I. Introducción
Hay pocos filósofos contemporáneos sobre los que se haya escrito más que sobre Karl Marx. Cierto es, y esto es siempre pertinente señalarlo, que también hay pocos grandes filósofos reconocidos que hayan sido al mismo tiempo auténticos revolucionarios y agitadores de masas que consiguieran dar lugar con sus aportaciones a toda una tradición que representara la única alternativa política real al sistema capitalista. Es por ello por lo que Marx ha despertado y despierta aún un interés especial no sólo en el ámbito de la filosofía, sino de la historia y la teoría política en general.
En este sentido, los estudios sobre las influencias y los referentes fundamentales en la formación del pensamiento de Marx son numerosísimos. La literatura disponible al respecto es, de hecho, inabarcable. Son muchos y muy diversos los núcleos de influencia en el pensamiento de Marx en los que los estudiosos se han centrado. Quizás, por ello, resulta si cabe más sorprendente aún que una tradición tan importante en la formación de la historia del pensamiento y la cultura occidental como es la tradición romana clásica, máxime con la relevancia adicional que esta vuelve a adquirir en los siglos XVIII y XIX, haya sido totalmente ignorada en dichos análisis.
En el presente trabajo se pretende por ello llevar a cabo un repaso, dentro de las limitaciones que un estudio de este tipo acarrea, de las influencias más importantes de la tradición romana antigua en el pensamiento del revolucionario. La ausencia de literatura específica sobre el tema nos ha obligado a tener que centrarnos en aquellas de sus principales obras de las que se tenía constancia que introducía referencias y reflexiones explícitas sobre la tradición romana, combinando tal aproximación con un repaso de algunas de sus biografías principales y algún estudio específico sobre categorías clave para el tema que nos ocupa. De esta forma, la metodología del trabajo será exclusivamente reconstructiva, en el sentido de tratar de recoger las aportaciones más importantes de Marx sobre el tema, pero sin ser estas descompuestas críticamente o puestas a debate con construcciones similares por parte de otras corrientes de pensamiento, sino investigadas únicamente dentro de la propia obra de Marx.
II. Roma y la tradición clásica en el joven Marx
Marx fue criado y educado en una familia acomodada de Tréveris, una pequeña ciudad renana del oeste prusiano, más cercana a París (y Londres) que a Berlín, no sólo en lo que a kilómetros se refiere. Su padre, Heinrich, una de las mayores influencias del revolucionario, fue un jurista liberal de posición acomodada, de gran educación y seguidor de la literatura y la filosofía clásicas, el cual estuvo muy influenciado por la Ilustración y la Revolución Francesa y fue gran seguidor de autores como Voltaire o Rousseau (Gemkow 2010). Prototipo del hombre liberal de las primeras décadas del siglo XIX, en contacto estrecho con los sectores más afrancesados e ilustrados de la región renana, este ambiente e influencia, como la extensa correspondencia conservada entre ambos muestra, será transmitida desde pronto a su hijo.
En cuanto a la educación del joven Marx, este no asistió a la escuela elemental, sino que hasta los doce años el mismo fue educado por profesores privados en su hogar (Heinrich 2021), siguiendo claramente las orientaciones liberales de su padre, pagador de dichos profesores. Así, será entonces cuando entrará a los Gymnasium, los institutos de enseñanza secundaria prusianos. Dentro de las cuatro opciones reconocidas en la época para la educación de los jóvenes prusianos, el Gymnasium clásico, que formaba en latín, griego y una lengua moderna (el alemán en su caso) durante nueve años, era la opción más completa. Marx fue inscrito en el instituto de enseñanza secundaria de Tréveris, de clara orientación liberal e ilustrada (Vázquez 2010), que tuvo como director muchos años a Johann Hugo Wyttenbach, un gran estudioso de la Antigüedad, que trató de hacer fuerte dicho enfoque en su escuela (Heinrich 2021). Todos los documentos de la época que se conservan muestran que, al terminar su instrucción, Marx parecía dominar bastante bien el latín y el griego. Pero la formación no sólo era lingüística, sino ante todo cultural e histórica, lo que determinará el pensamiento del futuro revolucionario renano (Liedman 2020). En cuanto a su estudio de los clásicos, en su formación académica juvenil Marx fue introducido muy temprano en la lectura de autores como Ovidio, Cicerón, Tácito, Homero, Sófocles Tucídides o Platón1. Como un exhaustivo análisis ha podido comprobar, durante el último curso de su formación preuniversitaria “leyó a Cicerón, Tácito y Horacio. La historia de Roma fue ampliamente tratada en la clase de historia de Wyttenbach; la época de Augusto [fue tratada] al final del penúltimo o a principios del último año escolar” (Prawer citado en Vázquez 2010: 28). Como puede observarse, ya en su etapa preuniversitaria Marx es ampliamente educado en la filosofía griega (que retomará en su tesis doctoral) y en la historia y la cultura romana (cuyo estudio profundizará en su grado de jurisprudencia).
