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versión On-line ISSN 1851-9601

Postdata vol.27 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene. 2022

 

Artículos

Totalidad y Totalización: una aproximación a la obra temprana de Ernesto Laclau

Erick Israel Sepúlveda Murillo1 

1 Doctorante en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). E-mail: Ericksep91@gmail.com. Agradezco los comentarios de Diego Martínez a una versión previa del documento, así como las sugerencias de un evaluador anónimo.

Resumen

El objetivo del artículo es exponer la evolución de Ernesto Laclau del marxismo al posmarxismo entendida como transición de una categoría de totalidad marxista-althusseriana a la de totalidad como práctica discursiva. Esta interpretación se sostiene en la recuperación de la obra temprana de Laclau (aquella ubicada entre Política e ideología en la teoría marxista y Hegemonía y estrategia socialista), lo que permite apreciar rupturas y continuidades en su obra y problematizar la periodización de su biografía intelectual.

Palabras clave: Totalidad; totalización; Laclau; Populismo; posmarxismo

Abstract

The aim of this article is to expose Ernesto Laclau’s evolution from Marxism to Posmarxism understanded like a transition from one category of totality Marxist-Althusserian to one of totality as discursive practice. This interpretation is sustained thanks to the recovery of Laclau’s early work (the one located between Politics and ideology in Marxist Theory and Hegemony and socialist strategy), whitch allows to appreciate ruptures and continuities on his work and problematize the periodization of his intellectual biography.

Key words: Totality; Totalization; Laclau; Populism; Posmarxism

I. Introducción

Por lo general se suele dividir la obra de Ernesto Laclau en tres grandes períodos: el primero marcado por una concepción política nacional-progresista que abarca sus textos de los años sesentas, el segundo que inicia en los años setentas y se caracteriza por su posición marxista-althusseriana y el tercer período denominado posmarxista que arranca con la publicación de Hegemonía y estrategia socialista en 1985 y que se extiende hasta el final de su vida (Acha 2019). La recepción de la obra de Laclau se ha concentrado mayoritariamente en este tercer período, comparativamente sus textos tempranos han recibido poca atención por parte de sus lectores. Esto ha ocasionado una distorsión en la comprensión de la evolución de su pensamiento, que se refleja en el privilegio otorgado a ciertos conceptos y temas para interpretar la totalidad de su obra y que en realidad aparecen hasta un momento muy posterior de su producción intelectual.

Los escasos textos que se ocupan de la obra temprana de Laclau fueron escritos por contemporáneos que discutieron su propuesta o buscaron responder a las críticas lanzadas por el filósofo argentino (Mouzelis 1978, de Ípola 1979, Mayorga 1983); mientras que las investigaciones más recientes realizan un salto desde su segunda etapa hasta la tercera, es decir desde su primer libro Política e ideología en la teoría marxista publicado originalmente en el año de 1977 a Hegemonía y estrategia socialista1. De esta manera se simplifica la evolución del pensamiento de Laclau y se pierde un lapso crítico de su desarrollo, aquel en el que transita del marxismo al posmarxismo. Una importante excepción es Martín Retamozo (2021) quien al intentar explicar el devenir posmarxista de Laclau ha reparado en su obra temprana y otorgado su debida relevancia al período que va desde Política… a Hegemonía…. Ante este escenario, el presente texto no busca contradecir lo expuesto por autores como Acha y Retamozo, sino ampliar el naciente campo de investigación sobre la obra temprana de Laclau.

Así, este artículo se propone una recuperación de los textos de Laclau ubicados en el período de tiempo que va de 1977 a 1985 con la finalidad de encontrar en ellos una explicación de lo que significa posmarxismo. Esta recuperación tomará como hilo conductor de su interpretación la categoría de totalidad, categoría clave dentro del denominado marxismo occidental. Entre los objetivos que se persiguen mediante esta estrategia interpretativa está, en primer lugar, ubicar el momento teórico de la ruptura entre la etapa marxista y posmarxista en la obra temprana de Laclau; en segundo lugar, subrayar la continuidad de fondo que existe en su trayectoria intelectual. Como se podrá observar durante los años que van de 1977 a 1985 Laclau pasa de una categoría de totalidad fuertemente influenciada por la obra de Althusser, a una noción de totalización como práctica discursiva que lo acompañará durante el resto de su trayectoria intelectual.

El itinerario a seguir en esta investigación es el siguiente: en un primer momento se recuperará el contexto en el cual tiene lugar el interés por la categoría de totalidad dentro del marxismo de la segunda mitad del siglo xx y el sitio que ocupa la filosofía de Althusser dentro de él; en un segundo momento, se analizará la forma en que Laclau construye y emplea la categoría de totalidad en su obra Política e ideología en la teoría marxista, todavía bajo la influencia de la filosofía althusseriana, pero también intentando separarse de ella en puntos muy concretos; finalmente, se estudiarán una serie de textos inmediatamente posteriores a la obra antes mencionada en los que Laclau modifica su concepto de totalidad y profundiza su ruptura con la filosofía althusseriana y el marxismo en general hasta poder plantear su posición posmarxista.

II. Althusser y la especificidad de la totalidad marxista

Durante la segunda mitad del siglo XX la discusión acerca del estatus de la categoría de totalidad dentro del marxismo cobró relevancia. Como muestra Martin Jay en su libro Marxism and Totality, se trató de una noción empleada de manera frecuente por un número importante de filósofos al interior de esta corriente. El mejor ejemplo es la obra “Historia y conciencia de clases” de Georg Lukács donde el término totalidad aparece en prácticamente todas sus páginas y quien le concede un lugar central dentro de la filosofía marxista. En el ámbito francés uno de los primeros marxistas en prestarle atención fue Henri Lefebvre, quien en un artículo del año 1955 titulado “La noción de totalidad en las ciencias sociales” subrayaba el papel central que esta categoría ocupaba a lo largo de la historia de la filosofía, y al mismo tiempo atestiguaba que su utilización se hacía cada vez más común dentro de las ciencias sociales.

La discusión sobre esta categoría se extendería durante varias décadas entre los marxistas franceses. Una parte de la obra de Louis Althusser se inscribe dentro de este debate. Para él, la historia de la filosofía estaba atravesada de principio a fin por la preocupación por el Todo, “[v]ieja tradición que se remonta a Platón para quien el filósofo es el hombre que ve la conexión y articulación del Todo. La filosofía tiene por objeto el Todo (Kant, Hegel…), él es el especialista de la «totalidad»” (Althusser 1974: 23). Desde luego, para Althusser también Marx se inscribía dentro de esta tradición, no obstante, consideraba que el lugar que la categoría de totalidad ocupaba en su filosofía no había sido correctamente comprendido.

