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Runa

versión On-line ISSN 1851-9628

Runa vol.36 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul. 2015

 

ARTÍCULOS

De ollas y fuentes en la etnohistoria patagónica

Marcelo Vitores*

 

* Profesor en Ciencias Antropológicas. CIAFIC-CONICET. Correo electrónico: marcelovitores@yahoo.com.ar

Fecha de recepción: junio de 2014. Fecha aceptación: noviembre de 2014.

 

Resumen

Este ensayo tiene por objeto profundizar la indagación sobre la alfarería indígena, según las fuentes documentales de Patagonia y áreas colindantes. Se revisan los datos disponibles para los contenedores cerámicos y otros en materiales alternativos, incluyendo sus tipos, usos y procedencias. Para evaluar la representatividad de las fuentes se implementa una medida de confiabilidad independiente, a partir de la comparación sistemática con datos sobre la manufactura en cuero. Se discute el papel que tuvo la cerámica en la región a través del tiempo, la relación entre vacíos informativos y ausencias históricas, las elecciones no-utilitarias y los factores causales del cambio.

Palabras clave: Etnohistoria; Arqueología; Patagonia; Cerámica; Contenedores

On pots and sources in Patagonian ethnohistory

Abstract

The purpose of this essay is to enhance the inquiry on aboriginal pottery from Patagonia and surrounding areas, according to documentary sources. The available data for ceramic containers and alternative materials is reviewed, including their types, uses, and provenances. In order to evaluate documents representativeness, a confidence measurement is deployed by means of comparative data on leather working. It is discussed the role of regional pottery through time, the relationship between information lacks and historical absences, the existence of non-utilitarian choices, and causal factors for change.

Key words: Ethnohistory; Archaeology; Patagonia; Pottery; Containers

De vasos e fontes na etno-historia patagónica

Resumo

O objetivo deste ensaio é o de aprofundar a investigação sobre a cerâmica indígena da Patagônia e áreas vizinhas, de acordo com fontes documentais. São revisados os dados disponíveis para os recipientes de cerâmica e materiais alternativos, incluindo seus tipos, usos e procedências. A fim de avaliar a representatividade dos documentos, uma medida da confiança é implantado por meio de dados comparativos sobre trabalho do couro. Discute-se o papel da cerâmica, a relação entre a carência de informação e as ausências históricas, a existência de opções não utilitários, e os fatores causais para a mudança.

Palavras-chave: Etno-história; Arqueologia; Patagonia; Cerâmica; Recepientes

 

 

La documentación etnohistórica y el problema de la cerámica patagónica

Complementaria o independientemente de los datos arqueológicos, se ha apelado a las fuentes documentales del ámbito patagónico-pampeano para indagar la difusión de la cerámica indígena, sus usos, antigüedad y eventual abandono. Tal estudio es de interés tanto etnohistórico como arqueológico, por la importancia de vincular la tecnología con otras prácticas sociales, y el potencial para generar hipótesis, modelos y contrastaciones entre líneas de evidencia con resoluciones y sesgos diferentes. Este trabajo tiene por objeto ampliar la indagación sobre la presencia de alfarería, y los materiales alternativos que pudieran suplirla según informan las fuentes escritas1 de Patagonia y adyacencias. Se postergará de momento la contrastación con los datos arqueológicos, para hacer foco en las posibilidades de la interpretación documental.2

Si bien se incluyen diferentes expresiones de la cerámica regional, el análisis se concentra en los contenedores, por haber sido su objeto casi exclusivo. Toda consideración sobre el devenir de esta tecnología sería insuficiente si se obvian las alternativas disponibles, cuyas funciones pudieron solaparse en mayor o menor grado. Por lo tanto, se agrega un relevamiento sistemático de los recipientes confeccionados en otros materiales. Asimismo, se propone que la ocurrencia del conjunto de menciones varía mayormente en función del detalle que caracteriza a cada fuente y no tanto por la realidad de su referente histórico. Para contrastar la hipótesis se instrumenta una evaluación cuantitativa de los documentos, apelando a la comparación con otro aspecto de las labores indígenas. La consecución de estos objetivos permite discutir y actualizar algunas preguntas que debemos reconocer en la producción antropológica precedente.

 

Antecedentes del debate antropológico

Sucesivos investigadores retomaron los relatos de viajeros para hacer observaciones sobre la cerámica patagónica. A principios del siglo XX, Félix Outes (1904) señaló que la alfarería, mencionada en las fuentes más tempranas sobre los patagones,3 no figuraba en los relatos posteriores y propuso que éstos habían abandonado su confección a partir de la adopción del caballo, dada una supuesta incompatibilidad funcional entre la movilidad ecuestre y recipientes relativamente tan frágiles. Vignati (1959: 267-268) criticó la generalización de Outes acerca de la escasez y distribución de la cerámica, pero, como en otros comentarios (Vignati, 1953, 1959, 1964; y nota en Morris, 2004: 166), coincidió en que la vida ecuestre (en toda Patagonia) habría inducido el abandono de la alfarería por lo inadecuado de su transporte. Agregó que sus funciones se habrían desplazado a otros contenedores, como los de cuero, usados para el servicio colectivo de la bebida, o los metálicos, paulatinamente incorporados. En cuanto a la discontinuidad, admitió como posibilidad que, antes de su abandono definitivo en el noroeste patagónico, su elaboración fuera patrimonio sólo de algunos etnos, diferenciándose incluso en un espacio no muy extenso (Vignati, 1964). Para la misma zona, Serrano sostuvo un contraste semejante entre grupos vecinos, aunque equivocó la lectura de alguna fuente consultada4 (Serrano, 1976: 133, 2012: 167). Éste, en un ámbito más amplio discriminó, por un lado, los grupos pampeanos y norpatagónicos, usuarios y productores (con desarollos desparejos) y, por el otro, los del sur, usuarios ocasionales que la conseguirían por intercambio (Serrano, 2012). Martinic (1995: 215-216,243-244) postuló un esquema similar, afirmando que los meridionales obtendrían alguna únicamente mediante trueque, y recién en época ecuestre. Esto estrecharía aún más la escasa profundidad temporal estimada por algunos autores (e.g. González y Pérez, 2000: 139). Martinic y Prieto (1998) agregan que se incorporó en el extremo sur en el siglo XVIII (adquirida de grupos septentrionales) e incluso interpretan que el cronista Antonio Pigafetta se habría equivocado en su temprana observación (siglo XVI). La única confección local sería rudimentaria y mucho más tardía (siglo XIX), con fines lúdicos (e.g. figurinas) o para atender otros hábitos (e.g. pipas). Mientras tanto, el argumento funcional acerca de la extinción de la manufactura, conservó su vigencia a través de otros autores. En una síntesis arqueológica de Patagonia, Borrero (1994-1995) reitera que la introducción del caballo habría forzado el abandono a favor de materiales menos frágiles. Desde su origen prehispánico, la alfarería habría cumplido múltiples roles (cocción, almacenamiento, transporte, prestigio...) pero ninguno de un modo sistemático o particularmente eficaz, por lo que otros materiales pudieron suplirla; por ejemplo los odres de cuero y las cáscaras de huevo de ñandú, para el transporte de agua (Borrero, 1994-1995: 33). Evaluando las relaciones entre la información arqueológica y documental para un caso del norte patagónico, Crivelli Montero (1994) constata la sustitución de las manufacturas indígenas por productos hispano-criollos a mediados del siglo XVIII, pero destaca que la omisión documental no implica ausencia, y señala menciones indirectas a recipientes que no se sabe si eran autóctonos o no. Asimismo observa que los cronistas "poco reparaban en un ítem humilde, de poco valor intrínseco y que les era familiar" (Crivelli Montero, 1994: 186).