En este sentido, antes de entrar a la Universidad, en su examen de graduación, Marx tendrá que escribir un ensayo sobre la tradición romana para una de las tres asignaturas fundamentales para superar la evaluación, la Latinitas2, que centrará en el principado de Augusto y el cual nos permite ver el nivel de conocimiento que tenía ya sobre el tema en un periodo tan temprano3. En este texto, el joven Karl, comparando la época de Cesar Augusto con la anterior de la República romana y la posterior de Nerón, hará un balance del primer emperador romano en el que, pese a reconocer que se habían corrompido en cierto grado las costumbres, la virtud y la libertad respecto a la época republicana, acaba afirmando no sólo que “la república que Augusto había instaurado me parece (…) la más adecuada para su tiempo, pues (...) el emperador es más capaz de llevar la libertad al pueblo que una república libre”, sino que además “el principado de Augusto debe ser contado con razón entre las mejores épocas”, no siendo inferior a las otras grandes épocas de la historia de Roma (Marx recogido en Vázquez 2010: 65-67)4.
Como señala Liedman, el ensayo sigue a la perfección los postulados morales de la educación latina de la época, donde la pérdida de libertad se compensa por el florecimiento cultural, los éxitos militares y la tolerancia agustiniana y donde Marx no muestra ningún espíritu revolucionario, inclinándose a las normas prevalecientes (Liedman 2020). Sin embargo, tiene algunas partes sumamente interesantes, como cuando afirma que uno de los grandes puntos fuertes de Augusto era que “los romanos pensaban que ellos gobernaban -aún cuando se les había desvaneció toda libertad, incluso toda apariencia de libertad-, y no veían que la libertad les había sido arrebatada (...) Ciertamente si los ciudadanos pueden dudar quién es el príncipe o si ellos mismos gobiernan o son gobernados, ésta es la gran prueba de la clemencia” (Marx recogido en Vázquez 2010: 63), donde puede verse también ese gran espíritu crítico-satírico al que nos acostumbrará en sus escritos de madurez. Aunque, lejos de cualquier tipo de artimaña histórica, como señalará Henrich contra ciertas reconstrucciones que han querido plantear al Marx de esta época ya como un revolucionario: “En el bachiller Karl aún no despertaba nada del revolucionario y teórico socialista que llegaría a ser” (Henrich 2021: 131)
Así, ya en lo que sería su etapa universitaria, comenzará Marx a estudiar la carrera de Derecho. Tras lo que al parecer fue un año muy divertido en la Universidad de Bonn, su padre decidirá su traslado a la Universidad de Berlín, donde pronto el interés e inquietud por las cuestiones jurídicas dará paso a una cada vez mayor preocupación por cuestiones filosóficas5. Así, primero de forma autodidacta, y luego ya dentro de un Doktorklub, un club o círculo universitario de reflexión y debate (que en su caso dará lugar a lo que comúnmente se conocerá como los “jóvenes hegelianos”), su interés y estudio de la filosofía absorberá la mayor cantidad de su tiempo y de sus preocupaciones, por lo que acabará decidiéndose por no preparar una carrera legal en el ámbito laboral, sino una académica en el ámbito de la filosofía (Gemkow 2010).