Para Althusser la importancia de dicha categoría no se limitaba a una cuestión de historia de la filosofía o de ortodoxia interpretativa, sino que, como señalaba en La revolución teórica de Marx su relevancia radicaba en las disputas contemporáneas a su alrededor: “El concepto de ‘totalidad’ es actualmente un concepto de gran consumo: se pasa casi sin visa de Marx a Hegel, de la Gestalt a Sartre, etc., invocando una misma palabra, la totalidad” (Althusser 1967: 168). Esta ambigüedad y laxitud en su empleo lo obligaba a entrar en la discusión con la finalidad de demostrar la especificidad de la totalidad marxista. En diferentes momentos Althusser buscó proponer una categoría de totalidad marxista y distinguirla de otras expresiones. Subrayaba que la categoría de totalidad contaba con una larga tradición dentro del idealismo, y era central en pensadores de esta corriente, especialmente en Hegel. Esto ocasionaba que al ser empleada por marxistas no siempre quedara del todo exenta de rasgos hegelianos, lo que provocaba distorsiones y errores teóricos.

Althusser insistía en distinguir entre la totalidad hegeliana y la totalidad marxista. De manera sintética para él “la totalidad hegeliana es el desarrollo enajenado de una unidad simple, de un principio simple, que a su vez sólo es momento del desarrollo de la Idea” (Althusser 1967: 168). Para Althusser, la categoría de Hegel carecía de toda complejidad, su unidad era sólo espiritual y las contradicciones en su interior eran cualitativamente iguales entre sí, lo cual significa que falta en ella una contradicción dominante capaz de articular a las demás como un todo coherente. En Hegel las contradicciones están destinadas a aparecer para luego desaparecer sin marcar una diferencia; son sólo momentos necesarios en el desarrollo del espíritu. La conclusión a la que arribaba Althusser era que por el carácter indiferenciado de las contradicciones, la ausencia de una estructura jerárquica y niveles al interior de la totalidad, la filosofía hegeliana estaba incapacitada para fundamentar una práctica política, “no existe ni puede existir una política hegeliana” (Althusser 1967: 169). En una totalidad entendida en estos términos domina la necesidad de principio a fin, su orden es inalterable y preestablecido, no hay lugar para la política como práctica transformadora, pues nada dentro de ella puede ser modificado.

En cambio, según Althusser, la totalidad marxista está compuesta por tres niveles, el económico, político e ideológico. Además, contiene una contradicción principal ubicada en la instancia económica, que para Althusser es determinante en última instancia; esto significa que la unidad de la totalidad marxista está dada por esta determinación que ejerce el nivel económico sobre los restantes. Para establecer una distinción terminológica frente a la totalidad hegeliana Althusser prefiere hablar de un “todo parcial” cuando se refiere al estudio total de uno de estos niveles de manera aislada y de una “totalidad orgánica”, “todo complejo estructurado” o “todo social” para referirse a los tres niveles en conjunto.

La aportación de Althusser a la conceptualización de la totalidad desde una interpretación marxista consistirá en restar centralidad a la instancia económica y teorizar la autonomía relativa de los otros niveles, en especial del político. En primer lugar, Althusser plantea que los niveles político e ideológico bajo determinadas circunstancias pueden llegar a ocupar el lugar de la contradicción dominante, atribuida tradicionalmente a la instancia económica. Según Althusser, en ciertos momentos las contradicciones políticas e ideológicas a través de un “desplazamiento” de las contradicciones llegan a “condensar” en sí a otras de tal forma que se convierten en contradicciones dominantes por medio de una “sobredeterminación”. Es decir, soportan en sí un peso que normalmente no les corresponde, y esto hace que cobren mayor relevancia para la lucha política.

Lo anterior significa que, a diferencia de la totalidad hegeliana, la totalidad marxista cuenta con una contradicción dominante y que las contradicciones mantienen diferencias cualitativas al interior de los distintos niveles de la totalidad; además en su interior se da un juego de desplazamientos y alteraciones en sus jerarquías. La clave de la política marxista se encuentra en la comprensión de la dinámica de los desplazamientos, en la sobredeterminación y condensación de las contradicciones, en esos instantes en que la necesidad de la determinación en última instancia por lo económico se rompe y es posible una autonomía relativa de la política.

Según Althusser sólo esta concepción de la contradicción y de la unidad de la totalidad esclarece proposiciones claves del marxismo, como “la lucha de clases es el motor de la historia”. Para él esto significa que la sobredeterminación de una contradicción en un nivel distinto al económico explica el desplazamiento de la contradicción principal hacia la política, y que “el lugar del afrontamiento puede variar según la relación actual de contradicciones en la estructura dominante; es decir, que la condensación de la lucha en un lugar estratégico es inseparable del desplazamiento de la dominante entre las contradicciones” (Althusser 1967: 179). En otras palabras, al existir al interior de la totalidad un juego de desplazamiento y condensación que altera la jerarquía de las contradicciones, la práctica política aprovecha estos momentos para transformar la configuración presente de la totalidad (es decir, llevar a cabo una revolución o transformación total de la totalidad). Este habría sido el caso de buena parte de las revoluciones socialistas, como Rusia, China y Cuba. Es así como Althusser busca superar el economicismo del marxismo clásico, pero sin renunciar a su principio organizador, es decir, la división base/superestructura, ni a la determinación en última instancia por lo económico.

La categoría de totalidad en Althusser cumple una función principalmente epistemológica. Dicha función está basada en la lectura que él hace de la Introducción general a la crítica de la economía política de 1857 de Marx, donde éste explica la relación que existe entre las categorías económicas dentro de su filosofía y afirma que ninguna categoría “puede existir jamás de otro modo que bajo la forma de relación unilateral y abstracta de un todo concreto y viviente ya dado” (Marx 1986: 51). A propósito de la categoría de totalidad, agrega:

la totalidad concreta, como totalidad de pensamiento, como un concreto del pensamiento, es in fact un producto del pensamiento y de la concepción, pero de ninguna manera es un producto del concepto que piensa y se engendra a sí mismo, desde fuera y por encima de la intuición y de la representación, sino que, por el contrario, es un producto del trabajo de elaboración que transforma intuiciones y representaciones en conceptos. (Marx 1986: 51-52. El subrayado es nuestro)

De este pasaje Althusser concluye que la totalidad será siempre una totalidad-concreta-de-pensamiento, producto del trabajo teórico. La labor teórica, para el filósofo francés, consiste en la transformación de intuiciones y conceptos ideológicos en conceptos científicos mediante la aplicación de teorías y métodos al material previamente dado. Contrario al empirismo que entiende la producción de conocimiento como abstracción de las particularidades del objeto real (es decir, exterior al pensamiento), Althusser buscó demostrar que la epistemología marxista pretendía conocer determinaciones y relaciones entre objetos, entendidos como concretos-de-pensamiento, que siempre presuponen la existencia de una totalidad.

Otro aspecto que Althusser enfatizaba era el carácter “siempre-ya-dado” de la totalidad. La estructura de la totalidad marxista como articulación de los tres niveles debe ser entendida como un todo complejo siempre-ya-dado con una contradicción dominante; es decir, que si bien existen variaciones y desplazamientos en las contradicciones a su interior, la totalidad como tal es “invariante” y constituye el marco general de interpretación de todo objeto, situación o condición concreta.

