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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata vol.26 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Apr. 2021

 

Artículo

DE LA ÉTICA CAPITALISTA AL POSLIBERALISMO: MARIANO GRONDONA Y UNA LECTURA CULTURALISTA-POLÍTICA DEL DESARROLLO LIBERAL EN DEMOCRACIA (1983-1999)

Martín Vicente** 

Mauricio Schuttenberg*** 

** IHECS/IGEHCS-UNCPBA/CONICET-UNMdP. Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Investigador Asistente de Conicet. Profesor Adjunto de “Opinión pública” en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Coordinador de la Red Interdisciplinaria de Estudios sobre Derechas (REIDER), Argentina. E-mail: vicentemartin28@gmail.com.

*** IdIHCS/UNLP/CONICET-UNAJ. Doctor en Ciencias Sociales (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina). Investigador Adjunto de Conicet. Profesor Asociado de “Problemas de Historia Argentina” en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y de “Historia de las ideas y los procesos políticos” en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. E-mail: mauricioschuttenberg@gmail.com.

Resumen

Este artículo busca analizar la figura de uno de los intelectuales centrales del liberalismoconservador argentino: el ensayista y periodista Mariano Grondona. Lo hace en el contexto abierto por la reconstrucción democrática de 1983. El trabajo aborda la argumentación que articuló las inquietudes del autor en esta etapa: el vínculo entre liberalismo y desarrollo. Ello marcó una época clara de su pensamiento, quepermite ver los movimientos ideológicos y los giros discursivos de un actor que, habiendo estado históricamente vinculado a la búsqueda del desarrollo a través de gobiernos civiles tanto como de dictaduras, construyó su puente al nuevo espacio democrático reconstruyendo su propia trayectoria. El texto busca realizar un aporte sobre las resignificaciones del liberalismo histórico y la propuesta de una opción liberal para el sistema político que realizó Grondona a lo largo de dos décadas, con énfasis en los libros que publicó en esos años, donde profundizó y sistematizó sus preocupaciones expresadas en la prensa.

Palabras clave: derechas; intelectuales; liberalismo; democracia; Mariano Grondona

Abstract

This article seeks to delve on the figure of one of the centrals intellectuals of Argentinean liberal-conservatism: the journalist and essayist Mariano Grondona. This is done throw the context opened by the democratic reconstruction of 1983. The work seeks to address the argumentation that articulated Grondona´s concerns at this stage: the link between liberalism and development. This marked a clear stage in his thinking, which allows us to see the ideological movements, the discursive turns of an author who, having been historically linked to the search for development through civil governments as well as dictatorships, built his bridge to the new democratic space rebuilding his own path. The text seeks to make a contribution on the resignifications of historical liberalism and the proposal of a liberal option for the political system that Grondona carried out over two decades, with emphasis on the books he published in those years, where he deepened and systematized his concerns expressed in the press.

Key words: rights; intellectuals; liberalism; democracy; Mariano Grondona

Durante la década de 1990, un debate en la mesa del programa periodístico televisivo Hora Clave entre el escritor Jorge Asís, entonces funcionario del gobierno menemista, y Mariano Grondona, conductor del ciclo, dio lugar a una escena resonante. Ante los cuestionamientos de Grondona sobre el manejo institucional escasamente republicano del presidente, Asís elogió abiertamente al mandatario y selló su defensa con una boutade: “Menem hizo milagros. Hizo que el profesor sea considerado progresista”. La sardónica frase devino célebre en el mundo político, periodístico e intelectual por dos motivos. Primero, porque retomaba una inquietud que cruzaba a diversos analistas: tras décadas de haber sido un representante de las derechas, en los años noventa Grondona parecía posicionarse en el progresismo. Invitaba a su programa a periodistas como Jorge Lanata y Horacio Verbitsky, entablaba un vínculo de cercanía con Carlos “Chacho” Álvarez y Graciela Fernández

Meijide, se arrepentía en público de su apoyo a las dos últimas dictaduras y conminaba a los liberales argentinos a ejercer sus mea culpa sobre sus vínculos con el golpismo o la promoción de planes económicos que no contemplaban la agenda social e incluso la ética. ¿Cómo se había dado ese giro? Allí radicaba el efecto cáustico de la frase de Asís, al plantear como respuesta que se trataba de un fenómeno meramente de colocación reactiva y satelital: era Menem el que hacía quedar como progresista a Grondona.

La chanza del autor de Flores robadas en los jardines de Quilmes era tan hilarante como parcial, a tono con el estilo de sus ironías, puesto que las efectivas posiciones de Grondona eran más complejas. Su efectividad radicaba en explotar una mirada socialmente extendida sobre el periodista y ensayista, que en parte ha sido repetida por los abordajes sobre su figura hasta momentos recientes. Esos trabajos sobre Grondona pueden dividirse en tres líneas, donde se cruzan textos académicos, ensayos e investigaciones periodísticas. Un primer núcleo de textos se ligó con un diagnóstico similar al que permitía el humor de Asís: trabajos que se preguntaban por la construcción de la figura de Grondona en los años noventa, fuera indagando sobre su perfil como modo de analizar la política argentina, como evaluando (e impugnando) su reperfilamiento progresista (Abraham 1993). En esos mismos años, trabajos de corte académico marcaron su rol ante el golpe de 1966, leyendo el sitio de la pluma del columnista como parte de una “campaña psicológica” o “golpismo”, tanto en un sentido localizado (Smulovitz 1993, Mazzei 1997) como, recientemente, colocándolo como parte de tramas más amplias (Risler 2019). Posteriormente, se vinculó a Grondona con una tradición que lo pondría en línea con los intelectuales autoritarios de décadas previas (Vazeilles 2001), así como más cercanamente se enfatizó una de sus ideas en relación con el golpismo de raíz nacionalista-autoritario (Vitale 2015). Más allá de esos enfoques, Grondona fue considerado en trabajos con objetos más amplios, fuese el rol de las fuerzas armadas en la política argentina (Potash 1994), las relaciones del nuevo periodismo con el mundo de la política (Mochkofsky 2003), o las tramas de relaciones civiles de la última dictadura (Muleiro 2011). Grondona fue también eje de una reflexión ensayística polémica en torno a problemáticas ideológicas (Acha 2003) y de una detallada biografía periodística (Sivak 2005). En un punto intermedio, se ubican trabajos que se ocuparon de la revista Carta Política, la experiencia que dirigió Grondona en los años ‘70, desde un ya clásico texto de de Ípola y De Riz (1982) a una reciente investigación de Borrelli y Raíces (2019), aunque colocan énfasis en diferentes etapas de la experiencia.

En los últimos años, trabajos académicos han ofrecido una mirada más compleja sobre momentos centrales en la trayectoria de Grondona: por un lado, Vicente (2014a) ha leído sus intervenciones en torno al golpe de Estado de 1966 en tanto modo de analizar cómo convergían el liberalismo-conservador y las derechas de tono nacionalista, como mojón en un análisis más amplia sobre el espacio intelectual del primero de los idearios (Vicente, 2014b). Por otra parte, Vommaro y Baldoni han estudiado, desde la figura de Grondona, uno de los modos en que se expresaron las transformaciones del periodismo político en las décadas de 1980 y 1990 (Vommaro y Baldoni 2012).

