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versão On-line ISSN 1851-9601

Postdata vol.24 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dez. 2019

 

ARTICULOS

INSTITUCIONES, SOCIABILIDADES Y NUEVOS LIDERAZGOS. TRES PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DE LAS ENTRADAS A LA POLÍTICA EN LA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA

Gabriel Levita1 

1uba

Resumen

En este artículo construimos un estado del arte de los estudios en torno a las entradas a la política a través de cargos electivos. Reconstruimos tres perspectivas a partir de sus fundamentos teóricos y de las investigaciones empíricas a que dieron lugar en la Argentina en los últimos años: la de la ciencia política, la de la sociología política y la que denominamos de las nuevas formas de representación. Desarrollamos los principales ejes conceptuales y empíricos de cada una y los comparamos sistematizando sus rasgos centrales y encontrando afinidades a nivel teórico y empírico. El trabajo muestra además que, junto a los dos enfoques disciplinares habitualmente considerados -el politológico y el sociológico-, existe una tercera perspectiva, menos institucionalizada y menos autónoma, pero con sus propios supuestos provenientes de la teoría y la filosofía políticas y su propia agenda de investigación.

Palabras clave: reclutamiento; entradas a la política; campo político; liderazgo; representación.

Introducción

Las ciencias sociales abundan en ejemplos y anécdotas acerca de cómo un mismo objeto empírico puede ser abordado por especialistas de distintas disciplinas, dando como resultado análisis completamente diferentes y hasta difícilmente comunicables entre sí. De los presupuestos epistemológicos y el instrumental teórico puesto en juego dependen no sólo las conclusiones a las que una investigación llegará, sino, ante todo, la misma definición del problema y el propio recorte del objeto de estudio.

La pregunta por los ingresos a la política es, primeramente, una pre gunta por la composición de las elites políticas. Es decir, por las caracterís ticas de las mujeres y hombres que ocupan los cargos más altos de la dirigencia de un país. También supone un interrogante por las institucio nes en el marco de las cuales estos actores entran a la vida partidaria y desarrollan sus carreras, no menos que por los vínculos entre la política institucionalizada y otros espacios de actividad social. Poner bajo la lupa esos ingresos permite comprender la naturaleza y circunstancias del lazo político en un momento y lugar determinados y contribuye a entender a la política como uno de los principios generadores de sociedad. Aunque escasos en el pasado, los estudios sobre los políticos argentinos permiten vislumbrar a grandes trazos los rasgos que tomaron las entradas a la política en distintos momentos. Empezando por el Orden Conservador entre 1880 y 1916 con el reclutamiento cerrado y notabiliar de los políti cos de la oligarquía (Botana 2005), pasando por los gobiernos radicales de 1916 a 1930 con la creciente profesionalización de la política y la institucionalización de los partidos (Ferrari 2008), hasta el período subsi guiente de inestabilidad política y golpes de Estado en el que las interrup ciones constitucionales y el surgimiento del peronismo supusieron una alteración de los patrones anteriores en la composición de los elencos go bernantes (De Ímaz 1964).

En los últimos años, los dos enfoques disciplinares por antonomasia para el abordaje de estos temas han sido el de la ciencia política y el de la sociología política. Sus derroteros difieren notablemente. En la Argentina, en particular a partir de los años noventa, es posible observar una creciente división del trabajo intelectual. Mientras que la ciencia política se interro gó principalmente por las instituciones y los regímenes políticos, la socio logía lo hizo antes bien por la pobreza y la crisis social (Rinesi y N ardacchione 2007), sólo para recuperar su interés por lo político varios años más tarde (Vommaro y Gené 2017). A nivel metodológico, esta escisión se tradujo en un acercamiento de la primera a los métodos cuantitativos cercanos a la microeconomía y de la segunda a las estrategias etnográficas propias de las aproximaciones antropológicas (Luna 2017).

Dicha tensión entre una ciencia política fuertemente influenciada por el institucionalismo y las teorías de la elección racional y una sociología política marcada por la pregunta sobre los vínculos de lo político con otros espacios sociales continúa vigente a pesar de los reiterados llamados al diá logo interdisciplinar (Llera Ramo 1996, Perissinotto y Leite 2017).

En este trabajo construimos un estado del arte de los estudios en torno a las entradas a la política partidaria en la Argentina contemporánea, específicamente, a los ingresos a través de cargos electivos. Además de la distinción mencionada entre ciencia política y sociología, identificamos una tercera aproximación que gira en torno a los cambios en las formas de representación de las democracias contemporáneas. Ésta no posee un ca rácter disciplinar y no constituye un enfoque con el mismo grado de auto nomía, sistematicidad y reconocimiento que los dos primeros, sino que surge buscando dar respuesta a una serie de desafíos surgidos en torno a las transformaciones de las identidades políticas. Sin embargo, a pesar de su estatus en ese sentido secundario, ha producido una mirada singular sobre el fenómeno basada en sus propios supuestos provenientes de la teoría y la filosofía políticas y mantiene su propia agenda de investigación.

