien si los gobiernos promueven la “libertad de emprendimiento”.

I V. 1. Del intercambio al emprendimiento

La diferencia entre la libertad de comercio e intercambio, sintetizada en el lema del laissez-faire por un lado, y la libertad de emprendimiento, expuesta en los primeros neoliberales por el otro, parece a simple vista insignificante. ¿En qué vendría a distinguirse un individuo dedicado al intercambio mercantil de un emprendedor?, ¿no podríamos decir que ambos basan sus cálculos y sus actividades en los movimientos de la oferta y la demanda de bienes? Quizá esto sintetice los razonamientos del sujeto pensado por el liberalismo del laissez-faire antes que los del sujeto programado desde el neoliberalismo. En efecto, el hombre dedicado al intercambio calcula sus posibles beneficios en función de los datos disponibles en el mercado, limitándose a actuar allí donde percibe una mayor disparidad de precios entre la oferta y la demanda. No hay nada más que eso; solo una acción basada en simples cálculos mecánicos. Distinta es la situación del sujeto emprendedor pensado por algunos neoliberales, que no solo actúa en otro tipo de situaciones, sino que además razona de una manera completamente específica en relación con el hombre del intercambio15.

Los seres humanos, señalaba Ludwig von Mises en el extenso tratado de economía The Human Action (1949), se desenvuelven siempre en un contexto donde no es posible calcular con toda certeza los resultados de las acciones propias ni ajenas16. Aquello que excede el simple cálculo económico, y que en

Laval y Dardot sintetizan perfectamente la idea que intentaremos desarrollar a continuación: “El ser de referencia del neoliberalismo no es, de entrada y esencialmente, el hombre del intercambio que hace cálculos a partir de datos disponibles, es el hombre del emprendimiento que elige un objetivo y pretende realizarlo” (Laval y Dardot 2013: 141). Vale mencionar que Foucault fue uno de los primeros en percibir esa importante diferencia. Al menos así lo dejan entrever los análisis esbozados en Naissance de la Biopolique. Cours au Collège de France 1978-1979 (Foucault 2004).

Desde la perspectiva de Mises, el gran error de la ciencia económica estuvo en considerar al cálculo económico como algo natural, como una realidad simplemen-

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el límite no puede pensarse en forma mecanicista, es la irrevocable esfera de las decisiones humanas, vale decir, las elecciones tomadas por los individuos ante los diversos cursos de acción que se les presentan. Ciertos economistas contemporáneos a Mises se refieren también a la posibilidad de formular determinados proyectos o planes en pos de mejorar la situación propia: “la actividad económica humana tiene lugar en virtud de planes económicos y a través de su ejecución. Todo obrar económico se basa en planes. La precisión y el alcance temporal de los planes son muy distintos en los diferentes individuos. Pero, sin planes, no despliegan nunca una actividad económica” (Eucken 1947: 115). Esta idea sobre la actividad económica, que en principio podría parecernos bastante corriente o poco específica, tiene sin embargo sus características distintivas. La característica principal reside en la capacidad humana de identificar y de ordenar un conjunto de medios conforme a los fines propuestos. El sujeto se propone un fin y a partir de allí busca y ordena los medios más convenientes para su obtención; no actúa de ninguna manera como el hombre que intercambia bienes, reaccionando pasivamente ante los datos provistos por el mercado, sino como un individuo proactivo y comprometido con su labor (Kirzner 2007)17. Si llevásemos la idea un poco más lejos, veríamos que tal clase de comportamiento se vincula con la habilidad para descubrir oportunidades aún inexploradas; ventajas que no están explícitas en los datos de mercado o en las circunstancias concretas donde se actúa, pero que pueden obtenerse cuando se promueven las condiciones necesarias para su existencia. En otras palabras, el emprendedor programado por el neoliberalismo es aquel que se asume como el promotor del escenario en el cual obtendrá unos mayores beneficios. Nada tiene de pasivo o de reactivo; al contrario, anticipa, construye, innova y, si lo considera necesario, modifica su estrategia sobre la marcha18.

te dada y prácticamente invariable, que no depende en última instancia de ninguna condición específica: “De ahí que la mayor parte de sus trabajos resulten hoy en día poco aprovechables. Aun los escritos de los más eminentes economistas adolecen, en cierto grado, de esas imperfecciones engendradas por su errónea visión del cálculo económico” (Mises 1968: 262).

17   Para Israel Kirzner (2007: 116), uno de los discípulos contemporáneos de Mises, “los participantes en el mercado se hacen visibles no simplemente como el hombre mecánico que maximiza y enonomiza, sino como seres humanos comprometidos en la acción humana del tipo Mises, esto es, patentizando el elemento empresarial en el individuo autor de decisiones”.

18   Según Hayek, el proceso de competencia de mercado, signado de principio a fin por la incertidumbre, conduce hacia resultados que no siempre coinciden con las

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Cambia con ello la concepción misma sobre la libertad, que desde ahora no remite a la mera posibilidad de circular e intercambiar sin trabas, sino más bien a la explotación de los talentos y las habilidades propias, la capacidad de innovarse y de renovarse constantemente ante los vaivenes del mercado, la posibilidad de mejorar el rendimiento personal y de perseguir objetivos laborales autoimpuestos. Ninguna otra cosa solicitaban los economistas como Müller-Armack; dar la suficiente libertad para que cada individuo decida, planifique y se haga cargo de los resultados correspondientes: “Un orden económico liberal concede a todos los ciudadanos tantos derechos a la autodecisión y a la propia responsabilidad en sus actividades como sea posible. Este principio encuentra su límite en los derecho de otros y en los propósitos privilegiados de la economía de conjunto que deben ser encarados para asegurar a la larga la libertad económica individual” (Erhard y Müller-Armack 1981: 177). Así pues, siempre hay que notar las diferencias. Si los neoliberales manifiestan la necesidad de preservar la libertad frente a los poderes estatales, no es porque piensen en los mismos términos que sus ancestros liberales, conformándose con restituir las antiguas libertades de circulación e intercambio. El objetivo está más bien en la libertad de emprendimiento; esto es, en la idea de que todo hombre tenga la posibilidad de competir en el mercado diseñando sus planes y manejando sus propios recursos.