Más allá del carácter desparejo de una bibliografía heterogénea, en los debates que cruzan los textos mencionados existió una mayor consideración del rol que tuvo Grondona en su participación como intelectual constructor de consensos en torno a las dictaduras de 1966 y 1976, prioritariamente ligadas a la producción de Grondona en la prensa política1. Nuestro abordaje intenta hacer un aporte en dos cuestiones centrales: se propone revisar otra etapa de esta figura, la de los años ochenta y noventa, explorando a Grondona como intelectual del heterogéneo universo liberal en el complejo escenario postdictatorial. Allí, distintas tradiciones, entre ellas el liberal-conservadurismo, revisaron sus posicionamientos, lo que da cuenta de cómo los intelectuales que habían sido sostén ideológico de las dictaduras construyeron su propia transición democrática. Si en 1983 se abrió el tiempo de “la democracia como mandato” (Ramírez Velázquez 2019), este impactó a lo largo de todo el mapa político.

En este artículo nos centraremos en lo que Grondona consideró su principal proyecto intelectual a partir de los ochenta: la postulación de una teoría capaz de explicar las relaciones entre cultura y desarrollo mediante un rescate del liberalismo como base de la democracia moderna y del capitalismo. El tipo de liberalismo que propulsaba Grondona era una vertiente liberal pluralista, capaz de reconocer en su seno diversas expresiones, y la forma democrática, una basada en los vínculos entre la ética, la cultura y el sistema institucional. Como lo anunció en diversos momentos de esos años, esa lectura buscaba ser un paso “hacia una teoría del desarrollo”, que nacía de posiciones éticas y debía llegar a la economía, pasando por la ideología, la forma de gobierno y los modos del debate público. Es decir, una visión global, cultural-política, de la sociedad.

El texto se divide en tres ejes. Primero, se analiza cómo la trayectoria de Grondona avanza a una nueva etapa desde la articulación de su lectura culturalista en la reconstrucción democrática; luego, se presenta su análisis de los orígenes del liberalismo como la ética política para el desarrollo desde esa base culturalista; en tercer lugar, se aborda la idea del autor sobre “el liberalismo a la ofensiva”, como modo de leer su programa político. Finalmente, presentamos una serie de conclusiones y proponemos ejes de indagación a futuro sobre la figura de Grondona en relación con problemáticas más amplias.

I. El tiempo de la democracia

Durante el final de la última dictadura argentina, Mariano Grondona publicó La construcción de la democracia, un trabajo que recopilaba sus columnas periodísticas de los años previos. Allí buscaba exponer que la década de los setenta había sido una donde la sociedad argentina se había enfrentado a la violencia, el autoritarismo o las salidas “por arriba” (en una doble acepción: desde el poder político y como direccionamiento vertical) a problemas de larga data, pero al mismo tiempo había intentado una y otra vez construir un orden democrático. Publicado por la mayor editorial universitaria de la Argentina, Eudeba, el libro era al mismo tiempo un racconto de las notas de opinión de quien desde 1958 escribía artículos de ese tenor y una estrategia intelectual para posicionar su figura en la gramática de la democracia que despuntaba. En la introducción, Grondona destacaba: “La democracia es difícil y factible. Un desafío. Una ‘construcción’” con un profundo sentido cultural: la de una sociedad y una cultura democráticas (Grondona 1983: 6). Este diagnóstico había surcado a los intelectuales liberal-conservadores argentinos desde 1955, pero adquiría en el enfoque de Grondona una nueva inflexión: no se trataba ya de enfocar las relaciones entre democracia y totalitarismo (Vicente y Morresi, 2017) sino de reformular la cultura en el plano de un liberalismo triunfante que debía reajustarse sobre sí mismo.

Desde finales de la década de 1960, Grondona había ganado gran visibilidad pública, ya que desde la televisión había accedido a un público más amplio y diferenciado que aquel que consumía las publicaciones (empero, de gran circulación varias de ellas) donde firmaba columnas políticas. En esos años, las diversas encarnaciones de Tiempo nuevo, donde fungía como analista al lado del conductor Bernardo Neustadt, llevaron su rostro a los topes de los ratings, cerrando una consagración masiva que se articulaba con sus notas en el semanario Gente, el de mayor tirada del país. Si bien en años anteriores Grondona había tenido diversas apariciones en el periodístico de Canal 13 Parlamento 13, ese perfil vinculado a la industria de medios masivos complejizaba la silueta de un analista que supo transitar por medios para círculos informados (en la jerga periodística de la época), que pasaron desde emprendimientos como La Opinión, el matutino de Jacobo Timerman, Carta política, solventada por el empresario Raúl Piñeiro Pacheco o la revista internacional Visión. En todos ellos, Grondona devino pluma central y, en los dos últimos, llegó a director durante el final de los ‘702. Durante la última dictadura, Grondona terminó de convertirse, como señaló su biógrafo no oficial Martín Sivak, en “multimediático” (Sivak 2005: 180-190). Fue también un momento en el que su actuación como asesor de la Fuerza Aérea lo había colocado como uno de los referentes civiles en la densa trama de la interna militar3. En una y otra faceta, Grondona había propuesto diversas salidas para la argentina post-procesista, que giraban sobre una serie de horizontes: superar la conflictividad social, encausar a los partidos políticos y otras instituciones en un proyecto común, estructurar una institucionalidad que se desarrollase por etapas, adjudicar un rol de veedores a las Fuerzas Armadas. El final por colapso de la dictadura impidió que esas ideas se pusieran en práctica, y abrió el camino a una reconstrucción democrática que fue leída al interior del universo liberal-conservador de modos dispares, pero donde hubo una coincidencia: la derrota del peronismo en las elecciones de reapertura democrática mostraba que la democracia era posible (Vicente 2015, Morresi 2019).

Para 1983, la trayectoria de Grondona lo hacía largamente un referente central en las derechas argentinas. Parte de la generación de intelectuales liberal-conservadores que habían ganado visibilidad tras el golpe de Estado contra Juan Perón en 1955; columnista político clave de medios modernizantes como Primera plana y La Opinión, donde había bregado por construir la figura de Juan Carlos Onganía como líder capaz de reordenar al país, tanto como albergado esperanzas en el retorno de Perón como el político que articularía una política centrista4; director de publicaciones como las mencionadas Carta política y Visión; ensayista en textos de repercusión como La Argentina en el tiempo y en el mundo, publicado en 1967 y Los dos poderes, de 1973; profesor de Derecho Político en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, parte del grupo de docentes del grupo de Ciencias Sociales de la Universidad del Salvador y analista televisivo del exitoso ciclo conducido por Bernardo Neustadt. Grondona también había pasado por la función pública durante el interinato presidencial de José María Guido y en la gestión dictatorial de Onganía, e intervenido en el conflicto militar entre Azules y Colorados escribiendo documentos para los primeros, como el permanentemente citado Comunicado 150, sobre el que incluso ironizó el propio Menem (Sivak 2005). Las notas escritas con el seudónimo Guicciardini durante la última dictadura fueron motivo de polémica sobre el final de los años noventa, cuando se desveló su autoría y Grondona realizó una sonada autocrítica mediática de sus vínculos con el golpismo5.

Las décadas de 1980 y 1990, entonces, fueron etapas de redefinición de la figura de Grondona, en las que según sus palabras pasó de ser “un conservador” (Grondona 1987) y “un desarrollista” (Grondona 1992) a un liberal, dando lo que definió como “un giro progresista”, que llevó a diversas reacciones de polemistas6. Para cuando comenzó el ciclo que cubrimos, Grondona se consideraba “de centro derecha”, un “liberal-conservador” (Grondona 1999: 19), pero entendía que en su posición había, sin contradicciones, también pautas progresistas7. Grondona leía su trayectoria como marcada por una serie de cambios que lo llevaron del realismo político de raíz tomista y marcado por lecturas de clásicos que iban de Aristóteles a Nicolás Maquiavelo hacia un liberalismo abierto que, entendía, en esos años debía debatir la tradición liberal entre las concepciones de John Rawls hacia la izquierda y Robert Nozick hacia la derecha.