Mostramos los principales ejes conceptuales y empíricos de cada enfo que y los comparamos sistematizando sus rasgos centrales, destacando sus marcos teóricos, genealogías conceptuales, intereses, definiciones y agen das de investigación. Asimismo, el modo en que cada uno aborda el ingre so a la política de quienes vienen “desde afuera” constituye un terreno privilegiado para destacar las especificidades de cada uno.

El artículo se divide en cinco secciones y unas conclusiones. En la pri meras tres partes caracterizamos cada una de las aproximaciones y su correlato en investigaciones empíricas en la Argentina. En la cuarta las comparamos analíticamente. La quinta sección se ocupa del modo en que cada uno de estos enfoques aborda la cuestión de quienes entran a la polí tica desde otros ámbitos profesionales. Finalmente, las conclusiones recapitulan los principales puntos de la comparación e identifican los puen tes que unen a los tres enfoques.

Ambiciones, racionalidad e instituciones en la mirada politológica

El ingreso de personas a la actividad política partidaria ha sido aborda do desde la óptica del carrerismo por una serie de trabajos politológicos que giran en torno a preguntas por la ambición y las carreras políticas. Desde una matriz analítica influenciada por las teorías de la elección racio nal y el institucionalismo, han tenido como epicentro el mundo académi co norteamericano. Privilegian la comparación entre casos nacionales y subnacionales buscando caracterizar las particularidades de cada uno, al tiempo que esbozan categorías e hipótesis de alcance medio basadas en la búsqueda de regularidades.

Con el concepto de ambición (Schlesinger 1966, Cox y McCubbins 1993, Samuels 2003) aluden a las metas y deseos que cada político pone en juego a la hora de decidir cuál querrá que sea el paso siguiente de su carrera, sopesando los costos y beneficios de cada posibilidad, así como las chances de acceder a cada cargo. En ese marco, Siavelis y Morgenstern (2008: 30) distinguen entre el proceso de reclutamiento político y el de selección de candidatos, aunque reconocen que en los hechos se entrecruzan. Mientras que el primero alude al modo en que los potenciales candidatos se interesan en competir para un cargo, el segundo refiere a la selección de quiénes serán efectivamente postulados y competirán en las listas.

Distinguen cuatro tipos de candidatos: el que es leal al partido, com prometido ante todos con las elites partidarias nacionales o provinciales; el localista (constitutent servant), que antepone sus bases electorales antes que al partido por el que se presenta; el emprendedor, independiente y centra do en su figura; y el delegado, representante de un grupo de interés (sindi cal, empresarial, religioso, etc.) (Siavelis y Morgenstern 2008: 42). La pre ponderancia de alguno de estos cuatro tipos de candidatos varía en fun ción de las características del sistema electoral y del funcionamiento de los partidos y, al mismo tiempo, supone distinto tipo de campañas, de relación con las elites partidarias y de vínculos con las bases, entre otros aspectos.

En América Latina, este modelo ha sido adaptado en relación a los tipos de decisiones de carrera (Botero 2011) y a las motivaciones para comenzar una carrera política (Martínez Rosón 2011). Además, la pers pectiva ha sido fructífera en el estudio del reclutamiento de legisladores nacionales como los de Brasil (Leoni, Pereira y Rennó 2004, Samuels 2011), Chile (Navia 2008) o México (Camp 2008) y en clave comparativa (Lla nos y Sánchez 2006, Botero y Rennó 2007, Lodola 2009), así como para cargos ejecutivos (Amorim Neto 2006, Lodola 2017).

Para el caso argentino, diversos trabajos realizados desde esta perspecti va coinciden en señalar la primacía explicativa del nivel provincial en la construcción de las carreras políticas, tanto en lo relativo a los cargos elec tivos ejecutivos (De Luca 2008, Lodola 2011, Lodola y Almaraz 2013, Lodola 2017) como a los legislativos (De Luca, Jones y Tula 2002, 2009, Lodola 2009). Los trabajos de Jones sobre los parlamentarios argentinos son representativos de este enfoque y plantean que en la Argentina el ¡ocus de construcción de las carreras políticas se encuentra en el nivel provincial de organización partidaria y estatal (Jones 2001, Jones et al 2002, De Luca, Jones y Tula 2002).

Se resalta que las leyes electorales argentinas otorgan gran primacía en el armado de listas y en el reclutamiento de candidatos legislativos a los líderes partidarios provinciales. La elección de los diputados nacionales está regida por un sistema de representación proporcional a partir de listas cerradas tomando como unidad territorial a cada una de las 23 provincias argentinas y a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Así, la postulación de un candidato no está tanto en manos de los electores, sino de los dirigentes provinciales, quienes arman las listas y deciden los destinos de cada candi dato.

Esto supone una falta de incentivos para que los políticos deseen ser legisladores y para que los legisladores deseen seguir siéndolo. A su vez, se promueve poca dedicación a la tarea parlamentaria, puesto que los diputa dos y senadores carecen de poder de decisión sobre su futuro político y su permanencia en el órgano. De allí la idea de que en la Argentina existen políticos profesionales, pero legisladores amateurs (Jones et al. 2002). Es decir, no existen por lo general carreras legislativas, sino que los líderes provinciales hacen rotar a sus subordinados por diversos cargos (Jones y Hwang 2007), si bien la conformación de las listas puede darse tanto mediante designación directa de la dirigencia provincial como por eleccio nes internas (De Luca, Jones y Tula 2002). Otras perspectivas señalan una mayor fragmentación en el proceso de nominación y destacan que tanto los presidentes como los gobernadores y otros líderes nacionales y provin ciales disputan el armado de las listas (Cherny, Figueroa y Scherlis 2018).