IV. 2. Un proyecto de libertad sin divisiones ni oposiciones

En el marco de las ideas y los proyectos analizados, la libertad de emprendimiento no solo vale para una clase social específica, como podría ser la clase empresarial, la patronal industrial, los financistas o cualquier otro grupo acotado de individuos. Antes bien, si lo que está en juego es efectivamente una libertad, ésta debe extenderse entonces hacia la mayor cantidad de individuos posibles, sin distinguir entre clases o grupos sociales: “La economía, al hablar de empresario, no se refiere a gentes determinadas, sino que alude a específica función. Tal función en modo alguno constituye patrimo-

aspiraciones iniciales de los individuos. Esto no sería sin embargo un defecto del sistema, sino más bien una suerte de virtud; en los términos de Hayek (2002), es lo que haría de la competencia todo un proceso de “descubrimiento y aprendizaje”.

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nio exclusivo de específica clase o grupo; integra, por el contrario, circunstancia típica e inherente al propio actuar y es ejercida por todo aquel que actúa” (Mises 1968: 321). La idea consiste en que todo individuo, sea quien sea y venga de donde venga, se aventure al mundo de igual manera en que lo hace una empresa: invirtiendo en tiempo, recursos, habilidades productivas y asumiendo por supuesto los debidos riesgos. La libertad de emprendimiento no exime a nadie, ni siquiera a los trabajadores mismos. Más allá de sus ideas políticas o partidarias, o de sus diferencias explícitas con los dueños de los medios de producción, los trabajadores se comportarían a pesar de todo como empresarios: “Para el trabajador, las cosas se plantean de modo análogo (...) En el caso de que no haya nacido con la destreza necesaria para ejecutar determinadas tareas, habiéndola adquirido, en cambio, más tarde, dicho trabajador, por lo que se refiere al tiempo y gastos que ha tenido que invertir en tal adiestramiento, está en la misma posición que cualquier otro ahorrador. Ha efectuado una inversión con miras a sacar de la misma el producto correspondiente” (Mises 1968: 322-324)19.

Todos pueden ser emprendedores; a todos se les da esa libertad. Ahora bien, ello no nos permite presuponer que los programas neoliberales se basan en un simple “dejar hacer”. No estamos ante un laissez-faire sobrecargado, que en lugar de liberar la inclinación a intercambiar da rienda suelta al espíritu del emprendimiento. El proyecto neoliberal aquí analizado reconoce algo que el liberalismo más convencional jamás habría podido aceptar abiertamente, y es que la libertad debe estimularse e incluso producirse a través de diferentes estrategias gubernamentales. Vamos arribando a lo que quizá sea la novedad más grande del neoliberalismo, a su contribución más radical. La libertad de emprendimiento nunca debe pensarse como un producto espontáneo de la naturaleza, un fenómeno que aparece cuando el Estado se hace sencillamente a un lado. Si eso no valía siquiera para la antigua libertad de intercambio (Polanyi 2001), menos aún valdrá para la liber-

El detallado abordaje de la concepción neoliberal sobre el trabajo excede los marcos de este artículo. Baste decir aquí que algunos economistas provenientes de la escuela austríaca y la escuela de Chicago conciben al trabajador como un sujeto que pone a jugar sus diferentes habilidades y capacidades en vistas a obtener el mayor ingreso posible, al igual que un capitalista invierte en medios de producción o en bienes de capital. El texto de referencia es Human Capital: a Theoretical and Empirical Analysis, with Special Reference to Education (1993), de Gary S. Becker. Para un análisis crítico sobre las teorías neoliberales del “capital humano”, véase López Ruiz (2006, 2013).

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tad de emprendimiento. Tal y como entenderán muchos de los primeros neoliberales, la libertad de emprendimiento solo resulta posible allí donde existen ciertas condiciones artificialmente establecidas. Se trata de leyes y reglamentaciones, de instituciones y costumbres e incluso de disposiciones culturales y morales que no están dadas de antemano pero que pueden estimularse de diversas maneras. Para los neoliberales de la primera hora, es todo un marco de condiciones en cuya creación y mantenimiento contribuye precisamente el Estado20. Röpke resume la cuestión con las siguientes palabras:

El libre mercado y la competencia no nacen, como afirmaba la filosofía del laissez-faire del liberalismo histórico, por generación espontánea, como fruto del comportamiento absolutamente pasivo del Estado; no son de ninguna forma un sorprendente resultado positivo de una política económica negativa. Por el contrario, son productos artificiales extremadamente frágiles, muy condicionados, que presuponen (...) un Estado que vele continuamente por el mantenimiento de la libertad de mercado y la competencia, por medio de la legislación, la administración, la jurisprudencia, la política financiera y su tutela moral y espiritual, más la creación del necesario marco jurídico e institucional (Röpke 1956: 293).