Para demostrar la productividad de esta categoría, Althusser la aplica al análisis de condiciones políticas específicas:

Si se puede hablar teóricamente de las condiciones sin caer en el empirismo o en la irracionalidad del “así es” o del “azar”, se debe a que el marxismo concibe las “condiciones” como la existencia (real, concreta, actual) de las contradicciones que constituyen el todo de un proceso histórico (Althusser 1967: 172).

Al presentar la categoría de totalidad como un concreto del pensamiento siempre ya dado, constituida por tres niveles y siempre con una contradicción dominante, Althusser explicaba la particularidad de las diferentes luchas políticas, así como la propia historia de las luchas socialistas que contradecían a la perspectiva economicista. La categoría de totalidad en Althusser es ante todo una herramienta que contribuye a explicar las diferentes situaciones que tienen lugar dentro de ella, como el desplazamiento y la sobredeterminación de las contradicciones en el nivel político, pero nada dice acerca de las vías para producir estos desplazamientos; es precisamente lo que Laclau se encargará de hacer al extraer las consecuencias políticas implícitas en la teoría althusseriana.

III. Totalidad en el período marxista-althusseriano de Laclau

El primer libro de Ernesto Laclau Política e ideología en la teoría marxista, inicia subrayando las condiciones de emergencia de la teoría de Althusser:

No es casual que la empresa althusseriana haya surgido en un mundo dominado por la división del movimiento comunista internacional, por el fin de la guerra fría, por la descolonización y por la emergencia de nuevas contradicciones en los países capitalistas avanzados (Laclau 1986: 7)

Laclau comprendía que parte de la productividad de la teoría althusseriana residía en su capacidad para explicar fenómenos políticos para los cuales el marxismo ortodoxo anclado en el reduccionismo economicista y de clase no tenía una explicación satisfactoria. Al mismo tiempo, captó que en gran parte esto se debía a la teorización de la categoría de totalidad que Althusser había realizado.

Laclau buscará profundizar la vía abierta por Althusser para pensar la especificidad y autonomía de lo político a través de una radicalización de la filosofía althusseriana y una reelaboración de algunos aspectos que consideraba insatisfactoriamente elaborados en ella, entre los que se encuentra la categoría de totalidad. Laclau hace un llamado a superar el economicismo que aún persistían en la teoría marxista, incluyendo la del propio Althusser. No obstante, el filósofo argentino retendrá varios aspectos de la teoría althusseriana, entre los cuales destacamos la prioridad de la totalidad como un todo estructurado siempre ya dado con una contradicción dominante y la crítica a las aproximaciones empiristas.

En la Introducción de Política e ideología en la teoría marxista Laclau presenta como su objetivo realizar una ruptura con toda la tradición filosófica que le antecede. Para él, la historia de la filosofía desde Platón hasta Hegel ha consistido en buscar demostrar que existe una articulación lógica y necesaria entre los conceptos y toda posible significación, esto frente a la doxa que presenta como arbitrarios, retóricos y meramente evocativos estos lazos. Lo que ha ocasionado que la tarea filosófica por excelencia sea “reconstruir la totalidad de este tejido [de significación] en un orden necesario y a través de vínculos racionales” (Laclau 1986: 3).

Laclau cuestiona esta forma de concebir la práctica filosófica, para él, la filosofía no puede consistir en plantear totalidades caracterizadas por la reconstrucción de supuestas relaciones lógicas y necesarias entre conceptos que culminan en un sistema de pensamiento. Frente a esta forma de hacer filosofía, defenderá que una totalidad debe estar basada en la búsqueda de las condiciones concretas de articulación de los conceptos. En resumen, Laclau mantiene la idea de que la filosofía consiste en la elaboración y articulación de conceptos, pero abandona el presupuesto de que dicha articulación tenga un carácter necesario. Esto tendrá importantes consecuencias a la hora de pensar la relación entre los diferentes niveles de la totalidad.

En los ensayos que componen Política e ideología en la teoría marxista se encuentran intentos por constituir una categoría de totalidad bajo la premisa de su articulación concreta, así como su aplicación a diferentes problemas teóricos como la discusión sobre feudalismo y capitalismo en América Latina, la especificidad del campo político y a uno que se convertirá en un vehículo de pensamiento que marcará toda la trayectoria intelectual de Laclau, el populismo. El libro antes mencionado está compuesto por cuatro ensayos, dos de ellos publicados con anterioridad y el resto inéditos. Se trata en todos los casos de textos en los que Laclau debate con diferentes interlocutores, algunos de ellos pertenecientes al althusserianismo, como Nicos Poulantzas y Etienne Balibar. En todos estos debates la categoría de totalidad juega un papel destacado y constituye una herramienta mediante la cual Laclau se distancia de sus oponentes y ejerce la crítica sobre otros autores.

En el primer ensayo, titulado “Feudalismo y capitalismo en América Latina” Laclau interviene en el debate acerca de la etapa de desarrollo histórico en la que se encontraba esta región. En él, Laclau se propone demostrar la debilidad teórica de dos posiciones contrapuestas sobre la condición feudal o capitalista de América Latina. Una primera posición que afirma el carácter feudal de América Latina y que concluye que no era posible llevar a cabo la revolución socialista en la región; la segunda posición, sostenía que desde la conquista América Latina ha sido capitalista y que, por lo tanto, la lucha socialista era posible.

Laclau crítica a ambas posiciones por aceptar el paradigma etapista y teleológico de la historia, donde ésta es interpretada como un desarrollo lineal y necesario; además señala que ambas posiciones no comprenden que para determinar el carácter feudal o capitalista de una sociedad se debe tomar en cuenta que un sistema económico como totalidad puede incluir diversos modos de producción dentro de sí, donde lo esencial es establecer cuál de ellos es el dominante, el que da unidad a sus componentes. Es decir, que el debate ha estado marcado por una comprensión errónea del capitalismo como totalidad, no se ha atendido a su carácter relacional, ni a su estructura marcada por una contradicción dominante que le otorga unidad, sólo han prestado atención a sus componentes de manera aislada.

Laclau considera que quienes han intervenido en este debate confundieron los conceptos de modo de producción capitalista y participación en el sistema capitalista. Tomaron la participación de los países latinoamericanos en el mercado mundial capitalista como un argumento a favor de su condición capitalista, sin considerar si el modo de producción que articulaba a los otros en ese lugar era feudal o capitalista. Para Laclau un caso que ejemplifica este error es el de Immanuel Wallerstein, quien afirma que su aproximación al tema del desarrollo histórico del capitalismo tiene como categoría central la de totalidad; no obstante, Laclau señala:

Wallerstein sostiene que su análisis se basa en la primacía de la categoría de totalidad. Pero la suya no es una totalidad compleja y rica en determinaciones teóricas, resultado de un progresivo proceso de aproximación a lo concreto, sino exactamente lo opuesto: es la totalidad vacante y homogénea resultante de eliminar las diferencias en lugar de articularlas (Laclau 1986: 46).