La pregunta por la democracia que abría el texto con el cual Grondona colocó su perfil en la transición fue la que marcó su interés en las décadas de 1980 y 1990, y sobre la que articuló su silueta. Allí se reformuló como un ensayista de la democracia y el desarrollo, al mismo tiempo un periodista que analizaba la política como dinámica del día a día y un teórico que se preguntaba por las bases cultural-políticas para alcanzar ese desarrollo por la vía democrática. Max Weber, señalaba Grondona, había sido la inspiración de la “trilogía sobre el desarrollo”: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber, se me impuso (...) como la piedra fundamental de la explicación del desarrollo y el subdesarrollo” (Grondona 1999: 20). Weber fue uno de los autores nodales durante la década de 1980, un modo con el cual una parte de los autores que llegaban desde la izquierda pudo conectar el marxismo con el liberalismo al seguir las operaciones de determinados teóricos europeos. En el campo de las derechas liberales, Weber por su parte permitió conciliar una mirada amplia sobre los procesos culturales con una reflexión sobre el liberalismo ético y las instituciones, que también fue central en esa etapa (Pinto 1996, Freibrun 2014).

Grondona planteó su proyecto como un ciclo a desarrollar en tres etapas, cada una marcada por un libro: Bajo el imperio de las ideas morales. El desarrollo moderno como un fenómeno social, que editó Sudamericana en 1986; Los pensadores de la libertad. De John Locke a Robert Nozick, que salió al año siguiente en el mismo sello; el tercer volumen fue anunciado por Grondona en esos mismos trabajos como el cierre del ciclo y resultado de dos borradores presentados en sus clases en Harvard, pero sin embargo fue publicado más de una década luego. Las condiciones culturales del desarrollo económico. Hacia una teoría del desarrollo, se editó por Ariel en 1999. En medio de las dos primeras obras y el cierre de su trilogía, Grondona publicó trabajos que se vincularon con el propósito de esos tres libros, desde perspectivas más coyunturales: El posliberalismo, editado en 1992 por Planeta; La corrupción, por la misma editorial un año luego, y también por esa casa La Argentina como vocación, en 1995. El mundo en clave, lanzado por Planeta en 1996, compiló algunos de sus textos sobre asuntos internacionales, donde también se hacían presentes varias de las inquietudes de la trilogía8.

En diversas ocasiones, como una consigna, Grondona repetía que sus pasiones eran su familia, su país y el desarrollo. Hijo intelectual, a su modo y como reconocía, de una época que pensaba el horizonte del desarrollo como clave y mandato, para la década de 1980 sus ideas sobre la cuestión pasaban por la centralidad de la cultura por encima de otras alternativas, como el estructuralismo económico o el foco institucional. El debate acerca de la cuestión cultural que Grondona emprendió en los textos que revisaremos debe ser enmarcado en una serie de discusiones sobre cómo lograr el desarrollo pero, como enfatizaba el autor, también acerca de qué tipo de sociedad y cultura debían ser protagonistas de esas estrategias. Estas cuestiones habían sido enfocadas desde la etapa abierta por el golpe de Estado de 1955, cuando Grondona ganaba visibilidad pública, por diversos enfoques con impacto en el marco argentino, como la “Economía del Desarrollo” y el estructuralismo latinoamericano, que consideraban crucial la industrialización como prerrequisito para el desarrollo, la escuela neoschumpeteriana que veía en la innovación tecnológica la médula de éste y las teorías neoliberales que sostenían que una sociedad de mercado garantizaría una mejora generalizada del bienestar (Aronskind 2008, Morresi 2008, Barletta, Pereyra y Yoguel 2014).

Para Grondona, el rol dominante del estructuralismo en las ciencias sociales había llevado a dinámicas polémicas, como que por momentos culturalismo e institucionalismo se confundieran como “oposición” al estructuralismo y por ello sus parámetros quedasen, también, enrarecidos. En tal sentido, su mirada apuntaba a una lectura institucional de la cultura política: las instituciones políticas aparecían como realizaciones que plasmaban la cultura más general de la sociedad y, por ello, el lente culturalista debía apuntar al análisis de qué rasgos cultural-políticos permitían la erección de instituciones políticas que promovieran el desarrollo económico. Esa cultura política se articulaba desde bases morales y, en lo que Grondona marcaba como mundo desarrollado, se expresaba a través del ideario y el modelo político liberal. Esa lectura definía tanto la narración general de su trilogía como el interés principal de las intervenciones públicas de Grondona en esos años: “El dato decisivo no está en las estructuras sino en las mentes”, enfatizaba (Grondona 1999: 94). Como si repusiera a los historiadores de las mentalidades, no se trataba, entonces, de analizar a qué tipo de forma mentis dio lugar la “revolución liberal” sino, por el contrario, qué tipo de mentalidad permitió el surgimiento de ese fenómeno. Por ello su lectura se remontaba a los orígenes del liberalismo como ética política.

Lo que moviliza a los anglosajones desde el inglés John Locke en el siglo XVII hasta los Estados Unidos de hoy es la fobia al absolutismo y al despotismo. Lo que menos quieren los anglosajones es que el gobierno adquiera demasiado poder. Pero la Argentina y los países latinos, a la inversa de los países anglosajones, no sólo han conocido el despotismo sino también un mal aún más profundo: la anarquía. Es la anarquía y no el despotismo lo que engendra en ellos el máximo temor” (Grondona 1999: 97).

Esta lectura de Grondona era la base de su programa: el mundo atlántico se había desarrollado desde una ética de nuevo tipo, que había adquirido densidad ideológica con el liberalismo, lo que fue la clave para la organización político-institucional y dio lugar a un formato económico que llevó al desarrollo integral. ¿Cómo lograrlo para la Argentina?

II. El liberalismo como ética política

En el prólogo del primero de los trabajos de la “trilogía del desarrollo”, Los pensadores de la libertad, Grondona señalaba que había comenzado a interesarse “poderosamente” por las ideas del liberalismo a comienzos de los años ochenta, ante el “desmembramiento de la idea de la libertad” que se vivía en una América Latina marcada por regímenes militares que “decían albergar políticas económicamente liberales pese a ser, en lo político, antiliberales por definición” (Grondona1986: 7-8). Recordemos que la dirección de Visión le daba a Grondona un mirador privilegiado sobre el subcontinente, en tanto circulaban por sus páginas académicos, periodistas y políticos que escribían y cruzaban lecturas sobre la región. Su revalorización del liberalismo, inicialmente, giró en torno a “una de las obras maestras del siglo XVIII: La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith. Oculto tras la fama de La riqueza de las naciones, aquel otro libro del gran escocés marca un rumbo definido en dirección de una síntesis ignorada por los argentinos: el individualismo y la solidaridad”. Polemizando con versiones radicales del neoliberalismo pero también con la tradición liberal argentina, Grondona subrayaba que el liberalismo solidario era no sólo posible, sino deseable. Esa idea de solidaridad lo llevará una y otra vez a compaginar su mirada sobre el liberalismo en plural entre las posiciones centradas en la ética de la justicia de Rawls y la idea de Estado mínimo de Nozick, que a su vez determinaban dos propuestas políticas para el modelo liberal entendido como matriz política sistémica.