El panorama precedente deja en pie varias preguntas: sobre la cerámica, sus usos, los materiales alternativos efectivamente documentados para contenedores, las variaciones espaciotemporales y, no menos importante, la capacidad de las fuentes para dar cuenta del problema.

 

Las fuentes etnográficas y los criterios para su selección

Las fuentes consultadas consisten principalmente -pero sin exclusividad- en relatos de viajeros. Sin ser el único tipo de documento factible de ser interrogado, presentan la ventaja de estar ampliamente disponibles y comentados, e incluir bosquejos relativamente abarcativos de la vida cotidiana. La muestra incluye desde los primeros contactos hasta décadas después de la conquista militar, con referencias a Patagonia y Pampa, y otras menciones adicionales (Tabla 1). Tal amplitud puede obrar en desmedro de la minuciosidad, pero responde a necesidades del material y el análisis (cf. Ottonello y Lorandi, 1987: 119). En primer lugar, la documentación disponible no tiene una distribución espacial y temporal homogénea, notándose la escasez para los territorios interiores (Boschín y Nacuzzi, 1979; Mandrini, 1999; Nacuzzi, 2005: 25-29). Asimismo, las referencias a la tecnología cerámica serían pocas o inexistentes si restringiéramos el tiempo y espacio por indagar.5 Por otro lado, muchos grupos ejercían una amplia movilidad, encontrándose en territorios distantes entre sí, con poca diferencia de tiempo (lo último, al menos en el período ecuestre). Adicionalmente, las identidades y territorios fueron transformándose con gran dinamismo, junto con la economía y la organización social, lo que dificulta proyectar un recorte espacial estrecho durante un período prolongado. De la misma forma, se reconoce que todas las parcialidades poseían un fluido contacto y gran flexibilidad para incorporar innovaciones y (re)generar un modo de vida parcialmente compartido. En los siglos XVII a XIX del período considerado, se conformó una cultura ecuestre, se incorporaron (diferencialmente) prácticas pastoriles, se ampliaron los rangos de acción y mercados regionales, y se desarrollaron la jerarquización social, el movimiento de poblaciones y nuevas transformaciones identitarias. Este dinamismo y diversidad, con sus divergencias geográficas y de ritmo, constituye un tema conocido y abundantemente estudiado (véase por ej. Martinez Sarasola, 1992; Palermo, 2000; Nacuzzi, 2005; Mandrini, 2008; Bechis, 2010). El marco espacio-temporal amplio, impuesto por las circunstancias arriba enunciadas, permite, en compensación, cierto ejercicio comparativo. El mismo es de interés, dada la diferenciación geográfica y temporal de los procesos históricos mencionados. En este trabajo la contraposición se circunscribirá a algunas observaciones.

De la situación del observador surgen otros sesgos de los testimonios. En muchos casos su rol lo distancia de la apreciación de la vida doméstica, o el tipo de documento producido inhibe la descripción detallada (cf. Tabla 1). A veces el cambio de las propias circunstancias condiciona la selección de lo observado, como aconteció con Cortés Hojea (1879 [1558]), cronista al que quizá la cerámica no le pareció de interés hasta que se le partió la propia, sintiendo a continuación su ausencia entre los grupos canoeros que avistó. Como se advierte, el principal sesgo es la omisión, para lo que se implementará una evaluación focalizada en nuestro objeto de interés.

Nacuzzi y otros (2008: 12) señalaron que incluso muchos prejuicios de las fuentes se trasladaron acríticamente al estudio académico. Se debe agregar que, acrítico o no, ese traslado tiene mucho de continuidad histórica. No hay una ruptura neta entre los viajeros, venidos en naturalistas y posteriormente en investigadores antropológicos. Al igual que ocurre con otros temas, las reflexiones históricas sobre la alfarería indígena ya aparecen en los cronistas.

 

Los contenedores y sus materiales, según las fuentes

Con un criterio ergológico se exponen los datos, en primer lugar sobre la cerámica y, a continuación, sobre distintos materiales que constituían los recipientes en uso por las sociedades originarias, sea con funciones equivalentes o complementarias a las de la alfarería.