Laclau observa que en Wallerstein la categoría de totalidad coincide con la extensión del mercado mundial cuyo origen, este último, ubica en el siglo XVI. En Wallerstein la categoría de totalidad es un dato historiográfico, se mantiene en un nivel empírico-descriptivo, completamente alejado de la totalidad como totalidad-concreta-de-pensamiento que Laclau considera propia del marxismo. Wallerstein elimina de un solo golpe la diversidad de los modos de producción que coexistían en aquel entonces, no indaga en la articulación que tenía lugar entre ellos. Además, agrega Laclau, en Wallerstein no es el modo de producción lo que dota de unidad a la totalidad que es el capitalismo, sino el intercambio mundial de productos. Todos estos errores teóricos ubican a Wallerstein completamente fuera de la totalidad marxista que Laclau entiende tal y como Althusser la emplea: como un todo compuesto y articulado en tres niveles.

La crítica a las aproximaciones empiristas, como la que realiza a Wallerstein, son una constante que recorre los textos del segundo período de la biografía intelectual de Laclau. Se trata de una marca que la teoría althusseriana de la producción de conocimiento dejará en Laclau. De hecho, durante este período, la adhesión de Laclau a este principio epistemológico es tal que se convierte en la base para criticar a otros representantes del althusserianismo, como Poulantzas y Balibar, a quienes señala por no ser lo suficientemente althusserianos y no llevar hasta sus últimas consecuencias sus propios principios metodológicos.

Esto sucede tras examinar los intentos que ambos autores han realizado para pensar la especificidad de la política y su relación con los otros dos niveles que componen la totalidad. Laclau concluye que, como consecuencia de una falta de elaboración teórica de las instancias económica, política e ideológica, se han limitado a indicar de forma metafórica y descriptiva los vínculos entre ellas, “ni Balibar ni tampoco Poulantzas ha sometido la noción de «lo económico» a una crítica teórica rigurosa y, como consecuencia, no han producido un verdadero concepto teórico, sino que han continuado usando un concepto descriptivo e intuitivo” (Laclau 1986: 83). Por tal razón son incapaces de explicar las relaciones que existen entre estos niveles sin recurrir a metáforas o formalismos. En la medida en que comparten los mismos principios epistemológicos se entiende que Laclau afirma que en los trabajos de estos dos autores no hay un conocimiento verdaderamente teórico de la relación entre los niveles económico, político e ideológico y esto se refleja en una posición ambigua sobre cómo lo económico determina a los otros dos.

Por ello, es que Laclau insiste en la necesidad de reelaborar la categoría de totalidad desde el punto de vista de la articulación e indagar en la forma en que se da la unidad entre los tres niveles del todo complejo. En los ensayos “Fascismo e ideología” y “Hacia una teoría del populismo” realizará aproximaciones teóricas a los conceptos de lo político y lo ideológico, así como a la relación que existe entre éstos con lo económico. En ambos escritos se aprecian ya una serie de tensiones y rupturas con la filosofía de Althusser, no obstante predominan las afinidades pues Laclau no cuestiona la arquitectura general de la totalidad, sino que la toma como un hecho y se enfoca en sus relaciones internas.

Para superar el estado en el que permanecía el debate sobre lo político, Laclau se apoya en la teoría althusseriana de la ideología para avanzar hacia la que será su propuesta de totalidad. La teoría de la ideología de Althusser establece que la función de toda ideología es interpelar y constituir sujetos, hacer pensar que el individuo es un principio autónomo o en otras palabras que lo determinado es determinante. La adhesión de Laclau a esta teoría no es completa, pues en primer lugar, aunque no profundiza en ello, pone en cuestión la distinción entre ideología y ciencia, central en Althusser y que presupone que la clase dominante tiene una ideología con la cual domina a las otras clases, y las clases dominadas poseen la ciencia marxista para superar la alienación y la falsa conciencia impuesta por la ideología dominante. Por consiguiente, en segundo lugar, Laclau sostiene que no sólo la clase dominante cuenta con una ideología propia, sino que también los sectores dominados tienen la suya y ésta puede cumplir un papel emancipador.

Al introducir estas modificaciones en la teoría de la ideología Laclau puede afirmar que el centro de una ideología o “lo que constituye el principio unificador de un discurso ideológico es el «sujeto» interpelado y así constituido a través de ese discurso” (Laclau 1986: 113-114). Ahora bien, esta unidad del discurso ideológico no debe ser entendida como una estructura coherente y perfectamente cerrada, como explica:

Por unidad no hay que entender coherencia lógica -por el contrario, la unidad ideológica de un discurso es perfectamente compatible con un amplio margen de incoherencia lógica-, sino la capacidad de cada elemento interpelativo de jugar un papel de condensación respecto a los otros (Laclau 1986: 115)

Laclau traslada la cuestión de la unidad de la totalidad a la condensación ideológica y la forma en la que articula los tres niveles. Aquí Laclau recupera la teoría del desplazamiento y la condensación de las contradicciones, a las que él llama interpelaciones ideológicas. A partir de este punto Laclau presenta una distinción que será clave, la diferencia entre “interpelaciones de clase” e “interpelaciones popular-democráticas”2. Con esta distinción Laclau puede diferenciar la forma en que los sujetos son interpelados en cada nivel; al nivel de los modos de producción (es decir económico), los sujetos son interpelados como “clase”, mientras que al nivel político lo son como “pueblo”, de tal manera que “la primera contradicción constituye el campo de la lucha de clases; la segunda, el de la lucha popular-democrática” (Laclau 1986: 121). Al distinguir entre pueblo y clase, Laclau admite la diferencia entre base y superestructura, dado que asigna diferentes sujetos a cada nivel, y es en este punto que surge la cuestión por la posibilidad de una articulación de los tres niveles.

Al igual que Althusser, Laclau acepta que la contradicción dominante que dota de unidad a la totalidad es la que se da al nivel económico, que es considerada determinante en última instancia. En otros términos, Laclau acepta la sobredeterminación por la lucha de clases, lo que lo lleva a afirmar que las interpelaciones popular-democráticas, a pesar de ser un campo autónomo, siempre estarán articuladas por un discurso ideológico de clase: “Toda clase lucha a nivel ideológico a la vez como clase y como pueblo o, mejor dicho, intenta dar coherencia a su discurso ideológico presentando sus objetivos de clase como consumación de los objetivos populares” (Laclau 1986: 123). En este sentido las interpelaciones popular-democráticas son el lugar por excelencia de la lucha ideológica de clases; la función de los discursos ideológicos es la de interpelar y constituir sujetos mediante la articulación de los elementos popular-democráticos a los de clase, esta es la forma en la que Laclau reelabora la determinación en última instancia por lo económico, ahora transformada en interpelación ideológica dominante.

Por tal razón, para clarificar lo que entiende por clase y no caer en el economicismo del marxismo ortodoxo, ni en lo que permanece de éste en Althusser, Laclau radicaliza la crítica al empirismo propio de la epistemología althusseriana y la aplica al concepto de clase como categoría económica. Esto le permite realizar una crítica a la metafísica implícita en el economicismo que postula la existencia de identidades preconstituidas por el lugar que ocupan dentro de las relaciones de producción. Para Laclau, las clases como sujeto no son un concreto-real, ni coinciden necesariamente con su referente empírico en la realidad, sino que son constituidas por discursos ideológicos que los interpelan. Bajo este marco teórico es que Laclau puede concluir que “las clases existen al nivel ideológico y político, bajo la forma de la articulación y no de la reducción [economicista]” (Laclau 1986: 187).