“Las ideas de la libertad, los valores del desarrollo, nacieron fuera de nuestra cultura”, marcaba Grondona (1986: 9), por lo cual era necesario estudiarlas, adaptarlas y competir con ellas: el conocimiento de la tradición liberal debía articularse con una traslación inteligente al ámbito local, sobre sus particularidades culturales y, desde ese marco, buscar una versión local capaz de promover una síntesis capaz de competir con la de los países donde nació el liberalismo. Allí estaba, entonces, el gesto pionero de Alberdi, como veremos. Se trataba, por lo tanto y como primer paso de ese proyecto, de estudiar al liberalismo como ideario que articuló esas ideas, desde el siglo XVIII hasta la actualidad en que escribía Grondona. Pero si en el liberalismo se hallaban las claves político-ideológicas de los valores del desarrollo, por debajo de ese proceso debía analizarse qué ética sustentaba la visión culturalpolítica del desarrollo. Era por eso por lo que en el prólogo de Bajo el imperio de las ideas morales, Grondona abordaba ese ángulo, bajo …el estímulo de una sospecha: la distancia que separa el mundo desarrollado del que no lo está, ¿no será después de todo de naturaleza cultural? Cada vez me parece más evidente que las sociedades desarrolladas giran en torno de determinados valores cuya ausencia explica por qué no se han desarrollado las demás. Esta sospecha condujo a una búsqueda: determinar cuáles son esos valores que nos faltan, pero aprender también los valores que nos sobran para alcanzar el desarrollo (Grondona 1987: 7).

En el planteo de Grondona, a partir del siglo XVIII el liberalismo había hecho converger, de modos diversos pero coherentes, un tipo de ética que promovió conjuntamente una clase particular de individualismo y la solidaridad social 9 . Esa ética, subrayaba, se realizó en torno a valores que articularon la cultura de las sociedades donde se forjaron las bases del desarrollo moderno. Del mismo modo, en otras donde este proceso no se dio predominaron valores muy diferentes.

Para Grondona, el liberalismo integral, al que llamaba con énfasis político”, para separarlo de lo que entendía como visiones economicistas, había nacido con Locke. Si bien su lectura se articulaba con una pauta generalmente aceptada en las historias sobre el pensamiento liberal, entraba en polémica con diversos referentes del neoliberalismo argentino que preferían remitir su nacimiento a Adam Smith o colocaban al escocés como el autor central del primer liberalismo, como se hizo corriente a partir de ese momento (Benegas Lynch 1993, Zinn 1995). Aquí deben marcarse dos cuestiones: por un lado, ante Locke la lectura de Grondona es la de quien se acerca al liberalismo atlántico desde una formación basada en los clásicos y el liberalismo hispanoamericano; por otro, que su polémica con los lectores neoliberales de Smith no dejaba de lado una puja con las lecturas desde la izquierda del autor escocés, especialmente las de la década de 1980, como las de Michael Walzer, con quien Grondona solía recordar en sus programas haber debatido informalmente en Harvard.

Si Locke daba inicio al liberalismo integral, político (como subrayaba Grondona), Smith aportaba el eje sobre la Economía de base moral, pero lejos del economicismo o de un elogio de “la mano invisible del mercado”, en tanto veía ese mecanismo como un análisis realista del escocés antes que un modelo idealizado por él, algo que sí hacían sus malos lectores, enfatizaba Grondona, en otro dardo a ciertos neoliberales argentinos. A través de la recuperación de estos dos teóricos europeos, entonces, el ensayista sentaba las bases de su genealogía del liberalismo.

Las lecturas sobre la cultura política creada por el liberalismo eran llevadas al campo de la experiencia nacional con la figura de Alberdi, único autor de habla castellana que Grondona colocaba en su genealogía. Grondona postulaba en el tucumano la figura que permitía retomar la línea de construcción de un liberalismo posible, con una concepción de la libertad entendida no como idea sino como un hecho práctico y elemental de la vida humana. En la reconstrucción de Grondona, se destaca la ausencia de otros representantes del liberalismo argentino del siglo XIX, como el caso de Domingo Sarmiento o Esteban Echeverría, miembros de la generación del ‘37 como el autor de las Bases… Allí también Alberdi representaba la racionalidad procedimental que Grondona perfilaba como kantiana frente al impulso pasional y la vehemencia de Sarmiento o el romanticismo de Echeverría.

Alberdi era la plasmación en la historia local de su idea de transformación cultural necesaria para la adopción de un capitalismo liberal, la muestra de que su proyecto era lograble porque ya había sido posible.

Grondona recreaba las bases del liberalismo integral y ético como cultura internacional y luego se enfocaba en sus bases en la historia local, por lo que sus ironías sobre los neoliberales argentinos se enmarcaban en una discusión más amplia y que entendía como necesaria: la cuestión de hasta dónde se podían correr los límites del liberalismo en aras de las demandas sociales. En ese marco se introducía el debate entre Rawls y Nozick, los pensadores que para Grondona eran los grandes referentes de dos vertientes del liberalismo, que le permitían trazar los ejes sobre los cuales debería darse la política futura: un partido liberal-conservador y un partido liberal-progresista. El modelo norteamericano de bipartidismo era el horizonte que marcaba cómo pensar los planos del debate político posible. En ese marco, Rawls le servía a Grondona para argumentar la lógica social-demócrata en el marco del respeto a las consignas liberales y Nozick representaría el eje vinculado al individualismo, pero sin caer en extremismos10. Ambas opciones cohabitarían, así, en un sistema político que dejaría por fuera opciones antiliberales: la democracia, por tanto, devenía plena y únicamente liberal. Si por un lado Grondona reescribía el gesto alberdiano de pensar un sistema político argentino basado en el modelo estadounidense, por el otro insertaba su reflexión en el avance liberal de la época.

III. El liberalismo a la ofensiva

En 1991 el mundo asistió a un acontecimiento liminar: la disolución de la Unión Soviética, que en miradas como las de Eric Hobsbawm dio fin al corto siglo XX (Hobsbawm 2003). Este bloque, que junto a los Estados Unidos había consolidado el orden bipolar posterior a la segunda guerra mundial, se derrumbó económica y territorialmente debido a las reformas llevadas a cabo por Mijaíl Gorbachov, conocidas como Perestroika. El colapso económico de la Unión Soviética implicó el paso veloz de una economía planificada, que se autoasumía socialista, hacia una de mercado. Junto con la caída del muro de Berlín en 1989 y el surgimiento del denominado Consenso de Washington, estos hechos reconfiguraron el escenario político internacional, poniendo final al ciclo de la guerra fría (Gaddisn 2005).

En nuestro país el presidente Menem encaró una serie de reformas estructurales en sintonía con ciertas ideas del Consenso de Washington (pero, como le enfatizaron sus críticos neoliberales, no con el programa en su totalidad: Benegas Lynch 2004). Frente a este giro neoliberal del presidente peronista, desde ciertos sectores intelectuales se le objetó el enfoque de sus políticas económicas pero también lo que se entendió como sus excesos y su escaso republicanismo en el ejercicio del poder, en la ética y la estética. De esta forma, si la economía fue vista por muchos analistas como una “sombra” del gobierno de Menem a partir de las consecuencias socioeconómicas generadas por el modelo neoliberal (celebrado asimismo por diversas voces y consolidado en las urnas), el aspecto institucional fue otro eje central del debate intelectual de esos años, pues no conformó a sus críticos por izquierda ni por derecha, aunque fue asumido por otros actores como un mal necesario para encarar las reformas e incluso como un modo de renovar al peronismo (Borón et al. 1995, Canelo 2011, Souroujon 2014).