Con un congreso débil y sin legisladores incentivados para asumir responsabilidades, el poder se delega defacto en el Ejecutivo y el parlamen to pierde poder y relevancia. La consolidación de este sistema de selección de candidatos legislativos fomenta que las carreras se orienten al partido y no al electorado (Jones 2001). Los políticos resultan verdaderamente pro fesionales en tanto viven de la política y asumen diversos y variados cargos, pero terminan siendo legisladores con poca experiencia y menos incenti vos. En la tipología de Siavelis y Morgenstern (2008), se trataría de leales, pero en el nivel provincial del partido antes que en el nacional (Jones 2008).

Asimismo, los rasgos organizacionales de cada partido suponen parti cularidades en cuanto al reclutamiento. Por un lado, el Partido Justicialista resulta altamente competitivo, centralista y posee una “institucionalización informal” que le permite una mayor circulación de dirigentes, capacidad para absorber a extra-partidarios, para modernizarse, para adaptarse fácil mente a los cambios y para realizar virajes programáticos (Levitsky y Wolfson 2004, Malamud 2008). Por su parte, la Unión Cívica Radical posee un alto nivel de institucionalización y de competencia por elecciones internas que favorece a líderes poco competitivos y que fomenta fugas y escisiones (Carrizo 2011). Sin embargo, Tula y De Luca (2011) señalan que en los últimos años disminuyó el número de internas partidarias en todas las fuerzas a la par de un fortalecimiento de los liderazgos personales y la selección de candidatos por vía de la designación de las elites partidarias.

Recapitulando, las aproximaciones politológicas se organizan en un campo de investigaciones integrado y otorgan una gran centralidad expli cativa a las variables institucionales y a la autonomía de la política respecto a otras esferas, no obstante las tipologías de candidatos establecen puentes con el entorno social, como las bases electorales y los grupos de interés. Así, el reclutamiento es explicado mayormente en relación a factores endógenos a las dinámicas políticas. Diferentes diseños institucionales y mayores o menores incentivos harán que los políticos tomen una u otra decisión sobre su carrera. En el plano metodológico, abundan los estudios de caso cuantitativos que se valen de correlaciones, regresiones y otras me didas de estadística inferencial. También tiene un lugar privilegiado la com paración entre distintas unidades territoriales y períodos históricos con miras a identificar regularidades.

La sociología política y la pregunta por los capitales y las sociabilidades

La segunda perspectiva para el estudio de los ingresos a la política par tidaria proviene de la sociología política desarrollada en torno al mundo académico francés, fundamentalmente a partir de los trabajos de Pierre Bourdieu. Eminentemente sociológica, esta mirada tiene también una fuerte impronta sintética en sus raíces teóricas, combinando una mirada de las estructuras sociales como construcción de los actores y, al mismo tiempo, como condicionante de su agencia. Su teoría de los campos posee un alto grado de sistematización y formula, en principio, las mismas preguntas para la política que, por ejemplo, para la religión, el arte o la academia: qué es lo que está en juego, quiénes participan, cómo están distribuidos, qué recursos poseen, cómo ingresan a ese espacio de actividad en particular. Así, se propone vincular las dinámicas estrictamente políticas con los orí genes sociales de los actores, sus trayectorias y sociabilidades.

Con la noción de campo político Bourdieu (1981, 2000) apunta a la creación de un espacio cada vez más autónomo del resto de los ámbitos de lo social con un grupo de especialistas y reglas. La noción de especialistas políticos remite entonces a un cuerpo de agentes investidos de un determi nado poder social, especializados en el trabajo político, que consistente en producir prácticas y discursos dirigidos a un tipo particular de necesidades de los grupos sociales. Dicho trabajo tiene lugar bajo la forma de una competición democrática destinada a la ganancia de bienes simbólicos y materiales en el marco de un mercado político (Offerlé 2011).

Esta mirada ha hecho de la cuestión de la profesionalización uno de sus pilares (Ferrari 2011). De acuerdo al planteo clásico de Weber (2007), el ejercicio de la política como profesión es una actividad de tiempo comple to, en tanto se vive de ella y para ella. Es decir que garantiza el sustento material al político a condición de que este se aboque a ejercer su profesión política, respectivamente. Dicho proceso resulta un pilar central de la autonomización del campo político en el que este va definiendo de forma cada vez más independiente sus propias reglas y dinámicas de funciona miento. Los actores se especializan cada vez más en el trabajo político, aunque entre profesionales y profanos no hay otra cosa que un continuo con diversos tipos de modalidades de dedicación y de financiamiento de las carreras (Offerlé 2004, 2011).