La cerámica

Entre las pocas menciones explícitas a la cerámica, varias pueden considerarse arqueológicas, lato sensu, en tanto refieren al hallazgo de restos sin un correlato etnográfico de su uso (e.g. Lozano, 1836: 6; Menéndez, 1896: 247; Narborough, en Embón, 1950: 42); o, stricto sensu, por ser el producto de excavaciones o recolecciones con pretensión científica (e.g. Moreno, 1997b: 97, 2004: 170; Fontana, 1999: 68). En el último caso se destaca Claraz, quien en su diario de viaje anotó una comparación -algo ambigua- entre la cerámica pampa y chilena(arqueológica y ¿etnográfica?) por la cual avalaba las informaciones indígenas sobre el desplazamiento de los territorios étnicos (Claraz, 1988: 53).

Los datos de carácter etnográfico concentrarán nuestro interés. Durante el primer contacto entre europeos y poblaciones originarias del sur patagónico (i.e., la expedición de Magallanes en 1520), Pigafetta (1957: 26) refiere que los patagones los agasajaron con una harina desconocida contenida en una vasija de barro. Esta referencia, por aparentar ser la única en dos siglos, fue matizada y objetada por algunos investigadores (Cooper, 1946: 148; Martinic y Prieto, 1998). Dando un salto en el tiempo y el espacio, encontramos el testimonio de Juan Francisco de Aguirre (1949: 336) quien en 1793 aseveró que todos los indios pampeano-patagónicos "conocen el uso del barro para la fábrica de jarros, tinajas, ollas y cazuelas" con parte de los cuales preparaban y cocinaban alimentos. En los primeros años del siglo XIX, Luis de la Cruz refería el uso de vasijas cerámicas de fabricación local entre los pehuenche del Neuquén y los mamülche de la Pampa Seca. Según su testimonio "Son comunes también las buenas gredas; de ellas trabajan las indias ollas para cocer sus comidas, y tinajones para que fermenten las chichas" (De la Cruz, 1836b: 19). En la misma alfarería se haría el servicio de la comida y bebida, tanto para los vivos como para los muertos, a quienes se enterraba con cántaros de agua o chicha y ollas de comida (De la Cruz, 1836b: 50). En contexto ceremonial, los jarros y ollas también se empleaban para sus pinturas o "afeites" (De la Cruz, 1836b: 54-56). Una función adicional era la medición del volumen de los productos a trocar (De la Cruz, 1836b: 53). Dos decenios después, el naturalista Eduard Poeppig agregaría que, por las movilizaciones periódicas, "En cada nuevo domicilio se vuelven a confeccionar los artefactos de greda que se usan en la cocina" (Poeppig, 1960: 393-394). Mientras tanto, en la entonces ‘araucanizada’ zona interserrana de Buenos Aires, William Yates mencionaba el uso individual del "plato de barro" para el consumo de los alimentos y bebidas (Yates, 1941). Manuel Pueyrredón (1929: 309) acotaría que estos mismos pampas sólo poseían "una que otra vasija de barro", pero sugirió también que el ajuar doméstico fuese fruto de saqueo. Paralelamente, el naturalista francés Alcides d’Orbigny conocería durante su estancia en Carmen de Patagones las tolderías conjuntas de patagones, aucas y puelches, entre cuyos bienes había "algunas ollas de tierra fabricadas por ellos [las mujeres]" y que constituían toda su batería de cocina (D’ Orbigny, 1999: 301, 310, 470, 473).

Después de 1885, tras la dislocación que la conquista militar de la región significó para todas las facetas de la vida indígena, encontramos algunas referencias más. "Pati" Chapalala, descendiente de una familia tehuelche que en el cambio de siglo arribó desde el norte patagónico a la actual provincia de Santa Cruz, refirió la confección de pequeñas ollas y jarros, siendo ésta una tarea femenina que vería desaparecer junto a la vida de toldería (Aguerre, 2000: 86). Algunas de las ollas poseían tapa y patas para apoyar sobre las brasas y realizar el hervor (tanto de alimentos como de insumos para la curtiembre de cueros); también se elaboraban cucharas y pequeños morteros de barro sin cocer (Aguerre, 2000: 73, 80-81, 101-102). Entre las comunidades mapuche de la primera mitad del siglo XX, principalmente del Neuquén, se registró una fabricación más sostenida y amplia, aunque también en retracción, que incluía cántaros para contener o calentar líquidos, ollas de cocina -usadas también para hervir mordientes y tintes-, planchas para tostar grano y algún cuenco (Hilger, 1957; Paillalef, en Álvarez, 1968). Incluso se documentaron rituales para su elaboración o que implicaban su uso (Koessler-Ilg, 1962: 51-52, 107), y la confección de miniaturas para el juego imitativo infantil (Hilger, 1957: 248, 319). En el último medio siglo, a diferencia del caso mapuche de Chile (cf. García Roselló, 2008), la elaboración alfarera originaria prácticamente desapareció, o perdió visibilidad.

Una categoría diferente de recipiente son las pipas. Aunque eran habituales en piedra o madera, también se encontraban en arcilla. En el extremo sur, durante la segunda mitad del siglo XVIII, los indígenas le enseñaron a Byron (1957: 228) una "de tierra encarnada", lo que probablemente la distinguía de las pipas europeas de caolín (cf. Schávelzon, 2001: 242). Un siglo después, en el noroeste patagónico, Cox (1863: 165) observaría una pipa tehuelche de arcilla, cuya confección elogió. Estas pipas persisten hasta momentos recientes (Hilger, 1957: 388).

Al margen de los contenedores, debemos considerar otros objetos cuya existencia puede sugerir la existencia de los primeros o al menos de la tecnología que los implica. Un tipo de manufactura son las figuras de arcilla, existentes en colecciones etnográficas (cf. Outes y Bruch, 1910; Martinic, 1995: 243-244, 281), que Martinic y Prieto (1998) documentan como muy tardías y realizadas a pedido más que espontáneamente. Las fuentes relevadas apenas refieren algún ejemplo de figurinas o muñecas en cualquier material6 (por ej. Sánchez Labrador, 1936: 49; Hilger, 1957: 105; Lista, 2006a: 95).Otra elaboración eventual son los torteros de huso (Hilger, 1957: 226, 236), pero casi no hay menciones a pesar de las abundantes referencias al arte textil (De la Cruz, 1836b: 62; García, 1836: 27, 43; García y de los Reyes, 1836: 153-154; Viedma, 1839: 69; Cox, 1863: 135; Onelli, 1904: 143; Muñiz, en Outes, 1917: 208-209, 213; Barbará, 1930: 37-39; Sánchez Labrador, 1936: 38, 164, 177; Poeppig, 1960: 397-398; Musters, 1964: 248, 318; Schmid, 1964: 80; Paillalef, en Álvarez, 1968: 286; Moreno, 1997a: 147, 1997b: 20, 128; D’ Orbigny, 1999: 471; Aguerre, 2000: 63, 65; Cabrera, 2000: 101-103; Falkner, 2003; Avendaño, 2004: 195; Coan, 2006: 122-123, 227; Guinnard, 2006: 62, 64, 109; Lista, 2006a: 83).