Estamos bastante acostumbrados a escuchar, porque así se ha sostenido y repetido hasta el cansancio, que el neoliberalismo implica necesariamente la reducción del Estado en favor de los mercados. Ninguna otra cosa tendrían los neoliberales in mente; nada más que la famosa ideología del “Estado mínimo” (Bresser-Pereira 2009). Quizá esto tenga algo de cierto si tomamos como parámetro histórico al Estado de bienestar. En efecto, hay varias versiones del neoliberalismo que apuntan a desmantelar la larga serie

Cabe aclarar que no todos los primeros neoliberales adherían a este tipo de propuestas, sin duda más relacionadas con la vertiente de la escuela de Friburgo o el ordoliberalismo alemán. El caso emblemático es Mises, quien concebía al ordoliberalismo como una forma tradicional de intervencionismo. Esto no implica que sus ideas hayan sido directamente incompatibles con las propuestas de vertiente alemana al estilo de Röpke o Eucken. Antes bien, hay un punto donde las ideas y propuestas forman un programa político específico y coherente, más allá de los autores y las trayectorias individuales. Tal es el programa que justamente intentamos reconstruir con este análisis.

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de políticas históricamente identificadas con aquel Estado, incluyendo desde el intervencionismo en los distintos sectores de la economía hasta los sistemas universales de protección social. Sin embargo, de ahí no se sigue necesariamente la mera reducción del Estado en favor del mercado. Muchos neoliberales piensan el problema de otra manera; de hecho, lo que algunos buscan evitar es el viejo esquema donde el Estado y el mercado aparecen como dos cosas separadas y mutuamente excluyentes.

La cuestión no consiste en disminuir el Estado a su mínima expresión, sino en hacerlo intervenir de una forma distinta. En el marco del neoliberalismo, el Estado interviene siempre en beneficio de la libertad de emprendimiento; más aún, todas sus acciones deben dirigirse a crear las condiciones necesarias para estimular esa libertad por encima de cualquier otra. El objetivo es extender la libertad de emprendimiento a todos los ámbitos posibles, de igual modo en que los liberales hicieron en su momento con el lema del laissez-faire. Müller-Armack expresa el proyecto claramente: “La tarea de crear independencia no puede limitarse, en una sociedad libre, a unos grupos determinados (...) Resulta necesario un programa realista de medios y procedimientos para elevar las probabilidades de convertirse en independiente en todas las profesiones, desde el campesino, el artesano y el comerciante, hasta el industrial y el miembro de las profesiones liberales” (Müller-Armack 1962: 203).

Para una nueva libertad, tenemos entonces el proyecto de un nuevo Estado, ya no el Estado de bienestar ni tampoco el ilusorio Estado mínimo, sino un Estado capaz de movilizar la trama social en función de la competitividad económica. En la práctica, ese proyecto abre la posibilidad de intervenir sociedades enteras —a través de campañas que van desde la educación hasta las acciones bélicas— para que todos los hombres del mundo puedan ser emprendedores. Así el neoliberalismo termina convirtiéndose también en todo un “credo militante” que como tal no admite ninguna posibilidad cuestionamiento sobre sus formas de vida y de conducta.

V. Renovar la crítica

Durante las últimas dos décadas, ha surgido una postura crítica que concibe al neoliberalismo como el horizonte histórico de posibilidad para la restitución del “poder de clase” (Duménil y Lévy 2009, Harvey 2007). Esta postura es interesante no solo por su inspiración marxista, sino además porque, a diferencia de muchas otras críticas vigentes, encuentra una novedad nada menor en el neoliberalismo. De un lado se entiende que el neoliberalismo devolvería el poder que las clases dominantes habían perdido con el ascenso del Estado de bienestar, aunque del otro se advierte que tal proceso de restitución guarda una importante diferencia, pues las clases dominantes de ahora no son similares a las de antaño. Antes que devolver el poder a las anticuadas clases industriales, el neoliberalismo habría garantizado el predominio del más novedoso y multifacético “capital financiero”21. Allí, más que en ninguna otra parte, estaría la novedad, la característica definitoria del neoliberalismo, que consiste en permitir una inédita forma de explotación y de dominio de clase; en tal caso, el dominio de un reducido capital financiero por encima de la gran masa de trabajadores asalariados.

Ningún análisis serio podría negar el papel y el predominio del capital financiero en el mundo contemporáneo. Sin embargo, lo que sí cabría poner en discusión es el foco de estos análisis. En lugar de tomar como punto de partida a los fenómenos de dominio y de opresión de clase, convendría hacer el experimento de analizar al neoliberalismo desde más abajo, esto es: desde las formas de “adhesión” que suscita en la población. Lo cual no implica sustituir una perspectiva por la otra, sino más bien complementarlas. Porque en efecto, ¿cómo explicamos el hecho de que las políticas calificadas de neoliberales ganen la adhesión de una parte considerable de la población a pesar de todas las consecuencias nocivas que se les achacan? No deberíamos conformarnos con decir que la adhesión se origina en una suerte de engaño o de manipulación ideológica. Desde nuestra perspectiva, ello contribuye a cerrar el problema más que a complejizarlo, llevándonos a su-

Podemos citar en este punto las consideraciones de David Harvey: “Neoliberalization has meant the finacialization of everything. This deepened the hold of finance over all other areas of the economy, as well as over the state apparatus and (…) daily life. (…) There was unquestionably a power shift away from production on the word of finances” (Harvey 2007: 33) [La neoliberalización ha significado la financiarización de todo. Esto intensificó el dominio de las finanzas sobre todas las otras áreas de la economía, como también sobre el aparato estatal y sobre la vida cotidiana. Resulta indudable que existió un desplazamiento del poder desde la producción al mundo de las finanzas]. La concepción del neoliberalismo como vuelta al poder de clase bajo la forma del capital financiero es desarrollada fundamentalmente en Duménil y Lévy (2004).