En ese contexto, Grondona también proponía pensar la tradición liberal para interpretar con ella la transición democrática, tanto la de los países de la región como la de los de la desintegrada órbita soviética. Era, por lo tanto, un punto de partida de su producción el triunfo de las ideas liberales y de la democracia como tablero de juego político, que implicaba reinsertar la tradición liberal en el amplio espacio de los discursos democráticos y, a su vez, quitarle la rémora elitista y golpista que arrastraba en el caso argentino (y latinoamericano), de allí sus constantes señalamientos al tema. Por otro lado, también era una operación de realismo político (una de las constantes características de Grondona): ese tablero era el único disponible por mostrarse, allí, el único posible.

Este tránsito por las ideas liberales puede interpretarse, como mencionamos, como la construcción de su propio paso como intelectual que, tras su vínculo con las dictaduras, articulaba su pasaje al espacio democrático a partir de la reivindicación de un liberalismo aggiornado a las nuevas etapas y enraizado en sus grandes teóricos. Iniciada con La construcción de la democracia, esta estrategia intelectual de Grondona implicaba un giro, que pasaba del analista político hacia el de un pensador y difusor de las ideas liberales, en busca de la conformación de una cultura que lograse impulsar el desarrollo. En un punto, Grondona seguía siendo un teórico del desarrollo, como en los años sesenta, pero desde otro ángulo. En ese plano, se identificaba con algunos intelectuales, especialmente norteamericanos, que imbricaban la faz académica y las intervenciones mediáticas como forma de aportar a los idearios políticos desde la arena pública coyuntural: la puja con la agenda diaria era un menester para la teoría ideológica. En un sentido, la distinción que gustaba establecer en esa etapa dibujaba el perfil que Grondona buscaba para sí: había periodistas políticos-académicos y académicos-periodistas políticos; Walter Lippman había sido mayormente un hombre del primer perfil, privilegiando su rol de analista, y Raymond Aron del segundo, con la academia como foco central. Grondona se identificaba, en su práctica, con el intelectual estadounidense por encima de su, empero, admirado Aron.

En ese contexto, en 1992 Mariano Grondona escribió El posliberalismo, un trabajo que intervenía en el proceso de su trilogía, la complementaba en varios puntos y buscaba reposicionar su idea de lo que debería ser el nuevo orden liberal, a la luz de la caída del Muro de Berlín y del impacto internacional de la teoría del politólogo Francis Fukuyama sobre “el fin de la historia” (Fukuyama 1991). Dentro de ese nuevo marco los viejos enemigos del liberalismo parecían haber desaparecido, por lo que el autor se sumergía en la indagación de las condiciones necesarias que el sistema político liberal tendría que reunir para, desde ese trampolín, acceder al desarrollo. El desarrollo en Argentina debería ser a la “italiana”, es decir, la democracia primero y luego el sistema económico, repitiendo en un movimiento más corto el ciclo largo del liberalismo de los países desarrollados. Por ello todo el escrito intentaba resaltar la necesidad de construir una serie de valores cristalizados en instituciones políticas que permitiesen generar el desarrollo, tal la inquietud central de su trilogía, pero aquí con una atención a la coyuntura que lo transformaba en un trabajo más abierto al debate y la puja que al gran gesto analítico.

Grondona se preguntaba cómo debería reaccionar un liberal ante el triunfo de las ideas liberales. El planteo partía entonces de esa premisa para, en un segundo movimiento, ir hacia la idea de impedir la conformación de un dogma. Era patente, como marcamos, la necesidad de construir un liberalismo crítico que respondiera a lo que para Grondona era la esencia del pensamiento liberal, un liberalismo plural, abierto y contrario al dogmatismo o las fórmulas. Ello era una posición del autor sobre cómo leer al liberalismo desde las propias miradas liberales en dos vertientes: una, la propuesta de que en el liberalismo había un acceso a una verdad político-económica, que Grondona identificaba con Ludwig von Mises; otra, la que pensaba al liberalismo como una búsqueda, de la mano de Karl Popper, y donde Grondona se colocaba. Desde ese eje, su crítica a Fukuyama subrayaba que el liberalismo debía estar abierto a la crítica y la superación, todo lo contrario a lo que veía en la propuesta del autor de El fin de la historia y el último hombre.

Estos debates podían incluir perspectivas diversas siempre que, subrayaba Grondona, no se volviesen “agresivas”, antisistémicas. El horizonte de violencia que había cruzado al siglo XX era el punto que, enfatizaba, debía superarse en ese fin de centuria. De esta forma, Grondona señalaba que ciertos liberales de América Latina debían dejar de lado sus opciones autoritarias, al tiempo que destacaba que el socialismo democrático actuaba con madurez, como mostraba el caso de Europa, donde se incluía dentro de las ideas que no cuestionaban la libertad entendida en sentido de la tradición liberal. La línea divisoria se establecía con el socialismo latinoamericano, que incluía al populismo, cuyo carácter Grondona señalaba como precapitalista. De ahí su preocupación por un tercer tipo de Estado que entraba en conflicto con el liberal y el social-liberal, una forma esencialmente antiliberal y además propia de América Latina, donde la sucesión de populismos, autoritarismos, visiones mesiánicas y planificación ineficaz habían dado forma a un tipo de Estado antiliberal11.

La característica del Estado antiliberal era para Grondona la planificación integral que aspiraba a cubrir todo el espacio económico y la vida social. El problema de tal forma estatal estaba dado en que “sofoca la creatividad, anula la iniciativa y tiñe de gris la vitalidad” (Grondona 1992: 112). No obstante, el problema parecería persistir, pues aunque el mundo socialista había caído, el derrumbe de esas concepciones no implicaría necesariamente la adopción de las medidas tendientes al desarrollo: los sucesos de la URSS no aseguraban, en la mirada de Grondona, el ingreso al camino de la prosperidad y la democracia entendida en los términos liberales.

Su perspectiva del posliberalismo lo posicionaba de forma crítica frente al neoliberalismo argentino, en una reversión de las pautas que expresaba de modo menos directo en la trilogía. Así “la misma desmesura que antes se instaló en la Argentina para crear un Estado intervencionista, se nos pretende imponer hoy para propagar la deificación del mercado” (Grondona 1992: 114). Esas críticas al tipo de neoliberalismo aplicado en el país atravesaban, así y con diferente perfil, la trilogía sobre el desarrollo y los textos más coyunturales, pues Grondona tenía la certeza de que el triunfo del neoliberalismo estaba llevando a varias sociedades (y en especial a una que leía como extrema, tal la Argentina) a una forma liminar como la de la planificación previa, a un modelo cerrado y autorreferencial. De ahí que en La Argentina como vocación enlazara su lectura posliberal con el horizonte del país:

El intento de iluminar otra vez el paisaje del centro, la idea de explorar las sendas del posliberalismo, apunta en el fondo a un giro que termine con los giros: la radical innovación de una Argentina constante, mesurada, racional, cuyas oscilaciones no impidan la continuidad de sus procesos político y económico, de sus instituciones. Después de décadas de andar a los tumbos, ésta sería nuestra verdadera conversión (Grondona 1995: 65).