En términos políticos, Laclau sostiene que los discursos de clase por sí solos son poco efectivos, pues sólo consiguen interpelar a un sector de la población, por eso necesitan incorporar las interpelaciones popular-democráticas, que en su articulación a las de clase adquieren otros significados y permiten alcanzar a sectores más amplios, como el de las clases medias. Este grupo por su alejamiento de los polos del sistema productivo no posee un discurso de clase propio, sólo un discurso democrático, y por eso está destinado a ser articulada por otra clase, aquella que sea más efectiva en la tarea de articular los elementos popular-democráticos a su propio discurso.

Llegado a este punto, Laclau introduce la cuestión del socialismo y defiende que la estrategia discursiva que los proyectos socialistas deben adoptar consiste en la creación de un discurso que articule las interpelaciones popular-democráticas a las de clase, con el cual no sólo el proletariado, sino también otros sectores se puedan sentir interpelados. Laclau da el nombre de “hegemonía” a esta operación articulatoria que amplía el alcance de un discurso hasta hacerlo llegar más allá de sus limitaciones de clase.

Ciertamente, Laclau en esta etapa no posee un concepto altamente elaborado de hegemonía, de hecho, reconoce que se trata de una labor teórica pendiente; no obstante, con este término indica “el momento en que el poder articulatorio de (…) [una] clase se impone hegemónicamente sobre el resto de la sociedad” (Laclau 1986: 230), y añade que para afirmar la hegemonía, una clase primero “debe enfrentarse al bloque de poder en su conjunto” (Laclau 1986: 230). Un discurso ideológico que busca convertirse en hegemónico demuestra su efectividad cuando pone en cuestión la unidad y coherencia del discurso ideológico al que se contrapone, y no sólo uno de sus elementos o aspectos parciales.

En la filosofía de Laclau la expresión política por antonomasia que procede de esta manera es el populismo. El populismo impugna a la totalidad del sistema vigente y se presenta como una alternativa, como la posibilidad de una nueva forma de articulación de la totalidad, “Nuestra tesis es que el populismo consiste en la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante” (Laclau 1986: 201). El populismo al dividir el campo social en dos partes, por un lado el pueblo y por el otro el bloque de poder, impone una configuración determinada a la totalidad, enfrenta a todos quienes participan en ella. El discurso populista realiza una operación de condensación de contradicciones, y pone bajo cuestión la coherencia y el principio ideológico unificador del bloque de poder. Es esta operación discursiva de condensación de las contradicciones la que quedaba sin ser explicada en Althusser, quien se limitaba a describir la situación sin proporcionar ninguna propuesta sobre cómo producirla.

Las dos formas extremas de impugnación a la totalidad son el nazismo y el socialismo, ambas son consideradas por Laclau como manifestaciones populistas que se distinguen por el tipo de articulación que llevan a cabo de las interpelaciones popular-democráticas. El nazismo es un populismo de las clases dominantes3 y el socialismo un populismo de las clases dominadas4. La división de las interpelaciones ideológicas en dos polos, las de clase y las popular-democráticas, teorizada por Laclau, así como su propuesta de articulación de los tres niveles dan como resultado una teoría capaz de abarcar todas las formas políticas, en un continuum que va del nazismo al socialismo.

De esta forma se entiende que el objetivo teórico de Laclau es crear una teoría política general, que no se limite a explicar regiones o partes específicas de la política, sino la política en su conjunto. Pero además, esta teoría tiene un objetivo político práctico: ampliar el alcance del proyecto socialista, como explica Laclau desde esta perspectiva:

si bien se reduce el campo de la determinación de clase, se amplía inmensamente el campo de la lucha de clases, ya que se abre la posibilidad de integrar en un discurso ideológico revolucionario y socialista multitud de elementos e interpelaciones que hasta ahora habían parecido constitutivos del discurso ideológico burgués (Laclau 1986: 125)

Al negar la importancia de las nuevas luchas popular-democráticas (como el feminismo, el ecologismo, etc.) que estaban emergiendo en las sociedades occidentales, las propuestas socialistas desaprovechaban el potencial antagónico y anticapitalista implícito en ellas. Esto sucedía porque tales antagonismos eran considerados como demandas de las clases medias o pequeñoburguesas que se alejaban de las cuestiones realmente importantes, es decir, las de clase. Laclau se oponía a este punto de vista y proponía integrar estas demandas al programa socialista a través de un trabajo de articulación que mantuviera en todo momento la primacía de las demandas de clase.

En síntesis, la totalidad que presenta Laclau se apega en términos generales a la desarrollada por Althusser, en la medida que acepta su arquitectura general: su composición por tres niveles, la contradicción dominante que le confiere unidad y su carácter preconstituido o siempre ya dado. Sin embargo, las novedades que introduce Laclau son significativas: al cuestionar la dicotomía ciencia/ideología puede distinguir entre tipos de discursos ideológicos y sujetos interpelados según las instancias de la totalidad, además puede avanzar hacia una teoría de la ideología mucho más amplia.

Una diferencia fundamental entre la función que cumple la categoría de totalidad en estos dos autores, es que en el filósofo francés se limita a ser una herramienta epistemológica para explicar las situaciones o condiciones concretas en las que se da la lucha de clases, es decir un instrumento descriptivo; en Laclau, en cambio, tiene un rasgo prescriptivo, indica una ruta de acción política para la producción de sobredeterminaciones y para reconfigurar los elementos al interior de la totalidad.

En esta etapa de su trayectoria intelectual aún se puede considerar a Laclau como marxista, pues a pesar de sus críticas al economicismo acepta la división entre base y superestructura, y la centralidad ontológica de la instancia económica como determinante en última instancia (aunque reinterpretada como primacía de las interpelaciones de clase). En los siguientes años Laclau radicalizará su crítica al economicismo, y esto lo conducirá hacia posiciones cada vez más lejanas del marxismo; en ello jugará un papel destacado la categoría de totalidad.

IV. De la totalidad a la totalización: el paso hacia el posmarxismo

Inmediatamente después de publicar Política e ideología en la teoría marxista, Laclau empieza un período de autocrítica, además se aproxima a autores y corrientes teóricas más allá del marxismo. Laclau percibía que dentro del marxismo de su época existía una incapacidad para tratar con la cuestión de la proliferación identidades políticas que estaba teniendo lugar en las sociedades occidentales. Mientras que dentro de buena parte del marxismo se pensaba que el avance del capitalismo conduciría a la proletarización de las clases medias y, por lo tanto, la diversidad social se vería reducida, Laclau, por el contrario, estaba convencido de que los sectores medios se ampliarían y ello ocasionaría el surgimiento de nuevas identidades y conflictos sociales. Esto, desde el punto de vista de la teoría y la lucha política, significaba que la constitución de un sujeto político unitario sería una tarea cada vez más difícil.