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poner que el apoyo al neoliberalismo solo resulta posible cuando la población carece de las suficientes luces como para comprender el sentido de sus propias acciones22. Ni la población es tan ingenua como suele creerse ni el neoliberalismo se basa en la mera manipulación de la población contra sus verdaderos intereses. A esto hay que aceptarlo al menos provisoriamente; más aún, hay que atreverse a cambiar el eje de todo el problema. Lo que debemos interrogar y desentrañar no son únicamente los mecanismos de engaño, sino también la razón por la cual muchos aceptan e incluso apoyan las políticas más injustas y desigualitarias.

¿Dónde está el punto de adhesión al neoliberalismo? Nuestra respuesta es categórica, aunque requiere por supuesto de futuros desarrollos: el neoliberalismo gana adhesión allí donde otorga e incluso fomenta la libertad de emprendimiento. No se trata de oprimir con la fuerza ni tampoco de manipular con el engaño. Se trata más bien de ejercer el poder a través de la libertad de quienes son gobernados, direccionando sus deseos y sus aspiraciones hacia determinadas metas u objetivos políticos. Es la reconversión completa del proyecto gubernamental que el liberalismo había abierto en el siglo XVIII. El liberalismo gobernaba a través de la libertad de intercambio; por tal motivo concedía tanta relevancia al laissez-faire, que se presentaba en el límite como todo un lema de gobierno, una fórmula para gobernar a los hombres sin que éstos opusiesen demasiada resistencia. El neoliberalismo conlleva un nuevo proyecto político: gobernar a los hombres dándoles la libertad de plantearse sus propios fines y de elegir los medios que consideren más convenientes para realizarlos. Con esa fórmula se pretenden superar las falencias históricas del liberalismo, sobre todo aquellas que generaron un profundo conflicto entre las libertades económicas vigentes y que llegaron hasta el punto mismo de convertir al mercado en un proyecto prácticamente inviable.

22 Coincidimos aquí con William Davies en cuanto a la necesidad de que la crítica vea en el neoliberalismo algo más que una estrategia de manipulación y de engaño: “Much contempory critique portrays neoliberalism as based on deception, whereby the rhetoric of opportunity was used strategically to hide the strategies of a very small interest group. And yet the policies and economic rationalities that facilitated this rising inequality were scarcely kept secret or developed behind people’s backs” (Davies 2014: 36) [Gran parte de la crítica contemporánea retrata a un neoliberalismo basado en engaños, donde la retórica de la oportunidad fue utilizada estratégicamente para ocultar los proyectos de un muy pequeño grupo de interés. Y sin embargo, las políticas económicas y las racionalidades que facilitaron la creciente desigualdad apenas fueron mantenidas en secreto o desarrolladas a espaldas del pueblo].

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La contrariedad para la crítica consistiría en suponer que la libertad de emprendimiento solo se incentiva puertas adentro de la empresa, sin afectar la lógica de las políticas gubernamentales y de otras instituciones intermedias de la sociedad civil. Los economistas aquí analizados pensaban distinto. Antes de establecer una separación tajante entre los diferentes ámbitos sociales, económicos y políticos, lo que buscaban más bien era definir una orientación común a toda la sociedad:

...se necesita reunir todos los grupos presentes en una sociedad (empresarios, campesinos, sindicatos, consumidores, empresas grandes y pequeñas, etc., además de los que llevan las responsabilidades del gobierno), en un círculo, en el cual se atribuyan a cada uno, según su lugar, obligaciones concretas para la conservación de un orden general razonable. Un orden libre debe partir de la idea de que la libertad es un concepto unitario; la libertad económica pertenece, como parte integrante, a la libertad política, religiosa y espiritual (Müller-Armack 1962: 217-218).

Entre el Estado, los municipios y las pequeñas asociaciones civiles se proyecta una forma unitaria de ordenar las cosas; o también, y si se quiere, un estilo de gobierno que va desde abajo hacia arriba y viceversa (Eucken 1956). Aquí y allá, a través de todo el tejido social, tendrá que estar garantizada la libertad de emprendimiento. Esa es la libertad común; el fundamento último de todas las demás libertades. Para los primeros neoliberales, no hay libertad donde los hombres no cuentan con la oportunidad de mejorar su situación mediante el uso y el desarrollo de las propias facultades. Ta n es así que la libertad de emprendimiento, perteneciente en apariencia al exclusivo ámbito económico, deberá integrarse con las libertades políticas, las libertades religiosas, las libertades del hombre. Esto equivale a suponer que toda idea de orden político, religioso, científico o artístico solo resultará viable si incluye esa forma de libertad:

La sociedad constituye siempre un conjunto, y la libertad es indivisible. No es posible pensar en una estructura liberal de la vida política apartada de una estructura liberal de la vida económica. En verdad, el problema consiste en encontrar un orden económico que acuerde a todos los individuos el máximo de libertad y desenvolvimiento de la personalidad y les imponga responsabilidades individuales, al tiempo que salvaguarde los intereses de la comunidad (Röpke 1960a: 17).