Pocos acusarían explícitamente la falta de alfarería indígena. Es el caso de Fitz-Roy (1839), quien denunció su ausencia entre los patagones contemporáneos; y Moreno (1997a: 147), que se hizo eco del primero. Pero podemos reservar alguna duda sobre Moreno, quien a veces se contradecía. Por ejemplo, sostenía que los cuchillos líticos eran exclusivamente prehistóricos, a la vez que refería casos contemporáneos de su uso (cf. Moreno, 1997a: 267, 311). Asimismo, su breve vocabulario discrimina ‘olla de barro’ y de hierro (Moreno, 1997a: 407), diferenciación que debiera tener alguna vigencia al momento de recopilarla. Por lo demás, los relatos abundan en menciones indirectas de ollas, cántaros o vasijas sin especificar su material; o sugieren procesamientos (hervidos, pucheros, elaboración de chicha...) sin referir el recipiente usado (Tabla 1).

Materiales alternativos

Consideremos los materiales que constituían una opción para la elaboración de recipientes y si podían cumplir algunas o varias de las funciones potenciales de los ceramios. Estos elementos podían ser preexistentes o posteriores a la innovación de la alfarería. El más destacado entre los materiales alternativos es el cuero. Su presencia abarca la totalidad del área y tiempo documentados y se infiere un uso prehispánico semejante. La peletería proveía el vestido, la vivienda y un bien de intercambio con los euroamericanos y de unas parcialidades con otras. Las bolsas de pieles se empleaban en distintos tamaños para acarrear suministros y pertenencias (e.g. Villarino, 1839b: 35; Falkner, 2003: 189; Mansilla, 2006: 198), incluso se les daba contextura rígida como vaso para beber (Bourne, 2006: 46-47), alhajero o canasto para llevar insumos e instrumentos de la confección de quillangos (Cox, 1863: 144; Narborough, en Embón, 1950: 42; Moreno, 1997b: 256; D’ Orbigny, 1999: 300,309; Guinnard, 2006: 38) o como sucedáneo de la calabaza en la sonaja del chamán (Tavener, 1955: 60; Schmid, 1964: 28; Moreno, 1997b: 123; Aréizaga, 2003; Coan, 2006: 101,227). Distintos receptáculos de cuero se empleaban igualmente para servir el alimento (Avendaño, 2000: 19,84). Asimismo, sacos y odres se utilizaban para guardar las reservas de grasa (e.g. Cox, 1863: 154; Onelli, 1904: 143; Aguirre, 1949; Musters, 1964: 187,272,358; González, 1965: 50; Guinnard, 1961: 58; Claraz, 1988: 44,139; Moreno, 1997a: 140; Avendaño, 2000: 116; Aréizaga, 2003: 8; Bourne, 2006: 42,55; Matthews, 2011: 185-186). Una de sus aplicaciones más reiteradas era la contención de líquidos, tanto para el transporte de agua hacia el campamento y en las travesías, como de bebidas alcohólicas comerciadas (Pietas, 1846: 502; Cox, 1863: 154; Aréizaga, en Embón, 1950; Musters, 1964: 302; González, 1965; Aguerre, 2000: 33,75-76,85; Bourne, 2006: 42; Coan, 2006: 47-48,197; Guinnard, 2006: 114; Matthews, 2011: 185-186). También se empleaban para la producción de las bebidas y de otros preparados, por ejemplo la elaboración fría de alimentos (De la Cruz, 1836b: 65; Cox, 1863; Guinnard, 2006) o de mordientes para tintes (Onelli, 1904: 143). Según época y lugar, las bebidas podían ser no fermentadas, maceradas tras el procesamiento mecánico de los frutos o granos, o cocidas y luego puestas a fermentar (Cox, 1863: 147; Hilger, 1957: 368; Poeppig, 1960: 389; Guinnard, 1961: 59,64, 2006: 114-115,120; Perea, 1989: 48). Es reiterado que para las bebiendas colectivas se improvisara una fuente en un pozo revestido con cuero, donde se vertía la chicha preparada o el alcohol adquirido. Esta costumbre destaca en todo el arco pampeano-araucano y se practicaba aunque disponían de otros tipos de recipientes, incluso cerámicos (King, 1839: 310-311; Pueyrredón, 1929: 308; Vignati, 1953: 6; Poeppig, 1960: 355; Morris, 2004: 112). A veces también se llegaría a emplear un pozo semejante para destilar grasa mediante piedras calientes (Claraz, 1988: 110-111), pero no hay menciones sobre cocción con tales medios.