Para su tesis de habilitación Marx elegirá como tema ‘Las diferencias entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro’. Aun eminentemente centrada en la filosofía griega, en la aproximación de su tesis a los epicúreos, estoicos y escépticos, Marx no podrá sino volver la mirada cada poco hacia Roma, llegándose a preguntar sarcásticamente: “si arrojamos una mirada sobre la historia, ¿resultan el epicureísmo, el estoicismo y el escepticismo fenómenos particulares? ¿No son ellos el arquetipo del espíritu romano, la forma en que Grecia emigra a Roma?” (Marx 1971: 9). Y es que en dicha tesis serán así constantes las alusiones a Cicerón, Lucrecio y Seneca, algunos de los máximos exponentes filosóficos de la tradición romana, cuyas obras parece conocer a la perfección, siendo constantemente citadas y apoyándose en ellas como pilares básicos de su tesis, por lo que volvemos a ver a Marx abordando en profundidad otra vez la tradición romana en una etapa de formación tan importante como es la doctoral.
Y es que, si a la tesis tantas veces postulada de que en los albores de la Modernidad la Roma clásica resurge en Francia y la Grecia antigua en Alemania, se le suma la no menos recurrente tesis de que tres son los grandes y claros puntos de influencia de Marx (I. la filosofía alemana, II. el socialismo [utópico] francés y; III. la economía política británica), podemos llegar fácil a la conclusión de lo familiarizado que estaba el renano con la tradición clásica grecolatina. En lo que atañe a la filosofía alemana, mucho énfasis se ha puesto en la influencia de Hegel en Marx (y, en cierta medida, también de Feuerbach), pero, sin embargo, otros grandes autores como Schiller, Hölderlin, Kant o Fichte fueron también sumamente influyentes para él. Y en lo que se refiere a la tradición revolucionaria francesa, los cuadernos juveniles de Marx muestran que los textos de Rousseau, Montesquieu, Diderot, Voltaire y Saint-Simmon fueron también muy importantes (Rubel 1970, Leopold 2012, Liedman 2020).
Así, como hemos podido observar hasta ahora, tanto de la aproximación a los puntos fundamentales de su educación preuniversitaria, como a las inquietudes culturales e intelectuales y los grupos con los que mantiene contacto ya en la Universidad, como de su ámbito de interés en la disertación doctoral, podemos afirmar que Marx conoce en profundidad y está sumamente influenciado por la tradición romana en toda su época de juventud y alcanza la madurez intelectual (piénsese que acabará el doctorado en 1841 y ya entre 1844 y 1846 dará lugar a obras cumbres del marxismo) con ella como uno de sus pilares básicos de influencia.
III. La influencia romana en el núcleo de su crítica y estrategia revolucionaria
Una vez analizada sucintamente la influencia de la tradición romana en la configuración del pensamiento de Marx en su etapa juvenil, centrada sobre todo en aspectos históricos y filosóficos, pasamos a ver ahora como Roma constituirá también un pilar crucial en el resto de su desarrollo intelectual y político, tanto en lo que se refiere a su gran crítica de la economía política, como a su teoría y estrategia revolucionaria.
En lo que respecta a su crítica de la economía política, una de las mayores aportaciones que el renano dejará para la posterioridad, es bien sabido que para Marx será fundamental el estudio y análisis de los diferentes modos históricos de producción, y con ellos, las distintas formas de propiedad de las épocas pasadas, como determinadores de todas las relaciones de los individuos entre sí, es decir, de toda la configuración político-social de una época. Así, Marx se verá obligado a volver la mirada de manera exhaustiva hacia la Roma antigua, a la que concederá un papel central en el paso de la “propiedad comunal” a la “propiedad feudal”, y sobre la que tendrá que profundizar enormemente su estudio para acometer la gran tarea que ya entonces se había propuesto6.