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VI. Los límites de la libertad de emprendimiento

Hay una tarea crítica que aún queda pendiente y que aquí apenas podemos esbozar. Se trata de analizar la libertad de emprendimiento desde dentro —vale decir, desde su propia lógica o racionalidad—, avanzando hasta el punto donde emerjan sus consecuencias últimas o sus efectos menos pensados. Tarea sin duda difícil, sobre todo porque no siempre se sabe por dónde iniciar el análisis. Ya en los primeros neoliberales, la libertad de emprendimiento parece carecer de un contenido o sentido claro; por el contrario, en varias ocasiones se la presenta como un principio a-histórico, susceptible de aplicarse en casi cualquier tiempo y lugar. Lo que se invoca con frecuencia es una larga herencia espiritual y moral, que abarca tanto a la antigüedad greco-romana como al cristianismo, y que se relaciona al mismo tiempo con valores tan modernos como el “desarrollo personal” o la “autorrealización” (Hayek 2011; Röpke 1960a). Son términos que sin duda se adhieren al vocabulario de una gran parte de la población; no solo porque denotan ideas sumamente estimulantes y atractivas, ideas que cualquiera querría hacer suyas, sino además por su aparente universalidad y su valor en principio incuestionable. Ahora bien, a pesar de toda esa generalidad, la libertad sobre la cual hablan los neoliberales tiene un sentido y unos efectos concretos. Aquí intentaremos señalar y problematizar algunos de ellos.

El primer hecho a considerar está en que la libertad siempre viene vinculada con la “responsabilización individual”. Para ser libre, hay que hacerse responsable. ¿Qué tiene esta ecuación de novedoso? Al menos en principio, que la responsabilidad, tal y como es planteada por los proyectos neoliberales que estamos analizando, se extiende mucho más allá del resultado de las propias acciones. El individuo libre no es únicamente responsable por las consecuencias deseadas o indeseadas de sus acciones; también lo es por la propia esfera de libertad con la cual cuenta, dependiendo de sí mismo, de su deseo e iniciativa, explotar o no esa libertad: “Este principio de libertad ofrece al individuo variadas posibilidades de elegir la ubicación en la que mejor pueda lograr su propósito individual. El hecho de que aproveche efectivamente la libertad que se le ofrece depende en primera instancia de su propia iniciativa” (Erhard y Müller-Armack 1981: 55). El concepto de responsabilidad que manejan los neoliberales supera cualquier marco de referencia exclusivamente jurídico. Lo que se evalúa y se juzga no es solo una serie de acciones visibles; es más bien la iniciativa, el deseo o la subjetividad de

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quien emprende con libertad. A eso remite la responsabilización individual: a una interiorización exhaustiva y completa de las exigencias planteadas por la competencia de mercado23. De hecho, allí se define también el emprendedor mismo, en un juego de exigencias que lo desbordan por todos los costados y que sin embargo debe individualizar constantemente.

El concepto neoliberal de responsabilidad invisibiliza gran parte de las diferencias estructurales de partida, como ocurre con la forma en que se encuentra distribuida la propiedad, los capitales simbólicos o el acceso a la información y al conocimiento, así como también con las influencias culturales y sociales, las redes de apoyo y todo otro recurso que mejore la posición de los individuos en la competencia de mercado. Algunos neoliberales estarán dispuestos a reconocer que el individuo no es necesariamente culpable por los desequilibrios y los cambios económicos imprevistos, aunque ello jamás lo eximiría de reaccionar y de tener la iniciativa para reacomodarse, buscando oportunidades y ventajas aún no descubiertas24. A todos se les da la libertad para superar sus dificultades y corregir sus errores; todos tienen la posibilidad de aprender, de mejorar y de cambiar cuantas veces resulte necesario; todos son igualmente responsables, a pesar de haber nacido y vivido en condiciones extremadamente desiguales.

Así pues, la libertad de emprendimiento individualiza por un lado las responsabilidades, mientras que invisibiliza por el otro las desigualdades; más aún, contribuye a crear un mundo donde ya no cabe cambiar nada, porque cualquier cambio posible empieza y termina en la capacidad de

El lenguaje managerial de hoy día sintetiza este principio con el término de “accountability”, que remite a un individuo capaz de dar cuenta no solo de sus diferentes desempeños, sino además de sí mismo mediante evaluaciones constantes y bien detalladas. Existe una rama de la sociología, definida como sociología del management, dedicada a analizar y problematizar la difusión de ese término y de otros similares. Nos remitimos a los análisis de Zangaro (2011) y López Ruiz (2013). Si retomamos las consideraciones de Hayek y las seguimos al pie de la letra, veremos que la única forma de equilibrar los cambios imprevistos del mercado está en el esfuerzo individual y en la autosuperación: “In a constantly changing world, merely maintaining a given level of welfare requires constant adjustments in how the efforts of many individuals are directed; and these will only occur when the relative compensation of these activities changes” (Hayek 2002: 17) [En un mundo que cambia permanentemente, la simple mantención de un determinado nivel de bienestar requiere de incesantes modificaciones en la dirección de los esfuerzos individuales; lo cual solo sucede cuando cambia la remuneración relativa de las actividades].