Otros recipientes orgánicos eran los platos o cuencos de madera, empleados en toda la región, particularmente para la preparación fría o el servicio de alimentos (Cox, 1863: 91, 146; Hilger, 1957: 180, 207, 221, 368, 392; Musters, 1964: 319; Paillalef, en Álvarez, 1968: 285; Moreno, 1997a: 19, 1997b: 180; Olivares, 2005: 145; Guinnard, 2006: 88-89; Mansilla, 2006: 147, 199). Vasijas de madera semejantes, si no las mismas, se manufacturaban para tambores -e.g. kultrunes- (Paillalef, en Álvarez, 1968: 284, 296; Moreno, 1997b: 22, 130; Guinnard, 2006: 94, 119; Lista, 2006a: 55; Mansilla, 2006: 324). En un único caso se refiere el uso de calabazas para manipular sustancias (Sánchez Labrador, 1936: 41), siendo más frecuentes para la confección de las sonajas que, como se vio, también podían elaborarse con cuero endurecido. Ocasionalmente, un caparazón de mulita o armadillo auxiliaba en el servicio de los alimentos o resguardaba los instrumentos de peletería y los cosméticos (Viedma, 1839: 65; Musters, 1964: 126-127, 268). También usaban conchas a modo de vaso o cuchara en áreas costeras (Pigafetta, 1957: 31; D’ Orbigny, 1999: 301, 313; Coan, 2006: 211). Aparte de las valvas y caparazones, un recipiente óseo excepcional es el cuenco cortado de un cráneo humano que describe Moreno (1997a: 155), pero éste era arqueológico. Su correlato etnográfico podría ser la confección de un vaso con el cráneo de un prisionero ajusticiado, tal como se registró un siglo antes en la Araucanía (Olivares, 2005: 81). Los cuernos o astas vacunas se emplearon extensamente como recipientes para beber, de punta a punta del ámbito pampeano-patagónico (constituyen la mayoría de las menciones en la categoría "óseo" de la Tabla 1). Su presencia se deriva obviamente de la inserción del ganado vacuno y del acceso a las redes de circulación de bienes que se reconfiguraron con la presencia europea.

En sus muy diversas variantes, el tráfico7 en la frontera y otros puntos de contacto daba lugar a que se pudiera encontrar vajilla de loza (por ej. Mansilla, 2006: 324). Otras manufacturas introducidas eran de gres o vidrio, incorporadas en forma de frascos o botellas provistos, por ejemplo, por el comercio de aguardiente. Estos envases se conservaban para su reutilización en tanto fuesen portables. En el mismo circuito ingresaban barriles, y los viajeros lo han referido reiteradamente (por ej. Cox, 1863: 91, 148-149; Pueyrredón, 1929: 308; Sánchez Labrador, 1936: 40-41; Musters, 1964: 207; Zizur, 1973: 76; Moreno, 2004: 91-92; Avendaño, 2004: 102; Guinnard, 2006: 128). En las travesías cargaban agua en las botellas y barrilitos, como lo cuentan González (1965: 50) o, menos de un siglo después, Musters (1964: 68, 130, 314). En otras ocasiones fue mayor el beneficio de desguazar un barril grande para utilizar sólo sus partes metálicas (Barne, 1837a, b). Como la versatilidad tecnológica estaba a la orden del día, se reciclaban frascos y botellas como instrumentos de viento (Barbará, 1930: 32) al igual que conchas (D’ Orbigny, 1999: 409). También se ensamblaban tamboriles con recipientes de latón (e.g. Sánchez Labrador, 1936: 53, 67) o, espontáneamente y para sorpresa del jinete, se aprovechaba un estribo a modo de vaso, como cuenta Cox (1863: 128) -los estribos chilenos, como los que usarían él y sus acompañantes, se confeccionaban de una pieza sólida de madera con una concavidad para el pie-. Las manufacturas en metal eran muy codiciadas. Podían emplearse con su función original, aunque muy frecuentemente se reciclaban en nuevos productos8 (Barne, 1837a: 3; Cox, 1863: 165; Sánchez Labrador, 1936: 53, 67, 72; Vignati, 1964: 497; Moreno, 1997a: 153; Olivares, 2005: 210). En el siglo XVIII, los recipientes metálicos de cocina eran un objeto solicitado en los intercambios (Villarino, 1839a: 18; Morris, 2004: 107, 115) y posteriormente, en toda la región, pasaron a integrar el equipamiento doméstico estándar de cada toldo (Onelli, 1904: 142; Pueyrredón, 1929: 309; Guinnard, 1961: 43; Musters, 1964: 126-127; Schmid, 1964: 181; Moreno, 1997b: 247; Lista, 1999: 82, 2006a: 78-79; Avendaño, 2000: 116; Mansilla, 2006: 113). Estos elementos tan apreciados llegaban a ser motivo de orgullo para sus poseedoras (cf. Musters, 1964: 137, 399; Avendaño, 2000: 126). A veces incluían sartenes y pavas, pero principalmente se trataba de ollas (algunas de facto, como un tacho de pintura según cuenta Moreno, 1997b: 247). Las ollas, ocasionalmente de considerable tamaño y provistas de trípode, se usaban para la cocina diaria, para la extracción de grasa (insumo nutricional e industrial) y otros usos oportunísticos.

Otros materiales, cuyo empleo era esperable, no se hallan ejemplificados en la muestra de fuentes analizadas. Por ejemplo, no se encuentra mención a recipientes en cestería. La aplicación de esta técnica, tanto en Pampa como en Patagonia, se limitaría a la confección de los sombreros femeninos (Sánchez Labrador, 1936: 37; Aguirre, 1949: 337; Avendaño, 2000: 35, 2004: 229; Falkner, 2003: 206; Malaspina, 2004: 228; Lista, 2006a: 80). La única referencia a recipientes líticos es del colono galés Matthews (2011: 185), quien sugirió que los antiguos indios fabricaban tazas y platos de piedra. Pero esta declaración es especulativa y errónea, pues, además, propone que se tallaban con un instrumento de hierro.9 Tampoco se encuentra que los huevos de ñandú fueran empleados como contenedores con posterioridad a su consumo, excepto en una mención reciente (Hilger, 1957: 365). En cierta forma oficiaban de recipiente para su propia cocción al rescoldo, mediante una perforación en su parte superior por la que se revolvía y controlaba el contenido (Guinnard, 1961: 54; Musters, 1964: 142; Moreno, 1997b: 374). Los armadillos también se cocinaban en su propio envase, introduciendo piedras calientes en su interior. Este método de ‘autocontenedor’ se aplicaba en la cocción de variadas presas (por ejemplo, el ñandú) cerrando la abertura tras introducir las rocas calientes, lo que también producía caldo sin usar ollas (Musters, 1964: 132; Claraz, 1988: 47, 63; Perea, 1989: 76; Moreno, 1997a: 30,139, 1997b: 271; Coan, 2006: 79).