En este sentido, puede observarse como ya en ‘La ideología alemana’, de 1845-1846, escrita junto a Engels, analiza los procesos de desarrollo de la propiedad privada centrando su atención precisamente en Roma, donde observa una muy temprana aparición de procesos de concentración de la propiedad privada, de la que sería prueba la ley agraria licinia del 366 a.C., además de un rápido avance de la “transformación de los pequeños campesinos plebeyos en un proletariado que (...) no llega a adquirir un desarrollo independiente” (Marx y Engels 2015: 19). Este análisis se ligará después con el papel histórico del derecho privado romano, que según Marx proclama las relaciones de propiedad existentes como resultado de la voluntad general, en una falsa ilusión que impregnará las épocas posteriores, para lo cual analiza diversas figuras jurídicas romanas7. Vemos así a Roma como escenario central en la formación de la propiedad privada, el proletariado y el derecho privado (Marx y Engels 2015). Es indudable, pues, que existe en el renano desde pronto un estudio bastante exhaustivo de la sociedad romana antigua, con un estudio riguroso de sus formas económicas y jurídicas que, sin duda, le permitieron profundizar sus conocimientos históricos y filosóficos juveniles de Roma.
El análisis de estas cuestiones no será en absoluto accidental en su obra. Estas problemáticas serán abordadas en algunas de sus obras principales posteriores en lo que se refiere a la crítica de la economía política. Así, en los Grundrisse (1857-1858), las más de ochocientas anotaciones también conocidas como ‘Elementos fundamentales para la crítica de la economía política’, Marx, elabora un considerable estudio sobre la formación y el papel del dinero en la sociedad romana, con un análisis de las oscilaciones de valor entre sus metales preciosos que demuestra el grado de estudio que el renano había puesto sobre esta (Marx 2007). Tras ello, dedica después un largo capítulo exclusivamente a las formas que preceden a la producción capitalista, donde la Roma antigua vuelve a ocupar un lugar central y se aborda la relación entre su estructura económica y sus formas político-sociales, basadas sobre todo en el linaje, y sus implicaciones posteriores en el desarrollo histórico (Marx 2007: 438-476). Igualmente, en el libro tercero de su gran obra, El Capital (completado por Engels y publicado en 1894), el renano centrará su atención en Roma en una de sus partes fundamentales, dedicada a las condiciones precapitalistas dentro de la problemática del capital que devenga interés. En ella Marx presentará a la Roma del periodo republicano como la época en que el capital usurario y comercial “se habían desarrollado hasta su punto más elevado” en la Antigüedad, estudiando el papel histórico de la usura, tan distinta respecto a los patricios y plebeyos romanos, y cómo esta produjo la transformación de la economía esclavista en una economía de pequeños campesinos (Marx y Engels 2017: 683-691). Vemos, pues, que la tradición romana clásica, en sus muy diversos ámbitos, será fundamental para el desarrollo de Marx de la crítica de la economía política, es decir, de la crítica de la sociedad moderna y el sistema capitalista.
Ahora bien, creo, sin embargo, y pese al papel tan crucial que ya habría desarrollado la tradición romana sólo con esto, que el punto central en el que apreciar la enorme influencia que la Roma clásica tuvo en Marx reside en otro lugar y puede observarse mejor analizando en profundidad uno de los conceptos fundamentales de todo el corpus marxista. Hablamos de un concepto de primerísimo orden en todo su pensamiento, ya que el mismo supera el plano filosófico o de la crítica de la economía política, ya sumamente importantes de por sí, para llegar precisamente al ámbito político-estratégico, es decir, al ámbito programático de materialización de todo su desarrollo político: el ámbito revolucionario. Hablamos del término «dictadura del proletariado», tan influyente en toda la tradición comunista posterior y sobre el que tanto se ha debatido.
Como es de sobra sabido, y sin poder detenernos en ello todo lo deseado, el proletariado constituye para Marx la clase formada por aquellos que, desprovistos de capital y rentas del trabajo, viven sólo de su propio trabajo, el cual se ven obligados a vender para poder subsistir, y, por tanto, se encuentran en una relación de antagonismo con la burguesía, clase dominante propietaria de los medios de producción, frente a la que tendrían que conquistar el poder político. Esta clase, llamada a constituirse en clase universal por las tendencias del sistema capitalista, estaría por ello llamada también a la “disolución de todo el orden hasta ahora existente” (aunque no en un sentido teleológico, mesiánico e irrevocable como algunos marxistas posteriores entendieron o quisieron entender, sino en un sentido político). De esta forma, ya en sus primeras obras el término ocupa un lugar central: así puede verse en su Introducción para la crítica de la Filosofía del Estado de Hegel y sus Manuscritos económicos y filosóficos del año 1844. Con este término aporta Marx un elemento distintivo a la tradición revolucionaria que le precede, que de Babeuf a Blanqui no había postulado el proletariado como sujeto revolucionario8.