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emprendimiento de los individuos: “a la ‘irresponsabilidad’ de un mundo que se ha vuelto ingobernable, le corresponde, en contrapartida, la infinita responsabilidad del individuo en cuanto a su destino, su capacidad de tener éxito y ser feliz” (Laval y Dardot 2013: 349). Esa es una de las primeras consecuencias adversas del proyecto neoliberal apoyado en la libertad de emprendimiento; la segunda reside en el tipo de vinculación que el emprendedor, como sujeto absolutamente responsable, exigible y exigente de sí mismo, establece con su propia actividad. Muchos de los primeros neoliberales formulaban una propuesta común que quizá nos resuene hoy día. Hablamos sobre la necesidad de crear y fomentar espacios laborales donde los individuos no solo tengan independencia de acción, sino además, y como corolario natural de todo ello, capacidad de decisión respecto a la marcha de la organización en cual se desempeñan (Erhard y Müller-Armack 1981). En la fábrica, la oficina, el comercio, e incluso en las distintas agencias del Estado, se busca crear ámbitos laborales de “responsabilidad compartida”; entornos cuya estructura más “descentralizada”, más aparentemente “democrática”, aminore las diferencias entre empleados y empleadores: “hay que conceder a los subordinados un campo de corresponsabilidad, de intervención y de ‘codeterminación’, para suavizar la subordinación a través de elementos de coordinación” (Röpke 1960b: 317). Así se pretende remediar la falta de motivación en el trabajo, que es vista aquí como otro de los tantos problemas generados por el liberalismo del laissez-faire. El objetivo consiste en que cada individuo se comprometa material y espiritualmente con su profesión, de modo tal que ésta le resulte perfectamente inteligible (Müller-Armack 1962, Röpke 1956).

Cuestión curiosa, aunque pocas veces abordada desde una perspectiva crítica: los neoliberales también se preocupan por la enajenación en el trabajo; de hecho, la libertad de emprendimiento, con sus innovadoras formas de participación y de compromiso, se presentaría como el extremo opuesto de un trabajo enajenante y carente de todo sentido. Quizá el desafío más urgente y necesario pase por visibilizar las consecuencias o los efectos impensados que de allí se siguen. ¿Qué es un individuo comprometido material y espiritualmente en su emprendimiento profesional o laboral? Desde una perspectiva crítica, es alguien que siempre debe dar un poco más (Zangaro 2011); alguien que no solo adhiere a las tareas propuestas, ya sea que se originen en su propia iniciativa o vengan de sus superiores, sino que a la vez queda literalmente adherido en ellas. La libertad de emprendimiento produce un sujeto incapaz de reconocer la distancia entre él mismo y las exigencias de la profesión, incluso cuando esas

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exigencias son impuestas por otras personas25. No se reconocen las distancias, ni tampoco las diferencias. En el reino de las libertades neoliberales, jamás hay obreros ni patrones, empleados y empleadores, explotados y explotadores. Lo único que puede haber son emprendedores dispuestos a colaborar asiduamente entre sí. Reaparece así la apuesta sobre la cual ya habíamos hablado y que consiste en proyectar a la libertad de emprendimiento como un principio “unitario”, esto es, una libertad que en el límite no admite otras libertades posibles.

De donde se desprende una tercera y última consecuencia para el análisis crítico. La libertad de emprendimiento, basada en la responsabilización individual, la interiorización de las exigencias de mercado, el compromiso espiritual y la colaboración en las tareas productivas, viene a neutralizar todo eventual conflicto o rispidez socioeconómica, fundamentalmente aquella que se da entre las tradicionales figuras del “capital” y del “trabajo”. En efecto, ¿qué conflicto puede haber cuando se invita a que cada trabajador haga un libre uso de sus talentos y de sus facultades, comportándose como un emprendedor?, ¿a quién se le irá a reclamar por la pérdida de derechos laborales, las bajas remuneraciones, las malas condiciones de trabajo, si todo es una cuestión de iniciativa y de buena colaboración en las tareas de la empresa? La lógica neoliberal hace que los eventuales reclamos reconduzcan siempre hacia un solo lugar: el emprendedor mismo, que es tan libre de elegir y de imponerse objetivos como responsable por casi cualquier cosa que pueda acontecerle, más allá de haberlo contemplado o no en sus planes iniciales. En definitiva, a todo buen emprendedor le cabe la responsabilidad de reaccionar y de encarar la desdicha con entereza, sin plantear reclamos que obstaculicen los proyectos de los demás.

Las críticas actuales vinculan a los programas neoliberales con fenómenos tales como la extrema desigualdad social, la precariedad laboral generalizada, la pauperización y la creación de situaciones de vulnerabilidad para una parte considerable de la población. Sin embargo, hay algo que pierden de vista cuando suponen que la realización efectiva de esos programas implicaría el retorno hacia un pasado más o menos remoto, más o menos superado. El neoliberalismo tiene unos mecanismos de generación y de legitimación de la desigualdad que no están tan presentes ni funcionan de la misma

Según Laval y Dardot, el efecto de los llamados a la colaboración y a la toma conjunta de decisiones consiste en “hacer que el individuo trabaje para la empresa como si lo hiciera para él mismo, suprimiendo todo sentimiento de alienación y hasta de distancia entre el individuo y la empresa que lo emplea” (Laval y Dardot 2013: 349).