 

Evaluación de representatividad de las fuentes: metodología y resultados

Como se comentó, las referencias son escasas y secundarias, y el material de los recipientes estaba lejos de constituir un detalle de interés para los observadores. Sin duda no resultaría tan llamativo que se usara una olla para cocinar, como sí lo era que se vistiera un cuero pintado o se habitara un toldo. Entre la intención comunicativa de los relatos y lo que deseamos investigar, es evidente que lo ordinario suele volverse imperceptible (Bloch, 1957).

Esto se observa al intentar alguna comparación entre áreas y épocas (Figura 1). Se pueden apreciar cambios en la frecuencia relativa de los distintos materiales, pero es más notoria la omisión a su referencia.

 

Figura 1. Proporción de fuentes con menciones a recipientes de distintos materiales (se apilan los porcentajes de las diferentes categorías).
Dos períodos (siglos XVI a XVIII y XIX a XX) se comparan para Patagonia Septentrional y Pampa (“Norte”) y Patagonia Meridional (“Sur”).

 

Suponiendo que la mención depende principalmente de la representatividad de las fuentes, contrastemos, por un lado, el grado de detalle acerca de los recipientes en uso y, por el otro, el de las manufacturas en cuero. Ambos son comparables por corresponder a la esfera doméstica. El laboreo de los cueros recaía principalmente en manos femeninas, del mismo modo que la preparación de alimentos y bebidas que involucran a la mayor parte de los recipientes mencionados, y la autoría de la manufactura cerámica según las referencias disponibles (De la Cruz, 1836b; Hilger, 1957; D’ Orbigny, 1999; Aguerre, 2000). La elección de la variable comparativa se debe asimismo a su universalidad en todo el espacio y lapso temporal abordados, ya que las manufacturas indígenas en cuero les proveían casa, vestido, enseres y también bienes de intercambio con la sociedad euroamericana.

Los datos se estandarizaron como presencia o ausencia, y se jerarquizaron las menciones directas e indirectas sobre el uso de instrumentos para los dos conjuntos de actividades. Se asignó una puntuación convencional; para el primer caso, adicionando puntos por cada mención genérica de función (almacenamiento/transporte, cocción, preparación fría, servicio), decenas de puntos por las menciones específicas a recipientes (ollas, jarros, bolsas, etc.) y centenas por la mención del material de los recipientes. Así, por ejemplo, en Pigafetta encontramos menciones al servicio de alimentos en recipientes (1 punto), a ollas, vasijas y cuencos como los tipos usados (10+10+10 puntos) y la referencia a cerámica y valva como material de los mismos (100+100 puntos). El puntaje sumado (=231) permite una jerarquización relativa entre testimonios. Análogamente se puntuó en distintos niveles la confección en cuero según se refieran los productos, la actividad general, las actividades específicas (raspar, sobar, coser, pintar), los instrumentos empleados (raspadores, sobadores, punzones, etc.), o la materia prima de dichos instrumentos. La Tabla 1 muestra ambas puntuaciones transformadas en ordenamientos relativos, para los que resulta un coeficiente de correlación moderadamente alto y bien establecido (r de Spearman= 0,67; p<0.01).

La correlación expone la conocida dificultad de argumentar sobre la ausencia de menciones. La falta de detalle suele coincidir en ambos rubros, pero no se suele dudar de los instrumentos del trabajo en cuero, aunque carecemos de detalle para gran parte de la muestra. En un paralelo con algunos argumentos sobre la alfarería, podríamos aducir falazmente que los raspadores de piedra no se conocieron hasta mediados del siglo XVIII. Sabemos que esto no es así, y que no se puede construir una aseveración sobre la base de una omisión.

Queda el interrogante ante las reiteradas menciones indirectas (i.e., las referencias a recipientes sin indicar su material, o simplemente a las funciones que los implican). La distribución poco homogénea de la muestra, en tiempo y espacio, al igual que los sesgos de contenido ya contemplados, inhiben de hacer otras inferencias cuantitativas.

 

Discusión

De los potenciales materiales alternativos, las fuentes consultadas omiten algunos (cáscaras de huevos, cestería) y reivindican plenamente otros (por ejemplo, los recipientes de cuero, que cubrían funciones acotadas y constantes, como los contenedores para el transporte o almacenamiento de líquidos y grasa). Otras opciones aparecen irregularmente o, dependiendo del lugar, implican cierto tráfico para su obtención (conchas, calabazas, cuencos de madera, vasos de cuerno, manufacturas europeas y criollas). Es inobjetable la progresiva inserción de nuevos materiales, pero sólo los recipientes metálicos compiten en todas las funciones potenciales de la cerámica, siendo adecuados para la cocción al fuego directo y más resistentes al transporte. Se podría cuestionar que lo último sea causa suficiente del remplazo. Las referencias a recipientes cerámicos están presentes bastante avanzado el período ecuestre, hasta el primer tercio del siglo XIX, principalmente en la región pampeana y en Norpatagonia, donde primero y con mayor intensidad se instauró este tipo de movilidad (Pueyrredón, 1929; Poeppig, 1960; D’ Orbigny, 1999).

El clima de cada zona podría ser un condicionante adicional, no sólo al limitar el tiempo propicio para la confección, sino también en la conservación diaria del ceramio. De esto da un ejemplo Cortés Hojea (1879: 507) durante la expedición de Ladrillero [1558], ocasión en que lamentaron no llevar ollas metálicas cuando el frío les quebró las de barro. En Patagonia septentrional, aún durante la temporada estival, las ollas dejadas en el exterior amanecían con hielo (Claraz, 1988: 85). Si bien las condiciones ambientales no son explicación suficiente, en combinación con la organización de la subsistencia y la movilidad podrían orientar la modelización de algunas diferencias regionales.