El posliberalismo fue presentado por Juan Carlos Portantiero, quien en esos años, tras ser asesor del gobierno de Raúl Alfonsín era un referente central de la intelectualidad socialdemócrata, justamente el sector con el cual Grondona buscaba un diálogo que ampliase la esfera del liberalismo. Este tipo de puentes con representantes de un universo intelectual que no era el suyo, en un punto hablaban más enfáticamente del sitio donde Grondona aspiraba a posicionarse que los nombres que circulaban por su programa de televisión: no se trataba entonces de un abanico de voces propio de las rutinas del periodismo sino de un clivaje que abarcara el mapa liberal completo. Esa lectura de Grondona tenía, entonces, un sentido performativo: “el centro soy yo”, como respondió a una pregunta de la periodista Ana Barón cuando ella le preguntó cuál era el centro político, el justo medio de su admirado Aristóteles, que operaba no sólo como prudencia analítico-política sino en tanto mirador para la política y las ideologías de su tiempo.

En torno a la Argentina, precisamente, la última parte del libro se preguntaba acerca del futuro del país bajo una clave: entender hacia dónde debía dirigirse, desarrollarse, la nación. Descartados los trajes de Mao y las camperas, ironizaba Grondona, los argentinos estaban dispuestos a utilizar el saco y la corbata occidentales. Ahora bien, ¿qué tipo de capitalismo debería tomar la Argentina como modelo? Grondona distinguía distintos caminos: el Estado liberal clásico al estilo norteamericano, el Estado social liberal al estilo europeo y un tercer modelo que correspondía a los países que llegaron tarde al desarrollo y debieron consolidar una burguesía empresaria al estilo de Japón y Corea. La conclusión era que se hacía necesario pensar la propia vía argentina teniendo en cuenta las ventajas competitivas, entendidas como las capacidades estatales de dar lugar al desenvolvimiento de las innovaciones, la tecnología y la capacitación humana: “La fórmula correcta sería una economía cada día más abierta que, sin matar de golpe a nuestras empresas, las amenace de muerte inexorable si no deciden competir” (Grondona 1992: 157). En ese punto, Grondona se alejaba de las voces que, desde diversos espacios del liberalismo local, promovían la idea de las ventajas comparativas como un modelo basado en la pauta agropecuaria en detrimento de la industria, costosa e ineficaz. Para ello, Grondona apostaba por un Estado que condujera y motorizara la dinámica privada, que no debía limitarse a modelos excluyentes: “El Estado es el jinete de un noble corcel: el sector privado. Su misión es espolearlo. El pecado del estatismo fue pretender que el jinete sustituyera al caballo” (Grondona 1992: 157).

En ese contexto, si bien se reconocían las directrices básicas del modelo económico de Menem, no tardaron en surgir, como marcamos, las críticas que se orientaron recurrentemente a la delegación legislativa y al decreto presidencial como modalidad de gobierno, la venalidad de los funcionarios, en tanto eran formas poco republicanas, y las consecuencias sociales del enfoque económico. Como marcaron Minutella y Álvarez (2019) en los años noventa adherir a la búsqueda de mayor equidad social, a la transparencia institucional y la crítica de la corrupción implicaba posicionarse dentro del campo progresista, en un movimiento que fue ejecutado por figuras muy diversas. Ello permite dimensionar cómo uno de los elementos centrales en el pensamiento de Grondona fue la cuestión de la corrupción. Este movimiento implicaba necesariamente distanciarse de Menem, quien para 1993, cuando Grondona editó un libro dedicado al tema, ya había lanzado las transformaciones de mercado proyectadas por el ministro Roberto Dromi (Menem y Dromi 1990). Para Grondona, la corrupción era “el tercer desafío democrático que los argentinos debemos enfrentar desde que en 1983 nuestro país retomó la senda constitucional” (Grondona 1993: 2). Ese desafío, explicaba, se inscribía en una trama histórica que había tenido dos instancias fuertemente marcadas por etapas previas: la primera fue luego de 1930, donde la sociedad había revalorizado las instituciones democráticas; la segunda, el aprendizaje social posterior a 1955, de rechazo al populismo en materia económica. La tesis del libro se asentaba sobre la idea de que, después de haber resuelto los desafíos de la inestabilidad política y de la económica, restaría enfrentar un tercer desafío: la corrupción.

Esta preocupación de Grondona estaba en sintonía con la agenda mediática y política de ese contexto, en tanto a partir de los primeros años de la década del noventa la corrupción alcanzó estatus de problema político. Como bien marcó Sebastián Pereyra (2013), si bien las cruzadas anticorrupción tendieron a multiplicarse en prácticamente todo el mundo, los casos nacionales presentan importantes diferencias: mientras que en los países europeos las coaliciones anticorrupción estuvieron encabezadas por jueces, en los países latinoamericanos la iniciativa recayó más bien en los periodistas lo que, inclusive y como marcamos antes, definió los contornos del mapa político desde los posicionamientos sobre el menemismo.

Para Grondona, era de interés subrayar que la etapa en donde la sociedad se preocupaba por la corrupción permitía una mirada esperanzada, puesto que del “invierno de la corrupción a la primavera de un Estado confiable podrá seguir entonces la explosión veraniega de un capitalismo auténticamente competitivo” (Grondona 1993: 79). Este desarrollo sólo podía darse a partir de la conformación de una cultura que superase este tercer escollo. A horcajadas del tópico de la corrupción, además, Grondona podía adoptar una posición distante, crítica o “posliberal” del menemismo, mientras se implementaban reformas que habían recibido su apoyo genérico.

¿De qué se trataba, entonces, la corrupción? Grondona señalaba que corromper consistía en “alterar o trastocar la forma de alguna cosa”. Corromper era, en esta interpretación, desnaturalizar y desviar algo del fin hacia el cual naturalmente tendía. Esta concepción de la corrupción le permitía articular otros sentidos a la idea de corrupción como venalidad: existía un estado de corrupción que implicaba el apartamiento de un destino natural de las conductas. Nuevamente, el Grondona inmerso en el liberalismo finisecular pensaba con un sentido moral imbuido de una concepción religiosa. La corrupción, además, era una reducción de tipo crematístico del capitalismo, un capitalismo sin moral que Grondona veía como la apropiación individual de lo que debía ser un modo de organización social (Grondona 1993 y 1995).

En el plano de la historia política nacional, la corrupción política era para Grondona un problema estructural de largo plazo, que veía instalado estatalmente durante las dos primeras presidencias de Perón. El problema, proseguía, se fue agravando con el correr de los años y así como el régimen militar de 1976-1983 fue incomparablemente más corrupto que el de la autodenominada Revolución Argentina, existe hoy la sospecha generalizada de que los últimos gobiernos radical (1983-1989) y peronista (1989) en nada han contribuido a moralizar las costumbres de los funcionarios públicos. ¿Qué fue lo que sucedió para que nos encontremos hoy en este estado? (Grondona 1993: 14).