Pues bien, este concepto, central en todo el desarrollo político de Marx, proviene directamente de Roma. Se trata así de un término que procede del originario en latín proletarii, que en la Antigua Roma hacía referencia a la última de las seis clases que conformaban la población romana (aproximadamente a partir de Servio Tullio, en el siglo VI a.C.) en el sistema de centurias, los cuales están privados de toda propiedad, bien material y riqueza más que sus hijos, su prole, que debían registrar en el censo como contribución alternativa a la Res publica. Proletarius hacía referencia así a aquel cuya única contribución a la sociedad romana era la de producir o cuidar hijos, estando desposeídos de todo lo demás. Esto es, los más bajos de los “hombres libres”. Puede observarse claramente su gran similitud con el sentido moderno que le otorgará Marx9.
Sin embargo, dicha influencia de la tradición romana no terminaría aquí, ya que la otra contraparte del concepto, “dictadura”, vendría también directamente del ámbito romano. La misma provendría del concepto “dictadura comisaria”, institución republicana con la que el pueblo romano, el Senado, en relación de fideicomitente, en situaciones de extrema emergencia como una guerra civil, entregaba el poder, esto es, el gobierno en solitario de la República, a un dictador, el cual actuaba en condición de fideicomisario por un periodo máximo de seis meses, tras los cuales debía dar cuenta y responder de todos sus actos políticos (Domènech 2008). La concepción romana de dictadura se alejaría en este sentido totalmente de la concepción contemporánea, sumamente ligada a regímenes tiránicos, totalitaristas y absolutistas, constituyendo una figura ciertamente compatible con regímenes democráticos, en una especie de figura equivalente a la constituirían hoy en nuestros sistemas los estados de emergencia o de sitio (Draper 1987). Parece que esta sería la noción de “dictadura” que Marx manejaría cuando dio origen a su concepto: una dictadura comisaria y democrática.
No obstante, cabe señalar que en este caso la asunción por parte de Marx del término no supone novedad alguna respecto a la tradición revolucionaria pasada que, como es bien sabido, sitúa desde los tiempos de la Revolución Francesa el concepto en el primer plano político. Y es que, como sabemos, la Roma clásica resurgió en esta como en ningún otro lado. Así, como el propio Marx señala en ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte’, las revoluciones de 1789 a 1814 se vistieron con el ropaje y asumieron el lenguaje de los antiguos romanos, encontrando en “las tradiciones clásicamente severas de la República Romana los ideales y las formas artísticas, las ilusiones que necesitaban para ocultar el contenido burguesamente limitado de sus luchas y mantener su pasión a la altura de la gran tragedia histórica” para, eso sí, una vez fraguada su nueva formación social, hacer desaparecer el “romanismo resucitado” (Marx 2003: 10-11).
Así mismo, como señala en otro texto de suma importancia para abordar este tema como es La sagrada familia, los revolucionarios franceses confundían “al Estado realista y democrático antiguo, basado en la esclavitud real, con el Estado representativo espiritualista y democrático moderno, basado en la esclavitud emancipada, en la sociedad burguesa”, en una confusión intencionada (que, por otro lado, saldría cara), ya que, citando al revolucionario Saint-Just, se pedía “que los hombres revolucionarios sean romanos” (Marx y Engels 1971: 143)10. Vemos, pues, que la influencia de la tradición romana en todo el ambiente de las revoluciones burguesas, muy acusadamente en el caso francés, cuyo movimiento revolucionario influirá tanto en Marx, será enorme. En este sentido, tras Marat y Robespierre, el término “dictadura” será un lugar común en los revolucionarios posteriores como Babeuf, Maréchal, Buonarroti o Blanqui, que manejarán en todo momento la noción clasicista de dictadura, es decir, la noción romana.