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manera que en el liberalismo del laissez-faire. La diferencia pasa en parte por la forma de pensar la libertad. Como ya hemos señalado, los primeros neoliberales saben muy bien que la libertad de emprendimiento nunca se da espontáneamente y sin más. No alcanza con hacerse a un lado y dejar que los hombres simplemente emprendan; por el contrario, así solo se da lugar a la formación de asociaciones o coaliciones de sujetos que, en lugar de competir limpiamente entre sí, presionan para obtener privilegios y protecciones del Estado, llegando incluso al punto de direccionar sus políticas socioeconómicas. Ese habría sido el error fatal del viejo liberalismo, cuya ingenua idea de libertad condujo paradójicamente hacia la expansión de todo tipo de intervenciones estatales sobre la economía26. Puesto que la libertad no surge espontáneamente, hay que estimularla de diferentes maneras: una de ellas es la promoción de situaciones de desigualdad. Para que los hombres emprendan, tienen que sentirse en posición de desigualdad; más aún, deben aceptar que la desigualdad forma parte del sistema de competencia en el que están inmersos; el juego donde solo se avanza mediante la innovación y autosuperación. El hombre del laissez-faire era alguien que hasta cierto punto debía soportar las situaciones de escasez, esperando a que el libre juego de la oferta y la demanda equilibrasen el mercado de bienes y de trabajo. El emprendedor con el cual sueñan muchos neoliberales no es alguien que padece la desigualdad; no es un condenado a pasar necesidades para que los mecanismos de mercado funcionen correctamente. Al contrario, el emprendedor se define como tal si ante todo logra hacer suyas las situaciones adversas, si sabe sacar un provecho de las mismas, si extrae una enseñanza o una fortaleza que le permita construir su singularidad a partir de una posición desfavorable. La desigualdad no aparece entonces como algo negativo, sino más bien como la creación de oportunidades para mejorar.

Para Eucken y otros economistas ordoliberales, la extensión del intervencionismo estatal no es sinónimo de un Estado fuerte: es más bien el resultado de la capacidad de presión de diferentes “grupos de interés” en la orientación de las políticas económicas. El objetivo de estos grupos, entre los cuales sobresaldrían los gremios y sindicatos, consiste en obtener protecciones frente a las dinámicas y los vaivenes del mercado: “El Estado parece poderoso, pero carece de independencia. La mayoría de las veces no podemos imaginarnos con la suficiente claridad la influencia tan esencial y a menudo decisiva, pero siempre incontrolada, que ejercen las asociaciones de la industria, de la agricultura y del comercio, los grandes monopolios, konzerns y sindicatos sobre la formación de la voluntad del Estado” (Eucken 1956: 458).

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Bien puede que esta manera de pensar termine favoreciendo a ciertos estratos y perjudicando definitivamente a otros. Lo que debemos preguntarnos realmente en serio es si los proyectos del neoliberalismo se formulan a espaldas de la población, en su contra y merced a su pasividad. El neoliberalismo no se apoya necesariamente en una población pasiva. Antes bien, por mucho que cueste aceptarlo, los proyectos neoliberales están basados en la promoción de una libertad sumamente atractiva, capaz de despertar aquí y allá amplias adhesiones. Gracias a ella se torna real lo que en principio parecía impensable e incluso intolerable; solo cuando los miembros de la población se conciben como emprendedores es posible ejecutar las políticas más desigualitarias y nocivas sin despertar demasiadas resistencias u oposiciones. Los proyectos neoliberales no avanzan entonces a expensas de una población pasiva, sino que llegan hasta donde llegan porque consiguen neutralizar las eventuales resistencias con la libertad de la población misma.

En el límite, resultará perfectamente lícito y hasta necesario que el Estado deje de compensar las desigualdades generadas por la dinámica de la competencia. Ahora el objetivo es otro: se trata de fomentar y generalizar todo un juego de diferenciaciones; o mejor aún, de hacer que la desigualdad, por así decirlo, valga para todos (Foucault 2004). Atrás quedan las denominadas políticas de protección universal, como los cuidados médicos, la seguridad social o las políticas de pleno empleo. Para el programa gubernamental del neoliberalismo, lo universal es más bien la desigualdad27.

27 La única forma de igualdad que generalmente aceptan los proyectos neoliberales es la famosa “igualdad de oportunidades”. Con ello no se refieren a una política capaz de garantizar determinados niveles de bienestar, sino a dar la oportunidad de competir a todo aquel que quiera hacerlo. Bajo esa condición, varios neoliberales aceptarán que el Estado distribuya bienes y recursos entre los individuos más “necesitados”: “Cuando la autoayuda y el aseguramiento no resultan suficientes, se requieren instituciones benéficas estatales. Pero el acento debe recaer, siempre que sea factible, en un incremento de la libre iniciativa del individuo. El hombre no solo necesita cobijo y seguridad; necesita más, no se le debe prohibir desarrollar sus aptitudes con arreglo a sus posibilidades” (Eucken 1956: 446-447). La idea consiste en que todos tengan los recursos mínimamente necesarios para emprender, sean microcréditos, cursos de capacitación o subsidios focalizados: “El objetivo no es entonces la igualdad; es la equidad, entendida como la garantía de que todos los ciudadanos tienen derecho a jugar desde un ‘punto de partida mínimo’” (Castro Gómez 2010: 190). Son precisamente esos conceptos los que parecerían animar las recetas de “focalización” del gasto público en la educación básica o la atención primaria de salud, buscando que los sectores más vulnerables cuenten con los recursos suficientes para mantenerse en competencia.

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VII. Conclusiones: re-inventar la libertad