No obstante, la centralidad otorgada al peronismo en la cuestión de la corrupción, Grondona reconocía otras causas que le permitían también distanciarse del liberalismo más economicista, en sintonía con los otros textos citados en este trabajo, por dos vías. Por un lado, refutando las miradas meramente celebratorias sobre la Argentina liberal: así, uno de los problemas basales del país había sido la paradoja de la “generación del ‘80”, que a la vez que impulsó el desarrollo cometió el grave error político-cultural de no crear industrias ni buscar diversificar la economía. De esta forma, se excluyó, según Grondona, a criollos e inmigrantes de la distribución de “tierras conquistadas a los indios; y no se supo absorber al inmenso flujo migratorio ni económica ni culturalmente” (Grondona 1993: 14). En esa lectura de corte sociológico, Grondona volvía a una preocupación que había expresado en las décadas anteriores: la incapacidad del orden ochentista en conformar una sociedad integrada y conducir políticamente la superación del régimen (Grondona 1967).

La lectura de Grondona se posicionaba en discusión con el economicismo, al que como vimos enfrentaba en distintas ocasiones, al plantear que era un error que compartían tanto neoliberales como simpatizantes de las ideas socialistas: los primeros consideraban que los países desarrollados eran aquellos donde el sector privado era amplio y el sector público restringido; los segundos, que denominaba “filomarxistas”, sostenían que en un país desarrollado el sector público debía crecer y el privado limitarse. Según su interpretación, en ambos casos se daba por supuesto que la cuestión estructural era la de la propiedad de los medios de producción. Su tesis era, contrariamente, que una sociedad evolucionaba hacia el desarrollo, “si los dos protagonistas del cambio -funcionarios y empresarios- tienen una actitud cultural proclive al desarrollo” (Grondona 1993: 24), tal como lo destacaba en su trilogía.

El énfasis de Grondona sobre el tópico de la corrupción, como indicamos, reperfilaba su figura en el universo político de los años noventa al ponerlo en diálogo con quienes promovían la crítica al menemismo desde la condena a las prácticas corruptas. Ello llevó a Grondona a sentar en su mesa televisiva a figuras del progresismo como los mencionados Verbitsky, autor del libro más vendido sobre el tópico (Verbitsky 1991) y Lanata, ambos en suerte de contrapuntos consigo e incluso como representantes de la competencia televisiva; el fiscal Luis Moreno Ocampo, un visible activista judicial y social, y las figuras de su Poder Ciudadano; y, especialmente, “Chacho” Álvarez y, luego, Fernández Meijide12. Esas pautas y las formas de entender el liberalismo que expresó Grondona difirieron de los de Neustadt desde antes de la ruptura entre ambos y fueron centrales en la construcción de su perfil: si este se presentaba a sí mismo como “un simplificador”, Grondona ocupaba el lugar del reflexivo; si Bernardo promovía un liberalismo capaz de estar al alcance de “Doña Rosa”, el personaje que representaba a “la gente común”, Mariano buscaba dotarlo de densidad, apelando al ciudadano. A medida que la estrella de Neustadt se eclipsaba con el correr de la segunda mitad de la década de 1990, Grondona se convertía en el principal periodista político del país, referencia para actores de todo el arco ideológico (Vommaro y Baldoni 2012).

Hacia finales de la década, una encuesta del Frepaso daba a Grondona como uno de los nombres “independientes” predilecto de los seguidores de la fuerza liderada por Álvarez para una candidatura13. Culminaba, por ese entonces, su “giro progresista”, mientras el modelo neoliberal mostraba abiertamente las grietas socioeconómicas que se habían señalado desde inicios de las reformas, la corrupción seguía en primer plano como problema público y la Alianza entre el Frepaso y la UCR iniciaba su recorrido como contracara ético-estética del menemismo, pero respetando el modelo construido por el riojano. Ese mismo que, en el desenfadado diagnóstico de Asís, había colocado a Grondona en el progresismo satelital que parecía azorar a ciertos analistas y que, como buscamos mostrar, se trató de un proceso más complejo que el que reflejaba esa ironía.

IV. Conclusiones

Las décadas que nos ocuparon en este texto fueron años de gran producción intelectual para Grondona, ya que además de los trabajos ensayísticos que recorrimos prosiguió con su carrera como periodista, especialmente como columnista en La Nación, dirigiendo Visión, con el televisivo Tiempo Nuevo primero y, tras dejar su dúo con Neustadt, con Hora clave, así como con radiofónicos como Cada mañana es un mundo y Una vuelta al mundo. La figura múltiple que cultivó desde los inicios de su actividad intelectual y periodística tuvo su pico en los años que cubre este artículo, y Grondona se transformó en un referente polifacético: el profesor que llevaba la cátedra de Historia de las Ideas Políticas (su favorita, como subrayaba) a la pantalla; el periodista que leía la realidad desde una formación teórica en el Derecho y las ciencias sociales; el académico cuyas clases eran seguidas por alumnos que iban a ver “al pensador de la tele”14; el intelectual que proponía nuevos rumbos para la Argentina mientras apoyaba su carpeta con el logo de la Universidad de Harvard a la vista de las cámaras de la televisión.

En los distintos espacios, Grondona circuló las preguntas básicas de su trilogía sobre el desarrollo: ¿cómo construir un liberalismo plural y una ética capitalista para la Argentina?, ¿de qué manera tomar la senda al desarrollo? Desde esa óptica, los trabajos de tono coyuntural como La corrupción, La Argentina como vocación y El mundo en clave repetían esas cuestiones, imbricadas con un abanico de problemas que iban desde la reconstrucción del espacio postsoviético a los perfiles de los políticos argentinos posteriores a 1983, de los debates sobre cómo insertar las preguntas del posmodernismo en la relectura de la modernidad al valor de los clásicos. Si bien Grondona se ocupó de un tema de impacto en los noventa como fue la corrupción, su enfoque se alejó del que predominó en la prensa de denuncia y que dio especial tono al periodismo crítico del menemismo y la industria del libro periodístico político.

En esos trabajos, Grondona propuso leer al liberalismo como una forma cultural-política que había dado lugar a una ética capitalista que vinculaba al individuo y la comunidad por medio de instituciones políticas: esa era la ética liberal integral, la que había abierto el camino al desarrollo. Pero contrariamente a ciertos neoliberales, Grondona proponía abordar el liberalismo en plural, desde sus facetas de centro-derecha hasta las social-demócratas, medirlo en la tensión de su tradición frente a autores clave de la época como Nozick y Rawls, y proponer una modalidad específica para su adaptación en la Argentina.

En las décadas que abarcó este texto, Grondona se transformó en una de las figuras centrales de la vida pública argentina, con la validación simbólica de haber sido laureado por su rol como conductor televisivo y como analista periodístico, pero también con la legitimación de mercado dada por el rating de sus programas y por sus libros convertidos en best sellers. Sus gestos pensativos frente a las cámaras, incluso se convirtieron en material para el humor, como la imitación en el programa Videomatch, el de mayor rating de la pantalla chica de los ‘90, sección donde pasaban los imitadores de los personajes más populares del país, fueran Menem, Diego Maradona o Charly García (años luego, el propio Grondona coincidió allí con su imitador); enfrentado en términos estéticos al humorismo de la troupe liderada por el conductor Marcelo Tinelli, Caiga Quien Caiga también llevó a Grondona a sus emisiones, versionándolo en sus dibujos animados “Las cucarachas”, donde uno de los insectos del segmento, con anteojos como los de Grondona, recreaba su gesto de juntar las manos en pose reflexiva, mientras sonaba la música de Ennio Morricone que caracterizaba a Hora clave. Aún para ironizar sobre su figura, esas citas graficaban un Grondona meditativo, un intelectual que había pasado de la cátedra a la pantalla, de la biblioteca de clásicos al gran público, del análisis político de base académica a las listas de ventas masivas. Esa construcción de figura ameritaría indagaciones posteriores, en tanto Grondona se erigió como un fenómeno mediático en tiempos de transformación de la comunicación política, de espectacularización mediática de la democracia, de grandes resignificaciones del mundo editorial, y él mismo fue motor de muchas de esas novedades. Difícilmente podían ya sus adversarios ver como aquel conservador de las décadas de los ‘60 y ‘70 a este promotor de dinámicas político-culturales: en ese sentido, el Grondona de la democracia se había impuesto al previo a 1983.