La exploración de las fuentes nos advierte de suponer a priori causas únicamente utilitarias para cualquier cambio. Se encuentran regularidades donde la justificación en términos de eficiencia no es evidente. Ya señalamos, por ejemplo, la aparente ausencia de recipientes en cestería, cuando la técnica sí se ejecutaba para elaborar sombreros.10 Otro caso muy característico, es la excavación de un pozo y su recubrimiento interior con un cuero para servir las bebidas, fuesen de elaboración local o alcoholes adquiridos. A mediados del siglo XVIII, Morris (2004: 112) señaló que sus captores así elaboraban y consumían la chicha en sus festines. En la primera mitad del siglo XIX, en un parlamento con parcialidades pehuenche, también se observó que para beber vertían el vino en un pozo revestido (Vignati, 1953), e igual proceder declaró Pueyrredón (1929: 308) en las pampas, durante las solemnes reuniones de los indios que él califica de chilenos. El mismo método también se ejecutaría festivamente dentro de la ruca, entre los pehuenche (Poeppig, 1960: 355) y los araucanos (King, 1839: 310-311). Incluso en el siglo XX se empleaban contenedores de cuero en la preparación de chicha (Hilger, 1957). Aunque el procedimiento no era el único para la elaboración y consumo de bebidas, es notable su reiteración entre grupos que elaboraban alfarería, además de poseer otros tipos de recipientes. En ocasiones ceremoniales se observan preferencias, como los recipientes de greda para el guillatún mapuche (Hilger, 1957: 380). Para la bebida colectiva, podríamos sospechar una relevancia social semejante. Paralelamente, en el ámbito cotidiano la valoración puede revestirse de prestigio, como en los ejemplos ya señalados acerca del utillaje metálico del toldo. Siempre pueden concurrir razones de eficacia técnica como otras valoraciones sociales. Existen ejemplos etnográficos foráneos donde los recipientes metálicos complementan a los ceramios de producción local, remplazándolos sólo en algunos usos (e.g. Skibo, 1992: 28-29). Sin reducirlo a un análisis microeconómico, habría que indagar cuándo los bienes pueden ser complementarios antes que sustitutivos.

El remplazo de la cerámica por otros materiales no habría implicado su desaparición absoluta como técnica, pues incluso en el sur la seguimos encontramos en elementos como las pipas. Tras la conquista militar, una situación de mayor aislamiento pudo revitalizar tecnologías tradicionales que no habían sido totalmente abandonadas (Crivelli Montero, 1994: 191-192). Tal sería el caso de la producción doméstica de alfarería como podemos interpretar del relato de Chapalala (Aguerre, 2000). El quiebre de las redes de contactos previas, la persecución del indígena y su consecuente retracción (cuando no era absorbido en la explotación rural, o llanamente eliminado) pudo influir en la recuperación de la manufactura, como también influyó en la circunscripción y cese de la movilidad, en la flexibilidad de los roles de género, y en la reducción de la unidad política al grupo familiar (ser cacique prácticamente pasa a ser sinónimo de jefe de familia extendida). Algunos de estos rasgos se encuentran en el relato de Chapalala y de otros (cf. Lista, 2006a: 73). Resulta patente que son las redes de relaciones y el tráfico de bienes que las atraviesa las que hicieron posible el remplazo de la cerámica por materiales quizá más versátiles y eficaces como el metal; y la retracción de las mismas pudo habilitar el movimiento opuesto, con una reactivación de manufacturas abandonadas.

 

Conclusiones y nuevas preguntas

La presente revisión coincide con los antecedentes en el reconocimiento de las escasísimas menciones australes de cerámica. Asimismo, se observa cierto desfase geográfico en la incorporación del utillaje metálico de cocina que, no obstante, termina por imponerse como un elemento doméstico estándar. La cocción húmeda de alimentos y el procesamiento de insumos generales como la grasa, pasan a ser una de sus funciones esenciales. Si desplazamos el foco desde el material hacia el instrumento mismo y la técnica en que se emplea, puede resultar que la escasa alfarería no represente un bajo valor adaptativo sino, al contrario, que pese a sus costos, su presencia anticipe una necesidad concreta y creciente (la intensificación en el aprovechamiento de nutrientes, la ampliación de las formas de servir y cocinar, o cualquier otra).

Lo expuesto nos permite adelantar algunas observaciones. Debemos evaluar la representatividad de las fuentes y ser cautos al interpretar los vacíos informativos. La correlación entre el registro de dos actividades comparables nos advierte al respecto. Tanto por los sesgos de contenido como por la heterogénea cobertura documental en espacio y tiempo, un panorama más acabado acerca de la extensión espacial y temporal de la cerámica dependerá de diversas investigaciones arqueológicas, más localizadas. Por razones de espacio se omite aquí el interesante contrapunto con el registro arqueológico. Sin embargo, se destaca la importancia aún vigente de apelar a las fuentes para desarrollar el tema en todos sus aspectos, desde el aporte de datos particulares hasta el enriquecimiento que posibilita un panorama etnográfico amplio. La base documental empleada fue limitada y se beneficiaría de numerosas adiciones, entre ellas, trascender los relatos y crónicas. Dada la paulatina incorporación de bienes manufacturados de la sociedad euroamericana, es relevante indagar las vías de su adquisición. Podría apelarse al análisis de documentación de archivo, como pueden ser las listas de obsequios que se negociaban con las parcialidades y que podrían incluir los productos referidos. Asimismo, la ponderación de las menciones directas (a los recipientes), indirectas (a funciones compatibles) o su falta, se podría facilitar contrastando procesamientos alternativos a los que requieren recipientes. Por ejemplo, comparando la incidencia de las cocciones al fuego directo vs. con piedras calientes vs. los hervidos. También debe discutirse hasta qué punto se priorizan los instrumentos o las técnicas que los engloban. El tipo de recipiente empleado podría considerarse una opción dentro de una cadena técnica -por ejemplo, la de cierta preparación del alimento-, con lo que concluiríamos que tan solo varió la herramienta, no el proceso (si exceptuamos la elaboración del recipiente). Esto es relevante para diferentes marcos teóricos, incluso al preguntarnos sobre el valor adaptativo a lo largo del tiempo.