El tema de la selección y el reclutamiento de los políticos ha sido problematizado en el mismo sentido por este enfoque (Offerlé 1996, Léveque 1996). Siguiendo el modelo de la Francia de los años 80, Gaxie postulaba que la representación política constituía una imagen inversa de la estructura social. Existía una homología estructural entre el campo po lítico y los demás campos del poder. La política operaba como una forma de selección social y quedaba reducida a los sectores dominantes (Gaxie 1978, 1980: 5-6).

El mismo autor distingue dos tipos de ingresos a la política que se corresponden a su vez con dos estructuras del capital político. Primero, se puede ingresar como notable constituyéndose en un empresario político individual, quien es propietario de sus medios de acción y movilización, se relaciona de un modo instrumental con el partido y posee un capital de confianza y reconocimiento muy ligado a su persona, que no tiene origen en el campo político. Por otra parte, el que ingresa como militante es repre sentante de una empresa política colectiva, es decir que se apoya en los recur sos organizacionales colectivos del partido. El autor distingue una tercera forma de ingresar a la política, como protegido o colaborador de un líder, combinando sus propios recursos con las posibilidades que les brindan los dirigentes de un partido. (Gaxie 2004: 75-85, Offerlé 2004: 43-47). Huelga aclarar que, en la realidad histórica, estos tipos ideales se pueden dar de manera más o menos combinada puesto que las diferentes formas de construir y acumular capital político varían en cada caso particular.

En esta tradición, los partidos son concebidos como organizaciones flexibles, informales y con fronteras porosas en los que se entrecruzan redes interindividuales basadas en valores e intereses compartidos por dirigen tes, militantes, simpatizantes y electores. Estos entornos partidistas inclu yen redes y ámbitos de sociabilidad que suponen un continuo entre el partido y su medio social (Sawicki 2011).

La recepción de la sociología política francesa en la Argentina tuvo lu gar a partir de mediados de la década del 2000 y se dio junto con una revitalización de los estudios sobre las elites locales. Estos últimos, si bien poco frecuentes durante el siglo XX, marcan un derrotero que demuestra el interés por una cuestión vigente desde larga data (Heredia 2005).

La sociología de las elites políticas en la Argentina se interesó vivamente por los recorridos a través de los cuales los políticos profesionales y los altos funcionarios del Estado llegaron a sus posiciones tanto a nivel nacional como provincial y municipal. Así, el reclutamiento político durante los últimos años ha sido estudiado para el nivel legislativo nacional (Canelo 2011, Rodrigo 2014, Levita 2017) y subnacional (Ortiz de Rozas 2011, Landau 2015, Mellado 2016), así como para los gabinetes nacionales (Heredia, Gené y Perelmiter 2012, Perelmiter 2012, Giorgi 2014, Gené 2019, Canelo 2019) y los poderes ejecutivos provinciales (Lascurain 2018, Sosa 2019).

Entre estos trabajos priman los estudios de caso enfocados en procesos y actores circunscriptos ya sea territorialmente, centrándose en un muni cipio, una provincia o en el país, por caso, o institucionalmente, como al trabajar sobre una cámara del congreso o un ministerio. Todos atienden a los caminos de profesionalización y a las identidades políticas atravesadas por la dimensión diacrónica que supone el estudio de trayectorias. Los factores considerados a la hora de ingresar a la actividad política partidaria o de competir por un puesto son tematizados como capitales y recursos y también como redes y sociabilidades.

En este sentido, se preguntan por los recursos que poseen los actores y que terminan siendo valorizados en distintos momentos para alcanzar las posiciones dirigentes. Ya sea pensados como “capitales”, “credenciales”, “va lores” o “destrezas” el foco está puesto en los rasgos, características o pro piedades presentes en sus trayectorias sociales y carreras profesionales con los que estos actores llegan a sus puestos. En la Argentina contemporánea destacan, junto al capital propiamente político, el capital militante, el sindical, el experto, el educativo, el de confianza y el mediático, entre otros, todos ellos susceptibles de reconvertirse en capital político.

El interés por las redes sociales y sociabilidades de estos actores tam bién persigue vincular sus ingresos y actuaciones en la política con las otras esferas de su vida, pero ahora haciendo hincapié en los vínculos y relacio nes interpersonales que favorecen los distintos derroteros. Así, las sociabilidades familiares, religiosas, escolares y militantes, entre otras, han funcionado como vías de acceso a cargos electivos o a la función pública.

Canelo y Heredia (2019) sostienen que si en los últimos años las elites políticas argentinas presentan un cierre social variable, los elencos ejecuti vos no electivos -ministros y altos funcionarios- han sido más cambian tes que los electivos y éstos, a su vez, han tendido a perpetuarse más a nivel provincial que nacional. Asimismo, se mantiene un sesgo masculino, capi talino, universitario y abogadil.

A nivel partidario, junto con trabajos acerca del ocaso del radicalismo (Obradovich 2016), tanto el PRO como luego Cambiemos recibieron una considerable atención reflejada en el estudio de sus dirigentes, ideologías y mundos sociales de pertenencia (Vommaro, Morresi y Bellotti 2015, Vommaro 2017a). A pesar de los diferentes orígenes que conviven en su interior (Vommaro y Armesto 2015), su núcleo partidario se conformó en torno a empresarios y profesionales provenientes del sector privado, ONGs y think tanks. Para este entorno social, el PRO funcionó como un dispositivo de traducción de valores e intereses en compromiso político (Vommaro 2017b).