A lo largo de todo este artículo, hemos intentado pensar al liberalismo y al neoliberalismo como diferentes formas de gobernar las libertades de los individuos en base a determinados problemas históricos. La cuestión consistía en evitar las generalizaciones o las operaciones analíticas que asimilan a ambos fenómenos. No hay liberalismo ni neoliberalismo in abstracto; lo que hay más bien son programas de gobierno que se crean como respuesta a coyunturas concretas y que buscan soluciones apoyándose en la promoción de ciertas libertades. Así por ejemplo, los economistas fisiócratas del siglo XVIII reivindicaban una forma de libertad muy particular, desprovista en principio de cualquier connotación jurídica e incluso ideológica. Ante un Estado administrativo que buscaba solucionar la escasez mediante la reglamentación exhaustiva de la cadena de producción y de comercio, los fisiócratas solicitaban una mayor libertad de circulación y movimiento, vale decir, más libertad de intercambio. En el marco de la racionalidad gubernamental naciente, se esperaba que la libertad de intercambio redundase en una mayor circulación de bienes y que ésta a su vez remediase la escasez misma. Tal era la forma de gobernar correctamente, con el apoyo de aquellos hombres que, por distintos motivos y circunstancias, deseaban moverse y circular sin trabas. Sabido es que el lema fisiócrata tuvo después connotaciones y alcances prácticamente impensables, llegando a ocupar un lugar preponderante no solo en los discursos económicos, sino además en gran parte de los discursos políticos posteriores al siglo XVIII. La libertad de intercambio se transformó gradualmente, a través de diferentes luchas y reivindicaciones, en libertad de circulación de personas entre diferentes regiones y países, libertad de opinión y de difusión de ideas, e incluso en libertad de expresión (Foucault 2004). Ahora bien, si la libertad de intercambio y circulación se reivindicó y disputó tanto, fue porque estuvo en el interior de una gran transformación respecto a las formas de razonar, calcular y ejercer el poder; o, más concretamente, porque no se podía gobernar prescindiendo de ella.

La solución liberal iba a convertirse sin embargo en un nuevo problema; sobre todo desde el momento en que se tornó prácticamente imposible garantizar la libertad sin intervenir al mismo tiempo en los distintos ámbitos de circulación e intercambio. Ahí estaba la gran contradicción interna del liberalismo, que por un lado producía libertad, mientras que por el otro la obstaculizaba o directamente destruía. Y esa era también la coyuntura histó-576

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rica en la cual emergería el neoliberalismo, que buscaba una solución para los problemas no pensados ni previstos por los liberales. ¿En qué consistía entonces la solución propuesta?, ¿cómo hacer para que la libertad no entrase en contradicción consigo misma? Según parece, la solución de los primeros neoliberales consistió en fomentar una forma de libertad hasta entonces poco difundida o reducida a algunos grupos selectos. Se trataba de la libertad de emprendimiento, entendida como la posibilidad de mejorar la vida mediante la puesta en valor y la autoexplotación de los propios talentos y habilidades. En el marco de los proyectos de gobierno que hemos analizado, la libertad de emprendimiento no es un fenómeno natural o espontáneo, sino un comportamiento cuya existencia y difusión requieren de una activa intervención estatal sobre la sociedad. Así se pretendía minimizar los conflictos y las asperezas que pudieran darse entre los hombres libres, aunque a costa de individualizar las agudas contradicciones del sistema económico. Ya no hay protecciones colectivas ni mecanismos universales de compensación e igualación. Lo que hay es un proyecto de gobierno donde los reveses producidos por el mercado deben resolverse fomentando la capacidad de iniciativa y de autosuperación de los agentes involucrados.

He aquí el proyecto, la fórmula de gobierno mediante la cual los neoliberales esperan garantizar un mejor funcionamiento de la economía moderna. Lo que todavía queda por preguntarnos, y que en modo alguno lograríamos contestar en este artículo, es el alcance que el programa neoliberal adquiere en nuestra actualidad. ¿Acaso la libertad de emprendimiento predomina efectivamente por sobre cualquier otra forma de libertad?; ¿cabe imaginar y proyectar otras formas de ser libres? Si bien no estamos en condiciones de contestar unos interrogantes semejantes, podemos extraer al menos una conclusión de todo lo ya visto.

Los primeros neoliberales proyectaban una sociedad de emprendedores gobernados por la lógica del mercado de competencia. Esa no solo era su forma de liberar a los hombres de un intervencionismo estatal supuestamente asfixiante, sino además de articular la libertad con determinadas metas de gobierno. La crítica de hoy día tiene la imprescriptible tarea de señalar hasta qué punto la generalización de aquella libertad se vuelve también asfixiante, especialmente cuando ya no permite practicar otros modos de ser libre. Con ello no queremos decir que el dilema de nuestra actualidad consista en celebrar o en negar completamente el valor de la libertad de emprendimiento. El desafío consiste más bien en re-inventar nuestras libertades, dándoles una forma que altere su lógica de funcionamiento y sus posibles efectos. La propuesta también vale para la libertad de emprendimiento, que en lugar de ser asumida o cuestionada en forma total, puede ser criticada y reinventada desde adentro.

Sin lugar a duda, la libertad de emprendimiento tiene aspectos que vale la pena rescatar y mantener aún vigentes, como son el aprendizaje y el descubrimiento constante, el desarrollo de la personalidad o la posibilidad de que el individuo formule su propio plan de vida. Esto es lo que despierta y continuará despertando una gran adhesión en la población, y lo que además debería considerar cualquier programa de gobierno superador del neoliberalismo. Ahora bien, así como no hay posibilidad de formular un programa de gobierno sin promover alguna forma de libertad, tampoco resulta posible repensar ni reinventar las libertades sin formular al mismo tiempo una idea alterna de gobierno que incluya nociones específicas de responsabilidad, de igualdad y de vinculación social. Nunca se es libre abstractamente; por el contrario, toda forma de libertad se corresponde en algún punto con un determinado programa de gobierno que la promueva y garantice. La cuestión crucial está entonces en cómo vamos a gobernar nuestras libertades, bajo qué fines y con qué consecuencias concretas. No es un mero acto de voluntarismo individual lo que aquí entra en juego. Antes bien, la reinvención de nuestras libertades es siempre un problema colectivo; es el proyecto de ser libres adhiriendo a otras metas u objetivos gubernamentales.

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