Otros interrogantes pueden apelar a perspectivas como la antropología de las técnicas(Lemonnier, 1986) que prioriza las relaciones sociales y representaciones culturales aplicadas. Para nuestro caso, las fuentes adjudican la actividad culinaria (y tantas otras) a la mujer indígena. Pero ¿cómo pudo incidir en su posición el pasar de ser productora y usuaria de un bien -la cerámica- a ser sólo consumidora de su sucedáneo metálico y depender de su adquisición? ¿Se relaciona a otros cambios en las relaciones intragrupo?

Una innovación no necesariamente aumenta los rendimientos o genera una diferenciación socioeconómica: agrega una nueva serie de posibilidades a una situación dada (Pfaffenberger, 1988: 240). Priorizar un aspecto mecánico, como el requerimiento ecuestre, omitiendo la oportunidad y preeminencia de las redes comerciales, podría reducir la técnica a una instrumentalización entre el entorno natural y el individuo, simplificando el ambiente social; es decir, asociar la tecnología a la conducta individual, en oposición a la social (Ingold, 2000: 317). Sin perjuicio de estudiar la eficiencia mecánica de los objetos, habría una escala de análisis más promisoria en el marco de la economía política de las sociedades, cuya amplitud deberá inferirse en cada caso. Considerando la producción, circulación y consumo, se hace lugar a integrar también el entorno físico, los aspectos utilitarios y los usos sociales de los artefactos.

Tabla 1. Fuentes consideradas con una aproximación a la época y región de la que obtienen su información (PS: Patagonia Septentrional; PM: Patagonia meridional;
Pp: Pampa; A: Araucanía), situación del testigo y tipo de registro que generó. Se indica la presencia (+) y ausencia (-) de menciones a los materiales que constituyen
distintos recipientes y las menciones indirectas (+: a tipos genéricos de recipientes; f: a funciones compatibles con los mismos). Se señalan menciones de dudosa
interpretación (?). Los puntajes relativos indican la posición de cada fuente en función del detalle que proveen, respectivamente sobre los recipientes y el trabajo del cuero
(la tabla sólo ilustra categorías generales; los atributos específicos para el cálculo se explican en el texto).

 

Agradecimientos

Les agradezco a Eduardo Crivelli, Daniela Ávido y Natalia Cirigliano sus observaciones sobre un borrador del artículo, y al evaluador anónimo cuyas críticas ayudaron a detectar pasajes que requerían ser aclarados. Todo lo expresado es responsabilidad del autor. El presente trabajo se realizó gracias a una beca doctoral de CONICET y en el marco de los proyectos PIP 0419 (CONICET), UBACyT F066 (UBA), PICT 2011-0776 (ANPCyT), LP 0177 (UNLPam).

 

Notas

1. Por necesidad de sinonimia alternaré las expresiones fuente escrita, fuente documental, documento o simplemente fuente, para referirme al mismo objeto.

2. El cruce entre los datos documentales y arqueológicos -de interés pero extenso- es objeto de otro trabajo en preparación.

3. Las clasificaciones étnicas fueron y son un problema controvertido. A título orientativo recordemos que los términos patagón y tehuelche referían a los grupos meridionales y de más amplia extensión; puelche y pampa, a los grupos septentrionales que se entrelazaron cada vez más con los de ascendencia mapuche, que a su vez son nombrados aucas, araucanos o chilenos. La misma influencia se aplicaría a los ranqueles o mamülche de la pampa seca, y a los pehuenche del noroeste patagónico. El dinamismo y heterogeneidad en la composición de los grupos eran muy marcados (para su discusión, Nacuzzi, 2005).

4. Serrano argumenta que unas parcialidades obtenían de grupos vecinos sus enseres cerámicos, y cita a Luis de la Cruz cuando afirma que los pehuenche no fabricaban ni sus rales (platos), los que los obtenían de los hulliche. El hecho es que De la Cruz informa la confección de alfarería entre los primeros, y en cambio no precisa de qué eran los rales (pero podemos suponer que de madera).

5. Mientras que para la investigación arqueológica una delimitación estrecha del espacio puede ser útil; para la revisión documental, la misma circunscripción puede agravar la carencia informativa. Asimismo, orientar la indagación hacia preguntas arqueológicas -con interpretaciones tendientes a la analogía- también puede flexibilizar la escala y resolución que resultan útiles y adecuadas al seleccionar los documentos.

6. Las representaciones humanas podían ser conflictivas por adosárseles un valor espiritual. Schmid (1964: 48) comenta que por ese motivo no repartieron las muñecas que llevaban para las niñas. Mascardi, Viedma y Fitz-Roy refieren figuras guardadas con recelo y contemplación, incluyendo mascarones de proa rescatados de naufragios (Fitz-Roy, 1839: 163; Viedma, 1839: 75-76; Vignati, 1964: 498).

. El aparente trofeo de guerra encuentra cierta reminiscencia ergológica-judicial en la anécdota de Guinnard (2006: 100) sobre la elaboración de arreos con el cuero del ejecutado, para remitirlo en advertencia a los deudos y aliados.

7. Se opta genéricamente por el concepto de "tráfico" para expresar la movilización de objetos o bienes, sin implicar un mecanismo único -como comercio, intercambio, regalo o robo- que varía de caso en caso, o del que no siempre hay constancia (podremos reconocer que hay un producto alóctono, pero desconocer por qué medio se obtuvo). Se debe considerar también la estratégica imbricación de las diversas modalidades de interacción (un ejemplo en Crivelli Montero 1991).

8. La metalurgia en Pampa y Patagonia era limitada. Hay pocas menciones a la forja de metales (García, 1836: 47; Aguirre, 1949:327; Poeppig, 1960: 398-399). La fundición, esporádica y tardía, se asocia a la platería (Moreno, 1997b:116; Avendaño, 2004: 171; Mansilla, 2006: 365-367). No obstante, era activa la incorporación y reciclaje de objetos metálicos, incluso en época prehispánica.

9. Probablemente, el "plato de piedra" mencionado, fuese un instrumento de molienda arqueológico.

10. Vale aclarar que hay referencias para la Araucanía y, en el siglo XX, para los mapuche de ambas vertientes. También se documenta cestería entre canoeros y fueguinos. Como se advirtió, se omite la contrastación con evidencias del registro arqueológico, que permiten ampliar esta discusión.

 

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