En definitiva, la sociología política destaca, al mismo tiempo, los as pectos autónomos del mundo político y se interesa por las trayectorias, socializaciones y sociabilidades previas de las personas. Su propuesta expli cativa pretende caracterizar las especificidades del espacio político a la vez que busca vincularlo con otras esferas. Desde el punto de vista metodológico, estos trabajos se valen tanto de la realización de entrevistas en profundidad y observaciones etnográficas como de encuestas con un procesamiento de los datos de tipo estadístico descriptivo, conjugando estrategias cualitati vas con aproximaciones cuantitativas. Esta combinación de una voluntad explicativa con una mirada comprensivista se moviliza en pos de la elabo ración de tipologías de trayectorias sociales, orígenes, perfiles y carreras.

Modernidad y metamorfosis de la representación política

Una tercera aproximación, de carácter temático antes que disciplinar, busca captar una serie de cambios macrosociales que implican transforma ciones en los partidos y en la representación política y, consecuentemente, el surgimiento de un nuevo tipo de políticos. Esta mirada se nutre de aportes formulados principalmente desde la teoría política, la teoría social y la filosofía1. También tiene influencias de la ciencia política y la sociolo gía, aunque no es subsumible a ninguna de estas. En sentido estricto, no se pregunta por las trayectorias ni por carreras políticas, sino que sitúa su foco en una problemática más amplia de la cual las herramientas para el abordaje de las entradas a la política son un corolario. Constituye un enfo que menos sistematizado y con bases empíricas menos sólidas, pero iden- tificable y distinto a los otros.

Los trabajos que se sitúan en esta perspectiva, ya sea que se orienten o no en algún grado por indagaciones empíricas, abrevan en una serie de supuestos que giran en torno a la idea de la desinstitucionalización de la vida social y, por lo tanto, también de la política. Uno de sus autores centrales es Bernard Manin, quien critica la idea de “crisis de representa ción” para hablar más bien de una “metamorfosis”2. Así, registra a lo largo de la historia el paso del parlamentarismo, en donde primaba el carácter notable de los políticos, a la democracia de partidos, en el que las elites políticas estaban constituidas por militantes y hombres provenientes del núcleo partidario, y, finalmente, a la democracia de audiencias o de lo públi co, caracterizada por la importancia de la popularidad mediática en el re clutamiento de los candidatos, la personalización de la política y el cre ciente peso de la opinión pública (Manin 1998). En esta última etapa, las elites políticas construyen liderazgos menos programáticos, más persona les y basados en sondeos que buscan captar las preferencias de un electora do volátil. Este pasaje supone el declive de una elite política y el auge de otra, puesto que la democracia de audiencias es el gobierno de los expertos en medios de comunicación antes que el de los activistas y burócratas partidarios.

Annunziata (2012) agrega un cuarto momento al modelo de Manin, incorporando la teoría de la legitimidad democrática de Rosanvallon (2008). Así, la representación de proximidad suma a las características de la etapa anterior una creciente desconfianza en los políticos por parte de la población y una exacerbación de la identificación entre representantes y representados.

Las tesis de Manin han sido retomadas por diversos autores y retraducidas en otros conceptos como el de representación postsocial (Abal Medina 2004), que alude a una situación de crisis de legitimidad de los gobiernos electo rales en la que los partidos se vuelven autorreferenciales y buscan legitimarse a sí mismos. Así, tiene lugar una democracia “demoscópica” en la que los políticos se consagran a seducir a los medios masivos de comunicación para influir en el espectador-elector (Abal Medina 1998). También el con cepto de posdemocracia (Crouch 2004) supone un estado en el que los ciudadanos están desilusionados frente a la política tradicional. Las gran des decisiones pasan por reducidas elites íntimamente ligadas al poder económico, que imponen la agenda de cuestiones relevantes y postulan candidatos promovidos a partir de técnicas de mercadeo.

Cheresky continúa esta misma línea al contrastar la democracia de par tidos con la democracia inmediata (Cheresky 2006). Allí la identidad parti daria se debilita y los partidos ya no organizan la vida política del país. Surgen los líderes de popularidad, legitimados en las encuestas de opinión y condenados a recrear continuamente un lazo de representación débil y siempre provisorio. Estos agentes suscitan adhesiones más personales y menos comprometidas. Su liderazgo se construye de manera eminente mente mediática. Es decir, su poder proviene más de un vínculo directo con la ciudadanía que de recursos organizacionales partidarios, aunque estos sean en última instancia imprescindibles y su peso varíe de acuerdo a los distritos. Así, los “hombres de partido” ceden lugar ante la personalización de la política (Novaro 1994).

Tratándose de un enfoque con énfasis en lo teórico y una preocupación por identificar tendencias generales, no ha sido igual de prolífico en el plano empírico en comparación a las dos perspectivas analizadas con ante rioridad, aunque ha dado lugar a estudios que combinan a menudo cate gorías e hipótesis del propio enfoque con nociones de las dos perspectivas anteriores. Así, la necesidad de operacionalizar sus conceptos ha propicia do que a menudo tome categorías provenientes de otras aproximaciones.