Así, será la conjunción de ambos términos en un solo concepto, como elemento fundamental de su estrategia revolucionaria y su inserción en el conjunto de la tradición socialista, la verdadera aportación original de Marx en este aspecto. Se discute si el primer uso del mismo se produce en un documento programático de la Société Universelle des Comunistes Révolutionnaires en la primavera de 1850 (Lichtheim 1970), firmado por Marx, Engels y otros dirigentes cartistas y blanquistas, en la que la misión de la dictadura del proletariado sería “mantener permanente la revolución hasta el logro del comunismo, que ha de ser la última forma de organización de la familia humana”, o si, por el contrario, dicho primer uso se produce en el tercer capítulo de La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, publicado por capítulos en la Nueva Gaceta Renana, en abril de 1850 (Draper 1987), donde Marx define «la dictadura de la clase del proletariado» como “punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que estas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales” (Marx 2015: 140).
En cualquier caso, se tratase de la opción que se tratase, de lo que caben pocas dudas, tanto por la proximidad de ambas publicaciones como por la presencia en ambas del renano, es de que estamos ante una aporte original y primigenio de Marx, que, como hemos podido ver, bebe de una enorme influencia de la tradición republicana romana tanto en lo que atañe a su formación teórica-intelectual, como al ambiente político de la época en la que lo materializa políticamente. Así, la «dictadura del proletariado», elemento central de la estrategia revolucionaria para la conquista del poder político y la transición al comunismo, se consolidaría en Marx, en un sentido que se extenderá durante todo el siglo XIX11, como una dictadura comisaria, de transición y temporal, y una dictadura democrática, de la que dar cuenta a la clase obrera y responder por los actos ejecutados en su transcurso12.
IV. Conclusiones
A lo largo de todo el trabajo se ha podido comprobar la enorme influencia que la tradición romana clásica tuvo en el pensamiento de Karl Marx. Así, partiendo de su aproximación a las cuestiones históricas y culturales de Roma en su etapa como colegial, pasando luego a su aproximación jurídica en la etapa universitaria y filosófica en la doctoral, llegamos a un análisis minucioso de cuestiones económicas y políticas en su etapa de madurez. En este sentido, puede observarse como Roma constituye un lugar central en el análisis e investigación crítica de Marx a lo largo de toda su vida.
Así, pese a la escasísima atención que se habría puesto en este tema desde el ámbito de los estudios marxistas, tan extensos en las últimas décadas y con una literatura tan amplia y variada, el análisis directo de sus obras da clara muestra de esta influencia. Tanto en el desarrollo de su crítica de la economía política, sin duda una de las aportaciones fundamentales a la historia del pensamiento del renano, como en la consolidación de una teoría o estrategia revolucionaria para el movimiento comunista, la única alternativa política real que se habría desarrollado hasta hoy al capitalismo, Roma representa un elemento indispensable en la reflexión de Marx, brindándole nociones y categorías que quedarán en el primer plano político durante décadas.
En este sentido, resulta ciertamente sorprendente la gran atención que se habría puesto desde este tipo de estudios (así lo muestra la literatura disponible al respecto) a la influencia de, por ejemplo, la Grecia antigua en el pensamiento del renano, sobre todo en lo que respecta a su época de juventud, en comparación con la atención puesta sobre la Roma clásica, cuando ambas constituyen dos elementos de influencia igual de fundamentales en el contexto histórico intelectual en el que Marx se educa y desarrolla su obra, la época de la Modernidad inmediatamente posterior a la Ilustración, y las alusiones en su obra a ambas tradiciones clásicas es muy similar.
Con todo lo dicho hasta ahora, se puede sostener firmemente que una revisión y profundización del análisis de la importancia de la tradición romana en el pensamiento de Marx debería postularse hoy como una tarea de gran importancia para la tradición socialista seguidora de este, por constituir la misma una de las influencias fundamentales del renano y otorgar una gran cantidad de instrumentos críticos y analíticos para abordar muchas de las categorías fundamentales que componen el corpus marxista, en orden a una reformulación de muchas de ellas que quizás el tiempo ha podido desvirtuar.