Es dentro de este contexto intelectual y político en el que Laclau se mueve hacia finales de los años setentas y principios de los ochentas. Durante esta etapa de tránsito entre su período marxista-althusseriano y el posmarxista publica una serie de textos breves, artículos y conferencias en los que expone un nuevo aparato conceptual; en estos escritos se aprecia la ruptura con su trabajo anterior, la influencia teórica de otras corrientes de pensamiento como el posestructuralismo y un significativo alejamiento del althusserianismo.

Todos los textos de estos años, de los cuales nos ocuparemos en este apartado, tienen un denominador común en su estructura expositiva-argumentativa: se parte del rechazo de dos posiciones extremas frente a la categoría de totalidad. Por un lado, Laclau rechaza la noción de “totalidad cerrada”, la cual se caracteriza por la intención de ubicar y asignar una función precisa y permanente a los diferentes elementos y procesos sociales dentro de un sistema de relaciones, sin dejar lugar a ningún tipo de indeterminación o exterioridad. Por ejemplo, en el marxismo esto sucede con la relación entre base y superestructura, donde cada particularidad tiene un lugar predeterminado dentro de estas instancias. En este tipo de aproximaciones la totalidad posee una positividad propia que es posible conocer y describir, ella es la “esencia del orden social, la cual debe ser reconocida detrás de las variaciones empíricas expresadas en la superficie de la vida social” (Laclau 1983a: 22). Aquí, sin hacerlo explícito, Laclau realiza una autocrítica a su adhesión a la filosofía de Althusser, donde la constitución de la totalidad quedaba fuera de cualquier cuestionamiento, pues se partía de ella como siempre ya dada.

Por otro lado, Laclau critica a quienes niegan la necesidad de contar con una categoría de totalidad y prescinden por completo de ella. Esta posición parte de la infinitud de las diferencias y afirma la existencia de un exceso que no puede ser inscrito dentro de un sistema cerrado, en un todo unitario e inteligible. Se trata de la celebración de la diferencia por sí misma, que Laclau califica como discurso psicótico (Laclau 1983a). En este caso la totalidad no existiría, y lo social pasaría a ser entendido como pura dispersión o agregación de diferencias individuales, sin referencia más allá de las particularidades, ni principio organizativo capaz de conseguir estabilidad y unificación del campo social.

Es importante destacar que si el primer tipo de crítica va dirigida contra los marxistas y en particular contra el althusserianismo, con la segunda Laclau se distancia de buena parte de los filósofos agrupados bajo el rótulo del posestructuralismo. Uno de los denominadores comunes de estos autores es su oposición unilateral a la categoría de totalidad. Desde Lyotard hasta Vattimo, pasando por Derrida, todos conciben su labor teórica como una crítica permanente a cualquier pretensión de totalidad, que para ellos es equivalente en términos políticos a una tentación totalitaria. Por esa misma razón Lyotard presenta su defensa de la posmodernidad como una “guerra al todo” (Lyotard 1986: 26); el pensamiento débil de Vattimo parte de que “los excluidos han hecho experiencia del hecho de que la misma noción de totalidad es una noción señorial, de los dominadores” (Vattimo 1995: 17); mientras que Derrida considera como una evidencia del siglo XX el fracaso por reconfigurar la categoría de totalidad, la cual se ha revelado “tan pronto como inútil, tan pronto como imposible” (Derrida 1989: 395). La reivindicación de la totalidad emprendida por Laclau lo colocará siempre en una posición polémica frente a sus contemporáneos.

Ante ese nuevo escenario teórico, Laclau se plantea la necesidad de elaborar una categoría de totalidad que evite caer en estos dos extremos. Es decir, que no sea una estructura rígida donde cada diferencia esté de antemano determinada a cumplir una función y las identidades estén preconstituidas por su lugar dentro de la totalidad, pero que tampoco afirme la pura diferencia y niegue que ésta puede coexistir con la idea de una unidad y estabilidad5. Tal labor obliga a Laclau a abandonar la totalidad marxista. Ahora Laclau se ubica en un horizonte de discusión más amplio, por lo que la forma de plantear problemas y la terminología empleada sufre una transformación importante.

En su artículo “Populism rupture and discourse” de 1980 -uno de sus primeros textos tras la publicación de Política e ideología en la teoría marxista- Laclau presenta una cantidad importante de nuevos conceptos, muchos de los cuales lo acompañarán durante el resto de su trayectoria intelectual. En las primeras líneas de este artículo se aprecia la ruptura con lo desarrollado pocos años atrás, la totalidad como articulación de niveles desaparece y deja su lugar a la totalidad como discurso, que “no es concebido como un nivel ni siquiera como una dimensión de lo social, sino más bien como siendo co-extensivo con lo social como tal” (Laclau 1980: 87. El subrayado es nuestro). Respecto a la noción de discurso Laclau agrega una serie de comentarios con la intención de justificar y especificar en qué consiste.

En primer lugar, el discurso no es reducible a lo ideológico o a lo político, sino que es un horizonte de significación que hace posible la existencia de múltiples prácticas discursivas que conforman lo social. En la sociedad, entendida como conjunto de prácticas discursivas, no existe determinación en última instancia por un elemento al que los demás se deban articular, no hay un a priori ontológico necesario. En segundo lugar, dentro de esta perspectiva discursiva la constitución de sujetos ya no es entendida mediante una teoría de las interpelaciones ideológicas, sino desde la producción social de sentido, esto quiere decir que no hay un sujeto de enunciación privilegiado sólo sujetos constituidos por prácticas discursivas. Finalmente, no hay un afuera del discurso, “historia y sociedad son un texto infinito” (Laclau 1980: 87)6.

Laclau es consciente de que esta nueva categoría implica a su vez una nueva concepción de lo social como totalidad, o en sus propios términos: “afirmar la prioridad de lo discursivo implica proponer una perspectiva teórica sobre el análisis de la sociedad como un todo” (Laclau 1980: 87). A partir de este momento la totalidad como articulación de niveles desaparece, lo económico ya no es la base que determina a la superestructura sino un producto más, entre otros, del discurso, “[l]a práctica económica en sí debe, por tanto, ser considerada como discurso” (Laclau 1980: 87). Este nuevo lugar que Laclau otorga a lo económico, donde pierde la centralidad ontológica que posee en cierta tradición marxista, será motivo de críticas frecuentes. Se le acusará reiteradamente de despolitizar la economía o de renunciar injustificadamente a la crítica de la economía-política7.