En la Argentina, la cuestión de los ingresos a la política ha sido aborda da por un conjunto de estudios de política subnacional centrados en torno a la categoría de líder de popularidad, como los de Ortíz de Rozas (2012) para el caso de Santiago del Estero, de Slipak (2006) para el de Mendoza, de Mattina (2012) para el de la Ciudad de Buenos Aires, el de López (2012) centrado en Córdoba y el de Eryszewicz y Krause (2012) enfocado en la Provincia de Buenos Aires. Asimismo, ha explorado ampliamente las transformaciones de la vida democrática nacional en los últimos años en clave panorámica (Novaro 2000, Quiroga 2004, Cheresky 2008, Iazzetta 2011).

Todos estos trabajos coinciden en destacar como características de este tipo de líderes su conocimiento mediático, el uso de herramientas de mar keting político y la utilización flexible que hacen de los partidos como instrumentos electorales. La cuestión de los ingresos a la política partidaria aparece atravesada por estos nuevos rasgos de la política y de los políticos. En este sentido, a partir de la crisis política de 2001, se intensifica este tipo de liderazgos (Cheresky 2008, Iazzetta 2011) junto a las transforma ciones de los partidos políticos argentinos en un contexto que se asemeja al de la democracia de lo público de Manin (Pousadela 2004, Scherlis 2009).

En síntesis, podemos reconstruir una perspectiva que, aun con un me nor grado de institucionalización y una notablemente menor acumula ción de trabajos empíricos, es diferenciable desde el punto de vista teórico. La clave de sus interpretaciones pasa por el prefijo “post” y el énfasis en los procesos de fragmentación e individualización. De ahí que entre los facto res explicativos para los cambios registrados cobren un peso esencial varia bles exógenas a la dinámica interna de los partidos políticos y a la historia política argentina. A pesar del fuerte peso de la dimensión teórica del análisis, metodológicamente recurren a estadística descriptiva en base a resultados electorales y sondeos de opinión, a la reconstrucción de proce sos históricos y de casos con gran densidad y al análisis de contenido de discursos y consignas electorales.

Ejes de comparación entre las tres perspectivas

Los principales rasgos teóricos y metodológicos de las tres perspectivas pueden sintetizarse en el Cuadro 1. Dos de ellas constituyen disciplinas institucionalizadas dentro de las ciencias sociales y la otra presenta un carácter transversal cuyo aglutinante es más bien temático. Las estrategias privilegiadas y los conceptos e hipótesis principales se encuadran a su vez en distintos paradigmas3 y escalas de análisis4.

En las aproximaciones politológicas se ve una fuerte impronta explica tiva y causalista enfocada en los niveles meso y macro, en tanto se centran en las instituciones y en la comparabilidad de casos entre unidades nacio nales o subnacionales, respectivamente.

Por su parte, la sociología política, al entender al espacio social y al campo político como estructuras pero también como construcciones car gadas de sentido, combina rasgos de los paradigmas explicativo y comprensivista. Sus investigaciones centradas tanto en los actores indivi duales y sus medios sociales como en los rasgos generales de un espacio político determinado ubican sus intereses en las escalas micro y meso, respectivamente.

Finalmente, en las aproximaciones ligadas a las nuevas formas de repre sentación se identifica con claridad un foco en el nivel macro, en la medida en que plantea como núcleo de su mirada una serie de cambios generales en las sociedades y en las formas de la política, y otro en el nivel micro, ya que desarrolla categorías para comprender y explicar nuevos tipos de liderazgos y de involucramientos con la actividad política. La vinculación entre ambas escalas -el nivel meso- a menudo se desdibuja y termina siendo puesta en juego en cada trabajo empírico en particular. Esta falta de conceptos mediadores entre lo micro y lo macro hace que recurra a catego rías forjadas por los otros dos enfoques, ratificando el carácter menos con solidado y consistente de su propuesta.

Llegar a la política “desde afuera” en las tres perspectivas

Un tipo especial de ingreso a la política partidaria es aquel que realizan actores que entran tras haber acumulado recursos y reconocimiento en otros ámbitos profesionales. Su estudio permite comprender el funciona miento de la política a partir de estudiar sus fronteras -los ingresos de sus actores- y sus relaciones con otros espacios de poder. Los modos en que cada una de estas tres perspectivas analiza el fenómeno dan cuenta de sus especificidades y diferencias.

Desde la ciencia política se ha privilegiado la categoría de outsiders (Huitt 1961, King 2002) y se ha señalado su creciente número en América Lati na (Carreras 2013). Para Linz (1994) se trata de uno de los riesgos del presidencialismo y Barr (2009) señala que todo líder populista es en algu na medida un outsider. Carreras (2012) propone un continuo entre insiders y outsiders a partir de dos coordenadas: la experiencia política del candida to y el tipo de partido por el que se presenten. Así, complejiza la definición al introducir matices y diferenciar los full outsiders -sin carrera y con partido nuevo- , los disidentes (mavericks) -con carrera previa, pero en un nuevo partido- y los amateurs, que serían quienes entran a la política y compiten en los partidos ya existentes.