Sin embargo, tras la crisis de 2001 y durante los años del kirchnerismo, el perfil de Grondona volvió a transformarse, plasmando un nuevo giro que había comenzado con la decepción con la Alianza, casi como una imagen individual del recorrido general de las derechas argentinas, o como la idea de la política como péndulo propuesta por su admirado Nozick. Ese tema, sin embargo, es también material para indagaciones posteriores, sobre otro tiempo político e intelectual.

Agradecimientos

Este trabajo se benefició de los comentarios de Micaela Baldoni, Eduardo Minutella y Sergio Morresi, a quienes agradecemos.

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1 De ahí que miradas como el ensayismo de Abraham, la investigación periodística de Muleiro o los textos de académicos como Vazeilles y Vitale tiendan a un ataque ideológico que saca de quicio las posiciones de Grondona o reduce su figura a un perfil grotesco: para el primero, Grondona era un permanente antisemita, para Muleiro era parte de quienes ostentaban “sangre dinosauria incontaminada” (Mulerio 2001: 204205) y para los historiadores era un continuador ideológico de Lugones y la tradición autoritaria integrista. Sin abundar, Marcos Novaro y Vicente Palermo cifran a Grondona como aspirante a intelectual orgánico de la última dictadura, en una nota a pie de página que no se retoma en el grueso tomo sobre esa experiencia (Novaro y Palermo 2003).

2Ello llevó a posicionar a Grondona en diversas polémicas: por un lado, en un libro que se transformó en un best-seller, Piñero Pacheco narró los vínculos entre el mundo empresarial, editorial y gubernamental de la última dictadura, donde su revista quedaba en foco (Piñero Pacheco 1982). Por otra parte, Visión era solventada por la familia del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, primero de modo solapado y luego abiertamente, algo que se le reprochó a Grondona, incluso entrado el nuevo siglo, del mismo modo que su apoyo a los golpes de Estado en la Argentina (cf. Bonasso 2002).

3Grondona, además, había sido secuestrado brevemente en agosto de 1976 junto a su esposa, Elena, por un comando liderado por Aníbal Gordon (Sivak 2005).

4Lo cual dio argumento a una boutade del líder justicialista, cuando ironizando sobre el realismo de Grondona lo definió como el mejor intérprete de su gobierno...ya que había sido “el mejor intérprete de todos los gobiernos” (Sivak 2005: 145). En una entrevista retrospectiva, Grondona señaló sobre esa expectativa que “le costó, pero Perón entendió” que debía promover la unidad, y que por ello se consideraba a sí mismo “un peronista del último Perón” (Grondona y Sirvén 2014).

5Grondona había adoptado el nombre de pluma del pensador florentino Francesco Guicciardini para sus notas en El Cronista Comercial. A fines de la década la reaparición de esas columnas fue un escándalo que movilizó notas periodísticas, debates televisivos y su inclusión en la selección anotada de prensa durante la dictadura realizada por Blaisten y Zubieta (1998). Ver Sivak (2005) y Álvarez y Minutella (2019). No era el primer seudónimo de Grondona: en los años ‘60, escribió columnas en El Mundo bajo el de Fabio, buscando apuntalar el proyecto de un frente multipartidario que llevase a Onganía como candidato presidencial. Este último nombre signaba en la tradición literaria al consejero noble, mientras el del renacentista remitía al realismo político, la crítica fría y la razón de Estado.

6Grondona utilizaba la idea de desarrollista para una visión más amplia que su propia caracterización: en el cierre de su trilogía, subrayaba que se trataba de una posición generacional sobre los principios generales del desarrollismo: “Mi generación, de una manera u otra, los siguió” (Grondona 1999: 13). Para Grondona, el desarrollismo era una versión centrista y pragmática del estructuralismo, un camino intermedio entre la teoría de la dependencia por izquierda y el “economicismo liberal” (Grondona 1999: 63-78).

7Las diversas referencias de Grondona al “centro-derecha” identificaban esa posición generalmente con versiones moderadas del liberalismo-conservador, donde colocaba en el plano teórico a Robert Nozick y en el político, por ejemplo, a Fernando Henrique Cardoso, frente a versiones radicales del neoliberalismo como Ayn Rand o un conservadurismo que, indicaba, atravesaba a sectores diversos, de derecha a izquierda, antes como una actitud que como una tradición ideológica (ver especialmente Grondona 1992).

8Sudamericana y Planeta estaban en el mismo grupo editorial, con lo cual Grondona siguió trabajando con un equipo editor similar. Ariel, por su parte, era parte del grupo Planeta. La colección Espejo de la Argentina tuvo dos grandes ejes: libros periodísticos de investigación y textos de Ciencias Sociales. Grondona fungía como un nexo de esas dos áreas (Baldoni, Gómez Rodríguez y Monteleone, 2018). Agradecemos a Micaela Baldoni por ofrecernos detalles sobre el universo editorial y la figura de Grondona.

9La idea de individualismo entre los liberal-conservadores argentinos había sido compleja: en décadas previas, la noción de “individuo” había sido rechazada en este universo, por verla parte de las visiones “extremas” neoliberales. Frente a esa idea, entre los liberalconservadores primaron ideas como el concepto de “persona humana” de la renovación humanista o una idea de sujeto virtuoso ligado a la idea republicana (Vicente 2014b).

10Esta lectura sobre Nozick era moderantista con respecto a las posiciones del filósofo. Al prologar Meditaciones sobre la vida, Grondona señalaba que el “extremo liberalismo” de Nozick en los años ochenta fue repensado por el autor al calor de la experiencia de Ronald Reagan. Allí, decía Grondona, apareció una lectura de la política como compensadora de “los efectos sociales” generados por el capitalismo (Grondona 1992: ii).

11Grondonaseñalabaquelareacciónneoliberalimplicabalacríticaa losmecanismosburocráticos delaeconomíasocialista ypopulista, dondeelburócratahacíalapolítica ensubeneficio antes que en el de la sociedad, como lo había planteado James Buchanan. Señalaba, sin embargo, que a esa lectura le cabían, igualmente, también las generales de su mirada sobre el neoliberalismo, al que señalaba su economicismo (Grondona, 1995: 53-54).

12Puede profundizarse la circulación de la pauta de la corrupción entre el Frepaso y el periodismo en Pereyra (2013), Corral (2014) y Minutella y Álvarez (2019).

13Otros nombres eran el escritor Marcos Aguinis y el periodista Horacio Verbitsky. Ernesto Semán cubrió las vicisitudes de esos trabajos de búsqueda de candidatos “ciudadanos” para los diarios Clarín y Página/12. Agradecemos a él los datos sobre este punto.

14Consultados para este texto, ex alumnos de Grondona en la UBA recordaban que en sus clases (generalmente, la que abría la cursada) los estudiantes desbordaban las instalaciones, fenómeno que no se repetía cuando eran dictadas por el resto del equipo de su cátedra. Como dijo una entrevistada: “Íbamos a ver a la figura de la tele”.

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