El problema teórico-político al que se enfrenta Laclau en esta etapa es nuevo: ¿Cómo articular en una totalidad la pluralidad de prácticas discursivas existentes?, lo que en términos políticos se puede traducir en: ¿Cómo articular la pluralidad de sujetos y luchas políticas en una sola? Laclau, en un artículo titulado “Transformations of Advanced Industrial Societies and the Theory of the Subject”, presenta la cuestión como una paradoja:

hay, por un lado, una generalización de luchas sociales, una multiplicación de los puntos de ruptura; pero, también hay, por otro lado, un claro declive de la habilidad hegemónica de aquellas instituciones -partidos, sindicatos- las cuales tradicionalmente habían constituido el centro natural de las luchas populares y democráticas. (Laclau 1983a: 44)

Para dar respuesta a estas interrogantes y resolver la paradoja que la política contemporánea plantea, Laclau primero tiene que someter a crítica cuestiones relacionadas con la totalidad que en su etapa anterior dio por hecho. Por ejemplo, el carácter siempre ya dado de la totalidad. En la teoría del discurso de Laclau la totalidad no es una realidad anterior a las prácticas discursivas, sino un producto de ellas: “la totalidad no es un dato subyacente, sino una práctica totalizante” (Laclau 1981: 74). La reformulación de totalidad como estructura predeterminada a una concepción dinámica de la misma como práctica totalizante, es la característica central del período aquí estudiado.

Mientras que en la etapa anterior la articulación discursiva se limitaba a dar un orden específico a los elementos internos de la totalidad la cual estaba siempre presupuesta, aquí el discurso construye la totalidad, “el tipo de unidad que existe en una formación social no depende de la articulación esencial extra-discursiva, sino de prácticas discursivas concretas” (Laclau 1981: 72). Lo extra-discursivo como algo con anterioridad ontológica y que escapa a toda construcción discursiva es una ilusión, una operación ideológica, que consiste en una “voluntad de totalidad de cualquier discurso totalizador” (Laclau 1983b: 23). En esta etapa, para Laclau, la ideología ya no es un nivel de la totalidad, sino un tipo de discurso que busca ocultar su carácter contingente para autodefinirse como necesario, como si se tratara de un orden natural de las cosas y no de una construcción discursiva. Es en este punto de su trayectoria intelectual que lo político y lo ideológico empiezan a adquirir una mayor cercanía, en la medida que todo discurso que dispute la hegemonía está marcado por esa voluntad de totalidad y, en ese mismo sentido, a transformarse en ideológico, sin que Laclau ofrezca en momento alguno un criterio para evitar esta transformación.

En el artículo “The Impossibility of Society” del año 1983 Laclau explica cómo se lleva a cabo la constitución de la totalidad. En él acepta la definición de lo social como un juego infinito de diferencias, pero agrega que dentro de ella se llevan a cabo fijaciones de sentido relativas y parciales a través de puntos nodales. Estas fijaciones de sentido tienen como intención imponer orden y unidad, esto es la “totalización” (Laclau 1983b: 22). En este punto de su carrera Laclau afirmará que la sociedad entendida como totalidad es un objeto imposible, “la práctica social -o discursiva- sólo puede existir como un esfuerzo por constituir ese objeto imposible [la sociedad], para limitar lo arbitrario, para constituir un centro” (Laclau 1983a: 41). Esta imposibilidad de la sociedad introduce una noción de negatividad ausente en la etapa anterior, que a pesar de no ser trabajada a cabalidad por Laclau, indica una ruptura más con el marxismo en tanto no se trata de una negatividad dialéctica recuperable dentro de la totalidad, sino de una negatividad que no puede ser superada, ni erradicada8.

Si bien la totalidad completa y definitivamente cerrada resulta imposible en la medida en que siempre permanece un exceso no abarcable, lo que permanece son intentos de totalización, lo que equivale a afirmar el carácter siempre abierto, la condición contingente y precaria de todo cierre, que permite la posibilidad de nuevas construcciones futuras, nuevos intentos de totalización. A través de la idea de totalización es como Laclau se sitúa a medio camino entre la totalidad preconstituida y la dispersión sin referencia a unidad alguna de ciertos representantes del postestructuralismo. Estamos ante una diferencia tanto teórica como político-estratégica, con la afirmación de la totalidad Laclau busca dar el paso de la resistencia-destotalización a la afirmación y disputa por la hegemonía política, en otros términos, a una política positiva.

Por esa razón, Laclau no se limita a la descripción y elaboración teórica de la categoría de totalidad, sino que busca conectar esta cuestión con la lucha política socialista. En los diferentes artículos citados anteriormente propone una división de los discursos políticos en dos polos, los discursos populares y los democráticos. Las posiciones democráticas son entendidas como el lugar en el que la subjetividad se construye en el juego entre poder y resistencia. Las posiciones populares, por su parte, son aquellas que presentan un conjunto de enfrentamientos democráticos diferentes como si fueran equivalentes entre sí, y de esta forma reducen la pluralidad de identidades discursivas y consiguen dividir a la sociedad en dos campos antagónicos (Laclau 1983c).

Con esta distinción Laclau busca atender la paradoja política contemporánea a la que se aludió poco antes. Él propone llamar prácticas hegemónicas a las estrategias discursivas capaces de desarrollar una articulación totalizante sobre esta pluralidad de discursos democráticos. Dicha práctica consiste en “el proceso mismo de construcción política de la subjetividad de masas” (Laclau 1983c: 336). Lo que Laclau persigue es nuevamente una teoría política general que dé cuenta de la totalidad de los antagonismos sociales que tienen lugar en las sociedades contemporáneas y que además permita sacar conclusiones prácticas de ello.

En este punto hay un momento de continuidad con la etapa anterior, en la medida en que presenta a los discursos populares como esa práctica política que articula a “la totalidad de una sociedad alrededor de un antagonismo fundamental” (Laclau 1980: 91, subrayado nuestro). Sin embargo, el momento de ruptura con su trabajo anterior ocurre al negar que sea necesaria la existencia de un principio articulador que tenga por base un discurso de clase. Con el término antagonismo Laclau deja abierta la cuestión sobre este principio, pues no asigna privilegio ontológico a discurso o elemento alguno. Cada sociedad, por sus condiciones históricas y políticas, cuenta con puntos antagónicos que juegan un papel más relevante que otros y que suelen ser los “puntos nodales” alrededor de los cuales se enfrentan los diferentes discursos.

Todos los textos de Laclau hasta aquí referidos comparten un conjunto de deficiencias como la falta de una argumentación más precisa y extensa de las problemáticas abordadas, la inconsistencia terminológica (de un texto a otro los conceptos aparecen bajo cierta denominación para después ser renombrados o sustituidos). Pero, al final todos tienen entre sus objetivos formular una categoría de totalidad que permita pensar la pluralidad de antagonismo y la posibilidad de su unificación en una dirección de izquierda, más específicamente: socialista. Se trata de trabajos preparatorios que darán forma a su obra “Hegemonía y estrategia socialista”, escrita junto con Chantal Mouffe pocos años más tarde.