Para el caso chileno Bunker y Navia (2013) destacan un debilitamien to de los clivajes ideológicos que inclinan a los votantes a preferir candida tos no tradicionales; el creciente protagonismo de los perfiles “de gestión” por sobre los políticos habituales y un debilitamiento del sistema de par tidos que haría que el electorado se incline por candidatos “antisistema”. En la Argentina, Tula y De Luca (2011), retomando el argumento institucionalista, señalan que la emergencia y éxito relativo de candidatos outsiders muestran la capacidad de los partidos para procesar cambios e introducir las cambiantes preferencias del electorado.

Por su parte, para la mirada sociológica la acumulación de recursos en otras actividades profesionales puede hacerse valer en la política a partir de estrategias de reconversión en las que estos se transforman en capital polí tico (Tissot 2004). Otras especies de capital -la notoriedad, el carisma y la familia, por ejemplo- también pueden hacerse valer de forma directa en la política partidaria Joignant 2012).

A su vez, continuando con el modelo de Gaxie y Offerlé, esos capitales pueden ser tanto individuales como colectivos (Levita 2019a, 2019b). Los primeros están construidos en torno al prestigio personal y al reconoci miento mediático vinculado a la o las profesiones ejercidas antes de la política. Comúnmente originados en espacios como el periodismo, el de porte o el espectáculo, no supone necesariamente experiencia previa en actividades de representación. El segundo tipo es colectivo en el sentido de que se trata de un reconocimiento originado en los recursos de una organi zación o colectivo a la que el actor pertenece o perteneció. Lo que es valo rado en su ingreso a la política es producto del grupo al que pertenecen, como en los casos de miembros de organizaciones patronales, integrantes de ONG y representantes de movimientos sociales, que sí poseen expe riencia previa en actividades de representación política.

Gaxie (2004) sostiene que estos ingresos pueden darse a partir de una insatisfacción por pertenecer a una categoría en declinación, por conside rar injusta su posición en el medio original o por la anticipación más o menos consciente de que las oportunidades de ganancia son mayores en la política que en el medio original. Al mismo tiempo, el capital adquirido en una determinada posición política puede hacerse valer con posteriori dad al desempeño en el cargo, tanto en el Estado como en el sector privado Sawicki y Mathiot (1999a, 1999b).

En la Argentina, el interés en este tipo ingresos ha estado más enfocado en el poder ejecutivo y en las trayectorias de ministros, secretarios y subse cretarios que hacen valer recursos extrapartidarios en su acceso a la alta función pública (Giorgi 2014). El ámbito parlamentario ha recibido me nos atención, destacándose la entrada de actores desde el mundo empresa rial y sindical (Damin 2011, Armelino 2016, Donatello 2017, Donatello y Levita 2017).

Finalmente, los estudios centrados en los cambios de las formas de representación en las democracias contemporáneas otorgan una gran centralidad a este fenómeno, toda vez que privilegian la personalización de la política por sobre las estructuras partidarias y la valorización mediática de los candidatos antes que su acumulación de recursos en el ámbito par tidario. La democracia de lo público, postsocial, inmediata o posdemocracia supone el debilitamiento de los partidos políticos y, junto a ello, de las carreras centradas exclusivamente en la organización partidaria. En ese con texto se favorece el ingreso de personas que acumularon prestigio y recono cimiento en otros ámbitos.

La construcción mediática de los liderazgos, el uso instrumental de los partidos como herramientas electorales y la necesidad de diferenciarse de lo que se concibe como la “política tradicional” favorecen las llegadas desde afuera. Así, en la Argentina, a partir de la década del noventa se multipli can este tipo de candidatos a causa del descrédito de los partidos y la pérdida de prestigio de los políticos tradicionales (Novaro 1994). Persona lidades del deporte, el espectáculo y el mundo empresarial aumentan su popularidad y se lanzan a la política partidaria (Annunziata 2012: 59).

En definitiva, ya sea como outsiders, reconvertidos o líderes de popula ridad, las tres perspectivas ofrecen una aproximación teórica a la cuestión de quienes entran “desde afuera”. Cada una de ellas se desprende de los lineamientos teóricos sintetizados en el Cuadro 1, permitiendo dar cuenta del fenómeno a partir de su instrumental teórico. La ciencia política dan do protagonismo al diseño institucional -que promueve más o menos outsiders-, la sociología política privilegiando los factores extra políticos -los recursos acumulados fuera del campo- y los trabajos sobre las nue vas forma de representación destacando la metamorfosis del lazo represen tativo y sus efectos en la promoción de un nuevo tipo de políticos.

Conclusiones

Cada una de las tres aproximaciones a la cuestión hace foco en un con junto de aspectos que pueden interpretarse como complementarios. La ciencia política destaca el peso de las instituciones y las reglas de competi ción en el reclutamiento de candidatos. Su foco en la racionalidad de los actores contribuye a comprender la elección de distintos cursos de acción que se presentan a los individuos. La comparabilidad y la capacidad de generalización de los resultados de sus investigaciones permiten integrar el conocimiento de los elencos políticos en distintas unidades territoriales. Por su parte, la importancia a las trayectorias y sociabilidades de los actores que otorga la sociología política constituye un aporte para comprender a la política como un espacio al mismo tiempo autónomo y heterónomo. Con sus propias reglas de juego, adquiere dinámicas de funcionamiento que le son particulares, a la vez que se encuentra encastrado en un espacio social que posee sus propias estructuras y sentidos. Finalmente, la tercera pers pectiva sensibiliza acerca de la importancia que pueden tener factores vin culados al impacto de los procesos de desinstitucionalización e individua lización de la vida social. Aunque en su formulación abstracta y panorámi ca puedan parecer sobredimensionados, permiten comprender cambios que, sin los conceptos que ofrece, escaparían al ojo del investigador.

Los tres enfoques fueron presentados de forma ordenada, coherente y no contradictoria a partir del realce y la acentuación de sus rasgos teóricos principales y de numerosos ejemplos de investigación. Sin embargo, exis ten trabajos empíricos que toman elementos de más de una de estas pers pectivas tanto como autores que han pasado en distintas etapas por más de un enfoque, aunque los casos son poco frecuentes. En primer lugar, por los modos en que se estructura el mundo académico en una cartografía de diversos y a menudo divergentes centros de investigación, grupos de traba jo, revistas científicas, asociaciones, etc. En segundo término, las diferen cias conceptuales no siempre son fácilmente salvables.

Desde el punto de vista teórico, las dos perspectivas que más puentes parecen poder tender entre sí son la de la sociología y la de las nuevas formas de representación. Ante todo porque comparten presupuestos epistemológicos que abrevan tanto en el paradigma explicativo como en el comprensivista. Además, con distinto énfasis, ambas tienden a incluir en la explicación de los fenómenos y procesos políticos factores exógenos a la propia política. En un caso por considerar que las propiedades de otros campos y la configuración del espacio social pesan en la arena política y en el otro por vincular los cambios en los modos de representación con trans formaciones sociales de más largo aliento.

Las afinidades también se registran en la importancia que ambas pers pectivas dan a los significados e imaginarios colectivos y en el privilegio que las dos otorgan a las estrategias cualitativas. Más aún, si considerára mos a la valoración mediática de los candidatos que señala la aproximación de las nuevas formas de representación como un tipo de capital susceptible de ser apreciado en el ingreso a la política partidaria y si tomásemos al creciente peso del marketing político al que apunta como un rasgo más entre otros de las reglas del campo político, el diálogo teórico entre esto dos enfoques es el menos problemático.

Sin embargo, desde el punto de vista de la práctica investigativa, la ciencia política y la sociología se encuentran mucho más cerca dado su mayor arraigo empírico y la importancia central que dan al trabajo de campo, en contraste con el tercer enfoque. Este último presenta una pri macía de la dimensión teórica, mientras que en los dos primeros, por cons tituir disciplinas stricto sensu, la reflexión conceptual está más subordinada al hallazgo de nuevas evidencias.

Frente a estas diferencias, la confluencia de perspectivas se vislumbra como un horizonte utópico o, más bien, distópico. La polifonía teórica es un rasgo constitutivo de la producción de conocimiento en ciencias socia les. Para que esa diversidad enriquezca el campo de los estudios políticos en lugar de fragmentarlo y fomentar rivalidades, el punto de convergencia en donde establecer el diálogo será más fácil de encontrar en torno a lo que todos comparten, aun con distinto peso: preguntas de investigación empí ricamente situadas acerca de los actores, culturas e instituciones que se entrecruzan en un espacio político determinado.

CUADRO 1 Síntesis comparativa de las tres perspectivas Fuente Elaboración propia. 

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1 La idea de que el mundo contemporáneo asiste a una transformación de la represen tación política debe mucho a los trabajos que plantean el problema en relación a los cambios propios de la modernidad, las fragmentaciones producto de la globalización y la desinstitucionalización de la vida social (Giddens 1994, Garretón 1996, Dubet y Martuccelli 2000, Touraine 2005), así como a los impactos de estas tendencias en el terreno propiamente político (Vallespín 2000). Todos ellos comparten en sus análisis un modelo de periodización que divide la historia de las últimas décadas en dos o tres etapas, cada una con sus correspondientes rasgos societales.

2Rinesi y Vommaro (2007: 419-427) plantean que la crisis de representación no impli ca un cuestionamiento al principio de representación consistente en la separación entre representantes y representados, sino al lazo que los une. De allí que propongan hablar de crisis de representatividad, entendiéndola como la pérdida de legitimidad del vínculo representativo.

3Diferenciamos grosso modo y de forma clásica entre un paradigma explicativo, de raigambre positivista y abocado a la búsqueda de relaciones causales entre fenómenos y otro comprensivista, orientado hacia la interpretación y comprensión de los senti dos de la acción social.

4Desde un punto de vista teórico y metodológico, entendemos por nivel de análisis micro a aquel enfocado en la interacción y en las trayectorias individuales, al meso en el que se ocupa de los grupos, redes y organizaciones intermedias y al macro como el orientado hacia las estructuras sociales, las grandes instituciones y las sociedades consideradas como totalidad.

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