Sólo a partir de este período de la trayectoria intelectual de Laclau es posible hablar de “posmarxismo”, en la medida en que renuncia a la concepción de totalidad propia de la filosofía marxista y a buena parte de sus premisas básicas (base/superestructura, determinación en última instancia por lo económica, etc.), pero mantiene entre sus objetivos políticos la superación del capitalismo. Por lo tanto, es erróneo ubicar a Laclau aún dentro de la órbita del althusserianismo durante estos años y situar el inicio de su etapa posmarxista hasta la publicación de Hegemonía y estrategia socialista. La ruptura que tiene lugar con la obra de Althusser no es parcial, ni sólo terminológica, sino que se da a un nivel más profundo, en el centro teórico de sus filosofías, en la categoría de totalidad9.

En trabajos posteriores, Laclau continuará empleando la categoría de totalidad como discurso y de igual forma ocupará un lugar central dentro de ellos. Tal es el caso de Hegemonía y estrategia socialista10 y La razón populista, en esta última obra se puede leer “la categoría de totalidad no puede ser erradicada [sino que debe ser entendida] como una totalidad fallida, [que] constituye un horizonte y no un fundamento” (Laclau 2005: 95). Escapa a los propósitos de este artículo examinar las características que Laclau atribuye a la totalidad dentro de estos trabajos, no obstante es importante señalar la persistencia del tema y que es posible afirmar que la preocupación por dicha categoría constituye un hilo conductor dentro de toda su trayectoria intelectual.

V. Conclusiones

Este artículo se propuso identificar rupturas y continuidades en la obra temprana de Laclau a partir de una lectura centrada en la categoría de totalidad. Se encontró que en su primer libro, Política e ideología en la teoría marxista, este autor trabaja en la reelaboración de la categoría de totalidad en un sentido althusseriano con la intención de articular los tres niveles del todo social desde una perspectiva capaz de superar las limitaciones del economicismo. Como vimos, en trabajos posteriores, Laclau abandona esa vía y opta por entender la totalidad como discurso.

Hay una evidente continuidad en la obra de Laclau, la intención de construir una teoría política general con la capacidad de explicar cada uno de los antagonismos sociales y su lógica articulatoria. Los cambios que tuvieron lugar en el panorama político de la segunda mitad del siglo XX lo llevaron a modificar sustancialmente su aparato teórico, Laclau comprendió los presupuestos metafísicos de su propio trabajo y procedió a hacer la crítica de los mismos. Entre 1977 y 1985 Laclau buscó superar la metafísica implícita en su categoría de totalidad como un todo cerrado siempre ya dado, pero sin caer en su extremo opuesto, la metafísica de la particularidad. Esta operación a la que Laclau clasifica como un debilitamiento de la metafísica, es la que lo lleva a realizar el tránsito de la “totalidad” a la “totalización”.

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1 Este es el caso de los trabajos del historiador argentino Omar Acha, los cuales tienen el innegable mérito de haber indagado el primer período de Laclau, no obstante al querer explicar el paso del segundo período (su etapa marxista) al tercer período (al posmarxismo) omite por completo los textos que median entre Política e ideología en la teoría marxista y Hegemonía y estrategia socialista (Acha 2013, 2019).

2Más allá de asociar cada tipo de interpelación con determinados temas, símbolos y valores, Laclau no ofrece una explicación detallada de aquello que hace que una interpelación sea propiamente democrática, popular o de clase. Por ejemplo, al momento de hablar de interpelaciones democráticas, comenta: “En el sentido que le hemos dado en este texto, por democracia debe entenderse un conjunto de símbolos, valores, etc. —en suma interpelaciones—, por las que el pueblo cobra conciencia de su identidad a través de su enfrentamiento con el bloque de poder” (Laclau 1987: 121). A grandes rasgos los tipos de interpelaciones indican “temas” o elementos ideológicos que constituyen sujetos en cada uno de los niveles económico y político.

3“El nazismo constituyó (…) una experiencia populista, y como todo populismo de las clases dominantes, debió apelar a un conjunto de distorsiones ideológicas —el racismo, por ejemplo— para evitar que el potencial revolucionario de las interpelaciones populares reorientara hacia sus verdaderos objetivos.” (Laclau 1987: 203).

4“En este sentido, un populismo socialista no es la forma más atrasada de ideología obrera, sino su forma más avanzada: el momento en el que la clase obrera ha logrado condensar en su ideología el conjunto de la ideología democrática en una formación social determinada. De ahí el carácter inequívocamente «populista» que adoptan los movimientos socialistas victoriosos: piénsese en Mao, piénsese en Tito y, piénsese, incluso, en que el Partido Comunista Italiano (…) ha sido numerosas veces calificado de populista” (Laclau 1987: 203).

5En Hegemonía y estrategia socialista, Laclau y Mouffe afirman que en la historia reciente de la filosofía “hemos pasado de un esencialismo de la totalidad a un esencialismo de los elementos; hemos simplemente reemplazado a Spinoza por Leibniz, con la diferencia de que el papel de Dios ya no consistiría en establecer ninguna armonía entre los elementos sino en asegurar la independencia de los mismos” (Laclau 2004: 141).

6Esta última frase refleja la profunda influencia de Derrida en la evolución intelectual de Laclau. No obstante, la relación entre ambos autores estará marcada por una permanente tensión, entre otras razones, a causa de la categoría de totalidad; para Laclau deconstrucción y hegemonía son complementarias, es decir, no es suficiente con una práctica destotalizante propia de la deconstrucción, también se requiere una teoría de la decisión y constitución de la totalidad, que es lo que proporciona el concepto de hegemonía (Laclau, 1996).

7Este tipo de críticas será frecuente a partir de la publicación de Hegemonía…, el texto de Norman Geras “Post-marxism?” (1987) es quizá el más representativo, posteriormente será Slavoj Zizek (2010) el principal representante de este tipo de críticas. Recientemente, partidarios de la teoría de Laclau que reconocen como un déficit la ausencia de la crítica de la economía-política en el enfoque discursivo de Laclau se han encargado de explorar vías para “rearticular” ambas aproximaciones (Rey-Araujo 2019, 2020).

8Retamozo (2017) ha estudiado el alejamiento de Laclau respecto a la dialéctica y las consecuencias que esto tiene para su teoría; también destaca el trabajo de Paula Biglieri y Gloria Pelló (2011) acerca de las diferentes figuras de la negatividad en la obra de Laclau desde Hegemonía… hasta La razón populista.

9Como explica Laclau en su ensayo “Posmarxismo sin pedido de disculpas”, la totalidad en el sentido althusseriano impedía pensar cualquier tipo de autonomía política, pues la “autonomía —relativa o no— significa auto-determinación: pero si la identidad de la entidad supuestamente autónoma se constituye en tanto localización dentro de una totalidad, y esa totalidad tiene una determinación última, la entidad en cuestión no puede ser autónoma” (Laclau 2000: 129), y sin aludir directamente a su trabajo, realiza una autocrítica: “Afirmar al mismo tiempo que la inteligibilidad de lo social procede de una determinación última, y que hay entidades internas a esa totalidad que escapan a esa determinación era incongruente desde el comienzo” (Laclau 2000: 130).

10En esta obra, en sintonía con lo trabajado pocos años atrás, Laclau entiende la totalidad como una construcción discursiva: “A la totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria la llamaremos discurso” (Laclau y Mouffe 2004: 143).

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